Diferencias entre hombres y mujeres en los trastornos de ansiedad:
una aproximación psicobiológica
[pp. 20-29]

M. Carmen Arenas (Dpto. Psicobiología, Facultad de Psicología, Universitat de Valencia),
Araceli Puigcerver (Dpto. Psicobiología y Metodología de las Ciencias del Comportamiento, Facultad de Psicología, Universidad de Málaga)


Los trastornos de ansiedad son, en la actualidad, enfermedades psiquiátricas muy frecuentes e incapacitantes. Las mujeres en edad reproductiva son más vulnerables a desarrollar trastornos de ansiedad, aproximadamente entre 2 a 3 veces más que los hombres. Ser hombre o mujer no sólo puede influir en la prevalencia de los trastornos mentales, sino también en la manifestación y expresión de los síntomas, la voluntad para solicitar asistencia médica o psicológica, el curso de la enfermedad, incluso en la respuesta al tratamiento. Cada vez hay pruebas más sólidas de que existen diferencias entre ambos sexos respecto a la anatomía cerebral, la neuroquímica y los patrones de activación y respuesta a los estímulos ambientales; diferencias que pueden influir en la etiología y el curso de los trastornos psiquiátricos. Sin embargo, poco se conoce sobre los factores de riesgo que inducen a las mujeres a desarrollar ciertas psicopatologías. Por ello, en este trabajo pretendemos presentar una breve revisión sobre los aspectos psicobiológicos que pueden contribuir a las diferencias de sexo en los trastornos de ansiedad.

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Los trastornos de ansiedad y los del estado de ánimo son una de las enfermedades mentales más frecuentes en la actualidad. Sólo en Estados Unidos se estima que 1 de cada 5 personas sufrirá en su vida uno o varios de estos trastornos (Kessler et al., 1994). Según los resultados del proyecto Estudio Europeo de la Epidemiología de los Trastornos Mentales (European Study of the Epidemiology of Mental Disorders, ESEMeD), el 13,6% de la población de seis países europeos (Bélgica, Francia, Alemania, Italia, Holanda y España) ha padecido algún trastorno de ansiedad a lo largo de su vida (prevalencia-vida) y el 6,4% en el último año del estudio (prevalencia-año) (Alonso et al., 2004).
Las mujeres en edad reproductiva son más vulnerables a desarrollar trastornos de ansiedad que los hombres, aproximadamente entre 2 a 3 veces más. De hecho, el 17,5% de las mujeres frente al 9,5% de los hombres habían sufrido algún trastorno de ansiedad a lo largo de su vida; mientras que el 8,7% de las mujeres frente al 3,8% de los hombres habían padecido un trastorno de ansiedad en el último año (Alonso et al., 2004; Carrasco-Galán y Espinar-Fellmann, 2008). Ser hombre o mujer no sólo puede influir en la prevalencia de los trastornos mentales, sino también en la manifestación y expresión de los síntomas, la voluntad para solicitar asistencia médica o psicológica, el curso de la enfermedad, incluso en la respuesta al tratamiento (Phillips y First, 2009; Wisner y Dolan-Sewell, 2009).
El estudio de las diferencias de género en los trastornos mentales es un campo de investigación que recientemente está en alza a nivel preclínico (Horst et al., 2009). Una búsqueda en el MedLine utilizando los términos sexo (sex), género (gender) y ansiedad (anxiety) nos revela que el número de trabajos con seres humanos publicados en inglés en 1990 fue de 96, frente a los 664 en 2006 (Wisner y Dolan-Sewell, 2009). Sin embargo, todavía hace falta mucha investigación para aclarar la relación entre género y psicopatología, como vienen denunciando instituciones internacionales de la salud como American Psychological Association, American Psychiatric Association, National Institute of Mental Health y la Organización Mundial de la Salud (OMS) (Phillips y First, 2009; Wisner y Dolan-Sewell, 2009). La OMS considera que no se estaba prestado apenas atención a los determinantes específicos de cada sexo en los mecanismos que promueven y protegen la salud mental y fomentan la resistencia al estrés y a la adversidad (OMS, 2000). Dos de los objetivos principales que se propuso esta institución al respecto, fueron recoger datos de la prevalencia y las causas de los problemas de salud mental en las mujeres, así como de los factores mediadores y protectores, para formular y poner en funcionamiento medidas de salud que atiendan las necesidades y preocupaciones concretas de las mujeres desde la infancia hasta la vejez (OMS, 2001).
Se han identificado un conjunto de factores que pueden explicar el predominio femenino en los trastornos de ansiedad, así como las diferencias entre los sexos en otros trastornos psiquiátricos. Un grupo de estos factores serían los psicosociales y socioculturales que incluyen diferencias en el tipo de afrontamiento de la persona, rol sexual, pobreza, nivel educativo, estado civil, nivel de ingresos, apoyo social, aislamiento social, adversidades durante la infancia, cambios sociales, normas culturales y vulnerabilidad a la exposición y reactividad ante acontecimientos vitales estresantes. Otros factores que sugieren diferencias de sexo son la comorbilidad previa, la predisposición genética, los rasgos de la personalidad, las hormonas sexuales, la reactividad endocrina frente al estrés, los sistemas de neurotransmisión y los determinantes neuropsicológicos (Grant y Weissman, 2009). Hay consenso en considerar que los factores psicosociales y socioculturales no pueden explicar todas las diferencias observadas entre ambos sexos, y dada la coherencia de los hallazgos en los distintos grupos culturales, la conclusión es que las diferencias de género en las tasas de los trastornos psiquiátricos son en gran parte psicobiológicas. Evaluar cuales de los factores explicativos de las diferencias entre los sexos son de naturaleza biológica y cuales de naturaleza social, nos permitirá conocer cuales son inmutables y cuales no (Dalla y Shors, 2009).

A pesar de la escasez de estudios, cada vez hay más pruebas sólidas de que existen diferencias entre ambos sexos respecto a la anatomía cerebral, la neuroquímica y los patrones de activación y respuesta a los estímulos ambientales, así como diferencias respecto a la fisiología y fisiopatología de otros sistemas corporales, diferencias que pueden influir en la etiología y el curso de los trastornos psiquiátricos (Altemus, 2009). Por ello, en este trabajo pretendemos presentar una panorámica general de la investigación que se está llevando a cabo sobre los aspectos psicobiológicos que pueden contribuir a las diferencias de sexo en la prevalencia, los patrones sintomáticos y las respuestas terapéuticas centrándonos en el contexto de los trastornos de ansiedad.

Diferencias sexuales en los trastornos de ansiedad

La ansiedad puede ser conceptualizada como un estado negativo con tres componentes, uno fisiológico, la hipervigilancia, otro afectivo, el miedo, y otro cognitivo, la indefensión; y cuya principal característica es la sensación de incontrolabilidad sobre posibles amenazas o daños (Chua y Dolan, 2000). Aunque la ansiedad es una reacción psicológica normal que tiene la función de prepararnos para peligros futuros, también representa el síntoma psiquiátrico más común. Todos los trastornos de ansiedad se caracterizan por presentar síntomas de ansiedad, pero son muy distintas las características de cada trastorno. El DSM-IV-TR (Diganostic and Statistical Manual of Mental Disorders) distingue entre trastorno de angustia (con agorafobia o sin ella) o agorafobia sin trastorno de angustia, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno obsesivo-compulsivo, fobia específica, fobia social, trastorno por estrés postraumático, trastorno por estrés agudo, trastorno de ansiedad debido a enfermedad médica, trastorno de ansiedad inducido por sustancias y trastorno de ansiedad no especificado (American Psychiatric Association, 2000).
El trastorno de angustia se define como una alteración psiquiátrica caracterizada por ataques de pánico inesperados y repetidos. Los ataques de pánico son limitados en el tiempo, altamente aversivos y están acompañados de un amplio rango de consecuencias fisiológicas y psicológicas negativas. Los estudios epidemiológicos y clínicos han corroborado que el trastorno de angustia es doblemente frecuente en las mujeres y que su edad de inicio es diferente en cada sexo; en hombres se presenta entre los 15 y los 24 años mientras que en las mujeres se inicia algo más tarde, entre los 35 y los 44 años (Eaton et al., 1994). El trastorno de angustia en mujeres tiende a ser más severo que en los hombres y se asocia con tasas elevadas de comorbilidad con agorafobia, trastorno de ansiedad generalizada y trastorno de somatización. También encontramos diferencias sexuales en su sintomatología, ya que en las mujeres el pánico presenta predominantemente síntomas respiratorios, mientras que en los hombres son síntomas gastrointestinales acompañados de sudoración intensa (Leskin y Sheikh,
2004).
Muy recientemente, desde el campo de la neuroimagen, se ha podido comprobar cambios sexo-dimórficos en distintas estructuras cerebrales de pacientes con trastorno de angustia. Los hombres presentaron una mayor reducción en la amígdala derecha y en la corteza insular bilateral, mientras que las mujeres mostraron una disminución más marcada en el giro temporal derecho, en la corteza prefrontal dorsolateral y ventrolateral, en la corteza parietal y en el tálamo (Asami et al., 2009). Estos hallazgos confirmarían la implicación de la corteza prefrontal y de la amígdala en la patofisiología de este trastorno y ofrecerían una posible explicación de las diferencias sexuales en su sintomatología.
Las fluctuaciones hormonales se han asociado tradicionalmente con un aumento en la incidencia del trastorno de angustia en mujeres. Sin embargo, aunque no se conocen las interrelaciones concretas entre la ciclicidad menstrual y el trastorno de angustia, sí se ha verificado que los cambios en las hormonas premenstruales contribuyen a los episodios de pánico. De hecho, a pesar de que el empeoramiento premenstrual del pánico no se ha replicado en todos los estudios, sí se ha observado que las mujeres con trastorno premenstrual (TPM) tienden a presentar pánico tras la exposición a distintos agentes panicogénicos como el lactato, el CO2, o los antagonistas de la colecistoquinina (Le Melledo et al, 2000). Se conoce que los metabolitos de la progesterona pueden tener efectos ansiolíticos debido a su acción agonista sobre los receptores GABA/BZD (Seeman, 1997), por lo que una posible alteración en este complejo receptor podría explicar los factores que vinculan las respuestas de pánico, el ciclo reproductivo femenino y el TPM (Leskin y Sheik, 2004).
Otro posible mecanismo explicativo de las diferencias de sexo en la patofisiología del pánico podrían ser las diferencias descritas en la sensibilidad del receptor β-adrenérgico entre hombres y mujeres. La norepinefrina se relaciona con la etiología y sintomatología de los ataques de pánico, presentando los pacientes una respuesta anormal tras la estimulación de los receptores β-adrenérgicos. Concretamente las mujeres con trastorno de angustia presentaron una reducción en la sensibilidad del receptor que no fue observada en los hombres (Kim et al., 2004).
La agorafobia es una de las consecuencias más discapacitante del trastorno de angustia. Consiste en tener miedo a presentar ataques de pánico, lo que lleva a los sujetos a confinarse en el hogar, un espacio donde pueden controlar las actividades y los estímulos. Afecta a un 3-4% de hombres frente a un 7-9% de mujeres, presentando éstas mayor severidad en los síntomas y mayor deterioro de la calidad de vida (Altemus y Epstein, 2008; Kessler et al., 1994).
El trastorno de ansiedad generalizada (TAG) consiste en una preocupación excesiva e incontrolable sobre múltiples problemas cotidianos. Entre los síntomas se incluyen la tensión muscular, la fatiga, el insomnio, la inquietud, la falta de concentración y la irritabilidad. La tasa prevalencia-vida es del 4% en los hombres, frente al 7% en las mujeres (Altemus y Epstein, 2008; Kessler et al., 1994). Esta divergencia entre los sexos comienza a una edad temprana y continúa en la adolescencia y en la edad adulta (McLean y Anderson, 2009). Son numerosos los estudios que han verificado un empeoramiento premenstrual de los síntomas del TAG (Peer et al., 2008), aunque se desconocen los mecanismos por los que algunas mujeres presentan este agravamiento del trastorno. Sin embargo, a diferencia del trastorno de angustia, el curso clínico del TAG suele ser el mismo en hombres y en mujeres, así como el riesgo de remisión y de recaídas (Yonkers y Kidner, 2002).
El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es una enfermedad severa y frecuente que afecta del 1 al 3% de la población (Weissman et al., 1994). Una persona con TOC sufre pensamientos obsesivos y repetitivos y tiene muchos miedos (a contaminarse, a herir a otros o a sí mismo, dudas morales,...) que le inducen a realizar compulsivamente conductas ritualizadas que le disminuyen la ansiedad. El TOC es el único trastorno de ansiedad que no presenta diferencias sexuales en su incidencia, a pesar de la creencia general de que el trastorno es más frecuente en los hombres (Lochner et al., 2004). No obstante, existen diferencias de sexo en la expresión y en la edad de inicio de los síntomas del trastorno, en el curso y en la respuesta al tratamiento del mismo (Torresan et al., 2009; Yonkers y Kidler, 2002). El comienzo de los primeros síntomas es más precoz en los hombres, coincidiendo con la pubertad o la primera juventud, mientras que en la mujer no suele manifestarse antes de los 20 años, normalmente asociado a embarazos (Boggetto et al., 1999). Con respecto a los síntomas, las mujeres muestran más compulsiones dañinas sobre limpieza y comprobaciones, mientras que los hombres presentan más tics, mayor gravedad en los síntomas en general y un peor pronóstico (Lochner et al., 2004).
Algunas investigaciones sobre el TOC se han centrado en las posibles influencias hormonales. Se ha observado cambios concretos en los síntomas de mujeres con TOC tanto en la fase premenstrual/menstrual, como tras el embarazo y la menopausia, confirmándose la interrelación entre los cambios cíclicos menstruales/reproductivos y las recaídas y las fluctuaciones en los síntomas de este trastorno (Lochner et al., 2004).
Como muchos trastornos psiquiátricos, el TOC tiene una predisposición genética subyacente en muchos de los pacientes. Uno de los parámetros genéticos mejor estudiados en el TOC es la expresión genética de la catecol-O-metil-transferasa (COMT). Parece que la regulación a la baja de la COMT es un factor que contribuye a la predisposición al TOC sólo en pacientes varones. Sin embargo, carecemos de una explicación completa y no se dispone de resultados concluyentes (Pooley et al., 2007; Wang et al., 2009). Aunque los datos genéticos son prometedores, de momento es prematura una conclusión sólida salvo la demostración de un patrón sexo-dimórfico en la susceptibilidad genética a presentar el TOC. Y a pesar de los avances experimentados en los últimos 10 años, se sabe aún muy poco acerca de la etiopatogénesis del trastorno, faltando todavía mucha información sobre el por qué de las diferencias de género.
Una fobia es un miedo excesivo a un objeto o situación particular. Entre las fobias específicas más comunes están las fobias a animales, con una prevalencia-vida del 5% en los hombres y del 11% en las mujeres; las fobias a situaciones como volar, sitios cerrados, o altos, con una prevalencia-vida del 9% en hombres y un 12% en mujeres; y la fobia social, que se presenta en un 11% de los hombres frente al 16% de las mujeres (Altemus y Epstein, 2008; Angst, 1997; Kessler et al., 1994). Al igual que en el TAG, no se han observado diferencias de sexo en el curso clínico de estos trastornos. A pesar de que no se dispone todavía de información acerca del impacto de las hormonas reproductivas femeninas en el curso y severidad de la ansiedad social, no se duda de la influencia de estas hormonas tanto en la conducta de evitación en las mujeres como en la ansiedad social. Se ha observado que las mujeres diagnosticadas suelen presentar un empeoramiento de los síntomas en la fase premenstrual del ciclo, al igual que las mujeres embarazadas exhiben un aumento en los niveles de ansiedad social en el primer trimestre del embarazo (Peer et al.,
2008).
El trastorno por estrés postraumático (Posttraumatic Stress Disorder, PTSD) sobreviene como consecuencia de la exposición a un evento traumático, psicológico o físico, que provoca un estrés agudo o crónico. Se caracteriza por la reexperimentación del trauma a través de sueños o flashbacks, por la hipervigilancia y por la evitación de pensamientos o estímulos que puedan recordar la situación traumática (Yehuda y LeDoux, 2007). Como la mayoría de los trastornos de ansiedad, son las mujeres quienes manifiestan en mayor proporción el PTSD, con una prevalencia-vida del 10% en las mujeres frente al 5% de los hombres (Altemus y Epstein, 2008; Kessler et al., 1995; Olff et al., 2007).
Una de las explicaciones a las diferencias de sexo en la prevalencia del PTSD es la posibilidad de que las mujeres se expongan en mayor medida a situaciones traumáticas que los hombres. Sin embargo, un exhaustivo estudio de Tolin y Foa (2006) ha demostrado que, en general, son los hombres los que se exponen con mayor frecuencia a eventos amenazantes o traumáticos (accidentes, ataques no sexuales, combate o guerra, fuego o desastres,...), estando las mujeres más expuestas sólo en el caso de abusos y ataques sexuales. Además, siguen apareciendo diferencias de sexo en el desarrollo de este trastorno a favor de la mujer, aún cuando se controla la varianza atribuible a los abusos sexuales o incluso cuando se examina la frecuencia y severidad del PTSD entre hombres y mujeres expuestos a un mismo evento traumático. Por tanto, la mayor prevalencia en las mujeres no puede explicarse por el mayor riesgo de sufrir un abuso o ataque sexual (Olff et al., 2007; Tolin y Foa, 2006).
La influencia sobre la respuesta neuroendocrina al estrés de los patrones específicos de cada sexo en la evaluación cognitiva y en los procesos de afrontamiento de la situación traumática ha sido considerada como posible causa del mayor riesgo de las mujeres a desarrollar PTSD (Olff et al., 2007). La respuesta particular a amenazas extremas, pasa de ser adaptativa a desadaptativa en función de numerosos factores; y es el proceso de evaluación del evento estresante el primer paso en la cascada de respuestas psicobiológicas. Se ha sugerido que el que las mujeres perciban el evento de forma más amenazante y con mayor pérdida de control que los hombres, puede contribuir a la mayor prevalencia del PTSD en ellas, por provocar diferencias en la respuesta del eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA). Existen evidencias de que la conducta de afrontamiento del estrés y las respuestas fisiológicas relacionadas son diferentes en roedores machos y hembras, lo cual se atribuye a diferencias anatómicas, influencias hormonales y factores ambientales. Se ha demostrado que, usando un paradigma de estrés crónico, los machos adoptan la respuesta típica de lucha o huída (“fight or flight”), mientras que las hembras mostrarían una respuesta más defensiva y pasiva, es decir, lo que se ha denominado una conducta más protectora o amistosa (“tend and befriend”) (Taylor et al., 2000); esto vendría a explicar que las hembras alojadas en grupo presenten significativamente menos efectos negativos por la exposición al estrés que las hembras alojadas individualmente, no habiéndose encontrado estas correlaciones en los machos (Horst et al., 2009). Estos datos preclínicos corroboran los estudios epidemiológicos en seres humanos que muestran un efecto protector del apoyo social sobre el riesgo a desarrollar trastornos relacionados con el estrés en las mujeres (Kendler et al., 2005).
Las principales alteraciones neuroendocrinas observadas en los sujetos con PTSD son un incremento de la activación simpática y de la hormona liberadora de la corticotropina (CRH), con una reducción del cortisol debido a una hipersensibilidad del feedback negativo en el eje HPA (Yehuda y LeDoux, 2007). Se ha observado en pacientes con una hipocortisolémia diagnosticados de PTSD tras sufrir un accidente de coche, que los hombres tenían niveles más altos de cortisol en saliva que las mujeres, presentando una variación diurna atípica diferente: mientras los hombres tendían a aumentar sus niveles, las mujeres mostraron una reducción de la concentración de cortisol a lo largo del día (Paris et al., in press). Actualmente, se considera que los niveles bajos de cortisol en orina son un predictor del grado de PTSD que presenta el sujeto, y que las alteraciones relacionadas con el cortisol en este trastorno reflejarían unos factores de vulnerabilidad preexistente al trauma (Yehuda y LeDoux, 2007; Paris et al., in press).
Otra posible explicación de las diferencias de sexo en la incidencia del PTSD podría ser el hecho de que las mujeres muestran en mayor medida la disociación peritraumática (DPT) en comparación con los hombres. La DPT es un estado de conciencia limitada o distorsionada durante el tiempo que dura el evento traumático o inmediatamente después. Se ha vinculado a una actividad reducida del eje HPA y a las respuestas defensivas y pasivas en situaciones estresantes, por lo que se ha asociado también al desarrollo de PTSD y se considera un posible predictor de este trastorno (Olff et al., 2007).
Algunos estudios han mostrado que los sujetos que presentan una mayor activación del sistema nervioso simpático durante la fase aguda tras el trauma, son los que posteriormente desarrollan el PTSD. Y aunque los niveles elevados de cortisol son más comunes en hombres que en mujeres supervivientes de una catástrofe natural, los datos disponibles también muestran una mayor presencia de síntomas fisiológicos agudos, especialmente hiperactivación, en las mujeres que en los hombres después de sufrir un desastre natural (Olff et al., 2007). Se ha sugerido que esa hiperactivación tras un estrés extremo puede dar lugar al desarrollo de “sobreconsolidación” de memorias y, así, contribuir al desarrollo del PTSD (Paris et al., in press).
Otro aspecto a considerar para entender las diferencias de sexo en la vulnerabilidad al PTSD, es el hecho de que las mujeres presentan una recuperación más lenta que los hombres en la respuesta hormonal al estrés. Se sabe que una rápida recuperación de la respuesta de estrés es importante para superar el trauma, y niveles más altos de oxitocina se han asociado a un restablecimiento del eje HPA más rápida en mujeres que en hombres después de un estrés agudo en el laboratorio (Olf et al., 2007).
Por último, indicar que existen datos que relacionan el PTSD con cambios en el sistema inmunitario que podrían justificar, en parte, las diferencias de sexo en este trastorno. Se ha descrito un incremento en la activación de los linfocitos CD45 (células de memoria del sistema inmunológico) mayor en pacientes diagnosticados con PTSD que en los controles (Wilson et al., 1999), alteraciones semejantes a las de patologías autoinmunes como el lupus eritematoso sistémico. Es conocido que las mujeres presentan una respuesta inmunitaria más vigorosa que los hombres, pero también una mayor incidencia de enfermedades autoinmunes, como el lupus eritematoso sistémico (entre 7-10 veces más), la artritis reumatoide o la esclerosis múltiple (entre 2-3 veces más) (Darnall y Suarez, 2009).

