LAS OBSESIONES


DEL SUFRIMIENTO A LA PAZ
IGNACIO LARRAÑAGA

LAS OBSESIONES

Las obsesiones.

Un sujeto está en su habitación. Entra un enemigo en ese recinto y cierra la puerta. El sujeto no puede expulsar al intruso, ni tampoco puede salir. Eso es la obsesión.

Yo he quedado asustado en más de una ocasión al comprobar cómo el fenómeno de la obsesión es un mar sin fondo y sin orillas de sufrimiento. Decenas de veces me he sentido absolutamente impotente, con el natural abatimiento que causa toda impotencia, para liberar a muchas personas de sus obsesivos círculos cerrados. El fenómeno está emparentado con la ansiedad y la angustia, pero en sí mismo es otra cosa. Entre ambas -obsesión y ansiedad-angustia- hay una relación de causa a efecto, a modo de un círculo vicioso, como veremos; pero encierran, repito, contenidos específicamente distintos.

El yo se siente ajeno a la representatividad obsesiva, como si un cuerpo extraño se hubiera incrustado en la personalidad. Se trata, en definitiva, de representaciones que se le imponen al sujeto y se le hacen presentes en el primer plano de la conciencia contra su voluntad; y le resulta difícil, casi imposible, alejarlas. Lo específico de la obsesión es, pues, que el sujeto que la padece se siente dominado; se da cuenta de que el contenido obsesivo carece de sentido y que se ha instalado ahí sin motivo alguno. Pero, a pesar de todo, se siente impotente para ahuyentarlo. Esto es lo más característico del fenómeno obsesivo. La mayor desdicha que puede experimentar un hombre es el no poder ser señor de sí mismo, el sentir se interiormente vigilado y paralizado por la presencia de un gendarme; es como si le hubieran encadenado de pies y manos, como si su libertad hubiera sido gravemente herida en un ala y se sintiera totalmente impotente para volar, para ser verdaderamente dueño y señor de sí mismo, de su propio mundo.

Una vez más tenemos que precisar que no estamos hablando aquí de enfermos obsesivos, que necesitan una atención clínica, sino de aquellos que se ingenian para disimular su situación, y consiguen conducirse en la sociedad como personas normales, lo que, ya de por sí, es un indicador de que no se trata de enfermos clínicos; pero, al mismo tiempo, sufren intensamente, si bien a intervalos y en una variada escala de altibajos. De hecho, la obsesión acaba convirtiéndose en uno de los más abundosos surtidores de sufrimiento humano.

Ejemplos: Las representaciones obsesivas se dan en la más variada gama de matices, tonalidades e intensidad. El pueblo se expresa con una frase plenamente certera y feliz cuando dice: se le pone, se le puso.

Una mujer vivió durante muchos años cuidando de su padre, enfermo, y lo hizo con esmero y cariño. Meses después de fallecido el progenitor, se le puso en la cabeza a la hija que no había cuidado con suficiente solicitud a su padre mientras vivió. Se daba cuenta de que este pensamiento no tenía base alguna, pero no podía evitar que la dominara; y la dominó hasta el punto de que, cuando yo la conocí, vivía en una angustia mortal, al borde de la depresión.

Hay personas a las que, en lo mejor de una fiesta o en el día más feliz, se les pone la idea de que aquello va a acabar; y esta idea las domina de tal manera que las incapacita totalmente para disfrutar. He conocido personas a quienes le sucede lo siguiente: al acostarse, por la noche, se les pone la obsesión de que, si se duermen, la muerte les va a sorprender en pleno sueño y van a morir sin darse cuenta. Y esta idea fija les provoca una ansiedad tal que les impide dormir. En los preparativos del viaje abren siete veces las maletas para comprobar si han metido algún objeto importante, u otras tantas veces vuelven a casa o se levantan de la cama para averiguar si la puerta estaba bien cerrada, o necesitan lavarse las manos o los dientes una y otra vez.

El pensamiento obsesivo se manifiesta frecuentemente en forma de interrogación, la cual incluye el miedo, que, a su vez, es un auténtico detonante: ¿Y si no duermo esta noche? Esta duda se toma obsesión, y la obsesión en angustia, y la angustia les impide dormir. ¿Y si me pongo colorado ante esta persona? La idea fija y el miedo desencadenan un proceso, y le salen todos los colores. Lo que tanto temía y se esforzaba por reprimir, se le impone. ¿Quién sabe si la presencia de fulano en la sala, durante mi charla, no me pondrá nervioso? Y, efectivamente, la fijación de esa persona le bloquea completamente la inspiración. El barullo de la calle, el tictac del reloj, el ruido del agua, ¿no me perturbarán el sueño? Y se lo perturban. ¿No me impedirá estudiar el ruido del televisor? Y, por supuesto, se lo impide; pero no es el ruido, sino la idea obsesiva del ruido. . ¿No me impedirán dormir los ronquidos de mi compañero de habitación? Y claro que sé lo impiden; pero no son los ronquidos, sino la idea fija de los ronquidos. Sabes que aquella persona piensa y dice que tú eres antipático. Te encuentras con ella, tratas de mostrarte simpático, pero te comportas con mayor torpeza que nunca. La idea obsesiva desencadena el proceso contrario: lo que intentabas evitar se te impone y domina. Y si no doy bien la lección, si esta operación no me resulta, si se me olvida toda la materia de examen? Y claro que se le olvida, y opera desmañadamente, y da la lección de la manera más deslucida. La mayor parte de las llamadas dudas de fe se reducen a eso: el miedo represivo hace que aquello que se quiere evitar se le imponga y lo domine a uno. No son, pues, dudas de fe, sino reacciones psicológicas. La misma cosa acontece con los pensamientos o deseos deshonestos: lo que se teme y reprime contraataca en la medida en que se reprime; es como un resorte demasiado apretado: cuanto más se lo fuerza, más fácilmente salta. La duda degenera casi siempre en inquietud obsesiva; en relación con la salvación eterna, se plantea de esta forma: ¿quién sabe si me salvaré? ¿Y si estuviera predestinado a la condenación eterna?

He conocido sacerdotes ya ancianos con dudas (duda obsesiva) acerca de la validez de su vocación, y, por consiguiente, de sus misas y confesiones. ¿Cabe angustia mayor? La religión sobre todo si está basada en la culpa y el temor, es una de las fuentes más profundas de obsesión y angustia. Hay personas que se confiesan diariamente, y aun varias veces por día, porque se les pone en la cabeza que no manifestaron bien sus pecados. Y cuantas más veces se confiesan, más intranquilos están..., pensando si habrán consentido en tales o cuales pensamientos o imaginaciones. i Una tortura! Y dicen: si yo no tuviera el aguijón de estos escrúpulos sería la criatura más dichosa del mundo. Sobre su historia tiene setenta y cinco recuerdos halagüeños y tan sólo cinco negativos. Pero se les ponen e imponen en el primer plano de la conciencia esos cinco puntos negros, de tal manera que acaban dominando todo su horizonte histórico, como si su vida se resumiera en esos cinco recuerdos negativos, resultándoles imposible realizar una evaluación correcta acerca de sí mismos. Un solo fracaso les obsesiona a algunos de tal manera que, por largos años, respiran por esa herida; y desencadena en su interior un proceso general de inseguridad y de complejos de inferioridad, perturbando notablemente el desarrollo armónico de la personalidad y orientándola hacia actitudes pesimistas y reacciones negativas. De pronto, el rencor adquiere en algunas personas caracteres obsesivos: el personaje más desagradable (un "enemigo") invade su mente y se instala en ella con rasgos tan indelebles que son incapaces de expulsarlo. Y viven dominados por el recuerdo de ese "enemigo".

Ciertas fobias o manías contra una determinada persona tienen también un carácter obsesivo. Se trata de un impulso insuperable e incontrolable de antipatía; una obsesión que nació y vive a despecho del sujeto afectado; pero ahí está, y ¿quién podría desplazarla? Las presunciones o aprensiones son ideas fijas revesten la mente del sujeto de tal realismo que nadie convencerle de que lo que está suponiendo no » objetivo: fulano está en contra de mí; aquí nadie me quiere; el jefe ya se enteró; aquellos otros me han retirado su confianza; aquél no pasó a saludarme, lo que quiere decir que le "soplaron" lo que dije de él; entre bastidores están tramando desplazarme del cargo; ya nadie cree en mí... Son suposiciones que carecen de todo fundamento. Puros fantasmas. Pero estas personas los revisten en su imaginación de un realismo tal que los viven con caracteres de pesadilla. ¡Cuántas veces he visto despuntar la aurora de la alegría en sus rostros tan sólo con este toque de clarín!: ¡ Despierta!, todo eso es mentira, un puro fantasma de tu mente. Hay casos en los que no se dan propiamente contenidos, sino estados obsesivos; y esto es más grave. Estos sujetos no son torturados por obsesiones con perfiles concretos, sino por una confusa mezcla de recuerdos que los agobian, sombras que los entristecen, ansiedades que los turban, inquietudes punzantes llegadas en oleadas sucesivas sin que se sepa exactamente de dónde provienen ni a dónde los llevan, fondos oscuros, mundos ignotos, impresiones irracionales, sensaciones sin rostro..., todo lo cual envuelve a esas personas en un clima de temor confuso y oscuro, como si mil fieras invisibles se les cruzaran en el camino. Estos estados se dan en ciertas personas y en determinadas circunstancias, y, probablemente, necesitan atención clínica.

