la rara enfermedad del millon de españoles


felicidades a emi y a autovía. por ser tan valientes y haber participado en comando actualidad. lastima que el programa no haya profundizado en el toc, y lo haya mostrado tan de pasada, podrían haber hecho mucho bien, a tanta gente que lo padece y no saben ponerle nombre a lo que les pasa, y sufren pensando que pueden hacer daño que se estan volviendo locos...etc. quien lo haya visto y no sepa lo que es el toc, y lo que se sufre, no creo que despues de ver este reportaje, nos pueda llegar a comprender seguimos siendo invisibles y incomprendidos para la sociedad.

enfermedades raras, en 'comando actualidad'
El programa de La Primera de TVE aborda este tema en el reportaje 'Esto no es vida'



madrid. Coincidiendo con la llegada a España de Elvira Roda, conocida como la chica burbuja , tras pasar ocho meses en un hospital de Dallas (Estados Unidos) tratada del síndrome de sensibilidad química múltiple, el equipo de Comando Actualidad aborda hoy, a partir de las 23.15 horas en La Primera de TVE, el tema de las enfermedades poco comunes en el reportaje Esto no es vida .

Elvira Roda, conocida como la chica burbuja , es un caso extremo de hipersensibilidad. Cualquier contacto con un producto químico podría provocar su muerte. Los reporteros del programa comprueban cómo es el día a día de estas personas. Para ello han tenido que prescindir de usar cosméticos y mantener una distancia de seguridad.

Por su parte, la reportera Lara Casanovas ha estado con Ana y Yapci, enfermos de narcolepsia. Los afectados por dicha enfermedad se duermen de forma inmediata en cualquier momento del día. Ana intenta diplomarse en magisterio a pesar de ser narcoléptica. Sin embargo, Yapci tuvo que dejar su trabajo como camionero porque se dormía al volante. La narcolepsia es una de las 5.000 enfermedades raras y en España la sufren 30.000 personas.

Emiliano apaga y enciende la luz varias veces cuando entra en casa, toca 16 veces con la cucharilla la taza y el plato antes de comer y siempre da una vuelta al coche cuando lo cierra. Son gestos que le roban dos horas al día y que para él se convierten en una obsesión. Se llama Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) y más de un millón de personas lo sufren en España, muchos ni lo saben. Es una de las diez enfermedades que más incapacita. El reportero Henry Molano demostrará cómo es el día a día de este enfermo.

Miedos justificados e
imaginarios nos han empujado
a esta actitud, de
la mano de nuestra falta
de confianza en nosotros
mismos. Lo peor es que
estas actitudes nos empujan
una y otra vez a un
círculo que se realimenta
y nos aleja a cada momento
del camino de
nuestro crecimiento.

porque la verdadera seguridad
en uno mismo no se conquista
por la vía de volvernos
invencibles, omniscientes ni
todopoderosos, si no todo lo
contrario. Las inseguridades se
vencen animándonos a ser cada
vez más concientes de
nuestras incapacidades, de
nuestras vulnerabilidades, de
nuestra falta de conocimiento
sobre algunas cosas. Solamente
así puede uno crecer, solamente
así puede uno aprender, solamente
así puede uno cuidar
de sí, para quizás algún día
volvernos capaces de cuidar de
otros.
Decía Jean Paul Sartre que la
libertad es básicamente la posibilidad
de elegir, y es obvio
que para eso debe haber por lo
menos dos opciones. Y Octavio
Paz parecía completar este
pensamiento cuando aseguraba
que la verdadera libertad
era nada más y nada menos
que la posibilidad que tiene las
personas de elegir entre dos
monosílabos: Sí y No.
Y de alguna manera allí está
todo, porque finalmente uno
siempre puede decir Sí y siempre
puede decir No. Atención,
que no estoy diciendo que usted
o yo podamos hacer siempre
lo que se nos ocurra, porque
como ya dijimos, no somos
omnipotentes; pero siempre,
repito siempre, podemos
negarnos a hacer aquello que
por principios, decisión o apetencia,
no queremos hacer.
Quizás valga la pena establecer
una aclaración que no deberíamos
necesitar. Como
siempre después de una elección
hará falta claro responsabilizarnos
de lo elegido, es decir
estar dispuestos a pagar el
precio que costará nuestro Sí y
afrontar el costo que conlleva
nuestro No.
Seguramente por eso, cuando
nos asustan los costos o no
queremos pagar los precios,
preferimos que otros sean los
que elijan (como si ingenuamente
creyéramos que dejando
decidir a otros, los perjuicios
de un error no podrán alcanzarnos);
y preferimos «acomodarnos
» en la incómoda
postura de ceder el dominio de
nuestra vidas a los demás. A
los que bien nos quieren. A los
que saben más. O a cualquiera
que quiera hacerse cargo de
nosotros.
Mientras escribo pienso en
eso de jugar a las escondidas y
en la necesidad de tomar el
control de la propia vida y
sonrío, porque recuerdo esta
graciosa historia…
El teléfono suena en la casa.
Un niño coge el auricular y
en un susurro dice:
¿Hola?
Hola –dice el hombre al
otro lado de la línea–, ¿podría,
por favor, hablar con tu
padre?
No –dice el niño todavía en
voz baja–, el no puede atenderlo
ahora.
De acuerdo. ¿Podría entonces
hablar con tu madre?
No, ella tampoco puede
atenderlo.
¿Han salido? –pregunta el
hombre.
No –dice el niño–, están en
el jardín, con los bomberos…
¿Los bomberos? –repite el
hombre alarmado.
Al instante, el hombre se da
cuenta de que el niño quizás
esté solo en una casa en llamas
y por eso dice al teléfono,
casi gritando:
-¡Niño, niño! ¿Tú estás
bien?
Estoy un poco asustado…
–dice el niño y rompe a llorar.
¿Pero qué ocurre? –pregunta
el hombre pensando ya en
qué modo puede socorrerle–
¿Es acaso un incendio?
No, no hay ningún incendio
–dice el niño entre su
llanto.
¿Y entonces que hacen los
bomberos?
Están ayudando a mis padres
a buscar al niño perdido.
Ahh… entonces no hay
ningún incendio –dice el
hombre algo aliviado–, ¿por
qué estás tan asustado?
Por el niño que buscan –susurra
el niño (ahora su voz es
casi inaudible).
Quédate tranquilo. Te aseguro
que pronto lo encontrarán…
Lo sé. Eso es lo que más me
asusta.
¿Por qué?
PorqueQuédate tranquilo. Te aseguro
que pronto lo encontrarán…
Lo sé. Eso es lo que más me
asusta.
¿Por qué?
Porque el niño que están
buscando soy yo

fuente:jorge bucay

habia una vez...


Había una vez un hombre que padecía de un miedo absurdo, temía perderse entre los demás. Todo empezó una noche, en una fiesta de disfraces, cuando él era muy joven. Alguien había sacado una foto en la que aparecían en hilera todos los invitados. Pero al verla, él no se había podido reconocer. El hombre había elegido un disfraz de pirata, con un parche en el ojo y un pañuelo en la cabeza, pero muchos habían ido disfrazados de un modo similar. Su maquillaje consistía en un fuerte rubor en las mejillas y un poco de tizne simulando un bigote, pero disfraces que incluyeran bigotes y mofletes pintados había unos cuantos. Él se había divertido mucho en la fiesta, pero en la foto todos parecían estar muy divertidos. Finalmente recordó que al momento de la foto él estaba del brazo de una rubia, entonces intentó ubicarla por esa referencia; pero fue inútil: más de la mitad de las mujeres eran rubias y no pocas se mostraban en la foto del brazo de piratas.

El hombre quedó muy impactado por esta vivencia y, a causa de ello, durante años no asistió a ninguna reunión por temor a perderse de nuevo.

Pero un día se le ocurrió una solución: cualquiera fuera el evento, a partir de entonces, él se vestiría siempre de marrón. Camisa marrón, pantalón marrón, saco marrón, medias y zapatos marrones. “Si alguien saca una foto, siempre podré saber que el de marrón soy yo”, se dijo.

Con el paso del tiempo, nuestro héroe tuvo cientos de oportunidades para confirmar su astucia: al toparse con los espejos de las grandes tiendas, viéndose reflejado junto a otros que caminaban por allí, se repetía tranquilizador: “Yo soy el hombre de marrón”.

Durante el invierno que siguió, unos amigos le regalaron un pase para disfrutar de una tarde en una sala de baños de vapor. El hombre aceptó gustoso; nunca había estado en un sitio como ése y había escuchado de boca de sus amigos las ventajas de la ducha escocesa, del baño finlandés y del sauna aromático.

Llegó al lugar, le dieron dos toallones y lo invitaron a entrar en un pequeño box para desvestirse. El hombre se quitó el saco, el pantalón, el pullover, la camisa, los zapatos, las medias... y cuando estaba a punto de quitarse los calzoncillos, se miró al espejo y se paralizó. “Si me quito la última prenda, quedaré desnudo como los demás”, pensó. “¿Y si me pierdo? ¿Cómo podré identificarme si no cuento con esta referencia que tanto me ha servido?”

Durante más de un cuarto de hora se quedó en el box con su ropa interior puesta, dudando y pensando si debía irse... Y entonces se dio cuenta que, si bien no podía permanecer vestido, probablemente pudiera mantener alguna señal de identificación. Con mucho cuidado quitó una hebra del pulóver que traía y se la ató al dedo mayor de su pie derecho. “Debo recordar esto por si me pierdo: el que tiene la hebra marrón en el dedo soy yo”, se dijo.

Sereno ahora, con su credencial, se dedicó a disfrutar del vapor, los baños y un poco de natación, sin notar que entre idas y zambullidas la lana resbaló de su dedo y quedó flotando en el agua de la piscina. Otro hombre que nadaba cerca, al ver la hebra en el agua le comentó a su amigo: “Qué casualidad, éste es el color que siempre quiero describirle a mi esposa para que me teja una bufanda; me voy a llevar la hebra para que busque la lana del mismo color”. Y tomando la hebra que flotaba en el agua, viendo que no tenía dónde guardarla, se le ocurrió atársela en el dedo mayor del pie derecho.

Mientras tanto, el protagonista de esta historia había terminado de probar todas las opciones y llegaba a su box para vestirse. Entró confiado, pero al terminar de secarse, cuando se miró en el espejo, con horror advirtió que estaba totalmente desnudo y que no tenía la hebra en el pie. “Me perdí”, se dijo temblando, y salió a recorrer el lugar en busca de la hebra marrón que lo identificaba. Pocos minutos después, observando detenidamente en el piso, se encontró con el pie del otro hombre que llevaba el trozo de lana marrón en su dedo. Tímidamente se acercó a él y le dijo: “Disculpe señor. Yo sé quién es usted, ¿me podría decir quién soy yo?”

NO OLVIDEMOS NUNCA QUE SOMOS LAS MISMAS PERSONAS, QUE ERAMOS EL DIA ANTES DE QUE NOS ATACASE EL TOC. SEAN CUALES SEAN NUESTRAS OBSESIONES, NOSOTROS NO SOMOS EL TOC NO LO ALIMENTEMOS, Y POCO A POCO SE HARA MAS PEQUEÑO HASTA SER UNA PEQUEÑA MOLESTIA,EN NUESTRO DIA A DIA.

fuente:jorge bucay

TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO

Toc Toc

El Trastorno Obsesivo Compulsivo golpea a la puerta de la vida de una persona o una familia. Se trata de una enfermedad mental que tiene dos componentes fundamentales; las ideas obsesivas y los rituales compulsivos. Las ideas obsesivas se diferencian de las demás ideas por su carácter intrusivo y la ansiedad que le generan a la persona que las padece. Por ejemplo, a un padre responsable le viene la idea de que empujará a su querido hijo a las vías del tren, a un adolescente le asalta la idea de que tomará un cuchillo y apuñalará a la novia u otro ser querido. Un ama de casa siente que sus manos pueden estar contaminadas con microbios, una niña cree que puede haber alguien debajo de su cama. La lista de ideas obsesivas es infinita. Como respuesta a estas ideas obsesivas que generan mucha ansiedad aparecen los rituales compulsivos para tratar de neutralizar la ansiedad que generaron dichas ideas. La lista de rituales es tan infinita como la de ideas obsesivas. El padre que temía arrojar a su hijo al tren podrá contar números hasta tal cifra de una forma particular o podrá caminar por las calles esquivando las uniones de las baldosas, el adolescente podrá por ejemplo comprar compulsivamente flores a la persona que imaginó apuñalar, el ama de casa se lavará las manos decenas de veces, desinfectará cada rincón de la casa minuciosamente, la niña no se dormirá hasta haber verificado cuidadosamente que no hay nadie bajo su cama por ejemplo.La relación entre las ideas obsesivas y los rituales compulsivos puede ser lógica o no. Y puede darse en algunos casos que este solo presente el componente de las ideas obsesivas.

Una gran cantidad de personas sufre este trastorno en el mundo y en la Argentina. Se diagnostica el trastorno cuando la magnitud de los síntomas interfiere con la vida de la persona, impidiéndole, en los casos más severos, trabajar y tener una vida social normal. El trastorno suele aparecer a principios de la adolescencia, aunque puede llegar a aparecer en algunos casos despues de los treinta años. Se instala lentamente y comienza a interferir con distintas actividades del individuo y su familia. Mientras más tiempo se deje progresar el trastorno más difícil será la curación. Existen tratamientos protocolizados acerca del TOC, no muy conocidos por la mayoría de los terapeutas del país, que posibilitan una mejoría del trastorno y en algunos casos su cura. El tratamiento comienza eliminando primero los rituales compulsivos a través de una técnica que se llama EPR (Exposición y Prevención de Respuesta) lo que también reduce la carga de ansiedad que trae la idea obsesiva. Después se trabaja con diferentes técnicas sobre las ideas obsesivas remanentes. Los tratamientos Standard que combinan una terapia cognitivo conductual con farmacoterapia duran entre 10 y 20 sesiones. La acción conjunta de la medicación y la psicoterapia es la que ha demostrado los mejores resultados de recuperación a largo plazo de esta enfermedad.