Factores psicobiológicos explicativos de las diferencias sexuales en los trastornos de ansiedad

Durante muchos años, las diferencias entre los sexos y el papel que las hormonas gonadales tenían en estas diferencias, se estudiaron exclusivamente centrándose en la conducta sexual. Actualmente, al margen de controversias, se acepta que la diferenciación sexual implica diversas variantes estructurales, químicas y funcionales entre el cerebro del varón y el de la mujer, que afectan a todos los ámbitos del sujeto (Cahill, 2006; Cahill, 2009).
Es bien conocido que la diferenciación sexual está influida por factores genéticos y hormonales, y que este proceso se lleva a cabo en varias fases distintas. Primero se establece el sexo genético o cromosómico (XX vs. XY), después el sexo gonadal (ovarios vs. testículos), posteriormente se desarrolla el fenotipo genital y, finalmente en la pubertad, se establecen los caracteres sexuales secundarios. Aunque las hormonas sexuales son elementos clave para el desarrollo de algunos de estos procesos, no hay que olvidar que el papel de estas hormonas perdura durante toda la vida del individuo, contribuyendo así, día a día, a su diferenciación sexual.
Los estudios de familias han demostrado repetidas veces que los factores genéticos juegan un papel importante, aunque no determinante, en la aparición de los trastornos de ansiedad. No obstante, las investigaciones genéticas no han presentado, hasta ahora, ningún gen o genes como candidatos que predispongan a desarrollar estos trastornos. Un posible mecanismo implicado son los alelos potencialmente vulnerables a desarrollar ansiedad, siendo uno de ellos el alelo Ser23 para el receptor 5HT2C. Los agonistas de este receptor serotoninérgico tienen efectos ansiógenos en sujetos voluntarios e incrementan los síntomas de la ansiedad en sujetos con TOC o con trastorno de angustia. Pero los resultados hasta el momento son contradictorios, pues mientras algún estudio ha encontrado que este alelo se encuentra con mayor frecuencia en mujeres que en hombres, otros trabajos han mostrado la proporción contraria (Altemus y Epstein, 2008).
Por lo que respecta a la neuroanatomía, la amígdala y el hipocampo están muy implicadas en las emociones y en la respuesta de estrés. En los últimos años, se ha demostrado que estas áreas cerebrales son sexualmente dimórficas en su estructura; mientras que la amígdala es mayor en los hombres que en las mujeres, el hipocampo es mayor en las mujeres que en los hombres. Se ha comprobado además, que la amígdala y el hipocampo reaccionan al ambiente de forma diferente en cada sexo. Cuando se evaluó la actividad de la amígdala, crucial para el recuerdo de sucesos emotivos, de sujetos que contemplaban diapositivas con imágenes perturbadoras, los hombres que manifestaron una respuesta emocional intensa, exhibieron mayor actividad en la amígdala derecha, mientras que las mujeres la mostraron en la amígdala izquierda (Cahill et al., 2001, Cahill, 2003). Se ha sugerido que estas diferencias en actividad hemisférica entre los sexos, serían responsables de que las mujeres recuerden más vivamente los detalles de un acontecimiento emotivo y de que los hombres, por el contrario, conserven un recuerdo más global del acontecimiento. En estudios con animales se ha observado que las situaciones de estrés a una edad temprana provocan también consecuencias diferentes en el cerebro de cada sexo. Mientras que la ansiedad por separación de la madre aumentaba la concentración de receptores de serotonina en la amígdala de los machos, la misma situación disminuía la concentración de tales receptores en las hembras. Si ha esto añadimos que la producción de serotonina es un 52% más elevada en el varón que en la mujer (Cahill, 2006; Cahill, 2009), resulta una línea de investigación muy interesante y prometedora para comprender la predisposición de las mujeres a desarrollar trastornos de ansiedad y del estado de ánimo.
Los estudios epidemiológicos nos muestran que las diferencias entre los sexos a desarrollar trastornos de ansiedad, surgen en la adolescencia y tienden a desaparecer en la menopausia de la mujer. Asimismo, la incidencia de estos trastornos varía según las distintas fases del ciclo hormonal en la que se encuentre la mujer. Si además tenemos en cuenta que los cambios introducidos por las hormonas reproductivas -durante la fase intrauterina y la pubertad, el ciclo menstrual, el embarazo y la menopausia-, modifican claramente la estructura y la función cerebral, todo ello sugiere que las hormonas sexuales juegan un papel determinante en la etiología y en las manifestaciones clínicas de estas patologías (Altemus, 2009; Horst et al., 2009).
Concretamente, que la ansiedad disminuya durante el embarazo y la fase luteínica del ciclo menstrual de la mujer, y que se observe un agravamiento de los síntomas de muchos trastornos de ansiedad tras el parto, parece indicar que la progesterona puede tener un papel importante en las diferencias sexuales de los trastornos de ansiedad. Altemus y Epstein (2008) han planteado una hipótesis interesante para entender la mayor vulnerabilidad de la mujer de nuestra época a desarrollar trastornos de ansiedad. Hasta el siglo pasado, hace poco tiempo evolutivamente hablando, las mujeres permanecían muchos años de su vida adulta, o embarazadas o en periodo de lactancia, lo cual equivalía a que su organismo estuviera mucho tiempo expuesto a niveles elevados de progesterona. Esta hormona y sus metabolitos incrementan la sensibilidad del receptor GABA-A, elemento clave para reducir la respuesta de ansiedad en el cerebro. Lo que plantean estas autoras es que, tal vez, el cambio en las mujeres actuales ha sido demasiado rápido, provocando que su organismo, debido a los niveles más bajos de progesterona que los que eran normales en ellas, presente una mayor susceptibilidad a desarrollar respuestas desproporcionadas y patológicas de ansiedad.
Hay una cantidad importante y creciente de bibliografía en la que se destacan los efectos moduladores de las hormonas sexuales, principalmente el estradiol, sobre numerosos sistemas neuroquímicos, tales como el GABA en los núcleos amigdalinos y los sistemas dopaminérgico, serotoninérgico, adrenérgico y colinérgico del prosencéfalo, y sobre los comportamientos asociados a estos neurotransmisores (Horst et al., 2009; McEwen y Alves, 1999; Solomon y Herman, 2009). Se ha propuesto la posibilidad de que las diferencias sexuales en los trastornos psicopatológicos puedan estar relacionadas con las diferencias entre sexos en los sistemas de neurotransmisores y neuropéptidos, destacando, entre otros, los opiáceos, la oxitocina, la vasopresina y la hormona liberadora de la corticotropina (CRH). Aunque los estudios con animales de experimentación han demostrado que muchos de estos sistemas están sustancialmente modulados por los esteroides sexuales y presentan dimorfismo sexual, todavía hay pocos estudios con seres humanos que lo corroboren (Altemus, 2009). No obstante, también, es cierto, que los efectos de las hormonas sexuales no explicarían todas las diferencias entre los sexos, pues se ha observado que no se anulan todas las diferencias con la castración de los machos o la ovariectomía de las hembras.
Como hemos visto, los trastornos de ansiedad suelen estar asociados a situaciones estresante o amenazantes y están, por tanto, muy influenciados por las hormonas del eje HPA (Paris et al., in press). Investigar la extensión de esta influencia, es crítica para entender y prevenir los riesgos asociados al estrés en estos trastornos.
Numerosos estudios han mostrado que la activación del eje HPA en respuesta al estrés es un rasgo sexualmente divergente, tanto en animales experimentales como en seres humanos (Paris et al., in press; Young et al., 2008), sin embargo, los resultados son contradictorios. En estudios preclínicos se ha observado una respuesta del eje HPA más potente en los roedores hembras que en los machos (Young, 1998). Las ratas hembras liberan corticosterona/ACTH más rápido y en mayor cantidad en respuesta a un estresor agudo que los machos (Young et al., 2008). No obstante, los estudios clínicos han indicado que son los hombres quienes presentan una respuesta mayor del eje HPA ante un estrés agudo (Kudielka et al. 2004). Concretamente, las mujeres adultas, entre la pubertad y la menopausia, presentan una respuesta del eje HPA menor que los hombres de la misma edad; y, después de la menopausia y durante la fase luteínica del ciclo menstrual, los niveles de cortisol en respuesta al estrés se incrementan acercándose a los niveles de los hombres (Kudielka y Kirschbaum, 2005).
Determinar esta relación entre sexo y respuesta al estrés puede resultar más difícil cuando se analiza en estudios con seres humanos, dado que la actividad del eje HPA evaluada en sujetos sanos puede cambiar cuando los individuos se encuentran en un estado patológico. La respuesta adaptativa a un estrés agudo se considera que produce un incremento rápido en los niveles de glucocorticoides sin afectar la actividad basal del eje HPA. Estos aumentan el arousal y la energía necesaria para la respuesta conductual de huida-o-lucha (fight-or-flight), además de incrementar la consolidación de la memoria de los eventos estresantes, lo cual puede facilitar la respuesta adaptativa en situaciones futuras similares. Por otro lado, las diferencias sexuales en respuesta a un estrés agudo pueden influir en la respuesta a un estrés crónico o implacable, teniendo implicaciones importantes para los estados patológicos asociados. A veces, debido a una sobreactivación del eje HPA, el incremento de los glucocorticoides en respuesta al estrés puede ser mayor y más persistente en el tiempo de lo que debería, o producirse ante un estresor poco robusto. Este estado alterado del eje puede provocar una disminución de los niveles basales de glucocorticoides (como se ha observado en el PTSD), o por el contrario puede incrementar la respuesta del eje (como en los trastornos de pánico y otros trastornos de ansiedad). Los factores que pueden inducir esta alteración no son bien conocidos todavía, aunque es probable que dependan de interacciones complejas entre factores epigenéticos, activacionales y organizacionales. Lo que sí se sabe bien es que el estrés crónico puede alterar una gran variedad de funciones fisiológicas periféricas (como procesos cardiovasculares, hepáticos, inmunológicos y digestivos), además de provocar reducciones centrales en la eficacia neuronal y en la neurogénesis principalmente del hipocampo (McEwen, 2002; McEwen, 2007).
Cada vez disponemos de más pruebas que indican que los animales experimentales del sexo femenino, a pesar de presentar una respuesta más potente del eje HPA al estrés, son más resistentes a muchos de los cambios neurobiológicos y comportamentales que experimentan los individuos del sexo masculino frente al estrés agudo y crónico. Una posibilidad de conciliación entre la evidente resistencia femenina a los efectos neurobiológicos del estrés y la mayor prevalencia de los trastornos de ansiedad en las mujeres, es considerar que las modificaciones neurobiológicas inducidas por el estrés en los hombres son adaptativas, lo que posiblemente vendría a prevenir la aparición de estos trastornos (Altemus, 2009). Es decir, aunque los estudios indican que las mujeres están protegidas de los efectos neurobiológicos y comportamentales del estrés, estas modificaciones que sí se observan en los hombres, tendrían en éstos un carácter adaptativo a largo plazo protegiéndoles de desarrollar trastornos de ansiedad.
Se considera que son los estrógenos, con sus efectos neuroprotectores, los que contribuyen a la resistencia de las mujeres al estrés. Estas hormonas modulan, en función de la dosis administrada, la actividad de los dos sistemas principales de respuesta al estrés, el eje HPA y el sistema nervioso autónomo (Altemus, 2009; Horst et al., 2009), llegando incluso a suprimir su respuesta tanto en las mujeres (Roca et al., 2003) como en los roedores (Young et al., 2001). Pero los andrógenos y la progesterona modifican de la misma forma la respuesta del eje HPA al estrés, por lo que también contribuirán a las diferencias sexuales observadas.
Así, para poder entender las posibles causas de las diferencias sexuales en la respuesta al estrés, hay que profundizar en la relación entre el eje Hipotalámico-Pituitario-Gonadal (HPG) y el eje HPA. Los esteroides gonadales pueden influir en los mecanismos de regulación del eje HPA a través de sus efectos sobre los receptores de los glucocorticoides, sobre los sistemas cerebrales de la CRH, y sobre la respuesta de la hipófisis y la respuesta adrenal a la CRH (Young et al., 2008). Se ha observado que las ratas hembras en la fase proestro, cuando los estrógenos presentan sus niveles más altos, incrementaban su respuesta al estrés en comparación a las hembras en otras fases del ciclo estral, incremento que era abolido con la ovariectomia y que se conseguía reinstaurar con la administración exógena de estradiol (Paris et al., in press; Young et al., 2008). De hecho, se ha comprobado que el estradiol estimula directamente la expresión de ARNm de la CRH en el núcleo paraventricular del hipotálamo, provocando un incremento en la liberación de ACTH/corticosterona en respuesta a un estresor mayor en las ratas hembras en la fase proestro que en las ratas machos (Iwasaki-Sekino et al., 2009). Sin embargo, las hembras ovariectomizadas seguían mostrando una mayor hiperreactividad al estrés que los machos intactos, posiblemente debido a un efecto inhibitorio de la testosterona sobre la respuesta de estrés (Paris et al., in press ; Young et al., 2008).
Contrariamente en las mujeres, se conoce que los niveles de cortisol en saliva cambian a lo largo del ciclo menstrual, encontrando sus niveles mayores en los días 1-5 del ciclo, cuando los niveles de estrógenos y progesterona están más bajos. Además, la elevación de los niveles de progesterona se ha asociado con un incremento de la respuesta de cortisol ante un estresor físico agudo (Paris et al., in press). Desafortunadamente, son escasos los estudios en seres humanos que controlan la fase del ciclo menstrual en la que se encuentran las mujeres investigadas.
Algunos trabajos han destacado el papel de la oxitocina y la vasopresina en las diferencias sexuales comportamentales observadas en la respuesta al estrés. La oxitocina reduce el temor, el dolor y la respuesta de estrés, potenciando al mismo tiempo los comportamientos de crianza, sexual y social. De hecho, se ha comprobado en mujeres que las respuestas al estrés están reducidas durante el embarazo y la lactancia, cuando las concentraciones de esta hormona son muy elevadas. Con respecto a la vasopresina, se han observado diferencias sexuales en las neuronas productoras de esta hormona, localizadas en los núcleos supraóptico y paraventricular del hipotálamo, siendo más grandes y mostrando una mayor actividad neuronal en hombres que en mujeres. Esta observación es congruente con el hallazgo de que la vasopresina puede provocar una respuesta del eje HPA al estrés mayor en los hombres que en las mujeres (Altemus, 2009).
Revisando la literatura existente sobre la relación entre los esteroides gonadales y el eje HPA, está claro que estas hormonas tienen un papel modulador en la regulación del eje, tanto en animales experimentales como en seres humanos. Aunque los mecanismos precisos todavía permanecen sin aclarar totalmente, es muy probable que tanto los estrógenos como las progestinas actúen sobre múltiples niveles del eje HPA. La evidencia experimental apoya un efecto antiglucocorticoide de la progesterona, mediado en parte por su acción sobre los receptores de los glucocorticoides. También, es probable que el estradiol tenga un papel central sobre la mayor resistencia de las hembras a inhibir el feedback del eje HPA. Estudios en roedores han demostrado que el tratamiento con estradiol exógeno incrementa o disminuye la respuesta de estrés dependiendo de la dosis y/o el periodo de exposición a los estrógenos (Solomon y Herman, 2009). Además, hay que tener presente que el estradiol puede incrementar la sensibilidad de la glándula adrenal al ACTH circulante, ofreciendo así un mecanismo periférico adicional para la hipersecreción de glucocorticoides en las hembras (Young et al., 2008).
Es posible que estas interacciones entre los esteroides gonadales y el eje HPA contribuyan a incrementar la prevalencia de los trastornos de ansiedad en las mujeres en comparación con los hombres (Young et al., 2008), pero es evidente que hacen falta todavía muchos más estudios para poder entender qué papel juega el sexo en las psicopatologías.

Conclusión

A lo largo de la historia, la medicina y la psiquiatría han utilizado prioritariamente machos en la investigación científica (Hughes, 2007). De manera que gran parte de los estudios sobre la etiología, curso o tratamiento de las enfermedades mentales se han realizado en sujetos del sexo masculino y no se ha reconocido que, posiblemente, existían importantes diferencias de sexo. De hecho, aunque hemos visto que los trastornos de ansiedad aparecen con mucha mayor frecuencia en mujeres, la mayoría de estudios con animales experimentales sobre estas patologías han sido llevados a cabo sólo con machos, incluso aunque las respuestas de miedo en roedores son análogas a las reacciones de ansiedad en seres humanos en términos de sustratos biológicos y ambientales (Hughes, 2007; Palanza, 2001). Este asunto no ha recibido, ni recibe la atención necesaria y resulta sorprendente la escasez de estudios realizados con el sexo femenino a lo largo de la historia de las neurociencias. Las razones de esta discriminación son inexplicables y la mayoría erróneas. En la investigación básica, se prefiere el empleo de sujetos del sexo masculino principalmente porque se considera que las fluctuaciones hormonales del ciclo estral en las hembras provocan, sobre todo en las medidas conductuales, una mayor variabilidad entre sujetos. Esta creencia ha sido desmentida en numerosos estudios, encontrándose una variabilidad intersujeto similar entre los sexos o incluso en ocasiones mayor en los machos (Hughes, 2007; Parra et al., 1999). Otra razón errónea para defender la utilización sólo de machos, es argumentar que no existen diferencias de sexo en las medidas estudiadas, por lo que no es necesario utilizar sujetos de ambos sexos resultando menos costosa así la investigación. Pero resulta curioso que cuando los estudios utilizan sólo sujetos del sexo masculino, no es justificado por los autores la utilización de un solo sexo, mientras que utilizar sólo hembras o ambos sexos, es justificado por los investigadores en los artículos (Hughes, 2007).
Como hemos expuesto, realmente no se conoce por qué las tasas de ansiedad son tan elevadas en las mujeres y se sabe muy poco sobre cuales son los factores de riesgo antecedentes. Se especula que pueden existir factores de vulnerabilidad (bioquímicos, hormonales, sociales) que expliquen esta preponderancia a los trastornos de ansiedad en la mujer. Sin embargo, hasta la fecha, no se han identificado ni dilucidado los factores que originan las diferencias de sexo en la etiología y patofisiología de los trastornos de ansiedad, siendo necesaria más investigación sobre el tema.
http://www.escritosdepsicologia.es/esp/numanteriores/vol3num1/vol3num1_3.html

El “Desequilibrio Químico” en los Problemas de Salud Mental


El “Desequilibrio Químico” en los
Problemas de Salud Mental
Joseph M. Carver, Ph.D., Psicólogo Clínico