Causas y remedios

He ahí la obsesión: noche de fantasmas, mar sin fondo de angustia y ansiedad. Leyendo las páginas precedentes, el lector se habrá preguntado: y ¿qué hacer para ahuyentar tantas sombras? El fenómeno es sumamente complejo. Hay personas cuya constitución genética, recibida a través de los cauces hereditarios, es muy proclive a las fijaciones obsesivas. Basta con que en su entorno vital haga, de pronto, su aparición un factor estimulante, a modo de detonador, y entran rápidamente en crisis, se sienten sitia- das por la obsesión y no ven la manera de salir de esa situación. Estos detonantes pueden tener tonalidades muy distintas. Podríamos multiplicar los ejemplos para demostrar cómo un mismo motivo, que a unos les provoca un pavor obsesivo, a, otros los deja fríos; o lo que hoy asusta y obsesiona a una persona, al mes siguiente no le causa ningún efecto, y viceversa. Como veremos; el fenómeno depende también de los estados de ánimo: cuando un sujeto se halla en un estado altamente nervioso o dispersivo, normalmente será fácil presa de las obsesiones, lo que no sucederá cuando se encuentra tranquilo y en una situación normal. . En otras ocasiones se dan una serie de motivaciones y móviles que, desde la oscuridad, actúan sobre la persona. En este caso, los contenidos obsesivos se hallan ligados a la historia vital intena de la persona, en la que unas vivencias se engarzan con otras, emergiendo en la obsesión como una síntesis de carácter simbólico entretejida de acontecimientos pasados. En este caso, un buen tratamiento de psicoanálisis puede ayudar a descubrir y sacar a la luz las oscuras motivaciones que engendraron la obsesión. Con frecuencia, el mero hecho de tomar conciencia de lo que sucede en el misterioso plano de los submundos interiores suele ser _el principio de la curación.

No nos estamos refiriendo aquí, lo repetimos una vez más, a los enfermos obsesivos, aquellos que necesitan una atención médica, sino a los que son obsesivos, sin olvidar que también éstos pueden caer, por emergencia, en crisis insostenibles. Según he podido observar, estos obsesivos normales entran casi siempre en este temible círculo vicioso: la vida agitada, las pesadas responsabilidades, así como un entorno vital estridente y subyugador, conducen a olas personas a una desintegración de la unidad interior, que rápidamente deriva en fatiga cerebral, ya que, en fin de cuentas, toda dispersión no es sino una pérdida de energías, como también sucede con la desintegración del átomo. Esta fatiga cerebral deriva inmediatamente en fatiga mental. Y fatiga mental no es otra cosa que debilidad mental, o lo que es lo mismo, incapacidad de ser señor de Sí mismo, de adueñarse del curso de la propia actividad interior. El sujeto se siente impotente para retener y controlar las riendas de sus recuerdos, imágenes y emociones. ES la impotencia. Al Sentirse la persona mentalmente débil, los pensamientos y recuerdos, por lo general desagradables y sin motivo ni razón de ser, se instalan en ella, apoderándose con facilidad de su mente y ocupando todo su territorio. Y siendo el enemigo -la obsesión- más fuerte que el dueño de la casa -la mente- ésta acaba siendo derrotada por aquélla. Viéndose dominado e impotente para enfrentar al enemigo, el hombre es fácil presa de la. angustia- ansiedad, que, a su vez, produce una fatiga y debilidad mentales cada vez mayores. Cuanto mayor es la debilidad mental, mayor es la fuerza de las obsesiones para adueñarse, sin contrapeso, del hombre, con la secuela de una angustia cada vez más intensa. Este es el círculo vicioso, mortífero y fatal, que mantiene a tantas personas, y por tanto tiempo, presas de insufribles agonías.


fuente:Por raulcelsoar

OBSESIONES Y ANGUSTIAS



OBSESIONES Y ANGUSTIAS

OBSESIONES Y ANGUSTIAS

Ignacio Larrañaga (El Arte de ser Feliz, Cap. 3)

Tú estás en tu habitación y, sin pedir permiso, entra en tu cuarto un enemigo y cierra la puerta. No puedes expulsar al intruso, ni tampoco puedes salir de tu habitación. Eso es la obsesión; es como tener que cohabitar con un ser extraño y molesto sin poder expulsarlo.

La persona que sufre de obsesión se siente dominada, se da cuenta de que la idea que le obsesiona es absurda, no tiene sentido, y de que se le ha instalado ahí sin motivo alguno. Pero, al mismo tiempo, se siente impotente para expulsarla y parece que, cuanto más se esfuerza por ahuyentarla, con más fuerza se le instala y se le fija.

La mayor desdicha que puede experimentar un hombre es la de sentirse interiormente vigilado por un gendarme, sin poder ser autónomo ni dueño de sí.

El pueblo, para manifestar la idea de obsesión, se expresa de la siguiente manera: “se le puso tal idea”. Aquella mujer vivió durante largos años cuidando solícitamente a su padre enfermo, después que éste murió, se le puso la idea de que no lo había cuidado con suficiente esmero mientras vivió. Ella tenía la conciencia clara de que este pensamiento era absurdo, pero no pudo eludir que la obsesión la dominara completamente.

Hay personas que, una vez acostadas, se les pone la idea de que no van a poder dormir esa noche. La idea les domina de tal manera que, efectivamente, no duermen.

Hay personas que cuando preparan el equipaje de un viaje abren la maleta cinco o seis veces para comprobar si metieron aquel objeto; personas que se levantan varias veces de la cama para comprobar si está bien cerrada la puerta; personas que pasan todo el día lavándose las manos una y otra vez… Se podrían multiplicar los ejemplos.

Existe la obsesión de la culpa, la del fracaso, la del miedo, la de la muerte, la de las diferentes manías.

Hay personas que son y están predispuestas a las obsesiones por su propia constitución genética. Basta que se les haga patente en su entorno un factor estimulante para que entren rápidamente en una crisis obsesiva.

El estado de obsesión depende también de los estados de ánimo: cuando un sujeto se halla en un estado altamente nervioso será presa de una crisis obsesiva mucho más fácilmente que cuando está relajado y tranquilo.

Hay tres cosas que andan danzando en una misma cuerda: la dispersión, la angustia y la obsesión. Ellas tres actúan entre sí como madres e hijas, como causa y efecto. Pero, muchas veces, no se sabe quién engendra a quién, quién es la madre y quién es la hija. Incluso sus funciones pueden ser alternadamente indistintas: la angustia genera obsesión, la obsesión, a su vez, engendra angustia y, de todas formas, la dispersión siempre engendra, o al menos favorece, ambos estados.

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Las obsesiones nacen casi siempre en un temible círculo vicioso: la vida agitada, las responsabilidades fuertes y un entorno vital estridente y subyugador.

Todo esto conduce a una desintegración de la unidad interior con una gran pérdida de energías, por lo que el cerebro tiene que acelerar la producción de energías con la consiguiente fatiga cerebral.

Esta fatiga cerebral deriva rápidamente en la fatiga mental. La fatiga mental, a su vez, no es otra cosa que debilidad mental. Y debilidad mental significa que todos los estímulos exteriores e interiores se te prenden y te dominan, y tú no puedes ser dueño de tus mundos interiores porque precisamente los pensamientos y las emociones más desagradables se apoderan y se instalan en ti, sin motivo ni razón, dominan sin contrapeso los mecanismos de tu libertad. Y aquello a lo que temes y a lo que resistes se te fija y te domina en la medida en que lo temes y te resistes.

Esto sucede porque los pensamientos obsesivos son más fuertes que tu mente que está muy débil. Y está débil tu mente porque tu cerebro está muy fatigado porque tiene que producir aceleradamente grandes cantidades de energías. Esto, a su vez, sucede porque necesitas reponer muchas energías debido a la dispersión y nerviosismo que hay en ti. Y, siendo la obsesión más fuerte que la mente, ésta acaba siendo derrotada por aquella. Y la mente, al sentirse dominada por la obsesión es incapaz de expulsarla, queda presa de una angustiosa ansiedad que deriva en una fatiga y una debilidad mentales cada vez mayores, y entonces la fuerza de la obsesión es mucho más considerable y te domina sin contrapeso.

Este es el infernal y temible círculo vicioso en el que, como dijimos, danzan al unísono la dispersión o nerviosismo, la angustia y la obsesión, llevando a muchas personas a agonías insufribles y abriéndose de esta manera las puertas al enemigo más peligroso: la obsesión.

¿Qué hacer? Ciertos fármacos, como los sedantes, pueden ayudar en situaciones de emergencia pero son simples lenitivos, no atacan la raíz del mal. Otras soluciones, como las drogas, alcohol u otras formas de evasión son puros engaños para empañar los ojos a fin de no ver al enemigo.

Pero el enemigo está dentro y hay que enfrentarlo con los ojos abiertos porque no hay manera de escaparse de uno mismo. Los remedios son de varias clases y están al alcance de todos, pero no tienen efectos instantáneos como los fármacos. Al contrario, exigen un paciente entrenamiento, producen una mejoría lenta, a veces con altibajos, pero una mejoría real porque aseguran el fortalecimiento mental.

El primer remedio consiste en no resistirse a la obsesión misma: todo lo que se resiste o se reprime, no sólo no se suprime sino que contraataca con mayor violencia. Resistirse mentalmente equivale a apretarse contra algo, y todo apretarse es angustiarse, sentirse angosto, apretado. La obsesión si se la dejara, dejaría de apretar y, simplemente y por sí misma, se esfumaría.

Repetimos: lo que se reprime, contraataca y domina. La represión aumenta, pues, el poder de la obsesión. Si se le dejara, ella misma iría perdiendo fuerza. Y dejar consiste en aceptar que ocurra aquello que se teme. Aceptar que no vas a dormir, aceptar que no vas a actuar brillantemente ante aquellas personas, aceptar que éstos o aquellos no te quieran, aceptar que hayan hablado mal de ti, no haber acertado en el proyecto… Sólo con este aceptar disminuirán muchas de tus obsesiones y algunas desaparecerán por completo.

* * * *

En segundo lugar, debes ir adquiriendo la capacidad de desligar la atención, de interrumpir a voluntad la actividad mental, desviando voluntariamente el curso del pensamiento y de las emociones.

Y eso se puede adquirir acostumbrándose a hacer el vacío mental, a suprimir momentáneamente la actividad pensante, a detener el motor de la mente. Con este vacío mental se ahorran muchas energías mentales; con este ahorro el cerebro, la mente descansa y se fortalece. De esta manera, tu mente llegará a ser más fuerte que tus obsesiones.

Y así, llegarás a ser capaz de ahuyentarlas de tus fronteras, alcanzando el pleno poder mental hasta llegar a ser tú el único árbitro de tus mundos. Para conseguir tan anhelados frutos necesitas dedicarte, sostenida y sistemáticamente, a la práctica intensiva de los ejercicios que encontrarás en el capítulo V. Los resultados irán viniendo lenta pero firmemente y, paulatinamente, irás logrando la tan deseada tranquilidad mental.

