¿Qué es la Negligencia Emocional?



Negligencia Emocional


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¿Qué es la Negligencia Emocional?

Para comprender este término es necesario definir primero la palabra “negligencia”. Negligencia significa descuido o abandono, entre otras cosas. Negligencia, también es sinónimo de desinterés, desidia, apatía, dejadez, desgano e indolencia.

Con frecuencia, en una familia disfuncional, el abuso emocional por parte de uno de los padres suele generar la negligencia emocional del otro, especialmente con respecto a los hijos. Esto se debe a un error de criterio al establecer las prioridades emocionales de los miembros de la familia, por un lado, y la necesidad de preservar la unidad familiar, por el otro.

Cuando uno de los padres (la madre o el padre, indistintamente) maltrata psicológicamente al otro cónyuge (o a los hijos), y dicho cónyuge no protege la salud emocional de los niños (o la propia), entonces está cometiendo negligencia emocional.

Es común ver, que en el afán por preservar la unidad familiar, un cónyuge (hombre o mujer), que es víctima de abuso emocional por parte de su pareja, no logre separarse de ésta, aun cuando está en juego el bienestar emocional de los hijos.

El apego enfermizo de una víctima con un abusador se conoce también como Síndrome de Estocolmo. Cabe destacar que tanto víctimas como abusadores pueden ser tanto hombres como mujeres. Cuando hablamos de una víctima de abuso emocional, no nos referimos específicamente a una mujer. Las víctimas pueden ser mujeres, hombres, (adultos, niños, adolescentes, ancianos), y lo mismo ocurre cuando hablamos de un(a) abusador(a). El abusador no es, específicamente, un hombre; puede ser también una mujer. De hecho, cada vez hay más hombres que denuncian el maltrato emocional por parte de “abusadoras” mujeres (parejas, jefas, madres, etc.)

Es bastante común, también, que una madre o un padre decida soportar cualquier tipo de abuso con tal de no perder a su pareja. El impacto del maltrato emocional o la violencia física sobre los hijos, suele ser devastador. Los niños que viven en un ambiente familiar dónde el abuso emocional es moneda corriente, sufren un estrés permanente que se traduce en distintos trastornos y problemas de conducta. Algunos de estos problemas que surgen en los niños como consecuencia del abuso y la negligencia emocional son: depresión o apatía permanentes, falta de voluntad, introversión, problemas de relación con sus pares, trastornos alimenticios, problemas para dormir o necesidad dormir excesivamente, enuresis, problemas de conducta (berrinches, morder a los compañeros de escuela o a los hermanos), etc.

El padre (padre o madre) que permite que el abuso emocional continúe ocurriendo, sin ponerle un límite a la situación, está cometiendo negligencia contra sus propios hijos, ya que los obliga a ellos también a tolerar esos abusos. Hay muchos padres y madres que sacrifican el bienestar emocional de sus hijos (y el propio) en un intento por conservar a su pareja o de preservar la unidad familiar.

Lamentablemente, a veces hay que tomar la dura decisión de separase de un abusador porque la salud emocional de los niños es mucho más importante y tiene una prioridad más alta que el hecho de retener a una pareja o de preservar una unidad familiar, cuando esa unidad familiar es altamente nociva o negativa para la formación de los menores.

Además de descuidar las necesidades emocionales de los niños, el padre (padre o madre) que tolera el abuso emocional, establece un modelo de conducta muy negativo ya que les enseña a los niños a tolerar abusos, humillaciones, maltrato, etc. Un padre o una madre que no se respeta a sí mismo, enseña a sus hijos a no ser respetados.

Sacrificar la salud emocional de los hijos, a cambio de mantener una familia o una pareja, es pagar un precio muy alto por lo que se desea conservar. A veces, una buena terapia familiar y/o de pareja puede solucionar el problema. Pero, en casos extremos, es de suma importancia que las víctimas de abuso emocional, logren separarse del abusador.