Este artículo ha sido elaborado y redactado para ser usado como un folleto para pacientes. Puede ser reproducido o copiado para brindar información para pacientes.
Introducción
A través de los años, los avances en la neurología y la investigación han simplificado la manera en que los psicólogos, psiquiatras, y otros profesionales, diagnostican y tratan los problemas de salud mental. A lo largo de más de cien años de tratamientos de salud mental, los síntomas y las conductas relacionadas con ciertas enfermedades mentales continuaron siendo los mismos. Los trastornos sicóticos, en los cuáles las personas frecuentemente no pueden distinguir entre la realidad y sus fantasías, aún tienen alucinaciones auditivas. Las personas deprimidas aún no pueden dormir y continúan preocupándose por el pasado. Los niños hiperactivos (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad o ADHD, por sus siglas en inglés) aún exhiben un nerviosismo incontrolable.
Cuando los pacientes comenzaron a acostarse en el diván de los psiquiatras psicoanalíticos por primera vez, las personas deprimidas hablaban de su pasado. Esto llevó a los padres de la psicología y la psiquiatría a pensar que los problemas que comenzaban en la infancia causaban muchos problemas de salud mental. Peri quedaban muchas preguntas sin responder. ¿Por qué podría una mala relación con la madre causar la pérdida de apetito que se encontraba en los casos de depresión, especialmente cuando los problemas de la alimentación sólo habían comenzado varios meses antes de la sesión? ¿Por qué extraño mecanismo podía un problema de la infancia causar una alucinación auditiva, normalmente muchos años después del acontecimiento traumático informado? Muchas personas tuvieron infancias difíciles, pero no sufren de alucinaciones ni tiene problemas de apetito. Quedó claro que muchos problemas de salud mental también tenían un componente físico que involucraba cambios en la concentración, el sueño, el apetito, el patrón del habla, el nivel de energía, las percepciones (alucinaciones), y la motivación. Se iniciaron estudios para determinar la conexión, si había alguna, entre la enfermedad de un paciente y los signos o síntomas físicos que también estaban presentes.
Se pudo comprender el cuadro más fácilmente cuando se descubrieron unas sustancias químicas del cerebro llamadas “neurotransmisores”. El cerebro consiste de billones de neuronas o células que se comunican entre sí. La comunicación entre las neuronas mantiene todas las funciones corporales, nos informa cuándo se para una mosca en nuestra mano, o cuándo sentimos dolor. La comunicación entre las neuronas está controlada por el tipo y los niveles de neurotransmisores del cerebro. Los neurotransmisores son sustancias químicas que controlan y crean señales en el cerebro entre las neuronas y dentro de las mismas. Sin los neurotransmisores, no existiría comunicación entre las neuronas. El corazón no recibiría ninguna señal para latir, los brazos y las piernas no se moverían, etc.
A medida que se fue descubriendo más información sobre los neurotransmisores, comenzamos a identificar cuáles neurotransmisores controlaban ciertas funciones del cuerpo o cuáles se relacionaban con ciertos problemas emocionales o psiquiátricos. Se encontró que la serotonina, un neurotransmisor, estaba relacionada con la temperatura del cuerpo y el inicio del sueño. La investigación también identificó que la serotonina estaba relacionada con la depresión y, posteriormente, con una serie de enfermedades de salud mental como la anorexia y el trastorno obsesivo compulsivo.
Conforme continuaba la investigación sobre los neurotransmisores, los estudios entre los neurotransmisores y las enfermedades mentales revelaron una importante conexión entre las cantidades de ciertos neurotransmisores del cerebro y la presencia de enfermedades psiquiátricas específicas. Para usar un ejemplo de la vida diaria, nuestro automóvil funciona usando una diversidad de líquidos como el aceite del motor, el líquido de transmisión, el líquido de frenos y el refrigerante (anticongelante). Cada automóvil tiene una manera de medir los niveles o las cantidades de cada uno de esos líquidos necesarios, como por ejemplo la vara de medición del aceite y el líquido de transmisión y los indicadores que marcan los niveles del líquido de frenos y del refrigerante. Cuando usamos la vara para medir el aceite del motor, por ejemplo, podemos encontrar que le falta uno, dos, o hasta tres cuartos menos. También, después de un cambio de aceite reciente, la vara de medición puede indicarnos una cantidad excesiva de aceite en el motor. Para funcionar correctamente, todos los niveles de los líquidos deben estar dentro del “rango normal” que indica la vara de medición. Cuando nos hacemos un análisis de sangre, se muestran los valores de ciertos componentes de la sangre y también se muestran los valores del “rango normal”, lo cuál indicará si los componentes químicos están por debajo o por encima del rango normal.
La investigación neurológica ha identificado más de cincuenta (50) neurotransmisores del cerebro. La investigación también nos explica cuáles neurotransmisores se relacionan con los problemas de salud mental: Dopamina, Serotonina, Norepinefrina y GABA (Ácido Gama Aminobutírico). Hoy se sabe que demasiada concentración o una baja cantidad de estos neurotransmisores produce enfermedades psiquiátricas como la esquizofrenia, la depresión, el trastorno bipolar, el trastorno obsesivo compulsivo y el ADHD.
Desafortunadamente, el cuerpo no tiene una vara de medición interna para medir los neurotransmisores, al menos una que no sea costosa para la práctica comunitaria de la salud mental. Las hay como las técnicas de diagnóstico por imágenes, como las tomografías de emisión de positrones (PET) que se utilizan en la investigación y en la elaboración de medicamentos que influyen directamente sobre los cambios de ciertos neurotransmisores específicos. Como la mayoría de los profesionales no cuenta con un tomógrafo PET, evalúan los niveles de los neurotransmisores mediante indicadores del pensamiento, la conducta, el estado de ánimo, la percepción, y/o el habla, que se considera que están relacionados con ciertos niveles de algunos neurotransmisores.
Quizás esto se ilustra mejor en personas con un estado de ánimo deprimido. Con frecuencia, el profesional de salud mental necesita separar aquellas personas que se beneficiarían con una terapia y aquellas que necesitarían una terapia y medicación antidepresiva. La clave está en buscar esos síntomas que se conoce que están relacionados con los cambios químicos del cerebro. Por ejemplo, una depresión circunstancial, a menudo produce expresiones de tristeza o preocupación, una actitud pesimista y otras características, pero no genera cambios prolongados en los síntomas físicos como cambios en el interés sexual, el apetito o el sueño. La presencia continua de los síntomas físicos nos dice que los niveles de los neurotransmisores del cerebro han cambiado.
Los aspectos técnicos de los niveles de los neurotransmisores, los síntomas psiquiátricos que producen y cómo se han desarrollado medicamentos para elevar o disminuir los niveles de estos neurotransmisores en el cerebro pueden ser muy complicados. Por esta razón, con frecuencia se usa el mismo procedimiento que se usa para explicar otras enfermedades dónde los medicamentos llevan los síntomas nuevamente al “rango normal”. A los pacientes médicos con un nivel de presión arterial alta, a un alto nivel de azúcar en sangre o de colesterol se les informa que los componentes químicos de su sangre están demasiado altos, o en algunos casos, demasiado bajos y deben corregirse con medicación.
Durante muchos años, los profesionales de salud mental han usado el término “desequilibrio químico” para explicar la necesidad de medicamentos que se usan para tratar las enfermedades mentales. Esta explicación simple que se usa comúnmente, reconoce que la enfermedad es un problema médico y que puede ser tratada con medicamentos. La explicación del “desequilibrio químico” también refleja el tema general del tratamiento: identificar cuáles neurotransmisores están involucrados en el cuadro sintomático y con la ayuda de la medicación, intentar volver a los neurotransmisores a su nivel adecuado dentro del “rango normal”.
Los Niveles de los Neurotransmisores y su Salud Emocional
Su salud emocional es una combinación de actitudes, personalidad, sistemas de apoyo y los niveles de los neurotransmisores de su cerebro. Actitudes positivas y una personalidad saludable nos ayudan a atravesar las dificultades de la vida y un buen sistema de soporte de la familia y los amigos también es valioso durante los tiempos difíciles. A pesar de contar con estos recursos, hay veces en que lidiar con nuestras experiencias y acontecimientos de vida cambia el estado de nuestros neurotransmisores. Al igual que un automóvil recalentado, comenzamos a tener dificultades para funcionar adecuadamente.
Todos corremos el riesgo de sufrir cambios en la química de nuestro cerebro. Más comúnmente, experimentaremos depresión, ansiedad o reacciones de estrés. A medida que nuestros neurotransmisores cambian, traen con ellos síntomas, conductas y sensaciones adicionales que se suman a nuestras dificultades del momento. Reconocer estos cambios es una parte importante del tratamiento que le permitirá volver a su vida normal y reducir su estrés.
A menudo se ofrece esta explicación para mostrar cómo el sistema de neurotransmisores del cerebro puede crear enfermedades psiquiátricas y problemas de salud mental. Se espera que la explicación brinde información valiosa para aquellas personas que sospechan que su sistema de neurotransmisores es el que están creándole problemas de alimentación.
La siguiente información habla acerca de los neurotransmisores y los conceptos actuales sobre cómo están involucrados estos neuroquímicos en las enfermedades psiquiátricas. Cuatro neurotransmisores, de los más de cincuenta, están siendo investigados exhaustivamente y se conoce que están relacionados con enfermedades psiquiátricas.
Dopamina: desde la Enfermedad de Parkinson y el ADHD hasta el Tabaquismo y la Paranoia
La dopamina es un neurotransmisor vinculado con los trastornos motores o del movimiento, el ADHD, las adicciones, la paranoia y la esquizofrenia. La dopamina tiene una fuerte influencia sobre las áreas motoras y del pensamiento del cerebro.
Un tipo de dopamina trabaja sobre el sistema motor y del movimiento del cerebro. Cuando el nivel de dopamina cae por debajo del “rango normal” comenzamos a experimentar problemas motores y de motricidad gruesa. Niveles muy bajos de dopamina en las áreas motoras del cerebro producen la enfermedad de Parkinson con síntomas como:
Parálisis y rigidez muscular
Postura inestable o encorvada
Pérdida del equilibrio y la coordinación
Trastornos en el andar (patrón de caminar)
Movimientos lentos y dificultad con los movimientos voluntarios
Caminar con pasos cortos o pequeños
Dolores musculares
Temblores y espasmos
Expresión facial fija o como si fuera una máscara
Habla lenta, monótona
Deficiencia de las habilidades de motricidad fina
Caerse mientras camina
Deficiencia de las habilidades cognitivas o intelectuales
La dopamina de las áreas de pensamiento del cerebro se considera como el neurotransmisor de la concentración y la atención. Bajos niveles disminuyen nuestra capacidad de concentrarnos en nuestro ambiente o “enfocarnos” en tareas, actividades o conversaciones. Bajos niveles de dopamina dificultan mucho la concentración y la atención, por lo que estos bajos niveles también se asocian con el trastorno de déficit de atención e hiperactividad o ADHD, por sus siglas en inglés (ADHD). En el otro extremo del nivel de la dopamina, cuando aumentan los niveles de dopamina en el cerebro, nos sentimos excitados o energizados, luego nos volvemos sospechosos y paranoicos, y finalmente hiperestimulados por nuestro ambiente. Con bajos niveles de dopamina, no logramos concentrarnos, mientras que con altos niveles de dopamina nos centramos demasiado y muy intensamente hasta el punto de enfocarnos en cada cosa de nuestro ambiente como si estuviera directamente relacionada con nuestra situación.
Los incrementos leves de la dopamina se asocian con las adicciones. Nicotina, cocaína y otras sustancias producen un estado de euforia excitante cuando se incrementan los niveles de dopamina en el cerebro. Cuando hay demasiada concentración de estas sustancias o componentes químicos, nos sentimos “energizados” ya que los niveles moderados de dopamina nos hiperestimulan – y le prestamos demasiada atención a nuestro ambiente por esta sobre estimulación y no logramos separar lo que es importante de lo que no lo es.
En un niño con ADHD, los bajos niveles de dopamina no le permiten al niño enfocarse o prestar atención a lo que sucede en su entorno, y parecen físicamente hiperactivos cuando corren por la sala o cuando de una actividad a otra debido a su falta de concentración. Conforme aumentan los niveles de dopamina por encima del rango normal, nuestra capacidad de concentrarnos aumenta hasta el punto de volvernos paranoicos. Los incrementos leves hacen que el ambiente sea sobre-estimulante y excitante.
Los niveles de dopamina moderadamente altos nos ponen en estado de alerta, nos hace sospechar de todo y nos vuelve propensos a malinterpretar las experiencias del entorno. Conocido como una “idea de referencia” en psiquiatría, comenzamos a pensar en experiencias no relacionadas como si se relacionaran de pronto, directamente con nosotros. Las personas que se observaban hablando mientras cruzaban la calle, ahora son percibidas como personas que están hablando sobre nosotros. A medida que la dopamina aumenta, puede volverse tan intensa que se puede llegar a pensar que la radio, la televisión y los periódicos contienen mensajes secretos dirigidos a nosotros desde Hollywood o cualquier otro lugar. Es como si estuviéramos tratando de incorporar o añadir todo lo que presenciamos en nuestra vida. Los aviones que vuelan sobre nuestras cabezas están tomando fotos de nosotros y los motociclistas que hablan por teléfono celular están pasando un informe sobre nosotros. La velocidad de nuestra mente aumenta y se acelera en un intento por añadir todo lo que vemos en nuestra vida. En un intento por tener sentido, podemos volvernos extremadamente religiosos, paranoicos o pensar que somos una persona muy importante. Un aumento de la dopamina también incrementa la percepción de nuestros sentidos, como si subiéramos al máximo el volumen de todos nuestros sentidos – audición, visión, gusto, olfato y tacto.
A medida que aumenta el nivel de dopamina, aquellos ruidos que oíamos fuertemente, de pronto se convierten en alucinaciones auditivas. Nuestros pensamientos internos ahora se oyen fuera de nuestro cuerpo. Estas “voces” comienzan a hablarnos y toman diferentes formas, desde derogatorias (nos abaten), hasta temas religiosos, órdenes (nos dicen que hagamos algo), o de contenido sexual. Las alucinaciones (experimentar algo que no existe en la realidad) pronto se desarrollarán en todos nuestros sentidos. Podemos comenzar a ver rostros en las nubes, alfombras o patrones. Podemos sentir el toque de los espíritus o movimientos dentro de nuestro cuerpo. Podemos experimentar olores o sabores inusuales.
Altos niveles de dopamina en el cerebro, a menudo nos hacen perder contacto con la realidad. Como si viviéramos una película de ciencia ficción, comenzamos a desarrollar ideas inusuales o bizarras acerca de lo que nos sucede. En nuestra paranoia, podemos experimentar delirios (falsas creencias) de persecución o podemos pensar que tenemos superpoderes (delirios de grandeza) y podemos creer que podemos predecir el futuro o leer las mentes. También se encuentran altos niveles de dopamina en la esquizofrenia, la intoxicación por drogas y otros trastornos sicóticos, dónde la capacidad de distinguir entre el mundo interior y el mundo real está deteriorada.
