Embarazo, depresión y psicofármacos


Embarazo, depresión y psicofármacos

Jesús J. de la Gándara es psiquiatra y jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos


Hay momentos de la vida de la mujer en los que la depresión amenaza con aparecer como una visita incómoda, no sólo difícil de sobrellevar, sino que viene cuando menos se la necesita y se resiste a marcharse. Suele ser en etapas de tránsito, encrucijadas entre factores biológicos, psicológicos y sociales, poniendo en riesgo la salud personal y familiar. Uno de esos momentos críticos es el embarazo, que supone intensos cambios fisiológicos y psicológicos potencialmente estresantes, lo que supone que la morbilidad psiquiátrica aumente (20 a 40%).

El viejo mito de que el embarazo mejora a las "mujeres neuróticas" es sólo un mito. Pese a ello las decisiones clínicas se siguen adoptando de manera bastante intuitiva y se tiende a evitar los psicofármacos sin sopesar si es mayor el riesgo de darlos o de quitarlos. En la actualidad, se sabe que el riesgo de depresión en el embarazo es elevado y se relaciona con factores psicosociales (pareja, trabajo...), exigencias biológicas (cambios hormonales), y antecedentes personales.

Un factor clave es la supresión de psicofármacos en mujeres que los estaban tomando y estaban compensadas. Esta supresión parece una pauta casi obligada, pero en mujeres con factores de riesgo altos habría que pensárselo dos veces. Aun así, la tónica general es la supresión, ya que el miedo a las malformaciones supera al temor a las consecuencias de padecer una depresión.

Por eso, es encomiable la reciente aparición de un magnífico libro sobre 'Uso de psicofármacos en el embarazo y la lactancia' (Euromédice, 2009), dirigido por los Drs. Medrano, Zardoya y Pacheco del País Vasco, y una excelente revisión dirigida por la Dra. Kimberly A. Yonkers, de la Yale School of Medicine (New Haven, Estados Unidos).

La idea general es que aunque se han descrito ciertos riesgos con el uso algunos antidepresivos durante el primer y último trimestre del embarazo, estos riesgos son inespecíficos y no superan al de no hacer nada. Por eso, adoptando una postura sensata, los autores 'dictaminan' que los antidepresivos pueden ser necesarios para aliviar o prevenir las recaídas en los casos más graves, crónicos o recurrentes, y que el riesgo de aplicarlos es, en general, escaso. Aun así, en mujeres con depresión menos graves la psicoterapia sería una buena alternativa. En todo caso, la utilización combinada de fármacos y psicoterapia, de acuerdo con las necesidades de cada caso y momento, sería la pauta más apropiada. Lo recomendable sería mantener controles psiquiátricos frecuentes en mujeres con factores de riesgo, e intervenir inmediatamente que se detecten síntomas sospechosos.

Todo esto ya lo sabíamos, obviamente, pero a pesar de todo se siguen cometiendo muchos errores, que empiezan por no detectar ni diagnosticar casos de verdadera depresión (los cambios emocionales son lógicos y propios del embarazo, se confunden síntomas psíquicos y físicos de la depresión con los de la situación psicológica y somática de embarazo) o no tratarlos ("ya se pasará", "da miedo dar fármacos"...). Luego bienvenidos sean el libro y el artículo, ya que es un tema complejo que hay que mantener constantemente actualizado, sobre todo ahora que parece que la tasa de embarazos se recupera en España después de tantos años de infecundidad.

Ensalada de salud



http://www.elmundo.es/elmundosalud/blogs/saludmental.html
Jesús J. de la Gándara es psiquiatra y jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos.
Ensalada de salud

3 de noviembre de 2009.- Se celebró en Madrid, con cumplido éxito de crítica y público, el XIII Congreso Nacional de Psiquiatría bajo la tutela del Profesor Jerónimo Sáiz y su equipo, a quienes felicitamos por el éxito, pero sobre todo por haber atinado con el lema que lo ha presidido: 'Sin salud mental, no hay salud'. Y es que tienen razón. Siempre se ha dicho que si la cabeza va mal, todo va mal.

De nada te sirve tener estupendo el colesterol, las arterias, el bazo o el espinazo, si la cabeza no te funciona. Buena prueba de ello es que hasta hace bien poco, la mayoría de las personas enfermas mentales apenas se preocupaban de su salud física, ya tenían bastante con preocuparse por sus tribulaciones y angustias; ni sus médicos tampoco, bastante tenían con mejorar y estabilizar a los pacientes.

