La ley suprema de la Obsesión es: Siembra y cosecharás. Cuida tus pensamientos. .porque se volverán palabras Cuida tus palabras... porque se volverán actos Cuida tus actos. porque se harán costumbre Cuida tus costumbres… .porque forjarán tu carácter Cuida tu carácter… .porque formará tu destino Y tu destino será tu vida. ” Nuestras dudas son traidoras y a menudo nos hacen perder las cosas buenas que pudiéramos conseguir. ”
relato de Mafddita.
Esta crónica me la publicaron en El País de los Estudiantes
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fuente:Mafddita.
imagen:fantasy:http://fotos0.mundofotos.net/2009/12_01_2009/fantasy1231783278/la-muchacha-del-flequillo.jpg
Diana cerró el grifo, se secó las manos y fue a la cocina. La casa estaba en silencio, sus padres dormían. Abrió el frigorífico y bebió agua, luego volvió al baño y se lavó las manos de nuevo. Iba ya para su habitación cuando volvió a la cocina para cerciorarse de haber apagado la luz y haber cerrado la nevera.
Luego fue al cuarto de baño y puso la mano repetidas veces debajo del grifo para comprobar que estuviese cerrada. Secó el interruptor con el pijama, o más bien, restregó el pijama ya que estaba seco. Por fin volvió a la cama. Sintió la necesidad de volver a comprobar todo, pero se contuvo, estaba cansada. Una angustia tremenda la invadió por dentro y algo en su mente le decía que seguía teniendo las manos sucias, pero no quería volver, así que cogió de su cajón un paquete de toallitas y se refregó una en las manos.
Le escocían, las tenías agrietadas. El agua le hacía las heridas. Cada vez más. Sin embargo ella no podía dejar de mojárselas. A veces le decían que era muy escrupulosa pero no era cierto. A ella no le importaba beber de una botella vieja, o mancharse…no. A ella le preocupaba manchar, manchar a alguien.
Intentaba dormir cuando otro mensaje le invadió la mente. El cuarto estaba desordenado. Su parte juiciosa se lo negaba, todo estaba en orden. Su parte enferma le repetía lo desordenado que estaba todo. Si enferma, estaba enferma. No le dolía nada, no tenía nada roto, salvo quizá los nervios, pero estaba enferma. Hacía tiempo que lo sospechaba, pero ya estaba diagnosticada. Tenía TOC. Trastorno Obsesivo Compulsivo. ¿Y por qué? Cuestión de genética o por falta de serotonina en el cerebro…Nada relacionado con algo que ella hubiese hecho.
Diana ahogo un grito mordiéndose el brazo, tan difícil era. Quería por una vez en su vida acostarse y dormir, sin obsesiones, tranquila.
Para olvidarse de todo comenzó a inventarse una historia, una historia de hadas en la que ella era la protagonista, una historia sin pensamientos retorcidos, una historia…
Y con estos pensamientos en la mente y un par de lágrimas recorriéndole la cara se quedó dormida.
Tranquilidad… tranquilidad hasta el día siguiente si tenía la suerte de no despertase en toda la noche.
cababa de salir el sol cuando Natalia se despertó por quinta vez esa noche, el lado de derecho de su cama ya estaba vacío. Miró el reloj. Las seis y media. Se preguntó dónde estaría Andrés, que siempre era el último en levantarse. Y aunque deseaba quedarse rezagada un poco más en la cama se levantó dispuesta a comenzar su jornada. Lo primero que hizo fue acercarse al cuarto de Diana. Estaba profundamente dormida. Se acerco a ella y la acarició, noto humedad en la almohada.
- Hija mía, ¿ya te has pasado la noche llorando? – Murmuró- No te preocupes pequeña, todo saldrá bien. Todo va a cambiar. Pequeña.
Pensó en la serenidad de su faz dormida, en lo tranquila que estaría en ese momento su pequeña, le dolió en lo más hondo de su alma el saber que debía despertarla al cabo de una hora.
- Natalia, cariño, ¿qué haces?- Su marido la llamaba desde la puerta.
- Ya voy Andrés, estaba comprobando que Diana estuviese bien. ¿Dónde estabas?
Andrés le contestó mientras bajaban a la cocina que había salido a hacer un poco de deporte porque no se podía dormir.
- ¿Tú crees que ella nos va a ayudar?- le interrumpió su mujer.