El tratamiento para las enfermedades psiquiátricas o médicas está asociado con el desequilibrio de la dopamina, que como es de esperar, involucra un aumento o una disminución de los niveles de dopamina en el cerebro. Los trastornos causados por bajos niveles de dopamina se tratan con medicamentos que incrementan la cantidad de dopamina en el cerebro. En el caso de la enfermedad de Parkinson se prescribe L Dopa y en el caso del ADHD, se prescriben medicamentos que sean psicoestimulantes. Las anfetaminas y otros medicamentos con una acción similar disminuyen la hiperactividad de los niños (ADHD) incrementando la dopamina – llevándola a un nivel dentro del rango normal, permitiéndoles así concentrarse y prestar atención.
Los incrementos leves de dopamina se asocian con las adicciones como los narcóticos, el “speed” y la nicotina o el tabaquismo. De esta manera, los medicamentos usados en el tratamiento de las adicciones, de hecho bloquean o disminuyen la producción de dopamina. Si un medicamento bloquea la dopamina, también bloquea los efectos de la sustancia adictiva y la sensación de necesidad. El medicamento que ayuda a los fumadores, el Zyban, es en realidad el antidepresivo Wellbutrin que se sabe que bloquea la dopamina.
Los niveles de dopamina entre altos y moderados, asociados con las enfermedades psiquiátricas severas como la paranoia y la esquizofrenia, son tratados con medicamentos que bloquean o reducen la cantidad de dopamina en el cerebro. Estos medicamentos, llamados antisicóticos, han estado disponibles durante muchos años. No obstante, los primeros medicamentos antisicóticos, reducían el nivel de dopamina en todo el cerebro, incluyendo la dopamina localizada en las áreas motoras o del movimiento. Por esa razón, los antiguos medicamentos antisicóticos producían problemas motores o de movimiento que se asemejaban a la enfermedad de Parkinson – andar de pasos cortos, expresión facial fija, temblores, falta de equilibrio, etc. Los medicamentos más nuevos tienen menos efectos secundarios en las áreas motoras, ya que pueden actuar específicamente sobre un tipo de dopamina.
Normalmente, los niveles de dopamina cambian muy lentamente. Los pacientes que desarrollan paranoia y/o esquizofrenia, con frecuencia experimentan un incremento gradual de los niveles de dopamina en el transcurso de varios años – experimentando también un incremento en la severidad de los síntomas en ese periodo de tiempo. Un estudiante típico de la escuela preparatoria o la universidad puede desarrollar un sentido de estar en el límite o sentimientos inusuales, volviéndose gradualmente desconfiado y sintiéndose alienado, pasando a tener alucinaciones auditivas y finalmente, desarrollando falsas creencias bizarras (delirios) de persecución o una exagerada auto-importancia en los años subsiguientes. Con frecuencia el estrés puede incrementar rápidamente la dopamina, pero rara vez ocurre de la noche a la mañana.
Cuando una persona se vuelve sicótica, paranoica y alucina en tan sólo unos pocos días, debemos sospechar de una fuerte intoxicación con la medicación o las drogas o de problemas neurológicos – algo que podría incrementar los niveles de dopamina dramáticamente y casi de inmediato. El uso prolongado de anfetaminas (speed) o esteroides puede producir una pérdida de la realidad y una paranoia súbita. Como suele suceder, un trabajador de la construcción que toma “speed” para incrementar la productividad de su trabajo se encuentra que su mano o su pie le habla (alucinaciones auditivas) y decide cortarlos. La presencia súbita de las psicosis (alucinaciones, delirios, paranoia, etc.) en una persona con antecedentes de una adaptación normal previa sugeriría la necesidad de estudiar reacciones adicionales intensivas, médicas y neurológicas.
Serotonina: de la Dicha a la Angustia
La serotonina, aislada por primera vez en 1933, es el neurotransmisor ha sido identificado en múltiples trastornos psiquiátricos como la depresión, el trastorno obsesivo compulsivo, la anorexia, la bulimia, el trastorno dismórfico corporal (la nariz no se ve perfecta después de diez cirugías), la ansiedad social, las fobias, etc. La serotonina es un regulador principal y participa en los procesos corporales como el sueño, la libido (interés sexual), la temperatura corporal y otras áreas.
Quizás la mejor manera de comprender la serotonina es, de nuevo, con el ejemplo del automóvil. La mayoría de los automóviles de los Estados Unidos están fabricados para andar a 70 millas por hora, velocidad perfecta para las carreteras interestatales y las vacaciones de verano. Si colocamos ese mismo automóvil en una pista de carreras y lo conducimos todos los días a 130 millas por hora, ocurrirán dos cosas. Comenzarán a fallar sus partes y sobrecalentaremos el motor tanto que se evaporará o se quemará el aceite. La serotonina es el “aceite” del cerebro.
Al igual que un automóvil normal en una pista de carreras, cuando nos encontramos viviendo una situación con lato nivel de estrés por un periodo de tiempo prolongado, consumimos más serotonina de la que normalmente podemos reemplazar. Imagine una lista de sus presiones, responsabilidades, dificultades y problemas ambientales (un trabajo difícil, un mal matrimonio, una vivienda inadecuada, un vecindario peligroso, etc.). La exposición prolongada a un nivel de estrés tan alto, gradualmente disminuye nuestro novel de serotonina. A medida que continuamos “soportando”, desarrollamos síntomas de una depresión producida por el estrés.
Un automóvil puede tener uno, dos o tres cuartos de aceite menos. Usando el automóvil como ejemplo, imagine que la serotonina del cerebro pasa por etapas similares, tener un nivel bajo (un cuarto menos), moderadamente bajo (dos cuartos menos) y severamente bajo (tres cuartos menos). Cuanta menos cantidad de serotonina haya disponible en el cerebro, más severa será nuestra depresión y sus síntomas relacionados.
Cuando el nivel de serotonina es bajo, experimentamos problemas con la concentración y la atención. Nos volvemos dispersos y desorganizados. Las responsabilidades rutinarias ahora parecen abrumadoras. Nos lleva más tiempo hacer las cosas y nuestra planificación es deficiente. Perdemos las llaves de nuestro automóvil y colocamos cosas extrañas en el refrigerador. Llamamos a las personas y nos olvidamos para qué las llamamos o vamos a la tienda de comestibles y olvidamos lo que necesitábamos. Les decimos a las personas las mismas cosas dos o tres veces.
Conforme el estrés continúa y nuestro nivel de serotonina continúa bajando, nos deprimimos más. En este punto, con un nivel moderadamente bajo o con “dos cuartos menos”, se producen cambios importantes en las funciones del cuerpo reguladas por la serotonina. Cuando el nivel de serotonina es moderadamente bajo, tenemos los siguientes síntomas y conductas:
· Fatiga crónica. A pesar de las horas adicionales de sueño y siesta, continuamos cansados. Nos sentimos “agobiados o quemados”.
· En el trastorno del sueño, típicamente no podemos irnos a dormir por las noches porque nuestra mente funciona a gran velocidad. Los pacientes describen esto como “¡Mi mente no se detiene!” También es común despertarse a las 4:00 de la mañana, momento en el que es difícil volver a recuperar el sueño, nuevamente debido a los pensamientos veloces.
· Se presentan trastornos del apetito, usualmente de dos tipos. Experimentamos una pérdida del apetito y subsiguiente pérdida de peso o tenemos una imperiosa necesidad de comer dulces y carbohidratos cuando el cerebro trata de producir más serotonina.
· También puede haber una pérdida total del interés sexual. De hecho, hay una pérdida de interés en todo, incluyendo aquellas actividades e intereses que se disfrutaban en el pasado.
· Retraerse socialmente es algo común – no responder el teléfono, dejar el hogar rara vez, dejar de llamar a los amigos y la familia, y dejar de participar en eventos sociales.
· También es común sentir una tristeza emocional y tener ataques de llanto frecuentes.
· La autoestima y la confianza en uno mismo disminuyen.
· Las sensaciones del cuerpo, debido al rol de la serotonina como regulador corporal, incluyen sofocaciones y cambios de temperatura, dolores de cabeza y malestar estomacal.
· Pérdida de la personalidad – una sensación de que nuestro sentido del humor nos ha abandonado y nuestra personalidad ha cambiado.
· Comenzamos a tomarnos todo personalmente. Los comentarios, las miradas y las situaciones son percibidas como algo personal y negativo. Si alguien nos habla, nos irrita. Si no nos hablan, nos enfadamos y nos sentimos ignorados.
· Su familia tendrá la sensación de que usted se ha “diluido”. Usted hablará menos, reirá menos y se quedará sentado por horas sin notar a nadie.
· Su conducta se vuelve extraña. Los familiares pueden hallarle sentado en la oscuridad en la cocina a las 4:00 de la mañana.
Las personas pueden vivir muchos años con una depresión moderada. Desarrollan compensaciones para el sueño y otros síntomas, usando medicamentos para dormir o alcohol para adormecerse. Aunque se sienten crónicamente tristes y pesimistas, explican su situación diciendo “Así es mi vida” Es posible que no terminen de reconocer totalmente el componente depresivo.
Los niveles muy bajos de serotonina típicamente llaman la atención del médico familiar de la persona, su empleador u otras fuentes de ayuda. Una pérdida severa de serotonina produce síntomas que son difíciles de ignorar. No sólo hay síntomas severos presentes, sino también las ideas o pensamientos del cerebro se vuelven desagradables y torturantes. Cuando el nivel de serotonina es severamente bajo, usted experimentará algunos de los siguientes síntomas (o todos):
· Aumenta la velocidad del pensamiento. Tendrá dificultad para controlar sus propios pensamientos. El cerebro se enfoca en recuerdos torturantes y le resultará difícil dejar de pensar en estos recuerdos o imágenes desagradables.
· Se sentirá emocionalmente adormecido. No sabrá cómo se siente acerca de su vida, su matrimonio, su empleo, su familia, su futuro, la persona que ama, etc. Es tan difícil como si todos los sentimientos hubieran sido apagados. Cuando otras personas le preguntan cómo se siente – su respuesta puede ser “No lo sé”.
· Comenzará a tener ataques de llanto, típicamente de dos tipos. Aparecerán ataques de llanto espontáneos, sin mucho aviso previo. También tendrá ataques de conducta. Si rompe la punta de un lápiz, arrojará el lápiz al otro extremo del cuarto. Tendrá ataques de berrinches. Es posible que se vaya muy enfadado de una oficina o de un lugar público.
· Comenzará a tener fantasías de escape. La más común: fugarse. El cerebro le sugerirá empacar sus pertenencias y dejar su familia y su comunidad.
· Los recuerdos comenzarán a torturarle. Su cerebro, pensando a 100 millas por hora, buscará en su memoria las experiencias más traumáticas o desagradables. De pronto comenzará a preocuparse con experiencias horribles que pueden haber ocurrido hace diez, veinte o treinta años atrás. Revivirá la muerte de un ser amado, un divorcio, un abuso durante la infancia – cualquier cosa que el cerebro pueda hallar para torturarle – y sentirá como si hubiera ocurrido ayer.
· Tendrá pensamientos malos. Las madres primerizas tendrán pensamientos de sofocar a sus bebés. Los pensamientos de dañar o matar a otras personas son comunes. Quizás lo torturen imágenes o fotos en su memoria. Es como si el cerebro encontrara sus puntos débiles más sensibles y luego lo aterrorizara con ellos.
· Cuando el nivel de serotonina (uno de los principales reguladores del cuerpo) están bajos, su cuerpo comienza a desequilibrarse. Experimentará cambios en la temperatura corporal, dolores, calambres musculares, problemas intestinales o de vesícula, sensaciones de ahogo, etc. Los “malos pensamientos” podrán decirle que esos síntomas se deben a una enfermedad terminal. Las personas deprimidas nunca tienen gases – se trata de cáncer de colon. Un hematoma es leucemia.
· Desarrollará un tipo de pánico de necesidad de cambiar. Comenzará a pensar que un cambio en su estilo de vida (crisis de la mediana edad), un divorcio, una aventura extramatrimonial, un nuevo empleo o un Corvette cambiarán su estado de ánimo. Alrededor del 70 por ciento de los empleos se pierden en momentos en que las personas están deprimidas y gradualmente se diluyen de su vida. La mayoría de los amoríos extramatrimoniales ocurren durante este tiempo.
· Como los bajos niveles de serotonina se relacionan con los trastornos obsesivos compulsivos, es posible que se encuentre a sí mismo empezando a contar cosas, preocuparse por los gérmenes y las enfermedades, preocuparse excesivamente de apagar los electrodomésticos y que las puertas estén cerradas, preocuparse por apagar el televisor en un canal impar, etc. Puede llegar a desarrollar rituales sobre la seguridad y el recuento de cosas. Un trabajador de una planta de ensamble de automóviles comenzó a creer que su trabajo echaría una maldición sobre los automóviles si su número de serie, al ser agregado, no igualaban a un número par.
· Cualquier característica, actitud o rasgo normal de personalidad que tenga, se verán triplicadas de pronto. Un perfeccionista se volverá súbitamente ansioso y abrumado por el desorden del entorno o se distraerá con las hojas que caen por minuto en el jardín. Las personas ahorrativas comenzarán a preocuparse de pronto con el consumo eléctrico y del agua en el hogar.
· Un acontecimiento “disparador” puede producir conductas bizarras. Con un nivel ya bajo de serotonina, cuando un animal lo pica o lo rasguña, puede hacer que usted se preocupe acerca de la rabia. Una historia en los medios de comunicación sobre los efectos nocivos de la radiación puede hacerle recordar un visita a una planta nuclear durante su adolescencia – sintiendo de pronto que todos sus síntomas actuales son el resultado de la exposición a la radiación.
· Cuando usted toca fondo con un nivel “severamente bajo” de serotonina, llegará el “camión de la basura”. Todas las personas que tienen niveles muy bajos de serotonina oyen las mismas cosas. Usted oirá que: 1) Es un mal esposo, padre, hijo, empleado, etc., 2) Es una carga para quienes lo aman o dependen de usted, 3) Está empeorando la vida de quienes le rodean, 4) Quienes se preocupan por usted estarían mejor sin usted, 5) Usted estaría mejor sin usted, y 6) Usted y quienes le rodean estarían mejor si usted ya no existiera más. En ese punto, usted desarrolla pensamientos suicidas.
La depresión clínica es quizás el problema más común de salud mental que se encuentra en la práctica profesional. Uno de cada cuatro adultos experimentará depresión clínica en el transcurso de su vida. La depresión es el “resfriado común” de la práctica de la salud mental – muy común y mucho más fácil de tratar hoy que en el pasado.
El tratamiento de la depresión, como puede esperarse, involucra un incremento de los niveles de serotonina del cerebro. Desde mediados de la década de los ochenta, los medicamentos han estado disponibles en un intento por tratar específicamente e incrementar la serotonina. Conocidos como Inhibidores Selectivos de Absorción de Serotonina (SSRI, por sus siglas en inglés), estos medicamentos, como Prozac, Zoloft y Paxil funcionan habilitando más serotonina a disposición del cerebro.
Al igual que todos los neurotransmisores, también podemos tener un exceso de serotonina. Mientras que niveles altos de serotonina producen una sensación de bienestar, dicha y “ser uno con el universo” – demasiada serotonina puede producir una enfermedad que pone en peligro la vida conocida como Síndrome de Serotonina (SS).
Lo más probable es que se produzca accidentalmente al combinar dos medicamentos o sustancias que incrementen la serotonina. El Síndrome de Serotonina (SS) produce temblores violentos, una profunda sudoración, insomnio, náuseas, repiqueteo de los dientes, escalofríos, estremecimientos, agresividad, excesiva confidencia, agitación e hipertermia maligna. Se requiere un tratamiento médico de emergencia, utilizando medicamentos que neutralicen o bloqueen la acción de la serotonina como tratamiento para el Síndrome de Serotonina (SS).
Al igual que la dopamina, la serotonina puede incrementar accidentalmente o disminuir accidentalmente por diferentes sustancias. Se conoce que un método anticonceptivo produce una depresión severa porque disminuye los niveles de serotonina. Un medicamento específico para el acné también ha sido vinculado con la depresión y las ideas de suicidio. Por esta razón, informe siempre a sus médicos si está tomando alguna medicación para la depresión. También, evite combinar los antidepresivos con cualquier sustancia herbal reportada como una ayuda para la depresión como las de St. John’s Wort.
