Han trascendido en algunos medios de comunicación masiva los “nuevos beneficios” de las cirugías para trastornos mentales que se vienen practicando en las facultades de medicina de las universidades de Harvard y Brown en Estados Unidos, fundamentalmente en aquellos pacientes que sufren de lo que denominan “desorden obsesivo-compulsivo” (OCD), que circula en nuestras tierras con la sigla TOC: trastorno obsesivo-compulsivo.
Se trata de ideas, pensamientos, actos inevitables y obsesiones recurrentes, que se presentan de pronto, a la manera de pensamientos intrusivos que el paciente no logra desalojar sin la realización de actos compulsivos y la instalación de ciertos rituales y ceremoniales para apaciguar la angustia que generan. Pueden ir desde un lavado compulsivo de manos cada determinada cantidad de tiempo, hasta la implementación de ciertas medidas “de seguridad” como abrir y cerrar las llaves de gas innumerables veces, hasta otras que escapan a toda lógica para el mismo sujeto, como abrir y cerrar varias veces la puerta del ascensor. Cada una de ellas está inserta en una lógica inconsciente que habrá que poner a trabajar, reconoce un sentido históricamente determinado y posee una singularidad ligada a cada sujeto.
El tema ha sido, en la obra de Freud y del psicoanálisis en general, objeto de profundo estudio y análisis y forma parte del trabajo cotidiano de los analistas: desde cierta sintomatología leve, que no afecta marcadamente la vida del sujeto, hasta situaciones de gran complejidad que perturban cada accionar. Se trata de uno de los capítulos de la psicopatología psicoanalítica mejor descriptos por Freud: la neurosis obsesiva. Freud produjo dos de sus historiales más extensos y mejor trabajados, “El Hombre de las Ratas” y “El Hombre de los Lobos”, alrededor de esa temática. Me atrevería a decir que no hay en la obra freudiana un análisis más brillante que el que hace sobre la neurosis obsesiva, donde pone a trabajar su descubrimiento una y otra vez.
Los psicoanalistas no hemos dicho lo suficiente frente al avance desenfrenado de la medicalización de la salud mental. Posiblemente confundidos por los ciertos beneficios que algún nivel farmacológico produjo en los análisis de las patologías más severas, hemos callado demasiado respecto del abuso de las prácticas producidas por el discurso médico-psiquiátrico.
En alguna oportunidad, a Freud –maestro en eso de pensar políticas para llevar adelante ideas– algunos discípulos le acercaron la idea de reemplazar el uso de la palabra “sexualidad” por alguna otra que dijera más o menos lo mismo pero no fuera tan revulsiva socialmente, como “erotismo”. Freud se negó de plano y pronunció una frase que se hizo luego conocida: “Uno empieza cediendo en las palabras y termina cediendo en la cosa misma”.
En el lugar en que los analistas hablaríamos de neurosis obsesiva, advino el “TOC”.
El discurso psiquiátrico instituye el TOC, lo impone. Y, ya que todo discurso produce sus prácticas concomitantes, el discurso del TOC se juntó con el de la farmacología y para muchos pasó a ser obvio que el tratamiento medicamentoso es recomendable para la neurosis obsesiva.
Así, en pleno avance, el discurso médico-psiquiátrico viene por más. Ahora viene por el cerebro. Basta de confrontar al obsesivo con su deseo, basta de indagar en su trama discursiva, en su erótica anal, en sus fuentes de sufrimiento, en sus represiones por formación reactiva, en sus anulaciones y aislamientos. Basta de escucharlo sufrir en sus devaneos obsesivos, basta de implicarse subjetivamente, de empatizar, de prestarse al juego transferencial, basta de interpretar, basta de intervenir; basta, incluso, de medicarlo. Ahora: cirugía. Y no sólo una, sino que describen tres tipos de cirugías posibles. Se trata de implantar sondas, ya sea cerca del tálamo o del cíngulo (un manojo de tejido conectivo); alguna alternativa incluye cables que se conectan a una batería implantada en el pecho.
Aclaran: sólo para aquellos casos en los cuales los otros tratamientos no hayan producido efecto. Así se empieza.
Y avanzan, dado que ya se está pensando, anuncian, que la cirugía cerebral es tratamiento viable para algunos trastornos severos de comportamiento y de ansiedad.
Se trata de una verdadera producción discursiva, con poder suficiente para implantar las prácticas que propone.
Los “TOC” son personas que consultan porque algo les fracasa en su posicionamiento subjetivo, o porque algo de su deseo está perdido en una maraña intersubjetiva que no saben cómo se ha construido ni qué participación tienen en eso que les pasa. Sufren, también, porque no logran entender y desarticular esa gama infinita de actos con contenido mágico, esas acciones religiosas que realizan que, no se les escapa, tienen una lógica que ellos desconocen. Consultan también porque están afectados no sólo en su cotidianidad sino en las posibilidades de sostener proyectos que los acerquen a la realización de sus propios ideales.
Entrampados en una serie inacabable de cavilaciones, bordean, sin poder entrar del todo ni salir del todo, los diferentes temas de sus vidas sin poder tomar decisiones en ningún sentido. Sufren porque no logran encontrar los modos en los cuales desplegar y realizar su sexualidad, sus relaciones de amor, sus intereses libidinales, sus ideales. Son mucho más que cerebro, neuronas, tejido conectivo.
Es difícil pensar que esto se resuelva quirúrgicamente, aunque la oferta resulte tentadora.
Tienta por la desimplicación subjetiva que supone, porque el trabajo de análisis implica interrogarse acerca del propio posicionamiento en el sostén de los malestares.
Por supuesto que no se trata de sostener un fanatismo a ultranza, que anule el necesario y saludable movimiento interdisciplinario, sino de sostener una ética que apunte a abrir espacios de escucha para el sufrimiento, sin acallarlo química o quirúrgicamente.

* Psicoanalista. Miembro titular y ex presidente de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo.

fuente:pagina/12

Terapia cognitivo-conductual


Cuando una persona decide cambiar su actitud, y acude a terapia cognitivo-conductual aparecen reticencias, miedo a soltar lo negativo (a pesar de ser negativo da una falsa seguridad), ideas erróneas que las personas tienen respecto a la terapia cognitiva (adaptación de Beck,1979) estas reticencias se Irán eliminando al mismo tiempo que mejora su estabilidad emocional.

01.- "La terapia cognitiva se basa en la utilización del pensamiento positivo y mis pensamientos son negativos casi siempre".
no son reales. La terapia cognitiva se basa en el uso del poder del pensamiento "realista" corrigiendo los eRespuesta: Los pensamientos positivos no son necesariamente válidos o correctos. Una persona puede engañarse a si misma durante un tiempo con tales pensamientos, pero se desilusionará cuando compruebe que errores del pensamiento, de las interpretaciones y de los significados personales.
02.-"Yo no me altero porque interprete mal la realidad, sino porque las cosas me van realmente mal".
Respuesta: Ciertamente las cosas pueden ser tan malas como usted las pinta, pero cabe también la posibilidad de que usted las interprete mal. El utilizar los métodos cognitivos le ayudará a distinguir los problemas reales, ante los que puede aprender a tomar otras decisiones; de aquellos otros que crea usted mentalmente. Un terapeuta ayudó a una paciente violada a manejar los pensamientos negativos depresivos, pero le animó también a denunciar el hecho a la policía.
03.-"Sé que interpreto las cosas en sentido negativo, ¿pero como voy a cambiar mi personalidad o forma de ser?".
Respuesta: ¿Que le hace creer que no puede cambiar?.Tome nota de sus creencias y revíselas con el método cognitivo. Tampoco es necesario, a veces puede que no sea posible, cambiar toda su personalidad.Suele ser suficiente con que usted aprenda a cambiar algunas de sus formas de pensar y actuar habituales. Le puede ser de utilidad recordar esto: ¿En el pasado le transmitieron creencias sobre cosas que estaban "mal" según sus padres, maestros..etc, y no cambió al menos algunas de ellas?.
04.-"No puedo manejar los pensamientos automáticos cuando estoy alterado".
Respuesta: Usted puede esperar a estar menos alterado para trabajar con sus pensamientos automáticos. Puede aprender a relajarse o a distraer su atención y después trabajar los pensamientos automáticos Puede también empezar a practicar el cambio de pensamientos ante situaciones donde esté menos alterado, y con practica hacerlo poco a poco ante situaciones de mayor dificultad.
05.-"Si no me gusta pensar en mis pensamientos automáticos, y los pienso, ¿no será porque soy así, o quiero estar así".
Respuesta: Tenga en cuenta que los pensamientos automáticos son involuntarios, aunque forman parte de su actividad mental, usted también posee la capacidad de poder manejarlos . ¿Usted desea sentirse mal a causa de sus pensamientos automáticos?. Probablemente no. Una cosa son sus hábitos de pensamiento y otra su personalidad, que abarca muchos mas aspectos.

06.- "Yo quiero una garantia de que esta terapia curará mi trastorno emocional".
Respuesta: Vivimos en un mundo con diversidad de problemas en el que no existen garantías absolutas para ningún proyecto o terapia. Si usted desea conseguir resultados aceptables tendrá que trabajar de firme con esta terapia. Pero recuerde, no existe garantía absoluta de un tratamiento de efecto perfecto. Recuerde que el titulo de este libro es: "Sentirse mejor". No se titula "Sentirse perfecto".
07.- "La terapia cognitiva se ocupa de problemas superficiales como los hábitos de pensamiento o la conducta, pero no de los problemas profundos que me hacen sentir mal".
Respuesta: La terapia cognitiva trabaja desde niveles más superficiales, pero muy importantes, como los pensamientos automáticos, hasta temas mas profundos como las creencias personales. Hay terapeutas cognitivos que trabajan también con la historia personal y con otros temas. Aunque en este libro no lo hemos abordado, la terapia cognitiva puede trabajar con los sueños, las fantasías, y cualquier tema que se considere importante para la terapia. Eso si, desde el punto de vista cognitivo: los significados personales de la experiencia.
08.- "Si los pensamientos automáticos negativos me hacen sentir mal, ¿los pensamientos automáticos positivos me harian sentir bien?".
Respuesta: Es probable que con pensamientos automáticos negativos se pudiera sentir usted bien durante un tiempo, pero terminaría trastornado emocionalmente, a usted o a su entorno. La psicosis maniaca es un trastorno caracterizado por esos pensamientos positivos, pero los problemas que conlleva suelen ser graves (p.e gasto descontrolado de dinero, actividad excesiva que presiona otros..etc). La terapia cognitiva consiste en gran parte en desarrollar un habito de pensamiento realista y basado en la comprobación, no en el pensamiento positivo, que puede ser no realista.
09.- "Yo no mejoraré si antes no se tratan o cambian otras personas con las que convivo".
Respuesta: La terapia cognitiva mantiene que su estado emocional intenso no depende principalmente de su entorno, sino del significado e interpretación que haga usted de él; de sus pensamientos automáticos y creencias personales. Si es cierto, que en determinados casos, si se obtiene la colaboración de su entorno se puede facilitar la terapia .Pero no contar con esa colaboración no hace imposible su desarrollo. Cada persona tiene derecho a realizar la terapia o no hacerlo; imponérsela no llevará a ningún buen resultado.
10.- "Si yo soy mas inteligente que la persona que ha hecho este libro o que el terapeuta que me trata, ¿como va a ayudarme esto?".
Respuesta: Es posible que usted sea mas brillante que yo o su terapeuta en muchas áreas de la vida, no lo pongo en duda. Pero, ¿está usted especializado en la terapia cognitiva?. Además, ¿ser mas inteligente ha impedido que usted haya desarrollado estos trastornos emocionales?, ¿la actividad "intelectual" le ha ayudado a resolver sus problemas emocionales ?.
11.- "La terapia cognitiva no dará resultado porque mi trastorno tiene una base biológica".
Respuesta: Puede darse el caso de que su trastorno emocional se a grave, y tras diagnosticarlo un psiquiatra o psicólogo clínico se determine que puede tener un importante componente biológico. Pero aún así es poco frecuente que un trastorno se resuelva solo exclusivamente en base a un tratamiento puramente médico, y si se resuelven los síntomas, es frecuente las recaídas por no abordar otros aspectos como los significados personales o las formas de abordar la persona sus dificultades. Otro aspecto a considerar: la terapia cognitiva tiene una base biológica: cuando usted cambia sus pensamientos automáticos y sus creencias personales está cambiando su funcionamiento cerebral, incluso químicamente (es un hecho comprobado empíricamente).




Pensamientos Irracionales de la medicación.
Beck(1979) identifica una serie de creencias y distorsiones cognitivas que contribuyen a la falta de observancia de las prescripciones psicofarmacológicas del paciente depresivo;y que pueden ser extensibles a otros tipos de pacientes.Estas distorsiones hacen referencia a:
• "Soy más fuerte si no necesito las medicinas"
• "Soy más débil por necesitarlas"
• "No me ayudará"
• "Si no tomo la medicación, significa que no estoy loco"
• "No podré soportar los efectos secundarios"
• "Nunca podré dejar la medicación si empiezo a tomarla"
• "No hay nada que necesite hacer, excepto tomar las medicinas"
• "Solo necesito tomar las medicinas en los días malos"



Aprender a ser feliz.
"No se puede enseñar nada a un hombre; sólo se le puede ayudar a encontrar la respuesta dentro de sí mismo."
La Terapia Cognitivo Conductual, es una forma de tratamiento a corto plazo, que se caracteriza por ser activa, directiva y en la que el terapeuta y paciente trabajan de forma conjunta.
Su objetivo es ayudar a los pacientes a que descubran su pensamiento disfuncional, comprueben en la realidad su pensamiento y conducta y construyan técnicas más adaptativas y funcionales de respuesta, tanto inter como intrapersonales. La meta está en curar al paciente enseñándole cómo desarrollar mejores estrategias de afrontamiento para ayudarle a manejar sus circunstancias de vida, la idea es que el paciente aprenda a hacerlo por él mismo.
Modelo de aprendizaje de los trastornos emocionales.
Se sigue un modelo educativo, es decir se busca un aprendizaje de patrones alternativos, de formas diferentes de percibir la realidad, siendo el propio paciente el agente principal de cambio.
Es breve y con límite de tiempo. El saber manejar el tiempo y el centrarse en los temas importantes a corto y largo plazo va a permitir alcanzar las metas del tratamiento en el plazo adecuado.
Se basa en un esfuerzo colaborador entre paciente y terapeuta.
Empleo del método socrático (conocimiento internode sí mismo).
Condición necesaria Una buena relación entre paciente y terapeuta.
Estructurada y dirigida.
Orientada hacia los problemas.
Basada en el método científico.
Gran importancia del trabajo para casa.

fuente:http://www.vidaemocional.com

Terapia cognitivo-conductual



terapia racional emotiva.,
A" Representa el acontecimiento activador, suceso o situación. Puede ser una situación o acontecimiento externo o un suceso interno (pensamiento, imagen, fantasía, conducta, sensación, emoción, etc.).
"B" Representa en principio al sistema de creencias, pero puede considerarse que incluye todo el contenido del sistema cognitivo: pensamientos, recuerdos, imágenes, supuestos, inferencias, actitudes, atribuciones, normas, valores, esquemas, filosofía de vida, etc.
"C" Representa la consecuencia o reacción ante "A".
Ellis propone el concepto de "autoaceptación" consistente en algo que podríamos llamar "el amor incondicional a nosotros mismos", querernos y valorarnos por el hecho de existir, sin calificarnos en ninguna escala de valores (podemos calificar las conductas, pero no a las personas).
Aquí va mi reconocido homenaje a un psicólogo que tuvo la valentía de enfrentarse a la psicología clásica en su época por poner por delante el beneficio de los pacientes y rechazar lo que hasta ahora había sido casi una religión, el psicoanálisis.





