La homosexualidad verdadera y la homosexualidad como defensa


La homosexualidad verdadera y la homosexualidad como defensa.
Marco Antonio Dupont Muñoz*
http://www.psicologiamiradaintegral.com


La intención de este trabajo es explorar las fronteras que existen entre la homosexualidad que aquí denomino “verdadera” y aquellos otros cuadros clínicos donde la homosexualidad aparece como una fantasía o como una actuación, surgida bajo la ansiedad concomitante a una elaboración edípica perturbada. Ilustraré mi argumentación mediante casos clínicos de mi consulta privada.
Queda marginada en este escrito la consideración relativa a la etiología orgánica de la homosexualidad verdadera. Mi punto de vista contempla prioritariamente a los factores psicológicos genéticos, dinámicos y estructurales como determinantes, y en todo caso precipitantes, en ausencia o presencia de aquellos otros ligados a la biología.


Sobre el marco teórico. Considero tres factores que en su desarrollo generan las bases de la personalidad, estos son el narcisismo, la imagen corporal y la identidad. Tales factores surgen de las vivencias tempranas que modulan la vida instintiva bajo la influencia de las relaciones con el objeto.
Considero que la mente se construye a partir de la internalización del objeto primario y de sus funciones, y la función matriz del objeto primario es la contención y elaboración de la ansiedad del recién nacido.
La función del maternaje, internalizada por el bebé, termina siendo un objeto de identificación junto con sus funciones. Allí se construye el espacio que es continente de los contenidos mentales.
En esta virtualidad que hace unidad de la pareja materno infantil, la llegada del padre impone una triangularidad que plantea, sea el apareamiento con la madre que excluye al infante, o el apareamiento con el infante que excluye a la madre. La internalización de la figura del padre como un nuevo objeto de identificación, junto con las vicisitudes edípicas que promueve, serán los determinantes de la idea, entre realista e ilusoria, del sí mismo.
Considero que el “quién soy” y el “cómo soy”, como identidad y como imagen corporal, en calidad de gérmenes por desarrollar, se aglutinan en torno al narcisismo. En su origen, tal desarrollo deviene en el espacio mental que es producto de la internalización del objeto materno y de sus funciones. El ingreso del objeto paterno en el espacio mental del niño o de la niña, es posterior al de la madre y su influencia como objeto de identidad será determinado por los umbrales de tolerancia de la madre. Los umbrales de tolerancia lo son a la ruptura de la fusión materno infantil y a su diferenciación.
Considero que la homosexualidad verdadera se define cuando el desarrollo temprano aquí reseñado, ofrece valores negativos. Esto es, cuando el niño o la niña se han hallado atrapados preedípicamente en una matriz narcisista que interfiere en el juego interactivo e identificatorio con el tercero. Sólo la madre y sus objetos internos acceden al espacio mental de los infantes.
La homosexualidad como defensa aparece sólo cuando el triángulo edípico se ha establecido. Las alteraciones en la elaboración del Edipo generan deseos y fantasías incestuosas de gran fuerza, siendo responsables de cuadros clínicos donde la homosexualidad opera como una defensa ante la actuación incestuosa. El sentido funcional de la defensa es “primero homosexual que incestuoso”. En las entrañas del síntoma se descubre la ansiedad persecutoria retaliativa, la obsesividad y la periódica depresión. En estos casos, estando establecida la constelación triangular, aunque perturbada, es accesible su rectificación mediante la integración depresiva de los objetos primarios. La transferencia, y especialmente la contratransferencia, llegan a sugerir al analista que él, como objeto, puede tener acceso a los procesos identificatorios del paciente. Esto es algo que nunca ocurre en los casos de homosexualidad verdadera.


Casos clínicos

El paciente A me fue referido por una colega después de un análisis prolongado donde se llegó a la conclusión de que A requiere de un analista que, como un padre, lo ayude a rectificar una homosexualidad que le resulta abrumadora.
El paciente es un hombre que pasa de los treinta, muy aliñado y de modales delicados. Su grado académico más alto es el bachillerato. Ulteriormente descubrió que poseía habilidades en el diseño de modas y logró suficiente éxito como para instalar su propia tienda y taller de modas. Su condición económica es más que desahogada.