Ahora, la salud física de los enfermos mentales es un asunto prioritario para los psiquiatras, y los indicadores de salud general en los enfermos mentales han mejorado ostensiblemente en consonancia con la mejoría de los tratamientos y la promoción de actitudes preventivas e higiénicas. En definitiva, hoy sabemos que la buena salud física es cardinal para la vida de los enfermos mentales, pero para que se preocupen por ella han de estar bien cuidados, compensados, equilibrados y estables de la salud mental, lo cual sólo es posible con tratamientos eficaces, seguros y mantenidos.

Pero volvamos al lema: ¿Qué pasa con la salud mental de los enfermos somáticos? Pasa que, en general, las resistencias a todo lo que suene a mental o psiquiátrico hace que muchas personas con enfermedades somáticas crónicas, graves, incapacitantes, dolorosas y sufrientes accedan a las ayudas que la parte 'psico' de la medicina podría aportarles. Por ejemplo, la presencia de depresión o ansiedad en enfermedades dolorosas crónicas es abrumadora y la suma de ambos factores, el psíquico más el somático, acabará haciendo que muchas de esas enfermedades se hagan resistentes a los tratamientos, se cronifiquen o se compliquen con problemas laborales, sociales, etc.

Muchas personas con dolor más depresión acabarán teniendo bajo rendimiento, bajas laborales, incapacidades permanentes o, simplemente, siendo despedidas. Un reciente estudio español, realizado con más de 7.152 pacientes de Atención Primaria y presentado por uno de los investigadores, el doctor A. L. Montejo, lo refleja claramente: el 59% de los pacientes con ansiedad y el 78% de los pacientes con depresión presentan síntomas dolorosos, y la presencia de síntomas psíquicos más somáticos es lo que más deteriora el funcionamiento social y la productividad laboral.

Pero no queda ahí la cosa. Si es evidente que sin salud psíquica no hay salud física y sin ambas no hay salud social, resulta que sin ésta tampoco podremos estar bien de las anteriores. En efecto, eso es justamente lo que reflejan los resultados de otro estudio elaborado por investigadores de la Universidad de León (J. J. Fernández y colaboradores), recientemente dado a conocer. Afirma que el 60% de los trabajadores españoles reconoce sufrir problemas de salud mental por culpa de su trabajo. Entre los factores laborales de mayor riesgo se encontrarían las nuevas patologías laborales como el 'burn out' o la adicción al trabajo, y aún más en plena crisis, en la que la amenaza del paro o la sobrecarga de los que se mantienen, hacen del trabajo un asunto peligroso para la salud mental.

En definitiva, la idea fuerte es que comprobar cómo diversos datos provenientes de varias fuentes confluyen y confirman lo que siempre se ha dicho, que la salud es el resultado de un complicado entramado de elementos bio-psico-sociales, cualquiera que sea el orden de estos factores en la ecuación, aunque casi siempre se ha asociado más al concepto de salud lo somático que lo psíquico o lo social. Por eso es estimable que el lema del congreso anteponga lo 'psico' en la ecuación. Si no te funciona bien la cabeza, para nada te sirve tener bien las arterias, ni los huesos, ni nada.

Curiosamente, cuando estoy a punto de acabar este post, me llega último número de la revista 'Archives of General Psychiatry' (Oct. 2009) en que unos investigadores de la Universidad de Navarra (A. Sánchez-Villegas y colaboradores) demuestran que "la dieta mediterránea previene la depresión" ¡Estupendo! Qué mejor colofón para este artículo de 'saludes' españolas.

Los tres ingredientes de la salud unidos por la dieta mediterránea, que además de ser buena y rica, es asequible incluso en tiempos de crisis. Lo dicho, la salud global es como una sabrosa ensalada mediterránea, elaborada con elementos psíquicos y somáticos que posibilitan un funcionamiento social adecuado. Y lo mejor de todo es que tenemos datos españoles que lo confirman y nos permiten ser optimistas, para, como diría Séneca, "conservarnos buenos".

fuente:CRISTINA DE MARTOS
El saber sí ocupa lugar

* El hipocampo debe resetear la información que contiene para poder almacenar más
* Hacer ejercicio físico favorece el 'vaciado' de recuerdos en esta estructura
* El constante recambio de neuronas en esta área está detrás de este fenómeno



para que se formen nuevos recuerdos, es preciso borrar los antiguos. No significa que para aprender a conducir haya que olvidar la tabla del dos, porque este fenómeno no es generalizado. Sólo ocurre en una pequeña estructura del cerebro, dónde el continuo recambio de neuronas es esencial para que las viejas memorias desaparezcan y dejen sitio a las nuevas.