Terapia Cognitivo Conductual.
La terapia cognitivo conductual, a diferencia de las terapias psicodinámicas:
01.- Está orientada hacia el presente.
02.- La relación terapeuta-paciente es de colaboración y el enfoque es didáctico. Paciente y terapeuta se comprometen a trabajar con un objetivo común.
03.- En muchos casos, se utiliza la biblioterapia, que consiste en que el terapeuta recomiende o facilite libros, folletos o apuntes acerca del problema para que el paciente se informe de lo que le sucede.
04.- Tiende a fomentar la independencia del paciente.
05.- Está centrada en los síntomas y su resolución.
06.- Pone el énfasis en el cambio.
07.- Desafía la posición del paciente, sus conductas y sus creencias.
08.- Se centra en la resolución de problemas.
09.- Utiliza planes de tratamiento.
10.- Propone una continuidad temática entre las sesiones.
11.- Tiene una base empírica y trabaja con la participación activa del paciente. Las tesis cognitivo-conductuales han sido ampliamente comprobadas respecto de su eficacia para tratar una variedad de trastornos. Es decir, más que simplemente decir que funciona, esta comprobado que funciona.


Pruebas de realidad.
Este es el método "general" y "preferido" por la terapia cognitiva, pues contiene la base del método de esta terapia. Las pruebas de realidad consisten en una serie de preguntas que usted puede realizar dirigidas a sí mismo con el fin de comprobar el grado de validez que tienen sus pensamientos automáticos.

La primera prueba de realidad consiste en buscar las pruebas para mantener la seguridad en la creencia de un pensamiento automático: "¿Que pruebas tengo para creer esto? ¿Hay alguna prueba en contra de este pensamiento automático?
Una persona que esperaba ser vista por el médico, llevaba esperando media hora más de la cita acordada previamente. Le vino a su mente el pensamiento automático: "Mi caso no le interesa nada, debe de tener otros más interesantes", y comenzó a sentirse triste y con deseos de abandonar la consulta. Sin embargo se preguntó: "¿Que pruebas tengo para creer que al médico no le interesa mi caso?". Se respondió que en otras visitas el médico se había mostrado con mucho interés por su evolución, y que la media hora de tardanza se podía deber a otros motivos ajenos a ella. Esto le hizo animarse de nuevo y apartó su tristeza.

La segunda prueba de realidad consiste en buscar otras interpretaciones o valoraciones distintas y posibles al pensamiento automático, a esto técnicamente se le llama reatribución. Se utiliza una pregunta del estilo: "¿Puede haber otra explicación para esto?", o "¿Puede haber otras razones o motivos para esto?". Esta pregunta puede ser de utilidad para valorar la seguridad en los pensamientos automáticos referentes a las causas que asignamos a los sucesos.
Una chica estaba en su primera cita con su pareja, ambos estaban muy callados, y ninguno se atrevía a hablar por el momento. A ella se le vino a la cabeza: "Seguro que no le gusto”, y comenzó a sentirse triste y ansiosa. Sin embargo pudo encontrar otras explicaciones más validas para lo que estaba ocurriendo: Ambos parecían más bien tímidos, era su primera cita, les resultaba difícil empezar. Pensando esto redujo su malestar, y dijo a su pareja sonriendo:" Parece que estamos un poco nerviosillos, ¿no te parece?", lo que produjo también una sonrisa en su pareja y "rompió el hielo" para comenzar a conversar.


fuente:http://www.vidaemocional.com


Farmacología + Terapia Cognitivo Conductual = COMBINACIÓN OK
Normalmente Creemos que debemos decantarnos por una sola opción: Farmacología o terapia cognitivo conductual. Psiquiatra o psicólogo. No es así, esta ampliamente demostrada la eficacia en la combinación de ambas. La farmacología alivia los síntomas y el sufrimiento que la persona padece pero mientras tanto la terapia ayuda a descubrir porque se producen los síntomas y a dotar al paciente de estrategias y recursos que necesita para afrontar las situaciones de su vida, con la finalidad que cuando el psiquiatra disminuya y elimine la medicación la persona tenga recursos para afrontar y prevenir recaídas. El psiquiatra y el psicólogo tienen un mismo objetivo darte la ayuda que necesitas.



Terapia racional emotiva.
En el funcionamiento humano existen tres aspectos psicológicos principales: pensamientos, sentimientos y conductas. Estos tres aspectos están interrelacionados, de modo que los cambios en uno producen cambios en otro. Si las personas cambian el modo en que piensan acerca de las cosas, el mundo o sí mismos, sentirán de modo diferente y se comportarán de diferente manera.

SITUACIÓN -> PENSAMIENTO -> EMOCIÓN -> CONDUCTA

Por ejemplo, si después de un fracaso en una tarea, piensas: "soy un inútil que no hace nada bien; no vale la pena ni intentarlo", tus emociones y tu conducta serán muy diferentes que si piensas: "bueno, he fracasado en esto, pero eso no me convierte en un inútil, solo en un ser humano que comete errores, como todos los demás; veré lo que puedo hacer para arreglarlo". En el primer caso, no es de extrañar que aparezcan sentimientos de depresión y que tu comportamiento sea de abandono, mientras que en el segundo caso, puedes sentirte molesto o preocupado, pero estas emociones no serán lo bastante intensas e incapacitantes como para impedirte solucionar el problema, seguir adelante y aprender cómo hacerlo mejor la próxima vez.


Principios basicos de la terapia cognitivo-conductual.
1.- El pensamiento es el principal determinante de las emociones cómo interpretamos los acontecimientos y las cosas que pasen por nuestra mente.
2.- El pensamiento disfuncional es la principal causa del malestar emocional.
3.- Debido a que sentimos en función de lo que pensamos, para [...]


¿Que tipo de terapia psicológica utilizar?. La respuesta es sencilla la que sea más eficaz, y la terapias eficaces son las terapias que han demostrado científicamente que lo son .De las terapias psicológicas existentes solo el tratamiento cognitivo conductual está investigado y estudiado.
Por eso es importante que si no sabéis como encontrar un profesional que os pueda ayudar contactéis con el colegio de psicólogos de vuestra ciudad y región para que el profesional este debidamente colegiado y cualificado

fuente:http://www.vidaemocional.com

Terapia cognitivo-conductual

Publicar entradacursor:hand" id=BLOGGER_PHOTO_ID_5177985082507049298 border=0 alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGX22Xl8xEhkLBG54q90gE-nmLYnVSVRs_m3KWMuXULpIsLry4C86YHAs81-4yuwrlDPKuJVvGH3URjxt_eESHUI7DzF1WVPpJ4V_FcznGR-BWZIv66BYxS20BjnZEed9wK3MYXE8tBgsN/s400/quees.gif">

Buscar ayuda profesional.
Nos da miedo…creemos que podemos nosotros solos…lo posponemos en el tiempo, estas son algunas de las razones por las que creemos no necesitar ayuda frente a nuestros problemas.
Afortunadamente cada día que pasa se considera inteligente buscar soluciones para superar nuestros problemas, el psicólogo y el psiquiatra son los dos especialistas que pueden ayudarte El psiquiatra se encargará de darte ayuda farmacológica indispensable en muchos casos y necesaria para el alivio de los síntomas mientras lo necesites, el psicólogo te enseñara recursos y te orientara para mejorar tu vida. Ellos son una ayuda indispensable, pero la llave la tendrás siempre tú.
“No es fuerte el que no necesita ayuda, sino el que tiene el valor de pedirla cuando la necesita”.


La importancia de los pensamientos y la actitud ante la vida
Damos excesivamente importancia a las situaciones que vivimos y por supuesto que tienen importancia, cuando vivimos un acontecimiento traumático nos influye, pero también sabemos que otras veces no encontramos razones para estar deprimidos y ansiosos, sabemos que dos personas con un mismo problema se encuentran o sienten de manera diferente.¿por qué ocurre esto ? Está bien claro porque cada persona INTERPRETAMOS lo que nos pasa de manera distinta.
Por tanto el pensamiento es el antecedente a sentir , hay una frase que describe muy bien este hecho, “Sentimos como pensamos” sin embargo los seres humanos creemos que hay que controlar las situaciones (escapan a nuestro control la mayoría de las veces ) o tenemos que controlar las emociones, tarea difícil y muy negativa porque nos genera mayor ansiedad y malestar, por tanto solo hay un camino controlable y es el de los pensamientos y la actitud ante la vida .Los pensamientos negativos automáticos siempre nos aportarán una visión oscura, distorsionada y negativa de uno mismo, del mundo, de los demás y del futuro.


fuente:http://www.vidaemocional.com

Cómo saber si uno es obsesivo




Dudar persistentemente en si se ha cerrado bien una puerta o si se tienen las manos limpias; o contar mentalmente objetos sin parar, son manías que tienen algunas personas. Pero lo que muchos no saben es que estos hábitos pueden terminar en un verdadero caos psicológico y hasta volverse en un obstáculo para la vida diaria. Aquí te decimos cómo detectarlos y prevenirlos.

Las más conocidas

Los trastornos obsesivos compulsivos -así llamados por Sigmund Freud son ideas, sentimientos o imágenes que entran a la mente de forma involuntaria, explica Jaime Viaña, psicoanalista y profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México.

"Es todo una secuencia: aparece la idea obsesiva seguida por una acción compulsiva, que es un ritual que la persona se ve obligada a seguir para calmar sus ansias o al menos sentirse más tranquila", afirma el experto.

Entre las neurosis más recurrentes, los especialistas citan a las siguientes:

La seguridad: Existe una preocupación recurrente por la salud de un ser querido, se teme a que le ocurra un accidente, por ejemplo. Generalmente revisan una y otra vez cómo está la casa antes de salir y, después, vuelven a entrar para cerciorarse de que todo haya quedado seguro.

Limpieza: Quienes la padecen están lavándose constantemente las manos ya que les preocupa infectar al cuerpo con gérmenes. Llegan a evitar cualquier contacto físico con los demás para evitar contaminarse.

Belleza del cuerpo: Muchas mujeres sufren obsesión por su apariencia, convirtiéndola en un pasaporte para ser aceptado socialmente. Nada las satisface y siempre encuentran áreas por mejorar.

Contar las piezas: Algunos obsesivos suelen ser minuciosos con el tiempo o en la cuenta de cantidades mentales para distraerse. Memorizar las placas de un auto o contar los libros en un estante sin poder evitarlo son algunos de los casos típicos.


"Es todo una secuencia, aparece la idea obsesiva seguida por una acción compulsiva, que es el ritual que la persona se ve obligada a seguir para calmar sus ansias o al menos sentirse más tranquila", afirma el psicoanalista Jaime Viaña.


Según Angel Castro Trejo, profesor de psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México, para darse cuenta si uno es un neurótico obsesivo basta con observar algunas de las siguientes características:

Una idea o imagen aparece constantemente y en contra de tu voluntad.
Quieres comprender hasta lo incomprensible.
Haces cuentas mentales para distraerte.
Aceptas que las ideas que te surgen son absurdas y te pregunta por qué estás pensando eso.
Te preocupas reiteradamente por cosas que conscientemente aceptas que son insignificantes.
Pequeños detalles de convierten en graves ante su percepción, como la suciedad.
Las acciones que resultan de las ideas repetitivas te quitan gran parte de tu tiempo.
¿Tomar tratamiento?


La neurosis se considera un problema grave cuando afecta las actividades cotidianas de quien la sufre o cuando se interpone en la relación con las demás personas. En este momento hay que considerar someterse a un tratamiento, asegura Castro.

Existen diversas formas de combatir las ideas obsesivas, desde la psicología conductiva, hasta la lobotomía y el tratamiento con fármacos.

La terapia conductista consiste en que la persona enfrente sus obsesiones: a quien no deja de pensar en la limpieza lo hacen tocar algo sucio y que luego no se lave las manos; o que cuente a lo largo del día las veces en las que cae en los pensamientos recurrentes.

Según datos del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, esta terapia no tiene tanto éxito en pacientes que sufren neurosis depresiva.

Otro de los recursos el psicoanálisis, en donde el paciente cuenta todo lo que le pasa por la mente y el experto logra descubrir la causa que está detrás de sus ideas obsesivas.

Pero antes de recurrir a cualquier tratamiento habrá que tener en cuenta que estos trastornos pueden estar asociados con otros problemas, como el estrés o las depresiones. Lo más conveniente es visitar a un especialista para hacerse una revisión general.


La neurosis se considera un problema grave cuando afecta las actividades cotidianas de quien la sufre, o bien cuando involucra la relación que tiene con las demás personas.

APLACAR LA ANSIEDAD: ¿QUÉ ES LO QUE ME PREOCUPA?


APLACAR LA ANSIEDAD: ¿QUÉ ES LO QUE ME PREOCUPA?

¡Oh no! Parece que se ha estropeado el silenciador del tubo de escape... Tendré que llevarlo a reparar... Pero ahora no tengo dinero... Tal vez pueda coger el dinero de la matrícula de Jamie...Pero ¿qué pasará si luego no puedo pagar su matrícula?... Bueno, el último informe del instituto ha sido francamente desalentador... Es muy probable que sus notas sigan siendo malas y finalmente no pueda matricularse en la universidad. El silenciador sigue haciendo ruido...

Así es como la mente obsesionada da vueltas y más vueltas, una y otra vez, a un culebrón aparentemente interminable de preocupaciones concatenadas. El ejemplo anterior nos los proporcionan Lizabeth Roemer y Thomas Borkovec, psicólogos de la Pennsylvania University State, cuya investigación sobre la preocupación —el núcleo fundamental de la ansiedad— ha llamado la atención sobre el tema de los artistas y de los científicos neuróticos. « Según parece, una vez iniciado, no hay modo alguno de detener el ciclo de la preocupación. En el extremo opuesto, la reflexión constructiva acerca de un problema —una actividad sólo en apariencia similar a la preocupación— puede permitirnos dar con la solución adecuada».

En realidad, toda preocupación se asienta en el estado de alerta ante un peligro potencial que, sin duda alguna, ha sido esencial para la supervivencia en algún momento de nuestro proceso evolutivo. Cuando el miedo activa nuestro cerebro emocional, una parte de la ansiedad centra nuestra atención en la amenaza, obligando a al mente a buscar obsesivamente una salida y a ignorar todo lo demás. La preocupación constituye, pues, en cierto modo, una especie de ensayo en el que consideramos las distintas alternativas de respuesta posibles. En este sentido, la función de la preocupación consiste, por consiguiente, en una anticipación de los peligros que pueda presentamos la vida y en la búsqueda de soluciones positivas ante ellos.

El problema surge cuando la preocupación se hace crónica y reiterativa, cuando se repite continuamente sin procuramos nunca una solución positiva. Un análisis más detenido de la preocupación crónica evidencia que ésta presenta todos los rasgos característicos propios de un secuestro emocional moderado: parece no proceder de ninguna parte, es incontrolable, genera un ruido constante de ansiedad, se muestra impermeable a todo razonamiento y encierra a la persona preocupada en una actitud unilateral y rígida sobre el asunto que la preocupa. Cuando el ciclo de la preocupación se intensifica y persiste, ensombrece el hilo argumental hasta desembocar en arrebatos nerviosos, fobias, obsesiones, compulsiones y auténticos ataques de pánico. En cada uno de estos desórdenes la preocupación se centra en un contenido diferente: en el caso de la fobia, la ansiedad se fija en la situación temida; en las obsesiones, se ocupa en impedir algún posible desastre; por último, en los ataques de pánico suele gravitar en torno a la muerte o a la misma posibilidad de sufrir un ataque de pánico.

El denominador común de todas estas condiciones es una falta de control sobre el ciclo de la preocupación. Por ejemplo, una mujer aquejada de un trastorno obsesivo-compulsivo se veía obligada a ejecutar una serie de ceremonias rituales que le ocupaban la mayor parte del tiempo que pasaba despierta, como ducharse durante cuarenta y cinco minutos varias veces o lavarse las manos cinco minutos seguidos veinte o más veces al día. No se sentaba a menos que antes hubiera limpiado el asiento con alcohol para esterilizarlo. Tampoco podía tocar a niño o a animal alguno porque, según decía, estaban «demasiado sucios». En realidad, todos estos comportamientos compulsivos estaban motivados por un miedo mórbido a los gérmenes, puesto que albergaba el temor constante de que, si no se lavaba y esterilizaba, terminaría enfermando y moriría.”

