Cómo reconocer y superar la depresión
por Mario Pereyra
fuente:elcentinela

Un día Isabel (38 años, 2 hijos adolescentes) se despertó angustiada y sin ganas de levantarse. No sabía qué le pasaba, se sentía sin fuerzas y desganada. Se quedó más tiempo en la cama, hasta que obligada por las responsabilidades decidió levantarse. Prácticamente no podía levantar las piernas que le pesaban como una tonelada cada una. Vio la cocina desarreglada y le dio asco. No pudo soportar el desorden y el trabajo que la esperaba. Volvió a la habitación, cerró las cortinas y se desplomó en la cama para no levantarse más... Perdió el apetito, el sueño, el deseo sexual y el interés por la vida. Pasaba las horas pensando, rumiando culpas y desgracias. Una tristeza profunda la embargó. Los días pasaron sin que se recuperara, hasta que el esposo e hijos la llevaron al médico, quien la derivó al psiquiatra. Finalmente la internaron con el diagnóstico de depresión anímica.

Isabel resulta una de las 340 millones de personas que en el mundo entero padecen depresión, según el informe de la Organización Mundial de la Salud.1 La OMS asegura que aproximadamente el 4 por ciento de la población mundial es víctima de esta peste moderna, aunque otros estudios elevan ese porcentaje al 9,5.2 Se estima que a lo largo de la vida, el 20 por ciento de las personas (uno de cada cinco) sufrirá algún trastorno depresivo que requerirá tratamiento médico.3Otro dato estremecedor es que cada año se suicidan más de un millón de personas, una cada 40 segundos, el 80 por ciento de las cuales fueron motivadas por la depresión.4 Lo más grave es que estos trastornos van en aumento, previéndose para el 2020 que la depresión será la segunda enfermedad más frecuente en el mundo, después de las enfermedades del corazón.5 Por eso se ha llamado la enfermedad de la tristeza: “la epidemia de las sociedades modernas en el siglo XXI”.6
Formas clínicas de la depresión

Isabel padeció un trastorno del estado del ánimo conocido como “estado depresivo mayor” (ver cuadro 1). Por lo general ocurre cuando la persona se ve abrumada por situaciones dolorosas, como la pérdida de un ser querido o haber sufrido mucho estrés. Su aparición es frecuente entre los 37 a 45 años (preclimaterio) en las mujeres, y entre los 51 a los 60 (preinvolución) en los varones. Su duración varía de dos o tres semanas hasta los 45 años y suele extenderse al aumentar la edad. Otra forma más grave y de peor pronóstico es la depresión endógena. Se presenta bajo la forma de estados depresivos periódicos repetidos.

Cuando aparece la depresión con fases de euforia descontrolada o episodios maníacos (ver cuadro 2), se denomina “depresión bipolar”. Supone una predisposición constitucional y hereditaria. Es más frecuente en el período de involución y son más afectadas las mujeres que los hombres. Cuando la depresión tiene una duración de dos años o más, con síntomas similares que el estado depresivo mayor pero de menor intensidad, se le denomina “distimia”.

Otra modalidad es la “depresión enmascarada o larvada”. Es difícil de diagnosticar, porque se manifiesta con trastornos físicos de tipo digestivo (pesadez gástrica, dolores abdominales, sensación de llenura, etc.), cardiovascular (palpitaciones, espasmos y “pinchazos”), dolor de cabeza, insomnio, mareos, debilidad en las piernas, sudoración, dolores difusos, entre otros. Esta situación puede llevar al paciente de un médico a otro durante meses o años, retardando el tratamiento adecuado. Dice el Dr. Jorge Insúa: “Es probable que de un tercio a dos tercios de los pacientes de 40 años de edad que son vistos por médicos generales y aun especialistas tengan depresiones enmascaradas”.7
"Doctor, ¿qué hago?"

Si usted reúne los indicadores de los cuadros que aparecen más abajo, tiene una depresión clínica y necesita tratamiento. Debe consultar inmediatamente a un psiquiatra o a un psicólogo clínico. Una depresión sin tratamiento empeora a lo largo del tiempo y tiene un pronóstico desfavorable. Hay personas que padecen varias crisis depresivas a lo largo de su vida, en tanto otras han tenido un solo episodio y no han experimentado más recaídas. En general, el tratamiento previene las recaídas. El tratamiento permite abordar los problemas y situaciones de la vida y modificar las conductas y acciones que favorecen la aparición del episodio depresivo.

Si su depresión es leve, ya que tiene algunos de los criterios pero no todos los necesarios para el diagnóstico del trastorno anímico, probablemente también necesite ayuda especializada (psiquiátrica o psicológica), pero pueden ayudarlo los consejos siguientes que hemos desarrollado más extensamente en nuestro libro: ¡Sea feliz! Cómo vencer la depresión y controlar la ansiedad”.8

1. No se deje atrapar por los problemas. ¿Su mente está concentrada permanentemente en alguna preocupación que lo inquieta? ¿Cargos de conciencia? ¿Nostalgia por alguien querido que no está más? ¿Incapacidad para enfrentar cierta situación difícil? ¿Autorreproches o culpa? ¿Se siente enojado por alguna injusticia? ¡No se ponga a rumiar los problemas! Encuéntreles una solución o acepte la situación si no tiene remedio. Si no lo hace, puede llegar a perder el control de sus pensamientos y caer en la obsesión y la ansiedad, que es la antesala de la depresión.