Norepinefrina: desde la Agitación al Pánico
La norepinepinefrina (noradrenalina o NE) es el neurotransmisor que normalmente se asocia con la respuesta “pelear o huir” ante el estrés. Está altamente vinculada con las respuestas y reacciones físicas, puede aumentar el ritmo cardíaco y la presión arterial como también crear una sensación de pánico y un temor abrumador. Este neurotransmisor es similar a la adrenalina y se cree que establece los niveles umbrales de la estimulación y la excitación o agitación. Emocionalmente, la ansiedad y la depresión se relacionan con los niveles de norepinepinefrina del cerebro, ya que este neurotransmisor parece mantener el equilibrio entre la agitación y la depresión.
Los niveles bajos de norepinepinefrina se asocian la pérdida del estado de alerta, una memoria deficiente y la depresión. La norepinepinefrina parece ser el neurotransmisor de la “agitación” y por esa razón, los niveles más bajos de lo normal de este neurotransmisor producen niveles de excitación e interés por debajo del promedio, un síntoma hallado en muchas enfermedades psiquiátricas como la depresión y el ADHD. Es por esta razón que los medicamentos para la depresión y el ADHD con frecuencia actúan sobre la dopamina y la norepinepinefrina, en un intento por restaurar los niveles normales de ambos.
Aumentos leves en los niveles de norepinepinefrina producen una agitación incrementada, algo conocido como lo que producen los estimulantes. Se considera que esta agitación o excitación es placentera y muchas “drogas callejeras” como la cocaína y las anfetaminas aumentan los niveles de norepinefrina del cerebro. Este aumentado estado de excitación es placentero, y vinculan estas sustancias con su potencial de adicción. La investigación nos dice que algunas personas consumen antidepresivos para desarrollar un estado de “hipomanía” o satisfacción emocional y excitación física de la misma manera. Por esa razón, se aconseja a las personas que consumen los antidepresivos modernos que notifiquen a sus médicos o psiquiatras si se sienten “demasiado felices”.
Los niveles moderados de norepinepinefrina crean una sensación de agitación que se vuelve incómoda. Cabe recordar que este neurotransmisor está fuertemente vinculado a las reacciones físicas. Un incremento moderado crea preocupación, ansiedad, un reflejo de respuesta exagerada, nerviosismo, temor a las multitudes y a los lugares cerrados, una concentración deficiente, alteraciones del sueño y cambios físicos. Los síntomas físicos pueden incluir una fatiga rápida, calambres o tensión muscular, irritabilidad y una sensación de vivir al límite. Casi todos los trastornos de ansiedad involucran incrementos de norepinepinefrina.
Los aumentos severos y súbitos de norepinepinefrina se asocian con los ataques de pánico. Quizás la mejor manera de visualizar un ataque de pánico es recordar la asociación con la respuesta “pelear o huir”. La respuesta de “pelear o huir” es una reacción química a una situación dramática y amenazante en la cuál el cerebro produce cantidades excesivas de norepinepinefrina y adrenalina – dándonos una fuerza extra, una mayor energía o excitación, rigidez muscular (para pelear o huir) y una desperada sensación de que debemos hacer algo inmediatamente. Esta respuesta animal fue activada al comienzo de la vida del hombre cuando un oso se presentó en su cueva o cuando se enfrentó con un tigre en la selva. En los tiempos modernos, imagine su reacción si cuando está mirando televisión tranquilamente, alguien o algo trata de derribar su puerta y atacarle. En la reacción de “pelear o huir”, la química de su cerebro y su cuerpo lo preparan para huir de la situación o pelear hasta la muerte.
Un ataque de pánico es la activación de la reacción química de “pelear o huir” sin que se presente un oso en su puerta. Es como una respuesta animal de auto protección que se activa accidentalmente, cuando no existe ninguna situación real que amenace su vida. Conocidos hoy como ataques de pánico, pueden presentarse mientras está en la tienda de comestibles, en la iglesia o cuando menos lo espera. Como la norepinepinefrina es un neurotransmisor que actúa rápidamente, el ataque de pánico puede durar menos de diez minutos (pero se siente como si durara horas), y se sentirá agitado y sacudido por varias horas. Los ataques de pánico son eventos fuertes, físicos y químicos e incluir los siguientes síntomas:
· Palpitaciones, aumento del ritmo cardíaco o latidos fuertes
· Sudoración y cambios en la temperatura corporal
· Temblores o espasmos
· Falta de aliento o sensación de ahogo
· Sensaciones de asfixia
· Dolor de pecho y malestar
· Náuseas o malestar estomacal
· Mareos, vértigo o sensación de desmayo
· Sentido de irrealidad, como si uno estuviera fuera de uno mismo
· Temor a la pérdida de control o a volverse loco
· Temor a morir
· Adormecimiento y cosquilleo en todo el cuerpo
· Escalofríos y calores
Si pensamos en el ejemplo del automóvil, un ataque de pánico es el equivalente de nuestro panel de controles encendiendo todas las luces de alerta – su nivel de estrés es demasiado alto. Los ataques de pánico, o las descargas de norepinepinefrina, también pueden ocurrir por accidente como cuando se crean por el consumo de ciertos medicamentos. Los medicamentos para algunas enfermedades médicas pueden causar un ataque de pánico o incrementar los niveles de ansiedad. Los medicamentos que se usan con frecuencia para el asma, por ejemplo, pueden generar ansiedad o ataques de pánico.
El tratamiento de los niveles bajos o altos de norepinepinefrina en el cerebro involucra diferentes estrategias. A menudo, los bajos niveles de norepinepinefrina se tratan utilizando antidepresivos más nuevos. Muchos antidepresivos nuevos, conocidos como inhibidores de reabsorción de serotonina y norepinepinefrina (SNRI) de marcas comerciales como Effexor y Serzone, tratan la depresión incrementando los niveles de ambos neurotransmisores, la serotonina y la norepinepinefrina.
El tratamiento para los niveles altos de norepinepinefrina, como los que se encuentran en los trastornos de ansiedad y pánico, involucran una disminución de los niveles del neurotransmisor, directa o mediante el uso de medicamentos que incrementan otro neurotransmisor que inhibe o disminuye la acción de la norepinepinefrina. Uno de esos neurotransmisores inhibidores es el GABA, también conocido como Ácido Gama Aminobutírico.
GABA: desde la Manía y las Convulsiones hasta la Relajación y el Control de los Impulsos
El Ácido Gama Aminobutírico (GABA) es un neurotransmisor inhibitorio, vale decir, que disminuye la capacidad de funcionamiento de otros neurotransmisores. El GABA está involucrado con nuestro nivel de excitabilidad. En lugar de promover la comunicación entre las células, como lo hacen la dopamina, la serotonina o la norepinepinefrina, el GABA reduce, interrumpe y bloquea la comunicación. Este neurotransmisor es importante en las áreas del cerebro vinculadas con la emoción y la ansiedad.
Cuando el GABA está dentro del rango normal en el cerebro, no nos sentimos sobreexcitados o ansiosos. Al mismo tiempo, tenemos reacciones adecuadas ante las circunstancias que nos rodean en el ambiente. El GABA es el controlador de la velocidad de la comunicación, Asegurando que todas las conexiones del cerebro funcionen a la velocidad adecuada y con la intensidad correcta. Cuando tenemos muy poca cantidad de GABA en el cerebro, la comunicación se vuelve fuera de control, sobre-estimulada, y químicamente instable. Demasiada cantidad de GABA nos hace sentir extremadamente relajados y sedados; con frecuencia, hasta el punto de afectar nuestras reacciones normales.
Los niveles bajos de GABA se asocian con el Trastorno Bipolar y la Manía. Con niveles de GABA por debajo del promedio, el cerebro está demasiado estimulado. Comenzamos a hablar rápidamente, nos quedamos despiertos durante varios días sin descansar y desarrollamos ideas audaces y grandiosas. En un estado maníaco, estamos tan “bien” y fuera de control, que suelen desarrollarse rápidamente problemas sociales, a menudo debido a la hipersexualidad, los gastos excesivos, las decisiones que se toman sin pensar, las conductas riesgos y las ideas grandiosas. Podemos sentirnos tan bien que pensamos que tenemos un espíritu celestial, somos unos genios intelectuales o que poseemos poderes extraordinarios. Personalmente, tuve un paciente que se encerró en su casa móvil y pasó una semana entera reescribiendo el Nuevo Testamento en un dialecto local. Otro paciente, con una educación limitada, comenzó a comprar libros sobre la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, pensando que podría llegar a usar esa información pata inventar un “dispositivo de propulsión para naves espaciales”.
Los niveles bajos de GABA también se asocian con problemas de un control de los impulsos deficiente, e incluye enfermedades clínicas como el juego, los berrinches y los robos. Cunado hay un bajo nivel de GABA en el cerebro, las conductas impulsivas no son inhibidas (frenadas) por el pensamiento lógico o razonable.
Los bajos niveles de GABA también están asociados con la epilepsia o los trastornos convulsivos. Si nos imaginamos una convulsión como una tormenta eléctrica, la convulsión comienza en un lugar del cerebro cruzando rápidamente hacia otro y abarcando todo el cerebro, como una tormenta repentina. Los bajos niveles de GABA le facilitan al cerebro el desarrollo de las convulsiones, y ésta es la razón por la cuál las convulsiones forman parte de los síndromes de abstinencia de muchas sustancias que funcionan con el GABA, como el alcohol y los tranquilizantes (benzodiazepinas – Xanax, Ativan, Librium, Valium, etc.). Las sustancias que mantienen artificialmente un alto nivel de GABA, cuando cesan de consumirse, crean una caída violenta de los niveles de GABA, creando así el riesgo de sufrir convulsiones por abstinencia, debido a la inestabilidad química que se crea.
Altos niveles de GABA producen más control, relajación e incluso sedación. El alcohol funciona aumentando los niveles de GABA, y es por ello que todos los sistemas del cuerpo se relajan al principio – luego se sedan hasta el punto de hablar arrastrando las palabras, caminar tambaleándose y pensar distorsionadamente (sin claridad). La abstinencia del alcohol, o la repentina caída abrupta de los niveles de GABA, produce un nivel bajo de GABA y la posibilidad de sufrir convulsiones. Se sabe que la abstinencia de las benzodiazepinas sigue el mismo patrón. Si toma cuarenta miligramos de Valium por dos años, y de pronto deja de tomar la medicación, es muy probable que se produzcan convulsiones.
Los medicamentos para la ansiedad crean relajación y una disminución de la ansiedad aumentando los niveles de GABA en el cerebro. Las bebidas alcohólicas funcionan de la misma manera; el alcohol aumenta los niveles de GABA y produce una leve euforia, pérdida de la ansiedad social y otros síntomas de ebriedad o intoxicación. Una ingesta excesiva de benzodiazepinas y/o alcohol es extremadamente peligrosa ya que un alto nivel de GABA realmente interrumpe la comunicación entre las neuronas del cerebro – a veces, hasta el punto de llegar a una total falta de comunicación entre las neuronas – también conocida como muerte.
Los medicamentos para las convulsiones, los problemas de control de los impulsos y el trastorno bipolar y la manía funcionan aumentando los niveles de GABA sin la euforia colateral. El litio y los medicamentos anticonvulsivos incrementan el GABA hasta su rango normal, reduciendo la posibilidad de tener convulsiones y produciendo una estabilidad en la química del cerebro. Como el GABA es el neurotransmisor “policía”, los cambios del GABA pueden afectar a todos los neurotransmisores, y especialmente a la norepinepinefrina.
Tratamiento con Medicación para el “Desequilibrio Químico”
Comprender estos cuatro neurotransmisores ofrece la oportunidad de comprender la mayoría de las enfermedades psiquiátricas, desde la depresión hasta la esquizofrenia. Los profesionales de la salud mental usan evaluaciones psicológicas, entrevistas, cuestionarios y las historias clínicas de los pacientes para determinar primero si se ha producido un cambio en el sistema de los neurotransmisores, y segundo, para ver qué neurotransmisores están involucrados. Un diagnóstico clínico correcto lleva luego a establecer un tratamiento con medicación adecuado.
Los medicamentos se prescriben en un esfuerzo por regresar a los neurotransmisores del cerebro a su estado normal. Muy similar a cuando el médico le prescribe un medicamento para bajar su nivel de colesterol o incrementar otra sustancia química del cuerpo. Los profesionales de salud mental se ocupan de restaurar los niveles de los neurotransmisores a sus valores normales.
Los medicamentos para las enfermedades mentales funcionan de diferentes maneras:
· Algunos imitan al neurotransmisor, generando una respuesta como si el neurotransmisor original estuviera presente.
· Algunos bloquean el neurotransmisor para que no sea absorbido por las neuronas que lo rodean, conocido como bloqueo de reabsorción. Los inhibidores de la reabsorción bloquean la reabsorción de la serotonina o la norepinepinefrina y habilitan así, más neurotransmisores disponibles.
· Algunos fuerzan la liberación del neurotransmisor, causando un efecto exagerado. La cocaína hace esto con la norepinepinefrina y la dopamina mientras que el MDMA (Éxtasis – una droga de discoteca) hace esto con la serotonina.
· Algunos incrementan los neurotransmisores que disminuyen o reducen la producción de otros neurotransmisores.
· Algunos bloquean completamente la liberación de los neurotransmisores
· Algunos interfieren con el almacenamiento de los neurotransmisores, permitiéndoles salir de su almacenamiento y perder potencia.
Basados en la teoría de los neurotransmisores en las enfermedades psiquiátricas, podemos diagramar las enfermedades y ver cómo los profesionales de salud mental determinan el tratamiento con medicación, reconociendo cuáles neurotransmisores están involucrados:
Diagnóstico: Depresión producida por estrés
Neurotransmisor: bajo nivel de serotonina
Medicación: Inhibidor Selectivo de Reabsorción de Serotonina (SSRI)
Diagnóstico: Depresión con ansiedad o agitación
Neurotransmisor: bajo nivel de serotonina
Elevado nivel de norepinepinefrina
Medicación: SSRI y Medicamentos ansiolíticos o
Inhibidor de reabsorción de la serotonina y la norepinepinefrina (SNRI)
Diagnóstico: Depresión mayor con psicosis
(Depresión severa con alucinaciones o paranoia)
Neurotransmisor: elevado nivel de Dopamina
Bajo nivel de serotonina
Medicación: medicación antisicótica
SSRI
Diagnóstico: Trastorno bipolar, manía
Neurotransmisor: bajo nivel de GABA
Medicación: Anticonvulsivos o litio
Diagnóstico: Trastorno bipolar, depresión
Neurotransmisor: bajo nivel de GABA
Bajo nivel de serotonina
Medicación: Anticonvulsivos o Litio
SSRI
Pensamientos Finales
Hay una diversidad de situaciones y circunstancias que encontramos en la vida que pueden producir cambios en la química de nuestro cerebro. Estos cambios pueden crear problemas de salud mental. Durante años, hemos sabido que los componentes químicos y las sustancias del cuerpo pueden desequilibrarse como ocurre con la hipertensión arterial, un alto nivel de colesterol, un alto o un bajo nivel de azúcar en sangre, etc. No hay ningún estigma asociado con el uso de los medicamentos para volver estos componentes químicos o sustancias a sus niveles normales.
Los profesionales de la salud mental esperan que el público logre comprender la naturaleza médica y neuroquímica de las diversas enfermedades emocionales y psiquiátricas, eliminando el estigma que con frecuencia se asocia a los tratamientos. Los tratamientos modernos son muy eficaces y pueden eliminar años de sufrimiento emocional con muy poca intervención o tratamiento. Los tratamientos de salud mental están disponibles en todos los condados de los Estados Unidos.
 
