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La tensión y el estrés, son rampas deslizantes hacia la depresión

La tensión y el estrés, son rampas deslizantes hacia la depresión
Diario Vasco.
La tensión y el estrés, son rampas deslizantes hacia la depresión
 La felicidad tiene que ver con una administración inteligente del deseo. Es lo que opina el psiquiatra Enrique Rojas, que ofrecerá hoy una conferencia en Donostia bajo el título, Adiós depresión, organizada por el Teléfono de la Esperanza. «La tensión y el estrés en que vivimos son una rampa hacia la depresión, el mal de nuestro tiempo», dice. A este tema ha dedicado su último libro, La depresión. En busca de la felicidad razonable, un clásico en las listas de libros más vendidos.            – La depresión, ¿mal de nuestro tiempo?

– En España hay entre 5 y 6 millones de gente con depresión . Es la segunda causa de baja laboral después de las enfermedades comunes. Y ello ocurre en media Europa.

– ¿Por qué la depresión se ha con vertido en la gran epidemia de las sociedades modernas?

– La tensión y el estrés son rampas deslizantes hacia una geografía psicológica que se llama depresión.

– El origen de la enfermedad, ¿no está en la tristeza y la pena?

- Ocurre que el final de muchos estados de ansiedad la es la tristeza y la pena. Los síntomas más importantes de la depresión son la tristeza, la melancolía, la apatía, la falta de ganas, la falta de visión de futuro y una mirada negativa hacia atrás.
 -   En el origen de la depresión está es estrés…
- Muchas situaciones de estrés acaban en depresión. Pero hay dos polos opuestos dentro de la enfermedad. La exógena es debida a acontecimientos de la vida. Y la endógena es hereditaria y bioquímica.
 – Los motivos de estos tipos de depresión, ¿son distintos?
– En la depresión exógena hay dos motivos fundamentales. En la mujer, los fracasos afectivos y familiares. Y en el hombre, las frustraciones profesionales y económicas. Existen tres veces más depresiones en la mujer que en el hombre en la Unión Europea.
 – ¿Por qué la mujer se deprime más que el hombre?
– Por la endocrinología de la mujer, porque es ella la que transmite el manantial afectivo y porque hay episodios conocidos como los síndromes de la vida genital femenina.
 – A saber....
– Está el síndrome de tensión premenstrual, que puede dar lugar a una minidepresión unos días antes de la regla. Está la depresión postpato; la que se produce tras un aborto; la del embarazo, que es muy rara; y la de la menopausia, un momento de gran cambio hormonal y psicológico en la mujer.
– Cuando había que pelear por la comida, nadie se deprimía. ¿Nos hemos complicado?
- En los países más pobres del mundo la depresión no se diagnostica porque no se cumplen las mínimas condiciones vitales para que la depresión pueda ser atendida.
- ¿Por qué hay quien se bandea bien con el estrés?

- Hay personas que no saben gestionar bien su horario. No saben decir que no. Acumulan demasiadas actividades en poco tiempo. Quieren ser salsa de muchos guisos y convierten un problema en un drama. Son personas vulnerables al estrés o a la depresión.
 – ¿Se cura la depresión?
 – Se curan del 90 al 95% de las depresiones endógenas. Amor, trabajo y cultura es el gran antídoto para la depresión exógena. Para la endógena, la vacuna antidepresiva, fármacos que previenen la recaída.
 – ¿Por qué unas sociedades con tantas comodidades tienen tanta depresión?
– A veces aspiramos a una felicidad exagerada. Por eso en el libro hablo de la felicidad razonable. La felicidad absoluta se da en el otro barrio.
– Y ni siquiera se puede asegurar...
 – La felicidad razonable está en una buena proporción entre lo que he deseado y he conseguido.
 – Ser moderados, al fin...
 – Yo hablaría de la administración inteligente del deseo. No quererlo todo. Yo soy andaluz y en Andalucía se pregunta: ‘¿Tú qué quieres, chocolate o tajá’. La tajada es la carne. Y se contesta: ‘Yo quiero chocotajá
 – ¿La ‘chocotajá’ es el camino de la infelicidad?
 – Aprender a renunciar con serenidad es madurez.
 – Se nos ofrecen demasiadas cosas...
 – Igual que la madurez es serenidad y benevolencia, el no pedir a la vida más de lo que nos puede dar indica buen equilibrio psicológico.
 – En su decálogo para evitar la tristeza está el clásico ‘Conócete a ti mismo’...
 – Si nos conocemos no nos pedimos lo imposible.
 – ‘Fortalece tu voluntad’ es otro de sus aforismos...
 – La voluntad ayuda, aunque no en la depresión endógena, que es como la diabetes. Se produce un desajuste en la bioquímica cerebral.
 – ¿Su consejo? – Tenga un programa de vida en el que lo principal sea la ilusión. Hay que hacer planes con realis-mo y eficacia. Sin abarcar más de lo que se puede.
 Cristina Turrau
Diario Vasco
Libros relacionados:

estrogenos y salud mental


El estrógeno se considera que juegan un papel importante en la salud mental de la mujer. El retiro repentino de estrógeno, estrógeno fluctuante, y los períodos de bajos niveles de estrógeno se correlaciona con la sostenida disminución significativa del estado de ánimo. La recuperación clínica del parto, la perimenopausia y postmenopausia la depresión ha demostrado ser eficaz después de los niveles de estrógeno fueron estabilizados y / o restauradas.
Los bajos niveles de estrógeno en ratones de laboratorio masculina puede ser una causa del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Cuando los niveles de estrógeno se plantearon a través del aumento de la actividad de la enzima aromatasa en ratones de laboratorio masculino, rituales TOC se redujeron drásticamente. los niveles de la proteína del hipotálamo en el gen de la COMT se incrementan al aumentar los niveles de estrógenos que se cree para volver ratones que aparecen rituales TOC a la actividad normal. Deficiencia de aromatasa, es en última instancia, se sospecha que está implicado en la síntesis de estrógeno en los humanos y tiene implicaciones terapéuticas en seres humanos que tienen el trastorno obsesivo-compulsivo.

 http://www.news-medical.net/health/What-Does-Estrogen-Do-%28Spanish%29.aspx 

GINECOLOGIA

TITULO: Actualización sobre el Síndrome de Insuficiencia Androgénica
AUTOR: Fernandes C, Rennó Jr J, Aguiar Petri Nahas E y colaboradores
TITULO ORIGINAL: Síndrome de Insuficiência Androgênica: - Critérios Diagnósticos e Terapêuticos
CITA: Revista de Psiquiatria Clínica 33(3):152-161, 2006
MICRO: Revisión de los principales criterios diagnósticos y terapéuticos del síndrome de insuficiencia androgénica.


