embarazo, medicacion, y toc


El Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) es una enfermedad crónica incapacitante con profundas implicaciones para el funcionamiento social. El treinta por ciento de todos los pacientes con TOC muestran una mejora insuficiente con el tratamiento “state-of-the-art”. Se investigaron distintas opciones de tratamiento convencional y tratamiento alternativo para esta población.

Además de los inhibidores selectivos de la reabsorción de serotonina (ISRS) y la terapia cognitiva de conducta, las mono-terapias alternativas, las estrategias de aumento de los ISRS con una variedad de fármacos y la terapia electro-convulsiva han mostrado resultados en casos individuales, pero no se ha encontrado evidencia concluyente en pruebas controladas con placebo. Algunos estudios investigan la neurocirugía para el TOC refractario, sin embargo, la mayoría de estos estudios tienen defectos metodológicos.

Algunos enfoques novedosos actualmente bajo investigación han mostrado efectos prometedores para la resistencia al tratamiento en pacientes con TOC. Estos incluyen el aumento de los ISRS con antipsicóticos atípicos y la estimulación cerebral profunda crónica, una nueva técnica quirúrgica. Serán necesarias pruebas controladas con placebo- para ambas opciones de tratamiento para confirmar hallazgos preliminares.

Una mujer embarazada puede preguntarse si los medicamentos antidepresivos, como el Zoloft y Prozac, son dañinos para el bebé o ella misma. No existen respuestas simples. Cada mujer y su proveedor de cuidado de salud deben trabajar juntos para tomar la mejor decisión para ella y su bebé. Los medicamentos que se usan para tratar la depresión tienen ambos riesgos y beneficios.

Es desafiante estudiar y entender los riesgos de cualquier medicamento para una mujer embarazada. Durante el embarazo, dos pacientes – la madre y el feto – están expuestos al medicamento. Los medicamentos que son seguros para una mujer a veces pueden ser peligrosos para un feto. Por esta razón, los científicos no han estudiado muchos los medicamentos durante el embarazo.

No es ético realizar pruebas de medicamentos en una mujer embarazada, porque no se sabe cómo puede afectar al feto. Los investigadores obtienen la mayoría de la información al estudiar medicamentos que han sido aprobados por mujeres que no están embarazadas y que son tomados por mujeres embarazadas. Muchas veces estas mujeres no saben que están embarazadas.

Algunos medicamentos se han usado por muchos años sin señales obvias de riesgos serios para el bebé. Sin embargo, algunos científicos han reportado que algunos antidepresivos pueden tener riesgos mayores. Los SSRI son un grupo más reciente de medicamentos que los TCA. Los científicos continuan estudiándolos.

Los estudios han demostrado claramente que las mujeres no embarazadas y tienen depresión, corren un riesgo mayor de desarrollar la enfermedad de nuevo si paran de tomar sus medicamentos. Sin embargo, contamos con menos información para las mujeres embarazadas.

Estas son algunas de las cosas que los estudios han demostrado:

Un estudio en el 2006 encontró que las mujeres embarazadas con depresión mayor tienen más probabilidades de enfermarse de nuevo durante el embarazo si paran de tomar sus medicamentos. Una mujer con depresión puede tener dificultad al cuidarse durante el embarazo. Esto puede poner en peligro la salud del feto.

Muchos estudios no han encontrado una relación entre los antidepresivos y malformaciones serias en recién nacidos. Pero en el 2005, la Admininstración de Alimentos y Drogas de los EE.UU. (FDA por sus siglas en inglés) publicó una advertencia sobre el uso de Paxil (paroxetina) a base de varios estudios. La advertencia dice que el tomar este medicamento durante los primeros tres meses de embarazo puede aumentar el riesgo de defectos de nacimiento, en particular los defectos del corazón. Los científicos aún no tienen suficiente información como para llegar a una conclusión firme. El Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos (ACOG) recomienda que las mujeres embarazadas o las mujeres planeando un embarazo eviten el uso de Paxil, si es posible. Otros tipos de tratamiento para la depresión pueden ser mejores opciones.

Algunos bebés nacidos de mujeres que toman los antidepresivos del grupo SSRI muestran signos de “abstinencia”. Por ejemplo, estos bebés pueden tener problemas respiratorios o de alimentación. Sus movimientos pueden ser repentinos. Algunos pueden tener convulsiones. Los profesionales de salud que cuidan de los bebés recién nacidos están al tanto de estos riesgos y pueden proveer tratamiento. Es importante que el profesional de salud del bebé sepa con anticipación que la madre ha tomado antidepresivos durante el embarazo.
Los bebés expuestos a los SSRI tarde en el embarazo (después de las 20 semanas) tienen más probabilidades de tener hipertensión persistente pulmonaria (PPHN). Esto es una condición grave, pero rara, del corazón y los pulmones. No se han realizado suficiente estudios para saber con certeza si los SSRI causan esta condición. Se necesitan más estudios.
Algunos investigadores han estudiado los hijos cuyas madres tomaron antidepresivos. Ellos no han encontrado una relación a problemas serios del lenguaje, comportamiento o inteligencia.

