ANSIEDAD


Cómo prevenir, detectar y curar este mal en alza.

Dicen los psicólogos que es una de las enfermedades que más crecen en el mundo. La preocupación constante por los problemas diarios puede amargarnos la vida pero, afortunadamente, tiene cura.

Dicen los expertos que vivimos en un mundo cada vez más necesitado de seguridad emocional. Es posible que los recientes sucesos históricos, el devenir postmoderno de la historia humana nos hayan arrojado a un escenario de creciente sensación de vulnerabilidad, de sospecha permanente. O, quizás, simplemente se trate de una percepción aberrante propia de ciudadanos occidentales con sus necesidades básicas más que cubiertas y demasiado preocupados por mantener su estabilidad. Pero lo cierto es que ahora, más que nunca, corremos el riesgo de caer en ese estado de preocupación crónica que conocemos como ansiedad.

Casi todos hemos padecido sus síntomas alguna vez. Nos desvelamos de madrugada preocupados por los estudios de nuestros hijos, por la tarea que nos queda por terminar en el trabajo, por la salud de nuestros padres, por el derrotero que está tomando nuestra vida sexual, por el bienestar de la pareja.. De nada nos sirve que al día siguiente las cosas sigan marchando igual de tranquilas que el anterior, ni que nos consuelen haciéndonos ver que nuestros padecimientos no tienen fundamento. ¿Es que acaso no se da cuenta el resto del mundo de la cantidad de peligros que amenazan al hombre y a la mujer de hoy? ¿Es que nadie puede hacer algo más que darnos una palmadita en el hombro y tratar de decirnos que no pasa nada?

Sí, sí pasa algo: ocurre que estamos siendo presa de la ansiedad, el más galopante de los males emocionales que, cuando se convierte en enfermedad, produce trastornos que afectan al 15% de la población mundial.





Es una emoción natural y universal.

En realidad, la ansiedad no es más que una emoción natural, similar a la alegría, el miedo, la tristeza y la ira. En palabras de Héctor González Ordi, psicólogo de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, “malo sería si careciéramos de esta emoción que cumple un papel supervivencial claro”. Todas las personas experimentan capacidad de reaccionar con ansiedad ante determinados estímulos externos. En concreto, esta emoción se desencadena cuando consideramos que algún peligro del entorno nos amenaza directamente. De hecho, las reacciones fisiológicas y motoras propias de este estado emocional (cambio en la tasa cardíaca, en la tasa respiratoria y en la sudoración, tensión muscular, tensión digestiva, hiperactividad, movimientos bruscos y repetitivos, tendencia a la huida o la evitación…) son comunes a muchas especies animales. El individuo amenazado empieza su defensa situando el cuerpo y la mente en estado de prevención.

“El problema aparece –comenta González Ordi- cuando este estado aumenta en intensidad, frecuencia y duración, empieza a ser incapacitante para el individuo y éste deja de controlarlo.” Es decir, cuando se cronifica situando al sujeto en una sensación permanente de temor y alerta. Es entonces cuando nos encontramos ante un trastorno de la ansiedad, un mal muy común que se manifiesta en una gran variedad de síndromes –hasta 13-, desde los trastornos del pánico a las fobias, pasando por el síndrome de estrés postraumático o el conocido como trastorno generalizado de ansiedad.

La ansiedad patológica está en la base del miedo a hablar en público, de la fobia a las arañas, del pánico a volar, de los trastornos obsesivo-compulsivos, de la agorafobia o de las crisis de angustia, entre otros padecimientos.

A veces, existe una causa aparente para la patología. Por ejemplo, se sabe que casi dos terceras partes de la población estadounidense piensa hoy todavía con angustía en los ataques del 11 de septiembre varias veces a la semana. En otras ocasiones, sencillamente no acertamos a saber cuál es la causa de que nos sintamos permanentemente acongojados.




Heredamos el modo de reaccionar.

En realidad no existe sólo un factor desencadenante del mal. Los orígenes son variados en incluyen causas ambientales, genéticas, conductuales y neuroquímicas. “El modo en que reaccionamos ante una determinada señal de peligro se define, en parte, por la herencia genética”, explica Daniel Weinberger, del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos. El programa de nuestros genes puede hacernos más o menos propensos a sufrir ataques de ansiedad pero, según Weinberger, “este trastorno es demasiado complejo para reducirlo a un solo factor biológico”.

