Esa obsesión, nada sana, por la salud




"Es un aprensivo", decimos algunas veces para referirnos a alguien que está todo el tiempo pendiente de su ritmo cardíaco, de su temperatura corporal, de la aparición o no de manchas en su piel. Constituyen esa clase de personas tan preocupadas por su salud que es esa misma obsesión por no estar mal, la que los lleva a ponerse mal. Porque se puede observar cómo, paradójicamente, su salud es más vulnerable que la del resto de los individuos. Todo esto nos lleva a una cuestión que ya ha sido esbozada en otros artículos, pero aún así, cualquier cosa que se diga al respecto parece quedarse coja; estoy aludiendo al Poder de la Mente. Ese mecanismo sorprendente que, por mucho que se investigue, no deja que nos acerquemos, ni remotamente, al total de sus posibilidades.

Pero volviendo al principio, muy cerca de nosotros, incluso puede que nosotros mismos, porque es algo más común de lo que parece, podemos encontrarnos con personas que centran toda su actividad en la consecución de la buena salud o, dicho con más propiedad, en eliminar cualquier posibilidad de sufrir una enfermedad. Se trata de seres humanos que se levantan cada mañana buscando esa pastilla que les permitirá superar el día sin que un sobresalto les altere sus biorritmos; que, a continuación, cuentan sus pulsaciones para comprobar que todo está en orden; que vigilan estrechamente sus comidas, para evitar la ingestión de algo que pueda dañar su estómago... en resumen, que mantienen obsesivamente unas pautas de conducta destinadas, como si de un ritual sagrado se tratara, a preservar su cuerpo de cualquier cosa que le pueda perjudicar. Y así pueden llegar, incluso, a evitar casi el respirar con tal de impedirles la entrada en su organismo a los pequeñísimos microbios que inundan el aire.

Puede que visto así parezca un poco exagerado, sin embargo y lamentablemente no lo es. Y digo lamentablemente porque las consecuencias de esta actitud no las padece en exclusiva el individuo afectado por esta Obsesión, sino que, con ella, trae de cabeza a todos los que le rodean ya que, ante la más mínima alteración, por ejemplo, en los latidos de su corazón, pone en pie de guerra a sus conocidos para que le lleven al hospital, en la creencia de estar al comienzo de un infarto.

Lógicamente, este comportamiento obsesivo conlleva un desgaste, ya no sólo mental, sino también físico. Su explicación parece estar en el hecho de que el cerebro se ve tan bombardeado con preocupaciones, sensaciones negativas, etc., que llega un momento en que necesita dar la alarma y lo hace poniendo en marcha una serie de procesos que desencadenan una dolencia física real. Aquí se cierra el círculo, porque el Aprensivo comprueba cómo, desgraciadamente, él tenía razón al decir que se encontraba mal y al esforzarse tanto por remediar esa situación que, como luego se ha podido comprobar, la padecía realmente.

O, en otro orden de cosas, ¿por qué una persona temerosa de sufrir un accidente de circulación es más propensa a darse un golpe con el coche, que otra que no piensa tanto en ese tema? La respuesta es muy simple: Esa cuestión le angustia realmente y su obsesión le lleva a ponerse al volante de su automóvil con auténtico pánico. Ahora bien, cuando se es víctima del pánico, parece como si la mente se embotara, como si no se pudiera pensar; esto disminuye la capacidad de reacción, los reflejos se paralizan y basta una simple casualidad, ocurrida en el arcén de la carretera y percibida apenas con el rabillo del ojo, para que se produzca el temido accidente. En todas estas obsesiones, lo que subyace, pues, es la angustia ante las hipotéticas consecuencias, el miedo a sufrir un daño físico y la certeza de que el mal pende sobre nuestras cabezas como la Espada de Damocles.

El miedo, cualquiera que sea su procedencia y cualquiera que sea su manifestación, hace que el individuo se convierta en un ser vulnerable. Se suele definir el Miedo como un sentimiento vital de amenaza; es la vivencia de que algo puede hacer daño y tanto mayor es, cuando mayor es esa amenaza. El problema surge cuando no se produce la mencionada amenaza y, sin embargo, se vive esa misma sensación de miedo. Y es aquí donde entra en juego el componente obsesivo de la situación.

A mi Gabinete de Psicoterapia han venido, en ocasiones, personas aquejadas de sensaciones físicas negativas, sin una base real que las explicara. En todas ellas, se presentaba el mismo elemento obsesivo que convertía un hipotético mal en una sensación auténtica y, en todas ellas, sin necesidad de ahondar demasiado en el problema, se producía un miedo, casi patológico, a experimentar determinados síntomas o a ser víctima de enfermedades concretas. Así era cómo ese mismo miedo les hacía estar absolutamente pendientes de su salud y tan desmedida atención se convertía en un auténtico ritual de exploraciones y actividades preventivas que pasaban a convertirse en algo vital; llegaba así un momento en que, si por cualquier circunstancia, no se había podido desarrollar ese protocolo, la persona en cuestión empezaba a temer que su descuido ocasionara la aparición del mal y se obsesionaba con esa presencia, hasta el punto de comenzar a experimentar la sintomatología inherente a la misma.

Sería saludable no llegar a desencadenar semejantes procesos obsesivos, pero si ya se han establecido, seamos conscientes de ello para atajarlo convenientemente antes de que el cerebro haga de las suyas y nos sumerja en la temida patología.



Ana I. Rico Prieto.

fuente: airema psicoterapia