Consejos para ser feliz (a ratos)

  • Cuatro expertos explican que es tan posible como trabajoso y efímero.
  • La obsesión de vivir instalados en la felicidad es más moda que realidad.

Es indefinible, como el amor o la edad de Sara Montiel. Ni se crea ni se destruye: se transforma como la energía o el rostro de Belén Esteban. Y es deseada, envidiada y protagonista de películas, novelas y canciones de Romina Power y Al Bano. Es, claro,proponemos un viaje para conocerla a través de 4 expertos.

Se busca

La buscamos como los borrachos buscan su casa: sabiendo que tenemos una, pero sin poder asegurar dónde está. Así es la felicidad: efímera, esquiva y reconocible. Dicen que ni siquiera se vive, sino que se recuerda, pero de algún modo se podrá encontrar. Para el psicólogo Paco Peñarrubia, una clave es no desear.

"Sin deseo no hay avidez", dice, "y se está menos expuesto a la frustración. Perseguir la felicidad conlleva una decepción inevitable: la vida también está hecha de sufrimiento. Creemos que la felicidad es un derecho, pero hay que entender y aceptar lo doloroso y asumir que nada durará para siempre. El amor, por ejemplo... Te hace feliz, pero termina trayendo desamor, infelicidad y pérdida. Lo importante es entregarse a la experiencia sabiendo que nada es del todo seguro".

El dinero no la da...

... pero ayuda a conseguirla. Eso al menos dicen algunos, pero no nuestros consultados. "Al viajar a lugares pobres", explica el psicólogo Javier Urra, "aprendemos a relativizar y a darnos cuenta de que nos quejamos por lo ínfimo. Debemos aprender a pensar en lo que tenemos: nos centramos más en lo que nos falta, y eso frustra".

La clave, fíjense qué palabras más anticuadas, podría estar en la espiritualidad o los principios. "Hay culturas", dice Peñarrubia, "donde los valores emocionales e internos se imponen a los materiales y externos, y eso hace sentir mejor: los valores materiales son difíciles de conseguir, excluyentes, y al no tenerlos terminas convertido en un paria".

Tener, tener y tener

Si es que nos han educado fatal. La publicidad nos convenció de que cuanto más tengamos, mejor. Los medios, igual: se es feliz al tener pareja, al estrenar casa, al volante de un cochazo.

Y nuestros progenitores, quizá, nos contaron muchos cuentos de hadas: "Al querer protegerlos", dice la escritora Alejandra Vallejo-Nájera, "muchos padres enseñaron a sus hijos que la vida es divertida y fácil. Pero está llena de reveses: por eso, el nivel de tolerancia ante la frustración ha bajado mucho, y se retrasa la edad de la madurez. Nuestros abuelos o padres sufrieron guerras, fueron privados de lo más esencial, vivieron una inseguridad absoluta que les hizo valorar más las cosas. El bienestar conquistado sabe mejor que el recibido y ya hecho".

Entonces, ¿mejor que nos vaya peor? Para Peñarrubia, no: "Pensar que la solución es volver a sufrir es una barbaridad, como lo es fantasear con que eliminaremos el sufrimiento de la existencia. Creer eso nos condena al descalabro, al nihilismo, a tirar con facilidad la toalla y perder la fe en la vida". Así que, según el filósofo Javier Sádaba, nos queda una doble vía de escape: la animal o la intelectual.

"Hay dos niveles para lograr la felicidad", dice Sádaba. "El primero es pasivo, animal: la buena música, el buen vino, los aspectos más epicúreos y gratos de la sociedad. Pero el más importante es el segundo camino: la conciencia satisfecha, la moral, el hacer lo que uno tiene que hacer para vivir a gusto consigo mismo". Dos caminos que habitan en todos y donde quizá pueda esconderse la frustración y, por antítesis, el secreto de la felicidad.

Hazte amigo de ti mismo

"Lo que más ayuda al bienestar", concluye Peñarrubia, "es hacerse amigo de uno mismo. Aunque solemos cifrar la felicidad y la infelicidad atendiendo a factores externos, la mayor fuente de desgracias es estar peleado con uno: enfrentar lo que queremos con lo que no tenemos, lo hedonista con lo ascético, el deseo con la culpa.

Todos tenemos en el interior subpersonajes
que andan peleados, y gran parte del trabajo de intentar ser feliz es presentarles, fomentar que se conozcan y pasen de ser enemigos a colaboradores. La felicidad es una palabra muy grande, pero si algo puede darnos bienestar es eso: no tener tanto éxito, amor o satisfacciones, sino simple y llanamente estar a gusto con uno mismo y llevarse bien".

Pues ya lo saben: en 2011 no sólo será feliz si les toca la lotería, consiguen empleo o encuentran al amor de su vida, que también. Lo será, al menos a ratos, si empiezan a contemplarse con distancia a sí mismos, trabajan para comprenderse y se llevan un poco mejor: ya habrá tiempo para pelearse con los otros.