- ¿Quién? ¿La psicóloga?
- Sí, ¿podrá curar a Diana?
- Claro que sí, Natalia, que tu hija no tiene una enfermedad irreversible.
- También es tu hija.
- Bueno, pues nuestra hija.
Natalia iba a darle un beso cuando escucho un grito proveniente del segundo piso. Los dos salieron corriendo.
Natalia llegó primero a la habitación de su hija, esta estaba en la cama llorando desesperadamente.
- Diana, ¿qué te ocurre? Cariño
- Mamá me odio, me odio, me odio…Lo he matado, he matado a un niño.
Diana se tiraba del pelo mientras decía esto. Su padre le sujeto las manos mientras su madre la tranquilizaba.
- No cielo, no has matado a nadie, ha sido solo un sueño.
No era la primera vez que le pasaba, Diana vivía obsesionada con los asesinatos. Hasta tal punto llegaba esta neurosis que no podía ver el telediario, pues se creía culpable de todas las muertes. Entre los brazos de sus padres Diana se tranquilizó y a las ocho menos cuarto ya estaba preparada para salir de casa.
- No te entretengas a la salida. Sabes que a las cuatro tenemos cita con la psicóloga- le advirtió Andrés.
- Está bien papá, pero al psiquiatra no quiero volver a verlo. Me da miedo.
- Ya hablaremos de eso – dijo su madre zanjando la discusión.- Que pases un buen día.
Diana sentía el frío penetrando en sus huesos a pesar de que estaba muy abrigada. Le dolía la espalda, la mochila pesaba muchísimo. Pero a pesar de todo no tenía ganas de llegar a clase. Temía el momento de entrar por la puerta de un lugar en el que tenía que cambiar su cara, fingir y contestar que estaba muy bien cuando le preguntasen como se encontraba. Lo único bueno que tenía el colegio era el poder estar con Javier, su mejor amigo. Sí Javier, un ser excepcional. Todos pensaban que eran novios pero sólo eran rumores. Eran amigos, muy buenos amigos, quizá algún día… No, Diana intentó quitárselo de la cabeza, nunca podrían ser más que amigos, sin embargo no podía de dejar de pensar en sus ojos verdes, grandes y profundos, en su voz suave y en su dulzura.
- Bueno ahora tenéis tiempo libre, podéis meteros en cualquier página, donde queráis- anunció Beatriz, la profesora de informática, quince minutos antes de finalizase la clase.
- Diana, el otro día, el psiquiatra al que fuiste…el doctor Gateo o como se llame…
- Galisteo, León Galisteo.
- Ese, te dijo como se llamaba tu enfermedad ¿no?
- Bueno, dijo que lo más probable es que tuviese TOC, pero que era pronto para saberlo. Pero, ¿Qué haces? No hagas eso Javi.
- -¿Qué? Sólo pongo TOC en el buscador, tendrás que estar informada, además…
- No Javi, no quiero, me da miedo.
- No te preocupes, yo estoy contigo, no dejaré que te pase nada. Dame la mano.
Y con una mano agarrada de Javi y con la otra en la barbilla, Diana observó como aparecía muchísimas entradas del tema. Javier dudó un poco, pero enseguida se decidió por una. La abrió y los dos se quedaron mirando fijamente la pantalla.
¿Qué es el trastorno obsesivo compulsivo?
Obsesiones. Son pensamientos perturbadores e irracionales -- ideas o impulsos no deseados que se generan repetidamente en la mente de la persona. Una y otra vez aparecen pensamientos molestos, por ejemplo "Mis manos están contaminadas; me las tengo que lavar"; "Creo que dejé la estufa encendida"; "Voy a lastimar a mi hijo." En cierto nivel, la persona sabe que estos pensamientos obsesivos son irracionales, pero en otro nivel teme que los pensamientos sean verdaderos y tratar de evitar esas ideas crea muchísima ansiedad.
Compulsiones. Son rituales repetitivos como lavarse las manos, contar, revisar, acumular o arreglar cosas. La persona repite estas acciones, quizá porque siente un alivio pasajero, pero no se siente satisfecha ni tiene la convicción de que ha concluido la acción. Las personas que sufren del trastorno obsesivo compulsivo sienten que deben realizar estos rituales o algo malo va a pasar.