Este neurólogo ha descubierto mediante Resonancia Magnética Funcional que existen personas predispuestas genéticamente a una mayor actividad en la región cerebral de la amígdala cuando observan fotografías de rostros amenazantes. En concreto, estos individuos son portadores de una versión corta del gen que codifica para la proteína transportadora de la serotonina, un neurotransmisor muy relacionado, entre otras cosas, con el estado de ánimo. Esta proteína, conocida como 5HTT, actúa en la membrana celular promoviendo la recaptación del neurotransmisor. El responsable de su codificación es un gen localizado en el segmento q12 del cromosoma 17. El gran polimorfismo de algunas de las regiones de este gen sería el responsable de entre un 7 y un 10% de la varianza genética de la ansiedad.





Un sesgo peligroso en la personalidad.

Pero los genes no son los únicos responsables de nuestra predisposición al mal. Héctor González nos recuerda que “existen aspectos cognitivos fácilmente identificables en la génesis de la ansiedad. Por ejemplo, se ha detectado en pacientes propensos al mal lo que los psicólogos llamamos sesgo atencional e interpretativo. Estas personas tienden a atender más a estímulos amenazantes que a estímulos tranquilizadores y a interpretar como peligrosas algunas señales que para el resto de los mortales parecen ambiguas”. En este sentido, la ansiedad sería también una consecuencia de nuestra personalidad, de nuestra forma de entender el mundo que nos rodea y tendría grandes dosis de conducta aprendida.


Más allá de esto, no puede hablarse de factores de riesgo evidentes ante este mal. Se sabe, eso sí, que es una patología que afecta más a las mujeres que a los hombres, entre otras cosas porque ellas también presentan un mayor grado de actividad de la ansiedad como emoción positiva.

Específicamente, las últimas investigaciones parecen apuntar a determinadas situaciones, profesiones o conductas que producen altos grados de ansiedad. En el IV Congreso Internacional sobre Ansiedad y Estrés (…), merecieron especial atención algunos tipos de ansiedad en efervescente crecimiento. El bournout o “síndrome de estar quemado” es un tipo de ansiedad crónica que generalmente suele conocerse bajo el nombre de “estrés laboral” y que afecta al 28% de los trabajadores de la Unión Europea.

Otro ambiente de alto riesgo si nos atenemos a las conclusiones de esta reunión internacional es la escuela. Entre un 15 y un 25% de los estudiantes en los distintos niveles educativos experimentan altas reacciones de ansiedad ante los exámenes que afectan negativamente en su rendimiento.

Por último se ha hecho también especial hincapié en el aumento de la prevalencia de la ansiedad provocada por situaciones contemporáneas como el desplazamiento de refugiados, el maltrato doméstico, la falta de hogar, las catástrofes naturales o el terrorismo.





Mujeres e hispanos agobiados en Nueva York.

Precisamente, un estudio del Centro de Estudios Epidemiológicos de Nueva York ha puesto de manifiesto una escalada en el número de atendidos por trastornos de estrés postraumático desde el 11 de septiembre de 2001. Los segmentos de población más vulnerables a este síndrome han resultado ser las mujeres, los hispanos y las personas de bajo apoyo social.





35 millones de envases de fármacos en un año.

En cualquier caso, es importante destacar que este mal es generalizado y que puede afectar a cualquier persona sea cual fuere su profesión o su estrato social. Según la Organización Mundial de la Salud, la ansiedad es la primera causa mundial de demanda de consulta a especialistas de salud mental, por encima de trastornos como la depresión y del consumo de sustancias adictivas. En España, durante el año 2001 se consumieron 35 millones de envases de fármacos tranquilizantes y ansiolíticos mediante receta médica.

¿Tienen alguna esperanza estas personas de poder dejar algún día de acudir a la farmacia con una receta médica? Ciertamente, el tratamiento farmacológico contra la ansiedad es el más popular y sencillo, pero no parece el más eficaz. Es cierto que el uso de algunos antidepresivos se ha demostrado útil para paliar los efectos de la ansiedad patológica. Los conocidos como inhibidores de la recaptación de la serotonina (SSRI) han ofrecido excelentes resultados. Tal es el caso del Prozac del que algunos médicos opinan que es mejor ansiolítico que antidepresivo. Pero realmente no se ha descubierto por qué estos fármacos funcionan y sería un error pensar que la química es suficiente para superar la ansiedad.




Píldoras que van directamente al grano.

“La terapia farmacológica, por sí sola, no suele funcionar”, dice Héctor González desde la Universidad Complutense de Madrid. “Actúa sobre los síntomas, no sobre las causas”, asegura Samuel Lepastier, experto del Hospital Pitié-Salpêtrière de París. Por ello, la mejor estrategia terapeútica es la combinación de técnicas físicas con actuaciones psicológicas que tienden a reeducar la mente del paciente para que sepa afrontar mejor las situaciones amenazantes; con terapias que exponen progresivamente al individuo a la fuente de sus fobias y temores, o con técnicas de relajación.

