'Abuelos-golondrina'



La itinerancia de personas mayores por distintos hogares familiares tiene aparentes ventajas en lo afectivo, pero acaba causando en ellas efectos devastadores


Llegadas las vacaciones no son pocas las familias que buscan solución residencial para los mayores que viven a su cargo, sobre todo cuando el anciano no está en condiciones de emprender el viaje programado por el grupo. Unos contratan cuidadores y otros recurren a los centros asistenciales, pero también hay quienes dejan a la persona mayor en casa de otros familiares. Esta última fórmula es en apariencia la menos traumática de todas; y sin embargo para muchos ancianos representa la peor época del año, debido a los cambios que le ocasiona en sus hábitos de vida.

Los ancianos que cambian de domicilio en verano son la versión estacional de lo que se ha dado en llamar 'abuelos golondrina', un fenómeno creciente que desde hace unos años viene siendo objeto de atención por parte de los especialistas. Se trata de personas mayores dependientes constantemente atendidas por hijos o familiares próximos, pero no en un mismo hogar; como las aves migratorias, van cambiando de domicilio por temporadas, según el acuerdo al que en cada caso hayan llegado sus parientes.

Este 'reparto del anciano' presenta abundantes ventajas para quienes lo acogen en sus casas, pues, además de equilibrar las cargas entre varias personas y grupos familiares, permite que éstos mantengan con el mayor una relación afectiva más directa e intensa que si viviera solo en su propia casa o se alojara en una residencia. Aunque a primera vista parece una solución menos deshumanizada que las otras, sin embargo se ha observado en los 'ancianos-golondrina' una tendencia al agravamiento de los trastornos y síndromes que padecen.

Adiós a 'la casa'

En otras épocas, la estructura familiar giraba en torno a 'la casa': el hogar donde se habían ido sucediendo padres e hijos hasta que éstos se emancipaban. La vida familiar mantenía un hilo lineal que enlazaba unas generaciones con otras. En la medida en que los mayores iban envejeciendo, más vinculados quedaban a su casa de siempre y eran los sucesores quienes decidían permanecer en ella o fundar otros hogares. Pero normalmente siempre quedaba en el domicilio un grupo familiar renovado que garantizaba tanto la continuidad de la casa como el cuidado de los más ancianos.

Sin embargo, hoy día ha quedado difuminado aquel concepto de residencia estable, de clara raigambre rural. El medio urbano, los cambios en las estructuras familiares, las dificultades de acceso a la vivienda y los diferentes papeles de los individuos en lo laboral y en lo doméstico propician el nomadismo. Y de esta tendencia no podían quedar excluidos los mayores.

Pero lo que para los más jóvenes apenas plantea dificultades, para el anciano dependiente supone una sacudida permanente de efectos devastadores. Los puntos de referencia afectivos y emocionales se confunden, tanto en el paisaje físico como en el humano. Por grande que sea el esfuerzo de los suyos para facilitarle la adaptación, el abuelo-golondrina sabe o intuye que en un breve plazo de tiempo tendrá que someterse a otro traslado. Dentro de la casa, cambiarán el lecho, los muebles y la decoración. Fuera de ella, tendrá que despedirse de sus amistades y hacer otras nuevas, y reconocer calles y barrios distintos en un tránsito permanente. Como las normas de funcionamiento no serán las mismas en cada hogar -igual que habrá diferencias de trato y de afecto entre parientes-, la golondrina acabará desconcertada, cuando no lastrada por el sentimiento culpable de ser una carga para los demás.

La sensación de pérdida y de extrañeza provoca que muchos de estos ancianos se suman en una derrotada melancolía. La fórmula adoptada por los suyos para, con la mejor intención, hacerles sentirse arropados y seguros, acaba provocando el efecto opuesto y acelerando su declive. Nunca llega a verse como un elemento más de la unidad familiar porque no participa de las decisiones del grupo. Está con un pie dentro y otro fuera, con la maleta preparada para el siguiente traslado, y eso hace que nadie le pida opinión. La golondrina languidece privada de libertad en su jaula de oro.

Atención médica

Además del desarraigo, la desorientación y el miedo al rechazo, la sucesión de estancias cortas en diferentes domicilios crea un problema de atención sanitaria nada baladí. Los médicos de familia topan con dificultades para el seguimiento del enfermo mayor por falta de información. Cuando no es un historial incompleto, es la resistencia del propio paciente a explicar sus antecedentes, sea por falta de confianza en el rosario de sucesivos profesionales desconocidos que siempre le hacen las mismas preguntas, sea por las limitaciones propias de su estado. El médico 'de toda la vida' que sabía de las dolencias -y de las manías- del paciente ya no existe para estos nómadas de ambulatorio a quienes resulta poco menos que imposible prestar una atención en condiciones.

Indiscutiblemente, el calor humano y la proximidad continua de los seres queridos compensan en parte todos los trastornos de la itinerancia. El drama está en que a veces el afecto no lo resuelve todo. Y menos todavía si ese afecto no puede llegar a su destinatario porque nunca para quieto en el mismo sitio, convertido en un viajero aturdido que pasa de largo, condenado a saltar de fonda en fonda hasta el fin del trayecto. CICERÓN

MARCELLO MASTROIANNI

ARTHUR SCHOPENHAUER