Cuando la ansiedad está a la mesa
JEFF BELL - 3/10/2008

EL TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO PUEDE DISPARARSE AL MOMENTO DE SENTARSE A COMER

The New York Times News Service.- Para algunos de nosotros, el problema comienza antes de que siquiera pongamos un pie en el restaurante. Si resulta que Carole Johnson, una administradora de escuela retirada que vive cerca de Sacramento en California, tiene un pensamiento angustiante cuando atraviesa una puerta, necesita “despejarlo” pasando por ella dos veces más, de tal forma que lo hace precisamente tres veces.

Mi propio reto es combatir la necesidad de regresar a mi coche estacionado para revisar una vez más que esté puesto el freno de mano. Si no lo hago, ¿cómo puedo estar seguro de que no rodará hacia algo o peor, hacia alguien?

Johnson y yo somos sólo dos de millones que batallamos con el trastorno obsesivo compulsivo, un trastorno de la ansiedad caracterizado por pensamientos molestos y angustiantes, y rituales repetitivos orientados a desplazarlos. Somos un grupo ecléctico que abarca cada muestra representativa imaginable de la sociedad, y combatimos una mezcla igual de ecléctica de obsesiones y compulsiones.

A algunos de nosotros nos obsesiona la contaminación, a otros, lastimar personas, y a otros más, la simetría. Casi todos nosotros podemos encontrar algo que nos obsesione en un restaurante.

En ocasiones, el problema es el elemento de exhibición que hay en el comedor, lo que significa que tenemos que ocuparnos de nuestros rituales con frecuencia penosos bajo la mirada de tantos extraños mientras tratamos de que no nos cachen. O podría ser el preocuparnos por que la comida y la gente que la sirve sean seguras.

Muchas de las situaciones que inquietan personas con trastorno obsesivo compulsivo -- conducir, por ejemplo -- provocan al menos cierto nivel de ansiedad en prácticamente todo el mundo. Sin embargo, los restaurantes están diseñados para ser tranquilizadores y relajantes. Es una de las razones principales por las que la gente come fuera.

Para muchos de nosotros con trastorno obsesivo compulsivo, esos placeres son invisibles. Entramos a un comedor calmado y civilizado, y vemos cosas que no podremos controlar. Esto alimenta directamente uno de los temas unificadores del trastorno: una incapacidad con frecuencia agobiadora de manejar lo desconocido.

Amenaza
“La amenaza común, creo yo, tiene algo qué ver con la certidumbre”, dijo el doctor Michael Jenike, director médico del Instituto de Trastornos Obsesivo Compulsivos del Hospital McLean en Belmont, Massachusetts, afiliado a la Escuela de Medicina de Harvard. “Si se padece el TOC, sin importar la modalidad, parece haber algún problema con tener certeza de las cosas, ya sea que sean seguras o que se hicieron correctamente”.

Si la falta de certidumbre es nuestro reto común, entonces evitar la incertidumbre es nuestra búsqueda común. Para algunos de nosotros combatir el trastorno obsesivo compulsivo significa tallarse las manos para estar seguros que están limpias o revisar y volver a revisar todo a nuestro alrededor en el nombre de la seguridad. Para otros, es la necesidad de arreglar varios artículos en cierto orden o repetir acciones en secuencias rituales en un intento vano por remover la duda.

Estas excentricidades conducen a algunas complicaciones serias en nuestras vidas, en especial cuando nos encontramos en un lugar que dispara la conducta obsesiva compulsiva como un restaurante. Una vez que Johnson logra atravesar la puerta, con frecuencia necesita probar unas cuantas mesas buscando una que se sienta bien, mientras un capitán de meseros observa frustrado.

En lo personal, me siento bien casi con cualquier mesa, aunque las tambaleantes pueden significar un problema grave. Tengo obsesión verificadora, lo que significa que me invade el temor de que otras personas resulten lesionadas por algo que yo haga o deje de hacer. Sentado a una mesa poco menos que maciza, conjuro imágenes de compañeros comensales aplastados o lastimados de alguna otra forma si yo no notifico la gerencia del restaurante. A esto se le denomina compulsión de informar en la jerga del trastorno, y antes de que aprendiera a combatir estos impulsos, hablé con muchos gerentes.

Olvida el mantel, me dice mi amigo Matt Solomon; es lo que está encima de la mesa, y precisamente dónde está, lo que realmente importa. Solomon es un abogado de 39 años de Fort Worth que padece compulsiones de orden. Para disfrutar una comida, tiene que separar el salero y el pimentero, e, idealmente, colocar un servilletero o cualquier otra cosa que divida en medio.