 
Este artículo ha sido presentado como un servicio público
por el Dr. Joseph M. Carver, Ph.D., Psicólogo clínico.
Revisado: enero de 2002

Actitudes obsesivas que descontrolan nuestra vida


Actitudes obsesivas que descontrolan nuestra vida
OBSESIONES

Hay personas que sienten la necesidad de chequear una y otra vez las cosas o realizan rutinas y rituales una y otra vez, si no realizan estos actos desarrollan una gran ansiedad.
Dr. Javier Martínez Dearreaza.

I parte

Muchas veces, todos chequeamos las cosas dos veces antes de salir, por ejemplo: verificamos si todos los quemadores de la cocina están debidamente cerrados, si todos los grifos están cerrados o comprobamos si las puertas quedan debidamente cerradas; este es un comportamiento normal pues no queremos que suceda algún incidente o robo mientras estamos fuera de casa.

Pero hay personas que sienten la necesidad de chequear una y otra vez las cosas, o tienen pensamientos y realizan rutinas y rituales una y otra vez, y si no lo hacen desarrollan una gran ansiedad, estas personas sufren de una enfermedad que se llama Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC).

El Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) es una enfermedad que hace que las personas tengan pensamientos no deseados (obsesiones) y repiten ciertos comportamientos (compulsiones) una y otra vez, estos comportamientos interfieren en su vida diaria.