De Epicteto a Woody Allen

Sabios de todas las épocas han tratado de definir la felicidad con un torrente de citas. El filósofo Epicteto explicó que "la felicidad no consiste en desear y gozar cosas, sino en no tenerlas porque eso es lo que nos hace ser libres".

Víctor Hugo afirmó que "la suprema felicidad de la vida es saberse amado por uno mismo o, más exactamente, a pesar de uno mismo", mientras que Goethe entendía que "todo se soporta en la vida, a excepción de mucha felicidad". Unamuno era realista ("Una de las ventajas de no ser feliz es que se puede desear la felicidad"); Jardiel Poncela, jocoso ("Hay dos maneras de conseguir la felicidad: una, hacerse el idiota"); y Woody Allen, sombrío: "La única manera de ser feliz es que te guste sufrir".
http://www.20minutos.es/noticia/917542/0/felicidad/amor/dinero/

la intencion paradojica

Introducción
Esta comunicación pretende resaltar algunos aspectos de lo que Víktor Frankl llama la “intención paradójica”, en especial de su vertiente no sólo terapéutica, sino también humorística.
Como es sabido, “logoterapia” quiere decir curación desde el espíritu. Y sólo el espíritu es capaz de conseguir el necesario “distanciamiento” de sí mismo, con el fin de objetivar los síntomas de la enfermedad (neurosis de ansiedad o neurosis obsesiva). De este modo se facilita al enfermo a situarse “por encima” de su miedo o angustia, cosa que sólo se logrará de verdad si sabe reírse de sí mismo, ponerse en ridículo él mismo (además de seguir la medicación precisa en cada caso).

Distanciarse de sí mismo mediante el buen humor

Sólo el espíritu es capaz de conseguir el necesario “distanciamiento” de sí mismo, con el fin de objetivar los síntomas de la enfermedad. De este modo se facilita al enfermo a situarse “por encima” de su miedo o angustia, cosa que sólo se logrará de verdad si sabe reírse de sí mismo, ponerse en ridículo él mismo.

Para Frankl, nada resulta tan eficaz para distanciarse de sí que el sentido del humor, porque el buen humor es una actitud que ayuda siempre a colocarse más allá de una situación concreta. Como subrayaba Allport, “el neurótico que aprende a reírse de sí mismo posiblemente está en el camino del control de sí mismo, y tal vez de su curación” (Frankl, 1998, p. 172).
Las obras de V. Frankl están llenas de ejemplos reales –algunos muy divertidos- sobre la aplicación de la intención paradójica. Basta con citar algunas, como “Logoterapia y análisis existencial”, (Frankl, 1994); “La psicoterapia al alcance de todos” (Frankl, 1995); “Psicoanálisis y existencialismo” (Frankl, 1997); “El hombre en busca de sentido” (Frankl, 1998), etc. A estas fuentes podemos acudir para hablar de la intención paradójica. Como narra en su autobiografía, Viktor Frankl comenzó a utilizar la intención paradójica en 1929, es decir, cuando sólo tenía 24 años de edad (Frankl, 1997, p. 66).

Dos casos ilustrativos
Dos ejemplos concretos pueden ilustrar bien qué sucede en la intención paradójica.
Primer caso. Un joven médico se dirige a Frankl porque sufre de una grave hidrofobia o temor a sudar excesivamente (Frankl, 1998). Un día dio la mano a un superior y comprueba que suda de forma llamativa. La siguiente vez, en una ocasión semejante, ya está esperando que aparezca la sudoración; y la misma angustia de espera le llega a provocar el sudor, “con lo que se cierra el círculo vicioso: la hiperhidrosis provoca la hidrofobia, y la hidrofobia fija la hiperhidrosis” (Frankl, 1994, p. 172).
A fin de cortar este círculo vicioso, Frankl aconseja al paciente que, si se presenta el caso -en espera ansiosa de una sudoración- se proponga incluso “sudar” mucho frente a la persona en cuestión. Una semana más tarde le informó de que cada vez que se encontraba con alguien que otros días desencadenaba su ansiedad anticipatoria, se decía para sus adentros: “Antes sólo sudaba un litro, pero ahora voy a sudar por lo menos diez: ¡este tipo se va a enterar de lo que es sudar!”. El resultado fue que, tras haber sufrido por su fobia durante años, ahora era capaz, con una sola sesión, de verse permanentemente libre de ella en el plazo de una sola semana.
Pocas semanas después de haber explicado esto en una de sus clases clínicas, Frankl recibe la carta de una de sus oyentes, una estudiante de medicina, que le cuenta lo siguiente (Frankl, 1994). Hasta ese momento ella había sufrido de una fobia de temblor. Le surgía siempre que el profesor de anatomía entraba en la sala de disección. Entonces empezaba a temblar. Tras escuchar en clase el caso del joven médico, había intentado aplicarse a sí misma esa terapia. Y cada vez que el profesor entraba para observar la disección, ella se proponía lo siguiente: “Pues voy a temblar muchísimo frente a él: ¡que vea lo bien que sé temblar!” (Frankl, 1995, p. 100). A continuación de esto, como le escribió a Frankl, tanto la fobia de temblor como el mismo temblor habían desaparecido de repente. “El deseo había sustituido al temor, el deseo saludable” (Frankl, 1994, p. 173).
Como se puede comprobar, este procedimiento consiste en darle la vuelta a la actitud del paciente, es decir, en que reemplace su temor por el deseo paradójico. “Mediante este tratamiento –afirma Frankl-, el viento se aleja de las velas de la ansiedad” (Frankl, 1998, p. 171).
Ahora bien, este método debe hacer uso de la capacidad específicamente humana del desprendimiento de sí mismo, inherente al sentido del humor. Como subraya Frankl en repetidas ocasiones, la capacidad básica para desprenderse de uno mismo se pone de manifiesto siempre que se aplica la técnica logoterapéutica denominada “intención paradójica”.