Introducción
Las hormonas sexuales, en especial los estrógenos y los andrógenos, tienen efectos en la modulación estructural y funcional de muchos tejidos genitales. El término andrógeno se refiere a los esteroides con 19 átomos de carbono, precursores obligatorios para la síntesis de los estrógenos, asociados a la masculinidad y a sus caracteres sexuales. En las mujeres ejercen una función esencial sobre la sexualidad, influyen en el deseo, el estado de ánimo, la energía y el bienestar. Los andrógenos y los estrógenos también actúan sobre el sistema nervioso central, en la corteza y en estructuras hipotalámicas y límbicas.
Los andrógenos son los esteroides sexuales más abundantes en el torrente circulatorio. Los andrógenos principales producidos por las mujeres son la testosterona (TT), la adrostenediona (Δ4A), la dehidroepiandrosterona, el sulfato de dehidroepiandrosterona (S-DHEA) y la dehidrotestosterona (DHT). La TT es el representante principal de los andrógenos en las mujeres y circula en el suero en gran parte ligada a las proteínas, principalmente a la SHBG (sex hormone-binding globulin). La parte libre no ligada a las proteínas es la fracción libre de la TT y constituye su porción biológicamente activa.
Aproximadamente el 25% de los andrógenos plasmáticos circulantes son sintetizados directamente por los ovarios y otro 25% por las suprarrenales, mientras que el resto se produce por conversión periférica. La síntesis de estrógenos a partir de los andrógenos se realiza en los ovarios. La hormona adrenocorticotrófica es responsable del estímulo de la función esteroídica de la corteza adrenal como un todo y, por ende, estimula la secreción androgénica por la zona reticular adrenal. Por otro lado, las hormonas luteinizante y folículo estimulante regulan la síntesis de estrógenos a partir de los andrógenos en los ovarios. Por otra parte, es muy importante la conversión de esteroides precursores originarios de la adrenal o de los ovarios en andrógenos activos en los tejidos periféricos. Por medio de este mecanismo, la S-DHEA y la Δ4A pueden ser convertidas periféricamente en TT, y en los tejidos blancos en DHT. Otra alternativa es la conversión periférica de estos precursores androgénicos -en especial, de la androstenediona y de la TT- en estrona y estradiol, que puede suceder en varios sitios extragonadales, como el tejido adiposo, la piel, la unidad pilosebácea, los huesos, los músculos, el cerebro y el aparato cardiovascular, entre otros.
Los andrógenos en la posmenopausia
Los niveles plasmáticos de TT descienden en todo el período reproductivo: los observados en mujeres de 40 años representan cerca de la mitad de aquellos encontrados a los 21. Con la menopausia también aparecen alteraciones ováricas morfológicas y funcionales. Debido a la ausencia de actividad folicular y a una reducción significativa en la síntesis de estradiol, la estrona será el estrógeno plasmático predominante en este período. La fuente principal de estradiol en la menopausia es la conversión periférica de los andrógenos. Por otro lado, los ovarios son la fuente principal de TT en mujeres luego de la menopausia natural.
La deficiencia androgénica en mujeres
Los síntomas principales de la deficiencia androgénica en esta población incluyen compromiso del bienestar físico, estado de ánimo disfórico, fatiga persistente sin causa conocida, alteración de la función sexual -que incluye disminución de la libido, de la receptividad y del placer-, persistencia de síntomas vasomotores o de lubricación vaginal insuficiente en mujeres posmenopáusicas con terapia estrogénica (TE) apropiada, pérdida de masa ósea y compromiso de la fuerza muscular, alteraciones cognitivas y de la memoria, afinación o modificación del vello pubiano.
En las mujeres, la deficiencia de andrógenos es normal con el aumento de la edad; además, otras condiciones que alteran la producción de TT incluyen ooforectomía, insuficiencia ovárica y adrenal, hipopituitarismo y enfermedades crónicas. Por último, otra de las causas de reducción de los niveles plasmáticos de TT es el tratamiento con fármacos (corticosteroides, TE).
La medición de los niveles reducidos de TT en suero se dificulta por la ausencia de pruebas de laboratorio confiables y fidedignas pero se han presentado algunos algoritmos para facilitar esa tarea; entre éstos, los autores presentan el propuesto por el consenso de Princenton: ante un cuadro que sugiera síndrome de insuficiencia androgénica (SIA) se debe verificar si la paciente recibió estrógenos. En caso positivo se considerará la terapia androgénica (TA).
Andrógenos y sexualidad femenina
En casi todos los tejidos del organismo femenino existen receptores para las hormonas sexuales con mayor expresión en los órganos genitales y el cerebro, lo que sugiere la influencia de las hormonas sobre la conducta y la sexualidad a nivel central y periférico.
Los niveles plasmáticos muy bajos de estradiol (< 50 pg/ml) por lo general se asocian con molestias como sequedad vaginal, quemazón y dispareunia.
Los andrógenos, por medio de sus efectos nueroestructurales en el hipotálamo y sistema límbico, influyen sobre la liberación de algunos neurotransmisores involucrados en las reacciones de la percepción y el placer. Según las evidencias disponibles, los estrógenos y andrógenos participan en la estructuración de la respuesta sexual femenina al involucrar sus efectos en los genitales y el cerebro.
El tratamiento con estrógenos y andrógenos
Los estrógenos tratan la dispareunia vaginal al mismo tiempo que restauran el epitelio vaginal, el pH y el aporte sanguíneo, pero no se observa mejoría en el deseo y la actividad sexual. Por lo tanto, como monoterapia no han resultado eficaces para solucionar el problema de la libido. De esta manera, hay un interés en la TA cuando se diagnostica una disfunción sexual femenina, más cuando se detecta disminución de la libido.
Como regla general no se debe ofrecer TA a mujeres posmenopáusicas sin el uso concomitante de TE, dado que ésta puede proporcionar una mejoría en el alivio de los síntomas menopáusicos, de la sequedad vaginal y un aumento de la sexualidad femenina, sin requerir TA.
La TE incrementa las concentraciones plasmáticas de SHBG y contribuye en la reducción de la TT libre. Este efecto es más evidente con la administración de este tratamiento por vía oral y se atenúa con otra forma de aplicación.
Casi no existen estudios respecto del uso de la TA sola sin TE o TEP (estrógenos + progestágenos) durante la posmenopausia; en cambio, sí hay con TA asociada a TE o TEP en mujeres posmenopáusicas con evidencias de mejora en el deseo, la respuesta y la frecuencia de la actividad sexual. Por otro lado, no se han publicado trabajos bien controlados acerca de los efectos de la TA en mujeres en la menacma, pero un estudio aleatorizado, a doble ciego, controlado con placebo y cruzado evaluó los efectos de la TT en forma de gel transdérmico en mujeres durante el período de vida reproductiva que referían disminución de la libido. La conclusión señaló una mejoría de la función sexual y del estado de ánimo en las usuarias de TT.
Debe destacarse que, en las mujeres posmenopáusicas bajo TE, el uso de andrógenos no garantiza la protección endometrial; entonces, se requiere el empleo concomitante de progestágenos.
Cómo emplear andrógenos
La TT administrada por vía oral se absorbe a nivel intestinal y se metaboliza e inactiva en el hígado antes de alcanzar los órganos blancos. La capacidad hepática de metabolizar la TT depende de la edad y de la función hepática en sí misma. Así, la forma micronizada no es bien absorbida y los niveles plasmáticos son insuficientes para manifestar el efecto terapéutico; por otro lado, las formas alquiladas -metiltestosterona y fluoximestrona- también pueden administrarse por vía oral. Otra forma útil para esta vía de administración oral es el undecanoato de TT, empleado en algunos países para varones con libido disminuida y deficiencia androgénica; en mujeres también se indica en dosis de 40 mg/día. Las formulaciones orales de esta hormona pueden producir efectos colaterales por su primer paso y metabolización hepática; entre éstos se encuentra la reducción de los niveles plasmáticos del colesterol asociado a lipoproteínas de alta densidad.
La vía parenteral más evaluada para la administración de la TT es la transdérmica, dado que la hormona es bien absorbida por la piel. Las administraciones en gel o parches transdérmicos en dosis de 150 mcg a 300 mcg han dado buenos resultados sobre la sexualidad femenina, que incluyeron mejoría del deseo, la frecuencia, la satisfacción y la actividad sexual en mujeres posmenopáusicas. Además, se sugirió que estas formulaciones en forma de gel o crema podrían aplicarse en los sitios habituales (parte interna de los brazos, muslos y abdomen inferior) y en la región genital (clítoris, pequeños labios). Esta forma de empleo parece aumentar la sensibilidad local, aunque en muchos casos se observe irritación. Otro tipo de formulación para la aplicación genital tópica sería en aceite de petrolato con TT al 2%.
En 2005, la Sociedad Norteamericana de Menopausia (NAMS) concluyó un informe con recomendaciones para la TA en mujeres en el período posmenopáusico (Nams Position Statement, 2005). Las recomendaciones principales comprenden:
  • Son candidatas a TA las pacientes en período de posmenopausia con síntomas de insuficiencia androgénica, excluidas otras causas;
  • No se debe recomendar TA sin TE;
  • No deben utilizarse pruebas de laboratorio para el diagnóstico del SIA;
  • Realizar evaluación inicial de los lípidos y de la función hepática;
  • La TA debe administrarse en dosis bajas y por lapsos cortos;
  • La vía transdérmica (parches, crema, gel) parece preferirse a la oral;
  • Los implantes y las formulaciones intramusculares presentan el riesgo de dosis excesiva;
  • Los productos deberían adaptarse a las necesidades individuales de cada paciente;
  • No existen datos de seguridad sobre la TA en usuarias a largo plazo;
  • Los resultados deben ser evaluados con base en la mejoría de la sexualidad, del bienestar y la aparición de eventos adversos que orientarían a la reducción de las dosis o a la interrupción de la TA;
  • En el inicio deben respetarse las contraindicaciones asociadas con la TE;
  • La TA no debe indicarse en pacientes con cáncer de mama o endometrio, enfermedad cardiovascular y hepática.
Efectos colaterales y riesgos de la TA
Este tratamiento está contraindicado en embarazo, lactancia, ante la presencia de neoplasias andrógeno dependientes, alopecia androgénica, en casos de acné o hirsutismo graves y en aquellos en los que el aumento de la libido puede traer consecuencias indeseables.
Se debe proveer una cantidad de hormonas que causen una concentración plasmática normal o cercana al límite superior para no generar manifestaciones androgénicas masculinas como hirsutismo, acné, calvicie temporal o profundización de la voz. Cuando las hormonas superan el límite, los efectos no son fisiológicos y aparecen manifestaciones farmacológicas, como la hipertrofia del clítoris. Estos efectos desfavorables sobre el perfil lipídico y lipoproteico parecen limitarse administración por vía oral. Debe considerarse la reducción o interrupción del tratamiento en pacientes con exacerbación significativa de la sexualidad, con pensamientos y fantasías en exceso. Por último, no hay estudios concluyentes respecto de la posible relación entre TA y cáncer de mama.

Ref: GINECO
Resumen objetivo elaborado por el
Comité de Redacción Científica de SIIC

en base al artículo original completo
publicado por la fuente editorial.
Sociedad Iberoamericana de Información Científica (SIIC)
2002

 © 1997-2007 Laboratorios Bagó S.A.
http://www.bago.com/BagoArg/Biblio/ginecoweb358.htm

Aspectos psicológicos del ciclo menstrual.
 
Tanto los científicos como los no profesionales saben que las mujeres experimentan cambios emocionales o de humor según la fase del ciclo menstrual en la que se encuentren. En este apartado revisaremos las pruebas acerca del carácter y la medida en que se producen estos cambios de humor y de comportamiento y su relación con los ciclos hormonales del ciclo menstrual.

En 1931, los investigadores denominaron tensión premenstrual a los cambios de humor que se producen en los tres o cuatro días inmediatamente anteriores a la menstruación (más o menos, entre los días 23 y 26 ó 28 del ciclo). Esta fase se caracteriza por los sentimientos negativos, que se extienden a la depresión, ansiedad, irritabilidad y la baja autoestima. Actualmente disponemos de una extensa bibliografía sobre este fenómeno y sobre el más general de las fluctuaciones de humor y de conducta correspondientes al ciclo menstrual.

Para documentar la existencia del síndrome premenstrual, se han utilizado cuatro tipos de estudios.

a) En primer lugar, se ha tratado de correlacionar las conductas observables con las fases del ciclo. Por ejemplo, se ha descubierto que una importante proporción de suicidios y actos criminales de violencia cometidos por mujeres tienen lugar durante los cuatro días premenstruales y los cuatro menstruales del ciclo. El 45% de las mujeres trabajadoras que enferman, el 46% de las que reciben atención psiquiátrica y el 52% de las que ingresan por urgencias a causa de accidentes se encuentran en el período de los ocho días premenstruales o menstruales. Además, las madres del 54% de los niños que llegan a los centros de salud con pequeños resfriados se encuentran en los ocho días premenstruales y menstruales, lo que quizá indique un aumento de su ansiedad en esos días. Por tanto, el síndrome premenstrual puede tener consecuencias importantes y de largo alcance.

Por otra parte, conviene señalar que los ocho días premenstruales y menstruales constituyen el 36% del total de un ciclo. Por tanto, una estadística como "el 49% de los actos criminales cometidos por mujeres se produce en estos días", que parece un tanto impresionante dicho así, quizá no represente un incremento sustancial o significativo con respecto al 36% que puede esperarse al azar. E incluso contando con estos presuntos efectos hormonales, hay que hacer notar que las mujeres cometen muchos menos crímenes que los hombres. Otros estudios que han tratado de demostrar cambios conductuales durante el ciclo menstrual no han descubierto tales fluctuaciones con respecto al rendimiento intelectual ni al tiempo de reacción.


b) El segundo tipo de estudio utilizado para documentar el síndrome premenstrual se basa en cuestionarios en los que se pide a las mujeres que informen en retrospectiva de sus síntomas y estados de ánimo en distintas fases del ciclo. Tales estudios carecen en gran medida de utilidad porque los relatos retrospectivos, sobre todo en fenómenos tan evanescentes como los estados de ánimo en relación con el ciclo menstrual, son muy poco fiables y no está demostrado que se correlacionen con otros indicadores del síndrome premenstrual; es decir, no está comprobada su validez.


c) El tercer tipo de estudio utiliza informes diarios de las mujeres a lo largo del ciclo. Esos estudios suelen poner de manifiesto estados de ánimo positivos en torno al momento de la ovulación y diversos síntomas premenstruales, como ansiedad, irritabilidad, depresión, fatiga y dolores de cabeza.


d) El cuarto enfoque evita las preguntas directas sobre los síntomas a las mujeres, utilizando, en cambio, una técnica proyectiva, según la cual las participantes cuentan relatos a intervalos regulares durante el ciclo. Estas historias se someten a examen, asignándoles una puntuación normalizada según los temas que traten. Un ejemplo de este enfoque es un estudio en el que grabaron los relatos espontáneos de 26 estudiantes universitarias en los momentos correspondientes a su ovulación y premenstruación durante dos ciclos menstruales, puntuando las historias mediante una escala determinada. Descubrieron que estas mujeres normales mostraban una ansiedad muy elevada con respecto a la muerte, la mutilación y la separación en la época premenstrual, mientras que, durante la ovulación, la confianza en sí mismas y la autoestima eran mayores.

Ahora veremos unos ejemplos de una mujer durante la ovulación:

"Cogimos nuestros esquíes y los colocamos en la baca del coche, partiendo hacia el norte. Solíamos dar largos paseos por la nieve, y eso resultaba fantástico, tranquilo y pacífico".

La ansiedad con respecto a la mutilación de la misma mujer, durante el periodo premenstrual:

"... giró, dio unos bandazos y volcó. Recuerdo cómo caía ese coche sobre rni mano, cómo me cortaba y toda aquella sangre extendida en el suelo. Después creyeron que la mano estaba rota porque, en cuanto me tocaba el dedo, sentía como si un clavo me atravesase la mano".