Algunos estudios han demostrado una relación entre los antidepresivos y el nacimiento prematuro.

St. John’s Wort y otros remedios herbarios:

St. John’s Wort es una hierba que algunas personas usan para tratar la depresión. De acuerdo al Centro Nacional para la Medicina Complementaria y Alternativa, algunos estudios han demostrado que St. John’ Wort es útil para tratar la depresión leve a moderada. Otros estudios han demostrado que no ayuda a mejorar un tipo mayor de depresión.

Los productos herbarios, como el St. John’s Wort, varían en potencia y calidad de producto a producto. Se necesitan más estudios para saber si St. John’s Wort es útil y seguro para tratar la depresión en mujeres embarazadas.

Importante: Se conoce muy poco acerca de los efectos de St. John’s Wort en el feto. No tome esta hierba u otros productos herbarios sin antes consultar a su médico.

Investigadores de EE.UU. y Japón hallan una mutación genética que causa el trastorno obsesivo-compulsivo



Investigadores de EE.UU. y Japón hallan una mutación genética que causa el trastorno obsesivo-compulsivo

Este logro podría facilitar el hallazgo de tratamientos adecuados contra esta enfermedad mental

Investigadores de Estados Unidos y Japón aseguran haber descubierto una mutación genética que causa el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), una enfermedad mental ubicada entre las 10 causas principales de discapacidad en el mundo. Esta mutación también causa otras enfermedades mentales y los científicos dijeron que algunos pacientes tenían una segunda mutación que empeoraba su condición.

Este hallazgo podría facilitar el descubrimiento de tratamientos adecuados para el trastorno obsesivo-compulsivo, según Norio Ozaki, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Salud Fujita, en Toyoake, y sus colegas de varias instituciones estadounidenses -entre ellas la Universidad de Pittsburgh y la de Yale- que trabajaron en el estudio publicado en la revista "Molecular Psychiatry".

Los científicos explican que el llamado gen transportador de serotonina humana (hSERT) ayuda a controlar la manera en que el cuerpo utiliza el neurotransmisor serotonina, una sustancia química vinculada con el estado anímico. Algunos fármacos para combatir la ansiedad, así como los antidepresivos actúan sobre la serotonina, pero los investigadores dijeron que a los pacientes con las mutaciones en el gen hSERT no les ayudaban estos medicamentos.

Los investigadores analizaron el ADN de 170 personas, entre ellas 30 pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo, 30 con trastornos de la alimentación como anorexia y otros 30 con trastorno emotivo estacional, que puede causar depresión y otros síntomas en los meses de invierno. Asimismo, observaron el ADN de 80 personas sanas, para comparar.

El equipo de expertos descubrió una mutación específica en el gen hSERT en dos pacientes con TOC y sus familias, pero no en otros pacientes. Ante tan rara mutación, los investigadores barajaron la posibilidad de que también se hallara en otras familias con TOC y padecimientos relacionados.

Así, entrevistaron a parientes de pacientes y hallaron que seis de siete personas con la mutación tenían el trastorno obsesivo-compulsivo, y algunos tenían anorexia, síndrome de Asperger -que es una forma de autismo-, fobia social o abusaban del consumo de alcohol.

