Amor obsesivo-compulsivo: El amor perfeccionista

Amor obsesivo-compulsivo: El amor perfeccionista




Un sujeto obsesivo antes de hacer el amor: «¿Has cerrado bien las ventanas? ¿Has cerrado con llave la puerta? ¿Seguro que los niños están dormidos? ¿Te has bañado? ¿Te has lavado los dientes? ¿No te queda mejor el pijama amarillo? Debo ir al baño. ¿Te molesta si apago la luz? No has olvidado la pildora, ¿no? ¡Qué tarde que se ha hecho! ¿Y si lo dejamos para la semana que viene?». El culto al control. Nada satisface a un obsesivo-compulsivo, porque siempre habrá algo que podrías haber hecho mejor: no importa lo eficiente que seas, siempre te faltará algo. Puede ser una pelusa, una arruga o un cubierto mal puesto, cualquier excusa es buena para recordarle al otro que está lejos de alcanzar el grado de eficiencia esperado. La pareja siempre irá dando tumbos, muerta del miedo a equivocarse.
La carga del perfeccionismo hace que la relación se vuelva cada vez más solemne, amargada y formal, ya que la espontaneidad y la frescura serán vistas por el obsesivo como una falta de autocontrol de su pareja. No diecimos que el amor necesite un estado de euforia perpetua para estar bien, pero de ahí a convertirlo en un servicio de control de calidad, hay mucha diferencia. El estilo obsesivo controla, organiza, establece reglas, ordena y sistematiza todo a su paso, pareja e hijos incluidos. Los abrazos serán «exactos», los besos estarán «bien ejecutados» y la convivencia responderá a un manual de funciones «claramente explicitado». La sorpresa, la improvisación y la naturalidad serán causa de estrés e incluso en ocasiones motivo de separación.
Malena era una mujer joven y exitosa en su profesión. Estudió publicidad y ocupaba un puesto laboral importante. No tenía hijos y se había casado hacía siete meses. Cuando llegó a la consulta de un terapeuta, hizo referencia a un dolor de espalda persistente, problemas de sueño, gastritis y bastante irritabilidad. A las pocas citas la causa se hizo evidente: Malena no era capaz de llenar las expectativas del hombre a quien amaba, y eso le generaba un gran estrés. Nicolás, su esposo, era un ejecutivo que comenzaba a ascender dentro de la empresa donde trabajaba. El hombre era un fiel ejemplo del estilo obsesivo-compulsivo: vivía pegado a los detalles, era sumamente exigente en todas las cuestiones y criticaba mucho a Malena porque, según él, era poco responsable y se equivocaba demasiado. Nicolás vivía para trabajar y sentía una aversión especial por el ocio y la diversión. Además, tenía serias dificultades para expresar emociones, que mantenía bajo un riguroso control, lo que afectaba negativamente las relaciones sexuales. Sentía una devoción especial por el orden y la disciplina, en todas sus manifestaciones. En cierta ocasión, Malena resumió su relación con Nicolás de la siguiente manera: «No tiene un lado amable: haga lo que haga siempre encuentra fallos en mí o en mi desempeño. La verdad es que me tiene agotada, todo debe estar planeado y en su punto... Él tiene veintiocho años y mentalmente parece un viejo de setenta. Los pocos amigos que conserva son mucho mayores que él... En realidad está muy solo, pero cómo no va a estarlo si se pasa el día criticando a todo el mundo... ¡Es tan mojigato para la edad que tiene! Un día me sentí muy mal porque me puse una ropa erótica para que estuviéramos juntos y él reaccionó de una manera inexplicable: ¡se ofendió y me dijo que así me veía como a una puta! Me presiona demasiado, nunca hay un refuerzo o una felicitación, nunca lo veo feliz... Cuando se va de viaje, yo descanso: me visto como quiero, voy donde me da la gana y digo lo que pienso y siento, ¡soy como quiero ser...! Pero lo que más me duele de todo esto es el castigo psicológico... El otro día compré una marca distinta de jamón a la que estábamos acostumbrados, entonces me dio una conferencia sobre gastos y coherencia interna, ¡y me dejó de hablar una semana...! Para colmo, él es muy avaro y yo muy generosa, y discutimos mucho por eso... No sé dónde estuvo mi error, quizá no lo conocí bien y me apresuré a casarme, pero algo tengo claro: si él no cambia, no podré seguir con esto...». Cuando Nicolás le vio las orejas al lobo decidió pedir ayuda profesional, porque no quería perderla. Y en eso anda.
El «amor eficiente» o la «eficiencia amorosa» inexorablemente nos conducen a un callejón sin salida: la frustración. Ésa era la principal queja de Malena: «No doy en el clavo». Nicolás, por ver el árbol, no veía el bosque. Aunque parezca absurdo, para el perfeccionista lo negativo tiene más peso que lo positivo, o al menos le demanda más atención. Malena era una mujer encantadora en todos los sentidos, pero Nicolás estaba tan preocupado por la evaluación y la mesura de su comportamiento que no podía disfrutarla. Nadie puede funcionar normalmente si hay que estar todo el tiempo rindiendo cuentas sobre la limpieza, la comida, la ropa, los gastos y cosas por el estilo. La persona que amamos no puede ser un inspector de hacienda. No decimos que debamos vivir en una pocilga, pero tampoco tener como meta crear un ambiente aséptico como si viviéramos en una sala de cuidados intensivos: es mejor la cama que un quirófano.
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