De otra mujer, en la ovulación:

"Hablo de mi viaje a Europa. Fue el mejor verano de mi vida. Nos encontramos con gente fabulosa en todos los sitios adonde fuimos y nos ocurrieron las cosas más extraordinarias".

La hostilidad de esta misma mujer, en la premenstruación:

"... hablo de mi hermano y de su mujer. La odiaba. Es que no podía aguantarla... Solía hacer cosas terribles para separarlos".

En resumen, los resultados de la investigación, utilizando estos enfoques, indican que el estado de ánimo fluctúa según las fases del ciclo menstrual.
Resulta tentador especular que estos cambios de ánimo estén relacionados con las variaciones de los niveles hormonales que se producen durante el ciclo o, quizá incluso, que estén provocados por ellos. En concreto, parece que los elevados niveles de estrógenos (en la ovulación) están relacionados con estados de ánimo positivos, mientras que los bajos niveles premenstruales de estrógenos se relacionan con estados de ánimo negativos.

No obstante, sobre la base de una serie de aspectos, esa conclusión ha recibido importantes críticas.

En primer lugar, prácticamente todos los datos presentados para apoyar esta postura (con las excepciones que mencionamos a continuación) son de carácter correlaciona!; por tanto, en el mejor de los casos, las inferencias causales efectuadas a partir de los mismos constituyen un procedimiento desafortunado. Es decir, los datos sólo demuestran una correlación entre la fase del ciclo o los niveles hormonales y el estado de ánimo. Esto no garantiza la corrección de la inferencia de que las hormonas causen o influyan en el estado de ánimo. De tales datos, también podría extraerse la conclusión de que el sentido de la causalidad fuese el inverso: los factores psicológicos influirían en los niveles hormonales y en la fase del ciclo menstrual. Por ejemplo, los textos de ginecología dicen que el estrés puede retrasar la menstruación o precipitar su comienzo; en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, muchas mujeres dejaron de menstruar. Asimismo, los factores sociales también pueden influir; por ejemplo, las mujeres que viven juntas en un dormitorio universitario van sincronizando sus ciclos menstruales a medida que avanza el curso académico. En resumen, la inferencia de que el nivel hormonal influye en el estado de ánimo no puede justificarse por completo sobre la base de los datos disponibles, aunque otras evidencias que pudieran encontrarse permitieran decidir sobre la validez de la conclusión.

Un estudio que, en parte, responde a la objeción sobre los datos correlaciónales, consistió en otorgar puntuaciones a las historias relatadas en cuatro ocasiones por 102 mujeres casadas, durante el mismo ciclo menstrual: en los días 4,10 y 16 del ciclo y dos días antes de comenzar la menstruación. Se recogieron también otros datos para tratar de disimular el objetivo del estudio. Se clasificó a las mujeres en tres grupos:

1) las que no tomaban anticonceptivos orales y nunca lo habían hecho;

2) las que tomaban una pildora combinada (las pildoras combinadas proporcionan una elevada dosis regular de estrógenos y pro-gestina (progesterona sintética), durante 20 ó 21 días], y

3) las que tomaban píldoras de tipo sucesivo (estrógenos durante 15 días, seguidos de estrógenos y progestina durante 5 días, semejantes al ciclo natural, pero en cantidades más elevadas).


Las mujeres que no tomaban ninguna clase de pildoras experimentaban variaciones estadísticamente significativas de sus niveles de ansiedad y hostilidad durante el ciclo menstrual, como habían puesto de manifiesto otros estudios anteriores. Las mujeres que tomaban las pildoras sucesivas mostraron los mismos cambios de humor que las que no tomaban pildora alguna, lo que concuerda con el resultado previsto, ya que su ciclo hormonal artificial concuerda, a su vez, con el natural. Las mujeres que tomaban pildoras combinadas no mostraron los cambios de humor correspondientes al ciclo menstrual: sus niveles de hostilidad y ansiedad permanecieron constantes.

En consecuencia, parece que un nivel elevado y regular de ambas hormonas lleva a un estado de ánimo constante. Este estudio constituye un pseudoexperimento con respecto a los niveles hormonales, respondiendo, por tanto, en parte, a las objeciones sobre las inferencias causales en las relaciones entre las hormonas y la conducta.

La segunda crítica formulada sobre esta área de investigación consiste en que la expresión síndrome premenstrual (SPM) o síndrome de tensión premenstrual está definida vagamente. Por ejemplo, algunos autores la describen de forma muy amplia, de manera que incluya "cualquier combinación de características emocionales o físicas que se produzcan de forma cíclica en la mujer antes de la menstruación". Aunque sea conveniente saber qué porcentaje de la población femenina está aquejada de síntomas premenstruales, las estimaciones de dicho porcentaje varían considerablemente de una investigación a otra.

En un estudio, se encontró que la irritabilidad premenstrual aparecía en el 69% de la muestra; la depresión, en el 63%, y ambos síntomas en el 45%. En otro estudio, en las respuestas a un cuestionario, entre el 30 y el 50% de 839 mujeres jóvenes casadas indicaban ciclos de los estados de ánimo con respecto a la irritabilidad, la tensión y la depresión. Por otra parte, otro investigador señaló que el 56% de las mujeres de su muestra no mencionaba ningún síntoma significativo de tensión premenstrual. Ante la vaguedad de la definición, no sorprende la falta de consistencia de estas estimaciones y, hasta que no se defina el "síndrome" con mayor claridad, no podremos tener una estimación precisa de su incidencia. Al menos, a partir de estos datos, podemos concluir que el síndrome premenstrual dista mucho de tener un carácter universal entre las mujeres. Es posible que el 50% no lo padezca.

Un tercer problema, muy real, de esta área de investigación es el de las expectativas de los participantes. Es posible que quienes intervienen en estas investigaciones mencionen más sentimientos negativos premenstruales a causa del carácter normativo social de esos sentimientos (lavado de cerebro mediante los anuncios de fármacos menstruales) o porque creen que el investigador espera que aparezcan, dado que las mujeres son conscientes de su interés por su ciclo menstrual.

Unos investigadores realizaron un inteligente experimento para determinar si las expectativas de las personas influyen en sus informes sobre los síntomas premenstruales. Sometió a prueba a estudiantes universitarias en el sexto o séptimo día anterior al comienzo del siguiente período menstrual. Se les informó que participarían en un estudio sobre una nueva técnica para predecir la fecha de la menstruación mediante el electroencefalograma (EEG), método que ya había sido comprobado con éxito con mujeres mayores. Efectuado el EEG, se informaba a la mujer en cuestión de cuándo se produciría su siguiente período menstrual, dependiendo de a cuál de los tres grupos experimentales hubiera sido asignada:

1) se le decía que estaba en situación "premenstrual" y que su período se cumpliría en uno o dos días;

2) se le informaba que estaba en situación "intermenstrual" o "a mitad del ciclo" y que no tendría que esperar la regla hasta pasado un período entre una semana y diez días, o

3) no se le daba ninguna información sobre la fecha prevista de menstruación (grupo control).

A continuación, las mujeres rellenaban un cuestionario de informe personal sobre trastornos menstruales. Los resultados mostraron que quienes creían que estaban en fase premenstrual manifestaban una retención de agua, dolores y cambios de los hábitos alimenticios significativamente mayores que las que pensaban que se encontraban en la mitad del ciclo. (En realidad, no existían diferencias significativas entre las mujeres de estos grupos con respecto a la aparición de sus reglas respectivas.) No obstante, sobre las apreciaciones de estados de ánimo negativos, no se registraron diferencias significativas entre los grupos. Este estudio indica que probablemente, debido a las ideas aprendidas, las mujeres sobreestimen los cambios que se producen en los estados corporales durante el ciclo menstrual. Cuando creen estar en fase premenstrual, mencionan más problemas que cuando piensan que se encuentran en medio del ciclo.

En la investigación del ciclo menstrual surge un problema sutil de interpretación. La conclusión típica es que los síntomas aumentan o que el estado de ánimo es negativo en la fase premenstrual. Sin embargo, quizá este estado sea el "habitual", produciéndose, de hecho, una disminución de los síntomas o la modificación positiva del estado de ánimo en el momento de la ovulación. Se trata, en realidad, del problema de establecer una línea base de conducta; pero, ¿cuál tiene que ser? ¿Debe ser el promedio de los varones? ¿O los varones son irrelevantes con respecto a estas investigaciones? Es una cuestión compleja que hace falta resolver.

Conviene señalar también las tremendas influencias culturales en los cambios de humor dentro del ciclo menstrual. Muchas sociedades y religiones primitivas consideran impura a la mujer menstruante, apareciendo diversos tabúes que impiden que su impureza se extienda a otros. Por ejemplo, puede que no se le permita cocinar mientras menstrua o, incluso, que se la aisle del resto de la comunidad, manteniéndola en una cabaña independiente, fuera del poblado. Estas supersticiones se hacen más sutiles en el mundo occidental moderno, pero persisten. Por ejemplo, muchas parejas se abstienen de las relaciones sexuales durante el período de la mujer. Una encuesta realizada a 960 familias de California puso de manifiesto que la mitad de los hombres y las mujeres nunca habían mantenido relaciones sexuales durante la menstruación.

Existen también diversas pruebas de las influencias culturales sobre los trastornos menstruales. Por ejemplo, se compararon grupos de mujeres casadas, según sus preferencias religiosas, en relación con sus actitudes frente a la menstruación y las variaciones de la ansiedad durante el ciclo. La mayoría de las judías y las católicas dijo que nunca practica el sexo durante la menstruación, frente a menos de la mitad de las protestantes. Estas últimas no experimentan grandes variaciones de su nivel de ansiedad entre la ovulación y las fases premenstruales, mientras que las católicas mostraban fluctuaciones extremas. Estas variaciones culturales con respecto a las actitudes y síntomas menstruales pueden relacionarse con la enseñanza religiosa sobre la menstruación. En todo caso, las mujeres protestantes, católicas y judías tienen los mismos ciclos hormonales, pero los ciclos psicológicos correlativos son diferentes, lo que indica que dichos ciclos están, sin duda, influidos por la cultura.

Por último, esta área de investigación ha prestado poca atención a los mecanismos de afrontamiento. La mayoría de las mujeres no se anega en lágrimas ni queda reducida a un estado de incompetencia entre tres y seis días de cada mes. No cabe duda de que elaboran mecanismos para afrontar los cambios de humor, sobre todo si éstos son regulares y previsibles. En realidad, sería razonable esperar que aquellas que experimentan mayores cambios de estado de ánimo elaborasen las mejores estrategias para afrontarlos. Por desgracia, disponemos de pocas pruebas empíricas sobre estas cuestiones. Parece ser que la estrategia más corriente consiste en aumentar la actividad, "mantenerse ocupadas". Otro mecanismo de afrontamiento es aumentar el tiempo dedicado al sueño, una especie de escapatoria, aunque también es un medio práctico para atajar las sensaciones de fatiga. Además, como el síndrome premenstrual es tan conocido, es fácil combatir los síntomas asociados, como la depresión (la mayoría de las mujeres reconocen rápidamente que la depresión está relacionada con el principio de la menstruación, dedicándose a sus cosas y despreocupándose de los graves problemas psicológicos que padecen, porque saben que esos síntomas desaparecerán a los pocos días).