2. No se encierre. Salga. Alejarse de la gente, encerrarse en la casa y hundirse en la cama, no es solución. Continúe con sus tareas en la casa, en el patio, en el jardín. Juegue con sus hijos, ayúdelos en los deberes, llévelos a pasear. Participe de las charlas familiares y con amigos. Salga de su casa. Busque nuevas actividades que desarrollen aspiraciones hasta ahora olvidadas.

3. Realice actividad física sistemáticamente. Una caminata diaria a paso vivo, el cultivo del jardín o la práctica de algún deporte estimulan la circulación sanguínea, activan el funcionamiento glandular y proporcionan una agradable sensación de bienestar. El cansancio emocional nos desgasta, en tanto que la actividad física intensa nos desintoxica y proporciona un sueño reconfortante y placentero.

4. Siéntase útil y necesario. Seguramente hay quienes necesitan su presencia en alguna comisión de la escuela de su hijo, del vecindario, del club o de la iglesia. No hay nada más gratificante que ayudar al prójimo y hacer cosas positivas por los demás.

5. Lleve una vida ordenada. ¡Cuidado con los excesos! Duerma ocho horas diarias. No trabaje hasta el agotamiento. Coma siempre con moderación, en especial a la noche. No se ponga nervioso. Evite las discusiones, no se irrite, mantenga la calma.

6. Elimine los estimulantes químicos. Usted sabe que fumar hace mal. Trate de evitarlo; se sentirá más tranquilo y contento, y ayudará a sus pulmones para que circule mejor la sangre. No tome bebidas alcohólicas; este tóxico, luego de una primera fase de excitación, ejerce una acción depresiva. Cuídese también del café y el té (el té de hierbas está bien), pues afectan el sistema nervioso y minan las defensas naturales del organismo.

7. Mire hacia adelante. Trace planes para el futuro. Tenga un proyecto de vida. Cultive una actitud esperanzada. El que tiene un porqué para vivir, puede soportar las cosas más terribles; pero el que no le ve sentido a su vida, ni tiene una meta ni un propósito, está perdido. Como dijo Bern Williams: “Nunca una noche ha vencido al amanecer, y nunca un problema ha vencido a la esperanza”.
Cuadro 1—Criterios para el diagnóstico de un Episodio Depresivo Mayor (DSM-IV)9

La presencia de cinco (o más) de los siguientes síntomas —incluyendo los dos primeros—, durante un período de dos semanas o más, que representan un cambio de la conducta previa:

1. Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día.
2. Notable disminución del interés o de la capacidad para el placer en todas o casi todas las actividades habituales.
3. Aumento o pérdida significativa de peso, sin hacer ningún régimen, o disminución o incremento del apetito;
4. Insomnio o hipersomnio.
5. Agitación o entorpecimiento psicomotor casi cada día.
6. Fatiga o pérdida de energía.
7. Sentimientos excesivos o inadecuados de inutilidad o culpa.
8. Disminución de la capacidad para pensar o concentrarse o indecisión.
9. Ideas recurrentes de muerte o de suicidio.


Cuadro 2—Criterios para el episodio hipomaníaco (DSM-IV) 10

A. Un período diferenciado durante el que el estado de ánimo es persistentemente elevado, expansivo o irritable durante al menos 4 días y que es claramente diferente del estado de ánimo habitual.

B. Durante el período de alteración del estado de ánimo, han persistido tres (o más) de los siguientes síntomas (cuatro si el estado de ánimo es sólo irritable) en un grado significativo:

1. Autoestima exagerada o grandiosidad.
2. Disminución de la necesidad de dormir (p. ej., se siente descansado tras sólo 3 horas de sueño).
3. Habladuría excesiva.
4. Fuga de ideas o experiencia subjetiva de que el pensamiento está acelerado.
5. Distraibilidad (p. ej., la atención se desvía demasiado fácilmente hacia estímulos externos.
6. Aumento de la actividad intencionada (ya sea socialmente, en el trabajo o los estudios o sexualmente) o agitación psicomotora.
7. Implicación excesiva en actividades placenteras que tienen un alto potencial para producir consecuencias graves (p. ej., enzarzarse en compras irrefrenables, indiscreciones sexuales o inversiones económicas alocadas).

El autor es psicólogo y escribe desde Nuevo León, México.

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toc y ataques de panico





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Aprende a controlar tus pensamientos obsesivos



Cuando tienes una discusión, ¿te quedas repitiendo una y mil veces la escena? ¿No puedes dormirte, pensando que quizás no te despiertes a horario? ¿Sientes que tu cabeza es tomada por tus propios pensamientos y pierdes el control de su flujo?
Considera estos tips y podrás recuperar el control sobre los pensamientos que te inquietan.

