Más de la mitad de los españoles tienen un trastorno mental


Más de la mitad de los españoles tienen un trastorno mental

Más de la mitad de los españoles tienen un trastorno mental en su vida


Más de la mitad de los españoles padece algún trastorno mental a lo largo de su vida. La cifra, válida para los habitantes de países desarrollados, la da el Colegio Europeo de Neuropsicofarmacología.



La mayoría, enfermedades leves, pero incluso entre los que las tienen graves, muy pocos acudirán al médico a los primeros síntomas, y de esos pocos, buena parte dirá tras la consulta: "Doctor, ¿me da un justificante? Y, por favor, ponga que he estado en el hospital, pero no en psiquiatría",
La anécdota cotidiana la refiere el doctor Celso Arango, jefe de la Unidad de Psiquiatría de Adolescentes del Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, y coordinador de la primera Red de Investigación de Enfermedades Mentales española, presentada esta semana en Madrid.

Es el estigma del loco, que hace difícil admitir la enfermedad mental como lo que es, un desequilibrio orgánico, como cualquier enfermedad. Y este estigma sí tiene especial importancia en España, donde, según el doctor Arango, "los suicidios se siguen ocultando, y a quien acude al psiquiatra se le señala con el dedo".

En definitiva, falta mucho Woody Allen. Somos el contra ejemplo de Estados Unidos, en donde la moda es tener depresión y un adinerado que se precie tiene su psiquiatra o psicoanalista.

Aquí, no se tratan ni un 50% de las esquizofrenias y tampoco un 80% de los trastornos afectivos, de las depresiones y ansiedad.

En psicosis, el tiempo medio desde que alguien empieza a tener alucinaciones o a escuchar voces hasta que acude al médico es más de un año, pese a que su tratamiento mejoraría el pronóstico.

"Si uno está en clase diciendo que el profesor tiene antenas o que los compañeros le vigilan, ya no se quita el sambenito de loco nunca. Y si en el trabajo empieza a tener problemas e insulta a su jefe porque piensa que lo está envenenando, lo despiden. La intervención temprana, a los primeros síntomas, podría evitar esa deriva social".

"Y es que el ser humano -sigue el doctor Arango- tiene el derecho de enfermar y romperse un pie o tener un cáncer o deprimirse. No tenemos asimilado que la depresión no es falta de voluntad ni que el deprimido sea más vago que el resto. Es que el cerebro, como el hígado o el corazón, enferma. Y lo hace a través de sus mecanismos de expresión: los estados de ánimo, el pensamiento, la cognición, las alucinaciones".


MEDIO MILLON DE POTENCIALES SUICIDAS
El mayor riesgo de suicidio de un deprimido está justo al empezar la mejoría. Una persona muy deprimida no tiene ni voluntad ni ganas de suicidarse. En el momento en que mejora, sí, aunque sigue deprimido. Y si el deprimido no está en tratamiento en ese momento, el riesgo es muy alto. "Un 15% de los deprimidos se suicidan. Y un 10% de los pacientes con esquizofrenia y un 10% de los de trastorno bipolar", asegura el doctor Arango.

Es decir, salvo que un tratamiento a tiempo lo impida, medio millón de los españoles actuales, de los cinco que a lo largo de su vida tendrán depresión, están abocados al suicidio, con los porcentajes actuales.

El diagnóstico precoz es especialmente importante con los niños, pero los padres se resisten a admitir la enfermedad. "Hay niños, dice Arango, que tienen un problema durante años y hasta que no han pegado a la abuela o han intentado suicidarse o hecho algo muy gordo, no los traen".

Trastornos característicos, como la hiperactividad, son puertas abiertas a graves trastornos futuros. "La mitad de los niños con déficit de atención e hiperactividad no tratados va a tener uno de los trastornos de personalidad más grave, el antisocial. Lo cual es especialmente lamentable porque éste es de los trastornos que mejor se resuelven con el tratamiento", argumenta el psiquiatra.

Uno de los síntomas principales de trastornos infantiles es la irritabilidad. "En una depresión, el niño no dice que se quiere morir porque está muy triste. Estar irritable, contestar por todo, tener los nervios a flor de piel y estar a disgusto en cualquier situación, puede ser una depresión enmascarada".

Eso sí, con un niño no tiene sentido un tratamiento exclusivamente farmacológico, porque un niño es parte de una familia y si no se actúa con ella no se va a lograr nada.

Arango cree que no sólo el enfermo padece un estigma, también la profesión: "Se invierte muchísimo menos en investigación psiquiátrica que en otras patologías. Se hacen megacentros de enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer o el Párkinson, que son enfermedades importantísimas pero que afectan al uno por ciento".

"Mientras, en la lista de la Organización Mundial de la Salud, de las 20 enfermedades que más discapacidad produce, cuatro o cinco tienen que ver con trastornos mentales. La segunda es la depresión mayor; la 18, la esquizofrenia; y la 20 el trastorno bipolar. Y lo que se invierte en eso es poquísimo. En España, el 5% del gasto sanitario".

Eso es precisamente uno de los motivos de la red para la investigación psiquiátrica que se acaba de constituir, financiada por el Instituto de Salud Carlos III, y en la que se integran diecisiete grupos de investigación.

"Cada uno tenemos una visión sesgada de cuales son los factores de riesgo y cuales los mecanismos fisiopatológicos por los que se producen los trastornos mentales. Queremos integrar todo ese conocimiento de las bases neurológicas del trastorno psiquiátrico que se ha logrado en los últimos cuatro o cinco años".

Según Arango, los estudios neurobiológicos han mostrado que el cerebro es plástico y lo es ante cualquier agente externo, se llame droga o fármaco o se llame psicoterapia o experiencia. En pacientes con un trastorno obsesivo compulsivo, la psicoterapia ha inducido los mismos resultados que ciertos fármacos. Es la demostración de que a través de la palabra se producen cambios químicos en el cerebro.

"Al final somos química, pero una química diferente de la del resto de los animales, porque interactúa con el medio ambiente".

"Estudios con gemelos homozigotos, es decir exactamente con los mismos genes, que han vivido en las mismas familias pero uno de los cuales ha tenido un acontecimiento traumático, muestran cómo el que sufrió el trauma tiene un desarrollo patológico.

Todo eso es química, pero química modulada por el ambiente", concluye el doctor Arango.

Es facil estar de acuerdo con todo lo que dice Celso Arango que por cierto dirige unos de las pocas unidades de adolescentes que tenemos en nuestro pais,cuando serian necesarias muchas mas.Pero ya sabemos que los adolecentes son aun menos importante que adultos y niños...
En lo de la mitad de los españoles,quizas sea excesivo.Hasta donde se las estadisticas dicen que uno de cada cuatro españoles (o rumanos,o portugueses o ingleses,claro) padecera algun trastorno mental a lo largo de la vida.Ahi intervienen claro,conceptos socioculturales .Desde luego los mas frecuentes hoy dia son los trastornos afectivos (depresiones:distimias o cuadro mas graves como la depresion mayor,donde la idea de suicidio empieza a girar en la cabeza del paciente).
Lo de la hiperactividad es un tema serio que como dice este doctor,sin tratamiento puede oscilar a trastornos disociales (o antisociales de adulto) y consumo de drogas.Por suerte mo todos evolucionan asi.Pero hay que estar muy alerta.Por eso insistimos los psiquiatras infantiles tanto en la importancia del diagnostico y tratamiento.Una sociedad avanzada debia tener como PRIORIDAD una adecuada asistencia en salud mental infantojuvenil pues son la sociedad del mañana y todo el dinero invertido seria bueno por el propio interes de la sociedad.
Hoy vemos muchos adolescentes que se autolesionan,camabian de caracter violentamente,agreden a algun compañero,no van a clase,son desobedientes y agresivos con los padres,consumen drogas,tienen una sexualidad enormemente precoz....Muchas vece simplemente es un trastorno mental.Van de profesional en profesional,de profesores de apotyo en profesores de aopyo,se conocen todos los trabajadores sociales del mundo...pero ningun profesional de la salud mental los ha visto.Esperemos que todo cambie poco a poco.
#3: Re: Más de la mitad de los españoles tienen un trastorno men Autor: Calma, Ubicación: Sevilla MensajePublicado: Mar May 22, 2007 10:49 am



Un 25% de la población mundial sufrirá en algún momento de su vida un trastorno mental o un problema neurológico
Medicina

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Un porcentaje que equivale a 450 millones de personas. Aún así, en muchos países la partida destinada para salud mental es inferior al 1% de su presupuesto total de salud

Para concienciar a dirigentes, administraciones públicas, personal sanitario y, sobre todo a los ciudadanos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha celebrado, un año más, el Día Mundial de la Salud Mental. La OMS aboga por incrementar las campañas y los materiales informativos entre la población, para que se despejen las dudas, las ideas erróneas y los mitos que todavía hoy existen sobre la salud mental y sus trastornos y, desde el conocimiento, los ciudadanos reivindiquen nuevas políticas sociales y un sistema integrado de atención de la salud.

El lema de esta edición, ?Salud física y salud mental a lo largo de toda la vida?, quiere recordar la importante relación entre la salud física y mental, que favorece el bienestar en todas las etapas de la vida. Ya ha quedado demostrado, como recuerda la OMS, que descuidar la salud y el bienestar de cualquier segmento de la población, ya sean los niños, los adultos que trabajan o los ancianos, desencadena graves problemas humanos y sociales en todos los países.

Pero esta labor no está resultando nada fácil. Un ejemplo de lo olvidada que queda en algunas esferas la atención mental es la declaración de Objetivos del Milenio para el Desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que no dedica ninguno de sus ocho puntos a las enfermedades mentales. "Los Objetivos del Milenio reflejan intereses puramente políticos, alejados de la realidad sanitaria. El problema de la salud mental todavía no ha calado entre los mandatarios, algo extraño teniendo en cuenta que los trastornos mentales representan el 13,4 por ciento de la carga socioeconómica creada por todas las enfermedades". Así lo ha manifestado José Manoel Bertolote, responsable de la Unidad de Salud Mental de la OMS, durante el análisis que ha hecho sobre Las brechas en la salud mental del mundo en CosmoCaixa de Madrid.

