Enfermedad mental y poder


http://pacotraver.wordpress.com/2008/09/07/

Si la histeria se caracteriza por la estrategia global de la seducción, la obsesividad se ha especializado en otro tipo de estrategias destinadas a obtener control y predictibilidad sobre la realidad significativa, si se trata de una relacion interpersonal se tratará de obtener control sobre las vicisitudes de esa relación y anticiparse a las maniobras del otro y si se trata de algo más abstracto el asunto deberá contemplarse desde la óptica de una ganancia sobre la incertidumbre implícita en cualquier sistema vivo que por estar vivo está sometido a una cierta variabilidad y por tanto impredictibilidad.

Las tareas obsesivas no son cualquier cosa y consumen muchos más recursos que las tácticas histéricas por tratarse de una forma de dominio mucho menos sutil y en cierto modo más abstracto que en las estrategias histéricas que son directas y que señalan a ese otro de una forma significativa, el obsesivo no es obsesivo solamente con sus objetos significativos sino que él mismo es la encarnadura de la perfección, quedando en este sentido descolocados todos los demás, pero el perfeccionismo de los obsesivos no va destinado a obtener poder directamente sobre alguien sino más bien a no perder el poder o control que se tiene sobre algo. Los obsesivos son impositivos con los demás en tanto aquellos suponen un obstáculo para el autocontrol, un obstáculo para la excelencia que persiguen, pero también una excelencia en cierto modo teñida de “rincones por lavar”, una excelencia en retortijones.

Si en este post ilustré la táctica de la queja con una imagen de una “oficina de reclamaciones” la imagen que gobernará este otro será la del “manual de instrucciones”. Así es la vida con un obsesivo/a una lista de tareas, órdenes y prioridades difíciles de recordar para quien no las usa como defensa para evitar la sorpresa, de ahí su pasión por los libros de instrucciones y también su conversión paulatina en uno de ellos. Pues eso es precisamente lo que el obsesivo suele buscar: una vida sin sorpresas, es decir una vida desvitalizada y no sometida al imperio de la disolución, del error o de la imprecisión.

Modalidades obsesivas.-

Schopenhauer (que era un gran obsesivo) dejó escrita esta frase:

“Alejarse de todo deseo, manteniendo sólo el deseo de saber”

Parece mentira que tan profundo filósofo no cayera en la profunda paradoja que plantea esta formulación, pues ¿sin deseo como mantener el deseo de saber? Naturalmente Shopenhauer resolvió este enredo que es el mismo que aqueja a los obsesivos mal dotados intelectualmente y que suelen aceptar la condición numero uno y dejan por tanto sin colmar la numero dos, aunque es evidente que la condición numero dos no suele estar entre la paleta de deseos de casi nadie. Saber -el deseo de- es hoy una excepción que ha sido sustituida por otros deseos más mundanos como consumir, divertirse o fornicar y ahi no suele haber contradicción con los obsesivos recientes aunque los obsesivos profesionales lo suelen pasar mal tanto para gastar dinero como para divertirse y por supuesto para relacionarse sexualmente.

Estas son las estrategias que he disecado y que pertenecen a la paleta obsesiva:

•El embalsamamiento del deseo
•La parsimonia
•El perfeccionismo
•La indecisión
Se trata de estrategias difíciles de identificar separadamente pues suelen presentarse solapadas y de forma secuencial, pues una es condición causal de la siguiente, la parsimonia puede definirse como una actitud de retardo que efectivamente puede estar relacionada con la duda que suele presidir la conducta observable de los obsesivos y a la vez la indecisión procede del miedo a equivocarse que es tan frecuente en los perfeccionistas que movidos por su pasión por la excelencia no tienen más remedio que constreñir su campo deseante a veces convirtiéndolo en un museo, es entonces cuando hablamos de embalsamamiento y otras veces de procrastinación, es manía de postergar o dejar inacabadas algunas tareas y que seguramente está destinada a preservar la autoestima.