Otra mujer que estaba siendo tratada de un «trastorno de ansiedad generalizada» —la etiqueta psicológica utilizada para referirse a una persona excesivamente aprensiva— respondió del siguiente modo a la petición de que durante un minuto expresara en voz alta sus preocupaciones:«—Podría no hacerlo bien. Sonaría tan artificial que no nos permitiría hacernos una idea correcta de la realidad de mi problema y lo que necesitamos es comprender esa realidad... Porque si no vemos la realidad jamás me pondré bien y, si no me pongo bien, jamás podré llegar a ser feliz. »

En este despliegue de preocupación sobre preocupación, el mismo hecho de pedirle al sujeto que expresara en voz alta sus preocupaciones durante un minuto provocó una escalada que terminó desembocando, poco después, en una conclusión auténticamente catastrófica: «jamás llegaré a ser feliz». El ciclo de la preocupación suele comenzar con un relato interno que salta de un tema a otro y que no suele incluir la representación imaginaria del infortunio en cuestión. En efecto, las preocupaciones son de carácter más auditivo que visual -es decir, se expresan en palabras y no en imágenes—, un hecho muy importante a la hora de intentar controlarlas.

Borkovec y sus colegas comenzaron a estudiar la preocupación en si misma cuando estaban tratando de encontrar un tratamiento para el insomnio. La ansiedad, como han observado otros investigadores, tiene una manifestación cognitiva —los pensamientos preocupantes— y otra somática, evidenciada por los síntomas fisiológicos típicos de la ansiedad (como el sudor, la aceleración del ritmo cardíaco o la tensión muscular). Sin embargo, lío como descubrió Borkovec, el problema principal de la gente que padece insomnio no es la excitación somática sino los pensamientos intrusivos. Se trata de aprensivos crónicos que no pueden dejar de estar preocupados, por más cansados que se encuentren. Lo único que parece ayudarles a conciliar el sueño es el hecho de alejar su mente de las preocupaciones, focalizándola, en su lugar, en las sensaciones producidas por el ejercicio de algún tipo de relajación. Resumiendo: se puede cortar el círculo vicioso de la preocupación cambiando el foco de la atención.

Sin embargo, la mayoría de las personas aprensivas no parecen responder a este método, y según Borkovec, esto se debe a que el ciclo de la preocupación proporciona una recompensa parcial que refuerza el hábito. El aspecto positivo, por así decirlo, de la preocupación, es que constituye una forma de afrontar las amenazas potenciales y los peligros que puedan cruzarse en nuestro camino. Como ya hemos dicho, la verdadera función de la preocupación es la de constituir una especie de ensayo frente a esas amenazas que nos ayuda a encontrar posibles soluciones.

Pero el hecho es que este aspecto de la preocupación no siempre resulta adecuado. Las soluciones originales y las formas creativas de encarar un problema no suelen estar ligadas a la preocupación, especialmente en el caso de la preocupación crónica. En lugar de buscar una posible solución a los problemas potenciales, los aprensivos se limitan simplemente a dar vueltas y más vueltas en torno al peligro, profundizando así el surco del pensamiento que les atemoriza. Los aprensivos crónicos pueden albergar miedos frente a un amplio abanico de situaciones —la mayoría de ellas con escasas probabilidades de ocurrir— y advierten peligros en el viaje de la vida que los demás no llegamos siquiera a barruntar.

Sin embargo, según confirmaron a Borkovec algunas de estas personas, aunque la preocupación pueda ayudarles, lo cierto es que tiende a autoperpetuarse y a girar incesantemente en tomo a un mismo y angustioso pensamiento. Pero ¿por qué la preocupación puede terminar convirtiéndose en una especie de adicción mental? Posiblemente porque, como señala Borkovec, el hábito de la preocupación tiene una función similar al de la superstición.

La gente suele preocuparse por cosas que tienen muy pocas probabilidades de ocurrir —como la muerte de un ser querido en un accidente de aviación, la bancarrota y similares—, y todo este proceso, al menos en lo que se refiere al cerebro límbico, tiene algo de mágico. Así, del mismo modo que un amuleto nos protege de algún daño anticipado, la preocupación proporciona la confianza psicológica necesaria para hacer frente a los peligros que nos obsesionan.

Una forma de trabajo con la preocupación

Ella se había trasladado desde el Medio Oeste hasta Los Angeles porque un editor le había ofrecido trabajo pero, una vez ahí, se enteró de que la editorial había sido comprada por otra empresa y se quedó sin él. Entonces empezó a trabajar como escritora independiente, una profesión muy inestable que lo mismo la sobrecargaba de trabajo que la colocaba en una precaria situación económica. No era infrecuente que tuviera que racionar las llamadas telefónicas y por vez primera carecía de seguro de enfermedad. Aquella inestabilidad la hacía sentirse tan angustiada que no tardó en descubrirse teniendo pensamientos sombríos sobre su salud, convencida de que su dolor de cabeza era el síntoma de un tumor cerebral e imaginando que iba a sufrir un accidente cada vez que tomaba el coche. Muchas veces se descubría completamente perdida en una interminable secuencia de preocupaciones que la envolvían como una especie de neblina. Como ella misma decía, sus obsesiones habían acabado convirtiéndose en una especie de adicción.

Borkovec también menciona otra ventaja adicional de la preocupación, ya que, mientras la persona se halla inmersa en sus pensamientos obsesivos, no parece reparar en las sensaciones subjetivas de ansiedad (el aumento del ritmo cardíaco, la sudoración, los temblores, etcétera) suscitadas por esos mismos pensamientos. Así pues, la persistencia de la preocupación parece silenciar esa ansiedad, al menos en lo que respecta al ritmo cardíaco. Al parecer, la secuencia de la preocupación es la siguiente: la persona comienza adviniendo algo que suscita la idea de alguna amenaza o un peligro potencial, una catástrofe imaginaria que, a su vez, desencadena un ataque moderado de ansiedad: luego el aprensivo se sumerge en una serie de pensamientos de angustia, cada uno de los cuales desata nuevas preocupaciones. Mientras la atención permanezca circunscrita a este ámbito obsesivo y se mantenga focalizada en este tipo de pensamientos, conseguirá apartar de su mente la imagen original catastrófica que disparó la ansiedad. Como descubrió Borkovec, las imágenes son más poderosas que los pensamientos a la hora de activar la ansiedad fisiológica. Es por esto por lo que la inmersión en los pensamientos y la exclusión de las imágenes catastróficas es capaz de aliviar parcialmente la angustia. Y. en ese sentido, la preocupación se ve reforzada porque constituye una suerte de antídoto parcial de la angustia.

Pero la preocupación crónica también resulta frustrante porque se constituye una secuencia de ideas obsesivas y estereotipadas que no aportan ninguna solución creativa que contribuya realmente a resolver el problema. Esta rigidez no sólo se manifiesta en el contenido mismo del pensamiento obsesivo —que simplemente se limita a repetir la misma idea una y otra vez— sino también a nivel neurológico, en donde parece presentarse una cierta inflexibilidad cortical y una incapacidad del cerebro emocional para adaptarse a las circunstancias cambiantes. En resumen, pues, aunque la preocupación crónica funcione en ciertos sentidos, no lo hace en otros aspectos mucho más importantes. Tal vez pueda disipar parcialmente la ansiedad, pero jamás contribuirá a aportar la solución a un determinado problema.

En cualquier caso, no hay nada más difícil para un aprensivo crónico que seguir el consejo que más frecuentemente se le brinda: «deja de preocuparte» (o peor todavía: «no te preocupes; se feliz»). No olvidemos el papel que desempeña la amígdala en el desarrollo de las preocupaciones crónicas, un papel que justifica su irrupción inesperada y su persistencia una vez que han hecho su aparición en escena. Sin embargo, la investigación realizada por Borkovec le ha permitido elaborar un método sencillo que puede ayudar a los aprensivos crónicos a controlar su hábito.

El primer paso consiste en tomar conciencia de uno mismo y registrar el primer acceso de preocupación tan pronto como sea posible. En circunstancias ideales, este registro debería tener lugar inmediatamente, en el mismo instante en que una fugaz imagen catastrófica pone en marcha el ciclo de la preocupación y la ansiedad. En este sentido, el adiestramiento propuesto por Borkovec consiste en comenzar enseñándoles a darse cuenta de los signos de la ansiedad y, en especial, adiestrándoles a identificar las situaciones, las imágenes y los pensamientos ocasionales que desencadenan el ciclo de la preocupación y las sensaciones corporales de ansiedad que las acompañan. Con el debido entrenamiento, la persona puede llegar a captar el surgimiento de la preocupación en un momento cada vez más cercano al inicio de la espiral de la ansiedad. También es posible recurrir al aprendizaje de alguna técnica de relajación que la persona pueda aplicar apenas advierta el inicio del ciclo y ejercitarse en ella hasta ser capaz de utilizarla adecuadamente en el momento preciso.

Sin embargo, la relajación no basta por sí sola. Las personas aprensivas también deben afrontar más activamente los pensamientos perturbadores porque, de lo contrario, la espiral de la preocupación volverá a iniciarse una y otra vez. El siguiente paso consiste en adoptar una postura crítica ante las creencias que sustentan la preocupación. ¿Cabe ciertamente la posibilidad de que ocurra el acontecimiento temido? ¿Es algo absolutamente necesario y no existe más alternativa que aceptarlo? ¿Hay algo positivo que pueda hacerse al respecto? ¿Realmente me sirve de algo dar vueltas y más vueltas a los mismos pensamientos?

Esta combinación de atención y sano escepticismo puede servir para frenar la activación neurológica que subyace a la ansiedad moderada. La inducción activa de este tipo de pensamientos puede terminar inhibiendo el impulso límbico que alimenta la preocupación. Paralelamente, la inducción activa de un estado de relajación contrarresta las señales de ansiedad que el cerebro emocional envía a todo el cuerpo.

De hecho, como señala Borkovec, estas estrategias determinan un curso de actividad mental que es incompatible con la preocupación. La reiterada persistencia de un determinado pensamiento obsesivo aumenta su poder persuasivo pero, en el caso de que logremos desviar la atención hacia un abanico de alternativas igualmente plausibles, evitaremos tomar ingenuamente como verdaderos los pensamientos que nos obsesionan. Este método se ha mostrado eficaz para aliviar este contumaz hábito hasta con aquellas personas cuyas preocupaciones son tan serias como para merecer un diagnóstico psiquiátrico.

Por otra parte, sería también recomendable —e incluso diríamos que sería una señal de autoconciencia— que las personas cuyas preocupaciones son tan graves como para desembocar en fobias, trastornos obsesivo—compulsivos o ataques de pánico, recurrieran a la medicación para tratar de interrumpir este círculo vicioso. No obstante, una reeducación emocional a través de la terapia sigue siendo imprescindible para disminuir la probabilidad de que los trastornos de ansiedad vuelvan a presentarse una vez que se haya dejado la medicación.

EL CONTROL DE LA TRISTEZA

La tristeza es el estado de ánimo del que la gente más quiere despojarse y Diane Tice descubrió que las estrategias para conseguirlo son muy variadas. Sin embargo, no debería evitarse toda tristeza porque, al igual que ocurre con cualquier otro estado de ánimo, tiene sus facetas positivas. La tristeza que provoca una pérdida irreparable, por ejemplo, suele ir acompañada de ciertas consecuencias: disminuye el interés por los placeres y diversiones, fija la atención en aquello que se ha perdido e impone una pausa momentánea que renueva nuestra energía para permitirnos acometer nuevas empresas. La tristeza, en suma, proporciona una especie de refugio reflexivo frente a los afanes y ocupaciones de la vida cotidiana, que nos sume en un periodo de retiro y de duelo necesario para asimilar nuestra pérdida, un período en el que podemos ponderar su significado, llevar a cabo los ajustes psicológicos pertinentes y, por último, establecer nuevos planes que permitan que nuestra vida siga adelante.

Pero, si bien la tristeza es útil, la depresión, en cambio, no lo es. William Styron nos brinda una elocuente descripción de «las múltiples manifestaciones de la postración», entre las que se cuentan el «odio hacia uno mismo» , «la falta de autoestima», «la pesadumbre enfermiza» que va acompañada de una «sombría constricción, cierta sensación de sobrecogimiento y alienación y, por encima de todo, de una ansiedad abrumadora». También podemos enumerar las secuelas intelectuales que acompañan a ese estado: «confusión, imposibilidad de concentrarse y pérdida de memoria» y, en un nivel más intenso, la mente se ve «caóticamente distorsionada» y «los procesos mentales se ven arrastrados por una marea tóxica y abyecta que impide cualquier posible respuesta satisfactoria al mundo en que uno vive». Además, este estado también tiene sus correlatos físicos: el insomnio, la apatía, «una sensación de embotamiento, nerviosismo y, más concretamente, una extraña fragilidad» que van acompañados de «un inquietante desasosiego». A todo ello debemos añadir también la disminución de la capacidad de gozar de las situaciones: «todas las facetas de la sensibilidad se vuelven difusas y hasta la comida parece completamente insípida». Señalemos, por último, que toda esperanza se disipa dejando el residuo de una «gris llovizna de congoja» que genera una desesperación tan palpable como el dolor físico, un dolor tan insoportable que la única solución posible parece ser el suicidio.

En el caso de una depresión mayor como la descrita, la vida se paraliza y parece que no exista la menor alternativa para salir de la situación. Los mismos síntomas de la depresión indican que el flujo de la vida ha quedado estancado. En el caso de Styron, la medicación y la terapia no sirvieron de gran cosa sino que fue el paso del tiempo y el internamiento en un hospital lo que finalmente despejó su abatimiento. Pero, en lo que se refiere a la mayoría de las personas, especialmente a aquéllas aquejadas de depresiones más benignas, la psicoterapia y la medicación pueden ser de gran ayuda. El Prozac es el tratamiento de moda, pero existe más de una docena de fármacos que pueden ser útiles para tratar la depresión.

Sin embargo, mi principal centro de interés es la tristeza común, o la simple melancolía que, en sus manifestaciones más extremas, puede llegar a convertirse, técnicamente hablando, en una «depresión subclínica». Las personas con suficientes recursos internos pueden manejar por sí solas este tipo de melancolía pero, por desgracia, algunas de las estrategias más frecuentemente empleadas resultan francamente perjudiciales y no hacen más que empeorar la situación. Una de estas estrategias consiste en aislarse, lo cual, si bien puede resultar atractivo cuando nos sentimos abatidos, también contribuye a aumentar nuestra sensación de soledad y desamparo. Esto puede explicar, en parte, por qué Tice constató que la táctica más extendida para combatir la depresión son las actividades sociales, es decir, salir a comer, ir a ver un acontecimiento deportivo o al cine; en resumen, compartir algún tipo de actividad con los amigos o con la familia. Este tipo de actividades puede ser muy eficaz siempre que quede claro que el objetivo que se pretende lograr es que la mente se olvide de su tristeza porque, en caso contrario, sólo conseguirá perpetuar su estado de ánimo.

En realidad, uno de los principales determinantes de la duración y la intensidad de un estado depresivo es el grado de obsesión de la persona. Preocuparse por aquello que nos deprime sólo contribuye a que la depresión se agudice y se prolongue más todavía. En la depresión, la preocupación puede adoptar diferentes formas, aunque, sin embargo, todas ellas se focalizan en algún aspecto de la depresión misma como, por ejemplo, el agotamiento, la escasa motivación, la faltade energía o el poco rendimiento.

Pero, por regla general, ninguno de estos pensamientos va acompañado de una acción decidida a subsanar el problema. Según la psicóloga de Stanford Susan Nolen—Hoeksma, que se ha ocupado de estudiar a fondo el pensamiento obsesivo en las personas deprimidas, otras estrategias habituales son las de «aislarse, dar vueltas a lo mal que nos sentimos, temer que nuestra pareja se aburra de nosotros y pueda legar a abandonarnos o no dejar de preguntarnos si vamos a padecer otra noche de insomnio». La persona deprimida puede tratar de justificar este tipo de comportamiento aduciendo que «sólo intenta conocerse mejor a sí misma». Pero el hecho es que, en la mayoría de los casos, el deprimido sólo se dedica a alimentar el sentimiento de tristeza sin ocuparse de hacer nada que pueda sacarle realmente de su estado de ánimo. La terapia puede resultar muy útil a la hora de reflexionar sobre las causas profundas de la depresión, siempre que no se trate de una mera inmersión pasiva —que sólo contribuye a empeorar la situación y nos permita acceder a visiones o a acciones tendentes a cambiar las condiciones que la motivaron—.