testimonio de Hax




Yo fui diagnosticado de TOC aproximadamente un año y medio o dos. Previamente había sufrido sus síntomas durante un año. La medicación que tomo no es la solución, por supuesto, pero es necesaria. La pastillita es un simple bastón para estar un pelín mejor e ir aprendiendo varias cosas fundamentales de esta enfermedad. La primera de ellas es que suele ser crónica en la mayoría de los casos. Por eso mismo, mejor dejar de preocuparse por la recuperación total y centrarse en pasar lo mejor posible el día a día. Ese es otro aspecto fundamental: no echemos por tierra un día por haber sufrido un episodio o dos. Al principio, cuando todo el día es un auténtico infierno, es difícil ver este punto positivo. La ayuda psiquiátrica y, sobre todo, la voluntad diaria del enfermo, nuestra voluntad, conseguirá que poco a poco, muy poco a poco, los momentos de vida normal diaria sean más numerosos que los momentos de dominio del TOC. Incluso la persona se llega a sentir extraña cuando esto sucede: aunque parezca increíble, echa de menos su TOC y vuelve a sumergirse en él por esa simple e ilógica razón. Por otro lado, no hay que fiarse: cuando parece verse la luz al final del túnel, llega un nuevo brote que puede dejarnos otra vez deprimidos y defraudados. No importa, se empieza de nuevo a vivir y a recuperarse y ya está. Esto último es muy importante, quizás la clave para aprender a convivir con la enfermedad para el resto de nuestra vida. No hay que dejar de hacer lo que tenemos que hacer aunque eso implique tener que relacionarnos con quienes son el objeto de nuestro TOC. Es decir, si tu obsesión es que vas a matar a tus padres, no dejes de estar junto a ellos, de hacer cosas junto a ellos, dedícales incluso más caricias, más mimos, más besos, vete al cine, a cenar, no sé... Tu TOC y el sentimiento de culpabilidad tratará de echar por tierra todo eso. No importa, tarde o temprano se irá diluyendo esa sensación y esos pensamientos y, sobre todo, nadie te podrá quitar ya esos minutos de cariño que quizás nunca les hubieras ofrecido si no hubieses tenido TOC, por ejemplo. Tenemos un arma que ningún TOC puede vencer: Siempre podemos empezar de nuevo y luchar otra vez para estar mejor. Además de no evitar el objeto del TOC, otro consejo que a mi me funciona es tratar de ocupar el tiempo con cosas que te gustan: cocinar, tocar un instrumento musical, pintar, pasear al aire libre, juntarse con amigos, ver TV o lo que sea que nos distraiga de la obsesión permanente. Creo que también es importante tener muy claro que lo único que consigue el TOC es angustiarnos, provocar una emoción muy intensa que parece que no va a terminar nunca, pero la angustia se pasa antes o después y seguro que nos sentiremos mucho mejor al cabo de un rato. En ese sentido, creo que debemos tomarnos a nosotros mismos como yonkies o como adictos a nuestra propia obsesión. Solemos tomar grandes dosis de ella para hallar un gran consuelo y satisfacción cuando se pasa y nos damos cuenta de lo absurdo de nuestros pensamientos. Es un rollo CASTIGO - RECOMPENSA. Yo lo que he hecho es quitar la recompensa de esa dinámica, no el castigo. De ese modo, me suelo castigar menos ya que no obtengo recompensa. Es decir, si uno piensa que no quiere a su mujer, lo mejor es no tratar de luchar contra ese pensamiento diciéndose que es mentira o que se vaya de su cabeza. Eso sólo provoca más dolor. Es costoso pero hay que dejar ese pensamiento ahí, en la cabeza, sin más, y seguir leyendo el periódico, trabajando o conduciendo. Luego, cuando menos te lo esperas, descubres que aquello era una gilipollez y sigues adelante. No hay que fiarse nunca de los estados de euforia que suelen derivarse del clímax del TOC.
Bueno, estos son mis modestos consejos, pero siempre, siempre, acudan antes a un especialista acreditado y de confianza, a un psiquiatra o a un psicólogo del sistema de salud o privado, que a un internauta. Si crees que puedes estar enfermo, acércate a ellos, pregunta y, sobre todo, confia. El TOC posiblemente vaya a acompañarte toda la vida, pero si lo miras bien, puede hacer que te conozcas muy bien a ti mismo y espolearte para hacer todo aquello que nunca te atreviste a hacer.
Saludos, suerte y mucha, mucha, mucha, mucha paciencia!
fuente:Hax
blogs.clarin.com/tengotoc

Cuando las obsesiones asoman


Cuando las obsesiones asoman

Todos tenemos una manía o un temor oculto latente en nuestras vidas.
Algo simple para los demás, que si afecta a nuestra vida normal puede
llegar a ser una enfermedad desesperante


La definición científica de manía se refiere a ésta como fase de euforia
de un paciente depresivo bipolar, algo que en palabras más comunes
podemos explicar como una patología grave que incapacita en gran
medida a la persona que la padece.


No todas las manías tienen por qué desembocar en una enfermedad. En
España, por ejemplo, se da una media de una persona por cada dos mil
habitantes.

Una obsesión es algo inocuo que tenemos todos. No obstante, hay que
saber distinguir entre la conducta obsesiva que caracteriza a los sujetos
perfeccionistas, detallistas e hiperresponsables, de la de los pacientes
psiquiátricos, aquellos que necesitan la ayuda de los profesionales para
superar sus obsesiones.

Los trabajadores con personalidad obsesiva son muy valorados
profesionalmente, poseen gran sentido del deber, no dejan nada para
mañana, se llevan trabajo a casa... Su conducta rígida les hace
vulnerables a la depresión y a la ansiedad.


La Conducta Compulsiva

La conducta compulsiva, en cambio, es un mecanismo de defensa
contra la angustia. La persona que siente angustia frente a algo la
combate mediante la repetición.

Es frecuente ver a las personas compulsivas repitiendo gestos o
acciones para despejar las dudas sobre aquello que les angustia. Otra
defensa es la comprobación. El sujeto debe comprobar que aquello que
le preocupa no ha ocurrido, y así busca grifos o puertas abiertas.

Estas defensas se pueden volver contra uno mismo generando una
ansiedad continua que afecta a los hábitos de las personas y que de no
ser controlada degenera en una nueva obsesión.



Conscientes de lo absurdo de su comportamiento, a los individuos se les
produce una inestabilidad emocional tal, que incluso pueden llegar a
sentirse aterrados ante cosas que nunca han llegado a ocurrir.

En algunos casos, las ideas obsesivas se manifiestan como los
pensamientos más nefastos y contrapuestos a la moral y el deseo de
aquel que los padece.