Los enfoques feministas de la ciencia indican a menudo interpretaciones alternativas de los fenómenos. Pero también es cierto que las perspectivas de los distintos grupos étnicos sugieren nuevas interpretaciones. Las mujeres indias norteamericanas creen que la menstruación es un momento para centrarse y equilibrarse. El flujo que sale del cuerpo lava todas las impurezas y las cosas negativas que han ocurrido durante el mes. Reflejando la íntima conexión del pueblo indio con la naturaleza, la mujer india alude al período menstrual como estar "en la luna", que se considera un momento positivo.




http://www.proyectopv.org/2-verdad/aspectospsicol.htm

trasnorno disforico Premenstrual

trasnorno disforico Premenstrual

Los cambios de humor y los edemas son dos síntomas frecuentes del síndrome premenstrual (SPM), aunque entre el 5 y el 8 por ciento de las mujeres sufren una condición mucho más grave, llamada trastorno disfórico premenstrual (TDPM).



El tema es especialmente importante por cuanto el compromiso anímico que implica puede llegar a trastornar la vida de una mujer, limitando y comprometiendode manera profunda su historia y calidad de vida. Para hablar de ello es fundamental mantener una mirada holística de tal manera de no olvidar que tanto cuerpo como psiquis hacen el todo humano y es en esta unión que encontramos su complejidad y grandeza. Ahora bien, existen fenómenos que están más influenciados por el elemento fisiológico o bien por el psicológico y se debe prestar atención a aquello que principalmente está generando el trastorno para de esta forma realizar adecuadamente el diagnóstico y el tratamiento.



La disforia premenstrual es una variante severa del Síndrome Premenstrual que afecta aproximadamente al 5% de las mujeres en edad fértil, sin diferencias socioeconómicas, geográficas, étnicas, culturales o temporales. Esta enfermedad es descrita ya desde la menarquia pero su prevalecía se encuentra entre la tercera y la cuarta década de la vida y con tendencia a permanecer hasta la menopausia y a remitir de manera espontánea en cierto porcentaje de casos. Se ha reportado que la sintomatología comienza o se agrava luego de los partos, con la edad, al comenzar o suspender los anticonceptivos orales o luego de someterse a esterilización tubaria.



Las variables clínicas asociadas con el TDP son el antecedente de Trastorno Depresivo Mayor o depresión post parto, los cuales también se presentan con mayor frecuencia luego de diagnosticado TDP. En general los síntomas aparecen cerca de la ovulación o durante las dos semanas previas a la menstruación, y finalizan por completo unos días después del inicio de la menstruación.



Síntomas característicos:

•Irritabilidad

•Enfado

•Ánimo deprimido

•Ansiedad

•Labilidad afectiva

•Fatiga

•Apetencia por Carbohidratos

Personalidad y Trastorno Disfórico Premenstrual



Ningún ser humano es igual a otro. Cada personalidad individual es el resultado final de una interacción entre un conjunto único de factores biológicos y del medio. Sin embargo, hay características que se repiten en cierto tipo de personas y que han llevado a los psicólogos a agruparlas como tipos de personalidades. De este modo, existirían diferentes tipos de personalidades, entendiendo que el nombre de cada estilo de personalidad obedece al rasgo central presentado en el sujeto. Ahora bien, es importante señalar que el TDPM viene a alterar el estado anímico y conductual de la paciente, exacerbando algunos rasgos ya presentes en la personalidad, desequilibrando el manejo de la conducta en términos de tristeza, rabia, alimentación y relaciones, influyendo de manera más o menos importante de acuerdo a la gravedad del TDPM y al tipo de personalidad que lo padezca. Pero jamás va a cambiar el tipo de personalidad de la paciente porque eso ya estaría estructurado en la persona. Por lo tanto, si bien existen síntomas comunes en el TDPM podemos pensar que de acuerdo a la personalidad de la paciente éstosserían vivenciados de manera diferente.



Tipos o Estilos de Personalidad:



. Personalidad Depresiva

. Personalidad Obsesiva

. Personalidad Histriónica

. Personalidad Narcisista



Personalidad Depresiva: se caracteriza porque tiene en su sí mismo, en términos de identidad y autoestima, un exagerado y distorsionado énfasis en las relaciones interpersonales como fuente de valoración. Un sujeto en que su estabilidad depende de la valoración de los otros, es decir de cómo lo ven o cuánto lo aprecian. Pueden haber dos vertientes:



- El depresivo preocupado del abandono, la soledad, de ser desvalido, es decir el depresivo centrado en el otro.



- El depresivo autocrítico, autoexigente, preocupado de su autonomía, fracaso, culpa, de sentimientos de incapacidad, esto es dominado por su objeto interno, siendo muchas veces tirano consigo mismo.



Por las características mencionadas si una mujer es de personalidad depresiva y además padece un TDPM claramente este trastorno afectará de manera radical su vida por cuanto el TDPM interfiere de manera importante en las relaciones ya sea familiares de pareja o laboral, generando mayor sentimiento de minusvalía o de culpa.



Personalidad Obsesiva: Se observa un carácter obsesivo con síntomas que aparecen a nivel del cuerpo, la conducta y el pensamiento. En el cuerpo aparecen compulsiones de limpieza, en la conducta compulsiones tipo rituales y en el pensamiento a través de ideas obsesivas.



La problemática nuclear del obsesivo es mantener los impulsos sexuales y agresivos bajo control porque los sienten incontrolables y negativos. Se caracterizan por ser limpios, muy ordenados u obstinados funcionando en polaridades, vicio - virtud, limpio - sucio, ordenado - desordenado. Suelen ser muy críticos, hostiles con la palabra, de un lenguaje escrupuloso. En general avaro porque no pueden entregar ya que entregar es entregarse al otro. Tienden a dividir en las relaciones más cercanas el tipo de vínculo, por ejemplo, no tener vida sexual con su esposa porque la viven como pura - madre y a tener relaciones fuera porque la otra mujer sí puede gozar. En este tipo de personalidad un TDPM exacerbaría el elemento agresivo generando gran perturbación para la mujer y tal vez mayor separación a nivel relacional. También puede aparecer una elevada preocupación por lo corporal.



Personalidad Histriónica: el rasgo central es que todo lo que hace es para evitar el sentimiento de exclusión, ser centro para no ser excluido. La exclusión es especialmente dolorosa por lo cual necesita ser histriónica, ser capaz de expresar y con eso llamar la atención y no necesariamente de manera positiva. Su comportamiento a nivel afectivo es sobre reaccionar emocionalmente, una desproporción entre el estímulo y la respuesta, siendo personas cálidas se involucran demasiado. Tienden a ser lábiles emocionalmente, muy inestables. Pero poseen una buena capacidad para interactuar socialmente. Muestran una baja tolerancia a la frustración, mucha rabia, "pataletas", pena. Las histéricas se mueven en tres posibilidades de afecto: entre la rabia y el rencor, celos y rivalidad, acto y vergüenza.



Muchas veces se muestran hipersexuales o sexy sin lograr concretar de manera adecuada el acto. También hay una variante de histeria "la bella indiferencia" que se muestra muy recatada, seria y poco abierta a las relaciones sociales, pero en el fondo este silencio conductual y expresivo es la forma de atraer al otro y llamar su atención. Como se puede ver en este tipo de personalidad lo emocional juega un rol importantísimo de tal manera que un TDPM es un elemento patógeno altamente nocivo en su estabilidad interna y relacional, la irritabilidad, la labilidad y la tristeza comandarían de manera desadaptativa su interacción con los demás.



Personalidad Narcisista: esta personalidad tiene una imagen sobre valorada de sí mismo pero centrada, su comportamiento y acción, en la necesidad de lograr admiración de los demás. Puede incluso aparecer el elemento de grandiosidad como una cáscara que si se agrede se rompe y la persona tiende a deprimirse al ver el vacío. A nivel patológico en un narcisismo maligno se agregan aspectos sádicos y en la psicosis la megalomanía como ser el rey de reyes. Aparecen en general necesidad de logros, éxito, belleza, brillantez. Son demandantes y la gratitud no es un afecto muy característico en ellos porque sienten que no deben reciprocidad; no es un favor es un deber del otro hacia ellos. Frente a la crítica sienten mucha rabia, presentan dificultad para empatizar, tienden a idealizar a los que los admiran y desvalorizan a los que no. Las pérdidas les provocan bastante dolor y herida que se vive con mucha rabia, impotencia, suelen hacer duelos patológicos. Las depresiones y duelos son serias. De esta forma, un TDPM en una mujer narcisista afecta su imagen, física y psicológica y su ánimo pudiendo generar una elevada irritabilidad y tristeza.





En términos generales el TDPM afecta el área emocional a nivel de tristeza e irritabilidad generando mayor trastorno en la medida en que la personalidad de la paciente sea menos o más adaptativa. Por lo tanto, en tales casos sería recomendable trabajar no sólo el TDPM sino también los conflictos psicológicos que su personalidad mantiene a través de un tratamiento interdisciplinario con psicólogos.











Diferencias entre hombres y mujeres en los trastornos de ansiedad:
una aproximación psicobiológica
[pp. 20-29]

M. Carmen Arenas (Dpto. Psicobiología, Facultad de Psicología, Universitat de Valencia),
Araceli Puigcerver (Dpto. Psicobiología y Metodología de las Ciencias del Comportamiento, Facultad de Psicología, Universidad de Málaga)


Los trastornos de ansiedad son, en la actualidad, enfermedades psiquiátricas muy frecuentes e incapacitantes. Las mujeres en edad reproductiva son más vulnerables a desarrollar trastornos de ansiedad, aproximadamente entre 2 a 3 veces más que los hombres. Ser hombre o mujer no sólo puede influir en la prevalencia de los trastornos mentales, sino también en la manifestación y expresión de los síntomas, la voluntad para solicitar asistencia médica o psicológica, el curso de la enfermedad, incluso en la respuesta al tratamiento. Cada vez hay pruebas más sólidas de que existen diferencias entre ambos sexos respecto a la anatomía cerebral, la neuroquímica y los patrones de activación y respuesta a los estímulos ambientales; diferencias que pueden influir en la etiología y el curso de los trastornos psiquiátricos. Sin embargo, poco se conoce sobre los factores de riesgo que inducen a las mujeres a desarrollar ciertas psicopatologías. Por ello, en este trabajo pretendemos presentar una breve revisión sobre los aspectos psicobiológicos que pueden contribuir a las diferencias de sexo en los trastornos de ansiedad.