Esa opinión también la comparte José Giner Ubago, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB), quien ha insistido en que la psiquiatría sigue siendo "la cenicienta de la sanidad pública. Los resultados psiquiátricos se observan a largo plazo. A priori no tienen el resplandor ni el brillo, por ejemplo, de un trasplante y, por lo tanto, no tienen tanto interés político".

Falta de recursos

Una parte del problema radica en la falta de recursos asistenciales que los gobiernos dedican a esta especialidad. Por ejemplo, en África el número de profesionales especializados en psiquiatría infanto-juvenil se cuenta con las manos. Y, aunque en los países ricos el número de psiquiatras sea superior a diez por cada 100.000 habitantes, los expertos reclaman para ofrecer una buena atención más unidades de día, y de larga estancia, y programas de prevención y de apoyo a las familias.

Giner ha cuestionado los recursos que reciben en España los enfermos mentales y sus allegados. "Hace 20 años se llevó a cabo la reforma psiquiátrica en nuestro país. En aquel momento, con sus pros y sus contras, fue pionera y muy positiva. Pero ahora hace falta una contrarreforma que parece que no llega. Desde entonces hasta hoy se han hecho cosas contadas".

Según los resultados del estudio sociológico realizado por la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP), la Confederación Española de Agrupación de Familiares y Personas con Enfermedad Mental (Feafes) y Lilly para la campaña ?Toda una vida para mejorar?, el 71 por ciento de los ciudadanos y el 63 por ciento de los familiares de estos pacientes enfermos han manifestado que ante la próxima aprobación de la Ley de Autonomía Personal y Asistencia a las Personas con Dependencia y su ampliación a las personas con enfermedad mental lo más adecuado es que el Estado habilite una red de dispositivos y recursos estables para ellos, frente a la opción de que reciban una aportación económica permanente.

La esquizofrenia afecta a unos 25 millones de personas y entre un 10 y un 20 por ciento de la población mundial infantil tiene uno o más trastornos mentales.

El rechazo social

Algunos de los grandes lastres con los que todavía hoy, en pleno siglo XXI, tienen que cargar los enfermos mentales son la discriminación, la incomprensión y el estigma que encuentran entre grandes núcleos de la sociedad, a los que se les culpa de desconocimiento y falta de información.

En la encuesta de Toda una vida para mejorar, la mitad de los encuestados han afirmado que estos pacientes podrían integrarse en la sociedad, y el 90 por ciento cree que esa integración les ayudaría a mejorar su patología. De los familiares entrevistados, sólo a un 53,4 por ciento le pareció factible esta incorporación a la sociedad, lo que demuestra que, de las propias familias, un 46,6 por ciento valora la sociedad como "un elemento hostil" para la rehabilitación, según ha señalado Francisco Morata, presidente de Feafes.

Los problemas de salud mental afectan indistintamente a la población de los países desarrollados y en vías de desarrollo. "Lo único que cambia es la atención que reciben los afectados y, por lo tanto, las posibilidades que tienen de curarse y de salir de la enfermedad", ha afirmado Bertolote. La edad en la que se empiezan a desarrollar las patologías psiquiátricas son las mismas." Sin embargo, las de tipo degenerativo son más frecuentes en los países ricos, porque allí se vive más. Por el contrario, las Enfermedades mentales asociadas a factores ambientales negativos son propias de los países pobres", según Bertolote. Giner ha diagnosticado que la salud mental de los españoles "es similar a la del resto de los países occidentales, donde se vive un aumento de los cuadros de depresión y ansiedad".

En cuanto a los más pequeños, los datos manejados por María Jesús Mardomingo, jefa del Servicio de Psiquiatría Infatil del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, revelan un notable aumento de la demanda de consultas psiquiátricas en los últimos tres años: en torno al 20 por ciento en su centro hospitalario.

Fuente: AGN/ OMS
fuente:
http://www.aspathi.org

¿Hoy detestas lo que ayer amabas?


¿Hoy detestas lo que ayer amabas?

Si pasas de la pasión a la indiferencia a la velocidad de la luz, empiezas actividades que luego te aburren y la palabra permanencia te da pavura, ¡alerta!. La inestabilidad emocional hace sufrir mucho al que la padece...y a los que se cruzan en su camino.
¿Qué es?

Es un rasgo de la personalidad que se caracteriza por una variación en los sentimientos y los estados emotivos, como por los altibajos del ánimo, sin motivo o por causas insignificantes.
Un problema pendiente a resolver

La persona inestable vive en una montaña rusa emocional:va dando tumbos en el terreno emocional, incapaz de conservar los afectos porque los cambia según cambia el viento. Y, aunque da la impresión de ser feliz, vive con la pesada carga de no poder consolidar algo permanente.

Sin saberlo, la persona emocionalmente inestable busca el cambio continuo para no enfrentarse a sí mismo.

En cierto modo, los síntomas se parecen a los del trastorno bipolar (neurosis maníaco-depresiva), pero en miniatura.
¿Cómo se manifiesta?

Períodos de tristeza y abatimiento, incapacidad para experimentar placer, desinterés por todo, tedio e irritabilidad.

Estados de euforia. Pasan por períodos de intenso optimismo: se ilusionan y entablan relaciones fácilmente: ¡Cuidado!; esa gente es la que después lo cansará.

Inconstancia para perseverar en una tarea u objetivo marcado.

Baja tolerancia a las frustraciones.

Débil control emocional; es decir, tendencia a la labilidad.

Talante enamoradizo, derivado de una gran dependencia afectiva no reconocida.

Baja autoestima, lo que alimenta la desconfianza en los demás.
Incapacidad de separar

Las personas inestables afectivamente tienen una gran dificultad para separar los diferentes ámbitos de su vida; si tienen conflictos familiares, los trasladan a la pareja, el trabajo o los amigos. Suelen ser dependientes e inseguros: necesitan apoyarse en muchos pilares y en cuanto uno falla se ven asaltados por un sentimiento destructivo que irradia hacia otras situaciones de su vida. De ahí que rompan con lo que más necesitan antes de tener que enfrentarse a la posibilidad, aún remota, de que también falle.

Con un bajo umbral de tolerancia a las frustraciones y pocos recursos internos, es frecuente que constantemente pongan a prueba a los demás: necesitan asegurarse de que, si llega el caso, podrían contar con su ayuda.
¿Qué hacer?

Dado que éste es un proceso inconsciente, lo más aconsejable sería buscar ayuda psicoterapéutica, para superar inseguridades o, lo que es lo mismo, reforzar la autoestima.

Lic. Amalia M. Novatti
Psicóloga

TRATAMIENTOS PSICOLÓGICOS EFICACES PARA EL TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO


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Miguel Ángel Vallejo Pareja
Universidad Nacional de Educación a Distancia

El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es uno de los trastornos de ansiedad de más difícil tratamiento. Desde sus inicios el estudio empírico de la eficacia de los tratamientos para el TOC se ha centrado en los procedimientos de exposición. La exposición con prevención de respuesta (EPR) ha demostrado ampliamente ser el tratamiento psicológico de elección para el TOC. Al igual que el tratamiento farmacológico han de ser considerados tratamientos bien establecidos. Las variaciones de la EPR, incluyendo la combinación con técnicas cognitivas y farmacológicas, no han demostrado aún su superioridad sobre la EPR. Finalmente, se consideran en términos de eficiencia la EPR y el tratamiento farmacológico y las perspectivas en la mejora de dicha eficiencia.


El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es uno de los problemas de ansiedad más sobresalientes. Desde los tiempos más remotos su florida sintomatología: la recurrencia de pensamientos percibidos como ajenos y las compulsiones ligadas al alivio del malestar, han contribuido a caracterizarlo como el trastorno de ansiedad más grave. Esta gravedad obedece, principalmente, a su complejidad (a menudo se presenta asociado a otros cuadros clínicos, p.ej., la depresión) y a la tradicional dificultad que su tratamiento ha tenido.

El DSM-IV caracteriza las obsesiones y las compulsiones y relaciona estas últimas con el alivio del malestar generado por las primeras. Las obsesiones se definen como pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes que se experimentan como ajenos, intrusos e inapropiados y que causan ansiedad y malestar. Estos pensamientos, de mayor entidad que las preocupaciones más o menos excesivas de la vida normal, son combatidos por el paciente, quien, aun reconociéndolos como propios, se ve incapaz de controlarlos. Las compulsiones vienen definidas como comportamientos o pensamientos de carácter repetitivo, incluso reglado, a los que se ve impelido el paciente en respuesta a la obsesión y, con la finalidad de reducir la ansiedad y el malestar generado por ésta. Aun cuando la compulsión no está ligada de forma realista o proporcionada a combatir la ansiedad o el malestar percibido.

El TOC implica una pérdida de control, por parte del paciente, de sus pensamientos e incluso de sus conductas. Este hecho, además, se vive de forma paradójica, en tanto que el paciente reconoce como producto de sí mismo tales pensamientos y/o conductas. Ello lleva a ciertas complicaciones, como por ejemplo que el paciente deje de reconocer lo excesivo de sus obsesiones o compulsiones, en suma, que tenga poca conciencia de la enfermedad (aspecto éste sobre el que el DSM-IV llama explícitamente la atención).

La caracterización del TOC por el DSM-IV parte de los estudios de campo realizados en los que en el 90% de los casos se daban ambos componentes: obsesivo y compulsivo. Es más, cuando se consideran los rituales cognitivos, además de las conductas, como parte de las compulsiones, sólo un 2% de pacientes dicen tener obsesiones sin compulsiones (Foa y cols., 1995). Por otro lado, en lo que se refiere a la relación funcional explicitada por el DSM-IV entre obsesiones y compulsiones, sólo un 10% de los pacientes señalan que sus compulsiones no están relacionadas con las obsesiones (Foa y cols., 1995). En consecuencia, el TOC se caracteriza por la presencia de los dos componentes señalados (obsesiones y compulsiones), relacionados funcionalmente, y, en un porcentaje mínimo, la existencia de obsesiones sin ningún tipo de compulsión, o la falta de relación funcional entre obsesiones y compulsiones.