En los primeros compases de la formación de ciertos recuerdos es crucial la función del hipocampo, una estructura del cerebro situada en el lóbulo temporal que interviene en los procesos de aprendizaje y memoria. Cuando, al poco tiempo de adquirir un miedo lo evocamos, su recuperación depende de la actividad de esta área del sistema nervioso central. Pero, con el paso del tiempo, su activación se reduce sin que, por el contrario, dicho miedo desaparezca.

¿Qué ha sucedido entonces con ese recuerdo? Numerosos estudios indican que nuestro cerebro desplaza la memoria de unos compartimentos a otros, y acaba almacenada en estructuras superiores como el neocórtex. Este reseteo de la información del hipocampo tiene lugar "para preservar su capacidad de aprendizaje", explica un trabajo publicado en la revista 'Cell'.

Junto a este fenómeno del decaimiento de la actividad hipocampal durante la recuperación de recuerdos, los científicos han constatado otro sorprendente hallazgo: la continua regeneración neuronal en esta estructura. Esta neurogénesis se ha relacionado con procesos antidepresivos, algunas enfermedades del sistema nervioso central, el aprendizaje y la memoria. Tal vez, se aventuraron los autores del citado trabajo, también fuera responsable de mantener el hipocampo como una hoja en blanco.

Cada nueva neurona, para ser funcional, debe establecer conexiones con los circuitos que la rodean. Esta integración constante de células nerviosas en las redes hipocampales "podría alterar la información preexistente en ellas", señala el estudio, lo que explicaría por qué los recuerdos desaparecen de esta área.
Correr para aprender

Los investigadores, procedentes de la Universidad de Toyama (Japón), diseñaron dos experimentos. Trabajando con ratas cuya capacidad de neurogénesis había sido drásticamente limitada –bien mediante radiación bien genéticamente- comprobaron que la activación del hipocampo al evocar un determinado recuerdo se mantenía en el tiempo sin que parecieran debilitarse los circuitos que lo contenían.

Al inhibir la formación de nuevas neuronas, el periodo en el que las memorias permanecen en el hipocampo se prolongó. Hecho que sugiere cierta conexión entre ambos fenómenos.

Después, sometieron a otro grupo de ratas a una rutina que estimula la neurogénesis: el ejercicio físico. Tras dos semanas corriendo en una rueda, "la proliferación celular en el hipocampo aumentó marcadamente", explica el estudio. Al contrario de lo observado antes, el debilitamiento de la actividad del hipocampo se había acelerado en estos roedores sin que, por ese motivo, hubieran desaparecido los recuerdos.

Estos datos sugieren "la existencia de un mecanismo que coordina la pérdida de memoria en el hipocampo y su traslado a otras estructuras", señalan los autores. En ese trasvase de información, la neurogénesis del hipocampo desempeñaría un papel central, al desplazar a las viejas neuronas y alterar los circuitos nerviosos.

"El aumento de la neurogénesis causado por el ejercicio aceleraría la pérdida de memoria en el hipocampo y, al mismo tiempo, facilitaría su transferencia al neocórtex", ha explicado Kaoru Inokuchi, quien ha dirigido el estudio. "La capacidad de almacenamiento de recuerdos del hipocampo es limitada, pero el ejercicio puede incrementar [de este modo] la capacidad [total del cerebro]", añade.