¿Por qué? No puede responder eso como tampoco Johnson puede decir porqué tiene que masticar la comida en series de tres bocados o tomar sus bebidas en tres sorbos a la vez. El tres es su número mágico. Esa es la respuesta más refinada con la que cualquiera de nosotros puede explicar nuestras compulsiones, rituales que comprendemos son totalmente ilógicos.

Algunas de nuestras otras preocupaciones pueden parecer familiares. Supongo que todas las cafeterías, por ejemplo, han notado y quizás hasta batallado para remover esas manchas blancas de detergente que en ocasiones se ven en los cubiertos. Sin embargo, son pocos, supongo, los que han llegado al grado de Jared Kant para deshacerse de ellas. Kant es ayudante de investigador de 24 años que vive en las afueras de Boston y padece temores obsesivos a la contaminación. (Me fijé en él por primera vez cuando leí el escrito autobiográfico que escribió sobre vivir con el trastorno obsesivo compulsivo.)

El año pasado fue a un restaurante de comida china con varios amigos, uno de los cuales señaló que los cubiertos estaban manchados y parecían sucios. Kant recogió todos los que había en la mesa e intentó esterilizarlos sosteniéndolos sobre la flamita en el centro de un platón con diversos platillos, con lo que atrajo rápidamente la atención de su mesero.

Ah, meseros y meseras. Y cantineros. Para algunos que padecen el trastorno obsesivo compulsivo, el éxito o el fracaso de una comida puede depender del aspecto del personal de un restaurante.

Solomon, por ejemplo, se siente obligado a inspeccionar las manos de quienquiera que lo atienda. Las cortadas y raspaduras son objetables porque, en su mente, pueden conducir a contraer una enfermedad que podría matarlo.

Como parte de mi obsesión de vigilancia, una de mis preocupaciones es que los gérmenes de mi boca dañarán otras personas. Aun cuando trato de mantener los dedos lejos de los labios y sus gérmenes cuando como, lo logro en pocas ocasiones (no es tan fácil como parece). Al terminar de comer, creo que mis manos están contaminadas. El problema es que necesito que alguien garabatee mi firma en la cuenta. Con suerte, habré recordado llevar mi propio bolígrafo; de no ser así, es posible que sienta la urgencia de “lavarme las manos en la mesa”, un pequeño truco que he ideado al correr de los años: uso el agua fría condensada en el exterior de un vaso para eliminar los gérmenes. (Por cierto, olviden lo de secar las manos; la servilleta sólo las volvería a contaminar.)

Una vez que queda firmada la cuenta, me tengo que asegurar de que realmente está firmada. En mis peores momentos, he abierto y cerrado la carpetita una y otra vez viendo mi firma en cada ocasión, pero sin poder sentirme seguro. He dejado la mesa sólo para regresar a checar otra vez. Y una vez más.

Hay ayuda disponible por medio de una terapia denominada exposición y prevención de la respuesta. Como lo indica su nombre, la técnica requiere que la gente con trastorno obsesivo compulsivo se exponga a situaciones que desencadenan las obsesiones para evitar actuar. La terapia parte de resolver ansiedades de bajo nivel para proseguir después.

Con la limpieza en los restaurantes, por ejemplo, es posible que el terapeuta pida a su paciente que clasifique su ansiedad respecto de los desafíos desde tocar cubiertos manchados hasta comer de un plato manchado. Luego, le pediría que enfrentara esas situaciones combatiendo la compulsión por limpiar o reemplazar las cosas manchadas.

Con la terapia, se intenta alterar la conducta, pero al parecer altera mucho más que eso. El doctor Sanjaya Saxena, director del programa de trastornos obsesivo compulsivos de la Universidad de California en San Diego, dijo que la terapia de exposición y prevención de la respuesta “ciertamente cambia el cerebro en el nivel molecular: es decir, en el nivel de proteínas particulares que se manifiestan y se crean, y en el de la función neurotransmisora”. En ese sentido, expresó, “la terapia conductual es una terapia biológica”.

No soy neurólogo del cerebro. Casi no entiendo nada de proteínas y neurotransmisores. Sin embargo, mi propio trabajo extenso con esta forma particular de tortura (es decir, tratamiento dirigido) con medicamentos, me ha permitido progresivamente recuperar gran parte de la vida que me robó el trastorno.

En la actualidad, viajo muchísimo, comparto mi historia de recuperación y trabajo con grupos como la Fundación Obsesivo Compulsiva para elevar la conciencia. En mi trabajo como presentador en un noticiero de radio, no tengo que comer fuera demasiadas veces, pero cuando estoy viajando por cosas relacionadas con el trastorno, termino comiendo en un montón de restaurantes. Puedo decir con toda honestidad que empiezo a disfrutarlo. De hecho, aunque todavía me gusta tomar agua helada con las comidas, con frecuencia encuentro que estoy bebiendo del vaso y no lavándome con él.