PENSAMIENTOS INTRUSIVOS


Pero cómo he podido pensar semejante tontería!». ¿Quién no se ha hecho alguna vez este reproche al verse asaltado por una idea que consideraba indigna para su inteligencia? Reacción espontánea y del todo natural pero tampoco muy razonable habida cuenta que nadie es dueño de sus reflejos mentales. «El cerebro es el más sobrevalorado de los órganos», se dice en una película de Woody Allen. Sobrevalorado e imprevisible ya que demasiadas veces va por libre, insumiso a la dictadura de nuestra voluntad, bullendo por sí solo ideas estupendas y profundas cogitaciones junto a gilipolleces y burradas morrocotudas. A estas últimas los especialistas les llaman «pensamientos intrusivos».

Los pensamientos intrusivos son impresiones cerebrales automáticas ajenas a todo encadenamiento lógico. Los hay de diversa entidad. Unos son del género memo: con frecuencia me viene la imagen de un canicón de goma que, a grandes botes, recorre los paisajes de mi ciudad. Increíble majadería contra la que nada puedo hacer. Otras veces son musicales, como esa melodía espantosa que se te pega al córtex cual galleta de galipote y no hay quien la despegue.

Hay pensamientos intrusivos que incomodan porque reflejan lo contrario de lo que uno piensa: una carcajada en el momento de presentar un pésame o el beso que te ves dándole a la persona que más detestas; una blasfemia en la mente de un sacerdote o la feliz madre de familia a quien, junto a las vías del tren, le relampaguea una tentación suicida.

Fijándonos bien, en nuestra vida cotidiana hallaremos elementos que pudieron tener ese origen inopinado. Un buen ejemplo, ahora que se acerca la Navidad, es el de esos belenes catalanes que, en lugar apartado, cobijan la figurita de un personaje evacuando. El famoso caganer tuvo que nacer de una de estas impertinencias de la mente, aunque con el tiempo cogió relieve y aceptación social hasta convertirse en símbolo de prosperidad.

Los especialistas dicen que no hay que rechazar los pensamientos intrusivos a riesgo de caer en la obsesión, según el conocido principio del oso blanco: si alguien te dice «no pienses en un oso blanco», de súbito se te aparece un enorme plantígrado polar tal que en un documental de la BBC. Pero si aprendemos a vivir con ellos, los pensamientos intrusivos pueden resultarnos valiosos y creativos. Desde el surrealismo, el arte viene explorando esos caminos y de ahí han nacido no pocas obras brillantemente desconcertantes.

Todo esto me lleva a la conclusión de que tan verdad es lo que decía Pascal, que el corazón tiene razones que la razón no comprende, como que la razón tiene pálpitos que en el corazón no laten. Pero no sé tú qué pensarás.

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FUENTE:JUAN AGUIRRE