La prevalencia del TOC es baja. Un 2,5% de la población adulta de los EE.UU. de Norteamérica (Karno y Golding, 1991). Este porcentaje, a pesar de ser pequeño, es mucho mayor que el obtenido en estudios anteriores (Myers y cols., 1984 y Robins y cols., 1984). La tasa de prevalencia señalada para los EE.UU. mantiene un porcentaje similar al de otros países (Canadá, Puerto Rico, Alemania, Taiwan, Corea y Nueva Zelanda), tal y como queda recogido en el estudio de Weismann y cols. (1994). Por lo que respecta a su incidencia en niños y adolescentes, el porcentaje es similar al obtenido en la población adulta (Valleni-Basile y cols., 1994). Hay una incidencia diferencial por sexos. Tiene una mayor prevalencia en las mujeres, la razón mujeres-hombres varía de 1,6 a 1,2, según los estudios realizados (Rasmussen y Tsunang, 1986; Karno y Golding, 1991). Este razón llega al 2 en el caso de niños y adolescentes (Hanna, 1995).

El TOC se inicia de un modo gradual, sin un claro precipitante. No obstante, en algunos casos su aparición se ha visto asociada a determinados cambios, como es el caso de su ocurrencia post-parto (Neziroglu y cols., 1992). La edad media de inicio está entre los 22 y 35 años, comenzado en el 65% de los casos antes de los 25 años, y en muy pequeño porcentaje (15%) después de los 35 (Weismann y cols., 1994 y Rasmussen y Eisen, 1990).

Por último, destacar el grado de incapacitación que produce el trastorno. Esta incapacidad es especialmente relevante en el ámbito de las relaciones sociales: familiares y laborales, en las que la recurrencia de los rituales compulsivos plantean dificultades serias al comportamiento cotidiano, teniendo en cuenta la cronicidad y persistencia del trastorno (Rasmussen y Eisen, 1989 y Emmelkamp, de Hann y Hoogduin, 1990).

Definición y valoración de los tratamientos

El abordaje terapéutico del TOC ha sido tradicionalmente problemático. Los tratamientos del pasado de corte psicodinámico no lograron más que mínimas y transitorias mejorías, por lo que el TOC adquirió una reputada fama de problema intratable (Coryell, 1981). Posteriormente, desde la Terapia de Conducta, los acercamientos iniciales fueron también problemáticos. En efecto, si bien se produjo una mejora en el tratamiento del problema, ésta fue limitada. La aplicación de la detención del pensamiento y otros procedimientos basados en el control de contingencias, sólo fueron útiles en un reducido porcentaje de pacientes (menor del 50%) (Stern, 1978). La situación mejoró con la aplicación de las técnicas utilizadas en otros trastornos de ansiedad, más concretamente con las fobias. La aplicación de la desensibilización sistemática y otras técnicas como la intención paradójica centrada en la verbalización repetida de los pensamientos obsesivos, facilitó el abordaje del TOC aunque de forma poco significativa (Beech y Vaughan, 1978). El TOC se resistía a la potencia demostrada por el tratamiento rey de la Terapia de Conducta para los trastornos de ansiedad.

El tratamiento del TOC tuvo un impulso significativo mediada la década de los 60 con la aplicación de los procedimientos de exposición con prevención de respuesta. Al trabajo pionero de Meyer (1966) le seguirían muchos otros que terminarían por caracterizar este tratamiento como el de elección en el TOC. También en esta época se muestra la eficacia de los psicofármacos, la clomipramina (Fernández-Córdoba y López-Ibor Aliño, 1967), en lo que será el desarrollo de la otra alternativa terapéutica actual al TOC.

Las dificultades para el tratamiento del TOC han sido y son, como no puede ser de otra manera, muestra de los conocimientos sobre los factores que explican la adquisición y el mantenimiento del problema. Lo cierto es que la teoría de los dos factores propuesta por Mowrer (1939 y 1960) parecía ajustarse como anillo al dedo a este trastorno. Así lo consideraron Dollar y Miller (1950) y del mismo modo se ha constatado a lo largo de múltiples investigaciones (ver Steketee y Frost, 1998). En suma, unos determinados estímulos evocadores de ansiedad, que presumiblemente han sido condicionados por asociación entre un estímulo neutro y un estímulo aversivo, generan una respuesta emocional negativa de la que el paciente escapa a través de comportamientos o pensamientos (rituales) que producen una disminución momentánea de la ansiedad o del malestar presente. Esta explicación, si bien puede no satisfacer completamente el modo en que se adquiere el TOC, al igual que otros trastornos de ansiedad, sí permite comprender de forma suficiente cómo se mantienen, aspecto éste decisivo para el tratamiento.

No obstante, y a pesar de lo adecuado de la explicación basada en la teoría de los dos factores se ha recalcado, en las pasadas décadas, la importancia de los factores cognitivos en la adquisición y el mantenimiento del problema. Al igual que en otros ámbitos de actividad de la Terapia de Conducta, el impacto que el trabajo de Beck (1976) tuvo sobre el papel de los factores cognitivos en los trastornos emocionales, ejerció su influencia en el modo de entender y tratar el TOC. Así, hoy día, se destaca la importancia del papel de los pensamientos, concretamente de cómo interpretan y valoran los pacientes los pensamientos intrusivos y obsesivos (ver Rachman, 1998 y Salkovskis, 1999). En este ámbito las aportaciones de Salkovskis han sido las más relevantes (Salkovskis, 1985 y 1989). Para Salkovskis (1985) los pensamientos intrusivos son un fenómeno normal y común para la mayoría de las personas. El 90% de las personas reconocen tener ese tipo de pensamientos (Rachman y de Silva, 1978 y Salkovskis y Harrison, 1984). Sólo quienes interpretan inadecuada y catastróficamente estos pensamientos los transforman en obsesiones y pueden generar el TOC, tal y como se da en la clínica. La percepción de que las obsesiones informan sobre un daño que se puede producir a él o a otros, hace que el paciente asuma la responsabilidad de remediarlo a través de los rituales compulsivos.

La aportación cognitiva matiza, al menos aparentemente, tanto los factores relacionados con la adquisición como con el mantenimiento. En la génesis del trastorno, la consideración inicial del problema como normal y el paso a lo patológico en función de la valoración e interpretación de éste, supone un avance sobre el modelo de condicionamiento y una mejor explicación de cómo se origina el trastorno. Esto supone, desde el punto de vista terapéutico, incidir sobre cómo evalúa e interpreta el paciente los pensamientos intrusivos. Por otro lado, y en lo que respecta al mantenimiento del problema, se insiste en la responsabilidad, en la toma de conciencia del paciente para reducir el peligro existente. A este respecto, la aportación es más que cuestionable. Por un lado, se critica que realmente exista un peligro como tal (O’Connor y Robillard, 1995) y que en todo caso si se quiere ir más alla (caso de que fuera necesario) del papel dado a las compulsiones desde la perspectiva conductual, se debería insistir en las creencias disfuncionales relacionadas con el control del pensamiento, en suma en cómo interpreta o siente (depresión) el paciente su incapacidad para controlar los pensamientos (Clark y Purdon, 1993).

Hoy día los tratamientos del TOC que han demostrado de forma controlada su eficacia son: el tratamiento de exposición con prevención de respuesta y el tratamiento psicofarmacológico. Además, diversas variedades sobre ellos, incluyen, principalmente, el tratamiento cognitivo, modalidades de aplicación (exposición imaginaria, tratamiento de grupo, familiar, etc.), y los tratamientos combinados. A continuación se revisará la evidencia experimental disponible sobre la eficacia de dichos tratamientos.

Tratamiento de exposición con prevención de respuesta (EPR)

Como ya se ha señalado, es ampliamente aceptada, en atención al resultado de múltiples investigaciones desde los años 60, la eficacia del tratamiento de EPR. Los diversos trabajos publicados han sido revisados en diversas ocasiones utilizando la metodología del meta-análisis. De entre los meta-análisis realizados que reúnen los requisitos metodológicos de control adecuados (Marks, Hodgson y Rachman, 1975, Roper, Rachman y Marks, 1975 y Marks y cols., 1980) cabe señalar que la EPR es efectiva en el tratamiento del TOC, llegando incluso a seguimientos de 3 años, e insistiendo en su especial utilidad para el tratamiento de los rituales compulsivos.

La amplia evidencia a favor de la EPR no es homogénea. En primer lugar, porque en los más de 30 estudios controlados sobre el tema, las variaciones de los trabajos, que afectan tanto al número de sesiones aplicadas como a los períodos de seguimiento, implican, necesariamente, diferencias en los resultados. Aun así, la utilidad de la EPR en la mejora del problema se sitúa entre el 40-75% (Steketee y Shapiro, 1993).

Un reciente trabajo, bien controlado, realizado por Franklin y cols. (2000) ha puesto de manifiesto no sólo la utilidad de la EPR en el tratamiento del TOC, sino que dicha eficacia es similar cuando los sujetos reciben el tratamiento en un contexto clínico; esto es, cuando no hay un ensayo clínico que obliga a una asignación al azar a las condiciones experimentales, que cuando los sujetos son asignados al azar al tratamiento. El trabajo realizado con 110 pacientes en un centro clínico universitario argumenta a favor de los resultados obtenidos en los ensayos experimentales con asignación al azar de las condiciones experimentales, haciendo ver que las posibles expectativas negativas del paciente de no saber si está recibiendo el mejor tratamiento, no afectarían a la eficacia de la EPR.

La comparación de la EPR con otros tratamientos, en estudios controlados con asignación aleatoria a las condiciones experimentales, señala que es más eficaz que el entrenamiento en control de la ansiedad (Lindsay, Crino y Andrews, 1997), la relajación (Fals-Stewart, Marks y Schafer, 1993) o placebos farmacológicos (Kozack, Liebowitz y Foa, 2000).

