de obsesivos y reglas


Desde el mismo momento en que estamos supeditados a ciertos hábitos de conducta podríamos afirmar que somos víctimas, de alguna manera, de un cierto rasgo obsesivo. Hay algunos ritos que desarrollamos a lo largo de nuestra vida, al levantarnos, al vestirnos, al relacionarnos con los demás, que nos satisfacen, con lo cual de vez en vez tratamos de desarrollarlos más frecuentemente y si no lo conseguimos, digamos que nos frustran o nos descolocan, dejándonos momentáneamente sin saber qué hacer o cómo salir del paso. Ahora bien, aunque eso pueda resultar desagradable, no lo percibimos como torturador y, por tanto, no experimentamos auténticas Obsesiones. Sin embargo, cuando alguien se ve impulsado irremediablemente a realizar esos protocolos con exclusividad, sin posibles modificaciones y aunque en ciertos momentos resulten absurdos, es entonces cuando se puede hablar de Obsesiones y a quienes las desarrollan les definimos como Personalidades Obsesivas.

Una personalidad obsesiva suele estar, pues, muy apegada a instituciones, reglas y principios, ajustándose a ellos de forma absoluta, con lo que evitan la angustia de lo no previsto, la angustia de la inseguridad en los resultados de una conducta. Por eso mismo, pueden caer fácilmente en una crisis en el momento en que sus principios, opiniones, hábitos, etc., chocan con un nuevo conocimiento o avance que contradice o amenaza la orientación seguida hasta ese momento y les obliga a renunciar a sus convicciones.

Suelen ser personas rencorosas por el mero hecho de que la contradicción pone en peligro su propia seguridad y estabilidad y ese peligro es una ofensa que debe ser paga descoda por quien la realiza. Esto, asimismo, les hace ser desconfiados, tanto porque les asusta lonocido, como porque lo que cambia no puede ser fiable al no ser duradero. En el ámbito laboral, prefieren los trabajos en los que se exige solidez, precisión, responsabilidad, constancia, perfección y paciencia. Casi siempre llegan a adquirir notables conocimientos dentro de su especialidad, son dignos de crédito y trabajan con regularidad; pero si se les pretende sacar de esa especialidad, se muestran tan perdidos que pueden entrar en crisis. La improvisación es su mayor enemiga.

Es así fácilmente comprensible que los rasgos obsesivos se acentúen en la vejez, cuando el hombre se esfuerza por conservar y custodiar lo que posee y busca detener la marcha del tiempo. No quieren ceder su puesto, aunque sean ya demasiado mayores para desempeñarlo bien. Les gusta considerarse insustituibles.

Si nos fijamos en el desarrollo de la vida de una persona obsesiva, con frecuencia encontramos una infancia en la que se castigaron o se reprimieron demasiado pronto y de forma rígida los impulsos normales, tanto agresivos como afectivos, así como los actos espontáneos. Una postura intransigente en el entorno del niño le hace vivir como peligrosa cualquier desviación respecto de la norma impuesta y esta desviación se vive como peligrosa porque lleva consigo reproches, amenazas, pérdida de cariño y castigos. A fuerza de obtener estos resultados tan negativos, el niño se va convirtiendo en una persona prudente y controlada, aunque también se va manifestando cada vez como más inseguro y cohibido. Todo esto, a medida que pasa el tiempo, se transforma en su segunda naturaleza y esas actitudes controladas pasan a ser automáticas. Las dudas van ganando terreno y se convierten en una obsesión. Consideran que deben estar absolutamente en lo cierto, de lo contrario pueden ser castigados; y si no encuentran la solución exacta, se ven asediados por la angustia. Esto consolida también su tendencia al perfeccionismo.

Pero hay otro rasgo, asimismo, muy característico de las personalidades obsesivas: Con el fin de conseguir la mayor seguridad posible, se convierten en individuos muy dependientes de lo que dicen los demás, de lo que se debe decir y hacer en todo momento; es decir, se vuelven esclavos de los convencionalismos. En este orden de cosas, debemos tener presente algo que puede degenerar también en un comportamiento obsesivo: la sociedad, normalmente, exige y recompensa el orden, la limpieza, la dependencia y la constancia y ya hemos visto que son, precisamente, estas cualidades, aunque aumentadas desproporcionadamente, las que tipifican lo que denominamos como trastornos obsesivos.

Si resumimos ahora todo lo expuesto, tenemos que una Obsesión es un pensamiento repetitivo que el individuo no puede apartar de su mente, incluso aunque le provoque dolor y angustia. Y si la obsesión la situamos a nivel mental, a nivel conductual encontramos las llamadas Compulsiones, entendiendo por ello un acto o una serie de actos que la persona se siente obligada a hacer, aunque no tengan sentido. Muchas compulsiones aparecen con forma de rituales, que se convierten en condición previa antes de desarrollar una acción o que se ejecutan, incluso, como una ceremonia supersticiosa, sin la cual el individuo no sería capaz de seguir funcionando.

Esto conlleva serias molestias para las personas que rodean al individuo obsesivo, ya que ellas mismas ven limitada su personalidad si no quieren herir susceptibilidades y pretenden mantener el ambiente lo más tranquilo posible. En estas circunstancias, sería útil tratar de poner los medios adecuados para que el sujeto obsesivo se vaya liberando de su peculiar forma de ver y entender la vida o, cuando menos, hacerla más llevadera tanto para él como para los que están a su lado.



Ana I. Rico Prieto.
fuente: airema psicoterapia