Las obsesiones, en algunos casos, desaparecerán completamente y quizá para siempre. Pero no les sucederá así a quienes por constitución genética son portadores de tendencias obsesivas. Éstos deberán permanecer atentos todo el tiempo porque en el momento en que se haga presente un estímulo exterior o les llegue una fuerte fatiga, pueden entrar, de nuevo, en crisis.

En resumen, la salvación no se te va a dar como un regalo de Navidad. Eres tu mismo quién debe salvarse a sí mismo. Y, recuerda, la libertad no es un don sino una conquista.

El arte de ser feliz. Paulinas. Lima, 2003

El gen de la felicidad


Cada vez son más los estudios científicos cuyos resultados apuntan al origen genético de las enfermedades mentales. Encontrar los factores genéticos que puedan estar presentes en las enfermedades puede ser muy beneficioso para la humanidad, esto es indudable. Sin embargo, resulta preocupante ver cómo a veces la ciencia pretende reducir todo lo que le acontece a una persona a factores únicamente orgánicos.

El cerebro es un órgano cuya importancia no podemos negar. La neuropsiquiatría, como disciplina que estudia la relación cerebro-conducta, ha hecho aportes valiosos y está abriendo un amplio panorama de investigación. Sin embargo, sería desacertado caer en la tentación de creer que hay un gen para cualquier enfermedad psíquica. Ya se ha hablado del gen de la homosexualidad, del autismo, de la esquizofrenia, de los trastornos bipolares, de la depresión y de los trastornos obsesivo-compulsivos, por sólo mencionar algunos de ellos.

En busca de ese gen los neuropsiquiatras han recorrido cada centímetro del cerebro. Cada día sabemos más cómo funciona el cerebro como órgano, cada día sabemos más acerca de la importancia del sistema límbico, de la amígdala, de la corteza cerebral pero ¿ese conocimiento nos ayuda a conocer más a la persona que padece la enfermedad?

Cada enfermo es distinto, con sus particularidades y singularidades, a pesar de que tenga anomalías idénticas en sus genes. La gran cantidad de variaciones que se observan en pacientes psiquiátricos no puede ser explicadas por la genética. La biogenética tiene una importancia que no podemos desdeñar pero tampoco debemos sobreestimarla. Su sobreestimación entraña el peligro de dejar afuera precisamente a esa persona que se pretende estudiar. Además exonera a la persona de cualquier responsabilidad que pudiera tener en lo que le ocurre ya que nadie es responsable de los genes que tiene. Aquí surge una pregunta para reflexionar: ¿en qué sociedad viviríamos si son los genes y no el sujeto los que deciden el destino?

Una sociedad que suprime cualquier reflexión sobre sí misma es una sociedad que fomenta sujetos irresponsables. Si toda enfermedad es una enfermedad de los genes entonces la única salvación la ofrecen la ingeniería genética y la farmacología. Si los genes justifican cada aspecto de nuestra vida entonces todo, desde el color de los ojos hasta la felicidad estaría localizado en algún lugar de nuestro ADN.

Los genes pueden ser una disculpa fácil cuando no se desea sentirse responsable por las consecuencias de los actos propios. En vez de preguntarnos por qué somos así y qué podemos hacer para cambiarlo diremos: “Yo soy así porque mis genes son así“. La visión puramente genética niega el papel protagónico que tiene el sujeto en su propia vida. La genética no marca nuestro destino ni es la responsable de nuestros sufrimientos.

La naturaleza nos ofrece un ejemplo privilegiado: el de los gemelos univitelinos o gemelos idénticos. Si bien al comienzo de la vida estos gemelos son indistinguibles en la manera en la que sus genes son expresados sus personalidades adultas son muy diferentes. Sólo parte de nuestro destino está escrito en los genes, el resto dependerá de cuán comprometidos estemos en la construcción de la propia felicidad.

fuente:By Nicole Mitidieri.

¿Qué es la duda?



¿Qué es la duda?

La duda no es vacilación ni falta de confianza. En su centro, la duda es miedo.

* Miedo…

Miedo de lo arcaico, de lo primitivo, de lo incontrolable --- miedo de la vida y miedo del destino, miedo del abismo que quien duda se crea, por no poseer las herramientas para vencer los obstáculos que les impiden seguir adelante, o calificarlos para ser dueños de una historia congruente, que defina y organice sus vidas adaptándolas de una manera racional y feliz.

* La duda es falta de autoestima

Quien duda vive atormentado por la creencia de no ser querido --- de no ser aceptado.

Para ser aceptado, quien duda recurre a todo subterfugio que conoce para despertar el amor tan apetecido; y el favor, tan necesario, de quien busca ser aprobado --- aunque lo haga a un precio de sacrificios extraordinarios y de vejaciones increíbles.

* La duda es pérdida de control

Quien duda ha perdido un sentido de dirección y de disposición en su vida. Avanza en medio de un sendero tortuoso donde las señales son imprecisas y donde abunda el recelo.

La duda hace de quien guíe una persona de poca esperanza, porque quien está confundido no sabe el camino, ni puede indicarlo. Los padres que se abandonan a la duda, abandonan a sus hijos de esta manera injusta.

* La duda es enfermedad del alma

Desde la antigüedad más remota, los frenólogos se ocupaban con el estudio de lo que entonces se conociera como la folie de doute (la manía de dudar) --- lo que hoy se estudia como parte integral del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Los que así dudan se sumergen en los abismos crueles de sufrimientos penosos y paralizantes de la mayor magnitud.

Muchas personas indecisas se congelan frente a las indecisiones con que manejan sus asuntos, coartando y limitando sus opciones.

* La duda deprime y nos crea ansiedades existenciales

La duda fatiga y agota las fuentes de nuestra energía emocional drenando nuestros recursos de adaptación. La duda nos hace presa fácil para todos los males derivados del estrés.

La duda nos condiciona a vivir en medio de una existencia de aislamiento prolongado y de retiro perenne.

* La duda quebranta la fe

La fe es una fuente incomparable de fortaleza y valor para confrontar las incertidumbres de la vida. La fe es un proceso ético/moral que nos habilita para comunicarnos con el Dios mismo (si es que somos creyentes) que nos gobierna y nos rige.

La fe es mina de conocimientos ciertos, de verdades trascendentales y de direcciones seguras, cuando el panorama de la vida se oscurece con las nubes del dolor o con las sombras de la incertidumbre.

Quien duda, se pregunta: ¿Por qué a mí? En lugar de ¿Por qué no…? --- En la semántica entre esas dos interrogaciones existen diferencias básicas que gobiernan nuestra capacidad de sobreponernos al destino con todos sus caprichos arbitrarios.

El que duda se pierde y no encuentra salida de su marisma de arenas movedizas --- donde se atasca y sucumbe.

* La duda es indecisión

Cuando dudamos, nuestra vida se atasca en un proceso de ambivalencias y de tendencias hacia la irresolución que nos agobia y nos hace víctima de los arroyos tributarios que nutren el estrés. El estrés desborda pronto, inundando nuestras economías psíquicas con el derrotismo inactivo, o peor aun, con la decisión impensada y, muy a menudo, desacertada.

Cuando dudamos no somos confiables, porque no confiamos en nosotros mismos, ni en los mecanismos de equilibrio que lográramos incorporar en experiencias terapéuticas pasadas --- nuestras direcciones son irrelevantes ya que no se hacen ni por medio de la reflexión ni con el uso de la perspectiva.

La duda quizás sea una de esas enfermedades psicológicas que desafían solución.

Volvamos, entonces, a la pregunta que soslayáramos unas páginas atrás.
¿Por qué dudamos?

Dudamos, porque tememos poner a prueba nuestras capacidades de confrontar cara a cara nuestras propias adversidades sin temor al rechazo, porque no podemos tolerar lo que nos significaría la pérdida de prestigio adquirido tras las mentiras de las apariencias --- lo que otros, de nosotros, pensarían.

Dudamos porque no nos consideramos dignos de lo que tenemos ni tampoco dignos de tener más.

Dudamos porque poseemos una inclinación innata hacia la autodecepción y la mentira, donde decimos lo que no sentimos y hacemos lo que no queremos hacer.

Dudamos porque somos esencialmente débiles --- por eso dudamos.
¿El remedio?

Una historia verdadera del rito de pasaje del adolescente de nuestro país lo explicará.

"Nibaje…" es el nombre de una barriada que quedaba en la ribera del Yaque al pie del pináculo donde se construyera el siglo antepasado la infausta Fortaleza San Luis, lugar de tortura para los enemigos de Trujillo.

Cuando el Yaque del Norte se desbordaba, lo que, en ese entonces, a menudo ocurriera durante las lluvias de mayo y junio, el nombre de Ni Bajes (contraído a Nibaje) se entendería como apto para el lugar.

Fue en el año 1949 cuando el río se desbordó de manera nunca vista, amenazando con sus aguas la seguridad de los residentes de Nibaje --- para todos quienes aprendieran a nadar en el río, zambullirse en él cuando los peligros eran mayores era un aspecto del ser hombres --- de ser "guapos" --- sí, como ser el más famoso de todos los guapos…

Por supuesto, para ir al río, como jóvenes de familia, contábamos todos con nuestros propios permisos, ya que el de nuestros padres nunca podría obtenerse bajo las circunstancias. Ramón, que se ocupaba de los negocios de mi papá y de mí, me aconsejó que no bajara ni siquiera a ver cómo estaba el río --- pero yo no le hice caso alguno.

Mis amigos y yo bajamos una tarde, cuando brillaba el sol y cuando la "costa" familiar estaba clara, ya que se suponía que estábamos en un pasadía del colegio.

Conmigo llegaron seis de mis amigos de escuela; y juntos nos aprestamos a encontrar un sitio desde donde saltar para zambullirnos en las aguas turbias y alborotadas del torrente fluvial.

Encontramos un barranco escarpado, desde el cual nos aconsejaran los vecinos del lugar no tratar de saltar --- precisamente, porque nos lo aconsejaban es porque decidiéramos hacerlo --- lo crucial era decidir entre todos quién sería el primero en hacerlo --- quién sería el más guapo, en otras palabras.