Aceptada la eficacia de la EPR, los trabajos realizados han ido dirigidos a comparar dicha eficacia con otros tratamientos, a analizar separadamente los componentes de la EPR, o a estudiar la eficacia de distintas modalidades de ésta. Con ello, no sólo se alcanza un mejor conocimiento de cómo opera el tratamiento estudiado, sino que además se añaden datos sobre su efectividad.

Componentes de la EPR

Foa y Goldstein (1978) estudiaron la exposición y la prevención de respuesta aplicada de forma concurrente en una muestra de 21 pacientes. Los resultados mostraron una mejora del 86% en los rituales y del 57% en las obsesiones, ofreciendo no sólo datos sobre la eficacia de la EPR, sino también de la existencia de dos efectos, en cierto modo diferenciados, y en el que la EPR actuaría, preferentemente, sobre el componente compulsivo.

Un estudio posterior de Foa y cols. (1984) avanzó en el estudio de los componentes al comparar de forma independiente tres grupos: exposición, prevención de respuesta y EPR. El estudio que incluyó una asignación equiparando a los sujetos por la variables relevantes (sexo, nivel de depresión, etc.) mostró que la condición más efectiva fue la que incluía la exposición y la prevención de respuesta; esto es, la EPR, y aunque los componentes aplicados aisladamente producían una mejora de la sintomatología (del 25 al 29%), ésta no alcanzaba a la procurada por el tratamiento completo (63%).

Variaciones de la EPR

Además de aportar evidencia empírica acerca de la relevancia de los dos componentes esenciales de la EPR, es preciso contrastar también los elementos esenciales de la técnica a aplicar, lo que ha sido realizado en diversos aspectos que se recogen a continuación.

La utilización de exposición en la imaginación ha sido estudiada en su capacidad para potenciar la EPR. Diversos estudios controlados han estudiado este punto. Hay que resaltar, en primer lugar, que en ningún momento se cuestiona que la exposición a las obsesiones debe ser real, lo que constituye el elemento esencial en la eficacia de la técnica (Rabavilas, Boulougouris y Stefanis, 1976). Añadir la exposición en la imaginación parece tener un efecto nulo (de Araujo, Ito, Marks y Deale, 1995), si bien hay constancia de que puede tener un efecto beneficioso. En efecto, Foa y Goldstein (1978) encontraron que la exposición en la imaginación mejoraba la EPR en el período de seguimiento (período medio de 11 meses). Esta mejoría a largo plazo parece tener que ver con aquellos pacientes que temen, en especial, las consecuencias de sus obsesiones (Foa, Steketee y Grayson, 1985).

El papel de la EPR controlada por el terapeuta, frente a aplicaciones en las que éste y su entorno familiar tienen una mayor relevancia, ha sido objeto de estudio. La auto-exposición se ha mostrado eficaz, aun cuando el paciente no siga de forma tan sistemática el procedimiento, como cuando éste es llevado a cabo por el terapeuta (Boersma, Den Hengst y Emmelkamp, 1976). La sistemática en la aplicación, a menudo pautada y guiada en las «tareas para casa» facilitadas al paciente es más importante que la mera presencia del terapeuta (Kirk, 1983).

La participación de la familiares del paciente en el tratamiento también ha sido investigada. Esta participación ha buscado, como el caso del tratamiento mediante exposición del trastorno de pánico, ayudar al paciente emocionalmente e integrar a la familia en un problema que también ellos padecen. El planteamiento supone un acercamiento psicoeducativo que implica a los miembros significativos del paciente (Marks, Hodgson y Rachman, 1975 y Calvocoressie y cols., 1995). La utilidad del apoyo familiar ha sido abordado en distintos estudios. En un primer estudio (Emmelkamp, de Haan y Hoogduin, 1990) no se encontraron diferencias significativas entre pacientes asignados aleatoriamente a un tratamiento EPR solos o en compañía de su pareja. Fue un estudio metodológicamente adecuado, si bien el número de sesiones de tratamiento (8 en total) fueron menores a lo usual en otros estudios. Esta cuestión, a pesar de que naturalmente afectó a ambos grupos experimentales, pudo dificultar la aparición de diferencias entre los grupos. De hecho, estudios posteriores sí han encontrado diferencias, a favor de la implicación familiar. Mehta (1990), en un estudio realizado en la India, encontró diferencias significativas en reducción de sintomatología en aquellos pacientes que participaron junto con sus familias en el tratamiento, frente a quienes fueron tratados solos. Esta mejora que se produjo en el postratamiento creció aún más durante el seguimiento.

La aplicación de la EPR en grupo constituye un intento por optimizar el uso de los recursos clínicos. Sólo se ha realizado hasta el momento un estudio controlado que compare el formato grupal frente al individual. Fals-Stewart, Marks y Schafer (1993) compararon el formato individual y grupal, junto con la relajación (considerada como condición de control). Los resultados del trabajo mostraron que la EPR individual y la grupal fueron igualmente eficaces, en comparación con la relajación. Si bien, el estudio de Fals-Stewart, Marks y Schafer (1993) cumplió múltiples requisitos metodológicos, la selección de los sujetos que excluyó sujetos con puntuaciones superiores a 22 en el BDI, entre otros aspectos, caracteriza a la muestra como atípica, con respecto a las características de los pacientes del TOC y a las, en general, aplicables a la mayoría de las investigaciones realizadas.

El número de sesiones de tratamiento y, en menor medida, su duración, constituyen una importante característica en la aplicación de la EPR. Cabe señalar que, en general, ha habido una tendencia con el paso del tiempo a reducir el número de sesiones. De los estudios revisados en este trabajo cabe señalar el rango de 10-20 sesiones como criterio que engloba la mayoría de los estudios. 10 sesiones son demasiado pocas, en general, puesto que la mayoría de los pacientes requieren un promedio de 15 (Emmelkamp, van der Helm, van Zanten y Plochg, 1980; Foa y Goldstein, 1978 y Stekette y Foa, 1985). El aumento de las sesiones más allá de las 15 señaladas no supone una mejoría significativa. Rachman y cols. (1979) comprobaron que duplicar el número de sesiones suponía una mejoría en el tratamiento, no obstante dicha mejoría no era significativa. La duración de las sesiones se sitúa entre 1 y 2 horas. En general, las sesiones con un tiempo inferior a 1 hora no facilitan el proceso de exposición, por lo que se prefieren sesiones largas a cortas (Rabavilas, Boulougouris y Stefanis, 1976).

Tratamiento cognitivo

No puede hablarse estrictamente de un tratamiento cognitivo del TOC, sino de aportaciones cognitivas dentro de la EPR. Así se han aplicado técnicas como el entrenamiento en autoinstrucciones, la terapia racional emotiva o la terapia cognitiva de Beck. Por otro lado, la hegemonía de la EPR ha hecho, con buen criterio, que la investigación se plantee en términos de qué puede aportar el enfoque cognitivo a la EPR. Este esfuerzo ha de matizarse, además, si se considera que la EPR ya ejerce cambios cognitivos, aunque no se produzcan de modo directo. Una forma elegante de mostrarlos es la ofrecida por Foa y Steketee (1979), quienes señalan que quizá la EPR no corrija los déficits cognitivos del paciente, sino que simplemente reclasifique las obsesiones o las preocupaciones como no amenazantes.

El primer estudio dirigido a evaluar la aportación cognitiva fue realizado por Emmelkamp, van der Helm, van Zanten y Plochg (1980) y en él se comparó la utilidad de añadir el entrenamiento en autoinstrucciones a la EPR. Los resultados mostraron más ventajosa la EPR sola que acompañada por el entrenamiento autoinstruccional. En un segundo intento, Emmelkamp, Visser y Hoekstra (1988) compararon la ERP con la terapia racional emotiva. Los resultados obtenidos en reducción de la sintomatología obsesivo-compulsiva fueron semejantes para los dos grupos. No obstante, algunas de las condiciones aplicadas al grupo de EPR, tales como una ajustada duración de la exposición (1 hora) y del tratamiento (10 sesiones), una muy graduada exposición y una escasa programación de las tareas de autoexposición, hizo que el tipo de EPR estudiada fuera en distintos factores distinta a la aplicada en otros trabajos con mejores resultados (ver Foa, Kozak, Steketee y McCarthy, 1992).

Emmelkamp y Beens (1991) utilizaron otro diseño para evaluar la utilidad de la terapia racional emotiva (TRE). En un grupo se aplicó TRE durante 6 sesiones y tras éstas, otras 6 sesiones de un tratamiento combinado de TRE y EPR, en el otro grupo a aplicaron 12 sesiones de EPR. Se realizó una comparación entre los grupos después de las 6 sesiones iniciales, tras las cuales había 4 semanas sin tratamiento. Los resultados mostraron una eficacia similar de la TRE y de la TRE-EPR, tanto a las 6 semanas de tratamiento como a la finalización completa de éste. La conclusión de los autores es que la TRE es, al igual que la EPR, efectiva en el tratamiento del TOC. No obstante, hay dos factores que permiten cuestionar esa conclusión. El primero, tal y como se comentó en el estudio de 1980 (Emmelkamp, van der Helm, van Zanten y Plochg, 1980), las características del tratamiento EPR aplicado no se ajusta a los estándares de esta intervención; y en segundo lugar, el argumento fundamental de igualdad entre tratamientos en la comparación tras las primeras 6 sesiones, queda debilitado al comparar tratamientos truncados, tanto en la RET como en la EPR.