Existe por tanto un cierto parentesco entre la obsesividad y el realismo ingenuo que tiene como actitud filosófica general a la navaja de Occam pues el principio de economía que la guía es muy similar a la constricción o economía de recursos (limitación de la libertad de un sistema) que suelen realizar los obsesivos con la vida, su percepción, su cognición y sus emociones en general, es como si hubieran decidido vivir en un entorno predecible para lo que es necesario aplicar la susodicha navaja y exfoliar a la realidad de todo aquello que resulte amenazante. Es por eso que los obsesivos escotomizan la realidad y dan la impresión de ser dogmáticos, tozudos y autoritarios: su mundo ha quedado podado de inconvenientes en tanto que ellos han sido capaces de reducir la libertad del sistema y por tanto la incertidumbre a su mínima expresión.

Pero se trata naturalmente de una ilusión omnipotente, pues lo que sucede es que la libertad duele y los obsesivos desplazan el sufrimiento de arriba abajo y somatizan continuamente aquellos afectos que han sido arrancados de su conciencia: son los grandes somatizadores, los grandes enfermos psicosomáticos y los grandes sufridores tras las calamidades, lo que en psiquiatría llamamos trastosrnos adaptativos, son sus mejores candidatos.

Porque aunque parezca a veces bien adaptado lo es por defecto, en realidad está adaptado a un mundo como si fuera permanente, sin cambios o movimiento, los obsesivos se alinean junto a Parmenides y en contra de Heráclito, el obsesivo es una de esas estatuas que componen mimos en los parques infantiles, el obsesivo es inmutable y practica -aspira-a la quietud pero por dentro bulle. Y nunca descansa , es el gran anticipador de la psicología y por lo tanto una persona que está o aparece continuamente preocupada y frecuentemente también ocupada o apurada en algo, usualmente a causa de su inquietud y su hiperactividad.

Preocuparse por algo es anticipar ese algo en clave de disturbio o de contrariedad para los propios intereses, el preocupado hace una anticipación negativa una prospección inquieta del futuro. Ocuparse de algo es hacer frente a esa contrariedad cuando ya se ha producido, el obsesivo se preocupará por esa contrariedad antes de que aparezca hasta que esa preocupación le interferirá en el sueño o llene su conciencia durante todo el tiempo sin que encuentre alivio en procurarse tranquilización, relativización o sosiego. La preocupación suele además aparecer de una forma alienada como si el sujeto no hiciera nada intencional y la citada idea apareciera en la mente imponiéndose a cualquier otra o representación hasta que se convierte en una obsesión. La preocupación es pues la causa que precede a la obsesión que se define precisamente en función de una lucha interior en la que el obsesivo acaba perdiendo y experimentándose como una perdida de libertad sobre lo que volveré más abajo.

La razón por la que nos preocupamos (antes de ocuparnos de ese algo) es porque nuestra mente está entrenada en adelantarse a la impredictibilidad de la vida elaborando un mapeo de posibilidades de las circunstancias posibles. Es como si anticipar algo disminuyera la posibilidad de que ocurriera ese algo. Se trata de un resto de nuestro pensamiento mágico que puede resultarnos útil según en que circunstancias apliquemos esta anticipación, algo que solemos hacer cuando conducimos y tratamos de adivinar -a partir de algunos indicios- la maniobra extraña que se propone hacer el vehículo que llevamos delante. Si lo que pretendemos anticipar es la muerte de un ser querido es obvio que fracasaremos, la anticipemos o no sucederá inexorablemente. En este sentido es bien cierto que anticipar algo tiene efectos beneficiosos en el psiquismo humano, es más que evidente que las cosas que suceden por sorpresa tienen un mayor impacto que aquellas sobre las que ya hemos pensado. Es muy probable que esta sea la razón por la que los obsesivos se preocupan por anticipado: para reducir el efecto sorpresa de algo que podría suceder cuando no de algo que desean o temen.