Un caso grave, tomado de la vida real, es el de la familia López, dónde el padre estaba cumpliendo una condena de 9 meses en prisión por violencia doméstica. La madre lo había denunciado después que el padre la había golpeado delante de sus hijas. El matrimonio tenía cuatros hijas, de las cuáles la hija mayor, de 19 años de edad, había dejado el hogar familiar al cumplir la mayoría de edad porque no toleraba los episodios de violencia doméstica y vivía con cualquiera que le diera un lugar en su casa. La segunda hija del matrimonio, tenía graves problemas de salud mental como consecuencia de ser testigo de los incidentes constantes de abuso físico y emocional, y el Departamento del Menor y la Familia de esa ciudad, le había quitado a los padres la custodia de la menor y la había colocado en un centro de tratamiento residencial para jóvenes con problemas de conducta y de salud mental. La hija que seguía en edad, de sólo 15 años, estaba embarazada y se presumía que el padre era un vecino del lugar, desempleado, de 27 años de edad. La menor de las hijas, de 12 años de edad, había pedido quedarse en la casa de su tía, meses atrás, y se quedó a vivir con ella de modo permanente.

La madre solicitó servicios y ayuda al Departamento del Menor y la Familia, que hizo todas las remisiones necesarias para que la madre obtuviera todos los servicios que necesitaba para ella y sus hijas. En una de sus declaraciones, la madre explicó que había denunciado a su esposo por un incidente de violencia doméstica y que temía por su seguridad y la de las niñas, cuando éste saliera de prisión. Tan sólo dos semanas después, la madre había cambiado de opinión y declaró que ella y su esposo pensaban volver a vivir juntos cuando él saliera de prisión y que deseaban tener a todas sus hijas con ellos para mantener a la familia unida.

Si ella o su esposo hubieran completado con éxito algún tratamiento para personas con problemas de violencia doméstica, la reunificación de toda la familia sería el resultado ideal y deseado. Pero, lamentablemente, éste no era el caso. Tanto la madre como el padre negaban tener problemas de violencia doméstica o de cometer negligencia emocional contra sus hijas. Ante una situación como ésta, el regreso de las niñas al hogar familiar no era, claramente, en el mejor interés de ellas. Como si fuera poco, la madre culpó al Departamento del Menor y la Familia por no ayudarle a reunificar a su familia completa.

En otro caso, completamente diferente, una mujer casada comienza a tener un amorío extramatrimonial con otro hombre, también casado. Esta mujer, en su necesidad de pasar la mayor cantidad de tiempo posible con su amante, deja solos a sus hijos (ya adolescentes) en el hogar. El padre de los menores trabaja todo el día y no sabe que su mujer tiene un amante. Los hijos van a la escuela y cuando regresan al hogar no hay nadie que los supervise. Como consecuencia, los hijos van por la vida sin rumbo, atravesando la complicada etapa de la adolescencia sin una guía, sin un apoyo, ni contención emocional o supervisión adulta alguna. Como es de esperar, los jóvenes intuyen que su madre esconde algo por la manera en que actúa y sufren en silencio. Con el tiempo, ante el abandono físico y emocional de ambos padres, los jóvenes adolescentes se refugian en las drogas, el alcohol y las malas compañías.

Para empeorar las cosas, cuando el marido descubre que su esposa le engaña con otro hombre, no duda en armar un escándalo, mostrarse como víctima y contar todo, abiertamente, delante de sus hijos. El padre termina abandonado el hogar para comenzar una nueva vida y deja a los hijos a cargo de la esposa infiel. La madre continúa su relación con su amante y los hijos son abandonados y descuidados física y emocionalmente por partida doble.

Muchas veces, en su dolor o en su incompetencia, las personas se vuelven egoístas con sus hijos y priorizan sus propias necesidades antes de priorizar las necesidades emocionales de los hijos. La función de los padres (padre y madre) es la de proteger y velar por la salud emocional de los hijos. Los hijos no piden venir al mundo, los adultos los traen, y esto implica un compromiso profundo de por vida.

Se comete negligencia emocional cada vez que se descuidan las necesidades emocionales de los hijos. También se comete negligencia emocional cuando se obliga a los hijos a mentir o a cubrir hechos inadecuados o delictivos. La negligencia emocional también es una forma de abuso, ya que también deteriora profundamente la autoestima y el sentido de valor personal de un niño.