Asimismo, el pensamiento obsesivo puede agudizar la depresión en cuanto que establece condiciones más depresivas, si cabe. Nolen—Hoeksma nos habla, por ejemplo, del caso de una vendedora aquejada de depresión que estaba tan preocupada que no realizaba las llamadas telefónicas tan necesarias para su trabajo. Entonces las ventas disminuyeron, lo cual reforzó su sensación de fracaso y consolidó su depresión. La distracción, por el contrario, le habría permitido acopiar la energía necesaria para hacer aquellas llamadas y también le habría servido para escapar de las atenazadoras garras de la tristeza. Con ello, las ventas se habrían incrementado y habría fortalecido la confianza en si misma, contribuyendo así, en consecuencia, a reducir su depresión.

Según Nolen—Hoeksma, las mujeres son más proclives que los hombres a obsesionarse cuando están deprimidas, lo cual podría explicar el hecho de que la cifra de mujeres diagnosticadas de depresión duplique a la de hombres. Obviamente, éste no es el único factor que tener en cuenta, porque las mujeres también son más proclives a expresar abiertamente su angustia y tienen más motivos para deprimirse. Los hombres, por su parte, como muestran las estadísticas, doblan a las mujeres en su predisposición a ahogar sus penas en alcohol.

Ciertas investigaciones han puesto de manifiesto que la terapia cognitiva orientada a modificar estas pautas de pensamiento resulta tan eficaz como la medicación a la hora de tratar la depresión leve, y es superior a ella en cuanto a prevenir su retorno. Dos estrategias, en concreto, se han mostrado especialmente eficaces en esta lucha: una de ellas consiste en aprender a afrontar los pensamientos que se esconden en el mismo núcleo de la obsesión, cuestionar su validez y considerar alternativas más positivas. La otra consiste en establecer deliberadamente un programa de actividades agradables que procure alguna clase de distracción.

Una de las razones por las cuales la distracción puede ser un remedio eficaz es que los pensamientos depresivos tienen un carácter automático y se introducen de manera inesperada en la mente. Aun en el caso de que la persona deprimida trate de eliminar los pensamientos obsesivos, no resulta fácil conseguirlo.

Una vez que el tren de los pensamientos depresivos se ha puesto en marcha resulta muy difícil detener el continuo proceso de asociaciones mentales que desencadena. Un estudio realizado con personas deprimidas a quienes se pidió que ordenaran frases con palabras desordenadas al azar, tuvieron mucho más éxito con los mensajes negativos («el futuro me parece sombrío») que con los más optimistas («el futuro me parece espléndido»). La depresión es un estado de ánimo que tiende a perpetuarse y a eclipsar incluso las distracciones elegidas por el sujeto. Cuando Richard Wenzlaff, psicólogo de la Universidad de Texas, llevó a cabo una investigación en la que proporcionó a varias personas deprimidas una lista de actividades para apartar de sus mentes un hecho triste como, por ejemplo, la muerte de un amigo, casi todos ellos eligieron las alternativas menos risueñas. En su opinión, las personas deprimidas deben hacer el sobreesfuerzo de prestar atención a algo que pueda animarles y poner un cuidado especial en no elegir inconscientemente todo aquello que les hunda nuevamente (como, por ejemplo, una película o una novela muy triste).

Los elevadores del estado de ánimo.

Imagine que está conduciendo en medio de la niebla por una carretera desconocida, empinada y tortuosa, y que, de pronto, un coche sale bruscamente de una vía lateral pocos metros delante de usted sin darle tiempo siquiera a detenerse. Lo único que puede hacer es pisar a fondo el pedal del freno, con lo cual su vehículo derrapa de un lado a otro de la calzada. Un instante antes de oír el ruido del impacto metálico y de los cristales rotos, se da cuenta de que el otro coche está lleno de niños y de que es un transporte escolar que va camino de la escuela. Luego, tras el breve silencio que sucede a la colisión, oye un coro de llantos y se las arregla como puede para correr hasta el otro coche. Entonces descubre consternado que uno de los niños está tendido en el suelo completamente inerte y se siente invadido por el sentimiento de culpa de haber sido el causante de una tragedia...Escenas tan estremecedoras como la que acabamos de describir se utilizaron en uno de los experimentos realizados por Wenzlaff para impresionar a los sujetos que participaban en él. La tarea que debían llevar a cabo era la de apartar la escena de sus mentes y registrar, durante un periodo de nueve minutos, el número de pensamientos ligados a la escena. Este experimento puso de relieve que, a medida que iba pasando el tiempo, la mayoría de los participantes tendían a pensar cada vez menos en las escenas perturbadoras, pero los deprimidos, por el contrario, mostraban un marcado incremento en el número de pensamientos intrusivos, llegando incluso a pensar tangencialmente en la escena mientras se hallaban inmersos en actividades distractivas.

Y, lo que es todavía más significativo, los voluntarios deprimidos solían distraerse recurriendo a otro tipo de pensamientos aflictivos para tratar de apartar de su mente la escena en cuestión.

Como me dijo Wenzlaff: «las asociaciones de pensamientos no sólo se basan en su contenido sino también según el propio estado de ánimo. Las personas contamos con un repertorio de pensamientos negativos que acuden a nuestra mente con mayor facilidad cuando estamos alicaídos. Quienes son más proclives a la depresión tienden a establecer fuertes lazos asociativos entre es tos pensamientos, de modo que, una vez que se ha evocado un determinado estado de ánimo negativo, resulta mucho más difícil suprimirlo. Por más irónico que pueda parecer, las personas deprimidas tienden a distraerse recurriendo a otros pensamientos depresivos, con lo cual lo único que consiguen es profundizar todavía más su depresión».

Según afirma una teoría, el llanto puede constituir un método natural para reducir los niveles de neurotransmisores cerebrales que alimentan la angustia. Pero, aunque el hecho de llorar puede romper a veces el maleficio de la tristeza, también puede obsesionar a la persona con la causa de su aflicción. La idea de que «el llanto es bueno» resulta un tanto equívoca porque, cuando refuerza el ciclo de pensamientos obsesivos, sólo sirve para prolongar el sufrimiento. La distracción, en cambio, es capaz de romper la cadena de pensamientos sombríos que sostiene a la depresión. Una de las teorías imperantes que explica el éxito de la terapia electroconvulsiva en el tratamiento de la mayor parte de las depresiones graves se basa en el hecho de que provoca una pérdida de memoria a corto plazo y, en consecuencia, los pacientes mejoran simplemente porque no pueden recordar el motivo de su tristeza. Como descubrió Diane Tice, muchas personas se sacuden las flores mustias de la tristeza con entretenimientos tales como la lectura, la televisión, el cine, los videojuegos, los rompecabezas, el sueño y las ensoñaciones diurnas como, por ejemplo, divagar acerca de unas fantásticas vacaciones. Wenzlaff añade que las distracciones más eficaces son aquéllas que pueden cambiar nuestro estado de ánimo como, por ejemplo, un apasionante acontecimiento deportivo, una película divertida o un libro interesante. (Advirtamos también, en este punto, que algunas distracciones pueden contribuir a perpetuar la depresión, como lo demuestran los estudios llevados a cabo con telespectadores empedernidos. que han puesto de relieve que, después de una sesión de televisión, suelen hallarse todavía más deprimidos que antes de ella.)

Según Tice, el aerobic es una de las tácticas más eficaces para sacudirse de encima tanto la depresión leve como otros estados de ánimo negativos. Pero el caso es que los beneficios derivados de este elevador del estado de ánimo resultan más palpables en las personas perezosas, es decir, en aquéllas que no suelen practicar este tipo de ejercicios. Quienes se atienen a una rutina diaria de ejercicio físico obtienen, por el contrario, más beneficios de este tipo antes de llegar a consolidar el hábito. De hecho, quienes practican habitualmente un deporte obtienen el efecto inverso sobre el estado de ánimo y se sienten peor en aquellos días en los que se saltan su rutina. La eficacia del ejercicio parece radicar en su poder para cambiar la condición fisiológica provocada por el estado de ánimo: la depresión constituye un estado de baja activación mientras que el aerobic, en cambio, eleva el tono corporal. Por el mismo motivo, las técnicas de relajación - que reducen el nivel general de activación física— funcionan adecuadamente para tratar la ansiedad (que es un estado de alta activación fisiológica) pero resultan inadecuadas para el tratamiento de la depresión. En todo caso, cada uno de estos enfoques parece romper el ciclo de la depresión y de la ansiedad, porque pone al cerebro en un nivel de actividad incompatible con el estado emocional que lo embarga .

Tratar de infundirse ánimo a si mismo mediante regalos y placeres sensoriales constituye otro antídoto muy difundido para combatir la tristeza. Entre los métodos más utilizados por las personas para aliviar su depresión podemos enumerar el tomar un baño caliente, disfrutar de las comidas favoritas, escuchar música o hacer el amor. Hacerse un regalo o invitarse a uno mismo para tratar de desprenderse de un estado de ánimo negativo es una estrategia muy común entre las mujeres, como también lo es, en general, ir de compras. Tice descubrió asimismo que el hecho de comer es una estrategia bastante generalizada entre las estudiantes universitarias —una media tres veces superior a los hombres— para calmar la depresión. Los hombres, por su parte, parecen mostrar una inclinación cinco veces superior a las mujeres hacia el consumo de drogas y alcohol. Pero el hecho de recurrir al alcohol o a la comida como antídotos para la depresión constituye una estrategia que tiene sus obvias contraindicaciones. La sobrealimentación suele provocar remordimientos mientras que el alcohol, por su parte, es un depresor del sistema nervioso central cuyas secuelas se suman a las de la misma depresión.

Según Tice, una aproximación más constructiva para elevar el estado de ánimo consiste en proyectar una actividad que pueda proporcionarnos un pequeño triunfo o un éxito fácil como, por ejemplo, acometer alguna tarea doméstica que hayamos pospuesto (como cercar el jardín, por ejemplo) o concluir alguna actividad pendiente que hayamos estado evitando. Por el mismo motivo, los cambios de imagen, aunque sólo sea en la forma de vestirnos o de arreglarnos, también pueden resultar beneficiosos.

Uno de los antídotos más eficaces contra la depresión —muy poco utilizado, por cierto, fuera del contexto de la terapia— es la llamada reestructuración cognitiva o, dicho de otro modo, tratar de ver las cosas desde una óptica diferente. Es natural lamentarse por el fin de una relación o sumergirse en pensamientos autocompasivos como, por ejemplo, «esto significa que siempre estaré solo», pensamientos que no hacen más que fortalecer la sensación de desesperación. Sin embargo, el hecho de recapacitar y reconsiderar los aspectos negativos de la relación o de ver que esa relación de pareja no era la adecuada —en otras palabras, reconsiderar la pérdida desde una perspectiva diferente, bajo una luz más positiva— puede servir de adecuado antídoto a la tristeza.
Por esta misma razón, los pacientes aquejados de cáncer, sea cual sea la gravedad de su estado, se encuentran de mejor humor cuando pueden pensar en otro paciente cuyo estado es todavía peor («a fin de cuentas yo no estoy tan mal.; por lo menos puedo andar»), mientras que, por el contrario, quienes se comparan con personas sanas solo consiguen deprimirse más. Este tipo de comparaciones resulta sorprendentemente estimulante porque lo que parecía desesperanzador pierde súbitamente sus connotaciones negativas.

Otro eficaz elevador del estado de ánimo consiste en ayudar a quienes lo necesitan. Puesto que la depresión se alimenta de obsesiones y preocupaciones que giran en torno a uno mismo, el hecho de ayudar a quien se halla afligido puede contribuir a que nos desembaracemos de este tipo de preocupaciones. De este modo, entregarse a una actividad de voluntariado —hacerse entrenador de la liga infantil, convertirse en una especie de hermano mayor o ayudar a los indigentes— constituye, según Tice, uno de las estrategias más adecuadas, pero también menos frecuentes, para elevar el estado de ánimo.

Debemos señalar, por último, que existen también personas que pueden encontrar cierto alivio a su tristeza orientándose hacia un poder trascendente. Según me dijo Tice: «la oración constituye una actividad especialmente indicada para elevar el estado de ánimo de las personas con una orientación religiosa».

LOS REPRESORES DE LA EMOCIÓN—LA NEGACIÓN OPTIMISTA

La frase comenzaba diciendo «aunque pisó a su compañero de habitación en el estómago»... y finalizaba... «sólo quería encender la luz».

Esa transformación de un acto agresivo en una inocente —aunque poco plausible— confusión refleja vivamente la represión emocional y fue escrita por un estudiante universitario que se había ofrecido como sujeto voluntario en una investigación realizada sobre los represores, es decir, aquellas personas que parecen borrar sistemáticamente todo rastro de angustia emocional de su campo de conciencia. Una de las pruebas consistía en completar una frase que comenzaba diciendo: «pisó a su compañero de habitación en el estómago...». Otros tests demostraron que este pequeño acto de evitación mental forma parte de un patrón general que oblitera la práctica totalidad de los trastornos emocionales.

A diferencia de las conclusiones extraídas por las primeras investigaciones realizadas en este sentido, que apuntaban que los individuos represores constituían un caso manifiesto de incapacidad para experimentar las emociones —lo que les convertía en parientes cercanos de los alexitimicos—, la tendencia actual los considera personas suficientemente aptas como para regular sus emociones. Se diría, pues, que estas personas están tan acostumbradas a protegerse de los sentimientos problemáticos que ni siquiera son conscientes de sus aspectos negativos. A la vista de lo anterior tal vez fuera más adecuado no llamarles represores —como resulta habitual entre los investigadores— sino impasibles.

La mayor parte de esta investigación, llevada a cabo por Daniel Weinberger, psicólogo de la Case Western Reserve University, demuestra que, aunque estas personas puedan parecer completamente tranquilas e inalterables, a veces se encuentran sometidas a una serie de alteraciones fisiológicas de las que no son conscientes. Durante la prueba de formar frases que hemos mencionado anteriormente, los voluntarios también fueron monitorizados con el fin de controlar su nivel de activación fisiológica.

De este modo, el barniz de calma que aparentan los represores se ve desmentido por el elevado grado de agitación corporal que evidencian los síntomas manifiestos de ansiedad (aceleración del ritmo cardíaco, sudoración y aumento de la tensión arterial) cuando deben enfrentarse a la tarea de completar la frase sobre un compañero de habitación violento u otras similares. Sin embargo, cuando se les pregunta al respecto afirman rotundamente que se sienten perfectamente tranquilos.

Esta continua falta de sintonía con respecto a emociones tales como el enfado y la ansiedad es bastante habitual y. según Weinberger, afecta a una de cada seis personas. Las causas teóricas que explican los motivos por los cuales un niño desarrolla este patrón de relación con sus emociones son muy distintas.

Una de ellas, por ejemplo, afirma que se trata de una estrategia de supervivencia ante una situación problemática tal como un padre alcohólico en una familia que ni siquiera admite la existencia del problema. Otra posibilidad consiste en tener unos padres que son ellos mismos represores emocionales y que de este modo transmiten el continuo ejemplo de una despreocupación o de una rigidez muscular que se refleja en la elevación del labio superior ante cualquier sentimiento angustioso. O tal vez se trate simplemente de un rasgo heredado. En cualquier caso, todavía no estamos en condiciones de determinar cómo y a qué altura de la vida se origina esta pauta de conducta: sin embargo, en el momento en que las personas represoras alcanzan la madurez, ya se muestran fríos e indiferentes cuando se sienten coaccionados.

Lo que todavía nos queda por determinar, de hecho, es cuán calmos y fríos se mantienen en realidad. ¿Es posible que realmente no sean conscientes de los síntomas físicos que provocan las emociones perturbadoras y que simplemente estén fingiendo una tranquilidad aparente? La respuesta a esta pregunta nos la brinda la hábil investigación llevada a cabo por Richard Davidson, psicólogo de la Universidad de Wisconsin y anterior colaborador de Weinberger. Davidson pidió a varias personas que presentaban esta pauta de impasibilidad, que efectuaran una serie de asociaciones libres sobre una lista de palabras, muchas de ellas neutrales, aunque algunas poseedoras de connotaciones sexuales o violentas capaces de suscitar ansiedad en la mayoría de las personas. La investigación puso de manifiesto que las asociaciones realizadas con las palabras más perturbadoras —aquéllas cuyos síntomas fisiológicos revelaban una evidente respuesta de angustia— también demostraban un claro intento de eliminar las connotaciones más negativas. Por esto si, por ejemplo, la primera palabra era «odio», la respuesta ofrecida por ese tipo de sujetos solía ser «amor».