Lic. Emilio Vignes

Los síntomas del trastorno obsesivo compulsivo




Los síntomas del trastorno obsesivo compulsivo


Aunque el trastorno obsesivo compulsivo puede manifestarse de multitud de maneras, los síntomas más comunes pueden ser las compulsiones de comprobación y las de lavado o limpieza. Otros síntomas incluyen la necesidad de simetría, los pensamientos sxuales y/o agresivos involuntarios, contar de modo compulsivo, la necesidad de preguntar constantemente para asegurarse, los rituales de ordenar y acumular.

Algunas personas son ¨obsesivas puras¨. Esto significa que sufren obsesiones pero no compulsiones. Es probable que tales individuos experimenten pensamientos repetitivos de un acto sexual agresivo que son censurables para ellos. Otros presentan una ¨lentitud obsesiva primaria¨. En estas personas, la parsimonia constituye el síntoma básico.

Pueden dedicar varias horas al día para asearse, vestirse y comer.

El patrón de presencia de los síntomas del trastorno obsesivo compulsivo es extremadamente variado. Aunque muchas personas con trastorno obsesivo compulsivo presentan un síntoma a lo largo de sus vidas, otros con frecuencia padecen obsesiones y compulsiones múltiples. Por ejemplo, un ¨comprobador¨ también puede ser alguien que ¨se asea compulsivamente¨. Además, los síntomas pueden alternarse y transformarse a lo largo del ciclo vital. Por ejemplo, una persona con pensamientos intrusos en la adolescencia puede superar dicho problema sólo para convertirse en alguien que se lava compulsivamente en la etapa inicial de la vida adulta y devenir después en un comprobador.

En las siguientes páginas aparece una lista de los síntomas del trastorno obsesivo compulsivo. Reconocerlos puede ayudar al enfermo a ¨salir del armario¨ autoimpuesto y buscar tratamiento.

Un síntoma o más no basta para diagnosticar un trastorno obsesivo compulsivo. Recuerde que tal disfunción sólo se diagnostica cuando tales conductas provocan un daño importante, distress o ansiedad, o consumen un tiempo excesivo.

Obsesiones

Obsesiones de contaminación

Temor o disgusto excesivo, y preocupación por evitar:

· Desechos o secreciones corporales: orina , heces, saliva, sangre

· Suciedad o gérmenes

· Substancias o residuos viscosos

· Agentes limpiadores domésticos o medicinas

· Contaminaciones ambientales

· Tocar animales

· Insectos

· Llegar a enfermarse por contaminación

· Hacer enfermar a otros al contaminarles

· enfermedades: sida, hepatitis, enfermedades venéreas.

Obsesiones de acumular, guardar y coleccionar

· preocupación por tirar las cosas, incluso objetos aparentemente más inservibles

· necesidad de amontonar objetos inservibles

· necesidad de recoger cosas del suelo

· sentirse incómodo en un espacio vacío, sentir la necesidad de llenarlo.

Obsesiones de orden

· Preocupación por la simetría, exactitud o el orden

· Preocupación excesiva porque la escritura a mano sea perfecta o ¨como debe ser¨

· Preocupación por alinear los papeles, libros y otros objetos de un cierto modo ¨perfecto¨.

Obsesiones religiosas, escrupulosidad

Temor excesivo, preocupación e inquietud por:

· Albergar pensamientos blasfemos o decir cosas negativas

· Ser castigado debido a pensamientos blasfemos

· Preocupación por las creencias religiosas

· Cuestiones de rectitud y equivocación, moralidad

· Insistir en imágenes o pensamientos religiosos

Obsesiones somáticas

Temor, preocupación e inquietud excesivos con respecto a:

· Padecer una enfermedad o a la reacción negativa de los demás a la propia apariencia

Obsesiones agresivas

Preocupación y temor excesivo a:

· Dañarse a si mismo

· Dañar a los demás

· Actuar en base a impulsos involuntarios, esto es : atropellar o apuñalar a alguien.

· Dañar a los demás por su falta de cuidado

· Responsabilidad de algún terrible accidente. Incendio, robo

· Dejar escapar insultos u obscenidades

· Hacer algo embarazoso o parecer un loco

· Imágenes violentas u horrendas en su mente que puedan dañar a los demás

Obsesiones sexuales

Pensamientos involuntarios, inquietantes e intrusos:

· De naturaleza sexual (o también imágenes o impulsos)

· En los que molesta a sus propios hijos o a otros niños

· Sobre la posibilidad de ser o convertirse en homosexual

· Imágenes de conducta sexual violenta hacia los demás.

Miscelánea de obsesiones

· Necesidad imperiosa de recordad ciertas cosas: eslóganes, matrículas de coches, nombres, palabras, eventos del pasado

· Temor a decir algo erróneo, afirmar algo que no sea correcto o a olvidar detalles

· Preocupación por perder cosas

· Preocupación por cometer errores

· Molestarse fácilmente por ciertos sonidos y ruidos: tic tac de un reloj, ruidos fuertes, timbres

· Molestarse fácilmente por la textura de la ropa, el tacto de la piel

· sonidos intrusos y sin sentido, música, palabras

· temores a decir ciertas cosas debido a creencias supersticiosas sobre palabras particulares

· Miedo a vestir con ciertos colores por razones supersticiosas

· Temores supersticiosos exagerados y adhesión rígida a ellos

· Preocupación excesiva por números que traen o no suerte y apegarse rígidamente a ellos

Compulsiones

Compulsiones de limpieza y lavado

Un excesivo/ a, ilógico / e incontrolable:

· Lavado de manos, desempeñado con frecuencia de un modo ritual

· Baño o ducha, desempeñado con frecuencia de modo ritual

· Ritual de cepillado de dientes, afeitado, acicalado

· Limpieza de la casa, ciertas habitaciones, patio

· Limpieza de objetos o elementos domésticos

· Empleo de limpiadores o técnicas de limpieza especiales

· evitación de objetos considerados ¨contaminados¨

· evitación de lugares específicos –ciudades, pueblos, edificios- considerados ¨contaminados´

· preocupación por llevar guantes u otra protección para evitar la ¨contaminación¨

Compulsiones de comprobación

Comprobar una y otra vez (a pesar de una confirmación reiterada)

· que no daño a otros sin percatarse

· que no se hizo daño

· que otros no le dañaron

· que no se cometió algún error

· que no ocurrió nada terrible

· que no hizo nada que pudiera causar un daño futuro

· algún aspecto de su estado físico o salud: pulso, presión sanguínea, apariencia.

· El entorno físico: cerraduras, ventanas, cocina, aparatos.

· Que los frascos se encuentren cerrados apretándolos con fuerza excesiva.

· Que las puertas estén cerradas mediante la acción de cerrar repetidamente.

Compulsiones de acumular, amontonar y coleccionar

· Guardar, coleccionar objetos inservibles

· Recoger objetos inservibles del suelo

· Dificultad para tirar objetos aparentemente inservibles ¨algún día necesitaré esto…¨

Repetir, contar, ordenar

· Leer y releer las cosas, a veces durante horas

· Preocupación excesiva por no entender algo que lea

· Escribir y reescribir en exceso las cosas

· Repetir actividades rutinarias: entrar y salir por las puertas, cruzar repetidamente , levantarse y sentarse en una silla, peinarse o atarse los zapatos o vestirse y desvestirse una y otra vez

· Realizar ciertas actividades una cierta cantidad de veces

· Contar objetos: libros de una estantería, baldosas, coches

· Colocar los objetos en un cierto orden: libros lapiceros, interior de un armario

Miscelánea compulsiones

· Rituales mentales, oraciones, repetir ¨buenos pensamientos¨ para contrarrestar a los ¨pensamientos negativos¨

Nota: al contrario que en las obsesiones, estos rituales mentales se llevan a cabo con una intención de reducir o neutralizar la ansiedad

· Necesidad excesiva de preguntar reiteradamente para asegurarse cuando, para los demás, ya existe una garantía evidente y ésta ya ha sido suministrada por quienes le rodean

· Necesidad de confesar una conducta errónea, incluyendo las infracciones conductuales insignificantes más leves con respecto a los demás

· Conducta supersticiosa que implica cantidades excesivas de tiempo

· necesidad de tocar, tapar o frotar ciertos objetos o personas

· tomar medidas, además de la comprobación, para impedir el daño a uno mismo o a los demás, por ejemplo, evitar ciertos objetos o adoptar precauciones extremas para impedir un daño o peligro altamente improbable

· comer de modo ritual, de acuerdo a ¨reglas¨ específicas: disponer la comida o los utensilios, comer en ciertos momentos, ingerir la comida según un orden particular.

Síntomas relacionados

· tirarse del pelo, de la cabeza, pestañas, cejas, áreas púbicas

· actos de autoagresión o automutilación, rascarse la piel

· compras compulsivas

nota: la compra compulsiva se relaciona con frecuencia con la acumulación: por ejemplo comprar una serie de objetos por miedo a que se agoten.

¿COMO SE DIAGNOSTICA EL TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO?

El diagnóstico del trastorno obsesivo compulsivo se efectúa en base al examen psiquiátrico, a la historia de los síntomas y quejas del paciente y al grado en que los síntomas interfieren con el funcionamiento diario. Con base a la naturaleza, duración y frecuencia de los síntomas que se presenten, el clínico diferenciará si se trata de un trastorno obsesivo compulsivo o de alguna otra enfermedad con síntomas similares. Entre ellas se incluyen la esquizofrenia, las fobias, el ataque de pánico y el trastorno por ansiedad generalizada. Puede encomendarse un examen físico con el fin de descartar otras causas de los síntomas que se presentan. Hasta el momento no se encuentra disponible un análisis de sangre que diagnostique de un modo confiable el trastorno obsesivo compulsivo. Por tanto, ¿cómo distinguen los profesionales de la salud entre alguien que padece un trastorno obsesivo compulsivo y un individuo que sólo se preocupa en exceso?

Los estudios han demostrado que entre un 89 y un 90 % de las personas experimentan pensamientos involuntarios. Pero la mayoría de la gente puede albergar pensamientos desagradables sin un malestar excesivo o pueden apartar éstos fácilmente y por completo. Sus pensamientos son más breves en duración, así como menos intensos y más esporádicos. Por otro lado, las obsesiones del trastorno obsesivo compulsivo presentan, por lo general, un inicio específico, producen un malestar significativo y dan lugar a una poderosa y apremiante necesidad de neutralizarlas o reducirlas. Las obsesiones y compulsiones del trastorno obsesivo compulsivo interfieren de un modo importante en su vida. Los pacientes reconocen que aquellas son exageradas o ilógicas la mayor parte del tiempo. Existen varias herramientas que emplean los profesionales de la salud mental para ayudar al diagnóstico del trastorno obsesivo compulsivo.

La escala obsesiva compulsiva Yale-Brown (YBOCS) es un cuestionario empleado para ayudar a discriminar los síntomas obsesivos compulsivos y evaluar su gravedad. También se emplea para observar y evaluar la respuesta clínica al tratamiento. También existe una versión infantil de dicha escala. Otras herramientas de evaluación incluyen el listado de actividad compulsiva (CAC), el inventario de Obsesiones de Leyton (LOI), el inventario obsesivo compulsivo de Maudsley (MOCI), el inventario de Papua (PI) y la escala obsesiva compulsiva global NIMH (NIMH global OC)

TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO Y VERGÜENZA

Los individuos con trastorno obsesivo compulsivo son, por lo general, reservados y sienten vergüenza por sus pensamientos obsesivos y sus conductas compulsivas. Muchos logran ocultar su trastorno durante años. Al contrario que muchas enfermedades mentales, las personas con trastorno obsesivo compulsivo son conscientes, al menos en ciertas ocasiones, de lo inapropiado de sus conductas y pensamientos. Sin embargo, con frecuencia ignoran que sus síntomas forman parte de una condición clínica identificable que puede ser tratada. O pueden tener el desprecio ajeno, quizás ni siquiera ¨encerrados¨ revelarían sus obsesiones y compulsiones.

Debido a su reserva, muchas personas esperan años, incluso décadas, para buscar ayuda. Mientras tanto, los pensamientos obsesivos y las conductas compulsivas se arraigan con más fuerza en su estilo de vida. La media de tiempo transcurrido entre el inicio de los síntomas y la búsqueda del tratamiento es de siete años y medio (Yaryura- Tobias y Neziroglu, 1997). Ojalá que una mayor educación sobre el trastorno obsesivo compulsivo acorte este período de tiempo.

Debido a la vergüenza que padecen las personas con trastorno obsesivo compulsivo, pude que no consulten a un profesional de la salud mental. En vez de ello, pueden preferir buscar ayuda para sus síntomas con otros profesionales sanitarios. Los médicos (no especializados en psiquiatría) que estén alerta pueden detectar síntomas del trastorno obsesivo compulsivo en pacientes que acuden a verles debido a problemas aparentemente poco relacionados. El médico de familia puede ser el primero que se percate de los síntomas del trastorno obsesivo compulsivo en los pacientes. Los padres y familiares pueden mencionar su preocupación por los frecuentes lavados, conteos o comprobaciones del paciente. Una preocupación excesiva por haberse enfermado del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) y otras enfermedades, que dan lugar a reiteradas e innecesarias consultas médicas, deberían alertar al médico.

Otros clínicos que probablemente detecten signos de un trastorno obsesivo compulsivo son los dermatólogos, oncólogos, internistas de enfermedades infecciosas, neurólogos, neurocirujanos, médicos obstétricos, pediatras, cirujanos plásticos y dentistas. Los síntomas de manos agrietadas y eczemas derivados de un excesivo lavado pueden ser percibidos por los dermatólogos. La gente puede acudir a un cirujano plástico para consultar repetidamente por lo que considera unas malformaciones obvias. Las lesiones en las encías derivadas de una excesiva limpieza de dientes pueden alertar al dentista. Pueden detectarse síntomas del trastorno obsesivo compulsivo tras el parto y durante el embarazo. Los neurólogos y neurocirujanos pueden percibir señales del trastorno obsesivo compulsivo asociados con el síndrome de Tourette, una herida en la cabeza, epilepsia, coreas y lesiones o trastornos en el ganglio basal. El clínico informado con perspicacia detectará el trastorno obsesivo compulsivo y efectuará una remisión adecuada al psiquiatra u otro profesional de la salud mental, en vez de etiquetar negativamente a la persona como ¨rara¨ o ¨loca¨.