Nadie tenía una excusa para desear ser el conejillo de Indias en esta experiencia, y, cuando uno de mis amigos bravucones me señaló a mí, indicando que sería un acto de cobardía si yo rehusaba --- sin pensarlo, porque esas cosas no se piensan, acepté el reto.

Subir la barranca fue muy difícil porque no solo era empinada, sino que las lluvias la habían vuelto resbaladiza. Nunca miré para atrás, hasta que llegué a un rellano pequeño de la altura de un edificio de siete pisos --- la llamaban "El Hotel Mercedes" en referencia al hotel de esa misma altura que, en esos tiempos, dominaba el centro de la ciudad de Santiago de los Caballeros.

Era muy alto de veras, y mis amigos me parecían hormigas a la distancia por debajo --- quizás era el miedo o quizás fueran las dudas --- pero me lucían diminutos.

Mi amigo, el que me seleccionó para la hazaña, dándose cuenta de que había peligros serios en el salto, y que podrían ser achacados a él, me gritó desde abajo conminándome a que abandonara la idea y descendiera para retornar a nuestras casas juntos --- y, quizás, intactos.

Yo traté de bajar, pero estaba muy resbaloso y la caída sería peor, porque aterrizaría en la roca por debajo --- tenía que saltar.

El salto

Para evitar caer en la base rocosa del barranco había que propulsar el cuerpo hacia delante, uno dos metros por lo menos, algo que la estrechez del andén prohibía, ya que no había espacio para adquirir impulso.

El salto y la caída fueron una experiencia inolvidable, ya que entré al torrente rozando con mi nariz la roca que, por debajo, quedara --- un poquito más adentro y adieu.

fuente:

Dr. Félix E. F. Larocca

f.larocca[arroba]codetel.net.do

el magnate estadounidense Howard Hughes padecía un mal que sufren una de cada 20 personas:


El magnate estadounidense Howard Hughes padecía un mal que sufren una de cada 20 personas: el trastorno obsesivo-compulsivo. De él se cuenta que repetía sin parar las mismas frases a sus subordinados aunque las hubieran entendido a la primera y verificaba hasta diez veces que la puerta estuviera cerrada, que hubiera línea en el teléfono y que su traje estuviera bien planchado. Pero lo que más le hacía sufrir era el miedo a los gérmenes: a menudo se recluía agobiado por la ansiedad y obligaba a sus ayudantes a lavarse las manos una y otra vez y a usar guantes para manipular documentos que después él iba a tocar.

El trastorno obsesivo-compulsivo es, como otros problemas mentales, cuestión de grado. A todos nos invaden pensamientos extraños que no logramos rechazar o mostramos comportamientos compulsivos. ¿Quién no ha vuelto a casa para comprobar si se ha dejado un grifo abierto? ¿Quién no se ha puesto a ordenar algo frenéticamente? ¿Quién no ha sentido un miedo irracional incontrolable?

Cuando no estamos a gusto nos detenemos continuamente en pensamientos destructivos o en comprobar cuestiones triviales. La diferencia es que Hugues vivía estas situaciones cada vez más intensamente y nunca intentó acabar con ellas. Decía que se había acostumbrado a sufrir y no encontraba tiempo para subsanar lo que él reconocía como el problema más importante de su vida.

Según el Ministerio de Sanidad y Consumo, los trastornos mentales constituyen la causa más frecuente de enfermedad en Europa, por delante de los problemas cardiovasculares y del cáncer. Un 15% de la población padecerá alguno a lo largo de su vida. A nivel mundial, según el informe de la OMS en 2007, 1.000 millones de personas sufren trastornos psicológicos. La importancia de la estabilidad psicológica en nuestra vida es obvia, sin embar go, muchas personas dicen lo mismo que Hugues: que no tienen tiempo para ocuparse de ello.

Uno de los objetivos de esta serie sobre Salud Mental es ayudar a solucionar ese problema de la falta de tiempo. Mes a mes, ofrecerá información suficiente para realizar un chequeo de su estado psicológico y poner en práctica unos primeros auxilios en caso de que detecte señales de alarma.

La otra razón fundamental es actualizar la información. El número y el tipo de trastornos, así como el concepto de salud psíquica, cambian con el tiempo. Por ejemplo, el 9 de diciembre de 1973, la homosexualidad era una enfermedad mental. A partir del 10 de diciembre, la APA (American Psychiatric Association) dejó de considerarla como tal y fue eliminada del DSM, el manual de diagnóstico más usado entonces. Hoy ser gay no puede ser etiquetado científicamente como problema psicológico. El paso de una sociedad más comunitaria hacia una cultura más individualista está acabando con ciertos problemas mentales y creando otros nuevos. Por eso hemos de incorporar datos del siglo XXI, nuevos trastornos (síndrome de la falta de diagnóstico, enfermedad de Morgellons, tecnoestrés...), enfoques alternativos para problemas viejos...

¿Pero qué significa estar mal psicológicamente? En los años cuarenta, el Secretario de Defensa de EE UU empezó a decir a todo el mundo que se sentía espiado y que le seguían por la calle agentes secretos israelíes. Fue internado en un psiquiátrico y se suicidó saltando al vacío. Después se descubrió que, efectivamente, el Mossad andaba tras él –como dice Woody Allen, incluso los paranoicos tienen enemigos–, pero fue considerado un trastornado.

Este caso demuestra que la definición de trastorno mental no es sencilla. Por una parte, sabemos que los problemas mentales existen porque a veces sufrimos por los nuestros propios y otras veces por los de quienes nos rodean. Por otra parte, casos como el cita do demuestran que el diagnóstico es complicado. Gerald Caplan, psiquiatra y profesor en Harvard, recuerda que históricamente para etiquetar un problema como trastorno mental se suele usar una conjunción de factores. Primero, el sujeto afectado tiene que tener percepciones anormales o atípicas. Además, sus emociones, pensamientos o conductas deben considerarse injustificables y desproporcionadas respecto a su situación objetiva. Por último, su conducta tiene que resultar perturbadora para la sociedad.

Antes, para diagnosticar una personalidad delirante –el estereotipo es el que se cree Napoleón– se usaba el primer criterio: las percepciones anormales. Pero muchos delirios se refieren a religión, moral o fenómenos paranormales, temas en los que no es fácil usar parámetros objetivos, por eso los profesionales de la salud mental buscan otros factores que ayuden a decidir cuándo están ante una idea delirante. Por ejemplo, la incorregibilidad: los delirantes son especialmente rígidos en su idea; cualquiera que sea la evidencia en contra, el delirio permanece firme. El problema es que hay seres humanos que persisten en ideas y conductas irracionales u objetivamente peligrosas para la salud –fumar, drogarse–, pero no por eso pueden ser llamados delirantes.

Otra característica de los delirantes es la tendencia a la preocupación: están continuamente rumiando sus delirios. Pero este rasgo no sirve para todos los casos. Algunos estudios sugieren que sólo sirve para adjetivar a los delirantes que acaban siendo internados en hospitales psiquiátricos. Los individuos con delirios aceptados socialmente no están allí: los encontramos en partidos políticos, religiones, empresas... Este rasgo no define un trastorno a no ser que vaya acompañado de los otros dos.

El segundo criterio, la desproporción de la reacción, es también difícil de atrapar. ¿Cuándo es desmedida una reacción? Aunque las emociones son parecidas en todos los seres humanos, cada cultura nos dicta cómo debemos manifestarlas, con qué intensidad, ante cuánta gente... En determinadas sociedades, una expresión melodramática de emociones se considera falsa o egoísta y las personas que muestran sus sentimientos de forma contundente son vistas como perturbadas. En cambio en otras culturas las emociones tienen que expresarse con fuerza para que los demás las vean; el silencio se percibe como algo extraño e insano. Por eso sería injusto clasificar como trastornada a una persona sólo por la forma de manifestarse.

Y eso nos lleva al tercer criterio: que el comportamiento resulte inadaptado. Algunos autores hablan de falta de normatividad. El hombre normativo es capaz de usar nuevas normas en función de sus requerimientos externos e internos. La persona que no sabe adaptarse, que está limitada por criterios rígidos, tiene problemas. Pero ese baremo también es discutible: ¿la sumisión a las reglas socia les indica salud mental? ¿Están más trastornados los rebeldes que los conformistas?

Por todo esto, hoy usamos otro criterio: el sufrimiento. Si alguien se siente mal y reúne alguno de los rasgos citados –percepciones extrañas, reacciones desproporcionadas o falta de adaptación al medio– tiene un problema de salud mental. En eso se basará esta serie, que no irá enfocada como un catálogo de diagnós ticos de enfermedades. En el siglo XXI, se mira más a la prevención y al forta lecimiento de las estrategias de afronta miento de las personas, un enfoque positivo que busca aumentar la salud en vez de aminorar la enfermedad. Tratará de conceptos como la resiliencia –capacidad de sobrepo nerse a tragedias o periodos de dolor emocional– y nos alejaremos del estigma que sufren los tratornos psicológicos para centrarnos en su buena canalización.
fuente:vida sana

Si se puede vencer el TOC:fuente:harrier


Hola a todos, quiero decirles que creo que tengo toc desde hace muchisimo tiempo y durante ese tiempo el toc me a hecho batallar mucho limitandome en todo y tenido obsesiones muy complejas y dificil de sobre llevar , al principio no entendia bien este trastorno , solo se lo que todos sabemos que se alimenta de nuestros temores y que te deja muy poco tiempo de pensamientos con claridad en la mente , e estado muy desesperado por eso , hace como unos 4 dias que , me propuse a vencer el TOC
descubri creo que es la clave para hacerlo, y es aplicandole la ley del hielo a esos pensamientos indeseables,
Claro que hacerlo es la parte dificil, ya que en mi caso tengo mucho tiempo con ellos pero he tenido mucha disiplina con esto , y creo que voy mejorando increiblemente, lo que trato es no generar ninguna respuesta a esos pensamientos ni mental ni fisica, al principio cuesta mucho , pero despues esa actitud en uno cobra fuesa y se facilita, no se si es la tecnica adecuada para vencer el toc.
Pero yo pienso que nuestro cerebro es como una increiblemente compleja computadora , pero que es configurable , y con mucha disiplina y teniendo madures mental se puede lograr , yo creo que uno configura su cerebro cuando uno va venciendo miedos en la vida , y aprendiendo habilidaddes nuevas , de la misma forma pienso que se puede vencer el toc , es cuestion de tener la firme creencia que esos pensamientos , no son de uno , se disparan en nosotros pero no son creados por nosotros , asi que no deben de hacernos mal, tan solo es cuestion de aplicarles la ley del hielo , ignorarlos totalmente , para que se alejen. Pero eso es lo que crreo ahora despues de tanto tiempo de pasar por esto.
Es mi experiencia personal

Saludos
fuente:harrier
fuente:ansiedad org

¿SOY OBSESIVO COMPULSIVO?