El estudio de Davidson se benefició considerablemente del hecho de que (en las personas diestras) la mitad derecha del cerebro constituye el centro clave del procesamiento de las emociones negativas, mientras que el centro del habla se halla en el hemisferio izquierdo. Cuando el hemisferio derecho reconoce una palabra perturbadora, transmite esta información al centro del habla a través del cuerpo calloso, que conecta ambos hemisferios cerebrales, y es entonces cuando aparece una palabra como respuesta. Sirviéndose de un elaborado dispositivo óptico, Davidson mostraba cada palabra de modo que ésta ocupara sólo la mitad del campo visual y, por la peculiar disposición neurológica de la visión, si la palabra se presentaba de modo que incidiera en el lado izquierdo del campo visual, primero era reconocida por el hemisferio cerebral derecho, con su acusada sensibilidad para las perturbaciones. Si, por el contrario, incidía en el lado derecho del campo visual, la señal era captada por el hemisferio cerebral izquierdo sin experimentar ninguna alteración.

Asimismo, cuando las palabras problemáticas se presentaban de tal modo que eran captadas fundamentalmente por el hemisferio cerebral derecho, se producía una demora en la respuesta de las personas impasibles. En cambio, no había ningún intervalo apreciable en la velocidad de asociación frente a las palabras neutras, y el retraso sólo aparecía cuando las palabras se presentaban ante el hemisferio derecho, pero no ante el izquierdo. Dicho de otro modo, la impasibilidad parece originarse en un mecanismo neural que lentifica o interfiere con el flujo de información perturbadora. Ello significaría que tales personas no están fingiendo una falta de conciencia ante la angustia que puedan sentir, sino que es su mismo cerebro el que les mantiene alejados de esta clase de información. Para ser más exactos, el barniz de sentimientos positivos que encubre las percepciones amenazantes bien podría originarse en la actividad del lóbulo prefrontal izquierdo. Para mayor sorpresa, cuando Davidson cuantificó los niveles de actividad de los lóbulos prefrontales, quedó patente un marcado predominio de la actividad del lóbulo izquierdo (el centro del bienestar) y un descenso en la actividad del lóbulo derecho (el centro del malestar).

Según me comentaba Davidson, estas personas «se ven a sí mismas desde una perspectiva positiva, con un estado de ánimo teñido de optimismo, niegan que el estrés les cause ningún trastorno y muestran una pauta de activación frontal del lóbulo izquierdo cuando están descansando, lo que suele estar ligado a la aparición de sentimientos positivos. Este tipo de actividad cerebral podría ser la clave que explicara su pretendido optimismo a pesar de la existencia de una excitación fisiológica subyacente muy semejante a la angustia». Davidson sostiene que, en términos de actividad cerebral, el intento de experimentar continuamente los acontecimientos perturbadores bajo una luz positiva exige un gasto enorme de energía. Así pues, el aumento de la activación fisiológica podría estar originado en el sostenido intento por parte del circuito neurológico, tanto de mantener los sentimientos positivos a cualquier precio como de suprimir o inhibir cualquier clase de sentimientos negativos.

La impasibilidad, en suma, constituye un intento de negación optimista, una especie de disociación positiva y, muy posiblemente, la clave que explicaría el mecanismo neurológico que interviene en estados disociativos más graves, como los que suelen existir en los desórdenes de estrés postraumático. Pero, según Davidson, cuando se trata simplemente de conseguir una cierta estabilidad, «parece una estrategia positiva para la autorregulación emocional», el coste adicional para la conciencia de uno mismo resulta todavía desconocido.

fuente:inteligencia emocional

casos toc


Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC)

Dentro de las enfermedades mentales, el trastorno obsesivocompulsivo (TOC) es particularmente interesante en esta perspectiva cultural-narrativa de la enfermedad mental, ya que quienes lo padecen suelen guiarse por un ‘pensamiento mágico’ que los conduce a creer que serán objeto de algún castigo por sus pensamientos intrusos e ‘inmorales’, lo que los obliga a realizar tareas autoimpuestas, creadas como defensa contra ese temor. De esta manera, las narrativas de los pacientes con TOC reflejan ampliamente los contenidos socioculturales que les dan forma y sentido a esos pensamientos y conductas de tipo ‘ritualístico’.

La conducta ritualística del paciente con TOC, así como la variedad de pensamientos obsesivos y su explicación, invita a un análisis más profundo que permita ver hasta dónde la normalidad o la anormalidad pueden ser culturalmente construidas. Esta podría ser la explicación de por qué los pacientes consultan tantos años después de iniciado el trastorno, pues sus síntomas no se habían considerado ‘anormales’, ya que aún no causaban interferencia en sus vidas o en las de los demás. Esto se confirma cuando aun siendo diagnosticados, muchos de los pacientes dudan de que sus síntomas sean patológicos.

Lo anterior plantea una serie de inquietudes para el investigador. Si el ritual llega a ser un elemento esencial y necesario en la vida social, entonces, ¿cuándo el ritual del paciente obsesivo llega a ser patológico? ¿Será que éste depende de los límites culturales ‘normales’ a los que el individuo pertenece? Estos interrogantes llevaron a que se escogiera esta patología como ejemplo de las diversas narrativas que se generan en torno a una enfermedad y cómo la variedad que presentan, construidas individualmente, depende del contexto cultural de cada paciente.

Materiales y métodos

Éste es un estudio de etnografía clínica, con una población constituida por pacientes con diagnóstico clínico de TOC, que asistieron la consulta psiquiátrica del Servicio Médico de la Universidad Nacional de Colombia durante el 2002 y el 2003. Se basa en: (a) casos clínicos (reportes observacionales, reportes intersubjetivos y reportes del punto de vista del(la) paciente); (b) historias de vida, y (c) observación participante. Para su desarrollo se cumplieron etapas que van de las fuentes indirectas a las fuentes directas de la información: fuentes secundarias de carácter monográfico, exploración etnográfica (observación participante) e historias de vida (en la que se analizó la historia individual y se armó el patrón de composición de la vida de cada uno, que se relacionó con la narrativa en torno a su enfermedad).

La selección de la muestra fue de carácter intencional y no probabilística. Los seis pacientes a los cuales se les realizó la historia de vida (informantes clave) fueron escogidos teniendo en cuenta grupos extremos en las categorías de género (hombre/mujer), ciclo de vida (adulto joven/adulto maduro) y nivel de escolaridad (primaria/universitario/ profesional), con el objetivo de comparar las narrativas de malestar desde diversas posiciones sociales y analizar cómo y en qué medida sus diferencias y similitudes responden a ese factor. Para participar en el estudio estos pacientes aceptaron firmar el consentimiento informado.

Fuentes de información

• Se realizó una detallada comprensión de las notas del diario de campo, en las que se incluyeron las observaciones de lo que piensan los pacientes acerca de su enfermedad y las interpretaciones que de ella hacen. Esta información se tomó de los relatos de los pacientes dentro de la consulta, en las sesiones de terapia grupal, incluso en las conversaciones informales con ellos.

• Algunas de las intervenciones formales con los pacientes fueron grabadas en medio magnético o audiovisual y luego se transcribieron; en otras se tomaron notas parciales durante la entrevista (diario auxiliar de campo) e, inmediatamente, fueron vertidas en el diario de campo.

• Al pasar los datos al diario final de campo, se reportaron las narrativas de los pacientes observados y las propias interpretaciones de la investigadora principal acerca de lo que observó durante las sesiones. Estos datos fueron analizados para cada paciente por separado, y se hizo una descripción detallada y una explicación de la información obtenida. Luego se analizaron las similitudes y diferencias entre casos.

Análisis de la información

Los datos sociodemográficos de cada paciente se consolidaron en genogramas, donde se privilegiaron las edades, el estado actual de los vínculos parentales (consaguíneos y maritales), las ocupaciones, los lugares de origen y de residencia y la corresidencia actual. La información obtenida a través de las entrevistas y los diarios se organizó en conjuntos de categorías deductivas. Las respuestas relativas a cada categoría se reagruparon y se identificaron las fuentes de información y se ordenaron en matrices.

Para describir los resultados, se emplearon listas de conteo, para luego ordenarlas jerárquicamente. Por último, se utilizaron matrices descriptivas en las que se cruzaron las categorías que estuvieran relacionadas.

Una vez los datos se categorizaron y se describieron exhaustivamente, se procedió a su interpretación de la siguiente forma (análisis): (a) descripción de los hallazgos aislados; (b) identificación de relaciones entre variables; (c) formulación de relaciones tentativas entre los fenómenos; (d) revisión de los datos en búsqueda de hallazgos que confirmen o invaliden las hipótesis del trabajo; (e) formulación de explicaciones sobre los fenómenos hallados, y (f) identificación de esquemas teóricos que contextualicen los patrones culturales identificados.

Resumen de casos

A continuación se expondrá un resumen de cada caso, para mostrar una idea general de la estructuración del TOC en cada paciente, a partir de su narrativa. Todos los casos descritos utilizan nombres ficticios.

Liliana, 23 años

Natural y procedente de Nariño, estudiante de Economía. Sentía que nunca era suficiente lo que leía para resolver los exámenes que le hacían semana tras semana. Tenía que leer los capítulos anteriores al que le correspondía estudiar, según el profesor y, además, debía empezar desde el primero. Duraba horas leyendo y releyendo cada párrafo del texto hasta que creía haberlo entendido; finalmente, nunca llegaba a terminar lo sugerido para el examen.

Cuando era pequeña, su familia le decía en broma que lo que ella necesitaba era un microscopio para asegurarse de que el trabajo estaba completo.

En una consulta, relata: «Es extraño que tenga que lavarme las manos después de que toque cualquier cosa. Así sea amarrarme el zapato, encender la luz, cerrar la cortina, leer un libro de la biblioteca o hacer cualquier otro número de actividades. Además, tengo que bañármelas con jabón, incluso más de dos veces, hasta el codo o el hombro si es necesario, antes de llegar a sentirme limpia».

Liliana es la hija menor dentro de una numerosa familia. Los jefes del hogar, con un gran esfuerzo, consiguieron dar estudio a sus ocho hijos y se sienten orgullosos de ello. Por esa razón Liliana confronta una situación de exigencia, retribución y compromiso con sus padres, en la cual ella sólo busca corresponderles. El hecho de que la familia sea destacada como ‘un modelo’ entre los vecinos y los amigos de los padres aumenta la presión: «Todos éramos juiciosos, decentes y ejemplares para los demás; mi papá siempre mostró eso de nosotros y nos lo inculcaba».

La madre, de 57 años, contadora exitosa, es descrita por Liliana como una mujer muy organizada, estricta y dedicada a su familia. Por otra parte, describe a su padre como un incesante trabajador, comerciante de máquinas industriales desde hace treinta años, quien siempre se ha destacado por lo diligente con su empresa: «... invierte en ella no sólo energía y horas sino neuronas [...]. No le importa que el trabajo se alargue hasta la madrugada o tenga que viajar y trabajar los fines de semana».

El trastorno de Liliana se inicia desde su infancia: «No me gustaba que me tosieran encima, ni que me dieran lo que ya estaba chupado por otros», tampoco que le desorganizaran o le tocaran sus cosas. Incluso no podía ni comer fuera de casa, pues para ella es una prioridad evadir cualquier foco de contaminación:

«Cuando digo que quiero evitar una infección o una enfermedad y por eso hago aseo, me lavo las manos seguido o no presto ni me pongo ropa de otros. La transmisión de las enfermedades no se ve, entonces hay que evitarla de cualquier manera».

En Liliana, el miedo como tal se enfoca hacia aquellos gérmenes (objeto definido) que transmiten las enfermedades, pero la angustia se dirige hacia la contaminación (objeto indefinido, ilimitado). Estas condiciones se perfilan como agudos síntomas de su trastorno particular.

Otra característica de su trastorno se expresa en una constante y progresiva asociación entre castigo, miedo y culpa: teme profundamente ‘fallar’, pues esto traería consigo un castigo, algo malo para sí, y, por lo tanto, un gran sentimiento de culpa ante su propio ideal del yo, tan invencible y punitivo.

Su trastorno pasó inadvertido hasta más o menos sus doce años de edad, cuando aparecieron síntomas depresivos y somáticos secundarios, como cefalea, motivo por el cual es remitida a psiquiatría desde la consulta de medicina general. De no ser por estos últimos, el tipo de obsesiones y compulsiones que padecía la paciente encajaba perfectamente con el concepto de ‘normalidad’ construido en su entorno cercano.

En Liliana predomina la acción compulsiva, en respuesta a ideas obsesivas de contaminación o impureza. El ritual de lavado continuo, por ejemplo, es alentado por la necesidad imperiosa de alcanzar una pureza análoga a la perfección. De igual forma sucede en su vida estudiantil. Cuando la acosa la idea de tener que leer los capítulos anteriores al señalado por sus maestros, tiene que abarcar todo el tema, saberlo todo, en una búsqueda permanente de esa misma excelencia. Es claro, además, que tales rituales tienen el fin de evitar un castigo. Por esto es incapaz de abandonarlos, pues cualquier desvío con respecto al ceremonial se castiga con una insoportable angustia que enseguida fuerza a reparar lo omitido:

Me he dado cuenta de que tengo mi propia organización de lo que es puro e impuro en mi mundo, y lo impuro trae mala suerte; por ejemplo, el orden de mi armario o de la biblioteca puede tener un mal significado de acuerdo con cómo esté o si me baño primero unas partes antes que otras [...] Cuando me baño no me miro. Sólo uso jabón líquido para que cuando me bañe no quede untada la barra de jabón. Para los genitales uso toallas húmedas como las de los bebés y así las puedo desechar ahí mismo. Esto lo hago de primeras para quedar tranquila y poderme bañar el resto....

Aquí aparece un conflicto decisivo en el malestar de Liliana. Al parecer ella permanece en un constante debate entre lo que es puro y lo que es impuro, entre el orden y el desorden. Practica rituales de purificación, más que de lavado propiamente, los cuales expresan un temor inmenso a la contaminación. Esta última es análoga a lo sexual como impuro y se ubica en los mismos límites entre su cuerpo y el desorden que puede provenir de afuera. Un desorden que, además de implicar impureza, puede significar contagio y muerte inevitables. De allí que se esmere excesivamente en evitar cualquier foco que ella considere infeccioso.

No obstante, la dificultad que Liliana expresa no se refiere a sus pensamientos obsesivos ni a los temas que ellos contienen (limpieza, orden o perfección), los cuales, de hecho, siempre son argumentados y considerados por ella como muy lógicos. Por lo demás, en su infancia y adolescencia eran perfectamente adecuados a las exigencias de su familia. Lo que desde hace un tiempo le provoca malestar es la interferencia de éstos en su tranquilidad y en el poco control que puede tener sobre ellos. Incluso sólo llegan a detectarse porque se le interroga sobre ellos, pero no porque ella los haya referido voluntariamente:

También creo que lo de la limpieza y el orden de las cosas no es nada de enfermedad, simplemente tiene que ver con que en mi casa sobresalen las cualidades de la limpieza, la religión y el orden, y por eso creo que soy así. Además, no tiene nada de malo evitar enfermedades [...]. Lo que sí se me hace raro es que tenga que hacerlo tantas veces. Antes no era tan excesiva en ese tema [...]. A veces sí me parece que es como absurdo que yo viva en torno a si me voy a enfermar o si mi familia se va a enfermar, pero me da mucho miedo si eso llega a suceder y no puedo evitarlo...

En esos mismos términos concibe su posible tratamiento y cura:

Para mí todo el problema está en mi cabeza y en mi voluntad. Soy consciente de lo absurdo de mis preocupaciones, pero esto no me libra de esos incómodos impulsos que a veces me aterran y me causan crisis de angustia [...]. Yo creo que sólo me mejoro si logro controlar esos impulsos, es decir, siendo cada vez mejor. No quiero tomar el medicamento, eso me haría sentir como inútil en mi vida [...]. Para mí lo m*s duro es la falta de control....