Entonces, aparecen en la mente del sujeto imágenes desagradables en
las que daña o es dañado por las personas que quiere, o si, por
ejemplo, es una persona religiosa, verá imágenes de vírgenes o santos
con características obscenas...


Como combatirlo

Como tratamiento a esta patología se
ofrece la psicoterapia, y diversos
fármacos relacionados con la serotonina,
principalmente la clomipramida.

En casos de gravedad máxima se puede
llegar incluso a la neurocirugía, efectuando una operación que consiste
en hacer pequeñas lesiones en determinadas regiones del sistema
nervioso de aquellas personas a las que ninguna otra terapia les ha
resultado efectiva.

Por último, como medicina preventiva para evitar la depresión causada
por los trastornos obsesivos compulsivos es conveniente:

Evadirse o controlar el estrés

Evitar la soledad. Tener al menos dos confidentes a los que poder
relatar problemas cotidianos

Dar paseos y hacer ejercicio al aire libre

Regular los ritmos vitales. Acostarse siempre a la misma hora para
regular los ritmos vitales

Mi obsesión por enumerar las cosas




La escritora argentina y varios miembros de su familia comparten una condición mental: no pueden pasar un segundo sin contar sus pasos, los objetos a su alrededor o las letras de las palabras. Así explica en qué consiste la Aritmomanía, una compulsión por buscar múltiplos de cinco en todas partes.

La noche de Navidad de 2002 fue una de esas raras ocasiones en que mis padres, mis tres hermanos y yo coincidimos en un mismo lugar. Ocurrió en Carlos Paz, un balneario de lago en Córdoba, en la casa de veraneo de la novia de mi hermano menor. A la hora del café, no sé por qué, me invadió un ánimo confesional.

—Desde hace años, creo que desde que era una nena —anuncié—, cuento los pasos, los escalones, las letras de las palabras que escribo con mi dedo pulgar sobre el índice, siempre buscando que el total sea cinco o múltiplo de cinco.

Mi madre puso cara de sorpresa, pero mi padre y mis hermanos me miraron con naturalidad. Dijo papá:

—Cuando voy por ruta, cuento las vacas que pastan en los campos y al llegar multiplico por cuatro: así obtengo el total de patas de vacas que vi. Cuando subo a un avión, cuento cuántos pelados hay a bordo; o cuántos tipos con bigote, depende.

Habló Mario, mi hermano mayor:

—Yo cuento los números de las patentes de los autos y los sumo, buscando que den múltiplo de 7. Si no da, paso a la siguiente patente.

Agregó Sergio, mi hermano del medio:

—Yo cuento los marcos de los cuadros, de las puertas, de las ventanas y, en general, todas las líneas rectas en las habitaciones.

Víctor, mi hermano menor, no contaba; solo escribía, como yo, palabras con su dedo pulgar sobre su índice y les mejoraba la caligrafía.

Le pregunté a mi papá qué número buscaba él, segura de que diría "cinco": yo creía haberlo elegido de niña porque era su número de la suerte. Para mi eterno estupor, dijo que buscaba el 19, que había sido siempre su número de la suerte.

Que 1 más 9 es 10 y 10 dividido 2 da 5 me pareció un pobre consuelo.

Quedé obsesionada: ¿qué era esa manía de contar? ¿Y cómo que la teníamos todos? A mi padre y mis hermanos no les pareció que hubiera nada que resolver. Pero yo me aboqué a la incógnita como un detective a un crimen.

Descubrí que la llaman aritmomanía, y que pocos diccionarios de salud mental le dan el lugar que se merece. Por ejemplo, en el prestigioso Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders ni figura. Aparece, sí en Wikipedia, aunque solo en la versión inglesa y muy brevemente: "La aritmomanía —traduzco— es un desorden mental que puede ser visto como una expresión de un desorden obsesivo-compulsivo. Quienes sufren este desorden sienten una fuerte necesidad de contar sus acciones o los objetos que los rodean (…) La aritmomanía a veces se desarrolla en un sistema complejo en el que el que la sufre asigna números o valores a la gente, a los objetos y a los hechos, para deducir su significado".

El número de "sufrientes" de este "desorden" —que no figura, hasta donde pude averiguar, en estadísticas— no parece, sin embargo, pequeño. En el sitio de consultas médicas online ByeDr.com, un hombre que se sentía impelido a contar la gente a su alrededor, las letras de las palabras, los escalones "y muchas otras cosas", preguntó si podían darle un medicamento que lo hiciera parar.