Se ha tratado, también, de determinar la eficacia de la terapia cognitiva de Beck en el abordaje del TOC. El estudio realizado por van Oppen y cols. (1995) comparó la terapia cognitiva, adaptada al tipo de distorsiones cognitivas presentes en el TOC (Salkovskis, 1985), con la EPR. De forma parecida a la del estudio de Emmelkamp y Beens (1991) durante las seis primeras sesiones se manipularon los grupos experimentales. En el grupo de terapia cognitiva no se incluyeron experimentos conductuales y en el de EPR se eludió hablar sobre las consecuencias catastróficas de las obsesiones. Los resultados del trabajo mostraron que la terapia cognitiva y la EPR fueron igualmente eficaces en la disminución de la sintomatología obsesivo-compulsiva. El estudio fue metodológicamente adecuado, sin embargo, al igual que en los trabajos anteriores, el tratamiento EPR propuesto no se ajustó a los parámetros adecuados que garantizaran su plena eficacia. Por ejemplo, aunque se realizaron 16 sesiones de exposición, éstas tuvieron una duración de sólo 45 minutos. El estudio es cuestionado debido a la pobreza de los resultados de la EPR frente a los obtenidos en otras investigaciones (Steketee y Frost, 1998).

Finalmente, Ladouceur y cols. (1995) utilizaron un tratamiento combinado de EPR y terapia cognitiva para el tratamiento de las obsesiones y rumiaciones. Los resultados del estudio comprobaron la eficacia del tratamiento combinado, frente a una condición de lista de espera. No obstante, dadas las características del diseño, se hace imposible deslindar los efectos de la terapia cognitiva.

Tratamiento psicofarmacológico

Los psicofármacos han sido profusamente utilizados en el tratamiento del TOC. Durante un largo período, de los años 60 a los 90, el fármaco usado ha sido la clomipramina (Anafranil), un antidepresivo tricíclico al que tradicionalmente se relacionó su eficacia con la reducción de la sintomatología depresiva (Marks y cols., 1980). Al finalizar la década de los 80 aparecen un conjunto de nuevos fármacos, los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS), que, sustentados en el papel que la serotonina parece jugar en el TOC (Barr, Goodman y Price, 1992), han supuesto un paso importante en el tratamiento farmacológico de este trastorno. La eficacia de los ISRS no parece ligada a la existencia de sintomatología depresiva, y además tienen menos efectos secundarios que la clomipramina (Rasmussen, Eisen y Pato, 1993, Freeman y cols., 1994).

La clomipramina ha demostrado su eficacia en la reducción de la sintomatología obsesivo-compulsiva en diversos trabajos (Thoren y cols., 1980, Ananth y cols., 1981, Mavissakalian y cols., 1985, Volavka, Neziroglu y Yaryura-Tobias, 1985, Lei, 1986, Marks y cols., 1988, Greist y cols., 1990, Clomipramine Collaborative Group, 1991 y Zhao, 1991), en comparación con un placebo y con otros tricíclicos, como la nortriptilina, amitriptilina e imipramina. Se trata de estudios controlados, si bien en algunos casos han sido publicados en revistas que no cumplen todos los estándares científicos. También los ISRS, principalmente la sertralina, fluvoxamina y fluoxetina, se han mostrado eficaces en comparación con un placebo (Greist y cols., 1995a, Jenike y cols., 1990 y Tollefson y cols., 1994). Estos datos son ampliamente corroborados por el meta-análisis de Greist y cols. (1995b).

La comparación de la eficacia de la clomipramina y los ISRS no ha mostrado diferencias significativas. Los estudios muestran unos resultados similares (Den Boer y cols., 1987, Pigott y cols., 1990, Freeman y cols., 1994). En este sentido, el meta-análisis de Greist y cols. (1995b) no sólo recoge esta ausencia general de diferencias, sino que en determinados aspectos la clomipramina es superior a los ISRS, concretamente el porcentaje de abandonos para los ISRS fue del 23 al 27% y del 12,5% para la clomipramina. Este dato resulta sorprendente, habida cuenta, como se ha señalado, del mayor número de efectos secundarios de la clomipramina, debidos a su acción anticolinérica (disfunciones sexuales, cefaleas e insomnio, principalmente), que de los ISRS. De acuerdo con Jenike y cols. (1991), un 3% de ausencia de efectos en la clomipramina, frente a un 43% en la flouxetina.

Con independencia de la eficacia contrastada de la clomipramina y los ISRS, en comparación con el placebo, el beneficio clínico obtenido es limitado. Porcentualmente, supone de un 20 a un 40% de mejoría de la sintomatología, que alcanzaría al 40-60% de los pacientes (Greist y cols., 1995b). En suma, ni el número de personas que mejoran ni la magnitud de la mejoría es espectacular. Es por ello que se buscan otras opciones psicofarmacológicas para resolver esas deficiencias. Se trata de potenciar la eficacia de la clomipramina y los ISRS asociándolos a otros fármacos como el litio, el haloperidol, la buspirona, o el clonazepam. No obstante, los resultados obtenidos de la asociación de estos fármacos son poco esperanzadores, a excepción del clonazepam (Rauch y Jenikke, 1994).

Comparación y combinación del tratamiento psicológico (EPR) y del psicofarmacológico

Como ha quedado recogido hasta aquí tanto el tratamiento de EPR como el psicofarmacológico son efectivos en la reducción de la sintomatología obsesivo-compulsiva. Interesa, en consecuencia, conocer cuál de ellos es más efectivo y si la combinación de ambos es más efectiva que cada uno de ellos considerados por separado.

Son pocos los estudios realizados que permitan comparar, de formar adecuada, las cuestiones planteadas. El primer trabajo realizado, en este sentido, fue el del Marks y cols. (1980). Se trata de un estudio con un diseño complejo que incluye un grupo de mediación con clomipramina y un grupo placebo a los que posteriormente se añadirá la EPR o el entrenamiento en relajación. La clomipramina produjo una mejora en la sintomatología depresiva, sólo en aquellos pacientes que presentaban esa sintomatología. Por otro lado, la EPR produjo una considerable reducción de la sintomatología obsesivo-compulsiva, pero no produjo una mejoría en el estado de ánimo. El diseño, por otro lado, no facilitaba una comparación inequívoca, en el mismo período de tiempo, del tratamiento psicofarmacológico y la EPR, por lo que no permite responder de la comparación de ambos tratamientos. Un estudio posterior fue realizado también por Marks y cols. (1988), en él y a pesar de contar, al igual que en el estudio anterior, con un complejo diseño que dificulta las comparaciones, se puede concluir que la EPR es más efectiva que la clomipramina. Por lo que respecta al tratamiento combinado, la adición del fármaco potencia inicialmente la EPR, si bien esa potenciación desaparece rápidamente y no se observa en el seguimiento. Otra ventaja del tratamiento combinado es que posibilita que la mejora llegue a más individuos, en torno a un 20-25% más, aunque no aumenta la mejoría sintomática en los pacientes.

Un estudio con un diseño que permite unas más claras comparaciones es el realizado por Cottraux y cols. (1990). En él los tres tratamientos comparados: fluvoxamina, fluvoxamina + EPR, y placebo + EPR, produjeron una mejoría similar. Sólo el grupo de fluvoxamina + EPR obtuvo una ligera ventaja sobre los dos restantes. Esta ventaja casi desaparece en el seguimiento a los 6 meses y es mínima al cabo de 1 año.

No se han realizado más estudios en la actualidad que permitan determinar la eficacia diferencial y combinada del EPR y el tratamiento psicofarmacológico. El meta-análisis de van Balkom y cols. (1994) concluye que la EPR, sola o en combinación con los ISRS, es más eficaz que los fármacos ISRS solos.

Predictores de la eficacia terapéutica

El estudio de los factores relacionados con la eficacia del tratamiento ha sido relativamente amplio en el caso de la EPR y escaso en el tratamiento psicofarmacológico (ver Rauch y Jenike, 1998 y Zohar y cols., 2000).

En relación con la EPR puede decirse que, en general, se ha mantenido la creencia de que la presencia de psicopatología asociada al TOC constituiría un factor de reducción de la eficacia de la EPR. Los resultados de las investigaciones sobre el particular no permiten confirmar dicha creencia, aunque tampoco desmentirla. En el caso de la depresión, si bien hay estudios que indican que predice una menor eficacia de la EPR, especialmente cuando es severa (Abramowitz y cols., 2000), en otros trabajos no se ha encontrado esta relación (ver Steketee y Shapiro, 1995). Por otro lado, la concurrencia de trastornos de personalidad sí contribuye a disminuir la eficacia tanto de la EPR como de los fármacos ISRS (Jenike, Baer y Carey, 1986, Minichiello, Baer y Jenike, 1987, AuBuchon y Malatesta, 1994, Baer y cols., 1992, Fals-Stewart y Lucente, 1993 y Ravizza y cols., 1995), aun cuando hay algún estudio en que no se constata este efecto (Mavissakalian y cols., 1990).

Otras variables objeto de interés son el grado de motivación al tratamiento, especialmente importante en la EPR, o las expectativas en la eficacia o resultados del tratamiento. A pesar de la reconocida importancia clínica de estos factores, apenas han sido estudiados. En general, parece apoyarse la hipótesis de que el grado de motivación, así como unas buenas expectativas en el resultado del tratamiento es efectivo (Foa y cols., 1983, Hoogduin y Duivenvoorden, 1988, Cottraux y cols., 1993 y Keijsers, Hoogduin y Schaap, 1994), aun cuando la existencia de evidencia contraria (Lax, Basoglu y Marks, 1992) y, sobre todo, la falta de más estudios, aconseja no concluir sobre el particular.

Conclusiones y perspectivas

Antes de iniciar el comentario sobre la revisión realizada es preciso concluir que la categoría de Tratamiento Bien Establecido para el TOC incluye, al menos por el momento, solamente a la EPR, como tratamiento psicológico. También debe incluirse en esta categoría el tratamiento farmacológico con inhibidores de la recaptación de la setoronina, tanto de la clomipramina como de los inhibidores selectivos: flouxetina, fluvoxamina y sertralina.

Dentro de la categoría de Tratamiento Probablemente Eficaz deben señalarse algunos aspectos, principalmente variaciones y combinación de tratamientos, de los señalados en el apartado anterior. Concretamente, la utilidad de asociar el tratamiento o terapia cognitiva a la EPR, o la también asociación de la EPR con el tratamiento farmacológico.