Lo anterior obedece a la causalidad que Liliana atribuye a su conducta, en consonancia con su actual y repetido énfasis en el control:

...en casa siempre fueron muy exigentes y me criaron así, y simplemente quiero evitar el peligro [...]. Lo que está mal es en lo exagerado de algunas conductas. Eso no lo he podido evitar, pero no creo que sea una enfermedad. Si me lo propongo, yo puedo llegar a controlar eso [...]. Un error de mis padres que yo creo que me inculcaron es que la autoestima depende del valor que los demás le den al trabajo de uno. Por eso mi temor a que las cosas no estén bien y tenga que revisarlas tantas veces, o el miedo a no saber lo suficiente y que me vaya mal y que quede mal ante otros.

Es de allí donde se deriva la negativa de la paciente a recibir tratamiento farmacológico, a pesar de las explicaciones que desde el punto de vista médico se le ofrecen: «... todos dudamos de nuestras cosas. Lo que pasa es que mi problema creo que tiene que ver con mis padres, por lo exigentes, y yo, por lo perfeccionista. Por eso no es que dude, sino que siempre quiero hacer lo mejor...». Ingerir medicamentos le significaría la pérdida de control sobre sí misma y la posibilidad de una ‘contaminación’ por el fármaco, que traería más desorden (y aun la muerte misma).

En la historia de vida de Liliana es notorio cómo toda la educación recibida le da forma a los síntomas en su TOC. Desde esta educación, Liliana encuentra justificación perfecta para sus síntomas. Su trastorno parece un escenario donde se recrea el legado normativo de la propia cultura, aprendido a través de la institución familiar. Pero quizá podemos ir más allá. Cuando Liliana dice que sus ‘síntomas’ simplemente tienen que ver con las «cualidades que en su casa sobresalen», deja ver cómo todas esas costumbres, bien detalladas en los «manuales de urbanidad y buenas maneras», han hecho parte de su vida, de su mundo, por lo que son tan ‘normales’. Incluso los síntomas hasta podrían verse como una simple exageración, pero en ningún momento como algo ‘enfermo’.

En este caso, parece tratarse de una verdadera exageración de los postulados morales de esa sociedad colombiana heredera de la Urbanidad de Carreño. La familia de Liliana, obsesionada con ese ideal, pretende resucitarlo a través de la educación que imparte a sus hijos. De esta manera, se le da mucho valor a la práctica de las «buenas costumbres sociales», principalmente relacionadas con la limpieza y el orden. Por otro lado, se sobreestiman las ideas de progreso social a través del estudio y del trabajo arduos. El TOC se convierte así en ocasión precisa para exagerar tales normas, las cuales llenan de contenido los síntomas de la paciente.

Sandra, 18 años

Universitaria bogotana, tenía miedo permanente de cometer un pecado. Temerosa de la ira de Dios, gastaba horas en la iglesia mientras confesaba sus pecados, al tiempo que intentaba convencer al sacerdote de que esos pensamientos la llevarían directamente al Infierno. Al no encontrar solución alguna, decide cambiar de religión, a fin de buscar en ese cambio perdón a sus faltas. Pedía una y otra vez, por medio de la oración, la salvación. Incapaz de aceptar el amor de Dios y el perdón, finalmente cae en un profundo estado depresivo, el cual se convierte en el motivo por el cual consulta a psiquiatría.

Sus obsesiones de tipo religioso se volvieron aplastantes a la edad de quince años, alimentadas, además, por el miedo a ser condenada. Sandra tenía imágenes de tipo sexual cuando su madre se le acercaba a saludarla o cuando veía a niños o a animales. Llegó a evitar el saludo, salir a la calle o ver televisión, para no ver a quien pudiera incitarle esos malos pensamientos.

A los trece años de edad se dio cuenta de que tenía sentimientos de culpa por sus comportamientos previos (acercamientos sexuales voluntarios). Era hija única al cuidado de su madre y su abuela. A su padre no lo conoció, pues no convivió con su madre; además, ella se lo ocultó diciéndole que había muerto, pues se avergonzaba de ser madre soltera y, por el contrario, se enorgullecía de ser una mujer temerosa de Dios que sólo obedecía sus mandatos. Su abuela también era madre soltera y avergonzada de «no tener esposo».

Tanto la madre como la abuela fueron muy estrictas y autoritarias en la educación de Sandra. La abuela también lo fue con la madre. Permanentemente infundían en ella un temor a la sexualidad, en particular a quedar embarazada como ellas, «sin esposo». «Mi mamá no habla de eso, le molesta», relata la paciente, quien además describe a su madre como muy poco expresiva en su afecto, exigente y meticulosa en sus cosas.

Su infancia y adolescencia transcurrieron puertas adentro de colegios femeninos y religiosos: «... a mí me parece que ni a mi mamá ni a mi abuela les gustaba que yo tuviera amigos hombres. Por eso me pusieron a estudiar en colegio de monjas, pero a pesar de eso yo tuve novios a escondidas [...]. Era chistosa la cara que ponían cuando me llamaba algún amigo».

En concordancia con su profesión de fe, pero también como reflejo de un evidente temor a la agresión sexual de su madre, aparece la condena explícita de la sexualidad, que contraría y acentúa las fantasías de violación e incesto: «... se me venían pensamientos y todavía me pasa como si mi mamá me hiciera daño sexualmente o yo a ella. Por eso prefiero no saludarla de beso [...], no alzo los niños porque se me aumentan los pensamientos y me deprimo». Estas ideas atestiguan todo el tiempo la ambivalencia de los sentimientos de Sandra hacia su progenitora.

El trastorno de Sandra comienza a ser inteligible en su particular relación con lo sagrado. La explicación que da a sus síntomas se sustenta en sus mismos pensamientos obsesivos de culpa y temor al castigo, y se ubica indiscutiblemente en el ámbito de las fuerzas de lo sagrado, en el mismo escenario de lucha entre el bien y el mal: «El diablo me tienta para que Dios me castigue [...] no puedo de dejar de ir al Templo, eso me hace sentir más segura de que nada me pasará».

Dicha batalla entre Dios y el Diablo es situada por Sandra en su propio cuerpo y recreada por síntomas precisos que aquellas fuerzas provocan. Así comienza a responder a un sistema de prohibiciones que se expresan como si estuviera bajo el imperio de una conciencia de culpa: cada vez que el Diablo la ‘provoca’, se siente ‘forzada’ a realizar oraciones y evitaciones para que no acontezca una desgracia.

Cuando empieza a buscarle una explicación a su castigo, Sandra retoma apartes de su vida. Entre ellos menciona su preadolescencia «muy loca» y se inculpa por ello, pues asocia el contenido de sus obsesiones con sus primeras vivencias sexuales que, además, describe como indebidas: «... esto es un castigo por haber tenido juegos eróticos con mis amigos y conmigo misma [...]. Yo sabía que eso estaba mal, pero no pensé que Dios me castigara con cosas así, pero mil veces más horribles ». Su sentimiento de culpa desmedido por la sexualidad hace que la reprima intensamente, en mayor medida cuando recuerda o escucha lo que sus cuidadoras piensan sobre lo erótico: la represión evitaría que se transformara en prostituta, como ellas, en últimas, se conciben a sí mismas.

Sandra no ve mal en pedir perdón a Dios constantemente, pues para ella eso no es motivo de discusión. Lo que más parece molestarle y por lo cual consulta es por la ‘depresión’, apelativo que le atribuye a esa pérdida del control y a la respuesta por no conseguir la absolución o por sentirse cada vez más culpable por cada pensamiento obsesivo que aparece en su cabeza: «... yo sé que lo que tengo que hacer es pedir perdón, pero hay momentos en que esos pensamientos no se me quitan de la cabeza y eso sí me deprime... ».

Lo llamativo en este relato es la intensidad de la culpa padecida y la firme creencia de que se trata de un castigo de Dios o una tentación del Diablo: «yo, por ser cristiana, pienso que son ataques del Diablo [...]. Él me tienta y me hace pensar esas cosas». Esta atribución de la enfermedad a causalidades divinas no sólo nos revela un conflicto interno referido a la primera sexualidad, sino que además nos ofrece una analogía entre éste y su rebeldía frente a la madre y a la abuela: «... cuando yo tenía doce años hacía lo que quería, trataba mal a la gente, era grosera con mi mamá, incluso un día empujé a mi abuela porque no me dejaba salir [...]. Me arrepiento mucho de todas esas cosas malas que hice y por eso creo que tengo que pedir tanto perdón...».

La respuesta de Sandra al tratamiento psiquiátrico es ambigua. No se rehúsa a la ingesta de los medicamentos, pues «se siente deprimida » y considera que aquéllos contribuyen a aliviar tal malestar. No obstante, cuando se habla en las consultas sobre las ideas obsesivas, Sandra se niega a aceptar que éstas constituyan una enfermedad. Más aún, considera que el tratamiento médico no puede ser eficaz en lo que tiene que ver con los contenidos de su malestar: «...me deprimí, por eso pedí ayuda, pero, ¿quién me va a quitar la culpa que siento por esas ideas?».

Daniel, 25 años

Universitario bogotano, le atemorizaba la idea de suicidarse: «¿Está segura de que no me voy a suicidar? Me da miedo que lo haga». Esta idea obsesiva le hacía evitar puentes, ventanas, cuchillos y cualquier objeto que le pudiera significar su propia muerte.

Dentro del relato de su vida, cuenta que a la edad de nueve años presenció el suicidio de su madre, cuando ésta intentaba evitar el suicidio del padre de Daniel. «Prefiero matarme yo...», gritó su madre en el momento del suicido. Desde entonces se describe como un niño triste y aislado, temeroso de que algo así volviera a pasar. Se sentía culpable de lo sucedido, pues aunque estaba seguro de que sus padres nunca lo supieron, pensaba que ése era el castigo por lo que había hecho. Desde hacía un año había aceptado la propuesta de un sacerdote de que tuviera sexo oral con él a cambio de dinero. Entonces no vio ningún inconveniente, pues le pareció una forma fácil de conseguir dinero sin pedírselo a sus padres.

Daniel es víctima constantemente de la duda: «¿Será que soy homosexual? [...] ¿Qué tal que me suicide?». Estos interrogantes pueden estar relacionados con los dos importantes sucesos anteriores, de los cuales se siente culpable. Por su tradición religiosa familiar, no es extraño que llegue a atribuirle a Dios el origen de sus síntomas: «... debe ser una prueba para que me vuelva más hombre», como si Dios lo hubiera observado y lo quisiera probar.

El niño solitario que describe estaba siempre preocupado por la seguridad de sus padres o de sus hermanos, o de si lo dejaba el bus del colegio o no alcanzaba a terminar las tareas. Cuando su madre fallece, refiere que todas esas conductas se intensificaron, pues él por ser el mayor de la casa, se sintió responsable por sus hermanos. Sin embargo, el exceso de preocupación pasó inadvertido por su padre, pues éste poco permanecía en la casa y, de alguna forma, «era lo esperado» para la situación. Daniel tenía una clara formación «machista», tal como él mismo lo relata: «...él siempre nos decía: hay que ser machos y no dejarnos... ».

Durante su adolescencia, su timidez le condujo a pensar que podría ser ‘homosexual’, asociado con su antecedente de abuso sexual. Aquella idea comenzó a intranquilizarlo constantemente; por ello sentía culpa y acudía a Dios: «...me sentía muy culpable y me daba miedo que todo lo que pensaba llegara a ser cierto; sentía que tenía que hacer sacrificios para que Dios me perdonara ». Refiere que esa idea ha fluctuado en el tiempo: «...hubo un tiempo en que cuando me sentaba en clase y detrás mío se sentaba un hombre, pensaba que me iba a penetrar ». Llegó a presentar síntomas fóbicos: «... cuando pasaba al frente en clase y veía hombres, pensaba como si estuvieran teniendo relaciones conmigo...; me ponía colorado, con taquicardia y temblor, y no podía hablar». Por esta razón, se retiró de la universidad en la que estudiaba, a fin de aminorar sus síntomas.

Otro aparte que lo marca en sus años de adolescencia y que le reafirma la duda acerca de su masculinidad es cuando su padre le pregunta que si «ya se inició» (en su vida sexual) y él, angustiado, teme que se haya dado cuenta de lo que sucedió con aquel sacerdote. En consecuencia le responde que no. Su padre se burla y lo insulta: «... mi padre me respondió: ‘mire a ver si se queda de marica, me va a tocar llevarlo adonde las putas’. Me confundió aún más, pues no sabía si me lo había preguntado por su cultura o porque se hubiera dado cuenta de mis dudas».

Aquí, la fantasía/duda sobre la homosexualidad incluye, además, una obsesión con el orden clasificatorio imperante en el entorno sociocultural de Daniel: la masculinidad (virilidad) debe medirse, comprobarse y afirmarse continuamente y en público, siguiendo pautas y comportamientos legitimados para tal fin, como la constante seducción de mujeres y la promiscuidad. Por tal razón, ser un ‘verdadero hombre’ y, adicionalmente, demostrarlo en sociedad parece ser un reto para él, pues si lo logra podrá tener un claro lugar y adquirir algún tipo de estatus en ese orden.

La homosexualidad implica, por lo tanto, desorden, ambigüedad, exclusión social. La obsesión de Daniel se encuentra así atravesada por un inmenso temor al desorden, seguido por una compulsión exagerada a ‘ordenar’ su condición y a salvarla del caos de sus fantasías. Por otro lado, su vida sexual ha sido vulnerada y controlada por otros, razón por la cual teme perder el control sobre ella, sobre sí mismo. Tiene una gran confusión acerca de su sexualidad, pues su primera relación fue con un hombre, además relacionado con lo sagrado, de quien no ha definido si fue o no un agresor. Sumado a ello, tiene un padre castrador y autoritario que no le permite autodefinirse y a quien admira, pero a la vez teme ser como él.

Las determinaciones culturales del TOC, en el caso de Daniel, encajan perfectamente con el tema de sus obsesiones: la duda persistente. La muerte de la madre y su autoculpabilización por el suceso delegaron en él una responsabilidad ambigua frente a su familia. Por una parte, se encuentra la exigencia social frente a los hombres (reiterada por el padre) de no derrumbarse ante el dolor (de ‘ser machos’) y, por el contrario, asumir las responsabilidades económicas y normativas en la familia. Y, por otra, se ve ante la ocupación del lugar de la madre, la cual, en su caso, fue sumisa e infeliz en su vida.

El drama de Daniel, por lo tanto, se constituye a partir de la duda ante los roles de género y la sexualidad, ante el placer y la desgracia, y ante la vida y la muerte. No está convencido de su derecho a vivir (obsesión suicida) y a ser feliz (obsesión por la desgracia), si no está reducido a las normas de su padre (de su cultura). Ignora sobre el placer de la sexualidad, porque los cánones no le han permitido descubrirlo y, a cambio, carga con la culpa de haberlos infringido (obsesión con su orientación sexual). El desorden, para él, significaría la muerte y ése es el eje de su trastorno.

Miguel Ángel, 55 años Santandereano, economista de profesión, separado de su esposa hace dos años, con dos hijos de su matrimonio y, en la actualidad, laboralmente activo. Asiste a la consulta de psiquiatría diciendo: «Tengo pantallazos en mi cabeza, imágenes que se repiten varias veces y no me dejan tranquilo, y la idea de que tengo que volver con ella [su esposa], pero yo no quiero». Relata cómo su vida ha sido abrumada, desde que tiene uso de razón, por ideas e imágenes obsesivas que han ido cambiando en el tiempo, pero que siempre han tenido la misma intención de atormentarlo.

Empieza su relato con la descripción de cómo su vida ha sido colmada, desde que tiene uso de razón, por las creencias en la magia y la superstición. Parte de su infancia y su adolescencia estuvieron bajo el cuidado de su tía madrina, «la bruja», quien era médium de espiritismo y se dedicaba a realizar las sesiones con unas vecinas y otros familiares: «A veces me hacía entrar a esas sesiones y yo veía el fuego en la mitad de la mesa y me daba miedo. Luego no podía dormir y duraba mucho tiempo con esa imagen del fuego, y sentía que ese espíritu era el que me atormentaba con frases que llegaban a mi cabeza».

La explicación que le daba a estos pensamientos era que los espíritus de las sesiones a las que asistía lo atormentaban día a día, y que entonces tenía que estar en paz con ellos para que no lo molestaran con esos pensamientos terroríficos.

Con el paso del tiempo comenzaron a sumarse otros tipos de pensamientos a los anteriores; ahora eran de duda, de que lo que hacía estaba mal: «Estaba teniendo una relación sexual y sentía que no debía estar con una mujer sino con un hombre...», «iba a comprar algo y pensaba que ésa no era la mercancía correcta, sino otra y así sucesivamente con todo lo que escogía...».