En un foro, un hombre llamado Joel explicó que contaba objetos geométricos desde que tenía uso de memoria y que nunca le pareció inusual hasta que se lo comentó a su atónita esposa. "No cuento realmente el número de objetos —se justificó—. Cuento los ángulos, los lados, las esquinas. No la suma". Contaba los ángulos de los carteles en la autopista: tenían cuatro lados y cuatro esquinas y cada lado tenía dos "terminales", los extremos de la línea. Así, contaba las terminales en cada ángulo (siempre 2). Recorría con la mente los cuatro lados del cartel contando de a dos terminales: 2, 4, 6, 8. "No es nada difícil, ¿verdad? Ahora imagínense hacer lo mismo con cada cartel de la autopista mientras manejan a 65 millas por hora. Y ahora imaginen aplicar este sistema de conteo a objetos tridimensionales. ¿Cuántas terminales se pueden contar? Y ahora imagínense que están en una habitación llena de azulejos de diferentes tamaños y formas".

Otra respuesta, del montón: "Desde hace años, cuento la suma de números en las patentes de los autos que pasan frente a mí, o los números de letras en los carteles, o la suma de los números de bancos de la iglesia. Esto no distrae mi mente de los pensamientos importantes".

Desde los Países Bajos, Antón contó su experiencia (¡y se robó mi número!): "Siempre conté los lados de los cuadrados. Tiene que dar 5, así que siempre hago un lado extra para que tenga 5 lados. Entiendan que siempre veo cuadrados por todas partes y tengo que hacer que los lados sean 5. También tengo la obsesión de NO contar cosas cuya suma da 6. Si algo da 6, tengo que hacer que dé 7 o más."

Con tono de alarma, Richard apuntó: "Mi necesidad de contar ha empeorado con la edad. TENGO que contar de a dos y no puedo parar hasta que llego a 100. Es extremadamente distractivo y perturba mi sentido de realidad. Creo que me estoy volviendo loco".

Y otro y otro y otro y otro…

Porque soy argentina y de clase media, fui al sitio en el que suelen terminar nuestras búsquedas: el diván del psicoanalista. En el capítulo sobre Obsesiones y Fobias de las Obras Completas de Sigmund Freud, encontré esta mención: "Una mujer había contraído la obsesión de contar las losas de la acera, los escalones, etc., y lo realizaba de continuo, presa de un ridículo estado de angustia (…) Había comenzado a contar para distraerse de sus ideas obsesivas (tentaciones), y lo había conseguido, pero quedado sustituida la obsesión primitiva por el impulso a contar."

¿Qué tipo de ideas obsesivas son reemplazadas por el impulso a contar? Llamé a algunos analistas que suelen consultar los medios pero ninguno supo decirme mucho más —los analistas serios, parece, no contestan en el vacío, sin conocer al del sujeto en cuestión—. ¿Tal vez quería hacer una cita y comenzar a tratarme? En otra época lo hubiera pensado, pero, al igual que un tercio de los porteños, soy una ex psicoanalizada (otro tercio todavía se psicoanaliza; el resto es psicoanalista), y mi experiencia lo desaconsejaba.

Mi primer analista era igualito a Freud: barba blanca, traje oscuro, pipa. Freudiano, por supuesto. Yo sentía que su interés por mí era genuino. Una noche, a las cuatro de la madrugada, me despertó el teléfono. Corrí a atender, esperando lo peor: una muerte, un accidente, un hospital de madrugada. Reconocí la voz entrecortada de mi analista. Acababa de encontrar un mensaje desesperado que mi (entonces) novio había dejado en su casa, y quería hablar con él. Le dije que se había ido dos horas antes, y que no sabía dónde estaba. Mi analista dijo que temía que cometiera una locura. Me pasé el resto de la noche llorando, imaginándolo hecho puré contra el pavimento. Al día siguiente, me enteré de que había pasado la noche recorriendo los bares de la ciudad. Había llamado a mi analista durante un intervalo de aburrimiento. Este me anunció que comenzaría a analizarlo a él también y pasé las siguientes dos sesiones tratando de sacarle a información sobre lo que él le contaba. Nunca fui a la tercera; me causaba demasiada ansiedad.

Volví a analizarme otras dos veces. Primero, durante ataques de pánico, con una mujer lacaniana. Era lo contrario de un freudiano traidor y me caía bien, pero con el tiempo noté que comprábamos en la misma casa de ropa; a veces, me parecía que se había puesto lo que había llevado yo en la sesión anterior. Escapé a Estados Unidos, donde los psicoanalistas existen solo en las películas y los chistes. Cinco años más tarde, en una crisis de angustia, elegí otra vez a un hombre, para no correr el riesgo de que me copiara la ropa, pero más joven que el freudiano. Se pasó las primeras sesiones hablando —casi no pude meter bocado— sobre las fantasías que los hombres que entrevistaba como periodista debían tener sobre mí. En la siguiente sesión, siguió con el tema: había decidido que el objeto de mi análisis (¿o el suyo

) debía ser ese. Sorprendí una mirada lasciva. Salí corriendo. Todavía le debo la sesión.

Alcancé a preguntarle sobre mi aritmomanía —antes de él, no la había descubierto—. Me respondió con una pregunta que desde entonces gira en mi cabeza como la clave del enigma: ¿por qué, de entre todos los números, el cinco?