P

Los trastornos de ansiedad y los del estado de ánimo son una de las enfermedades mentales más frecuentes en la actualidad. Sólo en Estados Unidos se estima que 1 de cada 5 personas sufrirá en su vida uno o varios de estos trastornos (Kessler et al., 1994). Según los resultados del proyecto Estudio Europeo de la Epidemiología de los Trastornos Mentales (European Study of the Epidemiology of Mental Disorders, ESEMeD), el 13,6% de la población de seis países europeos (Bélgica, Francia, Alemania, Italia, Holanda y España) ha padecido algún trastorno de ansiedad a lo largo de su vida (prevalencia-vida) y el 6,4% en el último año del estudio (prevalencia-año) (Alonso et al., 2004).
Las mujeres en edad reproductiva son más vulnerables a desarrollar trastornos de ansiedad que los hombres, aproximadamente entre 2 a 3 veces más. De hecho, el 17,5% de las mujeres frente al 9,5% de los hombres habían sufrido algún trastorno de ansiedad a lo largo de su vida; mientras que el 8,7% de las mujeres frente al 3,8% de los hombres habían padecido un trastorno de ansiedad en el último año (Alonso et al., 2004; Carrasco-Galán y Espinar-Fellmann, 2008). Ser hombre o mujer no sólo puede influir en la prevalencia de los trastornos mentales, sino también en la manifestación y expresión de los síntomas, la voluntad para solicitar asistencia médica o psicológica, el curso de la enfermedad, incluso en la respuesta al tratamiento (Phillips y First, 2009; Wisner y Dolan-Sewell, 2009).
El estudio de las diferencias de género en los trastornos mentales es un campo de investigación que recientemente está en alza a nivel preclínico (Horst et al., 2009). Una búsqueda en el MedLine utilizando los términos sexo (sex), género (gender) y ansiedad (anxiety) nos revela que el número de trabajos con seres humanos publicados en inglés en 1990 fue de 96, frente a los 664 en 2006 (Wisner y Dolan-Sewell, 2009). Sin embargo, todavía hace falta mucha investigación para aclarar la relación entre género y psicopatología, como vienen denunciando instituciones internacionales de la salud como American Psychological Association, American Psychiatric Association, National Institute of Mental Health y la Organización Mundial de la Salud (OMS) (Phillips y First, 2009; Wisner y Dolan-Sewell, 2009). La OMS considera que no se estaba prestado apenas atención a los determinantes específicos de cada sexo en los mecanismos que promueven y protegen la salud mental y fomentan la resistencia al estrés y a la adversidad (OMS, 2000). Dos de los objetivos principales que se propuso esta institución al respecto, fueron recoger datos de la prevalencia y las causas de los problemas de salud mental en las mujeres, así como de los factores mediadores y protectores, para formular y poner en funcionamiento medidas de salud que atiendan las necesidades y preocupaciones concretas de las mujeres desde la infancia hasta la vejez (OMS, 2001).
Se han identificado un conjunto de factores que pueden explicar el predominio femenino en los trastornos de ansiedad, así como las diferencias entre los sexos en otros trastornos psiquiátricos. Un grupo de estos factores serían los psicosociales y socioculturales que incluyen diferencias en el tipo de afrontamiento de la persona, rol sexual, pobreza, nivel educativo, estado civil, nivel de ingresos, apoyo social, aislamiento social, adversidades durante la infancia, cambios sociales, normas culturales y vulnerabilidad a la exposición y reactividad ante acontecimientos vitales estresantes. Otros factores que sugieren diferencias de sexo son la comorbilidad previa, la predisposición genética, los rasgos de la personalidad, las hormonas sexuales, la reactividad endocrina frente al estrés, los sistemas de neurotransmisión y los determinantes neuropsicológicos (Grant y Weissman, 2009). Hay consenso en considerar que los factores psicosociales y socioculturales no pueden explicar todas las diferencias observadas entre ambos sexos, y dada la coherencia de los hallazgos en los distintos grupos culturales, la conclusión es que las diferencias de género en las tasas de los trastornos psiquiátricos son en gran parte psicobiológicas. Evaluar cuales de los factores explicativos de las diferencias entre los sexos son de naturaleza biológica y cuales de naturaleza social, nos permitirá conocer cuales son inmutables y cuales no (Dalla y Shors, 2009).

A pesar de la escasez de estudios, cada vez hay más pruebas sólidas de que existen diferencias entre ambos sexos respecto a la anatomía cerebral, la neuroquímica y los patrones de activación y respuesta a los estímulos ambientales, así como diferencias respecto a la fisiología y fisiopatología de otros sistemas corporales, diferencias que pueden influir en la etiología y el curso de los trastornos psiquiátricos (Altemus, 2009). Por ello, en este trabajo pretendemos presentar una panorámica general de la investigación que se está llevando a cabo sobre los aspectos psicobiológicos que pueden contribuir a las diferencias de sexo en la prevalencia, los patrones sintomáticos y las respuestas terapéuticas centrándonos en el contexto de los trastornos de ansiedad.