Consumó un matrimonio con una agraciada joven de sociedad con la que muy pronto surgieron impedimentos derivados de una sexualidad insatisfactoria y querellas familiares con los suegros y cuñados. Un año después se consumó el divorcio.
El paciente es un gran narcisista en cuya historia, la belleza de su madre, su inteligencia, más innumerables virtudes, la han transformado en imagen idealizada e inalcanzable. La admiración y el respeto que le profesa se acercan a una religiosidad incuestionable. Los aspectos persecutorios que subyacen a esta visión materna son proyectados en el género femenino, con quien sólo se conecta sea mediante una rabiosa sumisión, el apaciguamiento, o con un desprecio arrogante.
El padre aparece en su historial como un puro satélite de la madre. Su diseño es el de un buen hombre, mediocre, al que desprecia e ignora. Solo en contadas ocasiones le reconoce el mérito de ser un buen proveedor.
Durante el proceso analítico conmigo, el intento de ingresar a su mundo interno como una figura consistente que accediera a la identificación, sólo quedó en una aceptación racional. No me fue difícil percibir que a pesar del mucho tiempo y esfuerzo invertido en el análisis de los objetos parentales, la figura masculina del analista sólo podría ocupar el nicho del padre con todas y cada una de sus características irreparables. La mente del paciente A, en mi contratransferencia, era como una catedral dedicada al culto de un ser supremo: su madre. Sólo pude ayudarlo a lograr una adaptación razonable a su homosexualidad, librándolo de buena parte de sus sentimientos de culpa y minusvalía.
En este paciente la fusión con el narcisismo, la imagen corporal y la identidad de la madre, hicieron imposible mi entrada en el área de la identificación. Es posible que así haya ocurrido con el objeto paterno al comienzo de su desarrollo.
El paciente B es un hombre entrado en los cuarentas. Es un profesionista exitoso que forma parte del bufete fundado por su padre en el que participan tres hermanos menores, todos de la misma profesión. B está casado con una mujer cuya madurez es dudosa. Procrearon tres hijos ya adolescentes. El paciente tiene en su haber varios intentos terapéuticos de lo más variado, que ha abandonado por resultarle insatisfactorio, sea el terapeuta o el procedimiento utilizado.
Desde las primeras entrevistas B expresó su motivación fundamental para buscar ayuda: su ansiedad persecutoria lo invadía periódicamente y cada vez en forma más aguda. El perseguidor estaba proyectado sobre diversos personajes relacionados con sus actividades profesionales. Muy pronto fue posible reducir su ansiedad persecutoria a motivos de trascendencia más básica: La vida del paciente se ha ido complicando gravemente dado que la vive doblemente, como honorable padre de familia, altamente responsable por el bienestar de su esposa e hijos, y como un personaje siniestro que asiste regularmente a tugurios y cines de barriada en cuyos sanitarios entra en contacto con jóvenes homosexuales con quienes su actividad preferida es el felatio y eventualmente la penetración. Allí encuentra una mezcla de placer y peligro que le resulta la experiencia más excitante. Sin embargo, la bisexualidad activa lo mantiene dividido.
B anhela ser un padre ejemplar, un modelo para sus hijos que ya crecen y sospechan de lo que él ha creído que es su vida secreta. La insatisfacción sexual de su esposa, que él trata de aliviar con dádiva tras dádiva, crece y las protestas y acusaciones hacen de la familia entera un caos.
La encrucijada en la que se halla este hombre, comenzó a descifrarse cuando sus sueños revelaron experiencias infantiles violatorias cuyo contenido se asemeja al de su vida secreta.
En la transferencia, yo soy un seductor-violador y también alguien que mágicamente lo va a salvar de su conflicto existencial, pero con una solución que le permita ambas vidas con la tranquilidad necesaria para gozar de lo que él considera una linda familia, y a la vez de su actividad erótica, perversa y homosexual.
En la historia de B, el padre actual se erige como el temible perseguidor, ya viejo y débil, al que procura cuidar con una mezcla de reverencia y desprecio.