Los sujetos con trastorno obsesivo compulsivo sufren frecuentemente depresión. Alrededor de un tercio la padecen en el momento en el que buscan tratamiento. Aproximadamente dos tercios de los individuos que sufren un trastorno obsesivo compulsivo han experimentado al menos un episodio de depresión mayor (Jenike, 1996) Muchos otros padecen formas más leves de depresión. Es importante que los médicos y familiares atiendan a los signos preocupantes de dicha patología.

Señales de depresión clínica

· Pérdida de peso

· Cambios en el sueño

· Pérdida del apetito

· Falta de energía

· Sentimientos de tristeza

· Llorar o ganas de llorar frecuentes

· Pensamientos suicidas, con o sin plan de ejecutarlo

· Sentimientos de desesperanza o indefensión.

· Falta de interés en cosas que antes sí interesaban o ausencia de disfrute de la vida, especialmente si se desconoce el motivo.

Marque los síntomas pertinentes en su caso y muéstrele esta lista a su médico. Si usted experimenta pensamientos suicidas, aunque sea de modo ocasional, le instamos a que busque, ya mismo, la ayuda de un profesional cualificado de la salud mental. La mayoría de las ciudades y poblaciones disponen de un teléfono de ayuda que puede servirle para encontrar y obtener la asistencia necesaria. Si usted es amigo o familiar de alguien que hable de suicidarse, no lo dude: consiga ayuda inmediatamente.

¿EL TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO SE HEREDA?

Los estudios realizados desde 1930 han demostrado la presencia del trastorno obsesivo compulsivo en parientes consanguíneos en un 20-40% de los casos (Yaryura- Tobías y Neziroglu, 1997). Podría existir una tasa mayor del trastorno obsesivo-compulsivo, el trastorno obsesivo compulsivo subclínico, tics y el síndrome de la Taurette entre familiares de personas de personas con trastorno obsesivo compulsivo (Alsobrook y Pauls, 1998). Aquellos que sufran un trastorno obsesivo compulsivo con inicio en la infancia es más probable que posean familiares consanguíneos con trastorno obsesivo compulsivo (Séller, 1998).

¿CUÁL ES LA CAUSA DEL TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO?

Nadie conoce con exactitud las causas del trastorno obsesivo compulsivo pero los investigadores están colaborando para completar juntos el puzzle. Cada vez existe una mayor evidencia de que la etiología son sutiles variaciones en las estructuras y circuitos cerebrales. La teoría defendida más ampliamente es que la causa se relaciona con niveles anormales en alguno de los elementos químicos vitales del cerebro: la serotonina. Ésta juega algún papel en muchos procesos biológicos, incluyendo el estado anímico, la agresión, el control de impulsos, el sueño, el apetito, la temperatura corporal y el dolor. Una regulación anómala de la serotonina también se encuentra implicada en la depresión, los trastornos alimenticios, la automutilación y la esquizofrenia (Yaryura-Tobías y Neziroglu, 1997).

La serotonina es uno de los elementos químicos denominados neurotransmisores que las células neuronales emplean para transmitir los impulsos nerviosos y comunicarse entre sí. Los neurotransmisores realizan su trabajo en el minúsculo espacio existente entre dós células nerviosas, denominado hendidura sináptica. La transmisión termina cuando los neurotransmisores son absorbidos de nuevo por la célula neuronal transmisora, un proceso que se denomina recaptación. El incremento, mediante la medicación, de la serotonina disponible parece generar cambios en los receptores de algunas de las membranas nerviosas. Se cree que estos receptores pueden encontrarse alterados en las personas que padecen un trastorno obsesivo compulsivo.

Los estudios en imágenes del cerebro de los individuos con trastorno obsesivo compulsivo han demostrado ciertas anormalidades en varias áreas. Entre ellas el tálamo, el núcleo caudado, el cortex orbital y el giro cingulado. Un estudio realizado por Jenike y cols. Comparó los cerebros de personas que padecían un trastorno obsesivo compulsivo con los sujetos del grupo control (individuos sin dicha alteración).

Las imágenes de resonancia magnética mostraron un córtex más amplio.

El tálamo procesa los mensajes sensoriales que llegan al cerebro procedentes del resto del cuerpo. El núcleo caudado forma parte del ganglio basal, en la parte interna y central del cerebro. El núcleo caudado controla el filtrado de pensamientos. La información sensorial se clasifica. Normalmente, la información innecesaria se omite. Las personas con trastorno obsesivo compulsivo llegan a abrumarse con los pensamientos e impulsos intrusos que el núcleo caudado no ha filtrado. El núcleo caudado de una persona con trastorno obsesivo compulsivo se comporta como el portero de un edificio de departamentos con un mal desempeño a la hora de mantener alejados a los indeseables.

El córtex orbital se encuentra en la parte frontal del cerebro, encima de los ojos. Este es el lugar donde se combinan los pensamientos y las emociones. Un núcleo caudado que permite ¨pasar¨ los impulsos y pensamientos innecesarios complica en gran medida el trabajo del córtex. El córtex orbital nos informa de cuándo algo es erróneo y cuándo debiéramos evitarlo. Es como un sistema primario de alarma cerebral.

En las personas que padecen un trastorno obsesivo compulsivo parece realizar horas extraordinarias.

El giro cingulado constituye el centro del cerebro. Le ayuda a cambiar la atención y pasar de un pensamiento o conducta a otro. Cuando se encuentra activo en exceso, nos quedamos estancados en ciertas conductas, pensamientos o ideas. El giro cingulado también forma parte del sistema cerebral que indica el peligro de que lago horrible sucederá si usted no ejecuta sus compulsiones.

Imagine que todas estas partes de su cerebro le ¨vociferan¨ cuando los síntomas del trastorno obsesivo compulsivo se encuentra en su peor momento:



· El tálamo envía mensajes de otras partes de su cuerpo, haciendo que se encuentre hiperconsciente de todo lo que sucede a su alrededor.

· El núcleo caudado abre la puerta y permite la entrada de pensamientos intrusos.

· El córtex orbital mezcla los pensamientos y las emociones, después le dice ¨¡ Algo no va bien aquí!¡ refúgiate!

· El giro cingulado le dice que ejecute las compulsiones para aliviar la ansiedad que el resto del cerebro ha cargado sobre usted.

· Mientras tanto, sus hendiduras sinápticas gritan: ¨¡Envía algo de serotonina! ¡Se nos acaba aquí!

En estos momentos debe de estar pensando, ¨No es sorprendente que tenga problemas! Ojalá que se percate de que usted no es el culpable del trastorno obsesivo compulsivo. ¡es su cerebro!. Por supuesto hemos simplificado en gran medida este proceso. Los expertos ni siquiera están seguros con exactitud de qué partes del cerebro son responsables. Como hemos dicho, el puzzle todavía se está armando colectivamente.

La investigación ha descubierto que ciertas enfermedades autoinmunes, tales como la Corea de Sydenham, la fiebre reumática, las infecciones pediátricas por estreptococos y el lupus, también pueden provocar algunos casos de trastorno obsesivo compulsivo. En algunos estudios se ha demostrado el vínculo del trastorno obsesivo compulsivo con la encefalitis de Ecónomo, las lesiones hipotalámicas, los traumatismos craneales, los tumores cerebrales y la epilepsia. Sin embargo, la mayoría de los casos de trastorno obsesivo compulsivo tienen lugar sin tales explicaciones causales (Jenike 1998; (Yaryura-Tobías y Neziroglu, 1997).

Los estudios han encontrado que la terapia de conducta pueden ocasionar cambios positivos en la función cerebral. La medicación ayuda a corregir el desequilibrio en la serotonina (Yaryura-Tobías y Neziroglu, 1997). . Juntas, ambas estrategias de tratamiento pueden ayudarle a deshacerse del dominio de esta enfermedad. ¿Qué significa todo esto para las personas que se enfrentan al trastorno obsesivo compulsivo?

Aunque muchos procesos siguen sin explicarse, cada vez es mayor la evidencia de que la causa real del trastorno obsesivo compulsivo se sitúa en problemas con circuitos, estructuras y neuroquímica cerebrales. Los padres, cónyuges y otros familiares no son los culpables de su trastorno obsesivo compulsivo. Las personas que lo sufren pueden ayudar a sus cerebros a funcionar mejor mediante la terapia cognitivo conductual y la medicación.

La esperanza es real.

Agradecemos a Desclée De Brouwer por la autorización para la publicación de este material

luchar contra los rituales y las evitaciones


esta psicoterapia descansa en tres principios muy sencillos. habra quien los encuentre demasiado simples y hasta simplistas, sobre todo,si los comparamos con la aparentente complejidad del trastorno. pero ,aunque simples ,es fundamental que los comprenda a la perfeccion y los asimile,pues son la base de la terapia comportamental.

la terapia comportamental va a intentar ayudarle a superar las situaciones penosas del toc mediante una tecnica denominada exposicion graduada con prevencion de la respuesta. dicha tecnica consiste en repetir diariamente una serie de ejercicios que permiten:

1.afrontar de forma muy progresiva las situaciones que desencadenan sus obsesiones y rituales, como cuando sale de casa .comprobacion del gas,la luz,la puerta,etc.o cuando tiene que enfrentarse a una cosa sucia, dar la mano, cojer el pomo de una puerta. etc es a lo que se denomina exposicion graduada.esta exposicion prte de situaciones que desencadenan una ansiedad o molestia soportable.al principio se dejaran de lado aquellas otras ante las que resulta imposible resisitir realizar los rituales. se partira de situaciones en las que ya se ha conseguido modificar o disminuir el ritual sin demasiado sufrimiento.

2.disminuir la frecuencia del ritual:por ejemplo ,comprobar las cosas diez veces en lugar de 15,o lavarse solo tres veces y no seis.

reducir la complejidad del ritual por ejemplo si la comprobacion de si una puerta esta cerrada o no consiste en intentar habrirla con el picaporte y en volver a introducir la llaveen la cerradura,uno de los ejercicios puede consistir en comprobar si esta habierta o no intentando abrirla solo con el picaporte.o si un ritual de lavado de manos consiste en lavarse las manos, los antebrazos,y los brazos de las manos hacia los brazos y de estos hacia las manos un ejercicio podria consistir en lavarse solo las manos y los antebrazos y en un solo sentido por ejemplo de los antebrazos hacia las manos.

no hacer el ritual si este tiene una intensidad minima:por ejemplo no habrir una carta que ya ha sido escrita y cerrada o no lavarse las manos cuando se ha tocado el periodico.este ejercicio se reserva para aquellos rituales de intensida muy pequeña o tras muchos ejercicios,en los que el ritual ha ido disminuyendo de intensidad

3. luchar contra las evitaciones:por ejemplo ,cierre usted mismo una puerta y compruebe que esta cerrada en lugar de pedirle a otra persona que lo haga por usted o si usted no puede cojer un objeto considerado como sucio,por ejemplo un libro,cojalocon un pañuelo con el lugar que ha estado en contacto con el libro.o quedese a solas con su hijo si sus obsesiones agresivas necesitan siempre la presencia de una tercera persona.
puede ser que ya haya intentado resistirse a la necesidad de ritualizar y haya llegado a la conclusion de que nunca lo conseguira .tambien le ha podido sorprender que la terapia por exposicion le pida realizar los mismos afrontamientos pero la particularidad de la terapia consiste en el hecho en el hecho de utilizar afrontamientos debiles,es decir que desencadenan una ansiedad soportable. dicha exposicion va a ir entrenado progresivamente su organismo a resistir el deseo de ritualizar con ejercicios medianamente penosos.estos le permitira demostrarse a si mismo que es posible dsiminuir los rituales.dicha tecnica conduce a un proceso de mejoria denominado habituacion.

?MANIAS¿


Es común pensar que una manía es un acto que repetimos con frecuencia, sin motivo aparente y que por su peculiaridad llama la atención de otros.

Empero, Psicología y Psiquiatría tienen un concepto distinto, el cual no se refiere a llevar orden excesivo o caminar por la banqueta tratando de “no pisar la línea”.

Cuando leemos la definición que nos proporciona el diccionario, en lo que respecta a temas de salud mental, encontramos que la palabra manía describe dos condiciones muy distintas: aquella “especie de locura, caracterizada por delirio general, agitación y tendencia al furor”, así como una “extravagancia o preocupación caprichosa por un tema o cosa determinada”.

Está claro que, llevados al extremo, ambos problemas pueden ocasionar deterioro en la convivencia de una persona e interferir en la realización de sus actividades cotidianas; sin embargo, sólo la primera es considerada propiamente como manía, aunque la opinión popular se suele inclinar por darle tal nombre a la segunda.

Por ello, bien vale ahondar sobre este tema para evitar confusiones y, ante todo, destacar que cada padecimiento tiene origen particular y tratamiento específico.

Orden y repetición Comprobar en decenas de ocasiones que los objetos del escritorio se encuentran en orden, contar una y otra vez los automóviles estacionados en la calle, cerciorarse cada determinado lapso de que la puerta de la casa tiene puesto el seguro o verificar constantemente que la llave del gas y del agua están cerradas, son algunas de las conductas a las que llamamos manías, las cuales, en caso de ser muy frecuentes y numerosas, dejan de ser manifestaciones de extravagancia para convertirse en auténticos dictadores de la voluntad.

Los especialistas en salud mental definen a estas actitudes como rituales, y nos dicen que son característicos de personas que padecen trastorno obsesivo compulsivo, es decir, aquel en que el paciente experimenta estados de ansiedad o nerviosismo que a su vez desencadenan pensamientos, sentimientos, sensaciones e ideas recurrentes (obsesiones), así como comportamientos que “deben efectuarse” sin que exista razón aparente (compulsiones).

En estos casos es común que se experimente alto grado de rigidez en la estructura de la personalidad, misma que atormenta al paciente y dificulta sus relaciones sociales, ya que en la ruptura del orden que desea mantener le genera incertidumbre, tensión interna y enojo.