En marzo de 2005, en Jerusalén, alguien me señaló que la Cábala y la interpretación mística de la Biblia judía se centran en los números. Consulté al rabino Guillermo Bronstein, de Lima, que sabe mucho sobre Biblia. Me preguntó cuáles eran los números de mi familia. Le dije: 19, 7, 5. "Son números muy emparentados en la tradición judía. El 5 y el 7 son los números de la plenitud. Los números impares resultan muy atractivos porque tienen un centro", sentenció. Cinco eran los libros de la Torá, explicó. El siete está por todos lados: los siete días de la creación del mundo, las siete plagas de Egipto... Diecinueve años es el ciclo astronómico del calendario hebreo; cada 19 años, los calendarios hebreo y gregoriano coinciden.

"Uno de los principios de la interpretación bíblica mística consiste en cambiar las letras por números, buscando un significado oculto -siguió—. La Cábala utiliza esos métodos para hacer decir al texto lo que éste no dice. La simplificación de que todo está en un libro da sensación de seguridad, de que todo encuentra sentido en una sola clave".

¿Y si la aritmomanía era eso: una forma de pensamiento mágico al que recurrimos algunos para darle un sentido a un mundo que no lo tiene? Volví, neuróticamente, a Freud y encontré una confirmación: "La idea que constituye la fobia y a la cual se encuentra asociado el miedo puede ser sustituida por otra idea o más bien por el procedimiento protector que parece aliviar al miedo".

Pero, ¿cómo era posible que tantos en mi familia hubiéramos sustituido el tan humano miedo existencial por una misma manía? En eso pensaba cuando, a bordo de un bus en el centro de Buenos Aires, vi a un niño de ocho años señalar excitado por la ventanilla: "¡Otro! ¡Van siete!" Su papá, sentado a su lado, lo felicitó: era el séptimo perro gris que contaban desde que el inicio del viaje. En un flashback inesperado, me volvió a la memoria un juego de mi infancia, que papá practicaba con nosotros cada vez que salíamos del pueblo perdido de la Patagonia en que vivíamos, por las rutas desiertas del Sur: debíamos detectar determinados números en las patentes de los automóviles a los que pasábamos. El que los encontraba era el ganador.

Feliz con mi descubrimiento, llegué enseguida a la conclusión de que cinco éramos los miembros de mi familia durante mi infancia (Víctor, el chiquito, nació cuando yo tenía 10 años). O cinco eran los dedos de la mano, lo mismo daba. (¿O tal vez no era cinco el número secreto? ¿Y si era otro, dudé. Pero sigo contando de a cinco).

A los pocos días llevé a mi sobrino José, de cuatro años, primogénito de mi hermano mayor, a una sala de juegos de un centro comercial. Cuando bajamos al estacionamiento, vi que musitaba algo y me agaché a escucharlo. "Uno, dos, tres, cuatro, cinco…". Pregunté qué contaba. "Eso", señaló. Levanté la mirada y descubrí las letras de un cartel luminoso.


fuente: GRACIELA MOCHKOFSKY
revista soho

la ultima leccion

yo tuve esta obsesion por mas de 10 años. amatista


Durante quince años,todos los aspectos de la vida de libby estuvieron dominados por sus miedos. todo comenzó en la primavera de 1973.una mañana cuando se aprestaba a alimentar a sus cuatro hamsters, descubrió que uno habia muerto durante la noche. naturalmente se pregunto por que había muerto el animalito.
quizás murió enfermo de rabia pensó.si murió de rabia eso significa que todos los que jugaron con el pueden tener rabia muy pronto liby comenzó a creer que el cuarto de costura donde vivían los hamster estaba contaminado con los germenes de la rabia.debido a su temor,decidió que no debía tocarse nada de lo que había en el cuarto.para protegerse a si misma y a los demás trabo la puerta de esa habitación y no permitió que entrase nadie. al trabar la puerta,libby creyó que evitaba que la contaminación de la rabia se difundiese al resto de la casa y durante varios meses se olvido del problema.un día de comienzos de invierno mientras se hallaba preparando fuego en el salón,advirtió que la chimenea estaba obturada.luego descubrió que una ardilla muerta obstruía el conducto.rápidamente libby llego a la conclusión de que la ardilla murió de rabia. en consecuencia pensó que el salón estaba contaminado por la rabia a pesar de que la asistenta limpio y froto toda la estancia y los muebles a fondo no volvió a sentarse junto a la chimenea ni permitió que lo hiciera su marido.
pronto su temor a la rabia se extendió a todo animal ajeno a la casa.al principio,se negó a caminar por zonas boscosas por miedo a que algún mapache sentado en un árbol
encima de ella pudiese babear directamente encima de su boca entonces la saliva entraría en el torrente sanguíneo y ella contraería la rabia.
a continuación, sus temores se extendieron a parques,jardines e incluso a su propio gato.temía que el gato contrajese la rabia jugando fuera de casa al ser arañado por una ardilla, entonces el animal contraería la rabia que luego contagiaría a libby y a
su familia.por este motivo y con el corazón destrozado,tuvo que regalar a su gato.
el temor de libby llego a ser tan intenso, que hasta los días calurosos de verano llevaba medias y zapatos cuando salia a caminar.de ese modo sentía que se protegía
d los germenes de la rabia,impidiéndoles entrar en su cuerpo a través de eventuales arañazos en sus piernas.
este temor fue su preocupación básica durante diez años en 1983 a la madre de libby se le diagnostico un cáncer y entonces ella comenzó a obsesionarse con desarrollar esa enfermedad través del contacto con su progenitora...

fuente:venza sus obsesiones.
edna b.foa y reid wilson.
editorial robin book.