La mayoría de las personas con TOC saben que sus obsesiones y compulsiones no tienen sentido, pero no las pueden ignorar y tampoco frenar.
¿Qué son obsesiones?
Las obsesiones son ideas, imágenes e impulsos que pasan por la mente de una persona una y otra vez. Una persona con TOC no desea tener estos pensamientos y los encuentra perturbantes, pero la persona no puede controlarlos. A veces estos pensamientos sólo aparecen de vez en cuando y son levemente molestos. Otras veces, tiene los pensamientos perturbantes todo el tiempo.
¿Qué son compulsiones?
Los pensamientos obsesivos hacen que las personas que tienen TOC se sientan nerviosas y con miedo. Ellos tratan de deshacerse de estos pensamientos teniendo ciertos comportamientos de acuerdo a “reglas” que ellos mismos elaboran. Estos comportamientos se llaman compulsiones, a éstas, también se les llama rituales.

Por ejemplo, una persona que tiene TOC puede tener pensamientos obsesivos relacionados con los gérmenes. Por causa de estos pensamientos la persona puede limpiarse en extremo como un paciente que me comentaba que después de hacer todos sus mandados cotidianos el debía bañarse y lavarse continuamente durante unas tres horas para quedar libre de todo microbio.

Realizar estos comportamientos sólo hace que las sensaciones nerviosas desaparezcan por un tiempo corto. Cuando el miedo y la ansiedad vuelven a aparecer la persona que tiene TOC repite la rutina nuevamente.
Algunas obsesiones comunes
• Miedo a la suciedad o a los gérmenes.

• Disgusto por los desechos o los líquidos corporales.

• Preocupación por el orden, balance y exactitud.

• Preocupación de que una tarea no se haya realizado bien, incluso cuando la persona sabe que no es cierto.
• Miedo de tener pensamientos malos o pecaminosos.
• Pensar en ciertos sonidos, imágenes, palabras o números todo el tiempo.
• Necesidad de asegurarse continuamente de las cosas.
• Miedo a hacerle daño a un miembro de la familia o a un amigo.
Algunas compulsiones comunes.
• Limpiar y arreglar, lavarse las manos, tomar baños, cepillarse los dientes una y otra vez.

• Revisar cajones, puertas y aparatos eléctricos para asegurarse de que están cerrados, con seguro y apagados.

• Repetir, salir y entrar por una puerta, levantarse y sentarse de un asiento o tocar ciertos objetos varias veces.
• Ordenar y disponer cosas de cierto modo.
• Contar una y otra vez hasta cierto número.

• Guardar periódicos, correspondencia, revistas, empaques que ya no son necesarios.

• Buscar seguridad y aprobación continua.
¿Qué tan frecuente es el TOC?
Por muchos años se pensó que el TOC era raro. Algunos estudios recientes demuestran que puede haber aproximadamente tres millones de estadounidenses entre 18 y los 54 años de edad con TOC en cualquier momento específico. Esto es aproximadamente el 2,3% de las personas en ese grupo de edad. El TOC afecta por igual a hombres y mujeres.
¿Qué causa el TOC?
No se ha encontrado una causa específica, a veces puede ser genético, otras veces puede ser porque las sustancias químicas del cerebro (neurotransmisores) no están en cierto nivel; últimamente se piensa que existen subtipos de TOC que pueden estar asociados con las hormonas.
TOC y embarazo.
Un nuevo estudio aportó más pruebas de que el embarazo agravaría o causaría síntomas del Trastorno Obsesivo Compulsivo en algunas mujeres, lo que sugiere que en algunos casos existiría una respuesta anormal a los cambios hormonales.

Por lo general, los síntomas del TOC aparecen en la infancia y la adolescencia, pero algunos estudios han demostrado que también puede aparecer durante o inmediatamente después del embarazo.

Otros estudios revelan que la gestación puede agravar en algunas mujeres los síntomas del TOC que habían desarrollado antes del embarazo, pero en algunas se observó que los síntomas mejoraban, y las mujeres en las que el trastorno empeoraba en los días previos a la menstruación tenían más riesgos de sufrir una exacerbación de los síntomas durante el embarazo.

Esto respalda la idea de que existe un subtipo de TOC “asociado con las hormonas” que afecta a algunas mujeres. Esas mujeres tendrían otra sensibilidad a las hormonas reproductivas; en ellas, el embarazo dispararía o exacerbaría el TOC.
Enfermedades asociadas al TOC.
Las personas que tienen TOC, con frecuencia padecen otros tipos de ansiedades, tales como las fobias (por ejemplo, miedo a las arañas o a volar) o ataques de pánico.

Las personas que tienen TOC también pueden padecer depresión, trastorno de déficit de atención, trastornos alimentarios, dislexia, síndrome de Gilles de la Tourette.
Una enfermedad con tintes obsesivos.
Un trastorno psiquiátrico poco común pero debidamente conocido como Síndrome de Referencia Olfativa (SRO), es cuando las personas están convencidas de que emiten olores horribles, y debido a esto con frecuencia se aíslan o incluso intentan suicidarse.

Los pacientes sufren muchísimo como resultado de esta falsa creencia y parecen tener gran discapacidad en cuanto a su funcionamiento. También parece que tienen mayores índices de tendencia al suicidio.

En un estudio realizado a 20 pacientes que sufrían esta enfermedad, se encontró que tenían edad promedio de 33.4 años y habían estado sufriendo el SRO desde que tenían 15 ó 16 años. El 60% era del sexo femenino.

El 95% de estos pacientes tenía al menos una conducta compulsiva a diario debido a su convicción de oler mal. El 80% se olía a sí mismo de forma continua; el 68% se duchaba obsesivamente y el 50% se cambiaba de ropa continuamente.

Muchos usaban talco o perfume (a veces incluso bebían perfume), desodorante, chicle y otros productos para deshacerse del mal olor.

El síndrome también dejó a muchas personas aisladas y tres cuartas partes afirmaron evitar interacciones sociales debido al hedor.

El 40% informó haber estado encerrado en su casa al menos durante una semana. Más de dos tercios habían pensado en el suicidio.


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Dr. Javier Martínez Dearreaza.

Universitá degli Studi di Pavia-Italia.

Clínica San Francisco.

De donde fue Camas Luna Montoya 90 varas arriba.

Tel. 2222-24 94. Cel. 8877-1894.

http://impreso.elnuevodiario.com.ni/2010/07/25/variedades/128770

El embarazo dispararía o agravaría los síntomas de TOC


El embarazo dispararía o agravaría los síntomas de TOC
Diferencias en los genes que regulan o son regulados por las hormonas reproductivas.

Medlineplus


Por Amy Norton

NUEVA YORK (Reuters Health) - Un nuevo estudio aportó más pruebas de que el embarazo agravaría o causaría síntomas del trastorno obsesivo compulsivo (TOC) en algunas mujeres, lo que sugiere que en algunos casos existiría una respuesta anormal a los cambios hormonales.

El TOC es un trastorno de ansiedad que produce pensamientos continuos e indeseados que impulsan a repetir rutinas y rituales una y otra vez. La obsesión con la limpieza, por ejemplo, llevaría a una persona a lavarse las manos constantemente.

Unos 2 millones de adultos en Estados Unidos tienen el TOC, cuyos síntomas suelen aparecen en la niñez o la adolescencia. Pero algunos estudios demostraron que también pueden aparecer durante o inmediatamente después del embarazo, que además podría agravarlos en algunas mujeres.

El nuevo estudio confirma y amplía esos resultados, según la doctora Ariadna Forray, de la Escuela de Medicina de la Yale University, en New Haven, Connecticut.

Tras analizar las historias clínicas y entrevistar a 126 mujeres tratadas en la Clínica de TOC de Yale, el equipo halló que el 32 por ciento de las 78 mujeres que habían estado embarazadas habían tenido los primeros síntomas de TOC durante o inmediatamente después del embarazo.

Además, el equipo observó que la gestación agravó los síntomas en la tercera parte de las mujeres que habían desarrollado TOC antes de quedar embarazadas. Pero en el 22 por ciento de los embarazos, los síntomas mejoraron.

Y las mujeres en las que el trastorno empeoraba en los días previos a la menstruación tenían más riesgo de sufrir una exacerbación de los síntomas durante un embarazo. Esto respalda la idea de que existe un subtipo de TOC "asociado con las hormonas" que afecta a algunas mujeres.

"Esas mujeres tendrían otra sensibilidad a las hormonas reproductivas; en ellas, el embarazo dispararía o exacerbaría el TOC", dijo Forray.

Aunque se desconoce la causa de esas diferencias en la sensibilidad hormonal, la autora apuntó a diferencias en los genes que regulan o son regulados por las hormonas reproductivas.

Para Forray, los resultados sugieren que las mujeres con TOC y sus médicos deberían saber que el embarazo puede agravar los síntomas, sobre todo si habitualmente empeoran en el período premenstrual.

El tratamiento del TOC incluye terapia cognitiva-conductual, antidepresivos y ansiolíticos. Las pacientes y los médicos deberían tener en cuenta también que el TOC puede aparecer durante o inmediatamente después del embarazo.

Es normal que las embarazadas o las madres primerizas estén ansiosas y tengan preocupaciones. Pero Forray señaló que si ciertos pensamientos y conductas, como la preocupación por el orden, la limpieza o el bienestar del bebé, empiezan a causar estrés e interferir con las actividades diarias, entonces es tiempo de conversar con el médico.

FUENTE: Journal of Clinical Psychiatry, online 18 de mayo del 2010
http://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoID=66048

Las patologías alimentarias


Las patologías alimentarias

La anorexia se caracteriza por un alto nivel de exigencia, búsqueda de la perfección, no solo en su cuerpo sino en todo lo que realizan. Mantienen muy buen desempeño escolar, mientras sus condiciones psicofísicas se lo permiten.

Mantienen la necesidad de completar los mandatos de sus padres, aun aquellos que son implícitos. Proviene de familias con altos niveles de exigencia, sobre todo hacia esta hija en particular.
Tal es el caso de la paciente F, 19 años, estudiante universitaria que al escuchar una conversación de su padre, con un nivel de rigidez y exigencia muy pronunciado, que entabla con un familiar y comenta que la hija de un amigo terminó tal carrera universitaria en tres años; Cree que a través de este discurso le esta determinando que debe finalizar sus estudios en ese periodo u otro aun menor. Creen en la exigencia “implícita”. Se idealiza una forma de vida, con una búsqueda de perfección.
Presentan una alteración en la imagen corporal. Aun con pesos mórbidos sé auto encuentran frente al espejo gordas. A esta deformación de la imagen corporal se la denomina DISMORFOFOBIA.
Se observa una perdida significativa de peso. Superior al 15 % por debajo de los índices de las tablas, teniendo en cuenta talla y edad. Tienen un miedo intenso a la obesidad. A la vez que presentan un peso bajo mantienen la intención de seguir bajando. Eligen un peso determinado, fijado subjetivamente y alejado de una realidad saludable.
Hay una negativa a alimentarse.

Los desordenes alimenticios son enfermedades conductuales devastadoras producidas por una serie de factores que pueden incluir trastornos emocionales, presiones familiares, sensibilidad genética o biológica, cultura de sobreabundancia de comida y obsesión con la delgadez.
La bulimia y la anorexia comparten características muy similares, como por ejemplo la depresión, la ocultación de alimento y la obsesión por la perdida de peso. Estos trastornos alimenticios existen desde hace mucho tiempo, pues fue en 1873 cuando se hizo la primera descripción y definición de estas enfermedades.

Bulimia: Esta enfermedad generalmente empieza a principio de la adolescencia y la juventud, cuando las mujeres jóvenes intentan las dietas restrictivas, fracasando y reaccionando con exceso de comida.
En respuesta a esta conducta los pacientes intentan bajar de peso mediante la ingesta de laxantes, pastillas para adelgazar, medicamentos para reducir líquidos o a través de la provocación del vomito.

Anorexia: Las personas con anorexia nerviosa enflaquecen al punto de inanición, perdiendo por lo menos de un 15 a un 60 % del peso corporal normal.
Los síntomas de la anorexia son la repulsión por la comida, temor abrumador por tener sobrepeso junto con una imagen distorsionada de sus propios cuerpos, llegando al punto de convertir a los alimentos en enemigos.
Se generan situaciones de aislamiento y restricciones sociales, seguidas a las restricciones alimentarias enlazadas a una vida hiperactiva, en algunos casos ligadas al gasto calórico. Se idealiza un “cuerpo puro” sin alimento, en realidad una conducta mortal.
Presentan amenorrea, (Perdida o ausencia del periodo menstrual). La personalidad definida también con carteles obsesivos compulsivos, nos refiere a la tendencia a la perfección e idealización de actos, posturas, ropa, cuerpo, sujetos.
Deseos de no comer, deseos de nada. ¿Se puede desear la nada? Si, se puede desear no comer nada, no pesar nada. ¿Sé esta deseando la nada? La nada es no estar. No estar vivo.
Les cuesta mucho decir lo que sienten, lo que les pasa. Hablamos y comemos por el mismo agujero: la boca. Cuando empiezan a hablar de los que les acontece comienzan a comer. Hablamos de alimento y palabra.
Cuesta entender tal necesidad de lograr el control absoluto de todo: del peso, de las notas frente a los exámenes, del cuerpo de la comida y el agregado de un deseo teñido de perfección sobre todo lo que toca y hace. Porque no hay un placer sobre las actividades, en realidad hay una sensación de “deber hacer”, de “obligación”. El lograr el control de todo también conlleva a la búsqueda de controlar el hambre.
¿Cómo puede tolerarse el hambre? ¿Se pierde el deseo de comer? El hambre esta en relación con contracciones gástricas, sin embargo si se impide sentirla, por ello no estaría ligado a un fenómeno localizado. Coexisten las incidencias endocrinas, metabólicas, la influencia del sistema nervioso y el deseo.
Debemos distinguir entre hambre y apetito. El hambre es un estado somático provocado por la privación de alimento y que desaparece con la ingestión de comida. El apetito es un estado consciente caracterizado por el deseo de comer, condicionado por una experiencia anterior y provocado por el gusto de una comida concreta.
Se pierde el hambre, se pierde el apetito y se pierde, sobre todo, la auto confianza en sus deseos de hambre o apetito. Son tan negados que cuesta mucho recuperarlos.
La creencia errónea del “vivir del aire”. Del abandonar la necesidad de comer. Sienten “miedo a la comida”.
Las dietas hipe restrictivas generan mal humor, destruyen el humor y rompen las relaciones sociales, además del daño físico en ocasiones irreparables.
Expresan miedo o terror frente a las comidas.
Esta “represión alimentaria”, esta “imposibilidad de expresión”, también representa la negación frente a la sexualidad.
Ambas patologías alimentarias evidencian altos niveles de estrés, acompañadas de imposibilidad de elaborar situaciones traumáticas.
Se ha observado en los pacientes que padecen anorexia nerviosa el síndrome TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) caracterizado por: obsesiones con relación a la limpieza (recordamos una paciente que subía la enceradora a la mesada de la cocina, a la mesa, etc. aun con bajo peso), lavado de manos o utensilios por sensaciones de asco, chequear cerraduras, llaves de paso, frenos de mano, etc. Una conducción a la “duda permanentemente”. Tal compulsión inhabilita el desarrollo de la vida cotidiana del sujeto. Presenta trastorno de ansiedad. Recibe imágenes obsesivas, automatización patológica de la conducta, sensación de molestia permanente. Actos visibles (como el chequear llaves, revisar, lavar, etc.) o invisibles (los que realizan mentalmente) como forma de controlar la ansiedad. La función de las obsesiones tienen que ver con limitar -erróneamente- o manejar esta ansiedad, y a diferencia del paciente que padece BED o bulimia, no comen, realizan determinados actos. También el TOC se manifiesta en pesarse constantemente.
La incidencia de TOC frente a la anorexia nerviosa se estima en el 30% de las pacientes. Y en el 60% de las pacientes con anorexia nerviosa se observa personalidad obsesiva, perfeccionista, rígida e introversión. Con relación a los alimentos pueden almacenarse, desmenuzarse, ocultarse, tirarlos, dárselos al perro, etc.
Los trastornos obsesivos compulsivos se agravan con la pérdida de peso. Con relación a ello se recuerda el estudio de 1950 de Minesotta con veteranos de la 2º guerra mundial. Si el paciente no recupera el peso los TOC no se curan.
Hasta un año después de la consolidación del peso normal puede persistir la sintomatología del TOC. El TOC es utilizado como descarga.
Aun en niños pequeños pueden detectarse en la forma de guardar los juguetes, en sus aprendizajes, métodos de estudio, como acomodan su ropa, etc.
En realidad tras esta obsesión permanente por el peso hay “otras cosas”. Son invadidos por una sensación permanente de que todos los cambios son bruscos, ya que esta imposibilidad de crecer (reemplazada en el imago por el engordar) les impide aceptar cualquier imprevisto, cambios, nuevas etapas, etc., ya que cualquier imprevisto los descontrola. Presentan una conducta retraída ante las dificultades.
Se la observa con la piel seca, áspera, amarillenta y fría. Puede presentar además en manos y pies. Visten con ropa amplia y suelta, aunque hay pacientes que utilizan talles minúsculos. Oscilan entre la depresión y la hiperactividad. Su cabello es pajoso y quebradizo. Presentan constipación crónica, perturbación en el sueño y perdida del interés y apetito sexual.
Si el comienzo de la enfermedad es prepuberal se presenta baja estatura. Se observa arritmia cardiaca, hipo o hipertensión arterial. Aspecto depresivo, deshidratación y desnutrición.