Algunas de las “manías” o rituales más frecuentes son:

* Necesidad de que todas las cosas de la casa estén en su sitio. * Tendencia a colocar los objetos de manera simétrica y alineada.

* Dedicación excesiva al trabajo y productividad (sin necesidad económica de ello), con lo que se excluyen actividades de ocio y amistades.

* Hacer recuentos, una y otra vez, por la necesidad de numerar y clasificar. * Rigidez extrema con la puntualidad propia y ajena.

* Miedo irracional a enfermar que conduce a tomar precauciones exageradas, visitar médicos por síntomas leves, usar amuletos, consultar curanderos, protegerse con temor de las corrientes de aire, los contagios y todo lo que se percibe como un peligro.

* Necesidad de lavarse continuamente las manos o la boca. * Temor a tocar cosas que hayan entrado en contacto con otras personas o a saludar de mano.

* Miedo exagerado a contaminarse con productos alimenticios y sus componentes. * Asco de las secreciones corporales propias.

* Tendencia a comprobar en varias ocasiones que puertas, ventanas, llaves y luces están debidamente cerradas y/o apagadas.

* Ahorro excesivo en gastos propios y ajenos, pues el dinero se considera como “algo que hay que acumular en previsión de catástrofes futuras”.

* Incapacidad para deshacerse de objetos gastados o inútiles, incluso cuando no tienen valor sentimental.

El diagnóstico del trastorno obsesivo compulsivo suele correr a cargo del psicólogo o psiquiatra, quien entrevista al paciente para conocer sus síntomas, además de que puede realizar un examen físico para descartar posibles causas de tipo orgánico, así como cuestionarios que permitan hacer una detección precisa y determinar el tratamiento.


Aunque las causas de esta enfermedad no se han identificado con claridad, el abordaje médico requiere, por lo general, de la administración de medicamentos antidepresivos y psicoterapia, la cual se encamina a enseñarle al paciente a reducir la ansiedad, resolver conflictos internos y encontrar métodos efectivos para controlar el estrés.

También es posible que este tratamiento se dirija a exponer al paciente en forma repetitiva a toda situación que desencadena la tensión emocional, pero con asesoría especializada, de modo que aprenda a resistir la urgencia de llevar a cabo sus “manías” o rituales.

Además, es posible enseñar a frenar pensamientos indeseados y centrar la atención en el alivio de nerviosismo e inquietud.

Algarabía y tristeza Ahora bien, cuando los especialistas en salud mental hablan de manía se refieren a aquellos episodios que se caracterizan por excesiva actividad física y sentimientos de euforia que son muy desproporcionados en relación a cualquier acontecimiento positivo que le haya ocurrido al paciente.

Asimismo, en la actualidad se considera que este problema no existe de manera aislada, sino que se alterna con lapsos de depresión y forma parte del trastorno bipolar.

Dicho padecimiento, presumiblemente de carácter hereditario y que antes era llamado enfermedad maniacodepresiva, es difícil de detectar, ya que la euforia y vitalidad que experimenta el afectado en un episodio de este tipo es muy reconfortable y difícilmente pensará que tiene un problema en su conducta.

Por ello, lo más común es que busque ayuda en la fase de depresión, pues la tristeza intensa y prolongada genera mayor malestar.

El proceso de manía dentro del trastorno bipolar se caracteriza por las siguientes características:

* La persona muestra exagerada devoción hacia su persona y sus cualidades. Es común escucharle frases como: “Soy el mejor”, “puedo vivir sin comer o dormir” y “nada puede doblegarme”.

* Tiene percepción expansiva, es decir, cree que es capaz de realizar cualquier actividad que se le ocurra.

* El sueño pasa a segundo plano, de modo que el paciente puede dormir 2 ó 3 horas y sentirse descansada.

* La comunicación es precipitada, comúnmente con lenguaje alborotado y continuo, pero también confuso para quienes escuchan.

Esto se debe a que la persona afectada “se salta” algunas partes de su conversación. * La atención se desvía fácilmente hacia cualquier acontecimiento, si aparece alguien, oye un sonido o ve algún gesto.

* Es habitual que el paciente se muestre irritable, además de que se siente incomprendido.

* Hay aumento exagerado en cualquier actividad, como trabajo, escuela, hogar o desempeño sexual.

La rapidez de movimientos es una de las características más llamativas. * En ocasiones, la persona puede realizar conductas peligrosas provocadas por el comportamiento descrito: comprar de forma irracional, efectuar viajes en coche a alta velocidad o sentir que tiene contacto con seres superiores.

Un especialista en salud mental, preferentemente psiquiatra, es quien se encarga de realizar el diagnóstico.

Además de analizar los síntomas del episodio eufórico (que deben durar al menos una semana de forma continua) y los de la depresión, es probable que requiera la ayuda de familiares y personas cercanas para elaborar historia clínica y lograr mayor precisión en cuanto a las características e intensidad del padecimiento; existe una forma leve de este problema, el trastorno ciclotímico, cuyos episodios de algarabía se denominan hipomaníacos.

La psicoterapia y pláticas grupales son de gran ayuda, debido a que brindan recursos necesarios para que las personas afectadas y sus familias sepan hacer frente a su problema.

También se prescribe el uso de fármacos, sólo que éstos variarán de acuerdo con el momento en que se encuentre el paciente y la evolución del problema: al estar decaído se le administrarán antidepresivos, en tanto que en momentos de euforia se recomiendan estabilizadores de la conducta, como el litio.

En fechas recientes se han observado que puede ser de utilidad la integración de medicamentos desarrollados para evitar sacudidas y problemas de movimiento, llamados anticonvulsivos.

Finalmente, cabe destacar que cualquiera de estos problemas requiere diagnóstico y atención tempranas, pues de esta manera se ayudará a evitar pérdida en la calidad de vida del paciente.

Recuerde que todo comportamiento que genere dificultades en la convivencia o el desarrollo de actividades es candidato a ser evaluado por un especialista en salud mental.

obsesiones y trastronos alimenticios




Pacientes que padecen trastornos alimenticios que no han tenido buenos resultados con tratamientos tradicionales y están en riesgo de morir, cuentan con una esperanza. En el Centro Médico Nacional “20 de noviembre”, del ISSSTE, un grupo de médicos relacionados con la conducta y el cerebro ha desarrollado una neurocirugía de invasión mínima y de alta precisión para tratar la bulimia y la anorexia.

En entrevista con Francisco Zea, para grupo Imagen, el doctor Manuel Hernández Salazar, jefe de la división de neurociencias de ese hospital, explicó en qué consiste.

Se realiza una miniincisión cerebral y, con un aparato de alta precisión, se guía un electrodo muy delgado hasta llegar a la zona a tratar. Ahí se produce una termoablación, es decir, una lesión provocada por calor, de un milímetro y medio. Con esa quemadura se modifican síntomas (como la impulsividad y la agresividad) que intervienen en diversas enfermedades neurológicas.

“En el Centro Médico Nacional teníamos experiencia con pacientes siquiátricos, principalmente con trastorno obsesivo-compulsivo, después comenzaron a llegar pacientes con bulimia, más que con anorexia. Descubrimos que hay una relación entre el trastorno obsesivo-compulsivo y los trastornos alimenticios, entonces, hicimos modificaciones y adaptamos el programa.”

El doctor explicó que la operación es resultado del trabajo de un grupo multidisciplinario, en el que intervienen neurólogos, siquiatras, neurocirujanos, sicólogos y neurosicólogos. Entre todos analizan los casos y realizan la cirugía. Hasta la fecha la han aplicado a cinco pacientes que han tenido muy buena respuesta.

Una de esas pacientes es Paulina, a quien operaron hace cuatro años, cuando tenía 19 y estaba cerca de la muerte. Ella mide 1.70 metros y llegó a pesar 38 kilos, perdió 30 en un mes y a los 16 años tuvo un infarto.

“Comencé con anorexia a los 14 años, iba a cumplir 15, empecé a buscar el vestido para la fiesta y fue cuando comenzaron las comparaciones y decidí bajar de peso. Ahora sé que esos comentarios fueron sin querer, que una persona no se da cuenta de que está hiriendo a otra, pero pueden llegar a afectar mucho.”
Paulina relata que la cantidad de alimento que ingería fue disminuyendo gradualmente hasta llegar a comer sólo una salchicha al día. “Después dejé de comer, sólo tomaba agua y chicles. Masticaba hasta 500 al día. De la anorexia salté a la bulimia, tenía como episodios. Me provocaba el vómito del dulce de los chicles, porque creía que el azúcar me iba a engordar.”

Recuerda que al principio sentía mucha energía y hacía mucho ejercicio; sin embargo, asegura que nunca se vio flaca. “Sabía que había bajado de peso, pero no sabía cuanto. Veía las fotos y decía: esa no soy yo, seguía pensando que mis brazos y piernas estaban gordos. Ahora me veo y me doy cuenta de que estaba esquelética”.

A los 16 años Paulina sufrió un infarto. “Pensé que ya iba a entrar en razón, sabía que debía poner de mi parte, pero era algo más fuerte que yo, no podía sola. Tuve depresiones muy fuertes, intentos de suicidio, hospitalizaciones en siquiátricos. Había perdido la esperanza, pensé que iba a morir con esa enfermedad”.

En esa época el papá de Paulina escuchó sobre la operación en el ISSSTE y se puso en contacto con los médicos. “Hicimos un pacto, porque yo no quería ir, pero mi familia ya estaba cansada, los veía desesperados.

“Estuve un año en tratamiento siquiátrico antes de que decidieran operarme. Le agradezco al doctor y a su equipo por salvarme la vida. Creo que la mitad de la recuperación es la cirugía y la otra mitad es el esfuerzo que uno hace y el esfuerzo de la familia.”

Paulina asegura que después de que le realizaran el procedimiento se encuentra muy bien de salud y ha vuelto a comer. También habla, con la voz entrecortada, sobre el coraje que le causa saber de muchas niñas que están pasando por lo mismo: se juzgan por cómo se ven, pero pueden llegar a perder la vida.

El jefe de la división de neurociencias del Centro Médico Nacional “20 de noviembre” del ISSSTE comenta que están seleccionando nuevos pacientes para la intervención.

“Ha sido importante ver la evolución, incluso tuvimos una paciente que después de la operación se embarazó y tuvo los característicos vómitos, lo cual quiere decir que el área cerebral vinculada con esa reacción es controlada por regiones que no son afectadas por la termoablación.”

Trastorno Obsesivo-Compulsivo


Trastorno Obsesivo-Compulsivo
El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) es una enfermedad que hace que las personas tengan pensamientos que no desean (obsesiones) y que repitan ciertos comportamientos (compulsiones) una y otra vez. Todos tenemos hábitos y rutinas en nuestra vida cotidiana tales como cepillarnos los dientes antes de acostarnos.


Sin embargo, para las personas con TOC, los patrones de comportamiento interfieren con sus vidas cotidianas.

La mayoría de las personas con TOC saben que sus obsesiones y compulsiones no tienen sentido pero no las pueden ignorar ni tampoco frenar.

¿Qué son obsesiones?


Las obsesiones son ideas, imágenes e impulsos que pasan por la mente de una persona una y otra vez. Una persona con TOC no desea tener estos pensamientos y los encuentra perturbantes, pero la persona no puede controlarlos. A veces estos pensamientos solo aparecen de vez en cuando y tan solo son levemente molestos. Otras veces, una persona que tiene TOC tendrá pensamientos obsesivos todo el tiempo.

¿Qué son compulsiones?


Los pensamientos obsesivos hacen que las personas que tienen TOC se sientan nerviosas y con miedo. Ellos tratan de deshacerse de estos sentimientos realizando ciertos comportamientos de acuerdo a “reglas” que ellos mismos elaboran. Estos comportamientos se llaman compulsiones. Los comportamientos compulsivos a veces también se llaman rituales. Por ejemplo, una persona que tiene TOC puede tener pensamientos obsesivos relacionados con los gérmenes. Por causa de estos pensamientos la persona puede lavarse las manos una y otra vez después de usar un baño público. Realizar estos comportamientos usualmente sólo
hace que las sensaciones nerviosas desaparezcan por un tiempo corto. Cuando el miedo y los nervios vuelven a aparecer la persona que tiene TOC repite la rutina nuevamente.¿Cuáles son algunas obsesiones comunes?
Las siguientes son algunas obsesiones comunes:
* Miedo a la mugre o a los gérmenes
* Disgusto por los desechos o los líquidos corporales
* Preocupación con el orden, simetría (balance) y exactitud
* Preocupación de que una tarea no se haya realizado bien incluso cuando la persona sabe que no es cierto.
* Miedo de tener pensamientos malos o pecaminosos
* Pensar en ciertos sonidos, imágenes, palabras o números todo el tiempo
* Necesita asegurarse continuamente de las cosas
* Miedo de hacerle daño a un miembro de familia o amigo

¿Cuáles son algunas compulsiones comunes?


Las siguientes son algunas compulsiones comunes:
* Limpiar y arreglar, tal y como lavarse las manos, tomar baños o cepillarse los dientes una y otra vez
* Revisar cajones, puertas y aparatos eléctricos para asegurarse de que están cerrados, con seguro o apagados
* Repetir, tal y como salir y entrar por una puerta, levantarse y sentarse de un asiento o tocar ciertos objetos varias veces.
* Ordenar y disponer cosas de cierto modo
* Contar una y otra vez hasta cierto número
* Guardar periódicos, correspondencia o empaques que ya no son necesarios
* Buscar seguridad y aprobación continua

¿Qué tan común es el TOC?


Por muchos años se pensó que el TOC era raro. Algunos estudios recientes demuestran que puede haber tanto como diez millones de estadounidenses entre los 18 y los 54 años de edad con TOC en cualquier momento específico. Esto es aproximadamente 6% de la gente en este grupo de edad. El TOC afecta los hombres y las mujeres de igual manera.

¿Qué causa el TOC?


Nadie ha encontrado una causa específica y comprobada para el TOC. Algunas investigaciones muestran que tiene que ver con las substancias químicas en el cerebro que se encargan de llevar mensajes de un nervio al otro. Una de estas substancias químicas llamada serotonina ayuda a que las personas no repitan los mismos comportamientos una y otra vez. Una persona que tiene TOC puede no tener suficiente serotonina. Muchas personas que tienen TOC “pueden” funcionar mejor cuando toman medicamentos que aumentan la cantidad de serotonina en su cerebro.