En este caso fue posible aclarar las fantasías vindicativas, que en esencia pretenderían saldar cuentas con el padre, en nombre propio y de la madre, con quien B estaba completamente identificado. B dedicó gran parte de su vida a ello en la compulsión repetitiva de su trauma infantil. No me sorprendió que desertara del tratamiento, porque ni él parecía dispuesto a enfrentar su realidad infantil, ni yo poseía las dotes mágicas que él reclamaba.
La paciente C acudió a mi consultorio acompañada de su madre, quien concertó telefónicamente la entrevista. Llegaron ambas mujeres y la madre aguardó en la sala de espera.
La paciente C es una joven mujer de veintisiete años de edad aunque representa menos. Es casada y tiene dos hijos. Es alta, bien formada aunque un poco hombruna por su complexión casi atlética. Me dejó la impresión, por su pobre aliño, de que podría haber sido arrancada a toda prisa de su cama para acudir a la consulta. La madre, en contraste, se advertía cuidadosamente vestida y maquillada.
En esa primera entrevista encontré a C en una de sus más agudas crisis de angustia. Atropelladamente me relató que es homosexual desde tiempo atrás y con gran aprehensión se refirió a los pensamientos que la torturaban de manera obsesiva. El sentido de tales pensamientos, que la asaltan y no puede evitar, contiene el deseo de hacer el amor con una mujer, y experimenta un irrefrenable atractivo erótico hacia el cuerpo de las mujeres que ve en la calle, en la televisión o en las revistas. Estas experiencias la angustian en tal medida que ha llegado a recluirse primero en su casa, luego en su cama y hasta bajo sus cobijas.
La paciente, en los últimos tiempos, ha descuidado a sus dos pequeños hijos, al hogar y al marido. Su servicio doméstico ha cubierto algunas de las tareas que le corresponden, bajo el auxilio de la madre, quien en todo momento parece dispuesta a ayudarla. El marido le guarda mucha paciencia, la quiere lo suficiente como para tolerar los períodos críticos que padece, aunque ignora la razón de su padecimiento. A pesar de ello C no deja de advertir que su marido comienza a agotar su paciencia. Ella se obliga a aceptar los requerimientos sexuales de él sin experimentar ningún placer, aunque han habido períodos en que el placer ha sido pleno.
Aparentemente esta situación se instaló por primera vez a los dieciocho años y cedió rápidamente tras una breve intervención psicoterapéutica. Sin embargo, en adelante reapareció por breves períodos remitiendo espontáneamente y siempre con los mismos contenidos emocionales e ideativos. Es desde tres meses antes de la entrevista que el cuadro clínico descrito se ha mostrado irreversible y tiende a incrementarse. Nunca ha tenido actuaciones homosexuales, salvo juegos infantiles con condiscípulas.
Inicié su tratamiento recibiéndola tres horas a la semana frente a frente porque no aceptó el uso del diván. Tras un largo período catártico y evacuativo, comencé a vislumbrar el sentido de sus síntomas que derivaban en una trama primariamente defensiva de carácter obsesivo. La primera crisis que recuerda, a los dieciocho años, apareció tras de que su hermano mayor, de quien se consideraba la consentida, contrajo matrimonio. La novia del hermano, ahora su cuñada, le despertaba una rivalidad irrefrenable, la criticaba y despreciaba, la odiaba intensamente. Sin embargo, tras el matrimonio, la cuñada se fue tornando en “su mejor amiga y confidente”. Paralelamente a estos eventos, la paciente se sintió enamorada de un joven condiscípulo con quien estuvo muy cerca de mantener relaciones sexuales, cosa que no ocurrió gracias a los consejos de su cuñada y confidente. Fue en este punto cuando apareció la primera crisis donde se declaraba homosexual. En adelante, la reaparición del cuadro clínico fue coincidente con eventos semejantes, es decir: el vínculo con una mujer que le despierta sentimientos hostiles y que llega a odiar conscientemente, a la que se somete, e inconscientemente transforma el odio en amor. Se trata de la formulación inversa a la freudiana que reza “no la amo, la odio”, ahora obsesivamente transformada en “no la odio, la amo”.
