Cómo sobrevivir a una madre narcisa
Karyl McBride, psicóloga estadounidense:


De niña, la doctora Karyl McBride tenía una muñeca que hablaba. Cuando uno le daba cuerda repetía una y otra vez las mismas frases: "Cuéntame un cuento" o "Por favor, péiname".

Hoy, el recuerdo de esa muñeca tiene un significado especial para la psicóloga: "Puede parecer extraño, pero cuando pienso en cómo describir a una madre narcisa, veo a esa muñeca que habla. Las interacciones de una madre narcisa con su hija son tan predeciblemente centradas en sí misma como las de la muñeca. No importa cuántas veces la hija "le dé cuerda" a su madre con la esperanza de que se concentre en ella y sus necesidades, el involucramiento de la madre siempre tendrá que ver con mamá", dice.

La doctora McBride sabe de lo que habla. Ella misma es hija de una madre narcisa e investigó durante dos décadas lo que ella llama "el narcisismo maternal" y sus efectos sobre las hijas. Ese trabajo, que incluyó cientos de entrevistas con mujeres afectadas, resultó en el libro "Will I ever be good enough? Healing the daughters of narcissistic mothers" (¿Seré alguna vez suficientemente buena? Sanando a las hijas de madres narcisas), que se lanzó en Estados Unidos el año pasado y acaba de ser reeditado en una versión de bolsillo.

"Empecé a investigar hace 20 años porque me di cuenta de que el mundo de la salud mental no había hecho nada al respecto. Es un tema tabú, las niñas buenas no hablan mal de sus madres, no odian a sus madres, por eso para las hijas es muy difícil hablar de esto. Llegan a la consulta con problemas de ansiedad, depresión, ataques de pánico o dificultades en sus relaciones sin darse cuenta de que a la base hay un problema con su madre. Este libro levanta la cortina sobre un problema real", dice McBride por teléfono desde Colorado, Estados Unidos.

Retrato de una madre narcisa

Las últimas cifras entregadas por la Asociación Psiquiátrica Americana indican que sólo en Estados Unidos hay actualmente 1.5 millón de mujeres con trastorno de personalidad narcisista. Pero McBride cree que la prevalencia es mucho más alta, y estaría en aumento. "El narcisismo es un desorden amplio, en un extremo está el trastorno de personalidad narcisista, pero también hay muchas mujeres que tienen más o menos rasgos narcisistas. Hay muchas madres que no tienen el trastorno, pero sí tienen rasgos importantes de ese tipo y dañan a sus hijas. Además, por lo menos en Estados Unidos, vivimos en una cultura extremadamente narcisista", comenta la experta.

McBride distingue el narcisismo maternal del simple narcisismo, y lo define de la manera siguiente: "Es la falta de empatía y la incapacidad de amar incondicionalmente. Generalmente estas madres tienen su propio pasado doloroso de no haber tenido padres capaces de conectarse con sus necesidades emocionales, tienen una herida profunda que no reconocen y como no trabajan en sanarla se la traspasan a sus hijos", explica la especialista.

La principal dificultad para las hijas de madres narcisas está en que éstas últimas, con su comportamiento, las aniquilan y borran su identidad. La imagen, explica McBride, es un elemento fundamental para las mujeres narcisistas y eso impregna toda la dinámica familiar. Más importante que las emociones y los sentimientos de cada uno de los miembros, les importa que ellas y la familia parezcan perfectas o casi a los ojos de los demás. Pero al mismo tiempo, como viven centradas en sí mismas, tampoco quieren que sus hijas se destaquen demasiado y les quiten protagonismo. "El mensaje que recibe la hija es: sé buena, sé amorosa, sé inteligente, etc, para que me consideren una buena madre. Pero cuidado con que te vaya demasiado bien y con hacerme sombra porque ahí te envidiaré. Por un lado son muy exigentes y ponen en evidencia las debilidades de sus hijas y por el otro son envidiosas y celosas de sus virtudes, entonces al final erradican todo el ser de sus hijas. Transmiten mensajes confusos y muy complicados de manejar", dice la psicóloga.

Esa tóxica relación se expresa de maneras muy distintas. McBride da el ejemplo de los relatos que le hicieron dos de sus pacientes. Una era adolescente, muy buenamoza y delgada. Al punto que su madre no lo pudo soportar. "Estaba celosa, entonces un día entró a la pieza de su hija, sacó toda la ropa del clóset y empezó a romperla y tirarla por el dormitorio. Le gritaba: ¿Qué te crees? ¡Nadie puede usar una talla 36! Debes ser anoréxica, te voy a llevar al médico. Y la hija no tenía nada de anoréxica".

Otro caso que le tocó ver fue el de una joven que sufría de depresión. Fue al psiquiatra y éste le recetó un antidepresivo. Contenta de haber encontrado una manera de salir adelante, quiso compartir la noticia con su madre.

"Pero ella agarró los remedios y los tiró por el excusado diciéndole: ¿Tan mala madre soy? ¿Cómo te atreves a hacerme esto? En estos casos se ve como para una madre narcisa todo tiene que ver con cómo se refleja en ella más que con alentar, querer y cuidar a su hija".

A la incapacidad de esas madres de ver las necesidades de su sus hijas se suma otro factor dañino para las hijas. Generalmente, las familias en las que hay una madre narcisa son disfuncionales: "Desgraciadamente son familias desconectadas emocionalmente. No hay una comunicación saludable en la que se habla de los sentimientos y no se cuida al otro con empatía. Generalmente el padre orbita en torno a la madre para que su matrimonio funcione, entonces la hija no sólo no tiene a una madre que la acoja, sino que tampoco lo hace el padre porque está demasiado ocupado con su señora", explica McBride. "Y muchas veces, la madre impide que los hijos sean cercanos entre ellos porque le da celos la conexión que puedan tener", agrega.