¿Existen otras enfermedades asociadas con el TOC?


Las personas que tienen TOC con frecuencia tienen otros tipos de ansiedad tales como fobias (miedo a las arañas o a volar) o ataques de pánico.

Las personas que tienen TOC también pueden tener depresión, trastorno de atención con hiperactividad (TDAH), un trastorno alimentario o un trastorno del aprendizaje tal y como la dislexia.

Tener uno o más de estos trastornos puede hacer que el diagnóstico y tratamiento sea más difícil, por lo tanto, es importante hablar con su médico acerca de cualquier síntoma que usted tenga incluso si siente vergüenza al hacerlo.

¿Cuál es el tratamiento para el TOC?


Existen varios medicamentos disponibles para tratar el TOC. Estos medicamentos incluyen: clomipramina (nombre de marca: Anafranil), fluoxetina (nombre de marca: Prozac) sertralina (nombre de marca: Zoloft), paroxetina (nombre de marca: Paxil) y fluvoxamina (nombre de marca: Luvox). Estos medicamentos pueden causar efectos secundarios tales como fatiga, temblor, nerviosismo, sedación, ansiedad, insomnio, somnolencia, astenia, anorexia, náuseas, diarrea, cefalea, vértigos, rash, etc.

Algunas veces también afectan el funcionamiento sexual de una persona.

Puede tomar varias semanas antes de que usted vea mejoría con respecto a su comportamiento.

La terapia conductual también puede utilizarse para tratar el TOC bajo el cuidado de un terapeuta entrenado. En terapia conductual la gente se expone a situaciones que causan o desencadenan sus obsesiones y ansiedad. Luego, se les incentiva a no realizar los rituales que usualmente les ayudan a controlar sus nervios.

Por ejemplo, una persona que está obsesionada con gérmenes se motiva a usar un baño público sin lavarse las manos más de una vez. Para usar este método una persona que tiene TOC tiene que ser capaz de tolerar los niveles altos de ansiedad que esto puede generar.

La mente enferma domina al cuerpo y su fisiología
Los síntomas, con independencia de la influencia biológica que tengan, tienen significados, conscientes o inconscientes, para el paciente. Con frecuencia los conflictos psicodinámicos se apropian de las fuerzas bioquímicas del cerebro y las utilizan como vehículo de expresión.

Debemos ser conscientes de que un alto porcentaje de pacientes no responderán ni a la farmacoterapia ni a la terapia de conducta.


Pasamos mucho tiempo luchando contra todo aquello que no queremos, eso nos provoca ansiedad, angustia e inseguridad, en nuestras vidas sin darnos cuenta que sería mucho más saludable dedicar nuestros esfuerzos en lo que sí queremos. Sufrimos y perecemos debido a los esfuerzos mismos que hacemos por no sufrir y por no perecer.


fuente:alejandra

Entrevista con presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría



Entrevista con el psiquiatra Alberto Fernández Liria
"A la sombra de las revoluciones conservadoras la salud mental se ha convertido en un mercado de la industria farmacéutica"

Psiquiatra, coordinador de Salud Mental del Área 3 de Madrid y Jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Príncipe de Asturias, profesor asociado de la Universidad de Alcalá y director del Master de Psicoterapia de la Universidad de Alcalá, Alberto Fernández Liria ha escrito numerosos trabajos en revistas científicas sobre psicoterapia, rehabilitación psicosocial, intervención en situaciones de catástrofe y violencia y la trasformación de los servicios de atención a la salud mental. Es autor de diversos libros entre los que aquí destacamos: La práctica de la psicoterapia: la construcción de narrativas terapéuticas, Desclée de Brouwer, 2001 (junto a Beatriz Rodríguez Vega); Habilidades de entrevista para psicoterapeutas. Desclée de Brouwer, 2002 (también junto a Rodríguez Vega) e Intervención en crisis, 2001 (con la misma coautora).

Dicen que Alberto Fernández Liria se hizo psiquiatra para aliviar el sufrimiento humano allá donde se produjese. Quizá por ello un día se fue a la exYugoslavia donde fue herido por una ráfaga de fusil.

No sé si es impertinente que manifieste aquí que hacía tiempo que no me sentía tan conmovido por una entrevista. Tanto da que esté en la cuarta o en la quinta relectura. Sigo con el alma en vilo. Sé bien que todo él mérito es de Alberto Fernández Liria, pero, déjenme robarle un 1%, sólo un significativo 1%, y que se lo dedique a mi hijo Daniel López Martínez. Estoy seguro, como diría Gil de Biedma (Jaime, por supuesto), que no puede hacernos ningún daño y que, además, a Alberto no le importa en absoluto. Gracias.

¿Tiene algún uso sensato y no hiriente el término “locura”? ¿Existen límites delimitados o zonas de penumbra acotadas entre racionalidad y locura?

El término “locura” tiene varios inconvenientes. Uno es que se consideraba estigmatizante. Probablemente, hoy, “locura” puede tener hasta connotaciones positivas cosa que no ocurre con términos como “psicosis” o “enfermedad mental”. El otro inconveniente es, precisamente, que “locura” puede significar casi cualquier cosa, con lo que es un término poco adecuado cuando necesitamos ser precisos. Y para atender en condiciones a las personas que sufren trastornos mentales, necesitamos ser precisos.

En cuanto a los límites entre los trastornos mentales y la salud mental, como los límites entre la enfermedad y la salud en general, desde luego no son netos porque las sociedades definen en función de muchos factores lo que van a considerar “enfermedad” y lo que no. De hecho la definición de estos límites, y por tanto de los de la actuación de los profesionales de la salud mental, es una de las tareas que habrán de acometerse en el siglo XXI. Pero, en esta polémica, los límites entre la salud y el trastorno mental no se corresponden con los la racionalidad y la locura porque el trastorno mental sólo en muy contadas ocasiones se traduce en una pérdida de la razón.

¿Cómo puede definirse la enfermedad mental? ¿Por qué “mental”? ¿Qué es aquí la mente?

Podríamos preguntarnos también que no es la mente o que es lo no mental. En realidad la distinción cartesiana entre res extensa y res cogitans, entre mente y cuerpo, lo que ha hecho es ponernos las cosas mucho más difíciles a la hora de entender no sólo las alteraciones de la salud mental, sino al ser humano y a los seres vivos en general.

Decía Kraepelin, el que suele considerarse fundador de la psiquiatría moderna, que las enfermedades mentales son enfermedades que tienen síntomas mentales (independientemente de cual sea su causa). Un delirium, un estado confusional agudo, es un trastornos mental aunque su causa sea una intoxicación, una alteración metabólica o un traumatismo. A principios del siglo XX, Kraepelin no creyó necesario explicar en su tratado a qué se refería el término “mental”.

Hoy el significado del término nos parece mucho menos evidente. Los seres vivos lo son en la medida en la que son capaces de tomar noticia del ambiente en el que viven y de actuar sobre él de acuerdo con lo que perciben, para mantener su existencia. La experiencia de los seres vivos de un determinado nivel (por ejemplo un animal) resulta de la acción conjunta de los seres vivos de un nivel inferior (en ese caso, sus células) que constituyen su soma y orienta una acción en la que el organismo de nivel superior interacciona como una unidad con su ambiente. La mente sería el proceso por el que se organiza esa acción unitaria del organismo.

Lo que caracteriza al hombre como animal es el hecho de que se desenvuelve en un ambiente que – en palabras del biólogo español Faustino Cordón – es un ambiente “trabado por la palabra”. Dicho de otro modo, el ambiente de un hombre son los otros hombres, con los que se relaciona a través de su conducta específica, el lenguaje. Por consiguiente, su relación con el medio se da necesariamente (o al menos en lo que tiene de específicamente humano) a través del lenguaje. Vivimos una realidad construida en los términos que el lenguaje nos permite y nos impone. De algún modo vivimos las historias que nos contamos. Y llamamos mente a ese escenario en el que aparecen los pensamientos, las intenciones, las emociones y las narrativas que los organizan de modo que podemos reconocernos como nosotros mismos y reconocer a los demás y al mundo en el que habitamos, dándoles un sentido.

Entonces, ¿cuándo podemos hablar propiamente de trastornos mentales?

Como psicoterapeuta me sirve pensar que hablamos de trastornos mentales en dos tipos de situaciones. En primer lugar cuando las narrativas con las que damos sentido a nuestra existencia no son útiles para la cooperación con nuestros semejantes porque no son compartibles, como sucede con las de un paciente esquizofrénico que considera que los demás pueden leerle el pensamiento, que las ideas que le vienen a la cabeza han sido puestas allí por otro o que cree saber a ciencia cierta las intenciones de los demás. Es lo que sucede con los cuadros que llamamos psicóticos. En segundo lugar cuando dominan narrativas que producen un sufrimiento evitable, como las del paciente hipocondriaco, que no puede vivir sin la certeza de que alguna de sus sensaciones corporales no es signo de una enfermedad maligna. Son lo que se han llamado trastornos neuróticos.

Pero el primer criterio –“no son útiles para la cooperación con nuestros semejantes porque no son compartibles”-, ¿no es un criterio de difícil concreción? ¿Cómo podemos saber, sin error o desvarío, que las narrativas de tal o cual sujeto no son compartibles y que no son útiles para la cooperación con sus conciudadanos si el sujeto no corrobora esa intuición nuestra?

En la práctica no es muy difícil ponernos de acuerdo en que un sujeto delira (tiene creencias que, además de no ser compartibles ocupan un lugar central en la organización de su modo de situarse en el mundo) o tiene alucinaciones (percibe cosas que los demás no percibimos), como, en la práctica, tampoco es difícil ponernos de acuerdo en que una u otra cosa están teniendo consecuencias no deseables para él o para los demás en la convivencia con otros. Pero, desde luego, no hay un criterio duro. En último término hablamos de alguien que está excluido de un mínimo consenso que consideramos necesario. Respecto al otro criterio, tampoco hay un criterio duro para determinar cuando un sufrimiento es evitable. Por eso hay una discusión sobre los límites entre los trastornos mentales llamados “comunes2 y la normalidad.

¿Por qué cree que la ciudadanía tiene, digamos, tanto interés en estos temas? ¿Por qué los medios de inculcación de ideas, temas e informaciones suelen cultivar con tan poco pudor estas temáticas?

La importancia que la salud mental ha tenido en el debate social ha sufrido variaciones muy importantes a lo largo del siglo XX. Así, por ejemplo, la introducción del psicoanálisis supuso una auténtica conmoción en los inicios del siglo veinte, las aportaciones de los psiquiatras culturalistas fueron best sellers en los cincuenta, y la voluntad de descifrar el tipo de cuestionamiento de los usos sociales, que encerraba la locura, lo fue en los sesenta y setenta de la mano de los llamados antipsiquiatras, de los reformadores de la psiquiatría o de Michael Foucault y sus secuelas.

En los años ochenta las referencias a la salud o los trastornos mentales fuera de los ámbitos especializados pasaron e ser meramente marginales. A la sombra de las grandes revoluciones conservadoras, la atención a la salud mental dejó de ser considerada un desafío para el Estado del Bienestar o una fuente de inspiración para el pensamiento crítico para ser contemplada únicamente como un potencial mercado en el que la industria podría realizar beneficios.

El pensamiento psiquiátrico y la actividad de los psiquiatras se supeditaron entonces, sobre todo, a este fin. La salud mental dejó de ser pensada como un logro difícilmente construido con el esfuerzo de las personas y las comunidades, para ser considerada un estado natural sólo amenazado por alteraciones bioquímicas del funcionamiento cerebral que se esperaba que el desarrollo paralelo de las neurociencias pudiera explicar e incluso fotografiar gracias a los también impresionantes avances de las técnicas de neuroimagen.

Los psiquiatras pasamos a ser prescriptores de fármacos, y, en todo caso, testigos y voceros de las bondades de los remedios que se disputaban el nuevo mercado.

Hablaba usted de Michael Foucault y sus secuelas. ¿Qué secuelas son esas? ¿No tiene usted acaso buena opinión de las intervenciones teóricas de Foucault en este ámbito?

No, no quiero decir eso. He sido un lector apasionado de Foucault. Textos como El nacimiento de la clínica o Historia de la locura en la época clásica han sido importantísimos en mi formación. Si tuviera algún reparo respecto a la obra de Foucault, no sería, desde luego, en sus contribuciones a éste área.

Decía lo de las secuelas, sin ánimo peyorativo, para referirme a autores como Robert Castel. De Castel también aprendí muchas cosas. Castel, como Foucault, a mi modo de ver ha sabido mostrar magistralmente como los gestos cotidianos de la atención a la salud mental reflejan los mecanismos del poder en las sociedades contemporáneas. El problema en todo caso es que una cosa es que los reflejen y otra que jueguen un papel importante en sustentarlos. Sinceramente creo que el papel de la psiquiatría y la atención a la salud mental en eso es bastante marginal. Y que, en buena parte, el entusiasmo con que algunos psiquiatras pretendidamente progresistas acogieron la idea tuvo que ver con que, aunque fuera en el reverso tenebroso, nos confería a nosotros una importancia que resultaba un consuelo frente a la modestia que nos impone día a día la realidad de la clínica. A mi me parece que al lado de la escuela, la televisión, la familia, la policía o la cárcel, la psiquiatría resulta bastante prescindible para el mantenimiento del orden.