La logoterapia como técnica
Para entender lo que sucede cuando se utiliza esta técnica, se toma como punto de partida la ansiedad anticipatoria que suele darse en las personas que padecen neurosis. Esa ansiedad o temor origina precisamente aquello que el paciente teme. Por ejemplo, una persona que tiene miedo excesivo a ponerse colorada cuando entra en una gran sala y se encuentra con mucha gente, se ruborizará casi con seguridad (Frankl, 1998).

El paciente debe objetivar la neurosis y distanciarse de ella; debe apartarse en cuanto persona espiritual de esa neurosis que, como tal, es propia sólo del organismo psicofísico y no de lo espiritual en el hombre.

Por irónico que parezca, de la misma forma que el miedo hace que suceda lo que uno teme, una intención excesiva hace imposible lo que uno desea a la fuerza. Puede observarse esta intención exagerada, o “hiperintención” -como Frankl la denomina- especialmente en los casos de neurosis sexuales.
Además de la intención excesiva, existe otro factor importante: la atención excesiva o “hiperreflexión”, como se la denomina en logoterapia. Tal exceso de reflexión sobre sí mismo también puede producir enfermedad.
Pues bien, la logoterapia basa la técnica de la “intención paradójica” en que, por una parte el miedo hace que se produzca lo que se teme y por otra, el exceso de intención dificulta conseguir lo que se desea. Mediante la intención paradójica, se invita al paciente fóbico a que intente hacer precisamente aquello que teme, aunque sea sólo por un momento.
Como es lógico, Frankl subraya que la intención paradójica no es una panacea. Pero sí es un instrumento útil en el tratamiento de las situaciones obsesivas, compulsivas y fóbicas, especialmente en los casos en que subyace la ansiedad anticipatoria. Además, es un artilugio terapéutico con efectos a corto plazo “en un tiempo relativamente breve” (Frankl, 1997, p. 278).

La intención paradójica y el buen humor
Evidentemente, ese deseo paradójico no es definitivo, pues lo que importa es sólo tenerlo durante un momento. Pero, durante ese instante, el paciente se ríe al menos por dentro. Y esta risa, como cualquier buen humor, hace que el paciente se distancie de su neurosis y de los síntomas neuróticos.
Nada capacita tanto a una persona para crear distancia entre alguna cosa y él mismo como el buen humor. A través de él el paciente aprende a ironizar sobre sus síntomas neuróticos. Incluso podría suceder que el síntoma fóbico sea también la manifestación superficial de una angustia originaria profunda que se esconde en el interior de la persona, llegando hasta su existencia íntima. Sin embargo, la intención paradójica se muestra aquí como un medio excelente para una conversión más profunda y existencialmente radical, es decir: para el restablecimiento de una confianza originaria respecto a la existencia (Frankl, 1965).
El buen humor resulta así un arma excelente para que el paciente se distancie más de sí mismo. Por eso, a juicio de Frankl, “El humor merecería ser llamado un existencial. Igual que la preocupación (Sorge, M. Heidegger) y el amor (L. Binswanger)” (Frankl, 1994, p. 174).
Por eso, la intención paradójica “debería formularse tan humorísticamente como sea posible” (Frankl, 1988, p. 181), o como señala en otro lugar, “el paciente no sólo debe tener intenciones paradójicas, sino también formularlas de la manera más cómica posible” (Frankl, 1997, p. 278). Mediante el buen humor, el paciente aprende a mirar de frente a la angustia, a reírse de ella ante sus narices. Para ello es necesario coraje y saber aguantar el ridículo. Por otra parte, el propio médico no debe avergonzarse de representar delante del paciente lo que el enfermo debe decirse a sí mismo. Si el paciente sonríe ante los ejemplos del médico, se le puede responder así: “También usted se reirá cuando se diga a sí mismo todo esto, sonreirá y habrá ganado la partida” (Frankl, 1994, p. 174).
Para el psiquiatra vienés, “la intención paradójica es la logoterapia más auténtica” (Frankl, 1994, p. 174). El paciente debe objetivar la neurosis y distanciarse de ella; debe apartarse en cuanto persona espiritual de esa neurosis que, como tal, es propia sólo del organismo psicofísico y no de lo espiritual en el hombre. En todos los casos en que se realiza este antagonismo entre la persona espiritual y lo psicobiológico enfermizo de esa persona tiene lugar la logoterapia en el mejor sentido de la palabra.
En los párrafos siguientes recopilamos algunos ejemplos, recogidos por Frankl, de cómo se aplica la intención paradójica en logoterapia.