Mientras tanto, la ciencia sigue avanzando en la creación de nuevos fármacos específicos más poderosos capaces de actuar en concreto sobre las variedades de receptores neuronales que intervienen en la creación de un estado permanente de angustia o de inhibir la actividad reguladora de ciertas partes de la amígdala cerebral.

No cabe duda de que la ansiedad es un mal en alza. Psicólogos y psiquiatras se han decidido a ponerle cerco.


fuente:Jorge Alcalde.
Muy Interesante nº 259


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De la mente al cuerpo.

Una de las consecuencias más temidas de los episodios de ansiedad crónica es lo que vulgarmente se llama somatización, es decir, la aparición de males físicos relacionados con el mal mental. Los psicólogos conocen con el nombre de “tríada de emociones negativas” al equipo que forman la ansiedad, la ira y la depresión. Todos los datos demuestran que la presencia de una o varias de estas emociones en grado patológico es un factor de riesgo para padecer multitud de enfermedades físicas entre las que destacan los trastornos cardiovasculares, síndromes digestivos como el colon irritable o la úlcera, trastornos respiratorios como el asma, males dermatológicos como la psoriasis o el eczema, cefaleas, dolores cervicales y disfunciones sexuales.

Está también documentado que un alto grado de ansiedad puede ser responsable de los casos de infertilidad atópica que afecta a algunas mujeres y que las angustia cronificada repercute de manera directa en la capacidad de afrontar el dolor y de asumir los efectos secundarios de ciertas medicaciones.

En resumen, podría decirse que padecer ansiedad patológica es un factor que pone en riesgo nuestra salud similar a otros más conocidos como la mala alimentación, el consumo de tabaco y el alcohol o la vida sedentaria.

Pero la relación contraria también es posible. Un tratamiento adecuado de la ansiedad puede conducir a una mejora de patologías concretas. Los pacientes de cáncer aceptan mejor la terapia y presentan mejores perspectivas de recuperación si se dejan asesorar psicológicamente para afrontar las situaciones ansiógenas de su tratamiento. La superación del dolor no sólo depende de una correcta aplicación de medicamentos sino de un adecuado apoyo reductor de la ansiedad. Incluso existe un interesante estudio llevado a cabo por el gabinete de psicología ElDOS de Alicante en el que se demuestra la utilidad del empleo de técnicas de hipnosis en programas de intervención cognitivo-conductuales para el alivio de la sintomatología de un mal tan esquivo y en alza como la fibromialgia, un cuadro de dolor articular crónico que afecta, sobre todo, a mujeres.



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ASÍ FUNCIONA LA ANSIEDAD.

La ansiedad es un estado provocado por la sucesión de estímulos y respuestas que afectan al cuerpo humano ante una situación de peligro. Ésta puede desencadenar dos tipos de reacción, una más larga y consciente y otra más corta y rápida.

A)El camino más corto.
En ciertas ocasiones, el cerebro necesita enviar una señal rápida de alerta al cuerpo. Ante determinados acontecimientos alarmantes, como el gruñido de un perro, el tálamo se salta todo el protocolo previo y manda un mensaje urgente a la amígdala, que se encarga de activar la respuesta inmediata. Antes de que lleguemos a ser conscientes del peligro, nuestro cuerpo ya está reaccionando para defenderse. Este tipo de tareas rápidas es responsable, por ejemplo, de que saltemos aterrados ante la visión de lo que creemos que es un serpiente antes de darnos cuenta de que en realidad se trata sólo de una rama tirada en el suelo.

B)El camino más largo
Después de activarse los mecanismos del miedo, el cerebro comienza a procesar la información de manera consciente. Parte de la información recibida del exterior no viaja directamente a la amígdala, sino que es procesada en el córtex, la capa exterior del cerebro. Allí se analizan los datos recibidos y se decide cómo y cuándo debe enviarse la señal de alarma a la amígdala para que ponga en marcha la reacción corporal. Es en ese momento cuando el olor, el color, el tacto y otros estímulos nos permiten calibrar el grado exacto de peligro que corremos.


1.-Información audiovisual.
Las imágenes y los sonidos son procesados en el tálamo. Esta estructura filtra la información y decide si se activa el circuito rápido de la amígdala o el análisis más sosegado del córtex.

