¿Tiene el raro hábito de arrancarse el pelo y comérselo? ¿Se siente parasitado por insectos o cualquier otro animal? ¿Ha llegado a lavarse las manos con lejía? ¿Se autolesiona con frecuencia? El mundo de la dermatología y la psiquiatría encuentran nexos de unión. Tal y como apunta la psiquiatra del Hospital Valle de Hebrón de Barcelona, Gemma Parramon, “existen dos vínculos entre la dermatología y la psiquiatría: las manifestaciones cutáneas de enfermedades psiquiátricas y las enfermedades dermatológicas que se acompañan de afectación psiquiátrica”.

La dermatitis artefacta, las excoriaciones neuróticas que conllevan riesgos de infección y de cicatrices, la tricotilomanía y otros trastornos del control de impulso, la dismorfofobia, los delirios de parasitación o los efectos adversos dermatológicos de fármacos utilizados en psiquiatría son problemas dermatológicos asociados a la enfermedad psiquiátrica.

La especialista subraya que “en numerosas ocasiones son los dermatólogos quienes observan, con mayor frecuencia que los psiquiatras, esta relación existente entre determinados problemas dermatológicos y psiquiátricos. Hay un grupo de manifestaciones cutáneas que tiene su origen en una enfermedad psiquiátrica cuyo diagnóstico resulta complejo para la psiquiatría. Muchas veces los pacientes tienen la enfermedad psiquiátrica pero sólo verbalizan manifestaciones cutáneas y es preciso estudiar el origen de determinadas patologías dermatológicas para atinar en el diagnóstico.”

Describe Gemma Parramon cómo “cada día es mayor el número de estudios que vinculan determinadas enfermedades dermatológicas con un trastorno mental previo. Está comprobado, por ejemplo, que un número elevado de pacientes que padecen un TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) consulta al dermatólogo. Y son los propios profesionales de la Dermatología quienes calculan un mínimo de entre un 20 y un 30 por ciento de pacientes dermatológicos que padecen un trastorno psiquiátrico primario. Son pacientes que no tienen, en su inmensa mayoría, ninguna otra disfunción, lo que les permite hacer una vida normal y corriente y pasar desapercibidos para la Psiquiatría”.

Desde este punto de vista, precisa la experta que “la dermatología es, en muchas ocasiones, la puerta de entrada del enfermo psiquiátrico al sistema de salud. Lo idóneo sería fomentar más unidades de dermatología psiquiátrica, algo que aún no es una práctica demasiado extendida. Pese a que este tipo de problemas tiene una tendencia alcista en los gabinetes dermatológicos, los pacientes son reticentes a acudir al psiquiatra”.

Subraya la especialista que “las motivaciones psiquiátricas que llevan a una persona a la autolesión en la piel son variables y van desde un cuadro esquizofrénico que quiere camuflarse al Síndrome de Munchaüssen, una patología que lleva a una persona a desear conseguir el rol de enfermo”.

Aunque la dermatitis artefacta, una tendencia a lesionarse la piel de forma voluntaria, no es muy frecuente, tampoco es excepcional. El paciente crea lesiones en la piel para satisfacer la necesidad psicológica de recibir cuidados al asumir el papel de enfermo y siempre niega su autoría.

La excoriación neuròtica esta presente en un 2% a un 4% de los pacientes que acuden al dermatólogo. El paciente con excoriaciones neuróticas se produce lesiones características como resultado de una conducta repetitiva, ritualística o impulsiva: rascar, pellizcar o frotar la piel. En general el paciente reconoce su participación en la creación de estas lesiones. A pesar de que el enfermo tiene conciencia de que estas conductas no tienen sentido, es incapaz de dejar de escarbar, rascar o frotar la piel de manera repetitiva.

La tricotilomanía se incluye en los trastornos del control de los impulsos pero, al igual que la excoriación neurótica, puede clasificarse en el continuum del espectro compulsivo-impulsivo. Este desorden consiste en arrancarse el pelo de forma recurrente lo que da lugar a una pérdida perceptible de pelo. La parte más afectada suele ser la cabeza, pero puede abarcar distintas partes del cuerpo como las cejas, las pestañas, las axilas o el pubis.

La dismorfofobia o síndrome de distorsión de la imagen, es un trastorno de la percepción y valoración corporal que consiste en una preocupación exagerada por algún defecto inexistente en la apariencia física, o bien, en una valoración desproporcionada de posibles anomalías físicas que pudiera presentar un individuo aparentemente normal.

Los delirios de parasitación provocan en quienes los padecen la firme y falsa convicción de estar infestado por organismos vivos. Algunos pacientes se producen lesiones, algunas graves, de rascado, excoriaciones e incluso excavaciones en busca del parásito. Otros pueden tratarse de diversas maneras, entre ellas con lavados, exploraciones y limpiezas reiterados produciéndose lesiones abrasivas debido al empleo de pesticidas y detergentes.
fuente sevillapress