Distanciarse de sí mismo mediante el buen humor

La Logoterapia no considera al paciente como responsable de las ideas obsesivas mismas; pero sí lo responsabiliza la “actitud frente a sus ideas obsesivas”.

“Me desmayaré mil veces por la calle”
Una mujer estaba desde hacía once años en tratamiento. Acude entonces a la logoterapia. Resumiendo el cuadro clínico (Frankl, 1994), tiene palpitaciones, angustia y “un sentimiento parecido al colapso”. Después de las primeras palpitaciones y accesos de angustia, había surgido el miedo de que todo esto pudiese repetirse y, a continuación la paciente, tuvo de hecho las palpitaciones. En especial tenía “miedo a desmayarse o a tener un infarto en la calle”. El médico ordena entonces a la paciente que se diga a sí misma: “El corazón debe palpitar todavía mucho más. Trataré de desmayarme más veces en la calle”. Se señala a la paciente que, como entrenamiento, busque todas las situaciones que le resultan desagradables y que no las rehuya. Dos semanas después del ingreso, la paciente cuenta: “Me siento muy bien y apenas tengo palpitaciones. Los estados de angustia han desaparecido completamente”. Días más tarde, después de que la paciente había sido dada de alta, contó: “Si en alguna ocasión tengo palpitaciones, me digo a mí misma: ‘El corazón debe palpitar todavía más'. Y se acaban las palpitaciones” (Frankl, 1994, pp. 75-76).

“Me ensuciaré todo lo que pueda”
Otra paciente sufre de una neurosis obsesiva (Frankl, 1994). Los primeros síntomas aparecieron en una temprana infancia, es decir, la paciente no pudo “hacer nada lo suficientemente bien”. Sufre de un persistente sentimiento de suciedad y sólo toca lo absolutamente necesario. Tiene miedo a ensuciarse, a tener que lavarse y a no poder dejar de lavarse. Todo debe estar lo más ordenado posible. Por eso se encuentra agotada, muy deprimida y desesperada. Permanece siempre dentro de casa. “Ya nada me alegra”, dice. Según ella, la vida carece de sentido y de contenido. El médico que la trata le señala que ignore el sentimiento de estar sucia, es más: que lo ironice, proponiéndose ensuciarse todo lo más que pueda. Se le educa siempre más para que sea desordenada. Cuando ingresó, necesitaba 6 horas para lavarse y desvestirse, mientras que al tercer día del tratamiento, se aseó sólo durante 10 minutos por la mañana y durante otros 10 minutos por la noche. Al quinto día consigue reducir este tiempo a 5 minutos. Pronto la paciente empieza a ir al cine, está en casa únicamente 4 horas y sólo se lava una vez. Cuando se le da de alta se siente bien y después del alta está mejor que nunca. Al contrario de lo que hacía antes, va en el tranvía y... “ahora no me pongo los guantes, ¿eh?”.

“Aún me faltan muchos por matar”
Paciente de 23 años. Sufre desde los 17 de la idea obsesiva de que, al caminar por la calle, podría haber matado a alguien accidentalmente sin darse cuenta. Entonces tiene que volver varias veces atrás para cerciorarse de que no hay ninguna persona muerta en alguna parte del camino. Es tratada (intención paradójica) por la Dra. Niebauer. Se aconseja a la paciente que se diga a sí misma: “Ayer ya maté a 30, hoy solamente a 10, por tanto debo seguir andando rápidamente para cumplir a tiempo con la tasa de hoy”. Seis días después explica: “Tengo que decir que lo de la intención paradójica funciona, ya no tengo que mirar hacia atrás en absoluto. Con la idea obsesiva de que he matado a alguien me las entiendo bastante bien, ¡puedo evitarla!”. La Dra. Niebauer le pregunta: “¿Y cómo lo hace usted?”. La paciente: “Muy sencillo, cuando me asalta una de esas ideas obsesivas, me digo que tengo que continuar para cumplir mi tasa a tiempo, puesto que... ¡aún me faltan muchos por matar!. Pero entonces se va también la obsesión” (Frankl, 1994, p. 181).
En todas las obras de Frankl se pueden recoger múltiples aplicaciones de la intención paradójica. Por ejemplo, en casos de claustrofobia, agorafobia, tartamudez, etc. Incluso también en el deporte competitivo. En El hombre doliente, se cuenta cómo, durante unos campeonatos mundiales de fútbol, el entrenador del equipo austriaco emplea esta técnica; y también una saltadora de altura con record mundial; o un nadador, e incluso un paracaidista de élite (Frankl, 1990, pp. 54-56).