Más allá del miedo


El corazón se acelera. La respiración se agita, incontrolada, mientras que los músculos de todo el cuerpo se tensan. El sudor entra en escena, delator, acompañado de una súbita sequedad de boca. Los reflejos se agudizan y la atención aumenta. La inquietud vibra al son de los escalofríos. Así se siente el miedo. Una reacción de defensa, natural, necesaria para la supervivencia, que permite al ser humano alejarse de situaciones potencialmente peligrosas. Pero cuando el miedo hacia una situación, objeto o animal que no son una amenaza objetiva se torna irracional, se convierte en fobia, una limitación que altera notablemente la vida cotidiana.
Las fobias ocupan un puesto destacado dentro de los trastornos de la ansiedad. “Un día concreto, sin saber por qué, ante un estímulo como subir en ascensor, tienes una crisis de ansiedad. Piensas que cualquier día te puede volver a ocurrir, temes esa situación por aquello que te ha hecho sentir y, por lo tanto, la evitas. Esa actitud genera más miedo, y el problema se retroalimenta. Así, un hecho aparentemente casual puede limitar tu vida”, explica Josep Maria Farré, director del servicio de psiquiatría del Instituto Universitario Dexeus.
Según un estudio realizado por Farré y Lasheras en el 2004, hay tres clases de trastornos fóbicos: la fobia específica –que padecen entre un 10 y un 13% de los españoles–, la agorafobia –un 2,2% de la población española sufre un temor patológico a enfrentarse a espacios abiertos– y la menos conocida, la fobia social, el terror a hacer el ridículo en presencia de desconocidos, que afecta al 4% de los españoles.
La fobia específica abarca desde el miedo irracional a ciertos animales (10%) hasta el pánico a subirse a un avión (2,6%), pasando por la intolerancia a los dentistas (5%), a los espacios cerrados (4%), a la oscuridad (2,3%) y a la penetración (4%), entre otras cosas. “El origen de las fobias, en un alto porcentaje de los casos, es la vivencia de acontecimientos traumáticos”, afirma Farré. “El tratamiento es fundamental para conseguir una liberación completa del miedo, aunque sólo es necesario cuando la fobia supone realmente un elemento limitador en la vida del afectado”, remarca.
La persona que padece una fobia desarrolla un miedo muy intenso cuando está (o imagina estar) ante la situación que teme. Alejandra lo sabe bien. Hace seis años le diagnosticaron agorafobia, un infierno del que ha logrado escapar. El enfermo reconoce que su temor es desproporcionado, pero la respuesta fóbica es inmediata e incontrolable. “Tras 19 años trabajando de cara al público y llevando una vida independiente, caí en una depresión. Me encerré en mí misma, y al cabo de un tiempo comencé a evitar el contacto con mi entorno. Un buen día salí a la calle y comencé a temblar de tal manera que tuve que agarrarme a la primera farola que pude para no caer al suelo. Perdí el mundo de vista. Y comencé a no querer salir a la calle”, explica esta barcelonesa de 38 años.
La reacción de miedo es extrema, por lo que la persona evita a toda costa enfrentarse al objeto y la situación temidos. “Antes de decidir tratarme estuve un mes entero sin salir de casa”, explica Alejandra. “Más de una vez me había perdido en el supermercado. Me ahogaba, veía figuras borrosas que no sabía si iban o venían. Al verme, la gente se apartaba, creyendo que estaba drogada o borracha. Me sentía pequeñita, avergonzada”, relata.
El rechazo de la gente genera todavía más inseguridad, y el abismo con el exterior crece sin control. “Tuve que dejar el trabajo y me convertí en una persona dependiente, pues no podía salir de casa sola. Mi incapacidad para expresar lo que necesitaba y mi actitud distante fueron deteriorando las relaciones con mi entorno hasta hacerlas casi insostenibles, y era incapaz de enfrentarme al bullicio de la ciudad”, explica Alejandra.
Evitar la situación que genera miedo condiciona la vida del paciente, además de provocar que el círculo fóbico se perpetúe. “No enfrentarse al miedo provoca una disminución de la ansiedad a corto plazo, pero perpetúa el miedo a largo plazo, pues impide que la persona aprenda que la situación no es peligrosa y que es muy poco probable que sus predicciones ansiosas se conviertan en realidad”, explica Josep Maria Farré.
Las estadísticas sostienen las palabras de Farré, pero, a veces, el instinto se impone a la razón. “Cada vez que veía un pájaro me comenzaban a temblar las piernas y tenía que salir huyendo”, cuenta Juan, empresario de 29 años que padeció esta fobia cuando era chaval. “Puede parecer una nimiedad, pero ese miedo irracional me acarreó problemas… mis compañeros de colegio no lo entendían, y fui objeto de muchas burlas, pero una vez me diagnosticaron la fobia específica supe mucho mejor cómo enfrentarme a ella, ayudado por el tratamiento”, asegura.
La sanación viene de la mano del valor y la voluntad, pues el miedo se vence a través de la experiencia propia. “Ese es el objetivo del tratamiento: mediante diversas técnicas, lograr que el paciente se enfrente a su miedo para poder superarlo”, afirma Farré. “Las personas que sufren una fobia grave suelen sentirse muy incomprendidas y a la vez muy limitadas. Hay que ofrecerles la oportunidad de reinventarse a sí mismas, evolucionar marcando pautas para romper lasbarreras que impone el miedo”, recalca.