Cuando el placebo funciona


Entiendo que le importe, así que nada de placebos; esta vez le daremos medicinas.” La frase sólo puede ser de un irreverente, y ese es House. El doctor más incisivo de la televisión la pronuncia cuando un hombre le exige que cure a un paciente, porque es su hermano. De acuerdo, la escena es ficción. Pero, como revelan varios ensayos clínicos desde los años cincuenta, los placebos existen, y el efecto que producen –el alivio de los síntomas o la curación de ciertos trastornos durante no más de nueve meses o un año–, también. Aunque han sido largo tiempo denostados por la sociedad y la comunidad científica, actualmente ya son muchos los profesionales que reconocen su eficacia. Eso sí, circunscrita a algunos límites.
“Placebo” viene del latín y se traduce por complacer. La palabra se utilizaba ya en la edad media para designar los lamentos que proferían las plañideras profesionales en los funerales, pero poco a poco fue empleándose en el ámbito médico, que lo ha tratado ampliamente en sus escritos. En 1811, el Diccionario médico de Hooper lo definía como “cualquier medicamento prescrito más para complacer que para beneficiar al paciente”, y actualmente, el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) explica que es una “sustancia que, careciendo por sí misma de acción terapéutica, produce algún efecto curativo en el enfermo, si este la recibe convencido de que esa sustancia producerealmente tal acción”. Las definiciones más recientes tratan de evitar, por tanto, el acento peyorativo, pues la historia del tratamiento médico y farmacológico va de la mano de los placebos. No obstante, son ampliamente empleados en los laboratorios para comprobar la eficacia de nuevas medicinas, y afecciones como el parkinson, la ansiedad, el estrés, el vértigo, los problemas de sueño, el asma e incluso los síntomas derivados de la abstinencia por drogas pueden ser controlados con el uso de placebos.
Raúl de la Fuente-Fernández, neurólogo del hospital Arquitecto Marcide de Ferrol, resalta en uno de sus estudios, publicado en la prestigiosa revista The Lancet, que “cualquier tratamiento puede actuar como placebo, pero lo que determina si existe el efecto placebo es la respuesta del paciente”. Es decir, un placebo puede tener forma de píldora, de inyección, de jarabe, de agua con azúcar o de ungüento hecho con baba de caracol o uña de gato, como antiguamente. Todavía hay abuelas que hacen cataplasmas de pan de centeno, vinagre y sal para que no duelan los golpes. Son remedios aparentemente ineficaces que, sin embargo, han conseguido eliminar dolores y ayudar a mucha gente a sentirse mejor. ¿Por qué? La respuesta está en el convencimiento del paciente. Es una cuestión de expectativa. Si una persona confía en el poder curativo del tratamiento y está animado para llevarlo a cabo, este será más eficaz.

ANALGÉSICO NATURAL
Hablar de expectativas de beneficio implica reivindicar el papel del cerebro. Aunque aún no se sabe a ciencia cierta qué mecanismos se ponen en marcha ante el efecto placebo, con el inicio de este siglo se dio un gran paso en la investigación. A los ensayos clínicos en humanos y a la experimentación animal se sumaron avances tecnológicos que permiten captar imágenes de la mente humana. Estas técnicas de neuroimagen sugieren que el efecto placebo está relacionado con la activación de los circuitos cerebrales encargados de codificar las recompensas, ubicados principalmente en el sistema límbico. Así, por ejemplo, la administración de una pastilla –da igual su composición– a un paciente con dolor puede hacer que el núcleo accumbens (destinado también a reconocer los estímulos placenteros) libere dopamina, endorfina y opiáceos, produciendo un efecto analgésico.
Otra parte de estas conexiones neuronales analiza el valor que el individuo da a la píldora y, como explica De la Fuente-Fernández, “modula las expectativas en función de la cultura, el aprendizaje y la experiencia previa”.
Estas sustancias cerebrales (los “placebos personales”, como las denomina el doctor Albert Figueras en su libro homónimo, publicado por Plataforma Editorial) son las mismas que se generan cuando una persona consume comida, drogas o practica sexo y le reportan placer.
Los mecanismos de recompensa también se activan en estos casos, lo que produce en el sujeto mayor o menor grado de adicción. Así que “el placebo también puede llegar a ser adictivo”, asegura el neurólogo de Ferrol. Pensemos, por ejemplo, en el chupete de los bebés. Se les mete en la boca cuando lloran; les relaja por la forma de la tetilla, similar al pezón del pecho de la madre o al biberón del que extraen comida; se calman, se duermen. Y si no nos damos cuenta y no ponemos límites al uso del chupete, criaremos niños que lo piden una y otra vez cuando ya están crecidos.


