Frente a las personas conflictivas


Frente a las personas conflictivas

En tu vida te encuentras o te encontrarás con toda seguridad con personas que te agreden psicológicamente. Abundan las personas negativas, manipuladoras, vengativas, celosas o prepotentes. Lo habitual es reaccionar emocionalmente contra ellas. Seguramente has vivido esta experiencia.

Frente a las personas conflictivas probablemente reaccionas de las dos maneras básicas con que estás genéticamente preparado: ataque o huida. Generalmente, cualquiera sea tu reacción, tu contrincante mantiene su idea y volverá con la agresión a la primera oportunidad. Esto quiere decir que en la mayoría de los casos tu oponente no cambia de opinión aunque tu te irrites, llores o grites.

Por otra parte, ya sabes que las emociones que te provocan estas situaciones son especialmente dañinas para ti mismo. Es decir, además de que el otro te agrede, por añadidura tú te enfermas. Más aún si tus emociones se van transformando en sentimientos de rencor, odio o desagrado. Día a día van debilitando tu salud. Tus mecanismos de defensa fallan y te encuentras más propenso a las enfermedades.

¡No permitas esta situación si realmente te amas! En el futuro, ¡no reacciones! No hagas caso, no digas nada, retírate. Si quieres dar tu opinión, hazlo cuando estés con serenidad y tranquilidad. Simplemente entrega tu punto de vista y punto. No reacciones ante las agresiones. Esto provoca un efecto mucho mayor en la otra persona y además, evitas dañar tu salud.
fuente:http://www.elalmanaque.com/amate/amate14.htm

Leyes de nuestro pensamiento: el establecimiento del problema


Leyes de nuestro pensamiento: el establecimiento del problema

El pensamiento actúa sobre nosotros trayéndonos al presente la realidad de lo que representa.

Imaginemos por un momento un limón. Lo visualizamos, lo pelamos, lo olemos, lo partimos en dos, lo acercamos a nuestra boca, lo saboreamos y lo mordemos, dejando que el zumo resbale por nuestra lengua. Separamos el limón ligeramente y lo exprimimos dejando que el ácido caiga lentamente en nuestra boca abierta y se extienda hasta nuestra garganta. Detengamos la lectura y dediquemos un tiempo razonable a imaginárnoslo. Si nos representamos realmente la situación, seguramente llegaremos a sentir sensaciones similares a las que tendríamos con el limón en la mano, sintiendo su sabor ácido e incluso llegando a salivar (Wilson y Luciano, 2002). En estas líneas no existe el limón; sin embargo, se ha hecho presente al mencionarlo y describirlo y podemos haber reaccionado casi como si la fruta realmente estuviera ahí. Las palabras, escuchadas, leídas o simplemente pensadas, han tomado la misma función que tenía el limón porque producen en nosotros un efecto similar. Nuestras reacciones corporales a los pensamientos son automáticas y se manifiestan en determinadas sensaciones; pero sentirlas no es una prueba de que el contenido del pensamiento (el limón en nuestro caso) exista o se ajuste a la realidad.

Algunos pensamientos nos traen al presente el dolor y sl sufrimiento que representa: la pérdida de un ser querido, el fallo en el examen de mañana, la posibilidad de estar enfermo, lo que nos puede pasar si nos enfrentamos a lo que tememos, etc.

La solución parecería fácil: dejar de pensar en ello; pero no es tan sencillo. El ejercicio de los números nos muestra que podemos pensar en lo que queremos; pero no podemos dejar de pensar en lo que no queremos pensar:

Podemos indicar a alguien que le vamos a decir tres números y que cuando le preguntemos “¿Cuáles son los números?” nos los repita. Le decimos 1, 2, 3 y le preguntamos un par de veces. Luego le pedimos que por todos los medios a su alcance elimine de su cabeza esos números y los olvide del todo. Esa persona comprobará dos cosas: que en realidad no puede quitárselos de la cabeza y que si se distrae, en cuanto le preguntamos de nuevo, vuelven a aparecer indefectiblemente. Puede intentar decir otros, pero si los cambia, lo hace forzadamente porque los números están en su cabeza y no hay forma de eliminarlos.

