El cerebro también miente


El cerebro también miente. Intenta recordar que desayunaste esta mañana. El lugar donde comiste, la secuencia de pasos que seguiste… Seguro que tienes en mente una imagen de la situación.

images1 El cerebro humano es la estructura más compleja que conocemos. Está formado por cien mil millones de neuronas interconectadas entre sí, que suponen la sede de memorias, sentimientos, percepciones, razonamientos, conciencia y el control de innumerables procesos fisiológicos. Cualquier pretensión de entender por completo su funcionamiento aún desborda a los científicos.

Pero, cuidado: aunque estemos programados para no dudar de la información que nos trasmite el cerebro, no siempre nos podemos fiar de él. En ocasiones también nos engaña. Algunas veces a consecuencia de una lesión —o porque, en el fondo, no es una máquina perfecta—, pero otras nos miente adrede, consciente de que su función última no es reproducir el mundo exactamente como es, sino sobrevivir. Y si considera que para ello debe inventarse recuerdos, o modificarlos, tener alucinaciones e interpretar lo que le dicen los sentidos de la forma que le conviene, nos engaña sin remordimientos.

No se fíe de la memoria

Intente recordarse desayunando esta mañana. El lugar donde comió, la secuencia de pasos que siguió… Seguro que tiene en mente una imagen de la situación. Pero analice esta imagen que «recuerda»: ¿está convencido de que coincide realmente con lo que sus ojos percibieron? ¿Está viendo una imagen global que le incluye realizando dichas acciones? ¿O lo que «recuerda» son primeros planos de la galleta mojándose, la mantequilla o la puerta de la nevera? Si se trata del primer caso —que es lo más probable—, no hay más remedio que aceptar que su cerebro se ha inventado descaradamente esa imagen, porque es imposible que se haya visto a sí mismo dentro de la secuencia, como si fuera una cámara colgada del techo. Y si su cerebro se lo ha imaginado, ¿quién le puede asegurar que así sucedió exactamente?

La idea de la memoria como fiel reflejo de lo sucedido está obsoleta. Somos conscientes de que olvidamos muchas cosas, pero generalmente asumimos que lo que recordamos es correcto. Nada más lejos de la realidad. Muchos de nuestros recuerdos son falsos o han sido modificados con el tiempo, influidos por nuestras vivencias, posteriores relatos de los hechos y, más que nada, por el deseo de que hubieran transcurrido de una forma determinada. Cuando vemos dos personas defendiendo versiones diferentes sobre una misma situación pasada, no es necesariamente que uno mienta, sino que sus memorias les traicionan hasta convencerles de que eso ocurrió como querían que ocurriera.

En Estados Unidos se han empezado a replantear casos legales cuyos veredictos se basaron en el testimonio de testigos oculares. Se ha demostrado que las víctimas, familiares indignados y testigos influenciados —sobre todo en situaciones violentas, de shock o con una carga emocional fuerte— exageran lo ocurrido y dan versiones de la realidad que no coinciden con otras pruebas más fidedignas.

Pero los engaños de la memoria van más lejos. A veces incluso confundimos hechos imaginados con reales. El neurólogo Oliver Sacks explica que cuando era pequeño, durante la II Guerra Mundial, cayeron dos bombas en su jardín. Años más tarde, mientras recordaba las dos explosiones con su hermano mayor, éste le dijo: «Pero tú no viste caer la segunda bomba», a lo que Sacks respondió: «¡Claro que sí! ¡Tengo la imagen grabada en mi mente!». Su hermano replicó: «No. Tú y yo estábamos dentro de casa cuando cayó la segunda bomba. Fue nuestro hermano pequeño el que la vio y vino enseguida a contárnoslo. Recuerdo que a ti te impresionó mucho». Oliver Sacks había reproducido esas imágenes en su cerebro y las guardó como si hubieran sido un hecho real. Lo mismo ocurre con personas que tienen alucinaciones, apariciones de seres o experiencias sobrenaturales. Como dice el neurocientífico Rodolfo Llinás, se activan las mismas áreas cerebrales al imaginar una manzana que al verla, e incluso asegura que algunos fragmentos de sueños se pueden incorporar a nuestra memoria como si fueran recuerdos de la vida real.

