Miedos justificados e
imaginarios nos han empujado
a esta actitud, de
la mano de nuestra falta
de confianza en nosotros
mismos. Lo peor es que
estas actitudes nos empujan
una y otra vez a un
círculo que se realimenta
y nos aleja a cada momento
del camino de
nuestro crecimiento.

porque la verdadera seguridad
en uno mismo no se conquista
por la vía de volvernos
invencibles, omniscientes ni
todopoderosos, si no todo lo
contrario. Las inseguridades se
vencen animándonos a ser cada
vez más concientes de
nuestras incapacidades, de
nuestras vulnerabilidades, de
nuestra falta de conocimiento
sobre algunas cosas. Solamente
así puede uno crecer, solamente
así puede uno aprender, solamente
así puede uno cuidar
de sí, para quizás algún día
volvernos capaces de cuidar de
otros.
Decía Jean Paul Sartre que la
libertad es básicamente la posibilidad
de elegir, y es obvio
que para eso debe haber por lo
menos dos opciones. Y Octavio
Paz parecía completar este
pensamiento cuando aseguraba
que la verdadera libertad
era nada más y nada menos
que la posibilidad que tiene las
personas de elegir entre dos
monosílabos: Sí y No.
Y de alguna manera allí está
todo, porque finalmente uno
siempre puede decir Sí y siempre
puede decir No. Atención,
que no estoy diciendo que usted
o yo podamos hacer siempre
lo que se nos ocurra, porque
como ya dijimos, no somos
omnipotentes; pero siempre,
repito siempre, podemos
negarnos a hacer aquello que
por principios, decisión o apetencia,
no queremos hacer.
Quizás valga la pena establecer
una aclaración que no deberíamos
necesitar. Como
siempre después de una elección
hará falta claro responsabilizarnos
de lo elegido, es decir
estar dispuestos a pagar el
precio que costará nuestro Sí y
afrontar el costo que conlleva
nuestro No.
Seguramente por eso, cuando
nos asustan los costos o no
queremos pagar los precios,
preferimos que otros sean los
que elijan (como si ingenuamente
creyéramos que dejando
decidir a otros, los perjuicios
de un error no podrán alcanzarnos);
y preferimos «acomodarnos
» en la incómoda
postura de ceder el dominio de
nuestra vidas a los demás. A
los que bien nos quieren. A los
que saben más. O a cualquiera
que quiera hacerse cargo de
nosotros.
Mientras escribo pienso en
eso de jugar a las escondidas y
en la necesidad de tomar el
control de la propia vida y
sonrío, porque recuerdo esta
graciosa historia…
El teléfono suena en la casa.
Un niño coge el auricular y
en un susurro dice:
¿Hola?
Hola –dice el hombre al
otro lado de la línea–, ¿podría,
por favor, hablar con tu
padre?
No –dice el niño todavía en
voz baja–, el no puede atenderlo
ahora.
De acuerdo. ¿Podría entonces
hablar con tu madre?
No, ella tampoco puede
atenderlo.
¿Han salido? –pregunta el
hombre.
No –dice el niño–, están en
el jardín, con los bomberos…
¿Los bomberos? –repite el
hombre alarmado.
Al instante, el hombre se da
cuenta de que el niño quizás
esté solo en una casa en llamas
y por eso dice al teléfono,
casi gritando:
-¡Niño, niño! ¿Tú estás
bien?
Estoy un poco asustado…
–dice el niño y rompe a llorar.
¿Pero qué ocurre? –pregunta
el hombre pensando ya en
qué modo puede socorrerle–
¿Es acaso un incendio?
No, no hay ningún incendio
–dice el niño entre su
llanto.
¿Y entonces que hacen los
bomberos?
Están ayudando a mis padres
a buscar al niño perdido.
Ahh… entonces no hay
ningún incendio –dice el
hombre algo aliviado–, ¿por
qué estás tan asustado?
Por el niño que buscan –susurra
el niño (ahora su voz es
casi inaudible).
Quédate tranquilo. Te aseguro
que pronto lo encontrarán…
Lo sé. Eso es lo que más me
asusta.
¿Por qué?
PorqueQuédate tranquilo. Te aseguro
que pronto lo encontrarán…
Lo sé. Eso es lo que más me
asusta.
¿Por qué?
Porque el niño que están
buscando soy yo

fuente:jorge bucay