En consecuencia, cabe señalar que el tratamiento psicológico de elección más eficaz es la EPR. Este tratamiento no sólo ha sido ampliamente estudiado de forma genérica, sino que han sido evaluados empíricamente sus principales componentes, así como su estructura: número de sesiones, duración de éstas, manuales de tratamiento, etc. En estas condiciones, constituye un punto de referencia seguro en el tratamiento e investigación del TOC. Es por esto que el «empuje» cognitivo: la importancia que técnicas o terapias cognitivas puedan tener en el tratamiento del problema, por extensión a lo ocurrido en el tratamiento de otros problemas de ansiedad, haya sido menor. No hay, por el momento, justificación empírica para modificar la EPR en términos cognitivos. Steketee y Frost (1998) señalan, se supone que producto del general conocimiento o del saber clínico, que los tratamientos cognitivos dirigidos a corregir las distorsiones cognitivas de los pacientes tienen unos efectos positivos, con o sin la EPR. Sin embargo, se reconoce que no hay datos que justifiquen ese particular, aunque de modo «informal» muchos clínicos hablen con los pacientes sobre sus creencias cuando éstas emergen durante las sesiones de exposición (pp. 384-385). Llama la atención, en este sentido, la extraordinaria potencia de la EPR, recordando el reciente trabajo ya comentado de Franklin y cols. (2000), en el que se observa cómo la EPR es efectiva aun cuando la persona pueda suponer verazmente que está recibiendo un tratamiento menos efectivo, placebo o experimental, o puesto en pasiva: la EPR no mejora por ser considerada por el paciente como el mejor y más deseable tratamiento.

La eficacia de la EPR queda constada, sin embargo ésta es limitada. Superar esa limitación tal vez requiera no sólo conseguir un más adecuado tratamiento, sino una mejor adaptación de éste a las características personales del paciente. Contar con un buen tratamiento constituye una excelente condición para determinar qué variables pronostican su eficacia y cómo ajustar éste a dichas variables. Otro aspecto a considerar es la permanencia a largo plazo de la remisión de la sintomatología. Ciertamente, muchos de los trabajos realizados cuentan con períodos que llegan, incluso, a los 6 años de seguimiento. Estos prolongados seguimientos permiten ver cómo las diferencias entre los grupos tienden a disminuir y a desaparecer en el tiempo. Es por ello que Abramowitz (1998) se planteó un estudio meta-analítico para contestar a la pregunta de si la EPR curaba el TOC. Esto es, no sólo si persistían en el tiempo las mejoras, sino si los pacientes se mantenían tan asintomáticos como la población general. Los resultados fueron que tras el tratamiento sí eran similares a la población, pero 5 meses más allá ya se presentaban diferencias en la sintomatología. Cabe pensar que tal vez esto no deba tener mayor importancia, siempre que no interfiera negativamente en la vida del paciente; sin embargo este efecto es inaceptable, por lo que ha de investigarse, prolongando los períodos de seguimiento sobre cómo mantener, en su sentido más amplio, las ganancias terapéuticas.

El tratamiento psicofarmacológico: clomipramina y los ISRS es también eficaz, aunque en menor medida que la EPR. Esta inferioridad es debida a dos factores: la menor reducción de la sintomatología obsesivo-compulsiva y la presencia de efectos secundarios, especialmente en el caso de la clomipramina. Un aspecto que facilitaría entender cómo operan estos fármacos en el control del problema sería saber sobre qué componentes del TOC actúan. Los datos son claros y fiables al reiterar cómo la clomipramina mejora el estado de ánimo, lo que no hace la EPR, pero qué influencia tiene esto sobre el tratamiento global del problema. Foa y cols. (1992) han trabajado sobre este aspecto, constatando que la imipramina reduce la depresión en los pacientes deprimidos, pero no reduce la sintomatología obsesivo-compulsiva ni en los pacientes deprimidos ni en los no deprimidos. ¿Cómo actúan entonces los antidepresivos sobre el TOC? Será preciso aclarar estos aspectos para utilizar más adecuadamente la potencia terapéutica de dichos fármacos. Tal vez un ámbito prometedor en ese sentido, aunque aún no ha ofrecido resultados positivos, es el abordaje neuropsicológico que trata de integrar los aspectos cognitivos, especialmente relacionados con la memoria, neuroquímicos y conductuales (Tallis, Pratt y Famani, 1999, Bolton y cols., 2000).

Contar con un buen tratamiento psicológico y con un tratamiento psicofarmacológico adecuado es un buen punto de partida para la práctica clínica y la investigación. Además, en este caso y a diferencia de otros trastornos de ansiedad, no parece darse una contraindicación de ambos tratamientos, sino al contrario pueden cooperar e incluso potenciarse (Silvestre y Aronowitz, 1997). En la actualidad, como se ha señalado, no hay suficientes datos para permitir delinear las normas básicas de esa cooperación, sin embargo, éste ha de ser uno de los ámbitos de desarrollo futuro del tratamiento del TOC, sobre todo si se hace, como también ya se ha comentado, integrando las características y variables personales del paciente en la ya mayor posibilidad de opciones terapéuticas.

Un aspecto de especial relevancia es el relacionado con la eficiencia de los tratamientos. En este ámbito, la ventaja inmediata del tratamiento farmacológico es evidente, habida cuenta de los menores recursos que consume. Ciertamente la ERP es menos accesible para la mayoría de los pacientes o tiene un coste económico (práctica privada) en clara desventaja con el uso de fármacos (Cottraux, 2000). La efectividad, en principio, también parecería favorecer al tratamiento farmacológico. Los efectos secundarios de los ISRS son prácticamente inexistentes (no así de la clomipramina), frente a las dificultades que para el paciente puede implicar el tener que seguir el programa de exposición. Resumiendo, el fármaco consume menos energías y recursos del paciente, del terapeuta y del sistema sanitario en términos económicos. Éste es, sin duda, el motivo por el que la EPR no se haya generalizado masivamente. Queda aún por cuantificar en qué medida esa ventaja en la eficiencia de lo farmacológico no alcanza, compensa o supera las ventajas sobre el control de la sintomatología obsesivo-compulsiva de la EPR.

Frente a esta desventaja de partida del tratamiento psicológico, en términos de eficiencia, cabe la de reducir y/o simplificar éste. La posibilidad de reducir el número o la duración de las sesiones de exposición queda, hoy por hoy, descartada. Los trabajos, como se ha señalado en la revisión, que han tratado de reducir estos parámetros han mermado la eficacia de la EPR. En este sentido, cabe destacar que en atención a los resultados de las investigaciones la EPR puede ser, en gran medida y en sus elementos básicos, protocolizada dejando un pequeño margen de adaptación a las características personales del paciente, problema y terapeuta. La alternativa para mejorar la eficiencia pasa por estudiar la auto-aplicación de la EPR, reduciendo al mínimo la necesidad del terapeuta (Kobak y Rienmann, 2000). Diversos trabajos de Greist y Marks (Greist y cols. 1998 y 1999 y Bachofen y cols., 1999) están poniendo de manifiesto la utilidad que el uso del teléfono y del ordenador, generando ayudas específicas interactivas, tienen en la aplicación de EPR.

fuente:psicothema

Trastorno Obsesivo-Compulsivo y Síndromes Relacionados


Trastorno Obsesivo-Compulsivo y Síndromes Relacionados

¿Qué es el Trastorno Obsesivo-Compulsivo?

El Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) es una verdadera enfermedad neuropsiquiátrica y como tal puede ser tratada con medicamentos y psicoterapia.

El TOC se caracteriza por la irrupción de pensamientos, impulsos o imágenes incontrolables que se repiten en la mente y se vivencian como intrusivos e inapropiados. Estas preocupaciones (obsesiones) son capaces de provocar ansiedad, duda y sufrimiento significativos. La mayoría de las veces la persona reconoce que estas ideas son producto de su propia mente e intenta ignorarlas, suprimirlas o neutralizarlas a través de la realización de actos mentales o comportamientos repetitivos ( compulsiones) que el individuo se ve obligado a realizar para prevenir los peligros que anuncian las obsesiones o calmar la angustia que estas le provocan, cumpliéndolos de manera ritualística o excesiva.

Ejemplos de obsesiones típicas son las preocupaciones excesivas por la suciedad, los gérmenes, la contaminación, el miedo a actuar con impulsos agresivos o violentos (ejemplo: miedo a empujar a alguien al vacío), sentirse responsable de provocar daño a otros o de ser responsable de accidentes, pensamientos religiosos o sexuales prohibidos o espantosos, preocuparse demasiado por el orden y la simetría de las cosas, no poder desprenderse de objetos inservibles y dudar.

Ejemplos de compulsiones típicas son el lavado excesivo de manos, limpieza, chequeo de medidas de seguridad (cierre de hornallas, cerraduras), conductas repetitivas como necesidad de tocar ciertos objetos, arreglar o “emparejar” las cosas de forma simétrica, de ordenar o clasificar los objetos en forma excesiva, necesidad de hacer cálculos mentales o contar objetos ( compulsiones mentales), o la reiteración de actos cotidianos, sin poder controlarlos.

Las personas pueden tener algunos o varios de estos síntomas con un grado variable de severidad y de eso dependerá que consideremos que alguien presenta sólo comportamiento o rasgos obsesivo-compulsivos (COC) o un verdadero trastorno que repercute desfavorablemente en uno o varios aspectos de su vida (TOC).

El TOC puede presentarse en niños, adolescentes y adultos.

Las obsesiones y las compulsiones suelen ir cambiando a lo largo del tiempo según cambian el tipo de preocupaciones humanas a lo largo de la vida. Por eso clásicamente los niños presentan más preocupaciones relativas a la seguridad y hacia sus figuras de apego (padres, hermanos) mientras los adolescentes suelen preocuparse más por sus características corporales (delgadez, granos, apariencia) y por su desempeño. Los adultos más clásicamente sufren de excesiva preocupación por las medidas de seguridad, limpieza y salud (deben cuidar su cría). Sin embargo hay obsesiones y compulsiones que pueden presentarse en todas las edades y algunas permanecen inalteradas a lo largo de la vida.



¿Qué otros síntomas suelen acompañar al TOC?