2.-Olfato y tacto
Algunos estímulos, como el olfato y el tacto, tienen más propensión a saltarse el filtro del tálamo y estimular directamente la amígdala. Son responsables de respuestas más fuertes y primarias.

3.- Tálamo.
Es capaz de catalogar las imágenes según el tamaño, el color o la forma y los sonidos según su volumen y timbre para decidir el grado de peligro que sugiere una determinada señal.

4.-Córtex.
Gracias a él se produce el análisis consciente de todo aquello que vemos o escuchamos.

5.-Amígdala.
Esta pequeña estructura con forma de almendra es el centro de control de nuestras emociones y de las respuestas primarias.

6.-Núcleo basal de la estría Terminal.
Las últimas investigaciones demuestran que esta parte del cerebro prolonga el estado de alarma y es la responsable de la aparición de la ansiedad patológica.

7.-Locus ceruleus.
Al ser estimulado por la amígdala produce algunas sensaciones propias de la ansiedad, como el aumento del ritmo cardíaco, la subida de la tensión sanguínea y la dilatación de las pupilas.

8.-Hipocampo.
El centro de la memoria es vital para almacenar la información sensorial que sirve para interpretar los estados de alerta en relación con otros vividos anteriormente.



Se activa la hormona del estrés.
Las glándulas suprarrenales, siguiendo órdenes del hipotálamo y de la pituitaria, liberan grandes cantidades de cortisol, la hormona del estrés. Si se reciben dosis demasiado altas de esta hormona, la memoria queda afectada.

El corazón se acelera.
El sistema nervioso simpático, responsable del mantenimiento del ritmo cardíaco y respiratorio, se muestra hiperactivo. El pulso y la presión sanguínea aumentan y los pulmones se hiperventilan. Crece la sudoración.

Bajón digestivo.
Los recursos del cuerpo deben centrarse en identificar el peligro externo y producir una respuesta adecuada a él. Por eso, se reduce la actividad en otras funciones no directamente relacionadas con la alerta, como la digestión. A veces, se vacía el tracto digestivo de manera brusca provocando la defecación involuntaria o el vómito.


Máxima tensión.
Los sentidos se hiperactivan buscando cualquier mínimo estímulo que permita identificar el peligro. La adrenalina liberada sirve para tensar los músculos preparándolos para una posible reacción.



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CUANDO SE DESBOCA.

Éstos son algunos trastornos de la ansiedad conocidos

Ataques de pánico.
Qué es: Reacción de ansiedad muy intensa acompañada de falta de control sobre la misma e, incluso, de la sensación de que uno puede llegar a morir en dicho episodio. Suele ocurrir en situaciones que objetivamente no son amenazantes.
Qué no es: Una respuesta atemorizada a una amenaza concreta y real no puede catalogarse como ataque de pánico.
Síntomas: Palpitaciones, sacudidas del corazón, sudoración, temblores, sensación de ahogo, opresión o malestar torácico, inestabilidad, mareo, miedo a enfermar, parestesias, escalofríos, miedo a morir repentinamente.


Fobia.
Qué es: Estado de ansiedad producido por algunas situaciones específicas que se tienden constantemente a evitar, como montar en avión, ir al dentista, subir a un ascensor, acariciar a una cría de perro…
Qué no es: La aversión poderosa a determinadas situaciones, lugares o personas no es una fobia. Por ejemplo, se puede tener prevención al perro del vecino sin padecer fobia a los perros.
Síntomas: Búsqueda de excusas cada vez más rocambolescas para evitar el contacto con el objeto temido, temor constante ante la posibilidad de volver a encontrarse con él, consciencia de que el miedo es excesivo pero no es posible controlarlo, aparición de ansiedad espontánea con la mera mención o recuerdo del objeto de la fobia.


Trastorno obsesivo-compulsivo.
Qué es: persistencia de obsesiones en relación con la suciedad, la enfermedad, el desorden, etc. que el individuo tiende compulsivamente a evitar.
Qué no es: Un comportamiento escrupuloso no es una obsesión si no interfiere en la vida del sujeto.
Síntomas: Dedicación excesiva a evitar ciertos pensamientos, ansiedad constante, tendencia a limpiar, ordenar, confirmar que se ha apagado la llave del gas, llamar al colegio de los niños para preguntar por su estado…


Síndrome de estrés postraumático.
Qué es: Recuerdo constante de un acontecimiento traumático (un accidente, una violación, un robo…).
Qué no es: Cualquier estado de ansiedad posterior a un trauma deja de ser patológico si se supera pasado un tiempo prudencial.
Síntomas: Sueños vívidos sobre el acontecimiento traumático; irritabilidad; efectos físicos como sudoración, palpitaciones, arritmias, aumento de tensión arterial.. cuando se recuerda el suceso; tendencia a evitar lugares, personas, ropas,comidas u objetos relacionados directa o indirectamente con el trauma; problemas de insomnio, falta de apetito…