Diferencias sexuales en los trastornos de ansiedad

La ansiedad puede ser conceptualizada como un estado negativo con tres componentes, uno fisiológico, la hipervigilancia, otro afectivo, el miedo, y otro cognitivo, la indefensión; y cuya principal característica es la sensación de incontrolabilidad sobre posibles amenazas o daños (Chua y Dolan, 2000). Aunque la ansiedad es una reacción psicológica normal que tiene la función de prepararnos para peligros futuros, también representa el síntoma psiquiátrico más común. Todos los trastornos de ansiedad se caracterizan por presentar síntomas de ansiedad, pero son muy distintas las características de cada trastorno. El DSM-IV-TR (Diganostic and Statistical Manual of Mental Disorders) distingue entre trastorno de angustia (con agorafobia o sin ella) o agorafobia sin trastorno de angustia, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno obsesivo-compulsivo, fobia específica, fobia social, trastorno por estrés postraumático, trastorno por estrés agudo, trastorno de ansiedad debido a enfermedad médica, trastorno de ansiedad inducido por sustancias y trastorno de ansiedad no especificado (American Psychiatric Association, 2000).
El trastorno de angustia se define como una alteración psiquiátrica caracterizada por ataques de pánico inesperados y repetidos. Los ataques de pánico son limitados en el tiempo, altamente aversivos y están acompañados de un amplio rango de consecuencias fisiológicas y psicológicas negativas. Los estudios epidemiológicos y clínicos han corroborado que el trastorno de angustia es doblemente frecuente en las mujeres y que su edad de inicio es diferente en cada sexo; en hombres se presenta entre los 15 y los 24 años mientras que en las mujeres se inicia algo más tarde, entre los 35 y los 44 años (Eaton et al., 1994). El trastorno de angustia en mujeres tiende a ser más severo que en los hombres y se asocia con tasas elevadas de comorbilidad con agorafobia, trastorno de ansiedad generalizada y trastorno de somatización. También encontramos diferencias sexuales en su sintomatología, ya que en las mujeres el pánico presenta predominantemente síntomas respiratorios, mientras que en los hombres son síntomas gastrointestinales acompañados de sudoración intensa (Leskin y Sheikh,
2004).
Muy recientemente, desde el campo de la neuroimagen, se ha podido comprobar cambios sexo-dimórficos en distintas estructuras cerebrales de pacientes con trastorno de angustia. Los hombres presentaron una mayor reducción en la amígdala derecha y en la corteza insular bilateral, mientras que las mujeres mostraron una disminución más marcada en el giro temporal derecho, en la corteza prefrontal dorsolateral y ventrolateral, en la corteza parietal y en el tálamo (Asami et al., 2009). Estos hallazgos confirmarían la implicación de la corteza prefrontal y de la amígdala en la patofisiología de este trastorno y ofrecerían una posible explicación de las diferencias sexuales en su sintomatología.
Las fluctuaciones hormonales se han asociado tradicionalmente con un aumento en la incidencia del trastorno de angustia en mujeres. Sin embargo, aunque no se conocen las interrelaciones concretas entre la ciclicidad menstrual y el trastorno de angustia, sí se ha verificado que los cambios en las hormonas premenstruales contribuyen a los episodios de pánico. De hecho, a pesar de que el empeoramiento premenstrual del pánico no se ha replicado en todos los estudios, sí se ha observado que las mujeres con trastorno premenstrual (TPM) tienden a presentar pánico tras la exposición a distintos agentes panicogénicos como el lactato, el CO2, o los antagonistas de la colecistoquinina (Le Melledo et al, 2000). Se conoce que los metabolitos de la progesterona pueden tener efectos ansiolíticos debido a su acción agonista sobre los receptores GABA/BZD (Seeman, 1997), por lo que una posible alteración en este complejo receptor podría explicar los factores que vinculan las respuestas de pánico, el ciclo reproductivo femenino y el TPM (Leskin y Sheik, 2004).
Otro posible mecanismo explicativo de las diferencias de sexo en la patofisiología del pánico podrían ser las diferencias descritas en la sensibilidad del receptor β-adrenérgico entre hombres y mujeres. La norepinefrina se relaciona con la etiología y sintomatología de los ataques de pánico, presentando los pacientes una respuesta anormal tras la estimulación de los receptores β-adrenérgicos. Concretamente las mujeres con trastorno de angustia presentaron una reducción en la sensibilidad del receptor que no fue observada en los hombres (Kim et al., 2004).
La agorafobia es una de las consecuencias más discapacitante del trastorno de angustia. Consiste en tener miedo a presentar ataques de pánico, lo que lleva a los sujetos a confinarse en el hogar, un espacio donde pueden controlar las actividades y los estímulos. Afecta a un 3-4% de hombres frente a un 7-9% de mujeres, presentando éstas mayor severidad en los síntomas y mayor deterioro de la calidad de vida (Altemus y Epstein, 2008; Kessler et al., 1994).
El trastorno de ansiedad generalizada (TAG) consiste en una preocupación excesiva e incontrolable sobre múltiples problemas cotidianos. Entre los síntomas se incluyen la tensión muscular, la fatiga, el insomnio, la inquietud, la falta de concentración y la irritabilidad. La tasa prevalencia-vida es del 4% en los hombres, frente al 7% en las mujeres (Altemus y Epstein, 2008; Kessler et al., 1994). Esta divergencia entre los sexos comienza a una edad temprana y continúa en la adolescencia y en la edad adulta (McLean y Anderson, 2009). Son numerosos los estudios que han verificado un empeoramiento premenstrual de los síntomas del TAG (Peer et al., 2008), aunque se desconocen los mecanismos por los que algunas mujeres presentan este agravamiento del trastorno. Sin embargo, a diferencia del trastorno de angustia, el curso clínico del TAG suele ser el mismo en hombres y en mujeres, así como el riesgo de remisión y de recaídas (Yonkers y Kidner, 2002).
El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es una enfermedad severa y frecuente que afecta del 1 al 3% de la población (Weissman et al., 1994). Una persona con TOC sufre pensamientos obsesivos y repetitivos y tiene muchos miedos (a contaminarse, a herir a otros o a sí mismo, dudas morales,...) que le inducen a realizar compulsivamente conductas ritualizadas que le disminuyen la ansiedad. El TOC es el único trastorno de ansiedad que no presenta diferencias sexuales en su incidencia, a pesar de la creencia general de que el trastorno es más frecuente en los hombres (Lochner et al., 2004). No obstante, existen diferencias de sexo en la expresión y en la edad de inicio de los síntomas del trastorno, en el curso y en la respuesta al tratamiento del mismo (Torresan et al., 2009; Yonkers y Kidler, 2002). El comienzo de los primeros síntomas es más precoz en los hombres, coincidiendo con la pubertad o la primera juventud, mientras que en la mujer no suele manifestarse antes de los 20 años, normalmente asociado a embarazos (Boggetto et al., 1999). Con respecto a los síntomas, las mujeres muestran más compulsiones dañinas sobre limpieza y comprobaciones, mientras que los hombres presentan más tics, mayor gravedad en los síntomas en general y un peor pronóstico (Lochner et al., 2004).
Algunas investigaciones sobre el TOC se han centrado en las posibles influencias hormonales. Se ha observado cambios concretos en los síntomas de mujeres con TOC tanto en la fase premenstrual/menstrual, como tras el embarazo y la menopausia, confirmándose la interrelación entre los cambios cíclicos menstruales/reproductivos y las recaídas y las fluctuaciones en los síntomas de este trastorno (Lochner et al., 2004).
Como muchos trastornos psiquiátricos, el TOC tiene una predisposición genética subyacente en muchos de los pacientes. Uno de los parámetros genéticos mejor estudiados en el TOC es la expresión genética de la catecol-O-metil-transferasa (COMT). Parece que la regulación a la baja de la COMT es un factor que contribuye a la predisposición al TOC sólo en pacientes varones. Sin embargo, carecemos de una explicación completa y no se dispone de resultados concluyentes (Pooley et al., 2007; Wang et al., 2009). Aunque los datos genéticos son prometedores, de momento es prematura una conclusión sólida salvo la demostración de un patrón sexo-dimórfico en la susceptibilidad genética a presentar el TOC. Y a pesar de los avances experimentados en los últimos 10 años, se sabe aún muy poco acerca de la etiopatogénesis del trastorno, faltando todavía mucha información sobre el por qué de las diferencias de género.
Una fobia es un miedo excesivo a un objeto o situación particular. Entre las fobias específicas más comunes están las fobias a animales, con una prevalencia-vida del 5% en los hombres y del 11% en las mujeres; las fobias a situaciones como volar, sitios cerrados, o altos, con una prevalencia-vida del 9% en hombres y un 12% en mujeres; y la fobia social, que se presenta en un 11% de los hombres frente al 16% de las mujeres (Altemus y Epstein, 2008; Angst, 1997; Kessler et al., 1994). Al igual que en el TAG, no se han observado diferencias de sexo en el curso clínico de estos trastornos. A pesar de que no se dispone todavía de información acerca del impacto de las hormonas reproductivas femeninas en el curso y severidad de la ansiedad social, no se duda de la influencia de estas hormonas tanto en la conducta de evitación en las mujeres como en la ansiedad social. Se ha observado que las mujeres diagnosticadas suelen presentar un empeoramiento de los síntomas en la fase premenstrual del ciclo, al igual que las mujeres embarazadas exhiben un aumento en los niveles de ansiedad social en el primer trimestre del embarazo (Peer et al.,
2008).
El trastorno por estrés postraumático (Posttraumatic Stress Disorder, PTSD) sobreviene como consecuencia de la exposición a un evento traumático, psicológico o físico, que provoca un estrés agudo o crónico. Se caracteriza por la reexperimentación del trauma a través de sueños o flashbacks, por la hipervigilancia y por la evitación de pensamientos o estímulos que puedan recordar la situación traumática (Yehuda y LeDoux, 2007). Como la mayoría de los trastornos de ansiedad, son las mujeres quienes manifiestan en mayor proporción el PTSD, con una prevalencia-vida del 10% en las mujeres frente al 5% de los hombres (Altemus y Epstein, 2008; Kessler et al., 1995; Olff et al., 2007).
Una de las explicaciones a las diferencias de sexo en la prevalencia del PTSD es la posibilidad de que las mujeres se expongan en mayor medida a situaciones traumáticas que los hombres. Sin embargo, un exhaustivo estudio de Tolin y Foa (2006) ha demostrado que, en general, son los hombres los que se exponen con mayor frecuencia a eventos amenazantes o traumáticos (accidentes, ataques no sexuales, combate o guerra, fuego o desastres,...), estando las mujeres más expuestas sólo en el caso de abusos y ataques sexuales. Además, siguen apareciendo diferencias de sexo en el desarrollo de este trastorno a favor de la mujer, aún cuando se controla la varianza atribuible a los abusos sexuales o incluso cuando se examina la frecuencia y severidad del PTSD entre hombres y mujeres expuestos a un mismo evento traumático. Por tanto, la mayor prevalencia en las mujeres no puede explicarse por el mayor riesgo de sufrir un abuso o ataque sexual (Olff et al., 2007; Tolin y Foa, 2006).
La influencia sobre la respuesta neuroendocrina al estrés de los patrones específicos de cada sexo en la evaluación cognitiva y en los procesos de afrontamiento de la situación traumática ha sido considerada como posible causa del mayor riesgo de las mujeres a desarrollar PTSD (Olff et al., 2007). La respuesta particular a amenazas extremas, pasa de ser adaptativa a desadaptativa en función de numerosos factores; y es el proceso de evaluación del evento estresante el primer paso en la cascada de respuestas psicobiológicas. Se ha sugerido que el que las mujeres perciban el evento de forma más amenazante y con mayor pérdida de control que los hombres, puede contribuir a la mayor prevalencia del PTSD en ellas, por provocar diferencias en la respuesta del eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA). Existen evidencias de que la conducta de afrontamiento del estrés y las respuestas fisiológicas relacionadas son diferentes en roedores machos y hembras, lo cual se atribuye a diferencias anatómicas, influencias hormonales y factores ambientales. Se ha demostrado que, usando un paradigma de estrés crónico, los machos adoptan la respuesta típica de lucha o huída (“fight or flight”), mientras que las hembras mostrarían una respuesta más defensiva y pasiva, es decir, lo que se ha denominado una conducta más protectora o amistosa (“tend and befriend”) (Taylor et al., 2000); esto vendría a explicar que las hembras alojadas en grupo presenten significativamente menos efectos negativos por la exposición al estrés que las hembras alojadas individualmente, no habiéndose encontrado estas correlaciones en los machos (Horst et al., 2009). Estos datos preclínicos corroboran los estudios epidemiológicos en seres humanos que muestran un efecto protector del apoyo social sobre el riesgo a desarrollar trastornos relacionados con el estrés en las mujeres (Kendler et al., 2005).
Las principales alteraciones neuroendocrinas observadas en los sujetos con PTSD son un incremento de la activación simpática y de la hormona liberadora de la corticotropina (CRH), con una reducción del cortisol debido a una hipersensibilidad del feedback negativo en el eje HPA (Yehuda y LeDoux, 2007). Se ha observado en pacientes con una hipocortisolémia diagnosticados de PTSD tras sufrir un accidente de coche, que los hombres tenían niveles más altos de cortisol en saliva que las mujeres, presentando una variación diurna atípica diferente: mientras los hombres tendían a aumentar sus niveles, las mujeres mostraron una reducción de la concentración de cortisol a lo largo del día (Paris et al., in press). Actualmente, se considera que los niveles bajos de cortisol en orina son un predictor del grado de PTSD que presenta el sujeto, y que las alteraciones relacionadas con el cortisol en este trastorno reflejarían unos factores de vulnerabilidad preexistente al trauma (Yehuda y LeDoux, 2007; Paris et al., in press).
Otra posible explicación de las diferencias de sexo en la incidencia del PTSD podría ser el hecho de que las mujeres muestran en mayor medida la disociación peritraumática (DPT) en comparación con los hombres. La DPT es un estado de conciencia limitada o distorsionada durante el tiempo que dura el evento traumático o inmediatamente después. Se ha vinculado a una actividad reducida del eje HPA y a las respuestas defensivas y pasivas en situaciones estresantes, por lo que se ha asociado también al desarrollo de PTSD y se considera un posible predictor de este trastorno (Olff et al., 2007).
Algunos estudios han mostrado que los sujetos que presentan una mayor activación del sistema nervioso simpático durante la fase aguda tras el trauma, son los que posteriormente desarrollan el PTSD. Y aunque los niveles elevados de cortisol son más comunes en hombres que en mujeres supervivientes de una catástrofe natural, los datos disponibles también muestran una mayor presencia de síntomas fisiológicos agudos, especialmente hiperactivación, en las mujeres que en los hombres después de sufrir un desastre natural (Olff et al., 2007). Se ha sugerido que esa hiperactivación tras un estrés extremo puede dar lugar al desarrollo de “sobreconsolidación” de memorias y, así, contribuir al desarrollo del PTSD (Paris et al., in press).
Otro aspecto a considerar para entender las diferencias de sexo en la vulnerabilidad al PTSD, es el hecho de que las mujeres presentan una recuperación más lenta que los hombres en la respuesta hormonal al estrés. Se sabe que una rápida recuperación de la respuesta de estrés es importante para superar el trauma, y niveles más altos de oxitocina se han asociado a un restablecimiento del eje HPA más rápida en mujeres que en hombres después de un estrés agudo en el laboratorio (Olf et al., 2007).
Por último, indicar que existen datos que relacionan el PTSD con cambios en el sistema inmunitario que podrían justificar, en parte, las diferencias de sexo en este trastorno. Se ha descrito un incremento en la activación de los linfocitos CD45 (células de memoria del sistema inmunológico) mayor en pacientes diagnosticados con PTSD que en los controles (Wilson et al., 1999), alteraciones semejantes a las de patologías autoinmunes como el lupus eritematoso sistémico. Es conocido que las mujeres presentan una respuesta inmunitaria más vigorosa que los hombres, pero también una mayor incidencia de enfermedades autoinmunes, como el lupus eritematoso sistémico (entre 7-10 veces más), la artritis reumatoide o la esclerosis múltiple (entre 2-3 veces más) (Darnall y Suarez, 2009).

Factores psicobiológicos explicativos de las diferencias sexuales en los trastornos de ansiedad