Es raro que las personas presenten TOC aislado. En general suelen asociar otros trastornos de ansiedad (fobias, ansiedad de separación, ansiedad generalizada), depresión y otros trastornos llamados del espectro TOC como por ejemplo el hábito de arrancarse los pelos (pestañas, cejas, bellos) o cabellos (tricotilomanía), la preocupación desmedida por un defecto corporal existente pero magnificado (dismorfofobia), la realización de actos dañinos autodirigidos de magnitud variada (autoinjuria), los trastornos de la conducta alimentaria del tipo de la anorexia nerviosa y la preocupación excesiva por las enfermedades (hipocondría).

Un grupo más reducido de personas que presentan síntomas obsesivo-compulsivos presentan en algún momento de su vida tics motores (movimientos involuntarios) y/o fónicos ( emisión involuntaria de sonidos, ruidos, o palabras) que suelen aparecer entre los 7 y los 18 años. La asociación de tics motores y fónicos que persisten por más de un año constituye el Síndrome de Gilles de la Tourette (ST) que también es considerado un trastorno del espectro TOC. Estos pacientes suelen presentar junto a sus tics un subtipo de TOC donde predominan obsesiones agresivas, sexuales , somáticas, de orden y simetría, así como compulsiones que consisten en una marcada tendencia a los actos repetitivos ( golpear, morder, patear) que realizan hasta sentir que “ya está bien” (en inglés: fenómeno “just right”), destacándose la necesidad de tocar objetos y de realizar actos en forma simétrica (ej: rozar la silla con un brazo y luego con el otro). Dichos actos revisten en ocasiones características autoinjuriantes (ej: morderse los labios hasta sangrar, hurgarse una herida hasta que duela, golpearse el pecho en respuesta a una obsesión). Estos síntomas pueden acompañarse de la necesidad de repetir palabras (ecolalia) o de decir lo inapropiado y aún de proferir palabras obscenas (coprolalia) en forma involuntaria (tics fónicos complejos).

De especial importancia es la asociación de depresión en los pacientes con TOC la cual es muy frecuente y parece relacionarse con el hecho de tener que soportar a lo largo del tiempo y a veces en forma oculta el TOC, una afección potencialmente invalidante que va socavando la autoestima de los pacientes a partir de las limitaciones que implica para su normal desenvolvimiento personal, familiar y social a lo largo de la vida.



¿Cuántos individuos sufren de TOC?

Se estima que entre el 2 al 3% de la población sufre de esta enfermedad que en general afecta igual a hombres que a mujeres, excepto las formas de TOC infantiles que suelen predominar en varones (ver edad de comienzo).



¿A qué edad suele comenzar y cuánto dura el TOC?

Lo más habitual es que comience en la adolescencia o en la adultez temprana. Sin embargo hay algunas formas de TOC de comienzo más temprano como el TOC de aparición prepuberal (11-12 años) que suele ser severo y que predomina en varones. Algunas formas de TOC como el TOC asociado a tics (ST) predomina en varones y corre en familias. Los familiares de estos pacientes pueden presentar indistintamente TOC y/o tics. Por eso es importante investigar la presencia de TOC en las personas que tienen o han tenido tics en su infancia y en sus familiares cercanos.



¿Cómo evolucionan los síntomas Obsesivo Compulsivos en el tiempo?

Librado a su evolución natural el TOC tiene tendencia a persistir en el tiempo y a esta tendencia hacia la cronicidad se debe su condición invalidante. Aunque en algunos casos los síntomas OC desaparecen sin tratamiento, lo más frecuente es la tendencia a empeorar y a persistir durante toda la vida de no mediar un diagnóstico temprano y un tratamiento específico.



¿Porqué el TOC es incapacitante?

El grado de impedimento puede ser leve, moderado o severo según el tipo de obsesiones y compulsiones, el tiempo que les obliga a consumir, el grado de vergüenza o aflicción o la vivencia de descontrol. Algunas veces el grado de deterioro es tal que los pacientes requieren ser hospitalizados. Algunas personas con TOC piensan que algo anda mal en su cabeza o que están locos. Por eso tienden a ocultar sus síntomas durante mucho tiempo y a postergar la consulta médica. Los niños con TOC expresan con más facilidad sus fantasías de locura y descontrol diciendo por ejemplo que tienen “un tipito” adentro que les hace hacer cosas que no quieren.

El TOC no sólo afecta a la persona sino también a su familia entera, la que con frecuencia tiene dificultad en comprender la naturaleza de los síntomas malinterpretándolos como intencionales. Las personas con TOC llegan a agotar a sus familiares quienes con frecuencia quedan involucrados en sus síntomas, consumiendo su tiempo y energía y por sus rasgos de rigidez comportamental que los hace personas con las que es difícil convivir. Tanto niños como adultos con TOC suelen presentar un temperamento obstinado, irascible y depresivo manifestándose en los niños con rabietas frecuentes, conducta oposicionista y aún problemas de aprendizaje mientras que los adultos con TOC refieren problemas en sus vínculos de pareja e interpersonales así como subempleo y menor rendimiento laboral y académico, constatándose en ellos frecuentes trastornos de la personalidad y depresión.



¿Cuáles son las causas del TOC?

Si bien este tema está aún bajo estudio los recientes avances en investigación ponen en evidencia que el factor biológico tiene un papel central en este trastorno. El hecho de que pacientes con TOC respondan bien a medicamentos específicos que afectan el neurotransmisor serotonina sugiere que el trastorno tiene una base neurológica. Por esa razón, el TOC ya no es atribuido sólo a actitudes que un paciente puede haber aprendido durante la niñez ( por ejemplo, aprendizaje de hábitos exagerados de limpieza o seguridad). Como en otras enfermedades neuropsiquiátricas se piensa que el TOC resulta de la interacción de factores neurobiológicos (falla en la neurotransmisión de las neuronas encargadas de regular patrones de conducta repetitivos) ambientales (factores perinatales, infecciosos, hormonales) y psicosociales (estrés y ansiedad) que determinan modos especiales de conocer la realidad (estilo cognitivo).



¿Qué puedo hacer si creo que tengo TOC?

Busca a un profesional (psiquiatra, psicólogo) especializado en TOC y cuéntale acerca de tus miedos, pensamientos y actos repetitivos no deseados, así como el tiempo que te insumen estos síntomas y el grado de interferencia que ocasionan en tu vida cotidiana.

Puedes pedirle también que descarte otras posibles causas de tus síntomas ya que algunas afecciones orgánicas e infecciosas son capaces de producir también síntomas obsesivo compulsivos.



¿De qué manera puede ayudarme un médico o un especialista en TOC?

Un médico especializado en TOC puede darte medicamentos específicos que reducen la intensidad de tus síntomas OC y así calmar tu ansiedad y temor excesivo. Los medicamentos tardan varias semanas en actuar por lo cual hay que esperar ese tiempo sin abandonarlos. En caso de no operarse una mejoría tu doctor tiene otros varios medicamentos como recurso.

Además de medicamentos te indicará seguir una psicoterapia, que está especialmente diseñada para personas con TOC y se conoce con el nombre de Terapia Cognitiva Conductual (TCC). Por medio de ella los profesionales especializados en esta forma de psicoterapia (psicólogos o psiquiatras especializados en TCC del TOC) te enseñarán técnicas para aprender a detener tus actos repetitivos y tus ideas obsesivas así como maneras de reducir y afrontar la ansiedad excesiva que éstas te provocan.

El avance de las técnicas de diagnóstico por imágenes cerebrales permite hoy visualizar alteraciones en el tamaño y función de las estructuras cerebrales que están implicadas en esta afección (ganglios de la base, corteza orbitofrontal y cingulada cerebral) Los progresos terapéuticos pueden ser también comprobados a partir de la corrección de las alteraciones en dichas neuroimágenes (PET, SPECT, RNM cerebrales).

fuente:AATA.

TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO (TOC)




TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO (TOC)
(O neurosis obsesivo-compulsiva)

Primero señalar que se trata de un trastorno por ansiedad y por lo tanto la lectura relacionada con este tipo de trastornos siempre será útil para la correcta comprensión del TOC.

Por definición del DSM-III-R (APA, 1987) "consiste en la presencia de obsesiones o compulsiones repetidas, suficientemente graves como para acusar un intenso malestar, gran pérdida de tiempo, o una interferencia significativa con la rutina habitual del individuo, con su funcionamiento profesional, con sus actividades sociales habituales, o con sus relaciones con los demás."

Un ejemplo conocido de este trastorno, aunque tal vez no totalmente reflejado al tratarse de una película, es "mejor imposible" dónde Jack Nicholson hace el papel correspondiente al obsesivo-compulsivo.

También el DSM-III-R describe las obsesiones como "ideas, pensamientos, impulsos o imágenes persistentes que se experimentan por lo menos inicialmente como intrusas y sin sentido; ... El individuo intenta ignorar o suprimir este tipo de pensamientos o impulsos, o bien trata de neutralizarlos a través de otros pensamientos o acciones. El individuo reconoce que estas obsesiones son producto de su mente y no están impuestas desde fuera."

Otra definición de obsesión relativamente parecida pero con algunos matices diferentes es la de Dors, f. (1978): "Idea, temor, acto que se presenta repetidamente y es sentido por el individuo como forzado, impuesto contra su voluntad."

Las compulsiones son definidas como "conductas repetitivas finalistas e intencionadas, que se efectúan como respuesta a una obsesión, de forma estereotipada o de acuerdo con determinadas reglas. La conducta se halla diseñada para neutralizar o impedir el malestar o algún acontecimiento o situación temida. Sin embargo, o bien la actividad no se halla realmente conectada de forma realista con lo que se pretende neutralizar o prevenir, o por lo menos es claramente excesiva. El acto se realiza con una sensación de compulsión subjetiva que, al mismo tiempo, se asocia a un deseo de resistir la compulsión (por lo menos, inicialmente). El individuo reconoce que su conducta es excesiva o irrazonable (esto quizá no deba aplicarse a los niños, ni tampoco a aquella gente cuyas obsesiones se han desarrollado a partir de ideas sobrevaloradas). Reconoce también que no obtiene ningún placer en llevar a cabo tal actividad, aunque le procure un cierto alivio de tensión."