Pasos
1

Activa tu cuerpo sin forzarte a dejar de pensar. Aplica tu energía hacia la realización de alguna actividad física, y tus pensamientos tenderán a reorientarse por sí solos.
2

Cambia de ambiente cuando tus pensamientos se vuelvan reiterativos: toma aire fresco en el balcón, camina por el parque, vete a realizar una compra. Al modificar el entorno, tus pensamientos tenderán a adaptarse a la nueva situación y se despejará tu mente.
3

Desacredita las ideas u opiniones resultantes de pensamientos obsesivos. La obsesión logra que percibas las cosas de manera desproporcionada y tengas una visión deformada de la realidad. No tomes decisiones a partir de ese tipo de pensamientos.
4

Respira profundamente varias veces, hasta sentir con nitidez la entrada y salida de aire de tus pulmones. Podrás "correrte" de los pensamientos obsesivos. Tú no eres tus pensamientos, ellos son sólo un subproducto de tu actividad mental.
5

Aléjate de los pensamientos obsesivos. Afirma que tú eres su creador y que ellos nada pueden hacer sin tu consentimiento. Imagina que eres un ajedrecista y ellos son piezas que deben obedecer tus indicaciones.
6

Si los pensamientos obsesivos son generados a partir de un problema real, reserva en tu agenda el tiempo necesario para resolverlo. La obsesión puede ser generada por la ansiedad que te causa tal problema, y no por una debilidad de tu pensamiento.
7

Morigera tu autoexigencia. No asumas que eres el único responsable de solucionar todos los problemas de tu entorno. Es frecuente que este modelo de pensamiento, sumado a las exigencias reales del medio, genere patrones de pensamientos repetitivos.
8

En lo posible, evita las situaciones que suelen traerte pensamientos obsesivos. Y nunca participes de ellas cuando te sientas cansado, débil o mal preparado para enfrentarlas.
Importante

* Identifica con claridad la fuente real de tus problemas, es decir, las condiciones que generan en ti emociones, pensamientos y acciones obsesivas. No es dejando de pensar como recuperarás el control, sino desarticulando esas situaciones y reencauzando tu pensamiento hacia la construcción de la realidad a que aspiras.
* No dudes en buscar ayuda. Consulta con tu médico quien te indicará como proceder, y si es necesario podrá derivarte al especialista adecuado.
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en busca de la felicidad


EFECTOS POSITIVOS SOBRE LA SALUD


MARÍA SAINZ

La felicidad es, quizás, el sentimiento más codiciado por la raza humana. Bálsamo de todos los males, son muy pocas las personas que se impliquen verdaderamente en alcanzarla. Algunos creen que sólo los 'simples' podrán lograrla; otros creen que no existe; y varios prefieren centrarse en la opuesta y complementaria tristeza. La 'emoción de la sonrisa' existe pero hay que trabajar duro para disfrutar de ella.

Con el objetivo de mejorar la autoestima de los españoles en tiempos de crisis, el Consejo Superior de Cámaras de Comercio, junto con 18 empresas privadas, ha lanzado una campaña publicitaria en la que distintos personajes anónimos y famosos (Buenafuente, Pau Gasol o Angels Barceló, entre otros) alientan a la población a 'tirar' para adelante. Posibles intereses económicos a parte -la sociedad compra menos por miedo a la falta de dinero- lo cierto es que la iniciativa da con algunas de las claves de la felicidad: "Recuperar la confianza", "contagiar la esperanza", "buscar los motivos para animarse"...
¿Por qué ser feliz?

Lo principal razón para buscar y encontrar el 'paraíso emocional' es la salud. Hace escasas dos semanas, la revista de la Sociedad Europea de Cardiología ('European Heart Journal') se hacía eco de un trabajo en el que se muestra una relación entre el "afecto positivo" (sentimientos de alegría, entusiasmo, felicidad, excitación y satisfacción) y la mejor salud cardiovascular.

Sus autores, procedentes de la Universidad de Columbia (EEUU) y dirigidos por Karina W. Davidson, analizaron y relacionaron las emociones optimistas y depresivas y los signos de enfermedad cardiaca de más de 1.700 personas. Tras un periodo de seguimiento de 10 años, vieron que estos componentes están íntimamente ligados. Los más 'felices' tuvieron un 22% menos de riesgo de padecer un problema cardiovascular que los que presentaron alguna emoción negativa. Y cuanto peor era el estado emocional, mayor la probabilidad de que el corazón sufriera, literalmente.

Así que, igual que la felicidad protege, la depresión perjudica. Un editorial, aparecido en la misma publicación, comenta la existencia de un 'circulo vicioso': estar deprimido perjudica al corazón y esta enfermedad aumenta, a su vez, los niveles de tristeza. Contra esto, el uso de antidepresivos no siempre ayuda. Como explica a elmundo.es el firmante del comentario, Bertram Pitt, de la Universidad de Michigan (EEUU), estos medicamentos a veces no protegen al paciente ya que, por ejemplo, sus efectos secundarios pueden incrementar la posibilidad de sufrir un episodio cardiaco.