La vida de Miguel Ángel está marcada por la hechicería, la brujería y la magia que, según cuenta, hacen parte del legado cultural de su lugar de origen, la región colombo- venezolana: «...es muy común allí todo lo que tiene que ver con los hechizos ». Desde muy temprana edad entra en ese mundo, es parte de él. De ahí que las explicaciones que ofrece a todo cuanto acontece en su vida se basen en esas creencias, pues no basta para él haber sido criado por una espiritista, sino haber sentido el llamado a ser médium.

Describe sus síntomas como pensamientos o imágenes permanentes que pasan por su cabeza: «...entre más evito tener esas imágenes, más se me meten...». Inicialmente se trataba de imágenes de espíritus, diablos o sombras asociados, según él, a la idea ‘absurda’, pero persistente de que se le metían al cuerpo por los ojos. Aquella referencia constituye un atributo importante del malestar de Miguel Ángel: para él tales ideas provienen de afuera (de otros: su tía) y literalmente se incorporan en él a través de su mirada, la ventana límite entre el sí mismo (adentro) y el mundo exterior.

En un momento llega a sentirse obligado a pedir perdón a tales entidades como si en realidad hubiera cometido alguna falta o para evitar algún castigo por parte de ellas y, aunque le pareciera absurdo, no lo podía evitar. A través del tiempo, el tipo de pensamientos e imágenes fue cambiando, de acuerdo con las situaciones que a su vida llegaban: «...no me han dejado nunca esas dudas, incluso cuando mi hijo nació sólo pensaba en que lo podía matar. Era absurdo y muy angustiante, eso era lo que esa señora quería lograr». Lo que nunca ha variado es la explicación que él da a esos pensamientos: «... siempre he corrido con la suerte de tener a mi lado individuos que se dedican a la brujería y a hacerle la vida imposible a algunas personas, pues ellos quieren dominar sobre uno y cuando uno no se deja, entonces le hacen el mal...».

Los años han transcurrido para Miguel Ángel en una búsqueda incesante de cómo explicar esos pensamientos intrusos que no lo dejan tranquilo. Inicialmente, los interpreta como enviados por esos espíritus con los que él debía estar en paz. Al pedírsele que explique por qué piensa que esos pensamientos son producto de un maleficio, refiere que no entiende cómo él desea algo y «su cabeza» desea otra cosa que, por lo general, es la contraria: «...es claro que quién si no mi madrina es la que me hace que yo tenga esos pensamientos [...]. Ella siempre quiso que a mí me fuera mal en la vida, entonces, por medio de su brujería hace que mis propios pensamientos me confundan [...]. Mi tía bruja hace que yo piense esas cosas para atormentar mi vida».

Expone sus síntomas basándose en sus vivencias y creencias, y los atribuye a un castigo. Por consiguiente, la solución que busca para su sufrimiento es acorde con tales contenidos: «...todo esto me ocurrió por haber despreciado los poderes que los mismos espíritus me dieron para ser médium [...], por no haber pensado y hecho mejor las cosas [...]. Es una especie de castigo [...]. Los espíritus ponen sus reglas y no pueden ser despreciados...».

Aquello conduce a Miguel Ángel a no creer que esté o haya estado enfermo. Según él, esa es la explicación para que no le hayan bastado los múltiples tratamientos psiquiátricos que ha recibido, pues es difícil que se cure por un medio que no le explica el porqué de sus pensamientos: «Hay que hacer un ritual que neutralice el ritual por medio del cual me rezaron [...]. Ninguno de ustedes me ha podido ayudar ni lo va a lograr, pues no pueden entender la fuerza de la magia si no han vivido bajo su dominio». Esto es, sólo un ritual de «contra-terror» podrá neutralizar el terror del ritual mágico que le provocó su profundo malestar -que no es ‘enfermedad’-.

Aquí es necesario analizar lo brujesco dentro de un sistema de creencias que provee a Miguel Ángel de una explicación de carácter causal a sus acontecimientos desgraciados, que le permite excluir al azar e, incluso, a la mala suerte en la consideración de éstos. Tradicionalmente, en distintas culturas del mundo, la brujería se asocia con el manejo de lo sobrenatural, del desorden, de la mediación entre lo visible y lo invisible, generalmente fruto de un pacto sagrado, donde son características predominantes la ostentación de cualidades y habilidades mágicas para ‘curar’ y ‘enfermar’ y la transmisión de tal poder de una generación a otra. Esto, sin duda, es bien conocido por él y es lo que moldea su constante temor.

Este temor a la pérdida del yo, del control de sí mismo (en últimas, el temor a la enfermedad mental), aparece escenificado en términos mágicos y sólo en esos mismos términos él concibe su cura: con una reversión de la posesión. Sólo imagina su cura a través de un ritual similar de violencia simbólica (extendido a todas las mujeres, representadas por su tía y su esposa) que contrarreste la agresión que está recibiendo. Vuelve aquí, como en otros casos, el elemento del combate sobrenatural en la estructuración del malestar.

Camilo, 19 años

Bachiller, natural del Putumayo, se encuentra iniciando estudios de Artes. Consulta diciendo: «Tengo pensamientos que no me dejan tranquilo ». Relata que siente como si su propio cuerpo le quisiera hacer daño, pues hay cosas que él no quiere, pero su mente sí, y eso lo confunde:

Cuando voy por la calle, por momentos me imagino como si la gente tuviera la cara cortada y sangrara, o estuvieran deformes [...]. A veces, cuando hay tumultos, es como si se incendiaran en una hoguera [...]. Eso me aterroriza, intento pensar que no es así, que no estoy viendo eso y no lo estoy deseando, pero la imagen me obsesiona [...]. Es como si algo dentro de mí deseara el mal a pesar de que yo no lo quiero [...]. Esto me atormenta todo el tiempo.

También describe pensamientos intrusos de tipo sexual: «Son perversiones con niños, con animales, con todo, como si yo las quisiera ». Los pensamientos han sido de inicio progresivo, a veces aumentan unos y disminuyen otros, y otros van apareciendo a su vez. Cuando las imágenes son insoportables o muy terroríficas, camina en sentido totalmente contrario a la persona que está observando, para así evitar que lo que ve ocurra realmente. Cuando los pensamientos son sexuales, lo que hace es pellizcarse el brazo hasta sentir dolor y así enmienda el pensamiento, ya que no lo puede evitar; sin embargo, hay momentos en los que tiene que lastimarse más por la intensidad o frecuencia de los pensamientos. Para evitar que esto suceda, siente que si se masturba en las mañanas puede que los pensamientos no le lleguen a su mente.

Es hijo único, nunca vivió con su padre, sino con su abuela materna y su madre; siempre le dijeron que su padre lo había negado. Se describe como un niño solitario, no le interesaba la gente, «siempre he preferido estar solo en mi cuarto ». Esa soledad experimentada desde tan temprana edad inicialmente la excusaba por las ocupaciones laborales de su madre; sin embargo, durante una discusión con su abuela, ésta le reprochó que su madre nunca lo había deseado y que su padre no lo reconoció. Desde entonces dice haber sentido un gran odio hacia la vida y hacia todos los que lo rodeaban: «...cuando mi abuela me dijo que yo no había sido deseado ni por mi padre, ni por mi madre, me sentí defraudado y realmente solo».

Pareciera que la abuela hubiera querido vengar con Camilo el encuentro fortuito que su hija tuvo con su padre. La venganza se equipararía al castigo, en este caso, por la desgracia de la madre, la frustración de la abuela y, de manera más dramática, la enfermedad era un castigo por haber nacido. La reacción de Camilo es de odio hacia los verdugos (rebeldía ante la autoridad) y hacia la vida misma. Sin embargo, también se genera en él un gran temor a que el castigo se repita, esta vez por cuenta de sus pensamientos de venganza hacia su madre.

Durante la adolescencia, Camilo ya tenía pensamientos de tipo obsesivo, pero su interferencia variaba con épocas de mayor intensidad y otras de más tranquilidad: «...comencé a no entender qué me pasaba, pero sentía tanta rabia contra el mundo que por momentos esas imágenes me agradaban, pero en otros momentos me desesperaban porque no me dejaban hacer nada más...».

En su relato cuenta que alguna vez asistió a un grupo satánico: «...Sólo fui como dos o tres veces. Buscaba liberarme de la moral, de las convenciones sociales y de los símbolos represivos... Eso es real y, por eso mismo, peligroso. Por eso a veces pienso que pudo ser esa la causa de mis pensamientos, pues allá lo inducían a uno a tenerlos voluntariamente y con deseo, pero en mí continuaron, así me den miedo».

Las causas del trastorno son atribuidas al desconocimiento y al rencor ante la autoridad, pero ahora trasladadas al terreno de lo sobrenatural. Y es que Camilo refiere haber sentido siempre una inclinación especial por las cosas sobrenaturales: «... hay cosas que están más lejos de lo que uno puede ver o tocar o sentir y eso me gusta. Ése fue otro motivo por el cual fui a la secta». Piensa que eso sí le puede responder muchas de sus preguntas, incluso acerca de quién podría ayudarlo: «...no sé, y la verdad no creo que ustedes puedan hacerlo, esto es como mágico».

Como no tenía a quién contarle y se avergonzaba, comenzó él solo a buscarle explicación a sus síntomas. Se decía que tal vez eran consecuencia del odio que le tenía a su mamá o a la vida, como si fuera una especie de castigo: «... la única explicación que encuentro es que es un castigo por odiar la vida [...]. Por no querer la vida, ella se burla de mí [...]. También he llegado a pensar en lo fuerte que puede llegar a ser el no desear a un hijo... Mi papá me negó...; de pronto es él el que quiere que me suceda esto [...]. También se me ha metido la obsesión de pensar que vine al mundo a sufrir [...]. ¿O será que soy sadomasoquista y por eso pienso esas cosas tan horribles para luego sufrir? [...]. Es como si tuviera que sentir dolor para liberarme». Esto es, pareciera que con el castigo ‘lavara’ sus culpas.

A pesar de lo racionales que intente ver sus pensamientos obsesivos y de no aceptarlos como una enfermedad, se siente incapaz de abandonar los rituales ante la presión que siente con su aparición, pues éstos le producen alivio a la ansiedad que desatan las imágenes terroríficas. Si no los efectúa, se llena de una insoportable angustia ante la idea de que lo que él imagina va a ocurrir. Para evitar siquiera un pensamiento similar, realiza otro ritual en las mañanas. Es como si él mismo tuviera la capacidad de producir o evitar el daño, tal como lo supone la magia de la que siempre ha gustado y la cual siente que posee, por ejemplo, cuando dice cambiar mágicamente un peligro con el sólo hecho de caminar en sentido contrario.

En el círculo vicioso del castigo y la culpa, el único camino que Camilo considera que le queda es la confianza y la sensación de esperanza que la magia le otorga.

Estela, 30 años

Natural de Boyacá, se dedica a las labores del hogar. Estudió hasta cuarto de primaria, es católica y está separada. Cuando consulta dice de forma muy angustiada: «Primero quiero aclararle que yo amo a mi hijo y no lo quiero matar, pero es como si por dentro sí lo quisiera».

Tenía un profundo temor de hacerle daño a su único hijo. Ya llevaba algún tiempo intentando que esos pensamientos abandonaran su mente. Se imaginaba continuamente apuñaleando a su niño con uno de los cuchillos o envenenándolo con tóxicos que veía en la cocina. Se repetía a sí misma infinitud de veces que amaba a su hijo para ver si esos pensamientos se iban de ella, pero éstos a cambio de irse la atormentaban profundamente, por lo que comenzó a orar a Dios para que la perdonara, pues no entendía qué le estaba sucediendo. Inicialmente no le dijo a nadie qué estaba pasando dentro de su mente, se sentía avergonzada. Llegó al punto donde ni siquiera podía estar en el mismo lugar con un cuchillo, una ventana o cualquier químico para el aseo, pues los pensamientos intrusos se intensificaban. La familia al verla tan ansiosa le dice: «Usted se está poniendo como loca, mejor vaya al médico».

Describe una infancia con mucha disciplina y cumplimiento en las labores de la casa, aumentadas por ser la hija mayor muy distanciada en edad de los otros dos. Se encargaba de todas las labores del hogar, incluido el cuidado de sus hermanos. Su madre llegaba a amenazarlos de forma figurada con frases como «a los niños que no hacen caso, Dios los castiga», «acuérdense de Luis, que por desjuiciado Dios lo dejó sin papá». Tenía pocos amigos, prefería estar en casa respondiendo por las labores que se le encomendaban, ya que si no las hacía le iba a ir mal, como su madre lo predecía constantemente. No alcanzó a terminar la educación básica primaria ni tuvo el valor para «salir un poco más adelante », pues su padre -machista, dominante e ignorante- siempre la doblegó, al igual que a su madre, por su condición de mujer, la cual menospreciaba. Eso le generaba una gran rabia contra él, pues no entendía cómo ni siquiera su madre se defendía ante el maltrato: «... un día, no recuerdo, llegó borracho y me intentó violar [...]. Mi madre se dio cuenta pero no dijo nada [...]. Ella sabía que estaba mal, pero le tenía miedo, él siempre la amenazaba con sacarnos de la casa...».

Todo esto la hacía sentirse triste, le generaba miedo y a la vez rabia; incluso llegó a desear la muerte de su padre, pero se acordaba de los augurios de su madre y entonces intentaba arrepentirse, sin llegar a lograrlo. Y es que en Estela predomina un intenso sentimiento de culpa, según ella, atribuido al hecho de haberle deseado alguna vez la muerte a su padre. Dice sentir como si «Dios le hubiera leído el pensamiento» y la estuviera castigando. Se recrimina profundamente el haber tenido alguna vez ese deseo y se comporta como si estuviera bajo el dominio de una conciencia de culpa.

Se describe como una mujer muy hacendosa, ordenada y religiosa desde la niñez, pero no recuerda haber presentado síntomas parecidos: «...esto nunca antes se me había pasado por la cabeza, o pues sí, pero voluntariamente, cuando quería matar a mi padre por lo malo que había sido. Pero con mi hijo, nunca, él es inocente de todo [...]. Yo no puedo pensar esas cosas que no quiero, por eso si le demuestro a mi hijo que lo amo y que eso que pienso es mentira, él me va a creer [...] pidiendo perdón a Dios...».

Nuevamente aparece aquí el asunto religioso. El terreno de lo sagrado permite responder interrogantes dentro de un sistema de causalidad indiscutible; asimismo, posibilita exteriorizar la responsabilidad del perdón: aquella absolución que la misma persona se prohíbe o se niega es depositada en una entidad superior, todopoderosa e inaccesible, que es quien finalmente tiene la capacidad de indultar a los culpables. Estela, víctima de un malestar intenso e incontrolable, acude a lo divino buscando una respuesta que le permita sentirse segura y tranquila en su existencia.

La permanencia en casa, dedicada en forma casi exclusiva a las labores del hogar, se podría interpretar en Estela como la ‘virtud’ que un hombre (como su padre) buscaría en una mujer. Por consiguiente, el desearle la muerte se convierte en un acto punible para una mujer que también tiene una formación machista. Piensa, además, que debe ser castigada por ello, bajo el mismo principio de causalidad: «...Yo tengo la culpa de todo... por haber deseado la muerte ahora se me viene hacia mi propio hijo...».

Estela sufre constantemente por debatirse entre ese odio a su padre (a lo masculino, encarnado ahora en su hijo) y la culpa. Se debate entre el odio y el amor, entre el deseo y la culpa; se siente confundida, pues deseó con profunda intensidad ‘matar’ a su padre, quien quebrantó una prohibición absoluta: el incesto. Ahora ella es quien quebranta otra cardinal prohibición: la del asesinato. Su idea de venganza ante el sexo opuesto trae en el fondo aquella histórica ambigüedad entre el deseo sexual y la muerte, contenida en la diferenciación abismal hombre-mujer establecida por la sociedad machista en la que creció.

Resultados

Para la pregunta: ¿En qué consiste lo que le sucede? En los casos anteriores predomina la descripción de que los pensamientos son intrusos, que intranquilizan, además de la duda entre si son voluntarios o no, las conductas rituales para evitarlos, los intentos de oponerse a ellos y la respuesta fallida. Se describen pensamientos de culpa, limpieza, orden, conductas sexuales inapropiadas, auto y heteroagresión y catástrofes.

