LA SOMATOPSICODINAMICA DE LA OBSESION


http://www.esternet.org/la_somatopsicodinamica_de_la_obsesion_navarro.htm

FEDERICO NAVARRO

REVISTA ENERGIA, CARACTER Y SOCIEDAD.

El síntoma obsesivo (del latín obsedere = asediar) se caracteriza por ser un autosedio que el individuo realiza a través de una dinámica de pensamiento masoquista, pudiendo traducirse o no en un comportamiento de este tipo, en una compulsión observable para el exterior. El pensamiento masoquista se caracteriza porque los contenidos son impuestos a la consciencia, pero, a diferencia de la situación psicótica, se reconocen como propios, aunque son vividos como intrusivos e invasivos. A menudo son multiformes y en general presentan una singular y específica prevalencia. Es el psiquismo de defensa lo que se hace obsesivo. El comportamiento en tales casos se caracteriza por una meticulosidad que tiende a un orden en sí mismo convirtiendo en ceremonia o ritual, sirviendo así para “controlar mágicamente” la idea obsesiva fundamental.

Las obsesiones pueden ser:

1) Simples.

2) Interrogativas.

3) Inhibidoras.

4) Impulsivas.

Janet las encuadra en la sintomatología de la psicastenia.

Desde el punto de vista clínico tenemos:

1) Obsesiones enmascaradas de dolor (Stekel).

2) Obsesiones somáticas, preocupaciones por el cuerpo o por órganos específicos, en los que se halla presente el sentido de culpa (ejemplo: la nariz, el sujeto vive aquí experiencias en términos de bloqueo nasal), pudiendo llegar a la dismorfofobia).

3) Obsesión traumática (histeria de Pascal),

4) Obsesión de prueba. El sujeto recita para volver al comportamiento exigido por el ambiente social (Reik. Ejemplo del vals).

La interpretación habitual de la obsesión es la de una defensa psicológica contra los impulsos agresivos o sexuales en relación al complejo edípico no resulto, que viene regredido a nivel sádico-anal, pero también a este nivel los impulsos son intolerables por lo que se transforman en formaciones reactivas (Freud 1923-1926).

La compulsión (del latín “compellere”) es un esfuerzo por comunicar, manteniendo “a distancia” al observador.

El mecanismo obsesivo se instala en sujetos represivos ansiosos. Desde la visión reichiana, se trata de una situación oral (nivel de la boca), asociada a un estado de angustia (nivel de diafragma), por lo cual deberemos saber de qué se defiende el sujeto, de qué tiene miedo.

La tonalidad emotiva de tales sujetos nos dice que hay una prevalencia funcional del cerebro límbico sobre los otros dos cerebros (reptiliano y córtex).

Si introducimos la obsesión en el discurso de la psicopatología funcional en relación a la dinámica separación - apego, podemos hipotetizar que el obsesivo está en una condición de ambivalencia; se trata de un oral que tiende a regredir (de hecho, en algunos casos el obsesivo camina hacia un delirio disociativo que junto a un miedo angustioso se convierte en fóbico), o bien de un oral que intenta alcanzar una posición pseudogenital histérica, viéndose impedido por un profundo sentido de culpa de origen edípico, con el consiguiente temor a la punición-castración.

Por ello podríamos decir que con esta psicopatología se pierde lúcidamente la vida.

A. Meyer habla precisamente de tensión obsesiva reanimativa: Se trata de una oralidad reprimida con un bloqueo ocular evidente, desconfianza (miedo lateralizado), y con fragmentación del espacio-tiempo (circularidad) que lleva a automatismos psicológicos cuando prevalece el cerebro reptiliano (R. Complex).

El obsesivo a través del síntoma es el dueño de su esclavitud, ya que obedece a una ley ideal de naturaleza esquizoide, que le obliga a la retención afectiva por el miedo al contacto, favoreciendo así la rigidez caracterial. De ahí que ritualicen la vida para buscar una estabilidad y poder acceder al espacio-tiempo, a través del pensamiento mágico (circularidad). En tales casos utilizan interrogatorios interminables, situaciones maníacas respecto a los presagios del más allá, escrupulosidad, arritmomanía, todo ello enclavado dentro de la coacción de repetición. Buscando de esta forma compensar su masoquismo (diafragma) con rasgos de omnipotencia narcisista (cuello). Consecuencia de un atroz sistema de castigo en el que la obsesión equivale a una reprimenda (generalmente vinculada a la situación infantil) como tentativa catártica hacia una idea no totalmente reprimida.

Todo esto explica por qué Lacan decía que: “el obsesivo vive como si ya estuviera muerto para así protegerse del miedo a la muerte”. El pensamiento del obsesivo, observa Ey, tiene una modalidad pulsatoria ligada a una temperamentalidad neurodistónica excesiva. Manifestaciones obsesivas como la cleptomanía o el exhibicionismo son polaridades comportamentales como desafío contra el super-yo y la acción de un super-yo es siempre reactiva. Una persona “sana” no necesita super-yo.