Y esa perspectiva de la que hablaba sigue siendo hegemónica…
Aunque esta perspectiva instaurada en los ochenta siga siendo hegemónica, hoy, tenemos datos suficientes para sostener que ha resultado ser un fracaso: los remedios que se suponía que iban a ser cada vez más específicos para trastornos cada vez más precisamente definidos, han resultado ser todo menos específicos. Recuérdese que los ISRS, los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (cuyo paradigma es el Prozac), pretendían haberse convertido en la “bala de plata” que actuaba contra lo que se suponía que era la alteración específica de la depresión, frente a la inespecificidad de los antiguos – y tan baratos – antidepresivos tricíclicos. Hoy, los ISRS son el tratamiento farmacológico de primera elección de la depresión, pero también del trastorno de angustia, de la ansiedad generalizada, del trastorno obsesivo compulsivo, de los trastornos de la personalidad, de los trastornos del control de impulsos y de otros muchos. Si tenemos en cuenta que, a la vez, a los antipsicóticos responden los síntomas positivos de los pacientes esquizofrénicos, los delirios crónicos, los cuadros maníacos, los síntomas psicóticos de los trastornos mentales orgánicos y otros, quizás podíamos pensar que, aunque sólo fuera en consideración de lo que podemos aprender de nuestro trabajo como clínicos prescriptores necesitaríamos articular nuestras clasificaciones – o, mucho mejor, pensar en la salud mental y los trastornos mentales – sobre nuevas bases.

En los últimos años se han producido algunas señales de que existe una nueva preocupación social por la salud mental y sus alteraciones al menos en lo que solemos llamar el mundo desarrollado. Sin hacer mención a la proliferación de instrumentos de autoayuda que pretenden responder a la necesidad subjetivamente experimentada por multitudes de preservar su salud mental. Si atendemos sólo a las manifestaciones institucionales encontramos que la salud y los trastornos mentales han vuelto a ser motivo de preocupación política al menos en Europa. Desde la Organización Mundial de la Salud, la Comisón Europea y el Consejo de Europa se han promovido nuevos e importantes documentos con directrices, en base a algunos de los cuales se han firmado en Helsinki acuerdos en los que se han comprometido los ministros de sanidad de la Unión.

Algunos gobiernos, como el británico o los escandinavos, han incrementado los fondos dedicados a la atención a la salud mental y han diversificado el tipo de recursos dedicados a ella de un modo muy significativo, tanto en lo que se refiere a la atención a los trastornos graves como a los trastornos comunes.

La prestigiosa revista médica The Lancet, ha dedicado una serie de artículos haciéndose eco de todo lo anterior y proponiendo vías de actuación a través de una serie de artículos redactados por un llamado Lancet Global Mental Health Group, que reúne a 38 expertos internacionales en el tema que se hacen eco del aforismo de la OMS de “no hay salud sin salud mental”.

Pero de estas informaciones apenas hay noticias en los media…

Los medios de comunicación de masas apenas se han hecho eco de estos movimientos. En los medios, en este momento, lo que aparecen son o secciones de autoayuda o noticias en las que el trastorno metal es tratado de modo absolutamente truculento, sobre la idea absolutamente falsa de que los enfermos mentales son peligrosos (los enfermos mentales graves cometen, en realidad, menos delitos violentos que los ciudadanos que no lo son) o de que los delincuentes de cuyos actos queremos distanciarnos son enfermos mentales, en lugar de simplemente malvados. Probablemente porque aceptar que la maldad existe en nuestra especia y en nuestra cultura, y buscarle una explicación, es más incómodo que atribuir sus efectos a causas que no tienen nada que ver con nosotros.

Déjeme hacerle algunas preguntas sobre lo que acaba de señalar. Las dos primeras. Decía usted que si tenemos en cuenta que, a la vez, a los antipsicóticos responden los síntomas positivos de los pacientes esquizofrénicos, los delirios crónicos, los cuadros maníacos y otros quizás podíamos pensar que necesitaríamos articular nuestras clasificaciones, o pensar en la salud mental y los trastornos mentales, sobre nuevas bases. ¿Sugiere usted entonces que los antipsicóticos no son efectivos para la diversidad de casos tratados con ellos?

En absoluto. Precisamente lo que sabemos –y por eso los utilizamos – es que son eficaces. No dudo de la eficacia de los fármacos, sino de la utilidad de las clasificaciones. Entiendo que las enfermedades no son, como creían a finales del siglo XVII los primeros protopsiquiatras que fueron enviados por el directorio revolucionario a hacerse cargo de los hospitales de París, entidades existentes en la naturaleza cuya diversidad se iba a manifestar ante sus ojos, mediante la observación, como la diversidad de las especies vegetales se había desplegado ante los ojos de Linneo. Las enfermedades (todas, no sólo ni especialmente las mentales) son constructos que nos sirven para predecir el efecto que pueden tener las actuaciones de los médicos u otros sanadores sobre determinadas formas de malestar para los que una sociedad ha acordado conceder a quien lo sufre el rol de enfermo

¿Y sobre qué nuevas bases deberíamos pensar entonces los trastornos mentales?

Precisamente sobre esa. Sobre su utilidad para guiar las actividades de sanación. La medicina (como la arquitectura o la ingeniería) no es una ciencia, sino una tecnología (Aunque como toda tecnología pretenda tener un fundamento científico). Y su objetivo no es producir conocimiento sino producir un bien social (en este caso la salud.

Llamamos enfermedad a un estado —involuntario e indeseable— que produce un malestar frente al que una sociedad está dispuesta a articular un procedimiento que incluye exención de obligaciones, provisión de cuidados especiales y actividades de sanación (en nuestra cultura, médicas) encaminadas a resolverlo o paliarlo.

Desde esta perspectiva, la determinación de qué condiciones van a ser consideradas como enfermedad y cuales no, corresponde a cada sociedad. Por eso hay sociedades en las que determinadas condiciones que en otras son consideradas normales (y, a veces, incluso deseables) son consideradas enfermedades.

La delimitación entre la enfermedad en general y lo que no lo es depende, según esto, de una decisión que sería mejor entendida como política o, en todo caso, cultural que como resultado de una investigación científico-natural.

La distinción entre enfermedades diferentes adquiere sentido en la medida en que sirve para poner en marcha distintos procedimientos y para hacer predicciones sobre cuáles serán los resultados obtenidos con estos. Los mayas saben qué deben hacer y qué cabe esperar que suceda con los espantos, y qué hacer con los males echados o el k’ak’al ontonil, o ek ti’ol. Nuestras familias y nuestros médicos saben qué deben hacer y qué cabe esperar que suceda con la varicela, y qué hacer con el síndrome de Down, la tuberculosis o los ataques de pánico. Por eso, aunque tengan el mismo agente causal, la varicela y el herpes zoster son enfermedades diferentes.

Según este modo de ver las cosas, podríamos decir que en nuestra cultura las enfermedades son constructos referidos a condiciones en las que un individuo experimenta un malestar, sobre el que existe un consenso en la idea de que debe ponerse en marcha un procedimiento que incluye la intervención del sistema sanitario, y que permiten hacer predicciones sobre las actuaciones de los médicos.

No hay especies morbosas escondidas en alguna parte de la naturaleza esperando a encarnarse en enfermos. No hay nada más allá de los enfermos. Es la acción de los médicos —y los resultados que se espera emanen de ella— la que distingue unas enfermedades de otras. La aseveración de que un enfermo es aquél que va al médico, es más que una tautología. No hay nada de sorprendente en el hecho de que si queremos estudiar la epidemiología de los trastornos mentales debamos resignarnos a que la definición de caso psiquiátrico deba hacerse en términos de aquel sujeto que padece un malestar ante el que los médicos indicarían un procedimiento de tratamiento o cuidados.

Si aceptamos esta hipótesis, lo lógico será construir nuestra nosología mirando más a los condicionantes de la intervención que a la observación de los síntomas.

Puede precisar un poco. A qué se refiere con esta última afirmación.

No es nada que no se haga en otras disciplinas médicas que han extraviado menos su rumbo que la psiquiatría. Los cánceres de mama no se clasifican por la dureza o la proximidad a la areola del tumor. Se clasifican en grado I o grado n según lo que la práctica indica que es la respuesta esperable a cada uno de los procedimientos disponibles para actuar sobre ellos. Y esa clasificación permite determinar cuál es el protocolo que va a aplicarse a un paciente dado y qué cabe esperar que suceda con él (qué parece más probable a la vista de lo sucedido con otros pacientes similares). El pragmatismo de los cirujanos ha enseñado a los oncólogos a dirigir su pensamiento de la intervención a los síntomas, más que de los síntomas a la intervención.

En psiquiatría sucede hoy exactamente lo contrario. Poseídos por lo que a mi me gusta llamar la ilusión de Pinel (uno de estos prtotopsiquiatras a los que me refería antes) los psiquiatras se esfuerzan por observar los síntomas esperando que estos (convenientemente pasados por el cluster analysis) dibujen solos entidades para las que ya alguien (¿la industria farmacéutica, quizás?) encontrará después remedios apropiados. Los intentos de encontrar remedios cada vez más específicos para cuadros cada vez mejor definidos han fracasado. Los remedios más específicos (antes señalábamos el caso de los antidepresivos ISRS) han resultado aplicables para cuadros que no tienen relación entre sí en nuestras nosologías. Y esto no ha sucedido sólo con los psicofármacos. Es bien conocido el caso de Cristopher Fairburn, quien para proporcionarse una intervención placebo manualizada con que comparar la terapia cognitivo-conductual de la bulimia nervosa decidió utilizar el manual de terapia interpersonal de Klerman para el tratamiento de la depresión. Lo que sucedió fue que, aunque la terapia cognitivo-conductual producía mejores resultados al terminar las 18 sesiones de tratamiento, los resultados a 6 y 12 meses de las pacientes que habían recibido terapia interpersonal (que seguían mejorando después de terminada la terapia) eran incluso mejores. De este modo, Fairburn descubrió (que no inventó) la terapia interpersonal de la bulimia nerviosa. Algo parecido había pasado antes con un antidepresivo como la clorimipramina.

Podemos congratularnos de tales descubrimientos. Pero, aunque nos sirvan para atender mejor a nuestros pacientes, lo que en definitiva muestran es que en nuestro trabajo como clasificadores no ha respondido a nuestras expectativas. Tendremos que plantearnos que enseñanzas podemos extraer de ello.

Entonces usted cree que la investigación se ha visto dirigida por este prejuicio.

La investigación en el terreno de la psicofarmacología se ha visto relativamente encorsetada por este prejuicio. En el terreno de las intervenciones psicosociales los efectos están siendo devastadores. Guiados por esa idea se pretende organizar la investigación sobre la eficacia de las intervenciones psicosociales (y, posteriormente, establecer su indicación y su pago) a partir de las categorías delimitadas por los flamantes nuevos sistemas consensuados de clasificación. Las diversas listas de psicoterapias empíricamente validadas que han reunido diversos grupos (entre los que destaca la Asociación Americana de Psicología) están configuradas de este modo, y tienen como epígrafes diversas categorías del DSM bajo las que figuran listados de intervenciones que generalmente comienzan con la expresión terapia cognitivo-conductual o terapia interpersonal y acaban con el nombre de la categoría o de una subcategoría.

Hasta que los grupos encabezados por Beck y Klerman (a cuya orientación aluden estos prefijos), decidieron, a finales de los años 70, someter su trabajo a la prueba del ensayo clínico aleatorizado, había un consenso entre los psicoterapeutas acerca de que las categorías diagnósticas, tal y como las dibujaban las clasificaciones, no eran una guía útil para el trabajo práctico con los pacientes. Hoy se han propuesto múltiples sistemas de constructos que sí lo son, y que han conseguido, muchas veces a través de un trabajo finísimo de investigación, dotarse de un respaldo empírico. Pero la falta de correspondencia entre estos sistemas y las clasificaciones al uso hace difícil que este trabajo pueda pasar el filtro que la comunidad psiquiátrica neopineliana se está organizando para imponer, bajo la bandera de la medicina basada en pruebas, a toda información que pueda llegar a sus miembros.

Que las enfermedades son constructos, decía usted, formas de malestar para los que la sociedad ha acordado conceder a quien lo sufre un rol de enfermo. ¿No es esa visión muy idealista, muy sociologista? ¿No olvida usted en demasía la determinación de lo real? No se trata de defender que nuestras teorías son calcos de la realidad pero de ahí a afirmar que la enfermedad es un constructo… Jacques Bouveresse enfermará si le lee y le aseguro que no construirá su enfermedad. ¿No hay ahí un salto epistemológico excesivo? Por otra parte, ¿qué sociedad es esa que acuerda tal cosa?

No creo que sea ni idealista ni sociologista, porque las construcciones sociales no se producen sobre el vacío. Por seguir con su ejemplo, lo que puede sucederle a Jacques Bouveresse (espero que no) o a cualquier otro, es que la emoción de indignación a la que le mueva un texto ofensivo se traduzca en una estimulación muy importante de su sistema autonómico que incluso puede a llegar a alterar de modo irreversible el funcionamiento o la estructura de alguna de las células que constituyen su soma (A esto Faustino Cordón lo llama enfermar de arriba abajo; enfermaríamos en cambio de abajo arriba cuando el mal funcionamiento de algunas células – por la acción de un tóxico, por ejemplo, impide que realicen su necesaria contribución al surgimiento de nuestro organismo animal). Ahora bien, si decimos que esto es “ponerse enfermo” (y no “endemoniarse”, “sentir que uno está en desacuerdo” o simplemente “encenderse de santa indignación”) es porque existe un consenso en llamar a eso enfermedad. Si esto es así a Bouveresse le darán la baja, entenderán que no acuda a una conferencia que tenía programada para hoy, su mamá le llevará a la cama caldito y recortables y le prescribirán un tratamiento parte del cual pagaremos entre todos con nuestros impuestos.

Usted es presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría? ¿Qué es la neuropsiquiatría? ¿Cuál es la situación de esta disciplina científica en nuestro país?

El nombre de la asociación es el que le pusieron sus fundadores en 1924, una brillantísima generación de psiquiatras que se consideraban discípulos de Ramón y Cajal y que hicieron aportaciones en el campo de la neurología y en el de la psiquiatría que eran dos disciplinas no bien diferenciadas. Hoy la asociación lleva el subtítulo de “Profesionales de la Salud Mental” y está constituida sobre todo por psiquiatras, psicólogos clínicos, enfermeros y otros profesionales de los que constituyen los equipos interprofesionales desde los que se realiza hoy la atención a los problemas de salud mental.

¿Y cuál es la situación de la salud mental en nuestro país? ¿Cree que se ha avanzado en los últimos años?