Cuando la enfermedad persiste por lo largo tiempo se observa: modos de comportamiento más rígidos y auto controlados, la agresividad (que antes se hallaba reprimida) se vuelve contra sí misma y contra los otros.
Los criterios diagnósticos de esta afección son: (DSMR 1987, ICD 10 1986, DSM IV 1993)
*Peso 15% por debajo del peso normal sobre talla y edad y/o detención del crecimiento.
*Miedo intenso por el peso y las formas corporales.
*Distorsión del esquema corporal.
*Trastornos en el interés y apetito sexual.
*Amenorrea.
*Ninguna enfermedad física que pueda dar cuenta de este trastorno.
*Cuentan con imposibilidad de crecer
Expone la paciente B de 19 años de edad “... supongo que mi mamá me quiere tanto que no puede aceptar que crecí y me sigue tratando como a una nena, a veces me hace reproches como cuando era chica, quiere que obedezca y que me salga todo perfecto...”

En la anorexia, al igual que el resto de las patologías alimentarias, las pacientes viven una especie de “catástrofe permanente”. Quiere decir que ante un incendio o un derrumbe lo que menos vamos a pensar es en comer. Bueno, estos pacientes viven en un cuadro de movilización de angustia permanente, definido como “estrés crónico”.
La anorexia causa perdidas de masa ósea al 90 % de las mujeres afectadas por este problema.
Investigadores del Hospital General de Massachussets han observado en pruebas realizadas con 130 pacientes que un 38 % de los casos podrían encuadrarse, además, en lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera osteoporosis.
La anorexia nerviosa es una perdida de peso extrema relacionada con restricciones en la alimentación, un miedo irreal a ganar peso y una imagen equivocada sobre el propio cuerpo.
Se trata de un problema que afecta especialmente a las jóvenes y ha alcanzado gran trascendencia entre las modelos y el mundo de la moda, en el que la perdida de peso se puede llegar a convertir en una obsesión.
La anorexia y la pérdida de masa ósea que lleva asociada son un problema médico muy grave.
La ingestión suplementaria de hormonas femeninas (estrógenos) o parece reducir el riesgo de perdida de masa ósea.
La perdida de masa ósea es un problema relacionado con las mujeres con anorexia.
Los científicos del Hospital General de Massachussets indican que se ha confirmado la perdida de masa ósea en un 92% de las mujeres estudiadas, sea en las caderas, extremidades o espina dorsal. La investigación se ha realizado con 130 mujeres de entre 20 y 25 años que padecen anorexia nerviosa la mayoría de ellas con irregularidades en el periodo de la menstruación.
La perdida de la menstruación, que esta asociada con la alteración de los niveles de las hormonas femeninas, es un claro indicio de anorexia entre mujeres jóvenes.
El deterioro en la masa ósea conduce en ocasiones a la aparición de fracturas, es una complicación de la anorexia, pero hasta ahora no se sabía si era el resultado de la falta de estrógenos o de la mal nutrición.
“Algunas mujeres jóvenes están experimentando, por culpa de la anorexia, una perdida de masa ósea comparable a la que sufren mujeres varios decenios mayores que ellas “ por los problemas hormonales asociados a la menopausia, a declarado Anne Klibanski, responsable de la Unidad Neuroendocrina del Hospital de Massachussets.
Los investigadores han advertido que llegado un determinado grado de perdida de masa ósea debido a la anorexia, los resultados pueden ser irreversibles.

La bulimia se caracteriza por:
*Deseos de anorexia.
*A diferencia de los pacientes con anorexia, tienen conciencia de que el patrón alimentario es anormal.
*Tienen episodios recurrentes de voracidad, lo que denominamos “atracón”. A posterior surgen las CCI (conductas compensatorias inadecuadas) tales como: el vómito autoprovocado, el uso de laxantes, los diuréticos, la gimnasia excesiva, la rumiación. Temen no ser capaces de parar la ingesta voluntariamente. Y luego de cada episodio de voracidad padecen de sentimientos auto despreciativos.
*Alternan períodos de dietas restrictivas, episodios de atracón y conductas compensatorias. Una vez roto el período de dieta, la compulsión de comer vorazmente es mayor. Luego surge la búsqueda de “borrar lo que comió”, “sacárselo de encima”, desembarazarse de la comida”. En esta última frase hay una ligazón particular al embarazo, a la sexualidad, al rol materno, al abuso.
*Baja tolerancia frente a la frustración. Todo debe “salir perfecto”.
Nos hallamos frente a la búsqueda de aprobación permanente, necesidad del “aplauso”. Viven con una “autoestima prestada”. Quizá por ello conviven con deseos de ser “otro”. Por ello se sienten de acuerdo a las expresiones de los demás.
Así como se presentan como colaboradoras y solidarias sustentan un nivel de competitividad altísimo por temáticas corporales.
Recuerdo el informe de un acompañante terapéutico que describe su primera salida con su acompañada padeciente del trastorno que nos ocupa, donde ésta volteaba la cabeza y seguía los cuerpos de las personas que transitaban cerca de la confitería en la que se hallaban. Comentaba en forma crítica a cerca de sus cuerpos, despreciaba a las “hiperdelgadas”, hablaba sobre sus formas, ropas y peinados.
Bulimia significa “hambre de buey”. Se inician en la enfermedad como en las pacientes con anorexia: todo empieza con una dieta, pero no tienen el mismo “control” hacia el no-comer que la paciente con anorexia logra, y luego del período de control restrictivo comen todo lo que no comieron. Comen mucho y cualquier cosa, en general hidratos de carbono. Actualmente se han observado ingestas elevadas, utilizando productos denominados “diet”, como algunos pacientes relatan atracones que incluyen un kilo de dulce de leche diet, frascos de mermelada light, una docena de alfajores bajos en calorías, productos lácteos, entre otros. Las ingestas se producen en general a solas. La rapidez de las mismas generan rupturas de esófago y estómago. Si bien antes se estimaban que se desarrollaban en horas de la tarde, en la actualidad los atracones se presentan en diversos horarios e incluso, en algunos casos, varias veces por día.
Para efectuar un diagnóstico de bulimia se recurre a la frecuencia mínima de dos episodios semanales durante tres meses. Pueden mantener peso normal, bajo o sobrepeso. En la anorexia puede sospecharse de la enfermedad ante la pérdida significativa de peso sin causa orgánica o delgadez excesiva, incluso ante la negativa a alimentarse. En la bulimia no está determinada con la misma “detección superficial” la enfermedad, pues puede tener peso normal, pueden alimentarse, en apariencia, normalmente.
En general, provienen de familias dietantes, miembros con obesidad o temor mórbido a engordar.
La no resolución de estas conflictivas pueden contemplar abusos de drogas e, incluso, serias depresiones.
Las características de las pacientes con este padecimiento, en la medida que no reciben atención terapéutica adecuada, empeoran porque tienen importantes tendencias impulsivas: riesgo al abuso de sedantes, anfetaminas, cocaína, alcohol, robos, promiscuidad sexual. Estados variables de ánimo con períodos depresivos, angustia y desesperación, aislamiento social, vergüenza. Atracones en forma disimulada, secreta y planificada. Padecen extrema culpa y autoaborrecimiento después de cada atracón. Presentan los siguientes signos clínicos: alteraciones del esmalte dental (dientes amarillentos amarronados) en vomitadores, lesiones en los nudillos de los dedos, voz ronca y/o dolor crónico de garganta por lesión de mucosa esofóbica). Pueden alternar entre un aspecto saludable (hasta con sobrepeso) y un aspecto descuidado o depresivo.
Cuanto más comen, más quieren comer. Son ansiosos e impulsivos. Se visten y se arreglan según su estado de ánimo. Los criterios diagnósticos (DSMIII-R, ICD-10, DSM IV 1986, 1987 y 1993) son: miedo intenso por el peso y las formas corporales, atracón, conductas compensatorias inadecuadas (laxantes, vómitos autoinducidos, diuréticos, gimnasia excesiva), pueden haber tenido episodios de anorexia, imposibilidad de control de impulsos, preocupación constante por la comida y sensación de haber traicionado su aspiración de peso ideal, vestimenta de acuerdo al estado de ánimo.
Relata la paciente A, de 18 años y diagnóstico de bulimia: “...No niego que me siento mal después de todo lo que comí anoche y no vomité; me siento un cerdo y no sé cómo sacarme todo de adentro. Ayer me sentía tan mal que casi lloro, tenía ganas de hablar con alguien, pero no sé por qué cuando tengo la posibilidad de hacerlo no lo hago. Soy una frustrada, Nunca logro lo que quiero... Me siento mal y me siento bien, quiero cambiar. En realidad, no sé qué me pasa... Siento a veces que Nunca podré dejar de vomitar, pero por otros instantes que sí, me siento no sé cómo... Siempre pensé que cuando sea flaca voy a parar. Pero no puedo...”.

TRASTORNO POR ATRACÓN
Citado en el manual de psiquiatría DSM IV, actualmente en listado de diagnósticos en revisión. También denominado BED (Binge Eating Disorders).
Confundido con la bulimia nerviosa, puesto que comparten las mismas características. Un error en su diagnóstico nos orientará sobre un camino de tratamiento incorrecto y, por ende, un fracaso en su curación.
Al igual que en la bulimia, los pacientes presentan un apetito desmesurado, tal como se ha descrito en un atracón en las características de bulimia.
La diferencia se evidencia en que en el trastorno por atracón no se presentan conductas compensatorias inadecuadas. Vale decir que estos pacientes no buscan “quitarse” de alguna forma errónea aquello que han ingerido. Aunque en realidad, al igual que en la bulimia, se sienten totalmente culpables por la cantidad y el tipo de comida recibida.
Una de las consecuencias de este padecimiento es la obesidad. Aunque si los atracones presentan mucha distancia entre uno y otro, si son poco frecuentes, el paciente también puede mostrar un peso prácticamente normal.
Se estima que esta patología de la conducta alimentaria afecta al 2% de la población y al 30% del público que acude a nutricionistas.
Si bien muestran que su desempeño diario puede ser normal, desarrollan, en mayor o menor grado, depresión. En general, no pueden dar cuenta frente a otro de lo que les sucede. Ocupan su boca con alimento y entonces no pueden hablar. Es trabajo terapéutico lograr que puedan conectarse con lo que sienten, con lo que les pasa. Padecen de trastornos en el sueño, crisis de llanto y de euforia, dificultades de convivencia con familias de origen y/o de pareja.
Como forma de calmar la angustia que sobrellevan en algunos casos, también recurren al abuso de sustancias y al alcohol. Desarrollan trastornos de ansiedad, conductas fóbicas sociales, escolares, de exposición ante su grupo familiar extenso, entre otros. Dentro de las diferencias también se describen que quienes padecen BED versus quienes sufren de bulimia se ha hallado que comen más durante cada comida, que no son tan “adictas” a las dietas como el grupo con bulimia. Así también persisten en conductas de “picoteo” entre comidas. En los períodos de “no dieta” surgen los atracones, lo que conlleva a “vivir a dieta”. Se han observado conductas de aislamiento, cambios en los estados de ánimo e, incluso, atribuciones irracionales en paradoja al pensamiento mágico que reina sobre la bulimia. Se ha detectado que en un grupo numeroso de pacientes que deja las CCI, egresando de la bulimia y aún no curado, atraviesa BED, como alternativa antes de lograr la superación de la patología alimentaria. Así mismo, hemos observado que otros pacientes luego de presentar mejorías en su cuadro anoréxico presentan síntomas bulímicos. Evidencian pensamientos variables en torno a los métodos para la pérdida de peso y mantienen una grave deformación de la imagen corporal.

¿EXISTEN OTROS TRASTORNOS?
Ya citamos a la anorexia, a la bulimia y a los trastornos por atracón. Nos referiremos a los T.A.N.E.S (Trastornos en la alimentación no específicos), anorexia bulimiforme y Bulimarexia.
Los T.A.N.E.S se presentan compartiendo las mismas características que la anorexia y la bulimia, sólo se exceptúan en uno de los criterios diagnósticos. Por ejemplo, pueden no poseer deformación de la imagen corporal. Evidencian el resto de los caracteres descriptos.
En el caso de la anorexia bulimiforme presenta idéntica descripción a la anorexia, con el agregado de alternar períodos hiperrestrictivas con ingestas y CCI (Conductas Compensatorias Inadecuadas). Manteniendo el desarrollo de la personalidad estructurada, rígida y obsesiva que se observa en la anorexia. En el caso de no curarse, algunos casos se recuperan y luego se manifiestan signos de bulimia nerviosa.
Cuando nos referimos a bulimarexia, hablamos de pacientes que evidencian los signos y síntomas de la bulimia, aunque difieren de ésta por presentar episodios de atracones, conductas compensatorias inadecuadas con períodos hipe restrictivos.




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