Pero hay algo que el cerebro sí se encarga de guardar con cierto rigor: las emociones que acompañan nuestras experiencias. No importa recordar qué comimos en un restaurante determinado —de hecho, lo olvidamos fácilmente—, pero cuando alguien nos pregunta si nos gustó, enseguida recordamos si era mediocre o malo, porque ésa es la información realmente útil para sobrevivir, el detalle específico de lo que comimos es indiferente. Lo mismo pasa con la relaciones personales: tenemos un grato recuerdo de un amigo, sin necesidad de una justificación racional. La brújula que en última instancia guía nuestras vidas y nos conduce a repetir una acción o evitarla es recordar si fue placentera o desagradable. Los humanos somos seres más emocionales que racionales.

Obsesiones cerebrales

Los engaños de los sentidos son quizá los que con menos reparo aceptamos. Todos hemos observado aquellas típicas imágenes de líneas que no parecen paralelas, pero en realidad sí los son, o figuras más o menos oscuras en función del fondo sobre el que estén. Incluso la Luna nos parece más grande y cercana cuando se encuentra en el horizonte, cerca de alguna referencia terrestre, que cuando está perdida en medio del cielo nocturno. Pero más allá de estas ilusiones ópticas, existen disfunciones en la percepción de la realidad mucho más sorprendentes. Una de las más chocantes es la llamada «visión ciega».

La padecen pacientes que, tras una lesión en el cerebro, han perdido una parte de su campo visual. Lo increíble es que si en esa zona se sitúa un objeto o punto de luz y se les fuerza a señalarlo, aunque repliquen que no ven nada, levantan el brazo y aciertan. Sus ojos sí que ven, lo que han perdido es la conciencia de ver.

Otro caso curioso es el síndrome de Capgras, en el que se rompen las conexiones entre el córtex visual y la zona del cerebro responsable de las emociones. Los afectados no pueden asociar emociones a imágenes y, por ejemplo, cuando se les muestra a sus padres los niegan y aseguran que se trata de impostores. Al no experimentar ninguna sensación de apego hacia ellos, deducen que se trata de otras personas físicamente muy parecidas.

La anasognosia es otra enfermedad todavía más pasmosa, ya que la negación se efectúa sobre uno mismo. Son pacientes que sufren una parálisis, pero durante un tiempo no la reconocen como tal. Son capaces de estar inválidos y asegurar que pueden caminar. O tener un brazo paralizado y negarlo. Si se les pide que hagan el nudo de su corbata, lo intentarán sin éxito, pero creyendo que están utilizando las dos manos. En realidad no están intentado engañarnos, es su propio cerebro el que les engaña a ellos.

Parecen casos absurdos, pero son reales y contrastados por muchos neurólogos. Quizás el que ha descrito estos trastornos de forma más divulgativa sea Oliver Sacks en su libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Allí describe cómo un paciente, después de un accidente, se cayó de la cama al intentar tirar su propia pierna porque estaba plenamente convencido de que no era suya. O el caso que da título a su libro: se trataba de otro paciente que percibía correctamente las formas, colores, texturas, pero no era capaz de relacionarlos en conjunto para darles un sentido global. Confundía objetos con formas parecidas, hasta que un día, justamente al salir de la consulta del médico, llegó a coger a su mujer de la cabeza confundiéndola con un sombrero.

Todos estos inverosímiles trastornos, lesiones y engaños cerebrales son para los neurólogos una herramienta muy útil con la que intentar ahondar en el conocimiento del cerebro, entender sus funciones y descifrar su naturaleza. Una tarea con un profundo impacto que se escapa del campo de la ciencia y penetra en el de las humanidades y filosofía. Llevamos miles de años haciéndonos preguntas sobre la mente humana, el origen de la conciencia, el libre albedrío, pero es desde hace poco que los neurocientíficos puede contribuir con sus investigaciones a abordar las respuestas.

Fuente: www.algarabia.com
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