En la actualidad, la crisis por la que se encontraba C en mi consultorio, parecía despertada bajo el estímulo de su relación con la suegra, descrita como una mujer poderosa que capitaneaba una empresa con su pequeño ejército de hijos, el más pequeño y sometido de los cuales es el marido de mi paciente. La suegra ejerce su dominio no sólo en el trabajo sino igualmente en el hogar de los hijos, a tal punto que a mi paciente le ha resultado absolutamente insoportable todo aquello que debería tolerar con una sonrisa complaciente, igual que sus concuñas. Sin embargo, la rebeldía y el odio que le despierta la suegra ha podido ser transformado en una cariñosa tolerancia y hasta en una dulce resignación. Paralelamente, gracias a su mecánica obsesiva, surgía rampante la angustia homosexual.
El análisis ha hecho posible rastrear los orígenes del padecimiento y de la sintomatología de C. Primero ha sido en la transferencia donde la paciente se conduce como una chiquilla entre coqueta, juguetona y temerosa. Luego, a través de su comunicación verbal donde se advierten las vicisitudes de un edipo en el que figura una madre sobreprotectora, atrapante y abrumadoramente controladora, quien como rival fue la mujer más odiada, denigrada y despreciada por la paciente.
El amor de ambas mujeres al mismo hombre, el padre de C, las convirtió en rivales de amores, lo cual parecía divertir al padre, quien es un atractivo señor, ya entrado en años, pero muy seductor con la hija.
En este caso, la homosexualidad de la paciente adquirió un carácter defensivo frente al conjunto de circunstancias que privaron en la situación triangular primaria. Estas son: El juego seductor del padre, la homosexualidad latente de la madre, su control sobre la hija, la rivalidad entre ambas y la predominante mecánica obsesiva de la paciente.
El paciente D está en análisis conmigo desde hace ocho años. Es un hombre que tiene y representa treinta y seis años de edad. Es soltero, estudia un doctorado y trabaja en una empresa familiar que él fundó al lado de sus hermanos. Cuando solicitó tratamiento me advirtió que era la alternativa para seguir con vida. Su soledad, aislamiento, vacuidad e incapacidad para entablar relaciones duraderas con los seres humanos ya le eran insoportables. El nivel de sufrimiento del paciente era tan extremo que los pensamientos suicidas eran su único alivio. Su vida se restringía al trabajo, donde siempre se desempeñó con excelente eficiencia e iniciativa, la universidad, donde siempre fue buen estudiante y su departamento pequeño y descuidado, atendido una vez por semana por una señora que se encargaba de la limpieza y un orden dudoso en las mínimas pertenencias de su habitante. Nunca pudo hacerse de un amigo, una novia, una compañera. Su único acompañante era el perro de unos vecinos al que le tenía mucho miedo, pero del que extrañaba sus ladridos nocturnos. Buscó ayuda siguiendo la recomendación de una maestra de la licenciatura a quien sin duda despertó simpatía y conmiseración.
Este paciente experimentaba todo género de prejuicios en relación a su sentimiento de minusvalía. Se sentía desplazado y maltratado ante la más leve crítica. Era, y en alguna manera es todavía, fácilmente irritable por todo aquello que le haga sentir insuficiente. A estas alturas de su vida sólo ha tenido un fracasado intento de relaciones sexuales con una mujer pública, intento que para su infortunio lo enfrentó con un travesti.
La triste experiencia de este paciente esquizoide, promovió que, estando ya en análisis, aflorara su convicción de ser homosexual, asunto que muy cuidadosamente me había ocultado todo el tiempo, y con el que justificaba su gran timidez ante los hombres y las mujeres. Como bien puede advertirse, el temor de ser homosexual y las fantasías que lo acompañaban, no fue la razón por la que buscó ayuda, sino un descubrimiento que surgió al intentar vincularse con una mujer. La convicción de ser homosexual venía formando parte de su constelación esquizoide total.
Fueron años de trabajo los que permitieron vislumbrar la naturaleza defensiva de la convicción que tenía el paciente de ser homosexual. La historia de su vida consigna que su padre falleció cuando él contaba con cuatro años de edad. Pero desde que tenía tres, la madre cayó en un cuadro crónico que se diagnosticó como depresión mayor del que no se recuperó, falleciendo cuando D contaba con diecinueve años de edad.
