En psicofarmacología no existen las biografías de Juan, de Pedro o de María


En psicofarmacología no existen las biografías de Juan, de Pedro o de María ni
cuando se recetan neurolépticos, ni cuando se recetan antidepresivos, ni cuando se recetan estimulantes, ni cuando se recetan tranquilizantes. No hay personas en psiquiatría biológica —o siquiatría biologicista como prefiero llamarla—, sólo radicales bioquímicos que hay que normalizar mediante otras sustancias químicas. En una época que busca soluciones fáciles para los problemas del mundo no es necesario hurgar en el pasado. Basta con calcular la dosis de las píldoras de la felicidad, sea Prozac o cualquier otra. Esto sucede también con el abuso de drogas ilegales y la única diferencia es que los psicofármacos son legales. Aproximadamente treinta millones de personas han tomado Prozac (fluoxetina), droga a la que revistas como Newsweek le ha hecho propaganda con artículos de portada. La situación apunta cada vez más a los escenarios de El mundo feliz de Aldous Huxley donde, a instancias del Estado, todo ciudadano tomaba la droga llamada soma.

En la profesión médica los factores ambientales que aguijonean nuestras almas han desaparecido del mapa. Si la filosofía de los siquiatras biologicistas estuviera en lo cierto, todas nuestras pasiones, traumas y conflictos, amores y temores son resultado no de nuestros deseos en pugna con el mundo externo, sino de los vaivenes de pequeños polipéptidos en nuestros cuerpos que se transforman en desesperación. En el prefacio de algunas ediciones del DSM se dice que el futuro borrará completamente la “desafortunada” distinción entre el concepto popular de perturbación mental y la enfermedad física. El 1 de enero de 1990 California se convirtió en el primer estado norteamericano en aceptar el principal dogma en siquiatría: que las perturbaciones mentales son, en realidad, enfermedades originadas en disfunciones cerebrales. Por ejemplo, se afirma que un alta de dopamina causa la locura, y una baja de serotonina, la depresión. (Esto me recuerda que para Benjamin Rush, el padre de la siquiatría norteamericana, la locura era causada por una baja de circulación sanguínea en la cabeza.) Dato curioso: a los animales en estado silvestre no les falla la serotonina ni se deprimen. Pero por razones que los siquiatras biologicistas no se explican, a millones de seres humanos nos falla constantemente. La siquiatría biorreduccionista es cualquier cosa en que se hable de supuestas anormalidades biológicas en el cuerpo más bien que en la familia o medio social: como estudiar el trauma no como reacción ante un acto que nos ultraja —digamos, la violación incestuosa a Dora—, sino al lóbulo temporal de la ultrajada, hacia donde se dirige el tratamiento. Las drogas, o el martillazo eléctrico del electroshock, son resultado del axioma médico. El que sólo sabe usar el martillo trata todas las cosas como si fueran clavos.

No caricaturizo a la profesión. En noviembre de 2002 sostuve una larga discusión con el doctor Miguel Pérez de la Mora, un médico experimental de fisiología celular del Departamento de Biofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y director de la Academia Mexicana de Ciencias. En la discusión con Pérez de la Mora me llamó enormemente la atención que, cuando mencioné el estado mental de los judíos en el campo de concentración Auschwitz, mi disputador saltara inmediatamente al tema de la amígdala y el ansia que él estudia en su laboratorio: un ansia entendida de manera estrictamente biológica. En nuestra discusión tardé un buen tiempo en hacerle ver lo obvio al doctor: que la causa de las perturbaciones mentales de los judíos eran las brutalidades del campo nazi. Pero aún concedido este punto Pérez de la Mora añadió —sin pruebas de laboratorio— que sólo aquellos judíos que tenían una predisposición genética podrían haber sido quienes se trastornaron. ¡Para este neurólogo y sus colegas Auschwitz fue un mero “mecanismo disparador” del trastorno de un prisionero cuya biología, presuntamente, ya estaba defectuosa!

Debo aclarar que el concepto de “mecanismo disparador”, “detonador” o “desencadenante” de un supuesto trastorno mental latente es uno de los principales mantras del siquiatra, y ejemplifica lo que he llamado biorreduccionismo. Para el biorreduccionista, la historia de la Alemania nazi, el antisemitismo genocida, los derechos humanos y el trauma psicológico pasan a segundo plano, y lo único que al hombre de ciencia le interesa es el proyecto genoma y la búsqueda del “gen” responsable del trastorno (u otra línea estrictamente biológica). Por ejemplo, la especialidad de Pérez de la Mora es estudiar los trastornos de ansiedad en los laboratorios de la UNAM, y durante nuestra discusión me confesó que la firma que manufactura la droga siquiátrica Valium ha financiado su investigación. Le llamé la atención a Pérez de la Mora que una investigación financiada por las mismas compañías de drogas produce resultados con un claro sesgo biologicista. El eminente científico mexicano me respondió que muy pocas veces los investigadores se venden a las compañías.

La realidad es que la manera como las multinacionales farmacéuticas compran a los científicos es infinitamente más sutil que el soborno directo. Roche, que manufactura Valium, simplemente financia a los profesionales que postulan hipótesis biológicas, y a ningún otro. Jamás Roche o la competencia nos daría un centavo a quienes investigamos el trauma psicológico. Nuestra línea de investigación es una propuesta libertaria que requiere de ingeniería social y cambios en la familia nuclear para evitar el maltrato hacia los niños. Pero en un mundo conservador nadie quiere financiar al investigador que pone en el banquillo de los acusados a los padres. Por ejemplo, ninguna institución financió la investigación para escribir este libro. En cambio, el modelo médico droga al niño maltratado sin promover cambio social alguno: sólo así goza del beneplácito de la sociedad. Si la ansiedad que estudia Pérez de la Mora, el pánico, la depresión, las adicciones, las fobias, la manía, las obsesiones y las compulsiones son resultado de una biología anormal, el contenido humano y existencial de estas experiencias se vuelve irrelevante.

El pensamiento de nuestra época está siendo confinado a un mundo unidimensional por lo que a salud mental respecta. El biorreduccionismo, la ideología de los médicos con anteojeras que no quieren ver a los lados sociales, es una doctrina cuyo marco conceptual es bastante simple: determinismo y reduccionismo (“Tu biología es tu destino”). Pero como los siquiatras y neurólogos nos presentan esa doctrina con toda su sofisticación científica, el asunto aparentemente es complicado. La siguiente analogía szasziana ilustra lo simple que, en el fondo, la biosiquiatría es.
fuente:Alice Miller