En algún momento dado, la mayoría de las personas tienen pensamientos o comportamientos obsesivos. El trastorno obsesivo compulsivo ocurre cuando alguien siente obsesiones y compulsiones durante más de una hora todos los días, de una manera que interfiere con su vida.
El trastorno obsesivo compulsivo con frecuencia se describe como "la enfermedad de la duda." Los que lo sufren tienen "dudas patológicas" porque no pueden distinguir entre lo que es posible, lo que es probable y lo que no es probable que pase.
¿Cuánto tiempo dura el trastorno obsesivo compulsivo?
Este trastorno no desaparece por sí solo, así que es importante obtener tratamiento. Aunque de vez en cuando los síntomas se podrían volver menos severos, el trastorno obsesivo compulsivo es una enfermedad crónica. (…)
- Ya está bien, no quiero seguir leyendo.
Diana se levantó de su silla y salió dando un portazo del aula. Javier salió detrás de ella.
Natalia, Andrés y Diana llegaron al edifico. Era feo, feo y triste. Las ventanas tenían rejas. ¿Qué se creen que me voy a escapar?, pensó Diana mientras su padre llamaba al telefonillo, un segundo después la puerta se abrió y subieron unas escaleras. Arriba una mujer con una gran sonrisa y una bata blanca los saludó.
- Buenos días, ¿es la primera vez que vienen?
- Sí- contestó su madre- tenemos cita con Clara Martínez.
- OH sí, ya lo veo. ¿Cuál de las dos es Diana?
- Soy yo- murmuró
- Hola Diana, que guapa. ¿Cuántos años tienes?
- 15
- Oh, ¡qué bien! ¿Qué tal el cole?
Diana pensó en explicarle que ya no iba al cole, si no al instituto y que podía hablarle como había hablado un minuto antes a sus padres, que no tenía tres años. Pero se contuvo y respondió:
- Muy bien, gracias.
Doña Simpatía los acompañó a la sala de espera y les dijo que en unos minutos vendría por Diana. Ella estaba muy nerviosa, se golpeaba las manos y cada vez estaban más rojas. Estaba pensando en ir a lavárselas cuando Simphatic woman apareció de nuevo.
- Acompáñame, pequeña.
Diana miró a sus padres pidiendo una mirada o un gesto de apoyo, y no le defraudaron. Su madre le sonrío con una tremenda dulzura y su padre guiñó un ojo y levantó el pulgar como diciéndole que ella podía. Con más ánimo volvió la cabeza y la siguió. Subieron otra planta y torcieron a la derecha, allí había un despacho o una consulta o cómo se llamara eso.
- Sandra, aquí está Diana. Diana pasa.
- Gracias Paquita. Pasa, no muerdo.
Diana se quedó sorprendida, no era la vieja bruja que ella se había imaginado, en absoluto. No debía tener más de treinta años, aunque su cara era infantil, llena de inocencia. Su voz era dulce, muy dulce.
- Hola, yo soy Clara. ¿Qué tal estás? – Tranquila, no tengas miedo. No voy hacerte nada… y si lo intento solo tienes que gritar, jeje. Bueno, primero me vas a contestar a una preguntas ¿verdad?
Diana no dijo nada, solo la miró fijamente y espero que empezase. Por debajo de la mesa sus manos se estrujaban una contra otra.
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OBSESIONES Y ANGUSTIAS
OBSESIONES Y ANGUSTIAS
OBSESIONES Y ANGUSTIAS
Ignacio Larrañaga (El Arte de ser Feliz, Cap. 3)
Tú estás en tu habitación y, sin pedir permiso, entra en tu cuarto un enemigo y cierra la puerta. No puedes expulsar al intruso, ni tampoco puedes salir de tu habitación. Eso es la obsesión; es como tener que cohabitar con un ser extraño y molesto sin poder expulsarlo.
La persona que sufre de obsesión se siente dominada, se da cuenta de que la idea que le obsesiona es absurda, no tiene sentido, y de que se le ha instalado ahí sin motivo alguno. Pero, al mismo tiempo, se siente impotente para expulsarla y parece que, cuanto más se esfuerza por ahuyentarla, con más fuerza se le instala y se le fija.
La mayor desdicha que puede experimentar un hombre es la de sentirse interiormente vigilado por un gendarme, sin poder ser autónomo ni dueño de sí.