Con nuestras sensaciones y emociones nos pasa igual: cuanto más nos esforzamos por no sentirlas, más se hacen presentes.

Podría parecer que la solución es pensar en otra cosa; pero nuestra atención está jerarquizada: atendemos a las cosas más importantes y lo más importante que tenemos entre manos es aquello que nos da miedo. Si hubiera un peligro presente, por ejemplo, una avispa volando cerca de nosotros no estaríamos muy atentos a leer estas líneas, quitar la atención que dedicamos a los pensamientos que nos indican una amenaza sería igual de difícil.

El camino hacia la solución: la aceptación

Los números no son importantes y por eso nos olvidaremos en seguida de ellos. En consecuencia, la solución es no dar importancia a lo que nos dicen los pensamientos, a nuestros temores. Este cuento de hadas nos enseña qué es no dar importancia:

Había una vez un reino feliz que solamente tenía un problema: un ogro se había instalado en la montaña más alta e inaccesible y acosaba a sus habitantes sin cesar. Un buen día tuvo la osadía de raptar a la hija única del rey y llevarla a su castillo en lo alto de la montaña. El rey, desesperado, publicó un edicto en el que ofrecía la mano de la princesa a quien la rescatase del ogro. Se presentaron dos caballeros: uno con una magnífica armadura nueva y reluciente, y el otro, un pobre caballero que había cogido prestada la armadura de su padre, que era vieja y, además, le venía algo grande. Ambos estaban tan enamorados de la princesa, que se arriesgaron a subir donde el ogro tenía su castillo. Cuando estaban preparándose para su tarea, llegaron noticias de que el ogro se había ido a otra cueva a cazar. Desde la cueva vigilaba el camino al castillo, de forma que nadie podría subir sin que él lo viese. Los caballeros, asombrados de su suerte, iniciaron la escalada. Cuando llegaron al lugar que estaba bajo la vigilancia del ogro, este les vio y les lanzó dos certeras flechas. Les dio a ambos en el hombro, en el mismo lugar, causándoles un dolor insoportable. Además, comenzó a gritarles: “Con esa flecha en el cuerpo nunca llegaréis al castillo, ni podréis subir las murallas. Perderéis mucha sangre, moriréis antes de llegar. Volved atrás”. El caballero de la armadura reluciente pensó, “Lleva razón”, y bajó rápido, pensando: “Necesito estar fuerte para llegar; en cuanto me cure y me sienta bien, volveré y venceré al ogro”. El de la armadura vieja hizo oídos sordos y con el mismo dolor y sufrimiento que el otro, siguió hacia arriba. Llegó al castillo, agotado y dolorido; pero según se acercaba se le olvidaban el dolor y su herida. Finalmente rescató a la princesa y se casó con ella, llegando a ser un rey muy querido en aquella nación. El caballero pobre no dio importancia a la herida y al dolor, mientras que el otro cayó en la trampa de pensar que primero debería sentirse bien para luego hacer lo que tanto anhelaba. El pobre, frente a su deseo de alcanzar su meta, no dio importancia a su herida ni hizo caso a los pensamientos que el ogro puso en su cabeza, mientras que el otro concedió importancia a sentirse bien, por encima de sus valores.

Es importante tener claro qué es nuestra “princesa”, es decir, identificar los valores por los que nos merece la pena arriesgarnos a sentir todo el sufrimiento que sea necesario. Los ejercicios de identificación de nuestros valores y de aceptación del sufrimiento nos ayudan en el camino hacia lo que da sentido a nuestra vida.

Hay pensamientos muy dañinos porque no nos dejan que comprobemos si son reales o no. Un antiguo chiste nos ilustra cómo son:

Un hombre iba por la calle principal de su pueblo aterrorizado y golpeando de forma extraña dos palos. Cuando le preguntaron qué hacía, contestó: “Espantando leones”. Le dijeron: “¡Pero si aquí no hay leones!”, ante lo que afirmó con seriedad: “¡Claro! Los he espantado todos”.