En los últimos treinta años hemos pasado de un sistema que contemplaba el manicomio como una alternativa de atención para los trastornos mentales graves y la desatención o una caricatura de atención para los trastornos mentales comunes (como la ansiedad y la depresión), a unos sistemas basados en redes complejas de atención que integran múltiples dispositivos como centros de salud mental, unidades de hospitalización en los hospitales generales, hospitales de día, centros de rehabilitación psicosocial, centros de día, comunidades terapéuticas, alternativas de alojamiento protegido o formas de atención domiciliaria… En definitiva se están ensayando alternativas que son nuevas. Y, desde luego, están surgiendo nuevos problemas…

En general, existe un acuerdo entre las comunidades autónomas (que son las que tienen las competencias en la atención sanitaria) y con los organismos europeos sobre cuál es el modelo de atención que conviene desarrollar. Ese es el acuerdo que reflejan los documentos europeos a los que antes hacía referencia y el que se plasma en la Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de Salud, que se aprobó en el 2006. El problema es que el grado de desarrollo de los distintos elementos del modelo es muy diferente en unas y otras comunidades autónomas y que, de hecho, existen importantes desigualdades en los recursos dedicados a la atención a las personas con trastornos mentales y en las prestaciones que éstos reciben en unas y otras comunidades.

Creo que el modelo basado en la atención comunitaria es, sin duda preferible al modelo institucional y coercitivo que le precedió. A pesar de que, como le decía, con este se han generado problemas nuevos entre los que la psiquiatrización o psicologización de los problemas de la vida cotidiana y la ilusión de que el malestar corriente puede ser objeto de tratamiento en lugar de estímulo para actuar sobre el entorno, no es el menor. Como tampoco lo es el que la mejora de la salud se contemple sobre todo como una oportunidad para desarrollar un mercado y sus objetivos puedan acabar supeditándose al propósito principal de servir para realizar beneficios. O el de que, en países como el nuestro el logro del objetivo de mantener en la comunidad a las personas con trastornos mentales graves se haga a costa del esfuerzo de unas familias que cada vez responden menos a ese modelo de familia tradicional que aunaba los recursos de tres generaciones en un esfuerzo colectivo del que todos se beneficiaban.

¿Malestar corriente? ¿Qué entiende usted por malestar corriente? Por lo demás, dice usted, se contemple la mejora de la salud como una oportunidad para desarrollar un mercado y la realización de beneficios. ¿Podría concretar un poco más?

Me refiero al malestar, por ejemplo, que sigue a la muerte de un ser querido. Lo sano es experimentarlo. Precisamente lo morboso sería no sentir nada o sentir otra cosa.

En una economía de mercado como la nuestra la existencia de un malestar remediable mediante un producto que se puede vender es una oportunidad para realizar beneficios vendiendo ese producto. Y esa oportunidad es la que determina, a veces, el mayor interés prestado por la comunidad médica a determinadas enfermedades. O la idea de que puede haber, por ejemplo, una suerte de uso “cosmético” de los antidepresivos. Si alguien dice que se encuentra mejor tomando una antidepresivo ¿Por qué no vendérselo?

¿Qué mejoras introduciría usted en estos ámbitos? ¿Qué aspectos le parecen de más urgente rectificación?

Hay que pensar que el modelo por el que abogan los documentos a los que he hecho referencia, presupone el principio de que la salud mental, como la salud en general, es una responsabilidad comunitaria y es a la sociedad en su conjunto a la que le corresponde el esfuerzo primero por promoverla y prevenir su pérdida, y, luego, por atender del mejor modo posible a las personas que no han conseguido mantenerla o sufren las consecuencias de su pérdida. Es decir: nos remite, de algún modo, a una idea de estado del bienestar que está muy lejos de propuestas desrreguladoras que se han generalizado en el planeta bajo los dictados del Banco Mundial, el Fondo Monetario Intenacional u otras personificaciones del capital, y que han sido disciplinadamente ejecutadas por gobiernos que no siempre han sido conservadores (En España las políticas que fueron desarrolladas en Estados Unidos e Inglaterra por Ronald Reagan y Margaret Tatcher fueron entusiásticamente introducidas en nuestro país por los gobiernos de Felipe González). En la medida en la que el Estado del Bienestar amenaza con pasar a ser considerado como uno más de los sueños extravagantes de los sesenta, el modelo sanitario y de atención a la salud mental que era coherente con él, resultará insostenible.

Si obviamos lo anterior, hoy, podemos decir que en la mayor parte de las comunidades autónomas, el sistema tiene prácticamente todos o casi todos los elementos que debería tener. El problema fundamental es el de las dosis en las que los tiene. Berlín, con no mucho más de un millón de habitantes, tiene más de tres mil plazas de alojamiento protegido para personas con trastornos mentales graves. El área que yo dirijo en Madrid, con trescientos ochenta y cinco mil habitantes, tiene escasamente cuarenta. Tenemos una tercera parte de los psiquiatras o de los psicólogos clínicos que los países escandinavos tienen por cada cien mil habitantes y entre veinte y cuarenta veces menos de enfermeros trabajando en la comunidad que los ingleses.

Hay que asumir que atender en las condiciones que hoy sabemos que son posibles a las personas que tienen trastornos mentales es caro. Seguramente no es más caro que trasplantar hígados o caras o que poner prótesis de cadera o de rodilla. Pero es mucho menos lucido. Los avances de la cirugía ocupan las primeras planas de los periódicos. Que hoy (como ayer y como mañana) también ha visitado alguien en su casa a un esquizofrénico que, de otro modo, estaría llevando una existencia infrahumana en una institución, en la calle o en la cárcel no es noticia. Y menos en un momento en el que promulgar leyes que permiten encerrar sin ninguna garantía a seres humanos por el único delito de haber nacido en otro sitio proporciona votos.

¿Tan desaprensivos, tan inhumanos ve usted a nuestros dirigentes políticos y a los directivos de los medios de (des) información?

En absoluto. No es una cuestión de maldad de los individuos, sino de irracionalidad de un sistema económico y político.

Por lo demás, hablaba usted de visitas a casas de esquizofrénicos. También de sus visitas a nuestras casas podríamos añadir. ¿Qué tipo de vida puede llevar un esquizofrénico? ¿El término no engloba casos muy distintos?

Sabemos que muchos tipos de vida. Y que en buena medida cuál de ellos van a llevar depende de los que hagamos para atenderlos.

Y, tiene usted razón, seguramente lo que llamamos “esquizofrenias” engloba condiciones muy distintas y, con toda seguridad, las personas a las que llamamos “esquizofrénicos” son tan distintas entres sí como las personas a las que llamamos “reumáticos”.

¿Conoce algún país que quizá sea no un modelo pero sí un lugar de referencia en la forma en que trata la salud mental y los enfermos?

Nosotros deberíamos compararnos con los países de nuestro entorno inmediato. En Europa, algunos gobiernos, como el británico, han incrementado en los últimos pocos años, los fondos dedicados a la atención a la salud mental de un modo muy significativo, poniendo en marcha programas por los que han visto la luz, además de los importantes recursos que ya existían anteriormente, los equipos de tratamiento asertivo comunitario, los equipos de atención en crisis o los equipos de atención temprana. El 31 de julio de 2007, el ministro de sanidad de ese país anunciaba la puesta en marcha de los primeros equipos del plan por el que el Servicio Nacional de Salud va a dotarse de los diez mil psicoterapeutas que calculan que son necesarios para ofrecer psicoterapia como tratamiento de rutina para pacientes con ansiedad o depresión. Y, esto último, lo hacen porque, según un informe de la London School of Economics, podrán pagarlos con lo que se ahorren en pensiones si, con su trabajo, consiguen reducir de media un mes la incapacidad laboral debida a esos trastornos en el Reino Unido.

Para la psiquiatría ¿tienen algún interés las teorías y prácticas que surgen del psicoanálisis y de sus diferentes corrientes?

Históricamente, el psicoanálisis tuvo un efecto irreversible no sólo sobre el modo de contemplar la salud mental y sus alteraciones, sino en el modo en el que nuestra sociedad noroccidental se contempla a sí misma. La práctica del psicoanálisis tal y como fue concebida por Freud y como sigue siendo practicada por los psicoanalistas ortodoxos ocupa hoy, indiscutiblemente, un lugar marginal en la atención a la salud mental y a sus alteraciones. Pero muchas de sus ideas y de sus descubrimientos son la base de los modos de hacer de los clínicos que trabajamos en el sector público tanto con personas que sufren trastornos mentales comunes como con pacientes graves. Y algunos de sus desarrollos se han visto confirmados por alguno de los descubrimientos de los neurocientíficos que estudian el desarrollo, que, muy frecuentemente, han construido sus hipótesis en base a observaciones de los psicoanalistas.

¿Podría citarnos algún ejemplo de esta última consideración?

El más claro es el de los psicoterapeutas infantiles que han acabado produciendo los desarrollos de lo que se ha llamado la neurobiología relacional, como Stern o Siegel (Cuyo libro sobre el desarrollo de la mente acaba de traducirse al castellano) que han podido encontrar lazos entre lo que sabemos del desarrollo y el funcionamiento del sistema nervioso central y los hallazgos de los teóricos del apego o los de los que han estudiado los efectos de las experiencias traumáticas sobre la salud mental.

¿Puede hablarse psiquiatría o sería mejor hablar de tendencias psiquiátricas? ¿Hay un paradigma dominante y aceptado en el seno de esta comunidad científica?

Puede hablarse de psiquiatría como puede hablarse de medicina o de arquitectura o de ingeniería de puentes. Hay un cuerpo de conocimientos y de prácticas sobre los que existen acuerdos y puntos de vista sobre cuestiones que nos se consideran bien resueltas o que son opinables, porque la psiquiatría, la medicina, la arquitectura o la ingeniería deben producir un producto que debe ser considerado útil y aceptable por una sociedad que no es monolítica y cuyas necesidades cambian.

Los momentos en los que la psiquiatría y la psicología eran un campo de batalla en el que se enfrentaban escuelas que partían de presupuestos incompatibles, hablaban lenguajes intraducibles y se proponían objetivos irreconciliables, pertenecen al pasado.

Ello ha tenido que ver con dos fenómenos que, a mi modo de ver merecen una valoración diferente. El primero es que ha habido una suerte de movimiento integrador que nos ha obligado a los clínicos (movidos por la insatisfacción de encontrar que los resultados conseguidos desde el dogmatismo de cualquier escuela no eran óptimos) a intentar incorporar los hallazgos de los de las otras escuelas, a cuestionar aspectos de la propia o a intentar pensar al margen de ninguna. Esto no sólo se ha dado en el interior, por ejemplo, del campo de las psicoterapias. Se ha dado, a veces en los límites con otras disciplinas, de modo que, por ejemplo, algunos de los más recientes avances de la psicoterapia han bebido en hallazgos de los neurobiólogos o los genetistas y en conversación con ellos (Y al revés). Esto – algo con lo que Freud soñaba - me parece algo muy positivo.

A la vez, la corriente dominante de la psiquiatría se embarcó en los ochenta en un especie de encarnación para la profesión del pensamiento único. Partiendo de la constatación de que la existencia de que los psiquiatras de cada escuela y de cada país unas veces utilizaban términos idénticos para designar fenómenos completamente distintos y, otras, llamaban de forma diferente a los mismas cosas, la Asociación de Psiquiatras Americanos por un lado y la Organización Mundial de la Salud por otro, se empeñaron en construir con un lenguaje común unas clasificaciones de los trastornos mentales que los definieran con criterios operativos, sin emplear para ello constructos teóricos que pudieran rechinarle a alguien y de modo que aplicando el manual, estuviéramos seguros de que cualquier psiquiatra del mundo, perteneciera a la escuela que perteneciera, iba a utilizar el mismo término ante el mismo cuadro clínico. Esto dio lugar a los manuales llamados DSM y CIE.

¿Y qué papel juegan estos manuales psiquiátricos?

Inicialmente ambos manuales pretendían servir para hacer estadísticas. Pero posteriormente, lo que debería haber sido un instrumento, se ha convertido en el organizador del pensamiento psiquiátrico cuando no en la disculpa para evitar tener que pensar. Además, las categorías diagnósticas sacralizadas por esos textos se han convertido en el eje de la actividad investigadora, construida sobre la idea de que para una de ellas debería existir un remedio específico (lo que, como comentaba antes, ha resultado aproximarse muy poco a la verdad). Pero sobre esta base se ha construido un edificio cuyo resultado práctico ha sido que el pensamiento ha sido de algún modo expropiado a los clínicos, a los que los problemas les llegan resueltos por los gestores y la industria farmacéutica que, por otro lado, dominan la formación, distribuyen los fondos de investigación y mantienen bajo control a las publicaciones, perpetuando el círculo.

¿Quiénes dice usted que dominan la formación, las publicaciones y distribuyen fondos de investigación? ¿Las corporaciones farmacéuticas? ¿Los gestores políticos? Si es así, ¿por qué se permite? ¿Dónde está la autonomía y desarrollo libre y creativo del conocimiento?

Las corporaciones farmacéuticas, los gestores políticos y las empresas que controlan el gran negocio de la producción y la publicación científica, como Thompson-Reuter, propietaria del concepto de “factor impacto” del que se valen nuestras universidades e institutos de investigación para seleccionar los investigadores.

Insistiendo sobre lo anterior. Sugiere usted entonces a los profesionales de la salud mental que arrojen los dos manuales citados -el DSM y el CIE- al archivo de los libros inútiles y/o malintencionados.

No exactamente. Y desde luego, no malintencionados. Estos instrumentos han cumplido un papel en la generación de un lenguaje común, útil para muchos propósitos (administrativos, epidemiológicos…). Pero no idóneo para otros, como el desarrollo de nuevos recursos terapéuticos

¿Queda algo de la antipsiquiatría de los años 60’ y 70’? ¿Debemos seguir reivindicando la apertura de los centros psiquiátricos, acaso su humanización? ¿Cree que se cometieron excesos, que Laing o Basaglia, por ejemplo, politizaron en exceso un campo médico?