El pueblo, para manifestar la idea de obsesión, se expresa de la siguiente manera: “se le puso tal idea”. Aquella mujer vivió durante largos años cuidando solícitamente a su padre enfermo, después que éste murió, se le puso la idea de que no lo había cuidado con suficiente esmero mientras vivió. Ella tenía la conciencia clara de que este pensamiento era absurdo, pero no pudo eludir que la obsesión la dominara completamente.
Hay personas que, una vez acostadas, se les pone la idea de que no van a poder dormir esa noche. La idea les domina de tal manera que, efectivamente, no duermen.
Hay personas que cuando preparan el equipaje de un viaje abren la maleta cinco o seis veces para comprobar si metieron aquel objeto; personas que se levantan varias veces de la cama para comprobar si está bien cerrada la puerta; personas que pasan todo el día lavándose las manos una y otra vez… Se podrían multiplicar los ejemplos.
Existe la obsesión de la culpa, la del fracaso, la del miedo, la de la muerte, la de las diferentes manías.
Hay personas que son y están predispuestas a las obsesiones por su propia constitución genética. Basta que se les haga patente en su entorno un factor estimulante para que entren rápidamente en una crisis obsesiva.
El estado de obsesión depende también de los estados de ánimo: cuando un sujeto se halla en un estado altamente nervioso será presa de una crisis obsesiva mucho más fácilmente que cuando está relajado y tranquilo.
Hay tres cosas que andan danzando en una misma cuerda: la dispersión, la angustia y la obsesión. Ellas tres actúan entre sí como madres e hijas, como causa y efecto. Pero, muchas veces, no se sabe quién engendra a quién, quién es la madre y quién es la hija. Incluso sus funciones pueden ser alternadamente indistintas: la angustia genera obsesión, la obsesión, a su vez, engendra angustia y, de todas formas, la dispersión siempre engendra, o al menos favorece, ambos estados.
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Las obsesiones nacen casi siempre en un temible círculo vicioso: la vida agitada, las responsabilidades fuertes y un entorno vital estridente y subyugador.
Todo esto conduce a una desintegración de la unidad interior con una gran pérdida de energías, por lo que el cerebro tiene que acelerar la producción de energías con la consiguiente fatiga cerebral.
Esta fatiga cerebral deriva rápidamente en la fatiga mental. La fatiga mental, a su vez, no es otra cosa que debilidad mental. Y debilidad mental significa que todos los estímulos exteriores e interiores se te prenden y te dominan, y tú no puedes ser dueño de tus mundos interiores porque precisamente los pensamientos y las emociones más desagradables se apoderan y se instalan en ti, sin motivo ni razón, dominan sin contrapeso los mecanismos de tu libertad. Y aquello a lo que temes y a lo que resistes se te fija y te domina en la medida en que lo temes y te resistes.
Esto sucede porque los pensamientos obsesivos son más fuertes que tu mente que está muy débil. Y está débil tu mente porque tu cerebro está muy fatigado porque tiene que producir aceleradamente grandes cantidades de energías. Esto, a su vez, sucede porque necesitas reponer muchas energías debido a la dispersión y nerviosismo que hay en ti. Y, siendo la obsesión más fuerte que la mente, ésta acaba siendo derrotada por aquella. Y la mente, al sentirse dominada por la obsesión es incapaz de expulsarla, queda presa de una angustiosa ansiedad que deriva en una fatiga y una debilidad mentales cada vez mayores, y entonces la fuerza de la obsesión es mucho más considerable y te domina sin contrapeso.
Este es el infernal y temible círculo vicioso en el que, como dijimos, danzan al unísono la dispersión o nerviosismo, la angustia y la obsesión, llevando a muchas personas a agonías insufribles y abriéndose de esta manera las puertas al enemigo más peligroso: la obsesión.
¿Qué hacer? Ciertos fármacos, como los sedantes, pueden ayudar en situaciones de emergencia pero son simples lenitivos, no atacan la raíz del mal. Otras soluciones, como las drogas, alcohol u otras formas de evasión son puros engaños para empañar los ojos a fin de no ver al enemigo.
Pero el enemigo está dentro y hay que enfrentarlo con los ojos abiertos porque no hay manera de escaparse de uno mismo. Los remedios son de varias clases y están al alcance de todos, pero no tienen efectos instantáneos como los fármacos. Al contrario, exigen un paciente entrenamiento, producen una mejoría lenta, a veces con altibajos, pero una mejoría real porque aseguran el fortalecimiento mental.