El mecanismo de la intención paradójica

La clave para curarse está en la trascendencia de uno mismo, en el olvido de sí y en centrarse en una misión que dé sentido, alegría y sabor a la vida.

Una terapia semejante no trata sólo los síntomas. Al contrario: no se preocupa mucho por el síntoma, sino que se dirige a la persona del paciente, a fin de que cambie su actitud frente al síntoma. Porque la logoterapia no considera al paciente como responsable de las ideas obsesivas mismas; pero sí lo responsabiliza la “actitud frente a sus ideas obsesivas” (Frankl, 1994, p. 182).
De ahí esta nítida afirmación de Frankl: “En la medida en que la logoterapia no se dirige precisamente al síntoma, sino que intenta provocar un cambio de actitud, una conversión personal frente al síntoma, ésta es una psicoterapia personalista auténtica” (Frankl, 1994, p. 182). Si los pacientes fóbicos logran intentar paradójicamente lo que temen, este modo de actuar ejerce una influencia sorprendentemente sobre ellos. En el mismo instante en que el paciente aprende a sustituir la angustia -aunque, por supuesto, sólo sea durante unos segundos- por la intención paradójica, quita fuerza a su temor. Finalmente, la angustia cede. En el siguiente esquema ofrecido por el psiquiatra vienés se ilustra esta paradoja (Frankl, 1994, p. 172):

Ignorarse por completo
En las neurosis de angustia se observa casi siempre lo siguiente: a la propia angustia de espera, se añade una obsesión de auto-observación; Esa obsesión es incluso lo más enmarañado del círculo vicioso, porque la persona enferma reflexiona demasiado sobre sí misma, en vez de olvidarse de sí.
En el Diario de un cura de aldea, de Bernanos, se encuentra esta bella sentencia, citada por Frankl: “Es más fácil de lo que se piensa el odiarse; la gracia consiste en saberse olvidar”. Y comenta: “Mucho más importante que menospreciarse a sí mismo o sobreestimarse sería el olvidarse completamente de sí mismo” (Frankl, 1965, p. 46).
No desarrollaremos aquí el tema de lo que en logoterapia se denomina “hiperreflexión” o exceso de reflexión sobre uno mismo. Apuntaremos sólo que, si la ansiedad anticipatoria se contraataca con la intención paradójica, la hiperreflexión debe combatirse con la “de-reflexión” o, en otras palabras, mediante el olvido de sí y la sana espontaneidad en la vida real, siempre llena de colores y de buen humor. Ahora bien, todo esto no resulta posible –insiste Frankl- “si no es a través de un cambio en la orientación del paciente hacia su vocación específica y su misión en la vida” (Frankl, 1998, p. 177).
No es el ensimismamiento del neurótico lo que puede romper la formación del círculo –concluye el psiquiatra vienés (Frankl, 1998)-; la clave para curarse está en la trascendencia de uno mismo, en el olvido de sí y en centrarse en una misión que dé sentido, alegría y sabor a la vida.
http://equipoagora.es/Humanizar-la-salud/Salud-y-humor.htm
BIBLIOGRAFÍA:
• Frankl, V. E. (1965), La idea psicológica del hombre. Madrid: Rialp.
• Frankl, V E. (1988), La voluntad de sentido”. Barcelona: Herder.
• Frankl, V. E. (1990), El hombre doliente. Barcelona: Herder.
• Frankl, V. E. (1994), Logoterapia y análisis existencial. Barcelona: Herder.
• Frankl, V. E. (1995), “La psicoterapia al alcance de todos. Barcelona: Herder.
• Frankl, V. E. (1997), Viktor Frankl Recollections. An Autobiography. New York: Plenum Press.
• Frankl, V. E. (1997), “Psicoanálisis y existencialismo. México: Fondo de Cultura Económica.
• Frankl, V. E. (1998), “El hombre en busca de sentido”. Barcelona: Herder.