Los efectos sobre la salud van mucho más allá. Un artículo recogido hace unos años en 'Jano', y firmado por J. A. Flórez-Lozano (Universidad de Oviedo), incidía en varias enfermedades que se ven propiciadas por los pensamientos y actitudes negativas: "asma, artritis, cefaleas, úlceras pépticas, enfermedades infecciosas [...] De ahí la importancia terapéutica de rebatir los pensamientos pesimistas que nos anulan y coartan".

Por si estas razones médicas no fueran suficientes, la felicidad también puede buscarse por los demás. Para apoyar al resto tenemos que ayudarnos primero a nosotros. Nuestra alegría impacta en el entorno que nos rodea y esto, como última consecuencia, también acabará beneficiándonos.
¿Por qué no lo somos?

La tendencia actual es la tristeza, algo que muchos estudiosos no acaban de entender. Éste es el caso del psiquiatra Jaime Adán-Manes que lamenta la preponderancia de un sentimiento que empaña la realidad. En un trabajo firmado por él, y aparecido en 'Atención Primaria', este especialista denuncia el sobrediagnóstico de los casos de depresión por parte de los médicos de cabecera; un resultado que le hizo reflexionar en las causas del pesimismo de las sociedades de consumo.
[foto de la noticia]

La educación tiene mucho que ver con este predominio del lamento. "En la actualidad, estamos acostumbrados a obtener una satisfacción inmediata de todos los caprichos, con lo que desarrollamos una tolerancia muy baja a la frustración. Esto también fomenta que busquemos una solución rápida a los problemas optando, por ejemplo, por tomar una pastilla para que nos 'anestesie', sin solventar realmente la razón por la que nos encontramos mal", declara a elmundo.es Adán-Manes.

Como aclara este experto, existe alegría porque existe tristeza, las dos son necesarias, y si se anulan estos sentimientos es "como si viviéramos en el mundo feliz de Aldous Huxley, en el que todos los habitantes son homogéneos y todo es de color gris". En este sentido, tanto los médicos como los pacientes tienen la culpa de esta infelicidad y de que se considera la tristeza como una enfermedad.

"Los médicos de cabecera deberían poder alentar a las personas y diferenciar si lo que les pasa es legítimo o patológico. Pero la falta de tiempo a menudo les impide realizar esta distinción de forma adecuada [...] Por otro lado, es más sencillo para los individuos el no responsabilizarse y optar por que sufren una enfermedad como la depresión; algo que no siempre es cierto", apunta este experto español.

Como él mismo añade: "A veces nos encontramos mal y lo que tenemos es que aguantarnos y hacer frente a la situación, no huir de ella. Por ejemplo, si una relación sentimental no funciona o si se sufre en el entorno laboral [...] La psicoterapia puede ayudar mucho en la búsqueda de los detonantes de este malestar, que no siempre se identifican pero cuya presencia se hace evidente mediante síntomas, como la ansiedad".
¿Cómo serlo?

Además de los budistas, que parecen haber dado con la clave para ser felices, los 'ciudadanos de a pie' también pueden conquistar este sentimiento. Eso sí, para ello hay que ponerse manos a la obra y hacer un importante trabajo de introspección y de toma de responsabilidades.

Para Jaime Adán-Manes, que se declara seguidor de la filosofía estoica, el problema básico es que estamos buscando el tesoro en el lugar inadecuado. "No se encuentra en las cosas efímeras ni en las que dependen de factores externos [...] La felicidad nos la proporciona lo que depende de nosotros", apunta este psiquiatra. Pensar en lo que nos satisface, valorar más lo que tenemos, realizar una justa medida de las cosas... El trabajo psicológico es esencial para acercarse a 'las ocho letras'.

No puede olvidarse el ámbito social. Como explica el artículo aparecido en 'The European Heart Journal', las relaciones con otras personas pueden ser muy beneficiosas: sentir el apoyo del grupo y cumplir un rol dentro de él. Aquí nos encontramos otro 'pez que se muerde la cola': somos felices con los demás y éstos nos hacen felices.

También se tiene que trabajar mucho a nivel conductual y físico. Hacer por sentirse bien, combatir los pensamientos negativos, desarrollar actitudes más respetuosas y, a la vez, hacer ejercicio, cuidar nuestra dieta y nuestro descanso, etc.
Un proyecto de felicidad

Parece, por lo tanto, que las emociones positivas se trabajan. Una máxima que tiene muy claro Gretchen Rubin una escritora que ha dedicado un año entero de su vida a desarrollar lo que ella denomina su 'proyecto de felicidad'. Como recoge en su blog y en su libro, tras 12 meses logró sentirse mucho mejor.
Un pantallazo del blog 'The Happiness Project'.

Un pantallazo del blog 'The Happiness Project'.

Su ardua labor comenzó con la identificación de una serie de mandamientos: "Ser Gretchen", "Dejarlo pasar", "Actuar como quiero sentirme", "Hacerlo ahora", "Ser educada y justa", "Disfrutar el proceso"... Y así hasta 12. "Cada uno tiene que elegir sus propias resoluciones, pueden ser más o menos, pero es básico identificarlas y seguir una disciplina", asegura esta escritora a elmundo.es.