El primer remedio consiste en no resistirse a la obsesión misma: todo lo que se resiste o se reprime, no sólo no se suprime sino que contraataca con mayor violencia. Resistirse mentalmente equivale a apretarse contra algo, y todo apretarse es angustiarse, sentirse angosto, apretado. La obsesión si se la dejara, dejaría de apretar y, simplemente y por sí misma, se esfumaría.
Repetimos: lo que se reprime, contraataca y domina. La represión aumenta, pues, el poder de la obsesión. Si se le dejara, ella misma iría perdiendo fuerza. Y dejar consiste en aceptar que ocurra aquello que se teme. Aceptar que no vas a dormir, aceptar que no vas a actuar brillantemente ante aquellas personas, aceptar que éstos o aquellos no te quieran, aceptar que hayan hablado mal de ti, no haber acertado en el proyecto… Sólo con este aceptar disminuirán muchas de tus obsesiones y algunas desaparecerán por completo.
* * * *
En segundo lugar, debes ir adquiriendo la capacidad de desligar la atención, de interrumpir a voluntad la actividad mental, desviando voluntariamente el curso del pensamiento y de las emociones.
Y eso se puede adquirir acostumbrándose a hacer el vacío mental, a suprimir momentáneamente la actividad pensante, a detener el motor de la mente. Con este vacío mental se ahorran muchas energías mentales; con este ahorro el cerebro, la mente descansa y se fortalece. De esta manera, tu mente llegará a ser más fuerte que tus obsesiones.
Y así, llegarás a ser capaz de ahuyentarlas de tus fronteras, alcanzando el pleno poder mental hasta llegar a ser tú el único árbitro de tus mundos. Para conseguir tan anhelados frutos necesitas dedicarte, sostenida y sistemáticamente, a la práctica intensiva de los ejercicios que encontrarás en el capítulo V. Los resultados irán viniendo lenta pero firmemente y, paulatinamente, irás logrando la tan deseada tranquilidad mental.
Las obsesiones, en algunos casos, desaparecerán completamente y quizá para siempre. Pero no les sucederá así a quienes por constitución genética son portadores de tendencias obsesivas. Éstos deberán permanecer atentos todo el tiempo porque en el momento en que se haga presente un estímulo exterior o les llegue una fuerte fatiga, pueden entrar, de nuevo, en crisis.
En resumen, la salvación no se te va a dar como un regalo de Navidad. Eres tu mismo quién debe salvarse a sí mismo. Y, recuerda, la libertad no es un don sino una conquista.
El arte de ser feliz. Paulinas. Lima, 2003
habia una vez...
Había una vez un hombre que padecía de un miedo absurdo, temía perderse entre los demás. Todo empezó una noche, en una fiesta de disfraces, cuando él era muy joven. Alguien había sacado una foto en la que aparecían en hilera todos los invitados. Pero al verla, él no se había podido reconocer. El hombre había elegido un disfraz de pirata, con un parche en el ojo y un pañuelo en la cabeza, pero muchos habían ido disfrazados de un modo similar. Su maquillaje consistía en un fuerte rubor en las mejillas y un poco de tizne simulando un bigote, pero disfraces que incluyeran bigotes y mofletes pintados había unos cuantos. Él se había divertido mucho en la fiesta, pero en la foto todos parecían estar muy divertidos. Finalmente recordó que al momento de la foto él estaba del brazo de una rubia, entonces intentó ubicarla por esa referencia; pero fue inútil: más de la mitad de las mujeres eran rubias y no pocas se mostraban en la foto del brazo de piratas.
El hombre quedó muy impactado por esta vivencia y, a causa de ello, durante años no asistió a ninguna reunión por temor a perderse de nuevo.
Pero un día se le ocurrió una solución: cualquiera fuera el evento, a partir de entonces, él se vestiría siempre de marrón. Camisa marrón, pantalón marrón, saco marrón, medias y zapatos marrones. “Si alguien saca una foto, siempre podré saber que el de marrón soy yo”, se dijo.
Con el paso del tiempo, nuestro héroe tuvo cientos de oportunidades para confirmar su astucia: al toparse con los espejos de las grandes tiendas, viéndose reflejado junto a otros que caminaban por allí, se repetía tranquilizador: “Yo soy el hombre de marrón”.