El doctor Antonio Bulbena, director del Instituto de Atención Psiquiátrica, Salud Mental y Adicciones del hospital del Mar y catedrático de Psiquiatría de la Universitat Autònoma de Barcelona, afirma que “para superar un miedo, hay que llegar a la acción”. “Pero la acción parece una meta tan inalcanzable a veces…”, suspira Carlos, un joven castaño de ojos huidizos que padece una fobia social. “Sé que mi miedo al ridículo es irracional, pero en una situación en la que me siento incómodo me paralizo por completo”, resume.
Esa forma de timidez extrema imposibilita las relaciones con las personas a su alrededor hasta el punto de limitar gravemente su vida. La fobia social genera dificultad para conectar con el otro desde el equilibrio. “El fóbico social o no habla o insulta y avasalla”, explica Bulbena. Se establece una relación con el otro basada en el exceso o en el defecto. En el caso de Carlos, en la relación con los demás prima un silencio incómodo y forzado. “La paralización de la que habla Carlos es fisiológica, realmente no puede hablar ni moverse, su cerebro inhabilita esas funciones”, explica Bulbena. Situaciones como hablar en público o realizar actividades cotidianas en presencia de los demás se tornan tareas titánicas para los fóbicos sociales.
El tratamiento básico de las fobias consiste en enfrentar al paciente a la situación que le produce miedo y ansiedad, además del apoyo que ofrece la farmacología. “Hay que ir de aquello que menos miedo da al paciente a aquello que más teme. Al principio, la ansiedad subirá, pero luego se estabilizará y bajará. La ansiedad no aumenta hasta niveles intolerables, sino que se estabiliza y disminuye más rápidamente de lo que uno podría esperar”, expone Farré. Es lo que este especialista en fobias acuñó como efecto termostato: si el paciente soporta la ansiedad el tiempo suficiente, comprobará que no pasa nada y su miedo desaparecerá poco a poco.
El primer reto de Alejandra fue salir a la calle y dar una vuelta a la manzana. “Al principio lo hacía acompañada, miraba al suelo, deseaba que terminase. Me faltaba el aire, me ardía el cuerpo entero, pensaba que la cabeza me iba a estallar... Pero fui ganando confianza hasta que pude hacerlo sola.”
Juan logró enfrentarse a una horda de palomas tras aprender varias técnicas de autocontrol y respiración y salió indemne del encuentro. “Volaban a mi alrededor, sentía que me ahogaba, quería salir huyendo de allí…, pero logré tomar distancia de mi sensación subjetiva de la realidad y, tras comprobar que no pasaba nada, comprendí que debía convivir con ello”, recuerda.
Carlos pasó su prueba de fuego cuando logró afrontar una primera cita. “Creí que me moría, aunque la medicación había hecho efecto y desaparecieron la lengua de trapo y la rigidez corporal. Fui aplicando las directrices de relajación tantas veces repetidas y pude mostrarme sin la pesada coraza que me acompañaba siempre. Fue increíble la sensación de poder compartirme, aunque a trompicones”, afirma.
Carlos habla despacio: “Para superar mis miedos he tenido que superarme a mí mismo, siempre seré un hombre tímido, pero día a día gano seguridad, crezco, evoluciono. Y, sobre todo, me río de mí mismo”.


Diez reglas de autocontrol
1 Lo que siente no es más que la exageración de las reacciones normales.
2 No es dañino ni peligroso. Nada peor puede pasar.
3 No añada pensamientos alarmantes.
4 Fíjese en lo que pasa ahora, no en lo que podría ocurrir.
5 Espere y deje que pase el temor. No luche contra él.
6 El temor se extinguirá por sí solo.
7 El miedo hay que afrontarlo, no evitarlo.
8 Piense en cómo ha progresado.
9 Cuando se sienta mejor, planee algo para hacer después.
10 Cuando esté listo, comience relajado
Fuente: departamento de psiquiatría del hospital de Sant Pau
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