Yo soy mi enemigo


Yo soy mi enemigo
Desde el miedo a los espacios abiertos hasta la necesidad de lavarse las manos todo el tiempo, cada vez son más los que transitan por el calvario cotidiano de las conductas fóbicas


¿Alguna vez tuvo que bajarse del micro porque el chofer tomó una calle que a usted le provoca mareos? ¿O le pidió a alguien que no usara las manos en los bolsillos porque sino no podría seguirle hablando? ¿O experimentó en alguna ocasión la necesidad imperiosa e inevitable de salir corriendo si alguien lo miraba muy de cerca? Tal vez alguna vez. Tal vez nunca. Si le ocurrió o si por el contrario jamás le pasó algo siquiera parecido, sepa que a casi al 10% de la población le sucede muchas más veces de las que cualquiera quisiera soportar.

"Es que llega un momento que nadie lo puede soportar -dice Estela Serafini-. Ni los que padecen la fobia ni el entorno que los acompaña".

Estela no sólo experimentó en carne propia el dolor cotidiano de tener un hijo que, aunque con el diagnóstico de obsesivo compulsivo, hizo de la hipocondría y de las conductas fóbicas un estilo de vida, sino que se valió de esa experiencia para contactarse con otras personas que transitaran por calvarios parecidos y fundar así la Asociación de Ayuda Mutua de Trastorno Obsesivo Compulsivo (obsesiones@hotmail.com) Hoy el grupo de autoayuda es uno de los casi 40 de este tipo que funcionan en La Plata, muchos de los cuales tienen a la fobia como uno de los principales enemigos a vencer.

Los especialistas definen a las fobias como el miedo excesivo a un objeto o situación, y quien lo padece puede sufrir un ataque de pánico si se expone a él. De ahí que sean muchos los que sufran o conozcan a una persona que potencialmente pueda ser considerada fóbica. Las llamadas fobias específicas están contempladas en el Manual de los Trastornos Mentales de la American Psychological Association, y según Fóbicos Anónimos hasta el momento se llevan registradas más de 6.500 fobias distintas.

"Muchos podemos sentir temores a las alturas, a las arañas o a dar una conferencia -dice el psiquiatra Pedro Gargoloff-, pero para la mayoría esto no interfiere con la forma habitual de afrontar los compromisos cotidianos. Es una fobia si estas situaciones afectan el desempeño diario y la calidad de vida; cuando este miedo impide llevar a cabo las tareas habituales y, además, sean reconocidos por quien los sufre como irracionales".

Sea un temor a estar en público o una imposibilidad a usar determinadas prendas, el universo de los trastornos y las fobias es algo cada vez más conocido por el común de la gente y los nombres de cada variedad se repiten como si fueran los títulos de una saga de suspenso: agorafobia, fobia social, fobia específica o, como en el caso del hijo de Estela, trastorno obsesivo compulsivo.

Cuando uno repasa las diferencias y similitudes de cada una, descubre que la agorafobia se refiere al miedo a los espacios abiertos, que la fobia social es el temor a quedar ridiculizado ante los demás y que la fobia específica no es más que el rechazo a determinados objetos, animales o situaciones puntuales.

"Es un temor infundado y exagerado hacia elementos particulares como víboras, tormentas, visión de sangre o heridas", agrega Gargoloff, para quien el tratamiento de las fobias "debe realizarse desde varias perspectivas: psicoterapéutica, en particular las cognitivo comportamentales y de exposición; algunos fármacos del grupo de los antidepresivos y las terapias grupales".

La psicóloga Laura Mariani, en tanto, suma otra visión sobre el tema: "más allá de la personalidad de base en que se asienta este tipo de reacción -dice-, es evidente que las condiciones de insalubridad que propician algunos sectores de la sociedad tienen gran incidencia. Las presiones ejercidas por los modelos actuales, la amenaza y concreción de acciones destructivas, la problemática de pertenencia o marginalidad y otros tantos factores condicionantes han logrado su objetivo de convertir al hombre en un sujeto temeroso".