La crítica que hicieron gentes como Laing, Cooper, Szazs, Goffman o Jervis (De quien tuve la primara noticia por una entrevista en El Viejo Topo) sirvió de motor a transformaciones que hoy son irreversibles, aunque para la psiquiatría académica estos sean hoy autores olvidados. Seguramente ha habido otros muchos factores que han contribuido a que esto sea así, pero hoy a nadie le extraña que los sistemas de atención a la salud mental puedan prescindir completamente de algo parecido a lo que fueron (Y, lamentablemente siguen siendo en algunos sitios) los manicomios. Y las intervenciones familiares en pacientes psicóticos, por poner un caso, aparecen como recomendadas en todas las guías de práctica clínica. En esto hay una deuda con esos autores como la que hay, en un campo más general, con el mayo 68 respecto a muchas de las cosas que hoy consideramos normales en nuestra sociedad. Laing fue un psiquiatra brillante que recuperó para el pensamiento psiquiátrico tradiciones fructíferas que se habían abandonado después de la guerra mundial y que supo reconocer lo creativo de algunas aportaciones nuevas. Y un buen escritor.

El caso de Basaglia y Psiquiatría Democrática en Italia es aún menos discutible. Y no me parece que lo que hicieran fuera politizar el campo de la atención a la salud. Lo que hicieron fue utilizar un instrumento político muy bien construido – la Ley 180 que prohibía los manicomios y que hoy Berlusconi ha propuesto revisar – para lograr un objetivo que no podía lograrse sin una intervención de la política.

En la izquierda solemos poner mucho énfasis en aspectos ambientales y solemos percibir con ojos sesgados y oídos pocos atentos los análisis que apuntan a herencias genéticas y afines. ¿Cree que hay aquí error, desenfoque, ensoñación, confusión teórica? ¿Está o no está en los genes? Para ser más concreto, ¿un esquizofrénico nace o se hace? ¿Es la sociedad la que nos enferma?

Debajo de ese sesgo hay el prejuicio según el cuál las intervenciones que podemos hacer sobre un determinado trastorno han de ser de la misma naturaleza (bioquímica o psicosocial) que su causa. Y a una cierta tradición de izquierda, nos ha sido cómodo imaginar intervenciones en el entorno social, porque es lo que estábamos haciendo con otros propósitos en otros campos, y duro aceptar la resignación que impondría suponer que las alteraciones de base eran inmodificables y venían marcadas por la naturaleza, porque parecía que uno empieza aceptando esto para las enfermedades y tiene que acabar aceptándolo para las diferencias de clase, o algo así. Pero la actitud a la que hace referencia, y este prejuicio subyacente, no son más que eso, un prejuicio, un tic de los que, de hecho, han actuado como obstáculos al pensamiento crítico.

Lo que hoy sabemos es, precisamente, que la interacción entre lo heredado y lo adquirido es sumamente compleja. En congresos y publicaciones es muy frecuente encontrar genetistas fascinados con el descubrimiento del ambiente y psicoterapeutas con el de la genética y lo heredado.

Por ponerle un ejemplo que ilustre esto: Los estudios de primates han proporcionado un modelo animal para trastorno borderline de la personalidad. En un artículo de 2005, sobre trastornos de la personalidad, el psicoanalista Glen Gabbard, considerado el principal vocero de la psicoterapia psicodinámica americana, nos resume algunos experimentos llevados a cabo con macacos Rhesus. Entre un 5 y un 10% de los macacos rhesus son propensos a la realización de piruetas peligrosas en las que se dañan gravemente y exhiben desde antes de la pubertad conductas socialmente inadmisibles por la manada que les llevan a maltratar a los monos más débiles y arriesgarse imprudentemente con los más fuertes. La presencia de este tipo de comportamientos parece estar en relación con el metabolismo de la serotonina. Se ha detectado una relación inversa entre las medidas del metabolito ácido 5-hidroxiindolacético (5-HIAA) en líquido cefalorraquideo, y la propensión a estas conductas impulsivas. Sin embargo la propensión heredada parece modificarse con las experiencias de apego: los monos criados por madres muestran consistentemente una concentración más alta de este ácido 5-hidroxiindolacético que los que se han creado entre coetáneos y sin madre. El gen del transportador de la serotonina presenta variaciones en su región promotora que dan lugar a dos alelos (variaciones) diferentes. El alelo corto confiere una menor eficiencia para la transcripción a esta región promotora, lo que se podría traducir en una disminución de la función serotoninérgica. Sin embargo, como nos cuenta Gabbard, lo que las personas que han investigado con estos monos han encontrado es que los monos con el alelo corto no presentan diferencias en su concentración de 5-HIAA con los del alelo largo si han sido criados por madres, mientras sí lo hacen si han sido criados por coetáneos. Paralelamente, los macacos con alelo corto exhiben muchas más conductas agresivas que los del alelo largo si han sido criados por coetáneos y esta diferencia no existe entre los criados por madres, que tienen ambos el mismo nivel de agresividad que los criados por coetáneos con alelo largo. Aún más llamativos son los resultados de un experimento en el que se pone al alcance de los monos una bebida alcohólica. De los monos criados por coetáneos, los monos con el alelo corto muestran una mayor propensión que los otros a consumir mayores cantidades de alcohol. Sin embargo entre los criados por madres, los monos del alelo largo consumen más alcohol que los del alelo corto, lo que parece que pondría de manifiesto que el alelo corto del gen del HTT podría determinar la presencia de patología en los monos con una experiencia de crianza subóptima mientras que podría ser adaptativo en monos con una crianza segura. Gabbard señala la importancia de estos hallazgos para la psicoterapia, ya que esta podría entenderse como una de las experiencias que modifican la expresión de los genes en la acción humana.

Pero usted está hablado de monos, de primates… ¿No habíamos hablado del ser humano y de su singularidad lingüística por ejemplo?

Bueno: nosotros somos precisamente unos primates que tienen capacidad de hablar. Primates en los que, precisamente por eso, la relación con el ambiente es aún más compleja y más sometida a mediaciones.

De acuerdo. Prosiga, si le parece, con su anterior explicación.

Por otro lado, la decodificación del genoma humano ha sido, sin duda, un importante avance de los biólogos y abrirá posibilidades de tratamiento, hasta hace poco insospechadas, para algunas enfermedades. Pero su comparación con otros genomas paralelamente descodificados (de la mosca del vinagre al chimpancé), hace insostenible la ilusión, que no hace mucho hay quien proclamaba sin vergüenza, de que, de algún modo, aquella cinta de ADN contenía el destino del organismo que surgía de la acción conjunta las células que la formaban. En un magnífico artículo publicado en 2005, el genetista Kendler criticaba algunos de estos mitos que los médicos en general y los psiquiatras y psicólogos clínicos en particular, hemos asumido acerca de la genética y, resituando en su lugar los conocimientos adquiridos en los últimos años, nos invita a volver los ojos al ambiente y, sobre todo a la relación compleja y bidireccional entre ambos. Según este trabajo, no es que aún no sepamos cuál es el gen de la esquizofrenia. Es que ya sabemos no sólo que no hay un gen de la esquizofrenia, sino que si queremos entender el papel de lo genético en la vida en general y en el enfermar en particular, tendremos que abandonar la óptica que Kendler llama preformacionista (según la cual la vida no es más que un desarrollo del contenido de los genes) y construir modelos complejos que permitan dar cuenta de la interrelación de lo heredado con el ambiente (o, mejor, con el medio). Kendler nos plantea que quizás tenga más sentido buscar un gen para algo como la “búsqueda de novedad” o la “evitación del daño”, que hoy se consideran rasgos del carácter o del temperamento, y rastrear la interacción de estos rasgos con los posibles ambientes en los que se pueda producir el desarrollo, que para una entidad como la esquizofrenia, entendida como una entidad morbosa existente en la naturaleza y que, de algún modo, se encarna en un paciente.

Déjenme preguntar con palabras y pensamientos de otros. Habla usted de ambiente, de afectos, de entornos sociales, comunitarios. ¿Cómo puede pensarse que esas condiciones intervengan en el desarrollo bioquímico de un individuo? ¿No hay, nos guste o no, de forma muy constante, independientemente de los entornos sociales y afectivos, un 1 por 100 de esquizofrénicos, por ejemplo?

Porque lo que los teóricos del desarrollo a los que refería antes lo que nos han enseñado es que la experiencia modela el desarrollo del sistema nervioso central en su estructura y su funcionamiento haciendo que se expresen o no potencialidades heredadas. Probablemente las diferencias entre los entornos en los que viven los seres humanos que integran las sociedades contemporáneas no son tan importantes como para producir grandes diferencias en la cantidad de personas que desarrollan cuadros esquizofrénicos y por eso la prevalencia de este trastorno es más o menos del 1% en todos los países (Hay quien ha dicho que la esquizofrenia es el precio que ha pagado la especie humana por el desarrollo del lenguaje). Pero también sabemos que el pronóstico de la esquizofrenia (en términos de calidad de vida) es mejor en las sociedades rurales que en las urbanas. Y que en estas es diferente según cómo sean los sistemas de atención.

Le cambio de tema. ¿Por qué cree que tantos soldados (y tantos mercenarios) que intervienen en guerras, como la actual guerra de invasión de Iraq, necesitan tratamiento psiquiátrico y psicólogo? ¿Qué ocurre en sus mentes, qué pasa en sus almas?

Sabemos que determinadas experiencias que llamamos traumáticas, caracterizadas por suponer un cuestionamiento de las creencias básicas (que los demás no son malos, que el mundo es predecible…) que nos permiten afrontar la vida cotidiana pueden alterar la salud mental. También sabemos que la mayor parte de las personas que las sufren no quedan crónicamente alteradas. La metabolización de esas experiencias es más fácil para personas que las viven en entornos que pueden conferirles un sentido. Los soldados o mercenarios, cuando las sufren vuelven a entornos en los que sus experiencias son extrañas, no compartidas. Eso los hace más vulnerables. El haber descrito las entidades clínicas en las que puede traducirse esa alteración y el haberlas convertido en objeto de indemnización, paradójicamente ha hecho más visible y ha añadido un factor más para la cronificación de estos trastornos.

¿Puede curarse una enfermedad mental? ¿Cómo actúa la química en estos casos? ¿Qué cura cuando cura? ¿Por qué en algunos enfermos son eficaces ciertos fármacos y en otros en cambio se necesita probar con otros medios?

Lo que llamamos trastornos mentales comunes, como los relacionados con la ansiedad y la depresión que pueden afectar alguna vez en la vida hasta una de cada cuatro personas, remiten con o (aunque sea más lentamente) sin tratamiento. En los trastornos mentales graves, como la esquizofrenia o el trastorno bipolar, no hablamos de “curación” pero su curso, y las consecuencias que tienen sobre la vida de las personas, mejoran enormemente con el tratamiento, que, hoy, generalmente, debe incluir un componente farmacológico y un componente psicosocial.

En cuanto a por qué unas personas responden a unas medidas y otras no, lo que sabemos seguro, más allá de las ilusiones de lo que se ha llamado la medicina basada en la evidencia, es que los tratamientos no pueden ser “café para todos” y que, como me gusta repetir cuando hablo de la formación de futuros profesionales, si me dieran a elegir una sola capacidad a desarrollar por estos, elegiría la de personalizar, la de adaptar la intervención a las características particulares de cada paciente y su entorno.

¿Un enfermo mental puede llegar a vivir una vida, digamos, normalizada?

Hoy la recuperación (ese reinsertarse en la vida normalizada) es el objetivo que se considera aceptable en la atención a los trastornos mentales graves. Desde luego que la recuperación puede exigir, en los trastornos mentales graves, como norma, la atención de por vida. Pero la recuperación es posible.

¿Cuáles son las principales tareas que realiza la Asociación Nacional de Neuropsiquiatría que usted preside?

La Asociación Española de Neuropsiquiatría aunó, desde su fundación en 1924 su papel de sociedad científica con el de elemento de denuncia y lucha por la reforma del sistema de atención a la salud y la enfermedad mental. En 1977 cuando una candidatura de izquierdas (formada por los psiquiatras que habían participado en los intentos de reforma que se produjeron en condiciones a veces de extrema dureza, en los últimos años del franquismo) desplazó a los psiquiatras que la dirigieron desde después de la guerra, se convirtió en una asociación interprofesional, incorporando profesionales no psiquiatras, lo que dio lugar a que los psiquiatras desplazados, más vinculados a los medios académicos, se agruparan en otra asociación que se llama Sociedad Española de Psiquiatría. La AEN ha jugado un papel de impulsor crítico de las reformas que ha experimentado en los últimos treinta años el sistema de atención a la salud mental. Hoy, la AEN, pretende mantener esas señas de identidad originales, manteniendo una independencia tanto de la industria como de la administración. Frente a otras asociaciones profesionales se ha caracterizado por defender sobre todo el sistema de público de atención a la salud y el modelo comunitario y ha hecho especial hincapié en la importancia de las intervenciones psicosociales, la necesidad de entender la atención a la salud mental como un proceso que exige una actividad interprofesional y como un campo de enfrentamiento entre corporativismos. Y, sobre todo, pretende hacerlo manteniendo una actitud crítica. Ahora enfrenta el desafío de adaptarse a un marco europeo nuevo, en el que el papel de las asociaciones científicas va a ser importante y muy distinto al tradicional. Y ello está requiriendo no poca imaginación y esfuerzo en cuestiones como la delimitación del campo de actuación de los profesionales de la salud mental (Y por tanto de los conceptos de salud y trastorno mental), la generación de criterios para la práctica clínica, la difusión de ideas y alternativas, la colaboración con otras entidades como las asociaciones de usuarios y familiares, la protección de los derechos humanos y la lucha contra el estigma que aún sufren las personas con trastornos mentales.

Como usted sabe, en la psiquiatría española de los años cuarenta –citemos al señor Vallejo Nájera-, se diagnosticó de locura el compromiso político republicano y rojo. ¿Cómo pudo llegarse a una cosa así? ¿Cómo un científico puede defender con ahínco, y con las consecuencias conocidas, una concepción teórica de esas características? ¿Tan fuerte es la ideología, el poder político, el fanatismo fascista?

No estoy muy seguro de que el Dr Vallejo Nájera fuera exactamente un científico. Y, si me apura, le diré que ésta (por mucho que sea estúpida) no me parece de las cosas más monstruosas a las que ha dado lugar el fanatismo fascista.