Con sus decisiones en mente, Rubin se propuso cada semana mejorar algún aspecto de su vida. Desde dormir más, hasta abandonar la comida 'basura', pasando por cantar con sus hijas por la mañana, probar la meditación, tener más tiempo libre, llamar a viejos amigos o reírse bien alto. "Es un reto actuar feliz y, sobre todo, serlo [...] Algunas personas creen que ser feliz muestra una falta de valores y que la infelicidad es una señal de profundidad", sentencia.

Por las 'entradas' en su blog y por el éxito que está teniendo su libro, que ha alcanzado el número uno en la lista de superventas de 'The New York Times', parece que muchas personas han captado la importancia de tomar un papel activo en su felicidad. Nada tan valioso viene regalado.
http://www.elmundo.es/elmundosalud/2010/02/26/neurociencia/1267207096.html

¿Qué es la Negligencia Emocional?



Negligencia Emocional


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http://www.abusoemocional.com/negligencia-emocional/
¿Qué es la Negligencia Emocional?

Para comprender este término es necesario definir primero la palabra “negligencia”. Negligencia significa descuido o abandono, entre otras cosas. Negligencia, también es sinónimo de desinterés, desidia, apatía, dejadez, desgano e indolencia.

Con frecuencia, en una familia disfuncional, el abuso emocional por parte de uno de los padres suele generar la negligencia emocional del otro, especialmente con respecto a los hijos. Esto se debe a un error de criterio al establecer las prioridades emocionales de los miembros de la familia, por un lado, y la necesidad de preservar la unidad familiar, por el otro.

Cuando uno de los padres (la madre o el padre, indistintamente) maltrata psicológicamente al otro cónyuge (o a los hijos), y dicho cónyuge no protege la salud emocional de los niños (o la propia), entonces está cometiendo negligencia emocional.

Es común ver, que en el afán por preservar la unidad familiar, un cónyuge (hombre o mujer), que es víctima de abuso emocional por parte de su pareja, no logre separarse de ésta, aun cuando está en juego el bienestar emocional de los hijos.

El apego enfermizo de una víctima con un abusador se conoce también como Síndrome de Estocolmo. Cabe destacar que tanto víctimas como abusadores pueden ser tanto hombres como mujeres. Cuando hablamos de una víctima de abuso emocional, no nos referimos específicamente a una mujer. Las víctimas pueden ser mujeres, hombres, (adultos, niños, adolescentes, ancianos), y lo mismo ocurre cuando hablamos de un(a) abusador(a). El abusador no es, específicamente, un hombre; puede ser también una mujer. De hecho, cada vez hay más hombres que denuncian el maltrato emocional por parte de “abusadoras” mujeres (parejas, jefas, madres, etc.)

Es bastante común, también, que una madre o un padre decida soportar cualquier tipo de abuso con tal de no perder a su pareja. El impacto del maltrato emocional o la violencia física sobre los hijos, suele ser devastador. Los niños que viven en un ambiente familiar dónde el abuso emocional es moneda corriente, sufren un estrés permanente que se traduce en distintos trastornos y problemas de conducta. Algunos de estos problemas que surgen en los niños como consecuencia del abuso y la negligencia emocional son: depresión o apatía permanentes, falta de voluntad, introversión, problemas de relación con sus pares, trastornos alimenticios, problemas para dormir o necesidad dormir excesivamente, enuresis, problemas de conducta (berrinches, morder a los compañeros de escuela o a los hermanos), etc.

El padre (padre o madre) que permite que el abuso emocional continúe ocurriendo, sin ponerle un límite a la situación, está cometiendo negligencia contra sus propios hijos, ya que los obliga a ellos también a tolerar esos abusos. Hay muchos padres y madres que sacrifican el bienestar emocional de sus hijos (y el propio) en un intento por conservar a su pareja o de preservar la unidad familiar.

Lamentablemente, a veces hay que tomar la dura decisión de separase de un abusador porque la salud emocional de los niños es mucho más importante y tiene una prioridad más alta que el hecho de retener a una pareja o de preservar una unidad familiar, cuando esa unidad familiar es altamente nociva o negativa para la formación de los menores.

Además de descuidar las necesidades emocionales de los niños, el padre (padre o madre) que tolera el abuso emocional, establece un modelo de conducta muy negativo ya que les enseña a los niños a tolerar abusos, humillaciones, maltrato, etc. Un padre o una madre que no se respeta a sí mismo, enseña a sus hijos a no ser respetados.

Sacrificar la salud emocional de los hijos, a cambio de mantener una familia o una pareja, es pagar un precio muy alto por lo que se desea conservar. A veces, una buena terapia familiar y/o de pareja puede solucionar el problema. Pero, en casos extremos, es de suma importancia que las víctimas de abuso emocional, logren separarse del abusador.