Los estudios epidemiológicos, aporta por su parte Gargoloff, revelan que los trastornos de ansiedad, como grupo de enfermedades mentales, son los más frecuentes (casi el 29% de población los presentarán a lo largo de la vida). Las estimaciones muestran que entre éstas, las fobias específicas y las fobias sociales son las más usuales, con algo más del 12% cada una.

"También las fobias son las enfermedades del adulto de inicio más precoz -destaca el especialista-, comenzando la mayoría antes de los 14 años, aunque el diagnóstico se da muchos años después. Además, la fobia social habitualmente se asocia con otros trastornos mentales: alrededor de la mitad de los fóbicos sociales tienen otro trastorno de ansiedad y/o depresión y un 22% de los trastorno bipolares presentan fobia social en algún momento de sus vidas".

Lo que dice el psiquiatra encaja en la historia de Daniel A., un platense de 42 años que padece trastorno obsesivo compulsivo, estrés psicosomático y fobia social. Todo comenzó el día que Daniel cumplió diez años, a fines de la década del setenta. Esa tarde escuchó un tiroteo cerca de su casa que lo dejó paralizado. No era la primera vez que le pasaba, pero esta vez el pánico le mantuvo los ojos abiertos toda la noche. Aquel día no hubo festejo de cumpleaños. Y a partir de ese momento, recuerda ahora, el temor no lo abandonaría nunca más. Daniel estaba convencido de que tenía que estar alerta: en su casa, en la escuela, en cualquier lado. Y cuando el miedo volvía a aparecer, lo único que podía hacer era quedarse quieto y contar en silencio. Si estaba en su casa contaba las luces de una araña que colgaba del techo, y si estaba en la calle se quedaba petrificado y empezaba a contar las tejas de las casas vecinas. Una, dos, infinitas veces. Contar era lo único que alejaba los fantasmas. Su vida se hizo así más retraída y solitaria. Terminó a duras penas el colegio secundario y no pudo seguir la Universidad ni un empleo en Obras Públicas que le permitía ganarse la vida.

"No pude concretar ningún proyecto -dice Daniel-. Ni casarme ni tener hijos. Nada. La fobia que siento hace que uno se vuelva más tenso y agresivo con el entorno. Me cuesta relacionarme. Me cuesta mostrarme...ahora mismo me cuesta decir lo que estoy diciendo..."

Desde el Fobia Club se habla de "cadenas asociativas". Y cuentan el caso de alguien que no podía tomar un colectivo porque pasaba cerca del cementerio. Con sólo ver el micro sentía náuseas, mareos, taquicardia. En los consultorios locales, en tanto, se asegura que de cada diez pacientes que se atienden un 35 por ciento lo hace por fobias específicas. Y recurren a una frase popular: "El que se quema con leche ve una vaca y llora", lo que demuestra que, en líneas generales, estas fobias surgen en la infancia, están latentes y en algún momento de la vida se desencadenan. ¿Cuánto hay de componente emocional y cuánto de aspecto puramente químico? Tal vez una cosa en realidad nunca quite a la otra, y el factor químico no sea más que una reacción sólo motorizada por el costado emocional. ¿Es posible pensarlo así?

"En realidad siempre es un misterio", dice Estela con un leve dejo de resignación. De esos tiempos en los que su hijo sufría horrores por el temor a contagiarse alguna enfermedad, a ella sólo le quedan los recuerdos y el sabor amargo de saber que, aunque controlada, la pelea es algo que se debe seguir dando todos los días. Su hijo ya no se lava las manos compulsivamente como años atrás. Tampoco le pone lavandina a cualquier cosa por miedo a contraer cólera. Pero Estela rememora lo pasado y sabe que no es tan fácil de pisar: "Ahora está mejor -dice-, pero con las cuestiones de la cabeza uno nunca sabe. Si los profesionales que estudian el tema todavía no lo tienen claro, menos lo va a tener una madre que descubrió la enfermedad por el sufrimiento de su hijo".

El que no puede estar solo en espacios abiertos, el que debe contar en silencio varias veces para no desmayarse si mucha gente lo está mirando o el que le tiene fobia a determinados micros. Todas manifestaciones de un drama que, aunque poco conocido o explicable, se repiten en cientos de personas que, mal o bien, tienen una historia para contar.

¿A usted nunca le pasó?