¿Quien no tiene una manía, una pequeña obsesión que va y viene, un temor oculto a que pase algo?


¿Quien no tiene una manía, una pequeña obsesión que va y viene, un temor oculto a que pase algo?


Generalmente escuchamos a muchas personas decir “maniático!!!!” o “qué manía tienes no???” o “eres un enfermo, qué manía de hacer las cosas así!!!” y etc, etc, etc. Lo cierto, es que se puede decir que casi todo el mundo tiene un poco de ese bicho maniático que hace que hagamos ciertas cosas de alguna manera un poco especial. Así, nuestras manías pueden estar referidas al orden, hacer repetidas veces una misma cosa o sentir obsesión por algo.

Cuando estas cosas, triviales en apariencia, interfieren en la vida de una persona, se convierten en una desesperante enfermedad: los trastornos obsesivo compulsivos. Sin embargo, entre el 1 y el 2 por ciento de la población convive amigablemente con algunos de esos síntomas. La ansiedad suele estar detrás de la mayor parte de esta «locura de la duda»

Lavarse las manos cuarenta veces al día, ordenar el escritorio milimétricamente, tardar cinco horas en vestirse, andar pisando sólo las baldosas rojas, creer que encender un cigarro supone el comienzo de un pavoroso incendio, limpiar excesivamente...y la lista continúa interminablemente porque el rosario de «manías» de los enfermos que padecen trastornos obsesivos compulsivos (TOC) es largo y sorprendente.

Aunque esta palabra, «manía», tiene un significado diferente en argot psiquiátrico (fase de euforia de un paciente depresivo bipolar), aquí emplearemos su acepción popular. Se trata de una patología grave y que incapacita en gran medida a quien la padece, tal y como llevó a las pantallas de cine el actor Jack Nicholson en la película «Mejor imposible». Su papel de enfermo obsesivo compulsivo era fiel a la realidad. Según los expertos, en las dos últimas décadas se ha avanzado enormemente en su tratamiento, que pasa por la administración de algunos fármacos antidepresivos y de psicoterapia que intenta modificar los impulsos irracionales.

Todos tenemos, sin embargo, pequeñas manías u obsesiones que nos acompañan durante años y que no tienen por qué constituir una enfermedad. Entre el 1 y 2 por ciento de la población muestra síntomas obsesivo compulsivos que no llegan a constituir una patología, según estudios realizados en Estados Unidos.

Hay que diferenciar, pues, entre la conducta obsesiva de ciertos sujetos perfeccionistas, detallistas e hiperresponsables de los pacientes psiquiátricos que necesitan del apoyo de profesionales para salir del pozo sin fondo de las obsesiones.

Un ejemplo ilustre de enfermo de TOC fue Juan Ramón Jiménez, un poeta obseso de la limpieza y de los escrúpulos morales (ideas obsesivas relacionadas con la religión). En él, ganador del Nobel, los trastornos obsesivo compulsivos se mezclaban con episodios depresivos que le postraban en la cama durante meses. Un caso raro, porque la mayor parte de las personas aquejadas de dicha dolencia suelen perder la mayor parte de su vida profesional y personal por el camino. Por el contrario, una personalidad obsesiva fue la del monarca Felipe II. Perfeccionista, detallista y meticuloso, el Rey destacaba por su forma de ser monolítica, casi tan fría y gris como las paredes del monasterio de El Escorial, que mandó construir tras años de estudiados preparativos.

¿Cómo se diferencia un personalidad obsesiva de un enfermo obsesivo compulsivo?


El enfermo tiene muchos síntomas que empiezan a aparecer en la adolescencia, mientras que una obsesión es algo inocuo que tenemos todos, desde una musiquilla que se viene a la mente inevitablemente hasta pequeños tics sin los cuáles es difícil hacer algunas cosas. «Incluso las supersticiones tienen un carácter ritual de obsesión. Eso es lo que explica que alguien piense que por pasar debajo de una escalera le va a pasar algo terrible. Los enfermos severos lo que creen es que si encienden un cigarro ahora, va a haber un incendio en Nueva York. Ellos saben que son cuestiones absurdas, pero sufren muchísimo por su causa».