Con la muerte del padre, la familia se halló en condiciones críticas en cuanto a lo económico, que se agudizó ante la necesidad de atender a la madre enferma. Mi paciente fue el quinto entre seis hermanos, y cuando falleció el padre, con la relativa ayuda de un tío lejano, los hermanos mayores, que apenas eran adolescentes, pudieron sacar adelante a la familia entera. Los seis hermanos son profesionistas y personas trabajadoras. El hermano menor está recluido en una institución psiquiátrica y se le considera un enfermo crónico.
Estas circunstancias, que privaron mientras la madre vivió y se le atendió en una casa, fueron la razón de que los dos hermanos menores, los que no podían más que estudiar y estar en casa, fuesen los encargados de atender a la madre enferma. Esto significaba administrarle sus medicamentos, alimentarla y atender sus necesidades personales de aseo y limpieza, para lo cual se turnaban el hermano menor y mi paciente.
Lo que ha comunicado D, con mucho sufrimiento y dolor, se refiere a la excitación sexual que le despertaba la atención íntima de su madre, cuando había la necesidad de bañarla, vestirla y ayudarla a realizar sus necesidades fisiológicas. El llegar a masturbarse, sistemáticamente tras cumplir sus tareas, es un hábito que aún conserva al llegar a su departamento, pero que en aquellos años se convirtió en un ritual en el que las fantasías eróticas con mujeres ajenas disfrazaban la persona de la madre.
En este caso, como en el anterior, parece evidente que la angustia homosexual posee el mismo contenido defensivo de ansiedades derivadas de una elaboración incompleta o defectuosa del edipo, en el que la fantasía incestuosa es relevante.


Conclusiones

La homosexualidad que denomino verdadera y aquella otra que considero defensiva, sólo es posible distinguirlas en la clínica. Las fronteras que las separa se ubica en el grado de presencia del tercero, el padre, en la pareja materno-infantil, y en la tolerancia de la madre para que el hijo o la hija accedan a la internalización de la imagen paterna.
En mi experiencia y en mi casuística, de donde he desprendido estos cuatro casos, lo que se podría denominar rectificación de la preferencia homosexual, sólo es posible cuando se trata de una homosexualidad de carácter defensivo y nunca de una homosexualidad verdadera. Pero repito, es mi opinión y es mi experiencia.
En este último sentido, la experiencia en la clínica, puedo añadir que contratransferencialmente es posible percibir en los casos de homosexualidad verdadera, la inaccesibilidad de la figura simbólica del analista a los procesos de identificación del paciente, lo que sí ocurre cuando se trata de una homosexualidad defensiva.
Por último, en la transferencia, resulta claro y obvio de qué manera se repiten pautas que privaron en el desarrollo temprano, muy a pesar de los procesos represivos que ofrezca el paciente. Tal cosa suele permitir la definición de qué tipo de homosexualidad es la que se enfrenta.




Resumen
Se exploran las fronteras que existen entre la homosexualidad que denomino “verdadera” y ciertos cuadros clínicos donde la homosexualidad es actuación de una fantasía derivada de un edipo mal resuelto.
Se definen las bases genéticas de la personalidad desde el narcisismo y sus vicisitudes, la imagen corporal y el logro de identidad. En su establecimiento, es fundamental y definitorio la calidad y características del objeto primario internalizado.
Se define la Homosexualidad Verdadera cuando sólo la madre y sus objetos internos acceden al espacio mental de los infantes, quedando atrapados preedípicamente en una matriz narcisista que interfiere en el juego interactivo e identificatorio con el tercero. En la homosexualidad como defensa, el triángulo edípico que sí se establece, mal elaborado aún, genera deseos y fantasías incestuosas de suficiente fuerza como para escapar del incesto mediante la racionalización de la homosexualidad. Para ilustrar lo anterior se describen cuatro casos clínicos.
Palabras clave: Homosexualidad verdadera, homosexualidad como defensa, triángulo edípico.