Este hombre tenía el pensamiento de que existían leones que podrían atacarle. Parecería fácil comprobar que el pensamiento es falso; pero al tomarlo como una realidad espantando a las bestias y no podía comprobar la falsedad de su creencia. Si hacemos caso al pensamiento, haremos cosas que no nos permiten tomar contacto con la realidad y comprobar que no es cierto lo que nos dicen.

Igualmente, nuestros pensamientos y nuestras sensaciones nos pueden decir que no vamos a ser capaces de conseguir lo que queremos, que no merece la pena ni intentarlo. Si seguimos el impulso que sentimos, no lo intentaremos y no comprobaremos si podemos o no lograrlo.

Estos pensamientos nos generan ansiedad o depresión. En el curso se expone con más detalle su funcionamiento, así como los pensamientos que nos llevarán a otro tipo de problemas.

La solución es tener claros nuestros valores: lo que nos importa en cada momento, en el presente, aquí y ahora, y hacerlo por encima de lo que nuestros pensamientos y sensaciones nos impulsen a hacer; de esta forma el hombre del chiste sería capaz de dejar de golpear los palos y enfrentarse a los leones virtuales y se daría cuenta de que su pensamiento le engaña. Pero para hacerlo tendría que aceptar la terrible sensación de miedo que le provocará el pensamiento de que un león le va a atacar y no va a hacer nada para defenderse.

El establecimiento de la salud mental

Si actuamos de aceptando el riesgo, ponemos en marcha una serie de procesos:

  1. La aceptación de las sensaciones: nos abrimos a sentir el sufrimiento y el miedo sin cortapisas.
  2. La relativización de los pensamientos: dándonos cuenta de que, aunque sintamos determinadas cosas, pueden no corresponder a la realidad.
  3. El descubrimiento de nuestros valores, por los que merece la pena luchar y sufrir y que nos conducen a un sentimiento de felicidad muy distinto del que conseguimos con el consumo o la diversión.
  4. Realización de acciones comprometidas con nuestros valores.
  5. Activación de la conciencia plena, para vivir el presente, abiertos a cualquier experiencia por dura que sea.
  6. Descubrimiento de quienes somos, por encima de nuestros pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones y de nuestra imagen social.
  7. http://www.psicoterapeutas.com/pacientes/planteamiento.htm

QUIERO OLVIDAR Y NO PUEDO


QUIERO OLVIDAR Y NO PUEDO
Esto es frecuentísimo en personas que han estado envueltas en algún acontecimiento doloroso: pérdida de seres queridos, o de una relación amorosa, situación laboral frustrante, etcétera.

Esta expresión pudiera parecer adecuada, porque es muy lógico para esa persona querer olvidar el acontecimiento causante de ese dolor moral. Para ella esto es normal. Y ahí radica precisamente lo anormal de la expresión.

El ser humano olvida cuando está enfermo del cerebro de manera irreversible o de forma reversible a causa de una enfermedad local del propio órgano o de las sustancias que a él llegan. Es lo que sucede en los ancianos dementes o arterioescleróticos cuya memoria de fijación está deteriorada, conservándose en cierta medida la memoria de evocación, es decir, la que le permite recordar hechos pasados. Al avanzar la enfermedad, esta memoria también sufre un deterioro significativo.

El ser humano olvida aquellos estímulos que no fueron capaces de dejar una huella en el cerebro para ser evocada. Un ejemplo de ello es que nadie seguramente puede memorizar las vestimentas de todas las personas con las que se tropezó durante el día de hoy; o el color de los ojos de quien nos pasó por delante en la tercera calle de nuestro recorrido. No recordamos tales hechos porque no les prestamos la debida atención, pues no eran de nuestro interés y por tanto, los estímulos no dejaron huella alguna. Sería agotador para el cerebro almacenar toda la información recibida sin discriminación.