Un caso grave, tomado de la vida real, es el de la familia López, dónde el padre estaba cumpliendo una condena de 9 meses en prisión por violencia doméstica. La madre lo había denunciado después que el padre la había golpeado delante de sus hijas. El matrimonio tenía cuatros hijas, de las cuáles la hija mayor, de 19 años de edad, había dejado el hogar familiar al cumplir la mayoría de edad porque no toleraba los episodios de violencia doméstica y vivía con cualquiera que le diera un lugar en su casa. La segunda hija del matrimonio, tenía graves problemas de salud mental como consecuencia de ser testigo de los incidentes constantes de abuso físico y emocional, y el Departamento del Menor y la Familia de esa ciudad, le había quitado a los padres la custodia de la menor y la había colocado en un centro de tratamiento residencial para jóvenes con problemas de conducta y de salud mental. La hija que seguía en edad, de sólo 15 años, estaba embarazada y se presumía que el padre era un vecino del lugar, desempleado, de 27 años de edad. La menor de las hijas, de 12 años de edad, había pedido quedarse en la casa de su tía, meses atrás, y se quedó a vivir con ella de modo permanente.

La madre solicitó servicios y ayuda al Departamento del Menor y la Familia, que hizo todas las remisiones necesarias para que la madre obtuviera todos los servicios que necesitaba para ella y sus hijas. En una de sus declaraciones, la madre explicó que había denunciado a su esposo por un incidente de violencia doméstica y que temía por su seguridad y la de las niñas, cuando éste saliera de prisión. Tan sólo dos semanas después, la madre había cambiado de opinión y declaró que ella y su esposo pensaban volver a vivir juntos cuando él saliera de prisión y que deseaban tener a todas sus hijas con ellos para mantener a la familia unida.

Si ella o su esposo hubieran completado con éxito algún tratamiento para personas con problemas de violencia doméstica, la reunificación de toda la familia sería el resultado ideal y deseado. Pero, lamentablemente, éste no era el caso. Tanto la madre como el padre negaban tener problemas de violencia doméstica o de cometer negligencia emocional contra sus hijas. Ante una situación como ésta, el regreso de las niñas al hogar familiar no era, claramente, en el mejor interés de ellas. Como si fuera poco, la madre culpó al Departamento del Menor y la Familia por no ayudarle a reunificar a su familia completa.

En otro caso, completamente diferente, una mujer casada comienza a tener un amorío extramatrimonial con otro hombre, también casado. Esta mujer, en su necesidad de pasar la mayor cantidad de tiempo posible con su amante, deja solos a sus hijos (ya adolescentes) en el hogar. El padre de los menores trabaja todo el día y no sabe que su mujer tiene un amante. Los hijos van a la escuela y cuando regresan al hogar no hay nadie que los supervise. Como consecuencia, los hijos van por la vida sin rumbo, atravesando la complicada etapa de la adolescencia sin una guía, sin un apoyo, ni contención emocional o supervisión adulta alguna. Como es de esperar, los jóvenes intuyen que su madre esconde algo por la manera en que actúa y sufren en silencio. Con el tiempo, ante el abandono físico y emocional de ambos padres, los jóvenes adolescentes se refugian en las drogas, el alcohol y las malas compañías.

Para empeorar las cosas, cuando el marido descubre que su esposa le engaña con otro hombre, no duda en armar un escándalo, mostrarse como víctima y contar todo, abiertamente, delante de sus hijos. El padre termina abandonado el hogar para comenzar una nueva vida y deja a los hijos a cargo de la esposa infiel. La madre continúa su relación con su amante y los hijos son abandonados y descuidados física y emocionalmente por partida doble.

Muchas veces, en su dolor o en su incompetencia, las personas se vuelven egoístas con sus hijos y priorizan sus propias necesidades antes de priorizar las necesidades emocionales de los hijos. La función de los padres (padre y madre) es la de proteger y velar por la salud emocional de los hijos. Los hijos no piden venir al mundo, los adultos los traen, y esto implica un compromiso profundo de por vida.

Se comete negligencia emocional cada vez que se descuidan las necesidades emocionales de los hijos. También se comete negligencia emocional cuando se obliga a los hijos a mentir o a cubrir hechos inadecuados o delictivos. La negligencia emocional también es una forma de abuso, ya que también deteriora profundamente la autoestima y el sentido de valor personal de un niño.

La mujer maltratadora



José Luis Cano Gil - Psicoterapeuta y Escritor



A todos los maridos desdichados,
ignorados y discriminados.



La mujer maltratadora

El tabú silenciado



Todos conocemos el grave problema del maltrato psicológico y físico de las mujeres por parte de muchos hombres. Sin embargo, hay también otra desgracia, extremadamente frecuente, que es la violencia psíquica (y también física) de la mujer contra el varón. Contra su pareja. Como ya existe abundante información sobre el primer tema, examinaremos aquí con algún detalle el segundo -un drama tabú-, a fin de obtener una visión más completa del maltrato doméstico. (1).

Es un hecho que, para desdicha de sí mismas y de quienes las rodean, numerosas mujeres se casan no tanto por amor a su pareja -y ni siquiera desde un amor al hombre en general o con suficiente aptitud para la convivencia o la maternidad-, cuanto por motivos neuróticos o conveniencia práctica (necesidad de huir de su familia, soledad, embarazo no deseado, interés económico, imitación o presión social, etc.) (2). Es fácil entender que, desde tales premisas, tras las primeras semanas de romance y en cuanto la mujer "toma posesión" de su nueva situación de casada, muchas de ellas comenzarán a descargar sus amarguras inconscientes sin resolver contra su chivo más cercano: su marido. (Los hijos son víctimas propiciatorias aún más fáciles, pero éste es otro tema [9]). Comenzará así la pesadilla oculta de los hombres maltratados.