Un trabajador con personalidad obsesiva es muy valorado profesionalmente en nuestra sociedad, se llega a decir que «Son personas con un sentido de la responsabilidad extremo que no pueden dejar nada para el día siguiente, se llevan trabajo a casa y les gusta cuidar todos los detalles. También son individuos más vulnerables a la depresión o la ansiedad porque su forma de ser es muy rígida». Por otro lado, se ha llegado a descubrir que el 75 por ciento de los enfermos que sufren TOC responden a perfiles ordenados y perfeccionistas, mientras que el 25 por ciento restante son personas que no se identifican con un carácter obsesivo, lo que abre un nuevo interrogante.

Defensa frente a la ansiedad


La conducta compulsiva es un mecanismo de defensa frente a la angustia, de ahí que la ansiedad sea una de las principales causas de este trastorno. Las «manías» son conductas rituales, repetitivas, que no tienen finalidad, pero que tranquilizan al sujeto que las realiza en cierta manera. A juicio de los expertos consultados, los enfermos neutralizan su angustia con la creencia irracional de que llevando a cabo esa actividad repetitivamente controlan la situación. Por ejemplo, creen que lavándose las manos cien veces van a evitar el riesgo de contagio. Otra conducta compulsiva frecuente es la de comprobación. Es típico el ejemplo de la persona que sale de casa y tiene que volver porque no está segura de si ha echado la llave o si se ha dejado los fuegos de la cocina encendidos. Regresar le tranquiliza, aunque se encuentre todo en orden. También, el del sujeto que se levanta todas las noches para ver si está el gas cerrado. Son casos que se salen de la normalidad porque seguramente interfieren en sus vidas privadas.

Al ser un mecanismo de defensa contra la angustia, se da en quienes no controlan bien su ansiedad y se ven expuestos a que este mecanismo les afecte. «El enfermo compulsivo es como la huerta que está al lado del río; cada cierto tiempo el caudal crece e inunda las lechugas. El dueño decide protegerse contra el agua construyendo una enorme tapia, pero las lechugas se mueren igual porque no les da el sol. Este sistema de defensa es algo similar: si el eliminar la ansiedad lleva aparejada una conducta obsesiva, el sistema no funciona», indican especialistas. Mientras el paciente lleva a cabo la conducta obsesiva no está angustiado, aunque todo el entramado que rodea a las obsesiones y compulsiones sí es angustioso.

El principio básico por el que la compulsión defiende de la ansiedad es la repetición. Al repetir, «controla» la situación; las personas obsesivas son muy inseguras, por lo que se pasan el día dudando. La duda se elimina repitiendo. Así no hay cabos sueltos ni cosas que queden al azar, explican los especialistas. Estas compulsiones suponen una fuente de sufrimiento infinito para quienes las padecen. Ellos son conscientes de lo absurdo de su comportamiento o de las ideas que asaltan su mente, pero no pueden sustraerse a todo ese torrente. No sólo les produce una gran inestabilidad emocional, sino que, además, pueden aterrarles cosas que ni siquiera se han producido, tal y como relatan los doctores: «Miedo a poder decir algo embarazoso, miedo a poder robar un banco, miedo a haber hecho algo y no saberlo. Tengo un paciente que es taxista y en la fase peor de su enfermedad tenía que parar el coche constantemente cuando notaba que había atravesado algún badén u obstáculo, por temor a haber atropellado a un niño pequeño con las ruedas de atrás. La carrera profesional de este enfermo se vio muy afectada, obviamente».