SUBIR EL ÁNIMO
El efecto placebo en la medicina puede variar de unas personas a otras y es muy personal. Dice De la Fuente-Fernández que “todo depende de que el paciente esté convencido de que va a mejorar”. Mens sana in corpore sano (mente sana en un cuerpo sano) promulgaba el poeta romano Juvenal ya en el siglo I. La cita, que ha trascendido hasta nuestros días y es la filosofía de mucha gente (deportista o no), aboga por la salud mental y física y, en cierta medida, las relaciona. ¿Se puede deducir, entonces, que con el cerebro, siendo positivos, podemos superar enfermedades? Figueras escribe en Tus placebos personales que “nuestro organismo tiene una capacidad natural para aliviarnos el dolor”. En términos más científicos, Rafael Maldonado, de la unidad de neurofarmacología del hospital del Mar, apela al estado anímico para “modular la respuesta inmune”. Vamos, que cuando más a gusto nos encontremos y mejor predisposición tengamos, más efectiva será la terapia. Por eso, Maldonado considera que “el tratamiento de cualquier patología tiene que ser integral: el médico dará la pastilla, pero también proporcionará apoyo psicológico”.

UN ENGAÑO polémico
La relación entre el doctor y el paciente es, por tanto, esencial. El primero tiene que crear un clima de confianza que haga que el segundo crea lo que le dice, desee curarse y potencie su buen ánimo y su positivismo. No obstante, un requisito indispensable para que exista el efecto placebo es que el enfermo desconozca que aquel tratamiento que sigue, aquella pastilla que toma, no tiene propiedades farmacológicas intrínsecas. Es un engaño necesario para posibilitar una mejor recuperación.
Esta es la razón de que el efecto placebo sea mal considerado socialmente y en algunos círculos médicos: hay quien cuestiona sus implicaciones éticas. Maldonado cree que “en determinadas situaciones, puede ser útil su uso”. De la Fuente-Fernández lo condiciona a la llamada declaración de Helsinki, que sólo admite el placebo “si no existe tratamiento de eficacia probada con el que comparar el tratamiento en investigación, o en circunstancias muy especiales si ya existe un tratamiento probado”. El neurólogo cree que “sólo ha de emplearse si no hay alternativa mejor y los ensayos clínicos indican que es beneficioso para la enfermedad del paciente”.
En ese sentido, Ricardo Ruiz-López, director del departamento de neurocirugía del dolor de la clínica del Dolor de Barcelona, es más crítico: “El efecto placebo debería dejar de usarse como arma terapéutica en mi campo, porque puede generar una infravaloración del dolor y, por tanto, falta de auxilio a la persona enferma”. Ruiz-López circunscribe su actuación a los ensayos clínicos, algunos de los cuales se realizan para determinar la eficacia de un medicamento. Se trata a un grupo de pacientes con placebo, a otro, con la medicina, y se comparan los efectos (entre sí y con gente a la que no se le ha proporcionado nada). Las personas con placebo suelen experimentar una mayor recuperación que las que no han recibido ningún tratamiento; pero lo importante es que el medicamento demuestre más efectividad que el placebo. Para De la Fuente-Fernández, procedimientos como estos son la prueba de que el placebo funciona. “Hay medicamentos que tienen muy difícil demostrar que son superiores al placebo”, dice. El ejemplo más reciente lo tenemos en los antidepresivos, cuestionados por un estudio difundido en la prensa británica el pasado mes de febrero que concluía que su eficacia es prácticamente la misma que la del placebo. Esta conclusión fue muy criticada por numerosos jefes de psiquiatría españoles.
Carmen Pichot, doctora de la clínica del Dolor, llama la atención sobre algunas consecuencias a las que se puede llegar con el empleo de placebos. “Si funcionan en un paciente, no significa que el dolor que sufría no fuera cierto.”

El FUTURO: LAS BASES BIOLÓGICAS
Hasta ahora, las investigaciones revelan que el efecto placebo es real y lo relacionan con ciertas partes del cerebro. Actualmente, las técnicas de neuroimagen están avanzando mucho, y es previsible que en unos años podamos saber exactamente qué mecanismos se activan y cómo funcionan. “Ya podremos conocer la base biológica del efecto placebo”, anuncia Maldonado. ¿Y qué supone esto? Una “ayuda para identificarlo claramente y separarlo de la terapia farmacológica, además de la mejora en el tratamiento de algunas patologías –añade–. Minimizaremos los síntomas de algunos trastornos sin usar fármacos”.