Título: ¿SOY OBSESIVO COMPULSIVO?
Objetivo: Explicar en qué consisten la obsesión y compulsión, así como detectar sus principales manifestaciones y consecuencias.
Investigadora(s): Elena Cantú González
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La obsesión es una idea o pensamiento repetitivo e irrefrenable; la compulsión es una acción en contra de la voluntad del sujeto.

El psicólogo Arturo Ortiz explica: “para comprender el origen del trastorno obsesivo- compulsivo debemos entender que dentro de cada persona coexisten dos impulsos básicos: vida y muerte. El primero promueve la creatividad; el segundo, la destrucción. Ambos constantemente buscan la forma de salir. El truco es que cada persona aprenda a manejar ambos impulsos armónicamente. En este sentido, la persona obsesiva tiene la intención de dominar los impulsos que surgen por medio de pensamientos repetitivos en torno a un objeto real, pero es el objeto el que finalmente controla a la persona. La realidad sigue igual y cada vez hay mayor presión para manejar el impulso; entonces, la compulsión se dispara por un deseo irrefrenable de repetir incesantemente una conducta que se da en automático, es decir, sin planearla previamente. Aunque la persona esté consciente de que esta acción no tiene sentido, no puede pararla y empieza a sufrir las consecuencias”.

Si bien la obsesión y la compulsión se dan en cualquier individuo y bajo distintas circunstancias, cuando obstaculizan la adaptación en el sujeto, le impiden relacionarse y evitan que realice actividades cotidianas podemos estar frente a un caso patológico. Hasta cierto nivel, los rasgos obsesivo-compulsivos son positivos y necesarios para algunas profesiones, por ejemplo, para aquellas que implican presión, entrega, tenacidad, tiempo y constancia.

Aunque hay un sinnúmero de pensamientos y acciones obsesivo-compulsivas que se manejan a través de rituales, algunas suelen ser más representativas:


ü Rituales de limpieza: se evitan posibles focos, reales o imaginarios, de suciedad o contaminación: pasar al lado de la basura, junto a un hospital o un baño público, sintiendo posteriormente la necesidad de realizar complicados rituales de higiene y limpieza, como lavarse las manos o bañarse varias veces al día.

ü Rituales de repetición: pueden repetirse las más extrañas secuencias, por ejemplo, repetir un determinado número ante un pensamiento, seguir una secuencia de números pares en cualquier situación, etc.

ü Rituales de comprobación: hay multitud de posibles comportamientos, como comprobar repetidamente que se ha cerrado el gas o la puerta.

ü Rituales de acumulación: el sujeto tiene dificultad para desprenderse de cualquier cosa y acumula grandes cantidades de objetos, en su mayoría inservibles.

ü Rituales de orden: todo ha de estar en el mismo lugar, posición, de mayor a menor, etc. Cuando la persona nota un mínimo cambio en el acomodo de las cosas siente gran ansiedad y ocupa muchísimo tiempo ordenando nuevamente.

Una característica muy frecuente de los sujetos obsesivo-compulsivos es el perfeccionismo. Cuando este rasgo gobierna casi todas las actividades es probable que se convierta en una obsesión, aunque algunos niveles de perfeccionismo no caen en lo patológico y contribuyen a alcanzar un objetivo. Otras actividades ritualizadas por las personas obsesivo-compulsivas pueden ser: comprar, robar, comer, hacer ejercicio, desafiar el peligro, participar en juegos de azar, etc.

Independientemente del tipo de conducta o pensamiento que surja en la mente de la persona obsesiva-compulsiva, en todos los casos hay un hilo conductor. La persona se ve empujada por razones internas, usualmente inconscientes. Su comportamiento es persistente y recurrente. Usualmente, altera la continuidad de la vida personal, familiar o profesional; estas personas reiteran cierta conducta para aumentar la confianza en sí mismas, lo que les alivia el penoso sentimiento de la insuficiencia. Internamente, sus impulsos y su propia represión establecen un compromiso por el cual comparten un espíritu de desafío, no su afecto y ni un contacto genuino con los demás. Generalmente tienen cierta incapacidad para dar afecto, expresar sus emociones o entregarse a una relación.

La persona obsesiva-compulsiva parece defenderse de sus propios pensamientos y actitudes y trata de ocultarlos frente a los demás e incluso frente a sí misma, lo que conduce a uno de los mecanismos de defensa más característicos: el aislamiento emocional. Todo esto tiene un alto precio. Es posible que su conducta reste tiempo a la diversión y al tiempo libre. Esta privación puede provocar daños psicológicos y físicos: fatiga, irritabilidad, perturbación del sueño, dificultad de concentración, hipertensión, jaqueca, migraña, depresiones, problemas gastrointestinales y afecciones coronarias.

Antes que nada, es importante no prohibir determinadas conductas compulsivas. Aunque otras personas puedan sentir que la conducta compulsiva es incoherente e irracional, para alguien compulsivo estas acciones son necesarias; si no las realiza esto le genera angustia, ya que el impulso se contiene y no encuentra salida. El manejo de las obsesiones-compulsiones no es racional: sino se requiere una serie de herramientas emocionales psicoterapéuticas a fin de que el paciente logre identificar sus impulsos: cuáles son y de dónde vienen, de modo que aprenda a modularlos de una forma adaptativa.

fuente:canal once tv

es el enemigo...

Ponle un poco de sentido del humor a tu vida…

Ponle un poco de sentido del humor a tu vida…


Gran parte de nuestros problemas se deben a que nos tomamos las cosas de la vida y a nosotros mismos demasiado en serio, como si fuésemos el centro del Universo. Hay personas que no se permiten ser indulgentes consigo mismas. Se comportan de forma solemne y ceremoniosa, mantienen a toda costa la compostura y se flagelan si cometen algún error o inconveniencia.

La capacidad de reírse de uno mismo es una sana actitud para enfrentarnos a la vida. Es un recurso muy útil para aprender a distanciarnos emocionalmente de los problemas. Nos permite relativizar, restar dramatismo a lo cotidiano y escoger cómo queremos sentirnos.

Karl Valentin, el "payaso metafísico" —maestro de Bertold Brecht—, decía que todas las cosas tienes tres lados: uno positivo y uno negativo, y otro cómico. Incluso en las peores circunstancias podemos encontrar ese lado cómico. Cuentan que Tomas Moro, cuando era conducido al patíbulo para su ejecución, le dijo al verdugo: “Ayúdame a subir, hijo, que para bajar ya me arreglo solo”.

A menudo las personas piensan que o se tiene sentido del humor o no se tiene. Nada más lejos de la realidad. El sentido del humor se puede adquirir, cultivar y desarrollar. Es como cualquier otra habilidad: sólo requiere un poco de entreno y mucha práctica.

La e-zine de hoy es un alegato a favor del sentido del humor. Reírse es un signo de inteligencia y de madurez emocional. Reírse alegra la vida y libera endorfinas… ¿Sabéis que el sentido del humor es una de las cualidades que más valoran las mujeres en un hombre? Chicos, ¡hacedlas reír


Los beneficios del sentido del humor



La vida es demasiado importante como para tomársela en serio. Oscar Wilde



El animal más sufriente de la tierra se vio obligado a inventar la risa. Nietzsche




Parece ser que se el sentido del humor empieza a tomarse en serio en nuestro país. Últimamente psicólogos y psiquiatras están sumando esfuerzos para estudiar cómo el humor puede ser útil en el tratamiento de sus pacientes. Prueba de ello es que cada vez hay más publicaciones sobre el efecto favorable de la risa y el sentido del humor en la química cerebral y en el sistema inmunológico. (1)

Tener sentido del humor no significa ser un payaso o pasarnos el día contando chistes. Se trata de responder con una actitud positiva ante los retos o situaciones difíciles que nos encontramos en el día a día. El humor nos permite enfrentarnos a una situación difícil sin dejarnos secuestrar por las emociones negativas. Nos ayuda a crear ambientes más relajados y favorables para la toma de decisiones y la solución de conflictos; y nos protege, en cierta medida, contra el estrés.

El sentido del humor nos permite ver los problemas desde otra perspectiva, con mayor flexibilidad y autodistanciamiento. Como dice Luís Muñiz (2) “a través del humor la persona se siente inducida a abandonar su manera habitual de mirar las cosas —su lógica o su sentido de lo obvio— y a adoptar una manera más amplia que incluye lo cómico y nos mueve a cuestionar lo obvio, lo serio”.

Muchos expertos en el tema consideran que la esencia del humor está en la capacidad de reírse de uno mismo (3). Esta actitud se admite como signo de inteligencia y de buena salud mental. Reírnos de nosotros mismos significa que estamos a gusto en nuestra piel, a pesar de nuestras imperfecciones; que nos aceptamos como personas falibles, que pueden equivocarse. Si alguien se ríe de nosotros no nos importará demasiado porque nosotros nos habremos reído primero.

El sentido del humor es un buen antídoto contra el miedo. Reírnos de las cosas que nos asustan las vuelve menos amenazantes. Además, como dice Klein (4) “las personas que son capaces de reír ante los contratiempos dejan de sentir lástima de sí mismas”. Y es que no podemos sentir lástima y reírnos al mismo tiempo. Nuestro cerebro no puede actuar según dos órdenes opuestas.

Desde los griegos, numerosos filósofos, sociólogos y psicólogos han investigado sobre el humor y sus beneficios. El filósofo romano Plotino recomendaba ver la propia vida y el mundo entero como una obra de teatro y a uno mismo como un mero personaje. En la actualidad hay varias asociaciones científicas especializadas en la materia y en algunas universidades de nuestro país se han creado líneas de investigación específicas para estudiar los beneficios del sentido del humor.