En Dors encontramos definida compulsión como "fuerza interior que determina y domina el pensamiento y la acción de una persona en contra de su voluntad. El individuo se siente coaccionado. La compulsión puede extenderse a los pensamientos y los sentimientos, a los actos y al impulso a la acción, pero solamente en el grado en que obedecen en condiciones normales a la voluntad consciente y podrían ser elegidos libremente por el yo dentro de ciertos límites. El contenido de la compulsión se caracteriza por sentirlo el sujeto como extraño a sí mismo y, de modo particular inconciliable con el ideal del yo."

Todas las definiciones van en una línea similar diferenciándose tan sólo en matices. La que damos a continuación de Foa, Stekeete y Ozarow (1985) creemos que es muy acertada sobre todo por la relación funcional entre obsesión y compulsión. Estos autores sugieren "que el síndrome obsesivo compulsivo consiste en una serie de eventos (manifiestos o encubiertos) que generan ansiedad; estos eventos reciben el nombre de obsesiones. Para aliviar la ansiedad producida por las obsesiones se ejecutan una serie de conductas (manifiestas o encubiertas); estas conductas las denominamos compulsiones".

En la actualidad los profesionales nos solemos guiar por el siguiente cuadro que son los criterios para el diagnóstico del trastorno obsesivo-compulsivo del DSM-IV (APA, 1994)

· 300.3 Trastorno obsesivo-compulsivo

A. Obsesiones o compulsiones:

Las obsesiones se definen por:

(1) Pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes y persistentes que se experimentan, alguna vez durante la perturbación, como intrusivos e inapropiados, y causan marcada ansiedad o malestar.

(2) Los pensamientos, impulsos o imágenes no son simplemente preocupaciones excesivas sobre problemas de la vida cotidiana.

(3) La persona intenta ignorar o suprimir tales pensamientos o impulsos o neutralizarlos con algún otro pensa miento o acción.

(4) La persona reconoce que los pensamientos, impulsos o imágenes obsesivos son un producto de su propia mente (no impuestos como ocurre en la inserción del pensamiento).

Las compulsiones se definen por:

(1) Conductas repetitivas (por ejemplo, lavado de manos, orden, comprobación) o acciones mentales (por ejemplo, rezar, contar, repetir palabras en silencio) que la persona se siente impulsada a realizar en respuesta a una obsesión, o de acuerdo con reglas que deben aplicarse rígidamente.

(2) Las conductas o acciones mentales están dirigidas a neutralizar o reducir el malestar o algún acontecimiento o situación temida; sin embargo, estas conductas o acciones mentales no están conectadas de forma realista con lo que están destinadas a neutralizar o prevenir, o son claramente excesivas.

B. En algún momento durante el curso del trastorno, la persona reconoce que las obsesiones o compulsiones son excesivas o irracionales. Nota: esto no se aplica a niños.

C. Las obsesiones o compulsiones producen marcado malestar; pérdida de tiempo (en general, el individuo emplea más de una hora diaria en ellas); o interfiere significativamente con la rutina habitual del individuo, con su actividad profesional, con sus actividades sociales o sus relaciones con los demás.

D. Si está presente otro trastorno del eje T, el contenido de las obsesiones o compulsiones no está restringido a él (por ejemplo, preocupación por la comida en presencia de un trastorno alimentario; arrancarse el pelo si existe tricotilomanía; preocupación por la apariencia física en un trastorno dismórfico; preocupación por tener una enfermedad grave en presencia de hipocondría; o rumiaciones de culpa en presencia de una depresión mayor).

E. No es debido a los efectos directos de una sustancia (por ejemplo, drogas de abuso, medicación) o de una condición médica.

Según Marks, y a nosotros nos parece una acertado diferenciación, pueden existir distintas manifestaciones clínicas del trastorno:

1. Rituales compulsivos con obsesiones

Se da cuando el sujeto evita los estímulos que evocan el ritual. Aquí podemos diferenciar:

A. Rituales de limpieza: se evitan posibles focos, reales o imaginarios, de suciedad o contaminación (pasar al lado de basura, delante de un hospital, al orinar) sintiendo posteriormente la necesidad de realizar complicados rituales de higiene y limpieza.

B. Rituales de repetición: pueden repetirse las más extrañas secuencias, por ejemplo, santiguarse siete veces, tener que repetir un determinado número ante un pensamiento, seguir una secuencia de números pares en cualquier situación.

C. Rituales de comprobación. Hay multitud de posibles comportamientos. En este sentido están los de comprobar repetidamente que se ha cerrado el gas, o la puerta; pero puede ir más lejos, como necesitar comprobar que no se han matado a la persona con la que se acaban de cruzar.

D. Rituales de acumulación: tienen dificultades para desprenderse de cualquier cosa y acumulan grandes cantidades de artilugios inservibles. Pasado un tiempo puede resultar imposible transitar por la casa.

E. Rituales de orden: todo ha de estar en el mismo lugar, posición, de mayor a menor,... notan incluso el mínimo cambio produciendoles gran ansiedad lo que les ocupa muchísimo tiempo ordenando.

2. Lentitud sin rituales visibles

Puede darse el cuadro completo pero sin rituales visibles. En muchas ocasiones estos están encubiertos y la persona actúa lentamente y como ensimismada por estar llevando mentalmente una compleja tarea ritual. Sin embargo, suele darse de forma selectiva de tal modo que el sujeto puede tardar horas en vestirse pero trabajar perfectamente.

3. Obsesiones

Cuando solamente se dan obsesiones sin ningún tipo de ritual (suele ser menos frecuente)

Otros aspectos del trastorno

Es mucho más frecuente de lo que en un principio pueda parecer, al menos las formas menos graves de la enfermedad y parece no haber diferencias entre los sexos, dándose más o menos por igual en hombres que en mujeres. La edad de comienzo suele ser en la adolescencia o al principio de la edad adulta, sin embargo tampoco es raro que se inicie en la infancia. Su curso suele ser crónico con oscilaciones. Puede llevar a un muy importante nivel de deterioro y complicarse con depresión mayor y abuso de alcohol y ansiolíticos.

Factores predisponentes

Aunque en la actualidad no conocemos ninguna demostación científica al respecto e incluso podríamos asegurar que gran cantidad de profesionales del gremio no lo compartirían, estamos en posición de asegurar que la actividad sexual prematura es un factor de bastante importancia en la génesis del trastorno. También y en esta misma línea pensamos que ciertas relaciones de rivalidad y celos entre hermanos tienen importancia. Sin embargo estos aspectos pueden estar encubiertos y, en principio, no ser reconocidos por el sujeto.

Tratamiento

Básicamente las posibilidades de tratamiento pueden venir desde la psiquiatría (farmacológico) o desde la psicología a traves de psicoterapia. Hay muchas formas de psicoterapia como son la conductista, cognitiva, humanista, guestalt, psicoanalítica, sofrológica, análisis transaccional, bioffeedback, etc. No vamos a entrar aquí en ninguna de ellas ya que este tema sería inmenso, sin embargo si queremos manifestar que para nosotros las alternativas de solución a este trastorno pasan por el análisis, comprensión e integración de las causas que lo generaron y que estas son de tipo ambiental, es decir, generadas a partir de las circustancias de vida de cada individuo y, por tanto, no creemos las múltiples hipótesis de carácter genético, bioquímico, etc.muy de moda en la actualidad.

Colaboración

Si tras haber leído la información precedente relacionada con TOC usted se siente identificado y considera que en mayor o menor grado sufre este trastorno, le rogamos pique aquí para rellenar el siguiente cuestionario, nos será de gran utilidad en nuestra investigación y conocimiento del TOC. De lo contrario, por favor, no lo haga.

imagen por resonancia magnética funcional


JUEVES, 17 de julio (HealthDay News/Dr. Tango) -- Una actividad reducida en la región cerebral involucrada con frenar el comportamiento habitual podría ayudar a identificar a las personas que están en mayor riesgo de padecer el trastorno obsesivo compulsivo.

Medir esta subactivación con la imagen por resonancia magnética funcional (IRMf) podría constituir una mejora respecto a las técnicas de diagnóstico actuales que dependen de entrevistas clínicas con el paciente y que, por tanto, no pueden detectar este trastorno hasta que éste no se haya desarrollado.

De acuerdo con la información de respaldo de un estudio que aparece en la edición del 18 de julio de Science, en torno al 2 y 3 por ciento de la población sufre del trastorno obsesivo compulsivo, caracterizado por pensamientos recurrentes y acciones repetitivas como lavar constantemente las manos. Esta afección parece ser hereditaria, pero los científicos aún no han sido capaces de determinar con precisión las bases genéticas reales.

Investigadores de la Universidad de Cambridge del Reino Unido midieron la actividad cerebral de la corteza orbitofrontal lateral (COF) con IRMf en 14 individuos sin historial familiar de trastorno obsesivo compulsivo, 14 personas con este trastorno y 12 de sus parientes inmediatos.

La COF lateral está involucrada en el proceso de toma de decisiones y el comportamiento.

Los participantes que tenían trastornos compulsivos o parientes con esta afección mostraban una subactivación en esta área del cerebro.

"Una alteración en la función de áreas del cerebro que controlan el comportamiento flexible probablemente predisponga a las personas a desarrollar síntomas rígidos compulsivos que son característicos del trastorno obsesivo compulsivo", explicó en un comunicado de prensa en el autor del estudio, el Dr. Samuel Chamberlain, del departamento de psiquiatría de la Universidad de Cambridge. "Este estudio muestra que estos cambios cerebrales son hereditarios y representan un factor de vulnerabilidad potencial. El diagnóstico actual del trastorno obsesivo compulsivo es subjetivo, y una mejor comprensión de las causas subyacentes de este trastorno podría conducir a un diagnóstico más preciso y a mejores tratamientos clínicos".

Artículo por HealthDay, traducido por Hispanicare
HealthDay
fuente:medlineplus