Ahora bien, cuando un estímulo, un hecho, es lo suficientemente significativo, usted no lo puede ni lo podrá olvidar nunca más. A no ser que comience a padecer una enfermedad cerebral de las que hice referencia: no se le olvida nunca mientras esté sano su cerebro el nacimiento de un hijo, aunque ya no sienta los dolores de parto; no se le olvida su primer amor, aunque ella o él hicieran sus respectivas vidas; no se le olvida su primer maestro, aunque hoy esté fallecido; no se le olvida cuando se divorció, aunque ya el malestar de ese momento no existe; no se le puede olvidar el fallecimiento de su ser querido, aunque se sonría, ría a carcajadas o haga bromas hoy que han transcurrido varios años de ese suceso doloroso.

La única forma que existe de no recordar algo es que nunca hubiera ocurrido en nuestras vidas. Por tanto, la estrategia no es querer olvidar lo sucedido sino recordarlo de otro modo. ¿Por qué es menester evocar los sufrimientos de mi ser querido antes de fallecer y no sus buenas cualidades, su carácter, su forma de ser conmigo, los años pasados juntos?

¿Por qué rememorar tristemente a la pareja que perdí y no complacerme por haberla tenido? Por tanto, no se empeñe en olvidar lo que es inolvidable. Recuérdelo de una diferente manera y el tiempo también le ayudará.
http://www.psicologia-online.com/ebooks/psicoterapia/expresiones1.shtml

un corazon que escuche



Un psicólogo atendía en una consulta de un hospital... sus pacientes eran adolescentes... Cierto día le enviaron a un joven de 14 años que desde hacía un año no pronunciaba palabra y estaba internado en un orfanato...
Este muchacho llevaba a sus espaldas una mochila cargada de dolor; cuando era muy pequeño, su padre murió... vivió con su madre y su abuelo hasta hacía un año... a los 13 muere su abuelo, y tres meses después su madre en un accidente... el muchacho cuando llegaba a la consulta se sentaba y miraba a las paredes, sin hablar; estaba pálido y nervioso...
El médico no podía hacerle hablar. Comprendió que el dolor del muchacho era tan grande que le impedía expresarse, y él, por más que le dijera algo, tampoco servía de mucho.
Optó por sentarse y observarlo en silencio, acompañando su dolor.... Después de la segunda consulta, cuando el muchacho se retiraba, el doctor le puso una mano en el hombro: "Te espero la semana próxima, si este es tu deseo... duele ¿verdad?..." El muchacho lo miró, no se había sobresaltado ni nada... sólo lo miró y se fue...
Cuando volvió a la semana siguiente... el doctor lo esperaba con un juego de ajedrez... así pasaron varios meses... sin hablar... pero él notaba que David ya no parecía nervioso... y su palidez había desaparecido... Un día mientras el doctor miraba la cabeza del muchacho, mientras él estudiaba agachado la jugada en el tablero... pensaba en lo poco que sabemos del misterio del proceso de curación... De pronto... David alzó la vista y lo miró: "Le toca" - le dijo.
Ese día empezó a hablar, hizo amigos en la escuela, ingresó a un equipo de ciclismo y comenzó una nueva vida... su vida. Posiblemente el médico le enseño algo... pero también aprendió mucho de él... Aprendió que el tiempo hace posible lo que parece dolorosamente insuperable... a estar presente cuando alguien te necesita... a comunicarnos sin palabras. Basta un abrazo, un hombro para llorar, una caricia... un corazón que escuche.

Embarazo, depresión y psicofármacos


Embarazo, depresión y psicofármacos

Jesús J. de la Gándara es psiquiatra y jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos


Hay momentos de la vida de la mujer en los que la depresión amenaza con aparecer como una visita incómoda, no sólo difícil de sobrellevar, sino que viene cuando menos se la necesita y se resiste a marcharse. Suele ser en etapas de tránsito, encrucijadas entre factores biológicos, psicológicos y sociales, poniendo en riesgo la salud personal y familiar. Uno de esos momentos críticos es el embarazo, que supone intensos cambios fisiológicos y psicológicos potencialmente estresantes, lo que supone que la morbilidad psiquiátrica aumente (20 a 40%).