Los psiquiatras no tenemos bolas (de cristal)



Nadie puede ver el futuro. Podemos hacer predicciones, cálculos más o menos aproximados, pero nadie puede ver el futuro. Nadie tiene bolas de cristal en su despacho.
Hace años, no podía decir a un paciente con esquizofrenia que con ponerse un inyectable una vez cada quince días se iba a evitar tener que tomar pastillas cada día. Tampoco podía decir a los padres de un paciente con síndrome de Down que la supervivencia era de 60 años y que tenía mayor riesgo de demencia. Ante las sorpresas, casi diarias de los avances de la ciencia, ante los cambios de la sociedad; ¿quién puede condenar a alguien a la cronicidad?
El concepto de enfermedad psiquiátrica como enfermedad crónica es un concepto obsoleto, propio del siglo XIX, que hoy día roza lo ridículo. Actualmente no se puede decir a nadie que “tendrá que tomar medicación para toda la vida” porque ¿quién sabe los avances que vendrán en breve? ¿Quién sabe la causa real de los problemas de ese paciente?
Un motivo es por el propio terapeuta (que no puede ver el futuro y sólo puede hablar de posibilidades y no de absolutos) y otro es por el que acude con un problema, ya que el cerebro se ve influenciado por lo que llega al cerebro. Una mala noticia, un desaire grave por una persona de confianza, inculcar creencias negativas en una persona que sufre, una profecía terrible, insuflar desesperanza hace que sea más difícil el tratamiento y empeora el pronostico. En las enfermedades mentales absolutamente nadie tiene la última palabra.
Es verdad que hay un número mínimo de enfermedades mentales que requieren la toma de medicación durante un periodo indeterminado de tiempo, y también, que hay que valorar la situación específica de cada paciente para ver su evolución. Pero también es cierto que en una única consulta no se puede hacer un pronóstico catastrofista por dos motivos principales. El primer motivo es que nadie puede ver el futuro, el profesional de la salud mental con los conocimientos actuales puede hablar de posibilidades o probabilidades, pero no de absolutos.
El otro motivo es la situación de la persona que acude demandando ayuda, -habitualmente una situación de expectación y atención sostenida, esperando un solución- . Estas circunstancias le hacen estar muy influenciable. Una mala noticia, un desaire grave efectuado por una persona de confianza, inculcar creencias negativas, una profecía terrible, o insuflar desesperanza, en ese momento de especial vulnerabilidad, puede difícultar el tratamiento y empeorar el pronóstico.
En las enfermedades y trastornos mentales, absolutamente nadie tiene la última palabra.
Nadie puede decir que una medicación es para toda la vida porque nadie sabe como será la vida de ese paciente en el futuro. En la consulta me he visto sorprendido con depresiones graves de larga evolución, resueltas por el paciente tras acudir a psicoterapia y cambiar de actitud y de pensamiento, he visto también, esquizofrenias con clínica persistente que desaparecen sin dejar huella cuando el paciente deja de fumar hachís e inicia una relación sana de pareja, ansiedades “de seis comprimidos al día” que desaparecen y ya no necesitan medicación al cambiar de trabajo,… la capacidad de renovación del ser humano es sorprendente.
Para ilustrar el tema de dejarse llevar por los pronósticos, válgame esta anécdota: Hace poco apareció en las noticias de la televisión la historia de un cómico inglés al que le diagnosticaron una enfermedad incurable y le dieron tres meses de vida. El cómico se gastó todo su dinero en una serie de caprichos inútiles y viajes. Cuando volvió a su Inglaterra natal le informaron que se habían equivocado de diagnóstico, que padecía una enfermedad rara, pero que se podía curar. Ahora está vivo pero tiene un nuevo problema: está arruinado.
Los avances en medicina son sorprendentes, los avances en las técnicas psicológicas son cada vez mayores, nadie sabe que nos traerá el futuro.
Para terminar, una acotación sobre lo que contaba al inicio, de cómo ha aumentado este siglo en más de veinte años el pronóstico de vida en el síndrome de Down. Hay que tener en cuenta que no ha sido por los avances de la medicina, ni de la psicología, sino por los avances de la sociedad. Hace (no tantos) años los pacientes afectos de síndrome de Down vivían a cargo de sus padres sin salir prácticamente de casa, siendo una carga, y en algunos casos, una vergüenza para la familia. Hace unos años la sociedad cambió y comenzó a aceptarlos a pesar de su diferencia y a integrarlos socialmente. Así pues ha sido el cambio social,-conseguido mediante la lucha de asociaciones de familiares y la información,- que pasó de ver el síndrome de Down como un castigo divino, a verlo como una persona con relativa discapacidad que puede mejorar, la que ha dado una mayor esperanza de vida para estos pacientes.
Quizás alguien pueda leer el futuro en las líneas de la mano, pero las líneas de la mano están donde están; en nuestras propias manos.
http://psiquiatriapitiusa.blogspot.com/


 

Las amenazas del próximo manual sobre salud mental

Autor: ESTHER SANZ 9 diciembre 2010
“Cuando todo es enfermedad ya no queda nada de responsabilidad y sin responsabilidad corremos el peligro de quedarnos sin derechos y sin la capacidad de actuar dentro de un marco de libertad”. Con esta sencilla frase podemos condensar el fin último del artículo que sigue, que no es ni más ni meno que centrar nuestra atención y con ella nuestra alerta en las consecuencias de la próxima edición, en el año 2013, de la quinta versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V) de la Asociación Psiquiátrica Americana.