Lo queramos o no los seres humanos somos, estamos condenados a ser libres, pues tenemos un cerebro diseñado para moverse en un campo impermanente (en continuo cambio) y sobre el que debemos realizar constantemente decisiones aun a sabiendas de nuestra imposibilidad de predecir el devenir que sabemos en movimiento. La libertad no es sólo una abstracción o una utopía política sino la condición ontológica de lo humano, de nuestro registro de decisiones y de las consecuencias que se derivan de ellas, una libertad que conocemos con el nombre de libre albedrío. La libertad aplicada a la mente humana es algo muy concreto, “o esto o lo otro”, nuestra vida mental está en perpetua ebullición en el sentido de que vivir es optar, es decir bifurcar el mundo a través de nuestras decisiones.

Adquirir control sobre algo supone reducir los grados de libertad de ese todo que llamamos realidad y que nos incluye a nosotros mismos en ella. No hay ganancia de control sin perdida de libertad.

Este es el drama sobre el que discurre la vida de los obsesivos, su libertad ontológica les lleva a enfrentar un mundo en cambio permanente y al que frecuentemente no pueden domesticar a través de maniobras de dominio, cuando estas fracasan su intensa angustia psíquica toma caminos que frecuentemente discurren paralelos a las enfermedades físicas y que conocemos como trastornos psicosomáticos y cuando discurren en el plano de lo mental hacia el TOC o la paranoia, frecuentes destinos de la organización psíquica obsesiva.

Los obsesivos son además muy vulnerables al estrés. Sucede por una razón: el estrés se define como algo externo que colapsa la organización mental individual. Pero los factores de estrés -aunque se han estudiado independientemente del receptor- por su intensidad, en realidad no pueden entenderse sin el concurso del estresado. En mi opinión no existe estrés que sea comprensible aisladamente de aquel que lo sufre. Si descontamos algunos supuestos extremos, como la muerte de un hijo o la experiencia de una catástrofe o el impacto de una ruina económica sobrevenida, los factores de estrés son a veces tan sutiles que resultan inclasificables. Sucede porque el individuo hace algo con ese estrés que sufre y muchas veces lo que hace es agravarlo mediante una conducta evitativa o una conducta de victimización o de hiperactividad que por si misma no hace sino agravar la situación previa objetiva de estres externo.

La solución del problema es a veces el problema.

Sucede porque la mayor parte de las calamidades de la vida son inevitables, pero al mismo tiempo también son impermanentes, no duran siempre, es por eso que los médicos antiguos recetaban “jarabes de tiempo” o lo que es lo mismo, esperar y sobre todo aceptar. Ante lo irremediable no cabe más remedio que la aceptación. El dilema, claro está, reside en discriminar aquello que tiene de lo que no tiene solución y es precisamente eso lo que los obsesivos no saben llevar a cabo. Movidos por la falsa idea una distorsión cognitiva- de que cualquier cosa puede ser resuelta con esfuerzo o fuerza de voluntad, se dedican a negar la gravedad de situaciones realmente graves, bien a minimizarlas o a agravarlas realmente en la suposición de que ellos podrán resolverla y controlarla añadiendo complicaciones nuevas a problemas antiguos. En el otro extremo los fóbicos evitadores hacen siempre un balance opuesto y se llegan a agobiar por pequeños problemas de la vida cotidiana a los que no saben afrontar más que escabulléndose.

En cualquier caso ambos grupos componen una población muy sensible a las variaciones y exigencias de la vida, su equipamiento para adaptarse a estos cambios es muy insuficiente debido precisamente a su tendencia y adoración al control que llega a constituirse como una seña de identidad tal que al perderlo pueden sufrir un colapso mental. Los trastornos adaptativos son en realidad muy poco adaptativos, señalan más bien una disfunción previa que aun se encuentra mal estudiada precisamente por la tendencia de la psiquiatría a establecer etiquetas diagnósticas estancas (discretas) sin atender al movimiento necesario que las leyes de causalidad psicológica establecen