El viejo mito de que el embarazo mejora a las "mujeres neuróticas" es sólo un mito. Pese a ello las decisiones clínicas se siguen adoptando de manera bastante intuitiva y se tiende a evitar los psicofármacos sin sopesar si es mayor el riesgo de darlos o de quitarlos. En la actualidad, se sabe que el riesgo de depresión en el embarazo es elevado y se relaciona con factores psicosociales (pareja, trabajo...), exigencias biológicas (cambios hormonales), y antecedentes personales.

Un factor clave es la supresión de psicofármacos en mujeres que los estaban tomando y estaban compensadas. Esta supresión parece una pauta casi obligada, pero en mujeres con factores de riesgo altos habría que pensárselo dos veces. Aun así, la tónica general es la supresión, ya que el miedo a las malformaciones supera al temor a las consecuencias de padecer una depresión.

Por eso, es encomiable la reciente aparición de un magnífico libro sobre 'Uso de psicofármacos en el embarazo y la lactancia' (Euromédice, 2009), dirigido por los Drs. Medrano, Zardoya y Pacheco del País Vasco, y una excelente revisión dirigida por la Dra. Kimberly A. Yonkers, de la Yale School of Medicine (New Haven, Estados Unidos).

La idea general es que aunque se han descrito ciertos riesgos con el uso algunos antidepresivos durante el primer y último trimestre del embarazo, estos riesgos son inespecíficos y no superan al de no hacer nada. Por eso, adoptando una postura sensata, los autores 'dictaminan' que los antidepresivos pueden ser necesarios para aliviar o prevenir las recaídas en los casos más graves, crónicos o recurrentes, y que el riesgo de aplicarlos es, en general, escaso. Aun así, en mujeres con depresión menos graves la psicoterapia sería una buena alternativa. En todo caso, la utilización combinada de fármacos y psicoterapia, de acuerdo con las necesidades de cada caso y momento, sería la pauta más apropiada. Lo recomendable sería mantener controles psiquiátricos frecuentes en mujeres con factores de riesgo, e intervenir inmediatamente que se detecten síntomas sospechosos.

Todo esto ya lo sabíamos, obviamente, pero a pesar de todo se siguen cometiendo muchos errores, que empiezan por no detectar ni diagnosticar casos de verdadera depresión (los cambios emocionales son lógicos y propios del embarazo, se confunden síntomas psíquicos y físicos de la depresión con los de la situación psicológica y somática de embarazo) o no tratarlos ("ya se pasará", "da miedo dar fármacos"...). Luego bienvenidos sean el libro y el artículo, ya que es un tema complejo que hay que mantener constantemente actualizado, sobre todo ahora que parece que la tasa de embarazos se recupera en España después de tantos años de infecundidad.

Ensalada de salud



http://www.elmundo.es/elmundosalud/blogs/saludmental.html
Jesús J. de la Gándara es psiquiatra y jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos.
Ensalada de salud

3 de noviembre de 2009.- Se celebró en Madrid, con cumplido éxito de crítica y público, el XIII Congreso Nacional de Psiquiatría bajo la tutela del Profesor Jerónimo Sáiz y su equipo, a quienes felicitamos por el éxito, pero sobre todo por haber atinado con el lema que lo ha presidido: 'Sin salud mental, no hay salud'. Y es que tienen razón. Siempre se ha dicho que si la cabeza va mal, todo va mal.

De nada te sirve tener estupendo el colesterol, las arterias, el bazo o el espinazo, si la cabeza no te funciona. Buena prueba de ello es que hasta hace bien poco, la mayoría de las personas enfermas mentales apenas se preocupaban de su salud física, ya tenían bastante con preocuparse por sus tribulaciones y angustias; ni sus médicos tampoco, bastante tenían con mejorar y estabilizar a los pacientes.