Y es que de “la próxima biblia de la psiquiatría” va a depender la separación entre personas sanas y enfermas y, si no nos fallan las cuentas, van a ser tantos los trastornos y tan flexibles sus mediciones, que por primera vez en la historia de la humanidad nos vamos a encontrar con un planeta poblado por una mayoría de enfermos mentales.
Ante semejante panorama nos asalta la inevitable pregunta de si no tenemos suficientes patologías mentales con el actual DSM-IV (297, concretamente), a la que los contenidos del proyecto que ha sido puesto en marcha del DSM-V parecen contestar de forma negativa. De ahora en adelante las tasas de trastornos mentales estarán al alza. La subida se producirá de dos maneras:
  • Habrá nuevos diagnósticos que podrán ser extremadamente comunes en la población general (¿se fabricarán nuevas enfermedades mentales?).
  • Los umbrales de muchos desórdenes ya existentes serán más bajos (el diagnóstico será posible con síntomas más leves).

El nuevo manual podría desencadenar en un exceso de prescripción farmacológica (imagen: usuario de Flickr).
Los nuevos diagnósticos “problemáticos” serán el síndrome de riesgo de psicosis, que dará lugar a una tasa de falsos positivos de entre el 70% y el 75%, con lo que miles de adolescentes y jóvenes adultos recibirán tratamientos psicofarmacológicos innecesarios para su supuesto riesgo de padecer en el futuro un trastorno psicótico; el trastorno mixto ansioso depresivo, que podrá convertirse en uno de los más comunes desórdenes mentales, psiquiatrizando y psicologizando reacciones normales ante la vida; el trastorno cognitivo menor, definido por síntomas inespecíficos de desempeño intelectual reducido y que le dará entidad de enfermedad a déficits cognitivos que son normales a partir de los 50 años; el trastorno de atracones, que tendrá en la población general una tasa del 6 % al considerar como patología el darse un atracón al menos una vez por semana durante 3 meses; el trastorno disfuncional del carácter con disforia que considerará enfermedad los exabruptos del carácter (la mala leche o el mal genio); el trastorno coercitivo parafílico, con lo cual muchos violadores ya no serán criminales sino enfermos; el trastorno por hipersexualidad (sobran los comentarios); y las adicciones conductuales, que podrán incluir en la categoría de adicciones a sustancias, por ejemplo, el juego patológico o bien otras no especificadas como a comprar, al sexo, al trabajo, a la tarjeta de crédito, a los videojuegos…, con lo que se nos dotará de una excusa ideal para descargar nuestra responsabilidad personal en una etiqueta diagnóstica.
En el caso de umbrales más bajos para categorías ya existentes, los cambios introducidos en los criterios de algunas enfermedades mentales producirán un gran aumento de diagnósticos como el de trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad (con el consecuente abuso de fármacos estimulantes para su tratamiento), el trastorno de adicción ( que llevará a etiquetar con la dura palabra de adicción a aquellos cuyo problema esté restringido al uso intermitente de sustancias), el trastorno del espectro del autismo (alimentando la epidemia del pobremente definido autismo), la medicalización del duelo normal (transformándose en un blanco muy apetecible para ya sabemos quién), o la pedohebefilia (¿el sexo con individuos de 14 ó 15 años debe ser una cuestión legal o psiquiátrica?, ¿tener relaciones con un adolescente menor de edad debe entenderse como una conducta regulable por la ley en cada sociedad o como un síntoma de enfermedad mental?).
Ojalá podamos retractarnos de nuestro alarmismo y que el DSM-V definitivo y la propia práctica clínica de los profesionales de salud mental subsanen, lo que bajo nuestro punto de vista, son errores con graves consecuencias para el ser humano: la medicalización de trastornos inexistentes o de reacciones normales a la vida, o la peligrosa tendencia a quitarnos de encima la responsabilidad de nuestros actos, la cual va indisolublemente unida al ejercicio de una libertad a la que no se puede renunciar.
Para todos los que nos habéis leído os enviamos un saludo desde Saltando Muros, el blog desde el que intentamos materializar ideas como las aquí esbozadas, porque más allá del diagnóstico, aquí, a tu lado y al mío, está la persona, el afectado, su sufrimiento, sus ilusiones, su historia, sus afectos, su responsabilidad, su fuerza, su dignidad… y solo desde estos elementos podremos contribuir a su recuperación.
http://www.inteligenciaemocionalysocial.com/839/uncategorized/las-amenazas-del-proximo-manual-sobre-salud-mental

enamoramiento&amor

Asegura el psiquiatra y escritor Andrew Marshall que si hace pocos años el matrimonio era la piedra de toque de una sociedad dispuesta a que sus individuos mantuviesen el tejido social a cualquier precio, ahora rige el convencimiento de que los adultos tienen derecho a tener vidas afectivas plenas a lo largo de toda su vida.