Ansiedad generalizada.
Qué es: Ansiedad intensa durante más de seis meses.
Qué no es: Preocupaciones ocasionales aunque sean duraderas.
Síntomas: Incapacidad para descansar, dificultad para concentrarse, pesadillas, tensión muscular, fatiga, irritabilidad, desconsuelo, pensamientos obsesivos…





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CINCO ESTRATEGIAS PARA CURARLA.


Tratamiento farmacológico.

Por sí solo no es suficiente para el tratamiento permanente de los trastornos de la ansiedad más graves , aunque resulta muy eficaz como complemento terapéutico sintomático. Los medicamentos más valiosos en este terreno son los llamados Inhibidores Selectivos de la Recaptación de la Serotonina (SSRI) entre los que destaca el Prozac. Se da la circunstancia de que estos fármacos son comúnmente utilizados como antidepresivos pero dan buenos resultados para el control de la ansiedad. Otros medicamentos se centran en la inhibición de la recaptación de un neurotransmisor diferente: la norepinefrina, secretada por la glándula suprarrenal.
Este tipo de medicamentos suele presentar efectos secundarios como sequedad de boca, fatiga o disfunciones eréctiles.


Técnicas psicofisiológicas.

Una de las manifestaciones de la ansiedad es la que afecta a la actividad motora. Los efectos del mal se dejan notar en la aparición de movimientos repetitivos, la tensión muscular, el nerviosismo, los estados de evitación, etc. Las técnicas de activación y reducción psicofisiológica son la mejor estrategia para reducir estos síntomas. Las más utilizadas son el entrenamiento de relajación muscular progresiva de Jacobson y el entrenamiento autógeno de Schultz. Algunos autores también emplean técnicas de hipnosis para conseguir estos mismos fines. El propósito es dotar al paciente de mecanismos de relajación poderosos para afrontar las situaciones de ansiedad más comunes. Es importante advertir que, en este punto, no suelen ser eficaces las técnicas de autoayuda, las cintas de relajación, el yoga o las estrategias caseras que, si bien producen efectos relajantes, no tienen validez para superar estados de ansiedad crónica.


Terapia conductual.

Algunos trastornos de la ansiedad producen en el paciente la constante evitación de situaciones, objetos, personas o animales que les provocan malestar. Es el caso de las fobias. El psicólogo puede ayudar a superar estos estados mediante la exposición gradual al propio agente ansiógeno. Es importante que este tipo de terapias las realice un profesional reconocido porque su mala aplicación puede aumentar la sensación de ansiedad y multiplicar las consecuencias de la fobia. En el caso de las fobias sociales, esta técnica puede aplicarse junto a la enseñanza de herramientas básicas de comportamiento en público.


Terapia cognitiva.

En lugar de exponer al paciente a las mismas situaciones que le producen el mal para acostumbrarle a ellas, la terapia cognitiva enseña al enfermo a usar el poder de su mente para superar los eventos ansiógenos. Se trata fundamentalmente de enseñarle a pensar adecuadamente, a enfrentarse de manera correcta a las amenazas del entorno, a valorar el riesgo de cada situación cotidiana y a reconocer los recursos con los que cuenta la mente para superarlo. El objetivo es educar al cerebro para que el sujeto reconfigure su visión del mundo y elabore una visión más realista y sosegada de los obstáculos y peligros a los que nos tenemos que enfrentarnos en el devenir de nuestras vidas. En algunos casos, la gravedad del trastorno es tal que se exige una combinación de este tipo de terapias cognitivas con técnicas de modificación conductual.


Prevención.

Muchos psicólogos consideran que la ansiedad puede prevenirse mediante la modificación de los hábitos de conducta. Practicar ejercicio, cuidar la alimentación, llevar una correcta higiene del sueño, ordenar adecuadamente las tareas, conocer las prioridades vitales, crear una red de apoyo social suficiente, dejarse ayudar, tener aficiones relajantes, dejar tiempo para el ocio cada día o buscar actividades que supongan un refuerzo emocional cotidiano entre el frenesí de la vida laboral son algunos trucos útiles que pueden ayudar a mantener el fantasma de la ansiedad un poco más alejado. Los expertos han llegado a pedir que estos hábitos se enseñen en las escuelas como método preventivo