El sentido del humor también ha empezado a irrumpir en el mundo de la empresa, donde todavía son demasiado frecuentes el juego de máscaras, la solemnidad y el color “ala de mosca”. En Estados Unidos, mucho más avanzados en el tema y, sabedores que bajo condiciones de diversión aumenta la productividad, no sólo se mide el IQ (cociente de inteligencia emocional) sino también el FQ (Fun quotient), que puede traducirse en algo así como el "cociente humorístico". (5)

Al otro lado del atlántico los libros y cursos sobre el humor en el trabajo se multiplican día a día. Hay empresas de primera fila que integran el humor en sus programas de formación y que incluyen, en la retribución de sus directivos, un variable, según lo divertido que resulta trabajar con ellos.

En España hay algunos expertos que se dedican a transformar empresas serias y aburridas en organizaciones alegres, estimulantes e imaginativas. Vean, sino, el trabajo de Eduardo Jáuregui (6). Este psicólogo destaca, como beneficios del humor en la empresa, los siguientes:

Atrae y retiene a los recursos humanos más valiosos.
Potencia la salud y las capacidades del empleado.
Fortalece la motivación individual y colectiva.
Estimula la innovación.
Optimiza la comunicación interna.
Favorece el aprendizaje.
Cohesiona los equipos humanos.

Vistos sus innumerables beneficios, es de esperar que muy pronto se desarrollen programas para implantar el sentido del humor en la empresa. Se ha demostrado sobradamente que la política del miedo es una estrategia de dirección completamente ineficaz. El sentido del humor no está reñido con la profesionalidad ni con la productividad. ¿Por qué no fomentar, entonces, el buen rollo?



Está en tus manos... mejorar el sentido del humor


Uno no deja de reír por hacerse viejo, se hace uno viejo por dejar de reír. Anónimo



Un hombre infantil no es un hombre cuyo desarrollo se ha detenido; al contrario, es un hombre que se ha dado a sí mismo la posibilidad de continuar desarrollándose mucho después de que la mayoría de los adultos se han refugiado en el capullo de la mediana edad, la rutina y las convenciones. Aldous Huxley



Tener sentido del humor es una habilidad que se puede aprender. Para demostrar esta tesis, Begoña García Larrauri, psicóloga y profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de Valladolid, ha desarrollado un programa exhaustivo para mejorar el sentido del humor (7). En este trabajo se proponen actividades variadas para que el sentido del humor y el optimismo se conviertan en fuerzas capaces de transformar nuestras vidas en algo verdaderamente agradable.

Se proponen dos líneas de actuación complementarias: una conductual —actuar en el terreno de las conductas— y una cognitiva —actuar en el terreno de los pensamientos. A continuación recogemos un listado de las acciones que la autora nos recomienda para darle la bienvenida al sentido del humor.

Para promover el sentido del humor actuando sobre nuestras conductas y sentimientos:

Sonreír de forma habitual.
Mostrar una expresión gestual y corporal alegre.
Aprovechar las cosas que hacen reír y minimizar el resto.
Utilizar el lenguaje de manera positiva.
Elegir situaciones compensadoras de distensión y dedicarlo a actividades que nos agraden.
Relajarse de forma habitual.
Disfrutar de lo que se hace en cada momento.
Aprender a tomarse menos en serio a uno o una misma.
Reducir el sentido de ridículo.
Prever contratiempos y prepararse para restarles importancia.
Encontrar algo de humor en situaciones adversas.
Mostrar agradecimiento.
Elegir bien las batallas que merezcan la pena, no enredarse en asuntos de poca importancia.
Afrontar el enfado.
Respetarse y respetar: mostrar un comportamiento tolerante hacia los demás.
Relacionarse con gente positiva y con especial aptitud para ver el lado cómico de una situación.
Fomentar las habilidades de interacción positiva: dar y recibir afecto oportunamente

Para promover el sentido del humor actuando sobre nuestra forma de pensar:

Tomar conciencia del funcionamiento del estrés.
Tomar conciencia de los hábitos negativos.
Tomar distancia de las preocupaciones. Ver las cosas desde perspectivas más amplias.
Utilizar un estilo optimista de explicación ante fracasos y éxitos.
Evitar juicios negativos.
Aprender a relativizar las adversidades.
Seguir un proceso racional en la resolución de problemas.
Convertir los errores en oportunidades de aprender.
Ampliar miras, flexibilizar puntos de vista propios.

En nuestras manos está “amargarnos la vida” o “echarnos unas risas a diario”. Comportarse, pensar y sentir como lo haría una persona con buen humor supone vivir en coherencia y conseguir ese objetivo. No hemos de olvidar que las personas nos convertimos en aquello que más practicamos.

fuente:http://www.mproactiva.com

Algunas personas sólo viajan en el primer vagón del metro, y otras duermen con flores junto a su cama.


María Jesús Ribas/MCM/EFE - REPORTAJES

Algunas personas sólo viajan en el primer vagón del metro, y otras duermen con flores junto a su cama. Muchos artistas evitan vestirse con cierto color antes de desarrollar su actividad. Hay escritores que reescriben un párrafo para que no quede una palabra aislada en la última línea. Mucha gente no sale de su casa sin pañuelo, reloj o pulsera determinados.

Todos tenemos pequeñas obsesiones y compulsiones que consideramos normales. Pero las manías, que pueden formar parte de la personalidad, se convierten en una pesadilla cuando se viven como algo molesto e interfieren en la vida cotidiana. Conforman el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC).

Es el caso de una persona que imagina que se asoma con su hijo por la ventana, perdiendo el control, con lo que el niño cae al vacío. Para aliviar el malestar que le ocasionan esas ideas inapropiadas, intenta suprimirlas o neutralizarlas con otros pensamientos o con acciones a las que da un valor casi mágico.

Si acaba con la idea, diciéndose que es una tontería o pensando en otra cosa, dejará de importarle, pero si ésta repite y no logra controlarla, inicia una conducta para protegerse de lo que piensa, por ejemplo rezar cada vez que tiene ese pensamiento. Este es un comportamiento característico del TOC.

Las obsesiones son ideas, pensamientos o imágenes que se repiten en la mente. Causan malestar y nerviosismo y la persona se siente incapaz de controlarlas, aunque sabe que son absurdas. No son preocupaciones, ya que alguien puede preocuparse por lo que hace su hijo fuera de casa, sin llegar a obsesionarse.

EN UN CÍRCULO VICIOSO

Los pensamientos obsesivos pueden dar paso a una compulsión: una o varias acciones que repiten o intentan evitar para reducir el malestar. La persona intenta oponerse a ellas, pero como así se siente peor, se comporta compulsivamente, aliviándose y relajándose. Cada vez que la obsesión reaparece, repite la compulsión para mitigar la molestia.

Otro componente del TOC son los rituales: una serie de compulsiones encadenadas o de actos efectuados de modo repetitivo, por ejemplo atravesar tres veces el umbral antes de entrar en la casa o sentarse en el sillón de determinada manera.

Un paciente con TOC puede apagar la luz, salir a la calle, volver a subir a su casa y volver a comprobar si estaba apagada, muchas veces, y aún así se queda con la duda de si lo ha hecho.

El TOC se caracteriza por “la presencia de obsesiones o ideas que acuden repetidamente a la mente y que el sujeto reconoce como propias, aunque las rechaza porque interfieren su actividad, y que a veces se acompañan de compulsiones y rituales.

Es un trastorno muy frecuente, que suele iniciarse en la adolescencia y afecta igualmente a mujeres y varones. Si no se trata, llega a invalidar la vida del paciente, ocupando todo su tiempo y tiranizando a las personas de su entorno.

Los pacientes ocultan su enfermedad durante años, creyendo que pueden controlarla, por miedo a estar enloqueciendo o debido a la vergüenza. Por ello omiten comentar el problema a sus allegados o consultar al médico, hasta que ya no pueden disimular.

La importancia de las obsesiones depende del grado en que afecten la vida cotidiana: si alguien tiene miedo a enfermar y deja de salir, relacionarse y trabajar, tiene un problema grave.

El límite a partir del cual las obsesiones se consideran patológicas y requieren un tratamiento, lo establece el paciente a partir del grado de pérdida de libertad que le producen.

Los rasgos obsesivos como el perfeccionismo, la puntualidad, el orden, los escrúpulos o la reiteración, se encuentran en muchas personas normales. El TOC se diagnostica cuando el enfermo rechaza sus ideas obsesivas y quiere librarse de ellas.

El origen de este desorden es incierto. Algunos expertos creen que tiene una base neurológica y se sabe que existe cierta predisposición hereditaria. La muerte de un ser querido, las tensiones en el trabajo, los problemas en la pareja o con el sexo, el agotamiento y el estrés, pueden desencadenar ideas obsesivas.

Asimismo, haberse educado en un ambiente restrictivo y carecer de un buen entorno social y de habilidad para comunicarse hacen a la persona más vulnerable a padecer ese trastorno.

INTERFERENCIA Y MALESTAR

Además de causar malestar, las obsesiones y compulsiones suponen una pérdida de tiempo. El hecho de tener continuamente unos pensamientos determinados, puede hacer que surjan dificultades para concentrarse en tareas como la lectura o el cálculo e interferir en la actividad laboral o profesional, así como en las relaciones con otras personas.

El individuo obsesivo sabe que sus pensamientos no tienen demasiado sentido, pero se siente incapaz de controlarlos. Puede ocultar su trastorno mucho tiempo porque evoluciona lentamente.

Finalmente, el paciente suele acudir al psicólogo por los síntomas asociados al TOC, como la ansiedad o la depresión.

La administración de antidepresivos, junto con la psicoterapia, es el principal tratamiento del TOC, efectivo en siete de cada 10 casos.

CUATRO PASOS

1. Diferencie obsesión de preocupación. Pregúntese: ¿Me vienen a la mente ideas, pensamientos o imágenes fuera de control? ¿se repiten a menudo? ¿me crea un gran malestar pensar en ello? ¿son ideas que no debería pensar? ¿realizo algún ritual o evito situaciones para eliminarlas? Si la respuesta a estas interrogantes es afirmativa, quizá sea una obsesión.