El problema que ve Marshall es que el indicador que utilizamos para medir la vigencia de nuestras parejas ya no es el afecto o el amor, sino el enamoramiento. Y que el grito de guerra que más escucha en su consulta es “Te quiero… pero no estoy enamorado de ti.” ¿Y qué diantres puede contestar el otro ante semejante reproche?

A mí, de entrada, la simple idea de estar enamorada como el primer día me agota, literalmente. Me dan la razón los estudios más rigurosos, que afirman que el enamoramiento se parece como una gota de agua, químicamente y por sintomatología, a un desorden obsesivo-compulsivo. Sospecho que la única razón por la cual no han catalogado el enamoramiento como enfermedad común es que no pueden encerrarnos a todos.

El enamoramiento es un proceso puñetero pero que puede resultar útil de cara a la transformación y al aprendizaje personal. Es el momento, tal vez uno de los pocos, en el que logras hacerte vulnerable y por tanto abierto al cambio. El precio a pagar puede ser alto, porque a la naturaleza le importa un bledo que sufras o no: solo quiere asegurarse de que, desafiando el sentido común, dos personas formen un nido en el que criar a un par de ejemplares de la especie humana. Y casi todos picamos, sin tener en cuenta que el amor tiene etapas, y que, aunque cueste creerlo, todas podrían ser interesantes.
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La naturaleza solo quiere es asegurarse de que, desafiando el sentido común, dos personas formen un nido (imagen: usuario de Flickr).

La piel de plátano en la que resbalamos para iniciar el proceso del enamoramiento se llama limerencia. Aquí nos sentimos de repente libres como el aire (qué paradoja, porque es justo entonces cuando nos ponemos la soga al cuello). En esos meses iniciales te acicalas, te obsesionas, fantaseas y sientes un deseo compulsivo de fundirte con el otro. Sospecho que es un proceso universal que resulta muy popular porque parece la respuesta a la plegaria con la que nacimos: “Tengo miedo, no quiero estar solo, quiero que me quieran.”

Bien, pues superado ese trance patológico, viene la sensatez (lo que Marshall denomina el establecimiento del “vínculo amoroso”). La diferencia entre la limerencia y el vínculo amoroso es sencilla: la primera, al ser una estrategia interesada de la naturaleza, funciona sola: no hay que hacer nada, solo dejarse llevar por las promesas del amor eterno. En cambio, el vínculo amoroso necesita cuidados y esfuerzos continuados. Y a veces, atosigados por las preocupaciones y el cansancio diarios, nos descuidamos… hasta que el vínculo amoroso se transforma en simple afecto. Allí empiezan los problemas, porque el afecto es perfecto para los hijos y para los amigos, pero que no vale para la pareja. La pareja necesita que mantengamos vivo el vínculo amoroso. ¿Cómo lo hacemos?

Básicamente, se trata de recuperar dos elementos: la conexión emocional y el contacto físico. ¿Recordáis cuando flotábamos, eufóricos, en la etapa de la limerencia? Podíamos pasar horas mirando, tocando y sintiendo al otro, sin más. Ese es el alimento del amor duradero. ¿Existen trucos para recuperar esa conexión? Si, ahí van algunos: de entrada, volver a escuchar a la pareja de forma que se sienta escuchada, no solo “oída” (esto implica parar el tiempo e interesarse de corazón por el otro). Ser generosos en lo grande y en lo pequeño, como cuando todo lo queríamos compartir con el otro. Reavivar el placer sencillo del contacto físico: caricias, miradas, abrazos… Y también derrochar a conciencia sentido del humor, porque la risa y la sonrisa son una fuente de alegría cómplice, fantástica y gratuita.

Específicamente, para los más decididos, Marshall sugiere un ejercicio que puede dejar atónitas a nuestras parejas pero que al parecer resulta muy eficaz: hay que mirar a la pareja a los ojos, sin decir nada, durante unos minutos, todos los días. Así conseguiremos empezar a reconectar, que es la esencia imprescindible del vínculo amoroso. Suerte, paciencia y al toro.

Elsa Punset
Reproducido con el permiso de la revista Telva
http://www.inteligenciaemocionalysocial.com/828/uncategorized/te-quiero%E2%80%A6-pero-no-estoy-enamorado-de-ti