Durante el invierno que siguió, unos amigos le regalaron un pase para disfrutar de una tarde en una sala de baños de vapor. El hombre aceptó gustoso; nunca había estado en un sitio como ése y había escuchado de boca de sus amigos las ventajas de la ducha escocesa, del baño finlandés y del sauna aromático.
Llegó al lugar, le dieron dos toallones y lo invitaron a entrar en un pequeño box para desvestirse. El hombre se quitó el saco, el pantalón, el pullover, la camisa, los zapatos, las medias... y cuando estaba a punto de quitarse los calzoncillos, se miró al espejo y se paralizó. “Si me quito la última prenda, quedaré desnudo como los demás”, pensó. “¿Y si me pierdo? ¿Cómo podré identificarme si no cuento con esta referencia que tanto me ha servido?”
Durante más de un cuarto de hora se quedó en el box con su ropa interior puesta, dudando y pensando si debía irse... Y entonces se dio cuenta que, si bien no podía permanecer vestido, probablemente pudiera mantener alguna señal de identificación. Con mucho cuidado quitó una hebra del pulóver que traía y se la ató al dedo mayor de su pie derecho. “Debo recordar esto por si me pierdo: el que tiene la hebra marrón en el dedo soy yo”, se dijo.
Sereno ahora, con su credencial, se dedicó a disfrutar del vapor, los baños y un poco de natación, sin notar que entre idas y zambullidas la lana resbaló de su dedo y quedó flotando en el agua de la piscina. Otro hombre que nadaba cerca, al ver la hebra en el agua le comentó a su amigo: “Qué casualidad, éste es el color que siempre quiero describirle a mi esposa para que me teja una bufanda; me voy a llevar la hebra para que busque la lana del mismo color”. Y tomando la hebra que flotaba en el agua, viendo que no tenía dónde guardarla, se le ocurrió atársela en el dedo mayor del pie derecho.
Mientras tanto, el protagonista de esta historia había terminado de probar todas las opciones y llegaba a su box para vestirse. Entró confiado, pero al terminar de secarse, cuando se miró en el espejo, con horror advirtió que estaba totalmente desnudo y que no tenía la hebra en el pie. “Me perdí”, se dijo temblando, y salió a recorrer el lugar en busca de la hebra marrón que lo identificaba. Pocos minutos después, observando detenidamente en el piso, se encontró con el pie del otro hombre que llevaba el trozo de lana marrón en su dedo. Tímidamente se acercó a él y le dijo: “Disculpe señor. Yo sé quién es usted, ¿me podría decir quién soy yo?”
NO OLVIDEMOS NUNCA QUE SOMOS LAS MISMAS PERSONAS, QUE ERAMOS EL DIA ANTES DE QUE NOS ATACASE EL TOC. SEAN CUALES SEAN NUESTRAS OBSESIONES, NOSOTROS NO SOMOS EL TOC NO LO ALIMENTEMOS, Y POCO A POCO SE HARA MAS PEQUEÑO HASTA SER UNA PEQUEÑA MOLESTIA,EN NUESTRO DIA A DIA.
fuente:jorge bucay
cuento toc El bello verano I
Al día siguiente de volver de Inglaterra, Pablo quedó con Iván en la cafetería de siempre. Por algún motivo, solían pasar chicas guapísimas por aquella plaza. Se alegró al descubrir que eso no había cambiado. Iba reencontrándose poco a poco con todas aquellas sensaciones que, hacía un tiempo, habían formado parte de su rutina: el reflejo del sol sobre la mesa metálica, los niños correteando, las madres chillando, el Rimel de la camarera rumana, las conversaciones con Iván. Los mismos temas, con otras caras. Iván le habló de una chica nueva, pero parecía la misma historia de siempre y Pablo no sabía qué decirle, ni si valía la pena empañar su ilusión. Ni tampoco sabía qué contarle. Buscó alguna anécdota de su primer año de profesor de instituto en Nottingham, algo gracioso, simpático. Acabó hablándole de las notas que habían sacado sus alumnos de A level y del intercambio que estaba organizando para el curso siguiente. A Iván le costaba mantener la atención y a él mismo le costaba interesarse por lo que estaba diciendo. Era más fácil preguntarle por amigos comunes o escucharle contar anécdotas de la universidad, por donde Pablo no pasaba desde hacía dos años. fuente: papagayo desplumado |