2.Busque las causas del malestar. Aunque las ideas obsesivas pueden hacerse realidad y son algo probable, conviene analizar ese pensamiento para contribuir a disminuir el malestar. Es importante enfrentarse a aquéllo que nos crea temor con el fin de descubrir que no tenemos de qué preocuparnos.

3.Acote sus pensamientos. No pase todo el día pensando en la idea o imagen obsesiva. Para seguir con su vida normal, propóngase pensar en lo que le preocupa sólo durante un lapso determinado: por ejemplo en la media hora que tiene libre en algún momento del día, nunca fuera de ese horario.

4.Hable con un profesional. Si la obsesión es frecuente, le produce malestar y es incapaz de controlarla, consulte su problema con un psiquiatra o psicólogo.

PARA ALIVIARLAS

Posponga. Propóngase cumplir algo más tarde los rituales como comprobar la puerta del coche o la llave del gas. Así desarrolla una habilidad para controlarlos, mientras se enfrenta durante más tiempo al pensamiento que le preocupa.

Desacelere. En vez de comprobar rápidamente el coche o el gas, vaya caminando despacio, andando sin correr. Así podrá tener más control sobre la situación.

Modifique. Si se lava las manos del mismo modo, cambie algo que le haga descubrir que controla su conducta.

Interrumpa. Busque apoyo, una tarea que le distraiga o algo incompatible con el ritual, para no practicar el ritual. .

fuente:la prensa revista

Personajes de ficción, problemas de verdad


El detective Adrian Monk tiene muchas manías. Obsesionado por contagiarse algún virus se limpia las manos compulsivamente cuando toca algún picaporte o se la extiende a alguien en la calle o la oficina, evita los lugares con mucha gente y se obsesiona con cosas absurdas.

Similar es lo que vive el escritor Melvin Udall, que sufre un desorden obsesivo que lo hace intratable ante el resto de la humanidad, que anda por la calle sin pisar las líneas de las vereda por miedo a que algo terrible le suceda si lo hace y que utiliza cubiertos descartables cada mañana en la que asiste al mismo bar y donde exige que lo atienda la misma camarera. Tanto en la exitosa serie norteamericana “Monk” como en la taquillera película “Mejor imposible”, Tony Shalhoub y Jack Nicholson interpretan a obsesivos compulsivos que son víctimas de un trastorno que no pueden evitar auque les obstaculice el quehacer diario y aunque los vuelva extraños y difíciles de tratar ante la mirada de los otros.

Casi resignados a su problema, Monk y Melvin transitan sus días aterrorizados ante la posibilidad de alguna contaminación o buscando la exacta simetría de los objetos que los rodean, hecho que los vuelve peculiares y que causa gracia en quienes no los conocen en profundidad y, por tanto, saben que sufren.

Gracias a ellos, miles de espectadores reconocieron su problema y pudieron dar el primer paso hacia la curación: saber de qué se trata.

fuente:inforegion

La epidemia oculta


La epidemia oculta

El Trastorno Obsesivo Compulsivo es una alteración de la personalidad que sufre una gran cantidad de gente, pero, a diferencia de enfermedades como las fobias, suele ocultarse. Según la OMS es uno de los diez males más invalidantes, pero los médicos insisten en que puede superarse.


Todo empezó cuando era adolescente. Los días que me quedaba a estudiar hasta tarde comenzaba la pesadilla. No podía acostarme después que el resto de mi familia, porque se me hacía que iba a dejar las puertas y la llave del gas abiertas, que iban a entrar ladrones y nos iban a matar a todos o que iba a explotar la casa, y que todo sería mi culpa. Entonces daba inicio a un ritual que me consumía. Revisaba puerta por puerta y chequeaba la llave del gas hasta que me doliera la mano. Terminaba la ronda y volvía a empezar, una y otra vez, y cada vez que me encaminaba hacia mi habitación la duda volvía a asaltarme, y otra vez se ponía a andar la rueda. Rompí tres picaportes y dos llaves del gas en menos de siete meses. Los últimos tiempos después de ritualizar una o dos horas, cuando sentía que ya no daba más y cuando me invadía una sensación de irrealidad que creía que no me dejaba razonar, despertaba a mi hermano para que me confirmara que había cerrado todo. La certeza de que iba a ocurrir algo terrible era para mí cada vez más fuerte. Me moría de vergüenza, sentía que me estaba volviendo loca, pero no podía controlarlo”.

Con el relato de Ana Laura Q. (30) muchas personas podrían sentirse identificadas. La que hoy es una mujer adulta y profesional, cuenta los primeros síntomas de lo que después supo era el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), una patología que se ubica dentro del vasto grupo de los trastornos de ansiedad y que ataca, según diversos estudios, a una de cada 50 personas en todo el mundo.

Pese a que las víctimas del TOC se sientan “únicas”, distantes están de serlo. De acuerdo a datos difundidos por la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad (AATA), entre el 2% y el 3% de la población del país padece el mal, que en general afecta en la misma proporción a hombres y a mujeres y que si bien puede aparecer en cualquier momento de la vida, suele dar sus primeros indicios en los albores de la adultez.

De todos modos, los médicos advierten que las estadísticas “no deben tomarse al pie de la letra”. La experiencia del consultorio demuestra que muchos pacientes con TOC ocultan su problema por temor a ser mal vistos, dado que ellos mismos son concientes de que sus manías o sus ideas son absurdas y carecen de sentido. Y esa es, según los profesionales, una de las principales diferencias entre el trastorno obsesivo compulsivo y las fobias – estrellas por excelencia de estos tiempos si es que de ansiedad se habla-. “Mientras por la difusión que han tenido, las fobias comienzan a ser vistas como algo relativamente común o padecido por muchos, y en tanto, devinieron en patologías con cierto grado de aceptación social, el TOC tiende a esconderse porque sigue siendo una enfermedad que da vergüenza a quien la padece”, aseguran los expertos.

Lo cierto es que, considerado por la Organización Mundial de la Salud como una de la 10 enfermedades más invalidantes, el trastorno obsesivo compulsivo puede llegar a límites que rozan con la irracionalidad para quien lo observa fuera de la piel de quien lo sufre y es esto precisamente, lo que lleva al enfermo a ocultarlo.

“Yo empecé con el TOC a los 17 años. Íbamos a los boliches con mis amigas y yo temía conocer a alguien porque me obsesionaba la idea de contagiarme HIV. Fue un pensamiento que primero me pareció normal, pero después fue cobrando fuerza, hasta el punto en que no quería que nadie se me acercase. Todas las personas eran amenazas para mí, todas podían tener SIDA e infectarme, y así me fui aislando. Llegué a no sentarme en los colectivos y a usar guantes constantemente, porque temía que hubiese sangre en los pasamanos, o en el asiento, que la sangre traspasara el pantalón y llegara hasta mi pierna. Si por casualidad me lastimaba alguna parte expuesta del cuerpo faltaba al trabajo y a la facultad, porque tenía terror de que justo en esa lastimadura me entrara sangre infectada. Ni hablar de las relaciones sexuales, pasé más de cuatro años sin tener ningún tipo de contacto físico con nadie, porque el miedo al contagio era más fuerte que cualquier cosa. En el límite del ostracismo entre en una depresión muy fuerte, y recién ahí, ante la intervención de mi familia y la consulta con el médico supe que tenía TOC”, contó a Info Región Mariana P. (27).

De acuerdo a la definición médica, el TOC es un trastorno cuyas características son las obsesiones, que son pensamientos o imágenes por lo general absurdas, repetitivas y negativas a las que la persona intenta rechazar pero no puede, y por ende le causan ansiedad, dudas y distrés. Si bien quien las tiene reconoce que estas ideas son producto de su propia mente, intenta ignorarlas, aunque no puede hacerlo. Según advierten los especialistas y confirman los pacientes que padecen la patología, las obsesiones tienen que ver con la contaminación o el contagio, con una preocupación excesiva por la suciedad, con el temor a ofender o dañar a los otros, -especialmente los seres queridos- con la acumulación de objetos por lo general inútiles y con la necesidad de simetría y precisión.

En tanto, las compulsiones, -otra característica del trastorno- son comportamientos o actos mentales que se repiten y que las personas afectadas sienten que deben realizar para evitar que suceda ese acontecimiento al que temen, hecho que los lleva a un acto característico del TOC: el ritual.

“Siempre fui una persona en general ansiosa y perfeccionista, sobre todo en cuanto a mis propias acciones y conductas, Y el TOC me atacó por todos los flancos. Primero empecé con la necesidad continua de lavarme las manos por miedo a las bacterias. Después seguí con la limpieza, y después con el orden: necesitaba que todos los objetos de mi escritorio estuvieran alineados de manera simétrica y exacta. Llegué hasta el extremo de ser el último en la oficina con la excusa de tener trabajo atrasado para poder ordenar todo de manera simétrica y que, por ejemplo, la línea de la calculadora me quedara exactamente paralela a la línea del monitor. Y así se me fueron agregando cosas. En el último tiempo antes del tratamiento se me había puesto que no debía pisar bordes. Entonces buscaba caminar siempre por el medio de las veredas, evitaba los umbrales y me cuidaba de no pisar las líneas de las baldosas o las rayas de la calle. Después comencé a repetir números mentalmente. Me proponía por ejemplo contar de tres en tres en todo el viaje de mi casa al trabajo y ponía atención para no equivocarme ni perderme, porque estaba seguro de que si lo hacía me iba a ir mal todo ese día. Es algo inexplicable lo que se llega a pensar, uno termina muy cansado y se siente incapacitado, porque el círculo de lo permitido se cierra cada vez más”, relató a este medio Héctor R. (56).