La conducta de estas mujeres es siempre la misma: culpan de forma exclusiva, desproporcionada y permanente a sus maridos de los problemas inherentes a toda convivencia, presentándose ellas mismas como las "víctimas" ajenas e inocentes de los siempre "graves" defectos de su pareja. No hay diálogo, no hay autocrítica, no hay humildad, no hay disculpas; la percepción de la mujer siempre es inequívoca y furiosa: "¡es por tu culpa, eres un egoísta, eres un inútil, eres un idiota, eres un desagradecido!", etc.; y desfoga contra él toda su rabia y su desprecio. Si el marido se muestra cariñoso: "¡eres un pesado, eres un crío, siempre estás con el sexo, sólo piensas en ti!", etc. Si se defiende hostilmente: "¡a mí no me hables así, qué te has creído, te denunciaré!", etc. Si se repliega para protegerse: "¡sólo vas a lo tuyo, me tienes abandonada, nunca me has querido", etc. Y si el hombre, demasiado inmaduro y dependiente de la figura femenina -su fantasía maternal y sexual-, renuncia definitivamente a sí mismo y se somete patológicamente a su mujer, entonces ella aún lo desprecia más: "¡eres un blando, un inepto, un calzonazos, me das asco!" De modo que, haga él lo que haga, ella siempre encontrará la manera de deformar la realidad para justificar su compulsiva necesidad de agredirlo y humillarlo. (3)

En los casos leves, estas mujeres son simplemente mandonas, exigentes, manipuladoras y desdeñosas con sus parejas (10). Cuando, en cambio, su narcisismo ya es patológico (p.ej., sufren un verdadero trastorno de personalidad, etc.), su violencia emocional resultará terrible (5), y también puede ser física (bofetadas, arañazos, patadas, golpes con objetos, amenaza con objetos punzantes o armas, etc.). Pero no suelen hacer nada para separarse de sus "odiadas" víctimas; ni tampoco renuncian a los bienes -dinero, lujos, prestigio social, amistades- que aquéllas puedan proporcionarle. Por otro lado, algunas de estas mujeres, aun pudiendo trabajar, no quieren hacerlo; o, si trabajan, guardan su dinero para sí mismas negándose a compartir los gastos domésticos. Argumentan que el marido debe mantenerlas en "justa compensación por lo mucho que sufren por su culpa", o porque "ya hacen bastante cuidando de la casa". Al margen del machismo implícito en tales excusas, vemos claramente que su pretensión de "lavar" con dinero los asuntos conyugales y neuróticos -o, digámoslo sin ambages, su afán de castigar o vengarse del marido beneficiándose de su dinero-, no evidencia sino su deseo inconsciente de vivir a sus expensas, es decir, de depender y explotarlo emocional y económicamente (4). Cuanto más dinero gana el hombre, más feroz puede ser dicha dependencia explotadora.

Ante semejante situación, muchos hombres buscarán consciente o inconscientemente el amor y el sexo en otra parte, es decir, tenderán a ser infieles. Cuando son descubiertos -lo que suele ocurrir, a veces porque ellos mismos buscan inadvertidamente el castigo que creen merecer-, la brutalidad se cierne sobre ellos. La esposa engañada, fuera de sí, gritará: "¡ajá, ya lo sabía yo, eres un cerdo, todos los hombres sois iguales, ¿quién es esa p...?, ¡ella se va a enterar!", etc.; y escenificará todo tipo de escándalos familiares y públicos, manipulará y se entrometerá en las vidas de terceros, etc. La exageración de su respuesta dependerá también de su educación, su familia y su clase sociocultural.

Ahora bien, ¿son los celos o el dolor ante el posible abandono lo que motiva estos estallidos, como ellas creen? En absoluto. Lo que sufren estas mujeres es la humillación insoportable de su narcisismo burlado, y la no menor frustración de haber perdido el control absoluto sobre la vida y la conducta de su marido. Éste no sólo ha escapado del redil -aunque sea brevemente-, sino que la otra mujer podría quitar a la esposa el cetro de su dominio patológico. Y si esto llegara a suceder, ¿cómo podría sobrevivir emocional y económicamente la maltratadora? Hay un fondo de terror y envidia en la furia de la engañada. Llegada a este punto, puede reaccionar de dos maneras principales: o aumentará sus malos tratos contra el marido durante meses (por mucho que éste vuelva a su lado y se disculpe continuamente), o exigirá el divorcio inmediatamente. Ambas reacciones demuestran su nulo interés inconsciente por comprender y reparar el matrimonio. Los procesos legales de separación tenderán a ser extremadamente conflictivos, abusivos e incluso, a veces, con la alianza del prejuicio social -que hasta hoy ha favorecido a la mujer-, claramente injustos contra el varón.

