cuando la vida se convierte en un ritual
Esclavos de sus propias manías

Un 2% de la población cordobesa padece un trastorno obsesivo compulsivo (TOC), una enfermedad que, si no es tratada, puede generar un enorme sufrimiento y llevar a quienes la padecen al aislamiento social, e incluso al suicidio

Sara Arguijo Escalante
s.arguijo@lacalledecordoba.com

Quién no se ha visto alguna vez levantándose de la cama para cerrar un cajón que ha quedado abierto. O quién no se ha tenido que levantar del sofá al notar que uno de los cuadros colgados está ladeado. Quién no ha puesto mala cara cuando alguien ha trastocado a su modo los botes de la cocina, o los objetos del escritorio. Quién no ha tenido nunca la sensación de que un pensamiento le persigue y no es capaz de quitárselo de la cabeza. Estas manías, como muchas otras, forman parte de todos los seres humanos en mayor o en menor medida. Responden, de hecho, a una necesidad de control. Esa organización de lo espacial conlleva una calma de la angustia. Se busca el orden en las cosas para encontrar sosiego.



Rarezas incontroladas

Pero, ¿qué ocurre cuando estas rarezas ocupan tanto espacio y tanta energía que empiezan a interferir en la vida de las personas que lo sufren? Pues esto es lo que les pasa a las personas que padecen un trastorno obsesivo compulsivo (TOC), una enfermedad, considerada por la Organización Mundial de la Salud como uno de los cinco trastornos psiquiátricos más discapacitantes y que convierte a los enfermos en esclavos de sus propias manías. Precisamente, en la Semana de la Salud Mental, el TOC, que afecta a un dos por ciento de la población cordobesa, es uno de los trastornos más desconocidos.

Como explica Carmen Prada, psiquiatra especialista en este trastorno en Córdoba, al TOC lo definen, por un lado, las obsesiones, es decir, “pensamientos, temores, inseguridades, preocupaciones, etcétera, que se imponen y se repiten” y, por otro, las compulsiones, o lo que es lo mismo, “la expresión en la repetición de conductas mentales y motoras”. Estas obsesiones se materializan en tres grandes conductas: la suciedad o el orden, los malos pensamientos -de violencia y miedo a herir a personas cercanas, realización de actos sexuales repugnantes o comportamientos que van en contra de ideas religiosas- y las dudas constantes. De ahí que los pacientes sean capaces desde lavarse las manos cien veces en un día, pensar que pueden provocar un accidente de tráfico o comprobar y repasar cada media hora mentalmente cómo ha dejado las cosas en casa (si ha cerrado el grifo, la puerta, apagado el gas)



Angustia extrema

Todas estas obsesiones tienen siempre en común que son de carácter negativo y tienen más que ver con lo que les pueda ocurrir a los seres queridos que a los enfermos mismos. Además, en todos los casos son incontrolados. A diferencia de lo que puede ocurrir con otras enfermedades mentales, como la esquizofrenia o la psicosis, en las que se altera la capacidad de distinguir la percepción de la realidad, los obsesivos compulsivos son totalmente conscientes de la realidad, no tienen ninguna distorsión de la misma.

De hecho, saben que es algo interno, que forma parte de sus sentimientos y de sus pensamientos, aunque parezcan absurdos o irracionales. Esto, según matiza la doctora Prada, “martiriza aún más a quienes lo padecen porque se sienten responsables de sus actos y, al mismo tiempo, incapaces de controlarlos”, lo que aún les genera más sufrimiento. Esto es lo que le ocurre a J. A. M., un joven cordobés de 27 años y natural de Castro del Río, al que le diagnosticaron TOC en 2002. Aunque ahora mismo tiene la enfermedad “controlada”, asegura que su obsesión nunca se le quita del todo de la cabeza y que, cuando está peor, le persigue “todo el día y a todas horas”. Él vive constantemente atrapado por la idea de la reencarnación. Ha acudido a médicos, expertos en la materia, religiosos, etcétera buscando una respuesta a su obsesión, pero nada le satisface. “Pienso que voy a vivir otras vidas y me va a tocar padecer guerras, hambre, asesinatos, que no voy a tener escapatoria”, relata este joven.

J. A. M. dice con frialdad que padecer este trastorno es “como tener una vida de mentira” y el no poder evitarlo le ha hecho incluso intentar quitarse la vida. “No fue algo premeditado, me levanté y me tomé las pastillas. Menos mal que estaban mis padres porque muchas veces pienso qué hubiera ocurrido si hubiese estado solo”, dice. De hecho, la doctora comenta que la “situación de angustia puede ser tan bestial que se dan bastantes casos de enfermos que intentan suicidarse”.