Para la pregunta: ¿Qué cree que le está sucediendo? Predomina la creencia de que se trata de un castigo, prueba, tentación o embrujo.

Para la pregunta: ¿Por qué cree que le suceden esas cosas? Predomina la creencia del castigo por algo cometido (socialmente no apropiado). Dicho castigo viene de parte de un ser intangible: Dios, Satán, espíritus y muertos. Se describe también una pauta de crianza basada en las normas, el orden y la moral.

Para la pregunta: ¿Alguien o algo tiene que ver con lo que siente? Predomina la creencia de la culpa propia sobre la culpa de un ser intangible (Dios, Satán, espíritus y muertos).

Para la pregunta: ¿Cómo cree que se va a mejorar? Predomina la creencia del perdón de Dios, el mostrar arrepentimiento y asumir conductas socialmente adecuadas. Se afirma que el psiquiatra no alcanza a ser el camino de la ayuda que ellos necesitan.

Discusión

Las narrativas de síntomas de enfermedad obsesivo-compulsiva anteriores contienen ciertas particularidades, según la experiencia de cada paciente. Incluso en su descripción muchos pasan como si no fueran síntomas, sino actos normales de su vida cotidiana. Cada narración se construye basada en una relación compleja entre el contexto social y cultural, el tipo de formación y educación recibidas, la situación académica y laboral, la historia de vida, la procedencia, la constitución familiar, entre otros.

En muchos casos, los pacientes consideran que el tratamiento psiquiátrico no es precisamente la solución a su problema. Por el contrario, la terapéutica requerida se encuentra determinada por el origen y por la dinámica de los propios síntomas, en todos los casos relacionada con el terreno de lo sagrado o lo sobrenatural. La cura al trastorno, según lo expresado por los pacientes, está inevitablemente ligada a una forma de pensamiento mágico sacralizado: «adquirir el control de mí misma», «necesito un ritual que neutralice el que me hicieron», «busco el perdón de Dios», entre otros. Esta convicción alimenta la búsqueda incesante de una solución eficaz para lo que ellos consideran que se debe cambiar.

Cuando el paciente se siente escuchado y la médica le muestra que es capaz de ponerse en su lugar (escucha empática), el paciente se abre en su relato y le confía sus creencias respecto a sus síntomas. Como se observó, independientemente de si confían o no en la eficacia de la psiquiatría, los pacientes lo que buscan es saber si el médico tiene una respuesta congruente con su problema. Muchos de los problemas para el médico no son los mismos para el paciente, lo cual hay que tenerlo muy presente en el momento de plantear las soluciones.

Por otra parte, ¿cómo explican estos pacientes sus síntomas? El común denominador de las obsesiones personales es el pensamiento mágico, en especial cuando los elementos peligrosos o sustancias causales de temor son invisibles. Muchas situaciones en las que los pacientes aplican los rituales incluyen como principio la evitación de fuentes contaminantes o ‘tóxicas’: la suciedad, las heces, los gérmenes, la enfermedad. La asepsia y la eliminación de los excrementos corporales adquieren importancia desproporcionada respecto a las estrictas funciones de higiene y desecho, pues son equiparadas con lo sucio, con lo contaminado, con lo impuro y con lo inmoral, en oposición a las concepciones de limpieza, pureza y perfección asociadas con temas culturales inculcados primeramente por la familia.

En el caso de la obsesión por la no contaminación o la limpieza, como la mayoría de los patógenos son invisibles y se valen de diversos vectores para su propagación, el contagio puede transmitirse ‘mágicamente’ por medio del contacto con un objeto sucio. El paciente clasifica los objetos como ‘limpios’ o ‘contaminados’, a la vez que va estableciendo progresiva y relacionalmente un círculo de contaminantes a partir de la cercanía de objetos. De esta manera, son diversas las situaciones que los pacientes deben sortear para evitar el contagio. Además, para ellos no hay dosis precisas en cuanto al efecto contaminante: ante el mínimo contacto puede haber transmisión del germen. Los pensamientos mágicos constituyen, de este modo, una extensión de inferencias sobre el contagio, donde los rituales sirven de protección contra esos peligros invisibles de contaminación.

Las obsesiones de contaminación o limpieza se encuentran cargadas de significados culturales que varían según la experiencia subjetiva de cada paciente. En los casos que se han expuesto, tales temas obsesivos incluyen analogías entre ‘lo sucio’ o ‘lo contaminante’ y ‘lo impuro’ o ‘lo inmoral’, que equiparan el contagio con el desorden; ese mismo desorden al que los pacientes con TOC le temen intensamente. En sus narrativas, la sexualidad prima como referente de ambigüedad y peligro: las imágenes repetitivas de actos eróticos ‘prohibidos’, las dudas sobre la propia orientación sexual, el temor extremo al contacto físico con otros u otras son temas que aluden a concepciones culturales que condenan lo sexual y ensalzan la pureza basada en la ausencia de placer corporal, comúnmente en asocio con temas religiosos. De allí que los rituales suelan ser punitivos y dolorosos.

Esto se asocia con la predominancia que tiene en los relatos el miedo a las sanciones casi inmanentes a las violaciones de la regla. A menudo se realizan los rituales con un gran sentido de urgencia, basados en una intuición sobre el gran peligro en que se incurriría si no se hacen. Este temor emocional particular de los rituales se deriva de la vinculación con sistemas de creencias dedicados al descubrimiento y la anulación de riesgos invisibles. Los sentimientos que tanto llegan a atemorizar a los pacientes son de carácter muy agresivo y en sus relatos son relacionados con una parte de ellos mismos, que quiere dar rienda suelta a todos sus controles y a organizar un sucio desorden.

Estos pacientes también describen a menudo un pertinaz miedo a la muerte como máxima expresión del desorden. Asumen, por ejemplo, ciertas actitudes para evitar el castigo como pedir perdón repetitivamente, y evitar de esa manera que sobrevenga ese máximo desorden (o castigo). Y qué es lo que significa para ellos la muerte si no la máxima representación de lo desconocido, de la incertidumbre, de la pérdida del poder y del control.

Cuando los pacientes explican su evidente infortunio sin mencionar los agentes sobrenaturales, pueden señalar como principios causales a otros agentes involucrados, tal cual lo reflejan las recriminaciones a la brujería –el ámbito de ‘lo innombrable’– o al uso de técnicas especiales para provocar la adversidad. Algunos pacientes conectan la desgracia o la protección con la intervención de los espíritus, de energías o incluso de personas ya fallecidas. Cuando culpan a dioses y espíritus, les otorgan la propiedad de leer o ver sus acciones y así castigarlos por los pensamientos que pasan por sus mentes o por el ritual omitido; asimismo, los dioses son los interesados en el juicio moral. Ambas entidades, dioses y espíritus, se encuentran presentes en la experiencia del paciente; por lo tanto, a pesar de que su presencia no sea física, son ‘compañeros’ imaginarios que, al tiempo que dan protección, reciben sacrificio.

Los padres de los pacientes –o aquellos familiares que han estado a su cargo– desempeñan un papel importante en el desarrollo del trastorno, ya que ciertas características de sus comportamientos hacia ellos influyen determinantemente en la configuración de su enfermedad. Ejemplos de ello son las actitudes de demanda y de crítica hacia quienes deben comportarse como «buenos hijos» o, incluso, actitudes de rechazo, sobreprotección, perfeccionismo y de evitación del riesgo. Así, es más fácil que el TOC se desarrolle en ambientes donde prevalecen valores referidos al extremo respeto de lo canónico. En algunos relatos se observa cómo los pacientes resaltan en su historia de vida la rigidez y el autoritarismo de sus padres, quienes le han conferido alta relevancia al exagerado cumplimiento de las normas morales y religiosas, con la culpa como mediadora y con un excesivo énfasis en la limpieza y el orden. Aquellos designios están evidentemente atravesados por concepciones dicotómicas, tremendamente polarizadas, sobre lo que se debe hacer y lo que no, sobre lo limpio y lo sucio, el orden y el desorden, el éxito y la desgracia, lo puro y lo peligroso.

Es innegable además, cómo la misma constitución familiar es referida a modo de un punto decisivo en la experiencia subjetiva de los pacientes. Los temas de las ideas obsesivas, en suma ligados al orden y al desorden, remiten primordialmente a situaciones relacionadas con distintos modelos culturales de familia que se han establecido o que se han frustrado a partir de lo socialmente aceptado en sus propios contextos. Se mencionan los casos de familias tanto extensas corresidentes como monoparentales –corrientemente con ausencia del padre–, generalmente de ascendencia campesina, de estratos medios y de tradición católica.

Además de lo anterior, los pacientes refieren con gran importancia hechos como la separación de sus padres o su propia separación conyugal y la violencia intrafamiliar. Asimismo, se subrayan patrones inculcados en el hogar, por ejemplo, la importancia del matrimonio y la familia, la abnegación y el sacrificio, la puesta en escena de la familia en sociedad –ser una «familia modelo»–, la marcada definición de los roles de sexos, la insistencia en la idea de la ‘urbanidad’, las ‘buenas costumbres’, entre otros. Todos estos elementos alimentan aquellas ideas obsesivas de los pacientes, según el caso; pero además son reflejo de los cánones culturales reproducidos a través de las primeras experiencias del sujeto social: aquellos cánones que resultan hostiles a los intereses del individuo y que se imprimen vivamente en el trastorno. En el caso de nuestra sociedad, incluso puede decirse que las narrativas del TOC y sus síntomas reflejan la actual crisis de ciertos modelos normativos (como aquellos representados en el famoso opúsculo decimonónico Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos del venezolano Manuel Antonio Carreño y en el también famoso Catecismo del padre Astete), que siguen pautando viejos ideales éticos y morales de la sociedad.

Por otra parte, a través de las narrativas queda claro que para ninguno de los pacientes la posible solución a su enfermedad está mediada por el psiquiatra. Muchos de ellos, antes de la consulta o incluso de manera paralela a ésta, habían consultado otros personajes a los que también consideraban ‘terapeutas’ (homeópatas no médicos, brujos, sacerdotes, chamanes, etc.). El psiquiatra es una figura más a quien acuden, aunque sin la firme convicción de que se trata del terapeuta adecuado, dado que los significados que le otorgan a su malestar generalmente divergen de los del médico. Y es que, a fin de cuentas, si los principios causales del malestar son directamente relacionados con la culpa, la sanción, el pecado, la penitencia y el autocastigo, son los mismos pacientes quienes, por medio del perdón y el ritual, podrán recibir la absolución y darle paso a la cura.

La referencia continua a las explicaciones religiosas o sobrenaturales implica que, para estos pacientes, el TOC no es en realidad una enfermedad, pues sus síntomas tienen una connotación sacra. Desde las causas hasta la dinámica misma del malestar son explicadas dentro de ese marco de referencia; por eso no es de extrañar que las expectativas de tratamiento y cura provengan de la misma fuente. En consecuencia, se hace necesario considerar en estos casos que la religión surge con el fin de dotar de sentido y salvaguardar al ser humano de aquellos fenómenos que, como la enfermedad y la muerte, suelen salirse de control y que no poseen una explicación coherente, lo que suscita un profundo temor. Además, posibilita la percepción de lo eterno, ya que establece una homología entre divinidad e infinito.

Conclusiones

Los miedos y las dudas relacionados con los diversos sistemas de creencias están presentes en la mente de todos los seres humanos. No obstante, cuando éstos interfieren excesivamente en la vida diaria de una persona y la obligan a realizar actos reparativos o expiatorios en pro de su tranquilidad –sin siquiera llegar a conseguirla de esta forma–, se genera un círculo vicioso en el que los temores se convierten en rectores de las acciones y de esta manera limitan la funcionalidad de la persona.

En el caso del TOC, los síntomas que describen los pacientes son pensamientos intrusos, atormentadores y habitualmente repugnantes por su índole inmoral, que no se pueden evitar y que, por el contrario, se fijan en ocasiones con mayor intensidad y frecuencia en sus mentes. Tal situación los obliga a realizar, en contra de su voluntad, diversas acciones molestas que buscan evitar el castigo por tales pensamientos y que pueden adquirir un carácter punitivo, lo cual alimenta aquel círculo vicioso ya mencionado, donde un castigo reemplaza a otro.

Las variables culturales pueden influir en la forma de expresión del TOC, e incluso en el desarrollo y mantenimiento del trastorno. Dentro de estas variables se encuentran los diversos patrones de crianza, la historia familiar, las actitudes con respecto a la religión y las normas morales, el lugar de procedencia, los roles de cada sexo, entre otras. Estos elementos pueden darnos pautas para pensar la particularidad del TOC en cada paciente y así poder diseñar un tratamiento congruente con sus necesidades y demandas –en especial, en lo que hace a la aproximación psicoterapéutica del tratamiento–.

Los pacientes saben en todo momento que sus pensamientos no son normales (de hecho, la ‘normalidad’ es para ellos diferente), pero nunca acaban de desprenderse de la idea de que esos mismos pensamientos y gestos pueden tener un carácter significativo, comúnmente asociado con temas mágicos. La creencia que predomina como causa de sus síntomas es el castigo, bien sea por un hecho inmoral que cometieron, bien por alguna omisión o desobediencia ante un mandato. De esta manera, la culpa, como mediadora de todas sus acciones, es la que acaba por determinar sus vidas.

Por otra parte, también temen a ‘lo contaminado’, a ‘lo impuro’, asuntos que ellos mismos corrientemente equiparan con ‘lo inmoral’, con todo aquello que les signifique desorden o pérdida del poder (control). El establecimiento de ‘cadenas’ o ‘redes de contagio’, basadas en significaciones culturales particulares, amplía el radio de la enfermedad misma y limita considerablemente las decisiones y acciones del paciente en su cotidianidad.

En muchas ocasiones, los pacientes se sienten merecedores de un gran castigo enviado por Dios, por Satán o por algún espíritu; ellos mismos consideran que sólo alguno de estos seres intangibles podrá darles el perdón, lo que significa la cura de sus síntomas. De ahí que previamente hayan acudido a otras formas que consideran terapéuticas, pues el psiquiatra no ha alcanzado a constituir una figura importante para su cura, en la medida en que no ha logrado darle valor a sus propias explicaciones sobre la enfermedad.

El TOC puede denominarse una enfermedad sagrada o, si se quiere, cultural, ya que se encuentra mediada por contenidos relacionados con el ámbito de lo mágico y de lo sobrenatural, y el significado de sus síntomas no es patológico, en el sentido clínico, para quien los padece, para su misma familia o para su entorno sociocultural. Por esta razón, el darle la oportunidad al paciente de que relate sus significados nos permite acercarnos más a él, así como él a nosotros y, finalmente, construir en conjunto un proceso terapéutico basado en la eficacia de la narrativa.

Fuera de la eficacia clínica que aporta el conocimiento más amplio de la experiencia subjetiva de los pacientes, es necesario destacar cómo los múltiples referentes culturales presentes en los trastornos pueden transformarse en códigos comunes en la relación médico-paciente. Asimismo, el paciente, mediante su propia narrativa de enfermedad, puede restituir y dar sentido a su propia historia vital, ya que logra reconocerse a sí mismo y a su malestar dentro de una coherencia que se hace evidente al relatar la trayectoria del trastorno. Tal resignificación narrativa del trastorno asegura un papel protagónico de los pacientes en la obtención de su cura. En este sentido, el paciente se transforma en un coterapeuta.

Finalmente, es clara la necesidad que tienen los profesionales de la salud de tener una visión antropológica y sociológica de la enfermedad mental, ya que los determinantes sociales y culturales, tanto en la experiencia individual como colectiva, influyen considerablemente en su aparición, evolución y pronóstico. El acercamiento a este aspecto del malestar puede alcanzarse a través de la etnografía clínica. Por lo tanto, sería de gran relevancia involucrar la etnografía clínica en la práctica psiquiátrica diaria, pues es claro que factores como los distintos modelos de estructura o de organización social, como la familia, la cultura, la religión, la ocupación, la clase socioeconómica, entre otros, son determinantes en la génesis de cualquier trastorno mental.

fuente:© 2008 Asociacion Colombiana de Psiquiatria