Ahora, la salud física de los enfermos mentales es un asunto prioritario para los psiquiatras, y los indicadores de salud general en los enfermos mentales han mejorado ostensiblemente en consonancia con la mejoría de los tratamientos y la promoción de actitudes preventivas e higiénicas. En definitiva, hoy sabemos que la buena salud física es cardinal para la vida de los enfermos mentales, pero para que se preocupen por ella han de estar bien cuidados, compensados, equilibrados y estables de la salud mental, lo cual sólo es posible con tratamientos eficaces, seguros y mantenidos.

Pero volvamos al lema: ¿Qué pasa con la salud mental de los enfermos somáticos? Pasa que, en general, las resistencias a todo lo que suene a mental o psiquiátrico hace que muchas personas con enfermedades somáticas crónicas, graves, incapacitantes, dolorosas y sufrientes accedan a las ayudas que la parte 'psico' de la medicina podría aportarles. Por ejemplo, la presencia de depresión o ansiedad en enfermedades dolorosas crónicas es abrumadora y la suma de ambos factores, el psíquico más el somático, acabará haciendo que muchas de esas enfermedades se hagan resistentes a los tratamientos, se cronifiquen o se compliquen con problemas laborales, sociales, etc.

Muchas personas con dolor más depresión acabarán teniendo bajo rendimiento, bajas laborales, incapacidades permanentes o, simplemente, siendo despedidas. Un reciente estudio español, realizado con más de 7.152 pacientes de Atención Primaria y presentado por uno de los investigadores, el doctor A. L. Montejo, lo refleja claramente: el 59% de los pacientes con ansiedad y el 78% de los pacientes con depresión presentan síntomas dolorosos, y la presencia de síntomas psíquicos más somáticos es lo que más deteriora el funcionamiento social y la productividad laboral.

Pero no queda ahí la cosa. Si es evidente que sin salud psíquica no hay salud física y sin ambas no hay salud social, resulta que sin ésta tampoco podremos estar bien de las anteriores. En efecto, eso es justamente lo que reflejan los resultados de otro estudio elaborado por investigadores de la Universidad de León (J. J. Fernández y colaboradores), recientemente dado a conocer. Afirma que el 60% de los trabajadores españoles reconoce sufrir problemas de salud mental por culpa de su trabajo. Entre los factores laborales de mayor riesgo se encontrarían las nuevas patologías laborales como el 'burn out' o la adicción al trabajo, y aún más en plena crisis, en la que la amenaza del paro o la sobrecarga de los que se mantienen, hacen del trabajo un asunto peligroso para la salud mental.

En definitiva, la idea fuerte es que comprobar cómo diversos datos provenientes de varias fuentes confluyen y confirman lo que siempre se ha dicho, que la salud es el resultado de un complicado entramado de elementos bio-psico-sociales, cualquiera que sea el orden de estos factores en la ecuación, aunque casi siempre se ha asociado más al concepto de salud lo somático que lo psíquico o lo social. Por eso es estimable que el lema del congreso anteponga lo 'psico' en la ecuación. Si no te funciona bien la cabeza, para nada te sirve tener bien las arterias, ni los huesos, ni nada.

Curiosamente, cuando estoy a punto de acabar este post, me llega último número de la revista 'Archives of General Psychiatry' (Oct. 2009) en que unos investigadores de la Universidad de Navarra (A. Sánchez-Villegas y colaboradores) demuestran que "la dieta mediterránea previene la depresión" ¡Estupendo! Qué mejor colofón para este artículo de 'saludes' españolas.

Los tres ingredientes de la salud unidos por la dieta mediterránea, que además de ser buena y rica, es asequible incluso en tiempos de crisis. Lo dicho, la salud global es como una sabrosa ensalada mediterránea, elaborada con elementos psíquicos y somáticos que posibilitan un funcionamiento social adecuado. Y lo mejor de todo es que tenemos datos españoles que lo confirman y nos permiten ser optimistas, para, como diría Séneca, "conservarnos buenos".