01/06/2008
Cuando el placebo funciona
Texto de Eva Cervera
Ilustraciones de Rosario Velasco
A veces, tomar una pastilla, aunque contenga sólo azúcar, alivia ciertos síntomas. El efecto placebo existe, y la clave parece estar en el cerebro del paciente. Ahora que se empiezan a desarrollar más las técnicas de neuroimagen, podremos saber exactamente qué ocurre y qué partes resultan implicadas Palabras, manos y fe
Las primeras conclusiones de los experimentos sobre el dolor del Instituto de Tecnología de California han revelado que la palabra también puede actuar como placebo. Si a alguien se le dice que sufrirá una descarga menor que la que se le aplica realmente, la persona siente menos dolor.

Es en este campo donde se inició la investigación sobre el efecto placebo, que ahora ya se ha empleado, sobre todo, en terapias contra adicciones, el abuso de drogas y el parkinson. "Si los pacientes con parkinson pierden neuronas que fabrican dopamina, y el placebo puede liberar dopamina, su efectividad y su beneficio clínico en este ámbito son incuestionables", afirma Raúl de la Fuente-Fernández, neurólogo del hospital Arquitecto Marcide de Ferrol.

Los estudios atribuyen hasta el 30% del efecto de cualquier terapia al placebo, aunque algunos médicos y científicos desconfían de esta cifra, pues la evolución natural de algunos trastornos podría falsear los resultados. De la Fuente-Fernández cree en las capacidades intrínsecas del cuerpo humano, pero advierte que hay que "saber ponerlas en marcha". Esto precisamente hacen terapias médicas como la acupuntura o la homeopatía (estimulación de las defensas propias del organismo). Es importante, además, conseguir que el paciente confíe en su curación.

En cierta medida, resulta ser una cuestión de fe, llevada al extremo a lo largo de los tiempos por brujos y santeros en las sociedades más creyentes. Y es que el placebo puede ser una píldora sin propiedades terapéuticas intrínsecas, una inyección, un medicamento que en realidad está prescrito para aliviar otra dolencia o una intervención quirúrgica simulada; pero también un objeto (brazaletes, collares, piedras, cocos), un animal o el contacto físico.

No es accidental que los chamanes cojan y acaricien las manos de las personas que les piden ayuda. En la medicina llamada tradicional, hay pacientes que sienten alivio simplemente con que el doctor les haga la exploración física, basada en el descubrimiento de anomalías mediante el tacto.
http://www.magazinedigital.com/salud/psicologia/reportaje/cnt_id/1974/pageID/3

En busca de una relación larga y feliz


Casarse, convivir sin casarse, vivir juntos pero aparte, nunca vivir juntos, da igual. La forma como se articula el amor de pareja se transforma según usos y costumbres, con la idea cada vez más apremiante de nivelar la preservación de la individualidad, de la autonomía, con el anhelo de cariño, afecto y refugio.
Si hay algo que no cambia, es que seguimos queriendo intercambiar amor en un contexto de pareja. Pero aun así, aquello que en un momento dado sentimos que es amor a menudo se acaba fundiendo y dura menos que un caramelo en la puerta de un colegio.
Inspiradas en diversas fuentes de estudiosos del amor y de la pareja, estas son unas pautas que podrían llamarse universales o básicas, sin las cuales las parejas no podrían nacer y gozar de una vida saludable y longeva:

Para empezar bien
• Elegir la pareja de un modo correcto y sensato. Hay que tener en cuenta que somos atraídos por muchas razones. Puede ser que una persona nos recuerde a alguien del pasado, que nos cubra de regalos y nos haga sentir importantes. Es recomendable elegir una pareja de la misma forma que se valora a un amigo: tener en cuenta el carácter, la personalidad, los valores, la generosidad de espíritu, la relación entre lo que dice y lo que hace y su relación con otras personas.
• Conocer la idea del otro sobre las relaciones. En nuestro tiempo existe mucha diversidad de conceptos e ideas divergentes sobre las relaciones. Sería básico tener las mismas ideas al respecto.
• No confundir atracción física y compatibilidad sexual con amor. Aunque parezca un lugar común, al principio de las relaciones es muy fácil equivocarse.
• Conocer las propias necesidades y hacerlas saber al otro. No esperar que el otro las adivine. Si se ocultan las necesidades, estas actúan como una agenda oculta que puede generar resentimientos y rabia si no acaban siendo cubiertas. La honestidad es la base de la intimidad.