Los efectos en las hijas

Esa dinámica es dañina para todos los niños, pero la investigación de la doctora McBride demuestra que se les hace particularmente pesado a las hijas mujeres. Generalmente, explica, las madres narcisas tienen otro trato con sus hijos hombres: los ven como el niño de oro, les prestan más atención y no compiten tanto con ellos porque no se sienten celosas de la relación que pueden tener con su padre.

Con las hijas, el asunto es distinto y los efectos, devastadores. La experta cuenta que las niñas van internalizando tres mensajes principales: "No soy suficientemente buena, aunque haga muchos esfuerzos"; "No me siento digna de amor: si mi propia madre no me quiere, ¿quién puede?", y "me valoran por lo que hago más que por quién soy".

Eso se traduce en dos patrones de conductas: el primero corresponde a lo que McBride llama las hijas "Mary Marvel" o "María Maravilla". "En un extremo están las hijas que, en reacción a la idea de que son valoradas por lo que hacen más que por lo que son, deciden tratar de ganarse el cariño de su madre exigiéndose y exigiéndose para intentar cumplir con las expectativas de mamá", dice la psicóloga.

Al otro extremo están las hijas que internalizan más el mensaje de que hagan lo que hagan no será suficiente para sus madres y tiran la esponja. Empiezan entonces a autoboicotearse.

"Son dos extremos de mujeres que externamente viven vidas que parecen muy distintas, pero internamente cargan con el mismo peso emocional. Se sienten muy inseguras, vacías e inadecuadas. No desarrollan un claro sentido de sí mismas.

Y todo eso las afecta en distintos aspectos: afecta sus relaciones románticas, su manera de criar, sus opciones profesionales", dice McBride.

El tema de las relaciones es particularmente complejo. Por un lado porque sienten que no son dignas de ser queridas. Pero además, McBride dice que las hijas de madres narcisas heredan lo que ella llama "el legado del amor distorsionado". "Aprenden que el amor sólo está relacionado con lo que uno puede hacer para el otro o lo que el otro puede hacer para uno y eso es una trampa porque lleva a relaciones de codependencia y hace que elijan el hombre equivocado para relacionarse".

El camino a la sanación

Lo esperanzador del libro de Karyl McBride es que no implica que tener una madre narcisa sentencie a ser infeliz. Asegura que existen claves que permiten sanarse de las heridas que deja una mala relación con la madre y cortar el círculo vicioso.

"Muchas veces, las hijas se ponen muy temerosas cuando se embarazan. Temen no tener las habilidades para ser madre y, sobre todo, les da terror la posibilidad de terminar siendo igual a su madre. He visto a muchas hijas convertirse en madres maravillosas porque se dan cuenta de lo que les ocurrió y trabajan en recuperarse de esa experiencia. Si no lo hacen, corren efectivamente el riesgo de cometer muchos de los mismos errores".

En "Will I ever be good enough", la autora entrega un verdadero plan de recuperación en cinco pasos.

El primero consiste en hacer un duelo: el duelo de la madre que uno no tuvo y de la niña que uno no pudo ser. "Tiene que ver con aceptar que mamá tiene sus limitaciones, que es cómo es y que no podemos cambiarla", dice la psicóloga.

El segundo paso corresponde a un proceso de separación que generalmente se da en la adolescencia, pero que en las familias con madres narcisas suele no hacerse de manera adecuada. "De alguna manera, la hija tiene que hacer el trabajo de individuación de nuevo", explica McBride.

Eso es necesario para que pueda cumplir el tercer paso y desarrollar un sentido de sí misma, es decir definir quién es como mujer y conectarse con sus propios talentos, intereses y valores.

El cuarto paso está quizás menos relacionado con procesos sicológicos y más con los pragmáticos. Consiste en aprender a lidiar con la madre de una manera más sana, estableciendo límites claros. "Uno tiene que ver si su mamá es demasiado tóxica y hay que alejarse de ella o si, ahora que tiene más poder de control y que se ha recuperado, puede establecer una relación civilizada con ella, teniendo en mente que no va a ser más que eso".

El quinto y último paso tiene que ver con el futuro y con la relación que las hijas de madres narcisas establecerán con sus propias hijas. "Tienen que preocuparse de no transmitir el legado del amor distorsionado, para no mantener el mismo modelo con sus hijos", dice McBride

En la recuperación de las hijas, dice la experta, los padres pueden jugar un rol importante. Si toman conciencia de la necesidad de conexión de sus hijas y las apoyan emocionalmente, pueden contribuir de manera significativa en aplacar su dolor.

También lo pueden hacer las hermanas. "Si ambas se rebelan contra su sufrimiento y trabajan en recuperarse pueden ayudarse mucho la una a la otra porque se validan mutuamente y reconocen lo difícil que fue su experiencia con su madre", asegura la experta.

Karyl McBride también cree que la sociedad tiene una tarea pendiente: la de prestarles más atención a las necesidades emocionales de los niños.

"Tenemos que enfocar más la crianza en quiénes son nuestros hijos como personitas, en sus rasgos propios y en enseñarles valores, porque lo que veo hoy es que todo gira en torno a lo que los niños hacen. Los padres hablan de mi hija la bailarina, mi hijo el futbolista, o de mi hijo que está en tal colegio o mi hija que está en tal universidad. Hay que conectarse con quiénes son ellos y valorarlos por eso", concluye.

En internet: Más información en http://willieverbegoodenough.com