Muchos hombres, naturalmente, no soportarán este infierno (6). Algunos buscarán alivio en el alcohol, las drogas, la prostitución, el trabajo o los amigos -dando así más pábulo a su mujer-, o desarrollarán trastornos psicológicos (depresión, problemas laborales y sociales, dificultades sexuales, etc.), sin atinar, desde luego, a divorciarse. Pese a sus tormentos, siguen siendo infantilmente dependientes de su verduga, a la que sienten inconscientemente como una madre justiciera que, en realidad, "suele tener razón y les da su merecido" (7). Son hombres inmaduros, depresivos, inhibidos, sin autoestima -aunque pueden tener gran éxito en lo profesional y social-, y sufren en secreto hasta que se sienten definitivamente confundidos, culpabilizados, anulados por la esposa. Ya no saben qué sienten, qué piensan, qué desean hacer ellos mismos -y no la voz dictadora- con su matrimonio y con su vida.

No les cabe esperar ninguna comprensión por parte de la sociedad, que contempla su problema con indiferencia, incredulidad o humor. Después de todo, ¿no es perfectamente normal -y muy "latina"- la relación entre la mujer "de carácter" y el pobre diablo sumiso? ¿No se explicaron siempre chistes e historias, e incluso se realizaron grandes obras de arte al respecto? Además, ¿no es cierto que es feo quejarse, y que "los hombres no lloran", y que "las mujeres son más sensibles y amorosas que los varones"? "Mientras la sangre no llegue al río".... Así, paradójicamente, tanto por prejuicios machistas como feministas el tormento emocional masculino, simplemente, "no existe".

El tabú de la mujer maltratadora no sólo es perjudicial para los hombres sino también, obviamente, para las propias mujeres, que jamás llegan a concienciar y resolver su neurosis. No son tiránicas porque sean "malvadas", sino porque nunca dejaron de ser niñas solitarias y desesperadas. Por muchas razones, casi siempre su infancia fue vacía, desdichada, llena de desamor e incluso malos tratos. Aunque cambiaran mil veces de marido, mil veces volverían a utilizarlo para exorcizar sus demonios, que sólo largas y costosas terapias podrían erradicar. Pero no las harán pues, en definitiva, ellas no tienen ningún motivo para cambiar; es el hombre quien paga -en este caso- el precio más caro. De modo que, en general, tendrá que ser sólo él quien, con ayuda de psicólogos y/o abogados, luche por su felicidad.

Ojalá, en fin, este artículo contribuya un poco a bosquejar la magnitud de un problema que, por negado, es doblemente dramático (8).


1. Ver también "La violencia doméstica", donde esbozamos una exposición general del tema. (Zona de Autor) subir

2. Esto también es aplicable a muchos hombres, pero las consecuencias suelen ser diferentes por las causas psicodinámicas expuestas en "Hombres y mujeres: Manual de Instrucciones" (Zona de Autor) subir

3. Lo que caracteriza al maltratador/a no es que el otro/a no pueda ser también problemático/a (recordemos que, a veces, el maltrato es mutuo), sino que se siente por encima de toda autocrítica, de modo que cualquier posibilidad de comprensión, diálogo y negociación por su parte está descartada de antemano. En realidad, su necesidad primordial inconsciente es culpar a la víctima de su propia infelicidad intrínseca. Ver "El narcisismo" (Zona de Autor) subir

4. El/la narcisista, por definición, no puede vivir sin aferrarse y dominar/explotar al otro/a. subir

5. Burlas, críticas, insultos, denigración en público, difamación, indiferencia, coacciones, amenazas, prohibiciones, castigos, chantaje emocional y sexual, acoso físico y telefónico, mentiras, venganzas, destrozo de objetos personales de la víctima, acusaciones falsas, celos paranoicos, envidias patológicas, lavado de cerebro, manipulación de parientes y amigos, manipulación de los hijos, etc. Una escena típica: subir

6. Por no hablar de las terribles consecuencias sobre los hijos. subir

7. A veces, en efecto, estos hombres sufrieron madres muy similares. subir

8. El actual "pensamiento único" sobre la violencia de género suele ignorar bastante el sufrimiento masculino. El lector/a interesado/a puede investigar por sí mismo el problema. (Ver, p.ej., links recomendados abajo). subir

9. Es un tabú extremadamente silenciado el de la brutalidad emocional e incluso física de algunas mujeres contra sus hijos. subir

10. Un ejemplo real en la calle: una pareja joven -de unos 25 años- sale de unos grandes almacenes. Hace mucho frío. Él va cargado con cuatro grandes bolsas y ella, vestida con aire "sexy", camina a su lado con las manos cómodamente embutidas en su pequeña cazadora blanca. De pronto, una pareja de "Testigas de Jehová" les intercepta, cambian unas palabras y le entregan a la chica una pequeña revista, que coge con una mano. Las "Testigas de Jehová" se van. En seguida, la revista cae de la mano de la mujer y ésta, metiéndose de nuevo las manos en los bolsillos, se detiene y ordena al chico: "Cógela". Éste, refunfuñando, deja trabajosamente las bolsas en el suelo, recoge la revista y... se la entrega.
http://www.psicodinamicajlc.com/articulos/jlc/muj_malt.html