Pero, al margen de este extremo, lo que ocurre en la mayoría de obsesivos compulsivos es que el trastorno les distorsiona tanto sus vidas que ven mermada la capacidad de interacción con los demás. Existen datos que revelan que la mayor parte de estos pacientes están solteros por la incapacidad que tienen de relacionarse a causa de sus manías. Incluso entre los familiares más cercanos la situación se hace a veces insostenible. Prada cuenta que una de sus pacientes, obsesionada por la limpieza, acudió a consulta porque la relación con sus hijos adolescentes se hizo insostenible. “Mientras eran pequeños ella controlaba todo, pero cuando crecen se revelan y se crea un conflicto”, expone.



Miedo al rechazo

Es más, los TOC son muy reacios a contar lo que les pasa, aunque reconozcan su anormalidad. Esto es precisamente lo que trató de hacer Dolores Arjona. Esta cordobesa, de Montalbán, comenzó su obsesión por la limpieza a raíz de la enfermedad de su hijo. El pequeño padecía fibrosis quística y el tratamiento que requería olía mal. “Tenía miedo a que la gente lo rechazara, a que lo aborrecieran y perdiera sus amigos”, dice. Y, por eso, comenzó a desinfectar con lejía a diario su habitación y su vivienda, a limpiar compulsivamente hasta llegar a consumir cinco garrafas de lejía a la semana.

Sin embargo, el problema se agravó a raíz de la muerte del pequeño, lo que, según relata la propia Dolores, le llevó a pensar que su otra hija -que entonces era pequeña- o su marido podrían morir por contaminarse con algún germen. Cuenta que intentaba hacer otras cosas pero luego volvía y se ponía a limpiar. “Tiraba los cubos, la escoba, la fregona, todo me daba asco”, narra. Su obsesión llegó a tal punto que “llegué a bañar a mi hija con lejía, algo que le podía haber costado la vida”, dice.

En todo este proceso de sufrimiento, en el que “me preocupaba más limpiar que la propia pérdida de mi hijo”, afirma Arjona, no contó a nadie lo que le ocurría. Tampoco J. A. lo ha contado. Este joven admite que “se avergonzaba” y por eso prefiere decir simplemente “que tengo ansiedad”.



Tratamiento lento

Es más, los obsesivos compulsivos tardan una media de entre seis y siete años en acudir al médico. Unos médicos que en ocasiones se dan cuenta del trastorno porque acuden al hospital por otro motivo. Por ejemplo, hay casos de los obsesionados por la limpieza -el trastorno más común- que se detectan en dermatología porque acuden con las manos quemadas de los productos químicos. “Hasta cuando empecé a mejorar me las lavaba en agua con lejía para tranquilizarme”, reconoce Arjona. Y es que el sentimiento de culpa, de autoreproche, sumado al aislamiento social, arrastra al silencio. Muchos de los pacientes con este trastorno, como con otras enfermedades mentales, son incomprendidos y tachados de locos. Prada asegura que normalmente creemos que es algo que sólo responde a la fuerza de voluntad del individuo, es decir, “que no ponen de su parte” y por eso se tiende a reprochar.

Pero lo cierto es que no es tan fácil. Tanto J.A.M. como Dolores Arjona llevan años con tratamiento médico, acudiendo a psicólogos y a terapias cognitivo-conductuales. Ambos han tardado mucho tiempo en controlar la situación. “Con el tratamiento te vas viendo bien poco a poco, pero es un proceso muy lento”, opina J.A. M. La dificultad radica, expone Carmen Prada, en que momentáneamente la realización de los rituales les alivia. “Se plantean por qué no voy a hacerlo si así me siento mejor”, aclara la doctora. Claro que esto es un círculo sin salida porque luego se sienten aún más frustrados. Aún así, tanto los especialistas como los propios enfermos saben que siguiendo el tratamiento se puede salir, aunque “tengas que hacer lo contrario de lo que te dicta tu mente”, sentencian.

   
   
Muchos más ‘TOC’ de lo que se creía
Como asegura la especialista en el trastorno obsesivo compulsivo, Carmen Prada, éste afecta de igual modo a hombres y mujeres, “y en todas las culturas”, especifica. Si bien, está demostrado que su aparición está muy ligada a la etapa de la adolescencia o primera juventud, aunque se desarrolle más. En este sentido, los datos apuntan a que al 70 por ciento de los pacientes se les diagnostica antes de los 25 años.

En cuanto a la incidencia en la población, a pesar de que las cifras son muy variables, sí es cierto que el TOC era hasta hace dos décadas una enfermedad casi desconocida y que, sin embargo, hoy día, ha experimentado un notable aumento, “hay más de lo que es creía”, explica Prada. Según los estudios epidemológicos, entre el 15 y el 20
por ciento de los pacientes que van a una consulta ambulatoria pueden estar diagnosticados de TOC.
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