“El TOC es una enfermedad que no tiene mucha difusión pero la tiene mucha gente – aseguró a Info Región el psicólogo Gustavo Bustamante, vicepresidente de la fundación Fobia Club- Este trastorno se divide en la obsesión, que es una idea o un pensamiento desmedido y desproporcionado y las compulsiones o rituales, que son los que alivian y los que tranquilizan a la persona que teme que se cumpla ese pensamiento obsesivo. Claro que no siempre que hablemos de una obsesión hablamos de TOC. Nosotros tenemos dentro del diagnóstico un punto de corte, que puede ser discutible, pero que indica que para que una persona sea diagnosticada con TOC tiene que pasar al menos seis meses con los síntomas y debe sumar al menos una hora diaria de rituales. Para que sea TOC, el trastorno realmente debe interferir en la vida cotidiana, debe limitar y debe alterar la calidad de vida”, aclaró el profesional para evitar falsas alarmas.

En ese sentido, a la hora de darle una explicación a la enfermedad, desde el Distrito XIII del Colegio de Psicólogos de la provincia de Buenos Aires – con sede en Lomas de Zamora-, resaltaron que el trastorno es típico en personalidades perfeccionistas, que no toleran la sola idea de transgredir el marco de valores al que adhieren.

“Al paciente con TOC se le aparecen una serie de ideas que van en contra de su marco de valores. Si bien a todos nos pasa, quien no sufre de TOC tiende a pasar por alto estos pensamientos, pero un paciente con TOC los sobrestima. Produce un fenómeno que es la fusión pensamiento-acción. Cree que si piensa algo, eso que piensa pasa al orden de la realidad, pero esto es una distorsión. El paciente cree que si piensa que la llave del gas puede estar abierta es porque lo está, hay una confusión entre posibilidad y probabilidad. Si se le cruza la idea de que podría haber sido gay, por ejemplo, empieza a ponerse muy ansioso pensando cómo hará para desestimar o sacarse de la cabeza esa idea de ser gay. Los pacientes TOC son, como todos los pacientes de trastornos de ansiedad, muy controladores de la incertidumbre, y esto tiene su correlación con personalidades perfeccionistas y criticistas, que no pueden tolerar ideas contradictorias a su marco de valores”, aseguró el psicólogo Francisco Palacín.

Y las palabras del profesional tienen su correlato en el testimonio de los pacientes, que una vez recuperados o en tratamiento, pueden contar de qué se trata: “Cuando nació mi primer hijo mi vida hizo un click. Comencé a tener una obsesión por la limpieza muy fuerte por miedo a que el bebé se enfermase de algo grave. Me angustiaba mucho la sensación de que a mi hijo le pasaría algo terrible. Entonces baldeaba dos veces por día toda la casa, pasaba lavandina en todos los muebles y echaba desinfectantes ambientales constantemente, ante la incomprensión de mi familia. Pero después me pasó algo horrible. Comencé a tener terror de dañar a mi hijo, de tener un acto de locura y lastimarlo, y esa sola idea me paralizaba. Pensaba que estaba volviéndome loca, entonces evitaba quedarme sola con él. Fueron momentos muy difíciles, porque sentía que no se lo podía confiar a nadie, que iban a encerrarme. Me sentía un monstruo”, contó a Info Región Analía A. (31).

En este punto, Bustamante coincidió con Palacín y explicó que el temor a lastimar es otro de los síntomas del TOC.

“El obsesivo compulsivo teme cometer todas las conductas que moralmente están sancionadas. Tiene miedo de empujar a una embarazada o dañar un ser querido, por ejemplo. Imagina la situación y la vive con mucha angustia y culpa excesiva. En algún punto el trastorno obsesivo compulsivo está ligado a la culpa y esto hace que los pacientes teman desarrollar conductas moralmente incorrectas, pero deben saber que estas ideas no significan en absoluto que vayan a actuar así. Justamente porque no lo harían nunca se lo imaginan. Los obsesivos no hacen nada y sienten culpa como si hubieran hecho todo”, explicó el psicólogo.

Según admiten los profesionales, determinar cuál es el verdadero origen del TOC sigue desatando un debate en el plano de la ciencia. Mientras algunos insisten en una predisposición genética, otros no la desestiman, pero resaltan la importancia de factores externos que favorecen al desarrollo de la enfermedad.

“Existen varias teorías acerca del origen del TOC, desde compromisos neuro orgánicos hasta factores genéticos, como así también particularidades familiares, y algunos cuadros virósicos que dejan esta patología como secuelas –explicó a Info Región el médico psiquiatra Eduardo Grande, ex jefe de la División de Salud Mental del hospital Álvarez y presidente de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM)- De todos modos también es pertinente resaltar que muchas veces se encuentra en la historia vital de estas personas antecedentes de la infancia o de la adolescencia predisponentes, o bien ansiedades, pánico, depresiones, irritabilidad, trastornos de escolaridad, o de la alimentación, que terminan en TOC”, acotó.

Desde el Colegio de psicólogos, en tanto, Palacín destacó la incidencia que pueden tener los antecedentes familiares o el contexto de crianza en el paciente que manifiesta los síntomas del trastorno obsesivo compulsivo, y aseguró que, muchas veces, hay eventos que desencadenan la patología.

“Hay contextos familiares claramente favorecedores para el TOC, como el hecho de que alguno de los padres haya sufrido algún tipo de trastorno de ansiedad por el cual hayan señalado ciertas situaciones como catastróficas, o peligrosas y hayan desarrollado la idea de que hay que controlar determinada cantidad de cosas para sobrevivir. También hay factores desencadenantes, situaciones de mucha ansiedad, situaciones sociales, como lo que pasó con los bancos en el 2001, por ejemplo. Los pacientes ansiosos no toleran la incertidumbre, piensan siempre que lo que va a venir es negativo, y como no puede controlar la incertidumbre, desarrolla niveles de control en otras áreas que no necesitan ser controladas. No puedo controlar que mis hijos crezcan, pero sí puedo controlar la limpieza de los azulejos del baño, limpio los azulejos del baño hasta que reluzcan. Siempre atrás de un ritual compulsivo hay una idea ansiógena”, explicó.

De todos modos, médicos, profesionales y pacientes recuperados prefieren dar un mensaje de optimismo, y resaltan una afirmación que muchos de los que padecen TOC y todavía no lo saben o lo ocultan pueden creen imposible: el mal se puede superar, y en la medida que desaparezca, se calmará la angustia, se recuperará la calidad de vida y se volverá a ser libre.

“Hoy en día quien sufra de TOC debe saber que existen tratamientos muy efectivos, que en general son combinados: por un lado se recurre a una terapia farmacológica y por el otro a un tratamiento cognitivo comportamental, porque la persona debe aprender a controlar las sensaciones y tratar de evitar los rituales. Para esto la familia debe colaborar y lo hará no ayudando con los rituales, y alejándose de una postura demandante o crítica”, opinó Bustamante.

Y Paladín reforzó esa idea: “Se han desarrollado muchos tratamientos eficaces y efectivos, y en la gran mayoría de los casos los pacientes muestran una muy buena respuesta. Lo primordial es animarse a asumir lo que sucede y a pedir ayuda”, enfatizó.

En los tiempos que corren, cuando la ansiedad parece ser un ingrediente más de la vida cotidiana de muchos, reconocer los efectos que puede producir parece ser el arma fundamental para combatirla. Y en este sentido, detenerse en el testimonio de quienes lograron salir adelante de epidemias silenciosas como el TOC se torna una estrategia válida para poner los ojos en la esperanza y aferrarse a la idea de que se puede recuperar la vida que alguna vez se tuvo.

“Hoy puedo volver a reír sinceramente, a abrazar a mi hijo sin miedo, a salir de mi casa sin sentir que va a explotar a mis espaldas, a compartir con los otros sin temer algo terrible y puedo volver a confiar en mí, en mi raciocinio y en mis actos. Todos deben saber que se puede, claro que se puede”, aseguró Analía.

OLIGOELEMENTOS CONTRA EL DECAIMIENTO


OLIGOELEMENTOS CONTRA EL DECAIMIENTO

Los oligoelementos son elementos minerales presentes en la materia viva en cantidades pequeñas. En terapéutica se utiliza como un método inocuo de tratamiento de las enfermedades funcionales.

La oligoterapia presenta grandes ventajas sobre otras terapias:

- Eficacia terapéutica con baja dilución

- Trata predisposiciones patológicas del individuo (el llamado terreno)

- Corrige trastornos funcionales que, de no ser tratados, evolucionarán a patologías orgánicas

En su caso le recomiendo que un médico naturópata le haga una buena historia clínica con el fin de determinar qué terreno tiene y cuál es su situación actual a nivel anímico y físico.



Existen diferentes asociaciones de oligoelementos para regular el estado anímico según su terreno particular:

- La asociación cobre-oro-plata. Se suele recomendar cuando hay una gran astenia global, estados depresivos y una gran depresión del sistema inmunitario.

- La asociación manganeso-cobalto . En estados caracterizados por desequilibrios a nivel neurovegetativo, desadaptación y descenso progresivo de la vitalidad.

- La asociación manganeso-cobre . En un estado caracterizado por la poca reacción ante los estímulos; se manifiesta en un sistema inmunitario deprimido con tendencia a las infecciones.



Además existen una serie de oligoelementos unitarios usados para estos casos:
-Aluminio (Al). Regulador del Sistema Nervioso.

Indicaciones: trastornos del sueño. Retraso y debilidad intelectual.

-Litio (Li): regulador del sistema nervioso, antidepresivo.

Indicaciones: nerviosismo, ansiedad, agresividad, insomnio por ansiedad, obsesiones, tendencia a la depresión, trastornos del comportamiento.

-Magnesio (Mg). Estimulador de la autodefensa, regulador de la célula nerviosa y del metabolismo del calcio.

Indicaciones: fatiga psíquica e intelectual, desmineralización, raquitismo, espasmofilia, disfunciones paratiroideas, neuralgias, insuficiencias digestivas, trastornos intestinales crónicos, colitis, envejecimiento, prostatismo, artrosis.


La vía de administración más empleada es la sublingual, en la que es importante mantener y ensalivar los oligoelementos en la boca, al menos 30 segundos antes de
tragarlos.


Los oligoelementos no tienen contraindicaciones propiamente dichas y no se conocen referencias que indiquen una interacción peligrosa con otras terapias. Ciertos medicamentos inactivan su acción, especialmente corticoides y tranquilizantes. Pero recuerde siempre debe ser su médico quien le prescriba su tratamiento.


fuente:consejos de tu farmaceutico