Durante muchos años, las diferencias entre los sexos y el papel que las hormonas gonadales tenían en estas diferencias, se estudiaron exclusivamente centrándose en la conducta sexual. Actualmente, al margen de controversias, se acepta que la diferenciación sexual implica diversas variantes estructurales, químicas y funcionales entre el cerebro del varón y el de la mujer, que afectan a todos los ámbitos del sujeto (Cahill, 2006; Cahill, 2009).
Es bien conocido que la diferenciación sexual está influida por factores genéticos y hormonales, y que este proceso se lleva a cabo en varias fases distintas. Primero se establece el sexo genético o cromosómico (XX vs. XY), después el sexo gonadal (ovarios vs. testículos), posteriormente se desarrolla el fenotipo genital y, finalmente en la pubertad, se establecen los caracteres sexuales secundarios. Aunque las hormonas sexuales son elementos clave para el desarrollo de algunos de estos procesos, no hay que olvidar que el papel de estas hormonas perdura durante toda la vida del individuo, contribuyendo así, día a día, a su diferenciación sexual.
Los estudios de familias han demostrado repetidas veces que los factores genéticos juegan un papel importante, aunque no determinante, en la aparición de los trastornos de ansiedad. No obstante, las investigaciones genéticas no han presentado, hasta ahora, ningún gen o genes como candidatos que predispongan a desarrollar estos trastornos. Un posible mecanismo implicado son los alelos potencialmente vulnerables a desarrollar ansiedad, siendo uno de ellos el alelo Ser23 para el receptor 5HT2C. Los agonistas de este receptor serotoninérgico tienen efectos ansiógenos en sujetos voluntarios e incrementan los síntomas de la ansiedad en sujetos con TOC o con trastorno de angustia. Pero los resultados hasta el momento son contradictorios, pues mientras algún estudio ha encontrado que este alelo se encuentra con mayor frecuencia en mujeres que en hombres, otros trabajos han mostrado la proporción contraria (Altemus y Epstein, 2008).
Por lo que respecta a la neuroanatomía, la amígdala y el hipocampo están muy implicadas en las emociones y en la respuesta de estrés. En los últimos años, se ha demostrado que estas áreas cerebrales son sexualmente dimórficas en su estructura; mientras que la amígdala es mayor en los hombres que en las mujeres, el hipocampo es mayor en las mujeres que en los hombres. Se ha comprobado además, que la amígdala y el hipocampo reaccionan al ambiente de forma diferente en cada sexo. Cuando se evaluó la actividad de la amígdala, crucial para el recuerdo de sucesos emotivos, de sujetos que contemplaban diapositivas con imágenes perturbadoras, los hombres que manifestaron una respuesta emocional intensa, exhibieron mayor actividad en la amígdala derecha, mientras que las mujeres la mostraron en la amígdala izquierda (Cahill et al., 2001, Cahill, 2003). Se ha sugerido que estas diferencias en actividad hemisférica entre los sexos, serían responsables de que las mujeres recuerden más vivamente los detalles de un acontecimiento emotivo y de que los hombres, por el contrario, conserven un recuerdo más global del acontecimiento. En estudios con animales se ha observado que las situaciones de estrés a una edad temprana provocan también consecuencias diferentes en el cerebro de cada sexo. Mientras que la ansiedad por separación de la madre aumentaba la concentración de receptores de serotonina en la amígdala de los machos, la misma situación disminuía la concentración de tales receptores en las hembras. Si ha esto añadimos que la producción de serotonina es un 52% más elevada en el varón que en la mujer (Cahill, 2006; Cahill, 2009), resulta una línea de investigación muy interesante y prometedora para comprender la predisposición de las mujeres a desarrollar trastornos de ansiedad y del estado de ánimo.
Los estudios epidemiológicos nos muestran que las diferencias entre los sexos a desarrollar trastornos de ansiedad, surgen en la adolescencia y tienden a desaparecer en la menopausia de la mujer. Asimismo, la incidencia de estos trastornos varía según las distintas fases del ciclo hormonal en la que se encuentre la mujer. Si además tenemos en cuenta que los cambios introducidos por las hormonas reproductivas -durante la fase intrauterina y la pubertad, el ciclo menstrual, el embarazo y la menopausia-, modifican claramente la estructura y la función cerebral, todo ello sugiere que las hormonas sexuales juegan un papel determinante en la etiología y en las manifestaciones clínicas de estas patologías (Altemus, 2009; Horst et al., 2009).
Concretamente, que la ansiedad disminuya durante el embarazo y la fase luteínica del ciclo menstrual de la mujer, y que se observe un agravamiento de los síntomas de muchos trastornos de ansiedad tras el parto, parece indicar que la progesterona puede tener un papel importante en las diferencias sexuales de los trastornos de ansiedad. Altemus y Epstein (2008) han planteado una hipótesis interesante para entender la mayor vulnerabilidad de la mujer de nuestra época a desarrollar trastornos de ansiedad. Hasta el siglo pasado, hace poco tiempo evolutivamente hablando, las mujeres permanecían muchos años de su vida adulta, o embarazadas o en periodo de lactancia, lo cual equivalía a que su organismo estuviera mucho tiempo expuesto a niveles elevados de progesterona. Esta hormona y sus metabolitos incrementan la sensibilidad del receptor GABA-A, elemento clave para reducir la respuesta de ansiedad en el cerebro. Lo que plantean estas autoras es que, tal vez, el cambio en las mujeres actuales ha sido demasiado rápido, provocando que su organismo, debido a los niveles más bajos de progesterona que los que eran normales en ellas, presente una mayor susceptibilidad a desarrollar respuestas desproporcionadas y patológicas de ansiedad.
Hay una cantidad importante y creciente de bibliografía en la que se destacan los efectos moduladores de las hormonas sexuales, principalmente el estradiol, sobre numerosos sistemas neuroquímicos, tales como el GABA en los núcleos amigdalinos y los sistemas dopaminérgico, serotoninérgico, adrenérgico y colinérgico del prosencéfalo, y sobre los comportamientos asociados a estos neurotransmisores (Horst et al., 2009; McEwen y Alves, 1999; Solomon y Herman, 2009). Se ha propuesto la posibilidad de que las diferencias sexuales en los trastornos psicopatológicos puedan estar relacionadas con las diferencias entre sexos en los sistemas de neurotransmisores y neuropéptidos, destacando, entre otros, los opiáceos, la oxitocina, la vasopresina y la hormona liberadora de la corticotropina (CRH). Aunque los estudios con animales de experimentación han demostrado que muchos de estos sistemas están sustancialmente modulados por los esteroides sexuales y presentan dimorfismo sexual, todavía hay pocos estudios con seres humanos que lo corroboren (Altemus, 2009). No obstante, también, es cierto, que los efectos de las hormonas sexuales no explicarían todas las diferencias entre los sexos, pues se ha observado que no se anulan todas las diferencias con la castración de los machos o la ovariectomía de las hembras.
Como hemos visto, los trastornos de ansiedad suelen estar asociados a situaciones estresante o amenazantes y están, por tanto, muy influenciados por las hormonas del eje HPA (Paris et al., in press). Investigar la extensión de esta influencia, es crítica para entender y prevenir los riesgos asociados al estrés en estos trastornos.
Numerosos estudios han mostrado que la activación del eje HPA en respuesta al estrés es un rasgo sexualmente divergente, tanto en animales experimentales como en seres humanos (Paris et al., in press; Young et al., 2008), sin embargo, los resultados son contradictorios. En estudios preclínicos se ha observado una respuesta del eje HPA más potente en los roedores hembras que en los machos (Young, 1998). Las ratas hembras liberan corticosterona/ACTH más rápido y en mayor cantidad en respuesta a un estresor agudo que los machos (Young et al., 2008). No obstante, los estudios clínicos han indicado que son los hombres quienes presentan una respuesta mayor del eje HPA ante un estrés agudo (Kudielka et al. 2004). Concretamente, las mujeres adultas, entre la pubertad y la menopausia, presentan una respuesta del eje HPA menor que los hombres de la misma edad; y, después de la menopausia y durante la fase luteínica del ciclo menstrual, los niveles de cortisol en respuesta al estrés se incrementan acercándose a los niveles de los hombres (Kudielka y Kirschbaum, 2005).
Determinar esta relación entre sexo y respuesta al estrés puede resultar más difícil cuando se analiza en estudios con seres humanos, dado que la actividad del eje HPA evaluada en sujetos sanos puede cambiar cuando los individuos se encuentran en un estado patológico. La respuesta adaptativa a un estrés agudo se considera que produce un incremento rápido en los niveles de glucocorticoides sin afectar la actividad basal del eje HPA. Estos aumentan el arousal y la energía necesaria para la respuesta conductual de huida-o-lucha (fight-or-flight), además de incrementar la consolidación de la memoria de los eventos estresantes, lo cual puede facilitar la respuesta adaptativa en situaciones futuras similares. Por otro lado, las diferencias sexuales en respuesta a un estrés agudo pueden influir en la respuesta a un estrés crónico o implacable, teniendo implicaciones importantes para los estados patológicos asociados. A veces, debido a una sobreactivación del eje HPA, el incremento de los glucocorticoides en respuesta al estrés puede ser mayor y más persistente en el tiempo de lo que debería, o producirse ante un estresor poco robusto. Este estado alterado del eje puede provocar una disminución de los niveles basales de glucocorticoides (como se ha observado en el PTSD), o por el contrario puede incrementar la respuesta del eje (como en los trastornos de pánico y otros trastornos de ansiedad). Los factores que pueden inducir esta alteración no son bien conocidos todavía, aunque es probable que dependan de interacciones complejas entre factores epigenéticos, activacionales y organizacionales. Lo que sí se sabe bien es que el estrés crónico puede alterar una gran variedad de funciones fisiológicas periféricas (como procesos cardiovasculares, hepáticos, inmunológicos y digestivos), además de provocar reducciones centrales en la eficacia neuronal y en la neurogénesis principalmente del hipocampo (McEwen, 2002; McEwen, 2007).
Cada vez disponemos de más pruebas que indican que los animales experimentales del sexo femenino, a pesar de presentar una respuesta más potente del eje HPA al estrés, son más resistentes a muchos de los cambios neurobiológicos y comportamentales que experimentan los individuos del sexo masculino frente al estrés agudo y crónico. Una posibilidad de conciliación entre la evidente resistencia femenina a los efectos neurobiológicos del estrés y la mayor prevalencia de los trastornos de ansiedad en las mujeres, es considerar que las modificaciones neurobiológicas inducidas por el estrés en los hombres son adaptativas, lo que posiblemente vendría a prevenir la aparición de estos trastornos (Altemus, 2009). Es decir, aunque los estudios indican que las mujeres están protegidas de los efectos neurobiológicos y comportamentales del estrés, estas modificaciones que sí se observan en los hombres, tendrían en éstos un carácter adaptativo a largo plazo protegiéndoles de desarrollar trastornos de ansiedad.
Se considera que son los estrógenos, con sus efectos neuroprotectores, los que contribuyen a la resistencia de las mujeres al estrés. Estas hormonas modulan, en función de la dosis administrada, la actividad de los dos sistemas principales de respuesta al estrés, el eje HPA y el sistema nervioso autónomo (Altemus, 2009; Horst et al., 2009), llegando incluso a suprimir su respuesta tanto en las mujeres (Roca et al., 2003) como en los roedores (Young et al., 2001). Pero los andrógenos y la progesterona modifican de la misma forma la respuesta del eje HPA al estrés, por lo que también contribuirán a las diferencias sexuales observadas.
Así, para poder entender las posibles causas de las diferencias sexuales en la respuesta al estrés, hay que profundizar en la relación entre el eje Hipotalámico-Pituitario-Gonadal (HPG) y el eje HPA. Los esteroides gonadales pueden influir en los mecanismos de regulación del eje HPA a través de sus efectos sobre los receptores de los glucocorticoides, sobre los sistemas cerebrales de la CRH, y sobre la respuesta de la hipófisis y la respuesta adrenal a la CRH (Young et al., 2008). Se ha observado que las ratas hembras en la fase proestro, cuando los estrógenos presentan sus niveles más altos, incrementaban su respuesta al estrés en comparación a las hembras en otras fases del ciclo estral, incremento que era abolido con la ovariectomia y que se conseguía reinstaurar con la administración exógena de estradiol (Paris et al., in press; Young et al., 2008). De hecho, se ha comprobado que el estradiol estimula directamente la expresión de ARNm de la CRH en el núcleo paraventricular del hipotálamo, provocando un incremento en la liberación de ACTH/corticosterona en respuesta a un estresor mayor en las ratas hembras en la fase proestro que en las ratas machos (Iwasaki-Sekino et al., 2009). Sin embargo, las hembras ovariectomizadas seguían mostrando una mayor hiperreactividad al estrés que los machos intactos, posiblemente debido a un efecto inhibitorio de la testosterona sobre la respuesta de estrés (Paris et al., in press ; Young et al., 2008).
Contrariamente en las mujeres, se conoce que los niveles de cortisol en saliva cambian a lo largo del ciclo menstrual, encontrando sus niveles mayores en los días 1-5 del ciclo, cuando los niveles de estrógenos y progesterona están más bajos. Además, la elevación de los niveles de progesterona se ha asociado con un incremento de la respuesta de cortisol ante un estresor físico agudo (Paris et al., in press). Desafortunadamente, son escasos los estudios en seres humanos que controlan la fase del ciclo menstrual en la que se encuentran las mujeres investigadas.
Algunos trabajos han destacado el papel de la oxitocina y la vasopresina en las diferencias sexuales comportamentales observadas en la respuesta al estrés. La oxitocina reduce el temor, el dolor y la respuesta de estrés, potenciando al mismo tiempo los comportamientos de crianza, sexual y social. De hecho, se ha comprobado en mujeres que las respuestas al estrés están reducidas durante el embarazo y la lactancia, cuando las concentraciones de esta hormona son muy elevadas. Con respecto a la vasopresina, se han observado diferencias sexuales en las neuronas productoras de esta hormona, localizadas en los núcleos supraóptico y paraventricular del hipotálamo, siendo más grandes y mostrando una mayor actividad neuronal en hombres que en mujeres. Esta observación es congruente con el hallazgo de que la vasopresina puede provocar una respuesta del eje HPA al estrés mayor en los hombres que en las mujeres (Altemus, 2009).
Revisando la literatura existente sobre la relación entre los esteroides gonadales y el eje HPA, está claro que estas hormonas tienen un papel modulador en la regulación del eje, tanto en animales experimentales como en seres humanos. Aunque los mecanismos precisos todavía permanecen sin aclarar totalmente, es muy probable que tanto los estrógenos como las progestinas actúen sobre múltiples niveles del eje HPA. La evidencia experimental apoya un efecto antiglucocorticoide de la progesterona, mediado en parte por su acción sobre los receptores de los glucocorticoides. También, es probable que el estradiol tenga un papel central sobre la mayor resistencia de las hembras a inhibir el feedback del eje HPA. Estudios en roedores han demostrado que el tratamiento con estradiol exógeno incrementa o disminuye la respuesta de estrés dependiendo de la dosis y/o el periodo de exposición a los estrógenos (Solomon y Herman, 2009). Además, hay que tener presente que el estradiol puede incrementar la sensibilidad de la glándula adrenal al ACTH circulante, ofreciendo así un mecanismo periférico adicional para la hipersecreción de glucocorticoides en las hembras (Young et al., 2008).
Es posible que estas interacciones entre los esteroides gonadales y el eje HPA contribuyan a incrementar la prevalencia de los trastornos de ansiedad en las mujeres en comparación con los hombres (Young et al., 2008), pero es evidente que hacen falta todavía muchos más estudios para poder entender qué papel juega el sexo en las psicopatologías.