Ideas obsesivas


No sólo preocupan a los especialistas los rituales o compulsiones, sino también las obsesiones. Son imágenes, ideas, pensamientos que acuden a la mente sin que la persona quiera, de forma repetitiva, y que son de contenido absurdo. Llegan a angustiar mucho a los pacientes que las sufren y siempre se centran en cuestiones sumamente desagradables. Es frecuente que les asalten imágenes de un niño, que puede ser su hijo o un menor de la propia familia, y piensen que le van a matar. En caso de ser individuos muy religiosos, pueden imaginarse a las vírgenes o los santos con características obscenas... Siempre son los pensamientos más nefastos y contrapuestos a su moral y deseo. El enfermo no sólo se preocupa por lo que le pueda pasar a él, sino a las personas de su entorno. Hay mujeres que se han obsesionado con que se les ha caído una aguja de coser en la comida. Cada vez que ponen lentejas las pasan por una coladera innumerables veces, comprueban que no hay nada punzante en el puchero porque temen enormemente que alguien de su familia pueda llegar a tragárselo.

Los tipos de obsesiones o compulsiones no han cambiado apenas a lo largo de los años y estos son algunos ejemplos:
Relacionadas con la agresión. Temor a hacer daño a los demás, a uno mismo, a insultar o proferir obscenidades, a dejarse llevar por los impulsos, a que pase algo terrible, a ser el responsable de una catástrofe.
Sobre la suciedad y contaminación. Mostrar desagrado exagerado por las secreciones del cuerpo, por la suciedad y gérmenes, contaminación ambiental, por contraer una enfermedad, por que otras personas caigan enfermas o por la higiene del hogar.
Necesidad de limpiar y lavar. Lavado exagerado de manos, cuerpo, dientes, arreglo personal de forma ritual, tomar medidas para evitar el contagio o para eliminar contaminantes.
Sexuales. Pensamientos o impulsos sexuales prohibidos o perversos que pueden involucrar a niños, animales, cuestiones referidas a la homosexualidad o el incesto.
De acumulación y colección: Tendencia a acumular todo tipo de cosas hasta que la casa se vuelve inhabitable. El enfermo siente deseos de ordenar, pero no es capaz de hacerlo nunca.
Religiosas. Ideas o imágenes religiosas con características sexuales aberrantes. También hay personas que dicen no haberse confesado bien o haberlo hecho con mala intención e intentan repetir el acto numerosas veces de iglesia en iglesia.
Necesidad de simetría y orden. El paciente ordena y organiza de forma milimétrica. En otros casos, siente una gran necesidad de contarlo todo.
Sobre el propio cuerpo. Arrancarse pelos de cualquier parte del cuerpo, morderse las uñas, los dedos, rascarse de forma excesiva.
Compulsiones de comprobación. Comprobación de puertas, cerraduras, aparatos, los mecanismos del coche, así como percatarse de que no ha sucedido ni sucederá nada malo o que no hay sustancias contaminantes que puedan perjudicar.
Rituales de repetición. Entrar o salir por la puerta, levantarse o sentarse en la silla.
Compulsiones varias. Necesidad de saber, recordar, ver ciertos colores o números -que indican buena o mala suerte-, sonidos que irrumpen en la mente con algún significado. Urgencia por decir, confesar, preguntar, tocar o tomar medidas de prevención para no hacerse daño a sí mismo o a los demás o para evitar un suceso terrible que pueda acaecer.
Unas cuantas claves para prevenir entre un 30 y un 40 por ciento las depresiones son:

Evadirse o controlar el estrés. Evitar la soledad, practicando relaciones sociales suficientes. Se aconseja al menos dos confidentes, no dos parejas, para poder relatar problemas o preocupaciones cotidianas.
Dar paseos, hacer ejercicio o deporte al aire libre. La luz natural estimula la creación de neurotransmisores. Regular los ritmos vitales.
Una cuestión importante es acostarse siempre a la misma hora, aunque no se tenga sueño. Ayuda a centrar la mente y a acompasar todos los procesos biológicos.