Para mantener una relación saludable
• Considerar el respeto como actitud primordial. Tanto en el interior como en el exterior de la relación, habría que actuar de modo que la pareja siempre nos pueda respetar. El respeto mutuo es esencial.
• Considerar a la pareja como un equipo. Esto significa ser dos individuos únicos que aportan activos y perspectivas distintos. El valor de un equipo se apuntala en las diferencias.
• Gestionar con inteligencia las diferencias; esta es la clave del éxito. Los desacuerdos no son los que hunden las relaciones. Lo que sí las destruyen son los insultos y la hostilidad. Todas las parejas tienen conflictos de intereses. Sólo sobreviven las que saben negociarlos. No se debe confundir ignorar el conflicto con la paz.
• No dar nada por supuesto. Si hay algo que no se entiende del otro, no dudar en preguntar, hablar, explorar, cerciorarse. No reaccionar antes de hacerlo.
• Resolver los problemas en el momento que surgen. No dejar que se acumulen resentimientos. Estos se transforman en defensas de uno contra el otro convirtiéndolos en extraños e incluso en enemigos.
• Cada pareja crea actualmente sus propios roles. Estos ya no son los heredados por la cultura. Por esta razón hay que negociar y renegociar constantemente cada acto para mantenerse fluidos y preparados para todas las nuevas situaciones.
• Escuchar al otro de modo muy atento. No dar por sentado que ya se le conoce. Saber sus preocupaciones y quejas sin juzgarlo. Darle espacio para que se abra en confidencias. Tratar de ver las situaciones también desde la perspectiva del otro, con empatía.
• Luchar por mantener la cercanía entre los dos. Cuando esta se pierde, la pareja se distancia y existe el riesgo de que se busque en otras personas esta intimidad.
• Estar atento al crecimiento de la intimidad entre los dos. Esta se nutre de honestidad y apertura, de confiarse los miedos, preocupaciones y tristezas así como las esperanzas y los sueños.
• Intentar no irse a dormir enfadados. Tratar de acercarse con algo de ternura.
• Disculparse mucho, sin orgullo. Todos cometemos errores. Toda pareja que funciona utiliza muchas formas de compensación por los errores.
• Mantener la dependencia de la pareja en un nivel moderado. La excesiva dependencia del otro para las propias necesidades es una causa de infelicidad para ambos.
• Conservar el autorrespeto y la autoestima. Es más fácil para los demás estar con alguien que se aprecia a sí mismo.
• Alimentar la relación introduciendo intereses provenientes de fuera de esta. Cuantas más pasiones tenga una persona en su vida, más tendrá para compartir. No es realista esperar que una sola persona cubra todas nuestras necesidades.
• Colaborar como actitud permanente. Compartir responsabilidades. No olvidar que la relación de pareja es un dar y recibir constante. No es un amor incondicional.

Para sobrellevar los bajones.
• Aceptar y reconocer que una relación tiene sus subidas y bajadas, no siempre está en estado de felicidad perenne. Resolver conjuntamente los malos momentos fortalece la pareja.
• Aprender de una mala relación mirándola como un reflejo de las propias actitudes. No limitarse a escapar de una relación deteriorada, sino también tratar de entender que parte de nosotros es responsable de su final. Intentar cambiar uno mismo antes de cambiar de pareja para no repetir los problemas con la nueva.
• El amor no es algo permanente y fijo. Es un sentimiento que puede crecer o morir, según cómo tratamos y somos tratados. La pareja no está asentada en un amor incondicional. Los dos son responsables de su cuidado y alimento por medio de un amor activo y atento al día a día.


Actitudes clave para una buena relación de pareja
1. Prestar total atención al otro.
2. Conocer bien y darse a conocer.
3. Respetarse mutuamente.
4. Discriminar entre lo aceptable y lo no aceptable.
5. Negociar las diferencias día a día.
6. Compartir responsabilidades.
7. Disculparse con frecuencia.
8. Responsabilizarse de mantener activo el amor.
9. Cumplir el compromiso bilateral de la pareja.
10. Pedir lo que se necesita.