Conclusión

A lo largo de la historia, la medicina y la psiquiatría han utilizado prioritariamente machos en la investigación científica (Hughes, 2007). De manera que gran parte de los estudios sobre la etiología, curso o tratamiento de las enfermedades mentales se han realizado en sujetos del sexo masculino y no se ha reconocido que, posiblemente, existían importantes diferencias de sexo. De hecho, aunque hemos visto que los trastornos de ansiedad aparecen con mucha mayor frecuencia en mujeres, la mayoría de estudios con animales experimentales sobre estas patologías han sido llevados a cabo sólo con machos, incluso aunque las respuestas de miedo en roedores son análogas a las reacciones de ansiedad en seres humanos en términos de sustratos biológicos y ambientales (Hughes, 2007; Palanza, 2001). Este asunto no ha recibido, ni recibe la atención necesaria y resulta sorprendente la escasez de estudios realizados con el sexo femenino a lo largo de la historia de las neurociencias. Las razones de esta discriminación son inexplicables y la mayoría erróneas. En la investigación básica, se prefiere el empleo de sujetos del sexo masculino principalmente porque se considera que las fluctuaciones hormonales del ciclo estral en las hembras provocan, sobre todo en las medidas conductuales, una mayor variabilidad entre sujetos. Esta creencia ha sido desmentida en numerosos estudios, encontrándose una variabilidad intersujeto similar entre los sexos o incluso en ocasiones mayor en los machos (Hughes, 2007; Parra et al., 1999). Otra razón errónea para defender la utilización sólo de machos, es argumentar que no existen diferencias de sexo en las medidas estudiadas, por lo que no es necesario utilizar sujetos de ambos sexos resultando menos costosa así la investigación. Pero resulta curioso que cuando los estudios utilizan sólo sujetos del sexo masculino, no es justificado por los autores la utilización de un solo sexo, mientras que utilizar sólo hembras o ambos sexos, es justificado por los investigadores en los artículos (Hughes, 2007).
Como hemos expuesto, realmente no se conoce por qué las tasas de ansiedad son tan elevadas en las mujeres y se sabe muy poco sobre cuales son los factores de riesgo antecedentes. Se especula que pueden existir factores de vulnerabilidad (bioquímicos, hormonales, sociales) que expliquen esta preponderancia a los trastornos de ansiedad en la mujer. Sin embargo, hasta la fecha, no se han identificado ni dilucidado los factores que originan las diferencias de sexo en la etiología y patofisiología de los trastornos de ansiedad, siendo necesaria más investigación sobre el tema.
http://www.escritosdepsicologia.es/esp/numanteriores/vol3num1/vol3num1_3.html

Actitudes obsesivas que descontrolan nuestra vida


Actitudes obsesivas que descontrolan nuestra vida
OBSESIONES

Hay personas que sienten la necesidad de chequear una y otra vez las cosas o realizan rutinas y rituales una y otra vez, si no realizan estos actos desarrollan una gran ansiedad.
Dr. Javier Martínez Dearreaza.

I parte

Muchas veces, todos chequeamos las cosas dos veces antes de salir, por ejemplo: verificamos si todos los quemadores de la cocina están debidamente cerrados, si todos los grifos están cerrados o comprobamos si las puertas quedan debidamente cerradas; este es un comportamiento normal pues no queremos que suceda algún incidente o robo mientras estamos fuera de casa.

Pero hay personas que sienten la necesidad de chequear una y otra vez las cosas, o tienen pensamientos y realizan rutinas y rituales una y otra vez, y si no lo hacen desarrollan una gran ansiedad, estas personas sufren de una enfermedad que se llama Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC).

El Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) es una enfermedad que hace que las personas tengan pensamientos no deseados (obsesiones) y repiten ciertos comportamientos (compulsiones) una y otra vez, estos comportamientos interfieren en su vida diaria.

La mayoría de las personas con TOC saben que sus obsesiones y compulsiones no tienen sentido, pero no las pueden ignorar y tampoco frenar.
¿Qué son obsesiones?
Las obsesiones son ideas, imágenes e impulsos que pasan por la mente de una persona una y otra vez. Una persona con TOC no desea tener estos pensamientos y los encuentra perturbantes, pero la persona no puede controlarlos. A veces estos pensamientos sólo aparecen de vez en cuando y son levemente molestos. Otras veces, tiene los pensamientos perturbantes todo el tiempo.
¿Qué son compulsiones?
Los pensamientos obsesivos hacen que las personas que tienen TOC se sientan nerviosas y con miedo. Ellos tratan de deshacerse de estos pensamientos teniendo ciertos comportamientos de acuerdo a “reglas” que ellos mismos elaboran. Estos comportamientos se llaman compulsiones, a éstas, también se les llama rituales.

Por ejemplo, una persona que tiene TOC puede tener pensamientos obsesivos relacionados con los gérmenes. Por causa de estos pensamientos la persona puede limpiarse en extremo como un paciente que me comentaba que después de hacer todos sus mandados cotidianos el debía bañarse y lavarse continuamente durante unas tres horas para quedar libre de todo microbio.

Realizar estos comportamientos sólo hace que las sensaciones nerviosas desaparezcan por un tiempo corto. Cuando el miedo y la ansiedad vuelven a aparecer la persona que tiene TOC repite la rutina nuevamente.
Algunas obsesiones comunes
• Miedo a la suciedad o a los gérmenes.

• Disgusto por los desechos o los líquidos corporales.

• Preocupación por el orden, balance y exactitud.

• Preocupación de que una tarea no se haya realizado bien, incluso cuando la persona sabe que no es cierto.
• Miedo de tener pensamientos malos o pecaminosos.
• Pensar en ciertos sonidos, imágenes, palabras o números todo el tiempo.
• Necesidad de asegurarse continuamente de las cosas.
• Miedo a hacerle daño a un miembro de la familia o a un amigo.
Algunas compulsiones comunes.
• Limpiar y arreglar, lavarse las manos, tomar baños, cepillarse los dientes una y otra vez.

• Revisar cajones, puertas y aparatos eléctricos para asegurarse de que están cerrados, con seguro y apagados.

• Repetir, salir y entrar por una puerta, levantarse y sentarse de un asiento o tocar ciertos objetos varias veces.
• Ordenar y disponer cosas de cierto modo.
• Contar una y otra vez hasta cierto número.

• Guardar periódicos, correspondencia, revistas, empaques que ya no son necesarios.

• Buscar seguridad y aprobación continua.
¿Qué tan frecuente es el TOC?
Por muchos años se pensó que el TOC era raro. Algunos estudios recientes demuestran que puede haber aproximadamente tres millones de estadounidenses entre 18 y los 54 años de edad con TOC en cualquier momento específico. Esto es aproximadamente el 2,3% de las personas en ese grupo de edad. El TOC afecta por igual a hombres y mujeres.
¿Qué causa el TOC?
No se ha encontrado una causa específica, a veces puede ser genético, otras veces puede ser porque las sustancias químicas del cerebro (neurotransmisores) no están en cierto nivel; últimamente se piensa que existen subtipos de TOC que pueden estar asociados con las hormonas.
TOC y embarazo.
Un nuevo estudio aportó más pruebas de que el embarazo agravaría o causaría síntomas del Trastorno Obsesivo Compulsivo en algunas mujeres, lo que sugiere que en algunos casos existiría una respuesta anormal a los cambios hormonales.

Por lo general, los síntomas del TOC aparecen en la infancia y la adolescencia, pero algunos estudios han demostrado que también puede aparecer durante o inmediatamente después del embarazo.

Otros estudios revelan que la gestación puede agravar en algunas mujeres los síntomas del TOC que habían desarrollado antes del embarazo, pero en algunas se observó que los síntomas mejoraban, y las mujeres en las que el trastorno empeoraba en los días previos a la menstruación tenían más riesgos de sufrir una exacerbación de los síntomas durante el embarazo.

Esto respalda la idea de que existe un subtipo de TOC “asociado con las hormonas” que afecta a algunas mujeres. Esas mujeres tendrían otra sensibilidad a las hormonas reproductivas; en ellas, el embarazo dispararía o exacerbaría el TOC.
Enfermedades asociadas al TOC.
Las personas que tienen TOC, con frecuencia padecen otros tipos de ansiedades, tales como las fobias (por ejemplo, miedo a las arañas o a volar) o ataques de pánico.

Las personas que tienen TOC también pueden padecer depresión, trastorno de déficit de atención, trastornos alimentarios, dislexia, síndrome de Gilles de la Tourette.
Una enfermedad con tintes obsesivos.
Un trastorno psiquiátrico poco común pero debidamente conocido como Síndrome de Referencia Olfativa (SRO), es cuando las personas están convencidas de que emiten olores horribles, y debido a esto con frecuencia se aíslan o incluso intentan suicidarse.

Los pacientes sufren muchísimo como resultado de esta falsa creencia y parecen tener gran discapacidad en cuanto a su funcionamiento. También parece que tienen mayores índices de tendencia al suicidio.

En un estudio realizado a 20 pacientes que sufrían esta enfermedad, se encontró que tenían edad promedio de 33.4 años y habían estado sufriendo el SRO desde que tenían 15 ó 16 años. El 60% era del sexo femenino.

El 95% de estos pacientes tenía al menos una conducta compulsiva a diario debido a su convicción de oler mal. El 80% se olía a sí mismo de forma continua; el 68% se duchaba obsesivamente y el 50% se cambiaba de ropa continuamente.

Muchos usaban talco o perfume (a veces incluso bebían perfume), desodorante, chicle y otros productos para deshacerse del mal olor.

El síndrome también dejó a muchas personas aisladas y tres cuartas partes afirmaron evitar interacciones sociales debido al hedor.

El 40% informó haber estado encerrado en su casa al menos durante una semana. Más de dos tercios habían pensado en el suicidio.


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Dr. Javier Martínez Dearreaza.

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